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ELEY, G.

- Un mundo que ganar (Cap 3, 4 y 5)

Capítulo 3. La industrialización y la formación de la clase obrera

Este capítulo describe la clase obrera en el momento en que hizo su entrada en la historia social.

Un mundo nuevo de industria

La desigualdad fue decisiva para la industrialización europea antes de 1914. El ritmo de desarrollo variaba
demasiado y el dinamismo requería atraso en esta dialéctica de dependencia, pero con interconexiones
mucho más ricas entre la industria y la agricultura, la producción moderna y la tradicional, y la empresa a gran
escala y a pequeña escala.

Esta desigualdad de la industrialización entre países y regiones y las consiguientes variaciones en las
poblaciones obreras crearon enormes problemas estratégicos para la izquierda. Los partidos socialistas se
presentaban como partidos de clase obrera. Sin embargo, en toda Europa dichos partidos se encontraban
antes poblaciones mixtas, con millones de personas que seguían trabajando en la agricultura y otras
ocupaciones tradicionales. Los obreros industriales no se convirtieron en la masa abrumadoramente
mayoritaria de la sociedad, incluso en Gran Bretaña donde la restructuración a largo plazo ya había empezado
a desviar el empleo hacia los puestos de trabajo administrativos y en el sector de servicios.

Estas tendencias pusieron en entredicho los supuestos de la izquierda ¿De qué otra forma podría definirse la
clase obrera?

Definición marxista: La clase obrera era la que formaban los que no poseían no controlaban los medios o las
condiciones de producción. Lo único que tenían era su capacidad de trabajar, que vendían a un patrono, un
capitalista, a cambio de un salario. Para crear este tipo de obreros era necesaria la proletarización activa. A
los pequeños productores en la ciudad y en el campo había que robarles su independencia. Había que liberar
la mano de obra, convertirla en una mercancía e introducirla en el mercado capitalista. Era necesario que a los
medios de subsistencia solo se pudiera acceder a través del salario, en un proceso laboral controlado por el
capitalista. El peón tenía que ser doblemente libre: libre de las antiguas obligaciones feudales y libres de todas
las propiedades que hacían de base de la subsistencia independiente.

Marx llamo a esto acumulación primitiva. Esta creó las condiciones previas para la industrialización capitalista
en Gran Bretaña en 1500-1800. Esta separación de la gente del campo de la subsistencia también creo
nuevos mercados de productos, estimulando así la agricultura comercializada y el crecimiento de la industria.

La transformación del campo impulsó la industrialización capitalista. La mecanización trajo el control del
proceso laboral al completar la subordinación del trabajador a sus necesidades técnicas. Entonces fue posible
acelerar la concentración en fábricas, reorganizar los lugares de trabajo y aprovechar las reservas de manos
de obras liberadas por la desposesión rural. Se desplegó toda la lógica a largo plazo de la industrialización
capitalista, de la inexorable polarización de la estructura de clases entre una minoría de capitalistas y una
categoría en constante expansión de trabajadores hacia la continua proletarización de agrupaciones
intermedias como los pequeños agricultores, artesanos y comerciantes que aun quedaban y la creciente
homogeneización de la clase obrera. En la esfera política, así se creó la base para los movimientos obreros,
en el crecimiento de la conciencia de clase en torno a los intereses colectivos de los trabajadores.

Sin embargo, este modelo, tratado como descripción universal, plantea dos problemas:

1.

En primer lugar, simplificaba demasiado el proceso. Las maquinas y las fábricas importaban menos de lo que
se suponía. La revolución industrial llevo aparejada una serie de cambios acumulativos y no una gran
explosión. La norma fueron tecnologías manuales en vez de mecanización, y la dispersión de la producción a
pequeña escala e intensiva de trabajo en el campo en vez de la producción en masa en las ciudades. El
capitalismo primitivo exploto las existencias de mano de obra barata en el campo, donde podían utilizarse
tecnologías sencillas y donde la contribución de las familias rurales a su propia subsistencia mantenía bajos
los salario. Y no se trataba de vestigios preindustriales condenados a desaparecer en la marcha del progreso.

Cabe sacar varias conclusiones:

 En primer lugar, debido a que fueron muchos los caminos que llevaron a la industrialización, las
relaciones de clase entre el capitalista y el obrero pudieron configurarse de diversas maneras.

 En segundo lugar, el capitalismo industrial no puede identificarse sencillamente con fábricas y


maquinas. No solo persistieron pautas más antiguas de trabajo manual y unidades menores, sino que
además el capitalismo invento continuamente nuevas formas a pequeña escala, incluida la explotación
o trabajo a domicilio y la manufacturación especializada.

 Finalmente, si la industria no pedía sencillamente la mecanización, la mancomunación urbana de


mano de obra o un mercado en expansión, entonces las relaciones cambiantes en los lugares de
trabajo se hacen tanto más fundamentales. Lo que importaba no era solo la propiedad o no propiedad
de los medios de producción, sino todas las formas en el que trabajo mismo se hacía.

2.

Los modelos lineales de industrialización simplificaban demasiado la formación de la clase obrera. Dan a
entender que existía un encaje demasiado estrecho entre el progreso del capitalismo y el crecimiento de la
conciencia de clase. Durante todo el proceso la dialéctica de clase y la conciencia de clase estuvieron
vinculadas a cambios en la base económica: las leyes que gobernaban el modo de producción capitalista
tuvieron efectos sociales que determinaron la aparición del movimiento obrero. Los marxistas lo expresaban
con un famoso pareado que distinguía entre la “clase en sí misma” y la “clase por sí misma”. Creían que de
esta manera las formas de organización colectiva de la clase obrera (y finalmente la victoria del socialismo) se
inscribían en los procesos propios de la producción capitalista. Al entrar en expansión, el capital también creó
las condiciones para que la clase obrera se organizara.

Como guía del comportamiento obrero en sociedades reales, este análisis efectivo fue siempre engañoso. Se
identificaba demasiado fácilmente la clase obrera con la relación salarial en forma pura: el autentico obrero,
era el obrero de fabrica. Los obreros industriales formarían la vanguardia y otros obreros los seguirían.

La historia demostró que este punto de vista era erróneo. Los obreros se reclutaban utilizando medios muy
diferentes y la primitiva acumulación y expulsión de los campesinos de la tierra era solo uno de ellos. Los
trabajadores eran empujados hacia la dependencia salarial por muchos otros caminos (la agricultura
comercializada, la industria domestica, los oficios urbanos, etc.).

Está claro que estos caminos diferentes hacia la proletarización tuvieron consecuencias enormes para las
sociedades obreras específicas que serian su resultado.

Género, Habilidad y Socialismo

De hecho, la unidad de la unidad de la clase obrera fue una proyección idealizada. A partir de 1830, nuevos
grupos de intérpretes provistos de nuevos lenguajes de “clase” empezaron a organizar este mundo social. La
palabra clase se convirtió en una forma de racionalizar todas las maneras en que la industrialización dividía y
agrupaba a los obreros, el nuevo panorama social, sus nuevas prácticas y formas de organización
(asociaciones políticas, partidos y sindicatos socialistas, etc.). Así pues, la clase ofrecía un poderoso arsenal
de definiciones que daban forma a experiencias distintas y las convertían en una identidad social unificada.

Al empezar a formarse en Francia, Bélgica, Alemania y Gran Bretaña, los movimientos obreros atrajeron a
trabajadores de un tipo determinado: trabajadores especializados en talleres pequeños y medianos, muy
identificados con su oficio. Estos trabajadores eran artesanos con un sentido de propietario de la habilidad y
las reglas del oficio, autonomía en el trabajo y distinción de la masa de pobres no especializados. Pero este
estatus se veía amenazado en muchos frentes (pérdida de control de los mercados locales, introducción de
maquinarias y métodos de ahorrar trabajo, separación empresarial entre amos y trabajadores, etc.). Una vez
las economías se vieron afectadas por las vicisitudes del ciclo económico, todos los oficios sintieron
incertidumbre en relación a los salarios y el empleo. El artesano se estaba convirtiendo en obrero, que podía
retener su habilidad poco común pero controlaba poco más que la capacidad de trabajar. La tradicional
independencia dentro de las complejas jerarquías del oficio fue sustituida por una subordinación cada vez
mayor dentro de una división capitalista de trabajo.

Los artesanos que defendían su independencia contra su degradación al proletariado galvanizaron las
agitaciones radicales de los decenios de 1830 y 1840, contribuyeron a inflamar las revoluciones de 1848 y
dieron forma al socialismo primitivo. Estas agitaciones se vieron atraídas de manera natural por la
cooperación de los productores en la búsqueda de alternativas al capitalismo, empleando ideas de
mutualismo o la comunidad cooperativa. Hasta 1914, los movimientos obreros franceses recurrieron a un
ideal de socialismo federalista de los oficios. Este socialismo de obreros especializados se inscribía en un
lenguaje de asociación más amplio que avanzo en dos rachas de radicalización:

 En 1830-34, el termino asociación se extendió a partir del significado original de corporaciones de


obreros (mutualidades adaptadas de las tradiciones corporativas del antiguo régimen) a la idea de
cooperativas de productores y de allí al proyecto socialista de una federación interprofesional de todos
los obreros.

 Luego, en 1848-1851, participó en la política revolucionaria de un movimiento popular. Este lenguaje


de asociación también reflejaba pautas de sociabilidad popular por medio de las cuales los
trabajadores dieron forma a una esfera pública, basadas también en el mundo cultural de las
sociedades corales y los clubes sociales y la vida cotidiana de los talleres, casas de huéspedes,
tabernas y cafés.

En Gran Bretaña, los artesanos especializados (carpinteros, trabajadores a domicilio de los distritos
manufactureros del norte, hilanderos de algodón, etc.) también propusieron la idea de un interés general de la
clase obrera y representaron el primitivo sindicalismo en su apogeo de 1829-1834. El radicalismo de los
artesanos echaba raíces en amplios movimientos populares que exigieron reparación socioeconómica pero
especialmente reformas democráticas entre el decenio de 1810 y la Ley de Reforma de 1832, a veces a una
escala revolucionaria. Después de sufrir duro reveses en 1832-34, los radicales se reagruparon bajo la
bandera del cartismo, con su extraordinaria unidad por encima de las diferencias que existían en la clase
obrera.

No obstante, la cultura radical británica de la década de 1820 dependía mucho de los artesanos dedicados a
los antiguos oficios manuales especializados y no revolucionarios (aristocracia de trabajadores artesanales)
denominados “mecánicos”, que gozaban de una mejor posición económica. Pero la gran masa de asalariados
proletarizados encajaba mal en esta cultura artesanal. Las tensiones de esta clase se resolvían mejor en el
cartismo, pero los ideales de democracia de los productores tardaron en decaer ante las doctrinas de
socialismo, más inclusivas.
La democracia de los primeros movimientos radicales era también un coto exclusivo masculino. A juicio de los
trabajadores radicales, la integridad de la unidad domestica era fundamental para la identidad política. La
familia como sistema de autoridad domestica se centraba en el privilegio masculino. Así pues, al clamar contra
la industria capitalista, que debilitaba sus habilidades y arrastraba a sus esposas e hijos a las fábricas, los
artesanos radicales también defendían su propio régimen sexual y económico en el seno de la familia. Su
condición de padres y cabezas de familia estaba asociada con su independencia por medio del trabajo
“honorable” y la posesión de una habilidad que la identificación con un oficio les daba. Las mujeres no tenían
acceso a esa independencia. La identidad política de una mujer estaba subsumida en la del hombre.

Cuando las esposas y los hijos tenían que ir a trabajar a las fábricas, este orden natural se alteraba. A esta
disolución de los papeles morales se sumaban los efectos de la mano de obra femenina barata, cuyo atractivo
para los capitalistas significaba la pérdida de empleo, estatus, y habilidad para los hombres. Esta fusión de
preocupaciones era una motivación poderosa para los obreros especializados cuya posición negociadora era
fuerte.

Estos modelos positivos de domesticidad obrera era también una réplica directa a los ataques burgueses
contra el desorden moral y la degradación de los pobres. Pero esta política de respetabilidad iba en contra de
la igualdad de los géneros y la participación pública de las mujeres y excluía otros modelos de movilización
cívica que reivindicaban los derechos de las mujeres. Al elegir ciertas estrategias de defensa de la comunidad
con preferencia y sobre otras, los radicales obreros dieron forma a una ideología duradera de domesticidad y
limitaron la ciudadanía real a los hombres.

El resultado fue una recargada ideología doméstica de privilegio masculino que encanaban los obreros
especializados cuyo potencial de ingresos mantenía a sus esposas e hijos. El nuevo ideal del salario familiar
era uno de los mecanismos principales que separaban a la pequeña élite de artesanos sindicados del resto.
No solo reforzaba las ventajas materiales de dicha élite, sino que también marginaba de manera normativa el
empleo femenino como algo excepcional e indeseable.

Así pues, también en este sentido era la clase obrera una formación social compleja. Al edificar el ideal
colectivo de la clase obrera, los socialistas abrazaron solo algunas partes de la vida obrera al tiempo que
despreciaban otras. Al centrar la identidad de clase, se valoraron algunas experiencias obreras y se hizo caso
omiso de otras.

Cuando movimientos obreros independientes empezaron a formarse en el decenio de 1860, entre ellos
sindicatos y partidos socialistas, estos heredaron estas tradiciones generizadas. La subsiguiente expansión de
la industria pesada generó directamente pocos puestos de trabajo para las mujeres.

La política de la formación de la clase obrera

La manera en que se reclutaba una clase obrera también determinaba las posibles formas de la política
obrera. Allí donde la industria crecía lentamente, a partir de comunidades protoindustriales con largos
historiales de empleo industrial o semiindustrial, las perspectivas del movimiento obrero diferían de las de los
lugares donde la industria era una novedad absoluta.

La pregunta clave que se hacían los socialistas era cómo podía forjarse una identidad obrera única.

El auge del barrio obrero fue decisivo para este proyecto. Al principio, las lealtades de las clases bajas se
hallaban encerradas en superestructuras de deferencia y paternalismo, a menudo ordenadas por la religión y
dominadas de forma creciente por los liberales. La política de los gobiernos y la acción de los partidos
regulaban la cultura popular interactuando con las historias sociales de la urbanización. A partir del decenio de
1890, los Estados intervinieron con creciente intensidad en la vida cotidiana de los obreros, teniendo la
estabilidad y la salud nacional como objetivo que se alcanzara por medio de ideas efectivas sobre la familia.
Luego, los partidos socialistas también empezaron a organizar a los obreros en una actuación política
colectiva más allá del barrio y del lugar de trabajo, con repercusiones sobre el gobierno local y municipal, en
las regiones y finalmente en la nación. Todos estos procesos contribuyeron a dar forma institucional a las
identidades de clase.

Pero no menos decisivas fueron las complejas maneras en que respondían y se defendían los barrios. Si el
lugar de trabajo era una frontera de resistencia, la familia era la otra.

El desafío que afrontaba la izquierda era crear un tipo de organización en ambos frentes de desposeimiento
social. La política práctica de los partidos socialistas acusaba de manera inevitable la separación, pero
generalmente era mediante la adopción de los supuestos de género normativo en lugar de someterlos a un
enfoque crítico y verdaderamente democrático. Este siguió siendo uno de los errores más perdurables de la
izquierda. Incluso allí donde se reconocía esta dualidad, raras veces era posible escapar de los lenguajes de
política de clase de género masculino.

En 1900, las nuevas sociedades urbanas ya habían empezado a solidificarse y a consolidarse. Esta
consolidación sociopolítica urbana entrañaba cierto tipo de comunidad controlable e interrelacionada, lugares
donde el trabajo, el hogar y el ocio, las relaciones laborales, el gobierno y la conciencia de ser ciudadano de tu
lugar de nacimiento estaban entremezcladas de forma inextricable.

Organizar la conciencia política era más fácil en ciudades pequeñas donde había una sola industria. Las
instituciones obreras también ofrecían marcos de acción que abarcaban toda la ciudad, como los consejos de
sociedades de socorro muto y los consejos centrales de sindicatos. Estas instituciones permitían ejercer cierta
influencia sobre el entorno urbano, donde los obreros seguían careciendo de democracia plena encarnada por
el voto. Los primeros casos de socialismo municipal hicieron de la vivienda, la salud pública y la mejora social,
un marco de acción decisivo. Esta acción política fue fundamental para la formación de la clase, toda vez que
los sindicatos y la organización basada en el trabajo seguían tendiendo a privilegiar los antiguos gremios de
oficios. Una vez la urbanización rebasaba cierto umbral, la vida cotidiana de la ciudad se convertía en una
infraestructura práctica que unía a la gente obrera, en particular cuando las administraciones municipales
creaban sus propios sistemas de transporte en masa y de vivienda pública. Las concentraciones de gente
obrera resultantes, leal a la ciudad se convirtieron en un recurso importantísimo para los ayuntamientos
socialistas después de 1918, la base del éxito electoral socialista. Empezaba a ser realmente importante quien
formaba parte del ayuntamiento u ocupaba el puesto de alcalde.

Sin embargo, el peso local de la clase obrera de una ciudad necesitaba el derecho al voto para hacerse oír.
Los partidos socialistas no se hicieron con el poder local hasta después de 1918, por medio de sublevaciones
revolucionarias, nuevas constituciones y una oleada de concesiones del derecho al voto a las clases
populares. Las reformas facilitaron el enfrentamiento al faccionalismo, sobre todo cuando la expansión sindical
que tuvo lugar después de 1918 redujo por fin el dominio de los obreros especializados y las tradiciones
profesionales y facilito nuevas formas de asociación con los sindicatos industriales y del sector público. El
exclusivismo profesional era también cómplice de las ideologías de domesticidad que impedían que las
mujeres tuvieran voz pública y de esta manera su declive debilito potencialmente la masculinidad de las
culturas políticas socialistas también. El socialismo, con su aparato de bienestar en expansión, dio a las
mujeres nuevas oportunidades en todas partes.

Conclusión

Así pues, la formación de una clase obrera no fue sencillamente un resultado de la industrialización. Los
regímenes de acumulación del capital, las circunstancias prácticas de la producción industrial y las pautas de
urbanización también contribuyeron poderosamente a dar forma a la vida obrera. La arquitectura espacial de
la presencia obrera en la sociedad también estructuro las tendencias comunes de pertenencia colectiva. A la
luz de estos procesos convergentes, la clase obrera paso a ser un tratamiento social y político resonante y
coherente. En 1900 ya hacía referencia a una realidad palpable de la política, la administración social y la vida
cotidiana de Europa.

Con todo, los obreros no eran la única clase popular de la sociedad europea. Coexistían con los campesinos y
las clases medias bajas, generalmente en números equivalentes con fuerza social continuada. Por otra parte,
las distinciones dentro de la clase obrera seguían siendo fuertes, no solo fuera del trabajo, sino también en las
múltiples diferencias del propio lugar de trabajo, en los salarios, la seguridad del empleo, etc. A pesar de la
lógica universalizadora de la relación salarial, la propia industrialización invento continuamente nuevas
distinciones, en especial alrededor de tecnológicas nuevas. El divisionismo más conflictivo, bajo formas
variables pero persistentes se centraba en el género y el trabajo.

La manera como estas lógicas complejas y compensatorias de unidad y diferencia funcionaban unas con otras
en determinados momentos y lugares dependía de forma crucial de la política: de la formación de
organizaciones obreras y de la rivalidad de intervenciones religiosas, de partido, etc., que trataban de
configurar y asegurarse la lealtad de la clase obrera. En este sentido, la administración social, la salud pública,
el mantenimiento del orden, la ley y la maquinaria institucional, así como los marcos constitucionales y el
carácter de las esferas públicas, determinaban el rumbo de la formación de la clase obrera, como una parte
constitutiva de la formación de la clase obrera.

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