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PRESENTACIÓN
Desde la presentación, el Directorio nos presenta la grandeza del sacerdocio por medio de
una frase de San Francisco de Asís «Y a estos y a todos los demás sacerdotes quiero temer,
amar y honrar como a mis señores. Y no quiero ver pecado en ellos, porque en ellos miro al
Hijo de Dios y son mis señores. Y lo hago por esto: porque en este siglo no veo nada
físicamente del mismo altísimo Hijo de Dios, sino su santísimo cuerpo y santísima sangre,
que ellos reciben y sólo ellos administran a los demás».
INTRODUCCIÓN
Una línea calve para entender el Directorio será el tema de la identidad sacerdotal, ya que la
considera como determinante para el ejercicio del sacerdocio ministerial en el presente y en
el futuro.
Este don se consigue mediante la ordenación sacramental, crean un vínculo ontológico que
lo une al sacerdocio de Cristo, Sumo Sacerdote y Buen Pastor.
El ímpetu misionero forma parte constitutiva de la existencia del sacerdote. Como pastores
no pueden comprometerse solos en la misión, deben formar las comunidades cristianas al
testimonio evangélico y al anuncio de la Buena Nueva.
El sacerdote debe poner al servicio de los laicos todo su ministerio sacerdotal y su caridad
pastoral, la relación con los fieles debe ser siempre esencialmente sacerdotal. El sacerdote
ejercitará su misión espiritual con firmeza, con humildad y espíritu de servicio. Con los
miembros de institutos de vida consagrada, el sacerdote les mostrará su aprecio sincero y
operativo espíritu de colaboración apostólica; respetará y promoverá los carismas
específicos.
Para vencer el desafío de las sectas y cultos nuevos, es particularmente importante —además
del deseo de la salvación eterna de los fieles, que late en el corazón de todo sacerdote— una
catequesis madura y completa.
Para vencer los desafíos que la mentalidad laicista plantea al presbítero, este hará todos los
esfuerzos posibles para reservar el primado absoluto a la vida espiritual. Y la oración no es
algo marginal: precisamente rezar es “oficio” del sacerdote, también como representante de
la gente que no sabe rezar o no encuentra el tiempo para rezar»
El cuidado de la vida espiritual, que aleja al enemigo de la tibieza, debe ser para el sacerdote
una exigencia gozosa, pero es también un derecho de los fieles que buscan en él al hombre
de Dios. Por eso, la prioridad fundamental del sacerdote es su relación personal con Cristo a
través de la abundancia de los momentos de silencio y oración. Para permanecer fiel al
empeño de «estar con Jesús», hace falta que el presbítero sepa imitar a la Iglesia que ora. El
presbítero debe ser el hombre, que, en el recogimiento, en el silencio y en la soledad,
encuentra la comunión con Dios.
En materia litúrgica el sacerdote, por tanto, en tal materia no añadirá, quitará o cambiará nada
por propia iniciativa. También es necesario que participe y se adhiera a los planes pastorales
que el Obispo determine.
En una sociedad secularizada el presbítero debe ser reconocible también por su modo de
vestir. Por esta razón el sacerdote y el diácono transeúnte, debe llevar el hábito talar, o un
traje eclesiástico decoroso.
3.1. Principios
El tema de la identidad sacerdotal es determinante para el ejercicio del sacerdocio ministerial
en el presente y en el futuro. Estas palabras constituyen el punto de referencia sobre el cual
fundar la formación permanente del clero: ayudar a profundizar el significado de ser
sacerdote. La formación permanente es un medio necesario para que el presbítero alcance el
fin de su vocación, que es el servicio de Dios y de su Pueblo. La formación permanente es
un derecho y un deber del presbítero e impartirla es un derecho y un deber de la Iglesia. Ni
la Iglesia que la imparte, ni el ministro que la recibe pueden considerarla nunca terminada.
Dicha formación debe comprender y armonizar todas las dimensiones de la vida sacerdotal:
la humana, la espiritual, la intelectual y la pastoral. Para que la formación permanente sea
completa, es necesario que esté estructurada «no como algo, que sucede de vez en cuando,
sino como una propuesta sistemática de contenidos, que se desarrolla en etapas y se reviste
de modalidades precisas». Aunque se imparta a todos, tiene como objetivo directo el servicio
a cada uno de aquellos que la reciben.
A pesar de las urgencias pastorales, es más, justamente para afrontarlas de modo adecuado,
es conveniente reconocer nuestros límites y «encontrar y tener la humildad, la valentía de
descansar». Los Retiros y los Ejercicios Espirituales son un instrumento idóneo y eficaz para
una adecuada formación permanente del clero. Por esto, es necesaria una clara estructuración
del trabajo, con objetivos, contenidos e instrumentos para realizarlo.
3.3. Responsables
El primer y principal responsable de la propia formación permanente es el mismo presbítero.
El Obispo, por amplia y necesitada de solicitud pastoral que sea la porción del Pueblo de
Dios que le ha sido encomendada, debe prestar una atención del todo particular en lo que se
refiere a la formación permanente de sus presbíteros. Es necesario, que el mismo Obispo
nombre un “grupo de formadores” y que las personas sean elegidas entre aquellos sacerdotes
altamente cualificados y estimados por su preparación y madurez humana, espiritual, cultural
y pastoral.
Transcurrido un cierto número de años de ministerio, los presbíteros adquieren una sólida
experiencia y el gran mérito de darse por completo por el crecimiento del Reino de Dios en
el trabajo cotidiano. Este grupo de sacerdotes constituye un gran recurso espiritual y pastoral.
Los presbíteros ancianos o de edad avanzada, a los cuales se debe otorgar delicadamente todo
signo de consideración, también entran en el circuito vital de la formación permanente,
considerada como «confirmación serena y segura de la función, que todavía están llamados
a desempeñar en el Presbiterio».
Los presbíteros que se aproximan a concluir su jornada terrena, gastada al servicio de Dios
para la salvación de sus hermanos, deberán estar rodeados de un especial y afectuoso
cuidado.
CONCLUSIÓN
Un sacerdote auténtico, movido por su fidelidad a Cristo y a la Iglesia, constituye una fuerza
incomparable de verdadero progreso para bien del mundo entero.
Apreciación personal
La lectura y estudio del presente directorio, sin duda ha venido a enriquecer mi visión sobre
el ministerio sacerdotal, a pesar de que lo había leído en teología I, quizá por la proximidad
del ministerio, en esta ocasión me ha resultado mucho más rica su lectura.
Hablar de la vocación sacerdotal es hablar de una realidad, que, aunque tiene matices bien
definidos, también posee muchos otros que se definen de acuerdo a quién encarna este
sacramento. El sacerdocio no existe en abstracto como una realidad mental, existen los
sacerdotes que a través de sus actitudes, palabras y gestos encarnan el único Sacerdocio de
Cristo.
El perfil sacerdotal que nos ofrece el Directorio, corre el riesgo de alimentar la figura ideal
del sacerdote. Si desprendemos la imagen que nos ofrece el Directorio, de una verdadera
identidad sacerdotal, y consideramos el sacerdocio como únicamente el cumplimiento de lo
que ahí se nos presenta, es cuando habremos reducido el ministerio sacerdotal y no habremos
entendido el sentido de lo que nos brinda el Directorio.
Lo que el Directorio presenta, me parece a mí, son los principios sobre los cuales todo
sacerdote debe ir cimentando su sacerdocio. No son una serie de requisitos que como letra
muerta se tengan que cumplir. Cada una de las líneas que nos presenta el directorio se
encaminan a ir logrando por parte de cada sacerdote, una mayor clarificación de su identidad
sacerdotal, a partir de la cual elegirá aquello que le ayuda a enriquecer esta identidad, y
rechazará todo aquello que contradice su identidad sacerdotal.
La delicadeza con la que cada sacerdote busque cada día una mayor asimilación de su
identidad sacerdotal, irá acortando la brecha que puede existir entre su yo real y su identidad
como presbítero, con esto logrará una mayor unidad de vida que hará que tenga un ministerio
fecundo ya que habrá encarnado verdaderamente en todo su ser el sacerdocio que de Cristo
recibió. Al hablar de esto estamos ante cosas delicadas, como el sacerdote no es un empleado,
ni un funcionario, ni un profesionista, las negligencias que en este campo se cometen no solo
repercuten en lo que podría ser “su empleo” o en “sus clientes”, las negligencias en este
campo afectan a su misma salvación, y con ella a la salvación de muchas almas que a su
cuidado pastoral son confiadas. Con la ordenación sacerdotal, a la cual nadie lo obligó, ha
entrado en una dinámica donde su vida no le pertenece, ha aceptado vivir bajo la voluntad de
Otro, y bajo una identidad específica que libremente ha decidido abrazar, de ahí que no llegar
a ser lo que Cristo y la Iglesia piden de él, es una negligencia, es estarle robando algo que ya
no le pertenece a él mismo, sino que libremente ha decidido poner en manos de Otro. La
mayor riqueza que el sacerdote tiene es Cristo, su vida le pertenece, y a través de su vida, la
mayor riqueza que los demás deben encontrar en él, es también a Cristo.