Você está na página 1de 14

Enfoques

clásicos

Sociología
General

1
Enfoques clásicos para el
estudio de la estratificación
social y de las clases sociales
El análisis propuesto por el funcionalismo
Una de las perspectivas gradacionales tradicionales es la del funcionalismo.
Dentro del funcionalismo se entiende que la desigualdad social juega un
papel crucial para el correcto funcionamiento de las sociedades.

En una de las explicaciones clásicas de la desigualdad social, Davis y Moore


(1942; 1945) postulan que la estratificación social tiene resultados
positivos para la sociedad en su conjunto, y se preguntan: ¿cómo se explica
que en todas las sociedades que conocemos existan desigualdades? ¿Por
qué la desigualdad es un fenómeno universal? La respuesta que dan estos
sociólogos es que en toda sociedad compleja o moderna existe la división
del trabajo, y que esta implica que hay una gran variedad de ocupaciones
diferentes que requieren habilidades y niveles de preparación distintos
(ciertos trabajos son más simples y otros son más complejos; pensemos,
por ejemplo, en un abogado o en una persona que realiza tareas de
limpieza). Para Davis y Moore, hay una división social del trabajo, y esta es
una “necesidad funcional” para el correcto funcionamiento de la sociedad.

Como señala Laurin-Frenette (1976), esta perspectiva postula que la


estratificación se define como un sistema de desigualdades o de
diferencias de prestigio y de estimación entre los miembros de un sistema
social. Esas diferencias en el prestigio de los diversos individuos son
relativas a las distintas posiciones que estos ocupan en la estructura social.
Toda sociedad debe asegurarse de que las tareas y funciones necesarias
para su supervivencia y su buen funcionamiento sean adecuadamente
cubiertas, es decir, que las funciones sociales: a) sean ejercidas; b) que
sean ejercidas por los que se encuentran en condiciones de hacerlo, y c)
que estos las cumplan del mejor modo posible. Esto implica que la
sociedad debe encontrar un medio eficaz para atribuir a sus miembros las
diversas tareas y funciones, y motivarlos para que las cumplan
convenientemente. El cumplimiento de ese objetivo se logra a través de la
institucionalización de un sistema de estratificación social: el
establecimiento de un sistema estable de “recompensas” que sirvan como
incentivos para el cumplimiento de las diversas funciones, así como de

2
mecanismos que aseguren la distribución de tales recompensas entre los
titulares de las diversas posiciones.

El sistema de distribución de las recompensas forma parte del sistema


social (sociedad): las recompensas que tienen los individuos están
vinculadas a las diferentes posiciones que ocupan en relación a títulos,
requisitos previos y privilegios necesarios para el cumplimiento de las
tareas correspondientes a esa posición. Esto está en correspondencia con
la satisfacción y la motivación del individuo que ocupa dicha posición.

Las recompensas que percibe el individuo en cada posición son de tres


tipos:

1) las que contribuyen al confort y al bienestar del individuo;


2) las que contribuyen a su placer y a su entretenimiento;
3) las que acrecientan el respeto y la estima que tiene de sí mismo.

Todas las recompensas son manifestaciones de estima y de prestigio


porque son concedidas al individuo por la colectividad como
reconocimiento por la contribución que realiza, a través de la posición que
ocupa, a la supervivencia y al funcionamiento del sistema social.

Para Davis y Moore (1942; 1945), el salario o los ingresos que


corresponden a una posición social no son la fuente del estatus de esa
posición, sino que, por el contrario, son el estatus o el prestigio de la
posición los que implican unos ingresos determinados. Es decir, debido a
que la posición tiene determinado estatus o prestigio es que se obtiene un
determinado salario. Así, la posición de un individuo en la jerarquía del
prestigio y de la estima resulta una manifestación social de su valor
personal, pues se le recompensa según sus aptitudes para cumplir
adecuadamente una función y según la eficacia con que se desarrolla en
dicho cumplimiento.

Notemos, valga la redundancia, que el eje clave de estos autores es


concebir a la sociedad como un sistema social donde cada individuo
cumple una función social.

Siguiendo con el argumento de estos autores, el valor personal del


individuo debe coincidir con su valor para el sistema social y, de una
manera general, la jerarquía de las cualidades personales debe coincidir
con la jerarquía de las funciones y con la del prestigio social asociado a
ellas. La función de la estratificación es la de asegurar dicha coincidencia;
justamente por ello la desigualdad social institucionalizada puede ser
definida como un mecanismo establecido por las sociedades con la

3
finalidad de garantizar que las posiciones importantes serán cubiertas por
los individuos más competentes.

El corolario de este argumento es el siguiente: las ocupaciones que


requieren una mayor calificación son las más necesarias para mantener
viable una sociedad y, por lo tanto, se necesita recompensar de alguna
forma a aquellos que parecen dispuestos a invertir tiempo y dinero en
adquirir los conocimientos necesarios para ejercer esas profesiones. Si
queremos que la sociedad funcione, tenemos que ofrecer recompensas
desiguales, acordes a los méritos de cada persona.

La tesis de estos sociólogos se basa, entonces, en la meritocracia, idea que


postula que solo puede haber desigualdades en función de los esfuerzos y
méritos dispares de las personas. Así, se premia el desarrollo del talento
individual, y la sociedad debe garantizar la igualdad de oportunidades
procurando que los beneficios y recompensas no se distribuyan de modo
uniforme.

Davis y Moore (1942; 1945) dan el ejemplo de la profesión médica, la cual


exige una formación larga, costosa y difícil, que tiene un estatus elevado y,
por consiguiente, altos ingresos y otros privilegios apreciables.

En principio, esta parece una explicación bastante simple del fenómeno de


la desigualdad y es criticada fuertemente por el paradigma de las clases
sociales que desarrollaremos a continuación.

Para introducir el próximo paradigma, podemos preguntarnos:

¿Todos los individuos tienen el mismo punto de partida para llegar a


determinadas posiciones? ¿Cuáles son las desigualdades estructurales en las
cuáles están insertos los individuos?

Análisis de clase
El análisis de clases se basa en una concepción relacional de la sociedad.
Este tipo de análisis se inspira en los trabajos de Karl Marx y Max Weber.
En un artículo clásico, Emirbayer (1997) postula que los sociólogos
enfrentan un dilema central: concebir el mundo social conformado por
sustancias o por procesos, por cosas estáticas o por relaciones dinámicas.
Los enfoques marxista y weberiano de las clases sociales son perspectivas
relacionales porque conciben al mundo social como conformado por
procesos y relaciones entre las clases sociales.

4
En esta introducción, consideraremos la clase social como una
manifestación de la modernidad, es decir, una característica de los
sistemas modernos de estratificación, de las sociedades industriales, en
contraposición a estructuras tradicionales de desigualdad (caracterizadas
por la adscripción o el orden “natural”).

Según Marx, existen principalmente dos clases que se pueden diferenciar


en función de la posición que ocupan en la esfera económica: la de los
propietarios de los medios de producción y la de los trabajadores
(proletarios).

El análisis de clases inspirado en Marx


Los conceptos de clases sociales, relaciones de clase o luchas de clases son
centrales en la obra de Marx y podemos decir que son claves para gran
parte del marxismo como cuerpo de pensamiento. Sin embargo, y
paradójicamente, Marx murió justo antes de redactar el capítulo dedicado
a las clases sociales en su obra culmine El Capital1 (1867). Como señalan
Duek e Inda (2007), a pesar de que los conceptos de clase social y lucha de
clase son centrales en la teoría de Marx, él no los formuló con la misma
sistematicidad con la que se ocupó de otros temas. Por esta razón, el
concepto de clase social en Marx debe reconstruirse a partir del conjunto
de su obra.

Duek e Inda (2007) señalan acertadamente a que desde la antigüedad y


hasta el siglo XIX diversos pensadores hablaban de la existencia de clases y
las describían; veían que la sociedad se dividía siempre entre ricos y
pobres, entre nobles y plebeyos, entre libres y esclavos, pero no podían
explicarse las causas de esta desigualdad. El aporte decisivo de Marx, por lo
tanto, no fue descubrir la existencia de las clases, sino proporcionar una
explicación científica de la estructura y dinámica de las clases sociales.

Para Giddens (1994; 2010), el argumento de Marx es que la clase es un


grupo de personas que tienen una relación común con los medios de
producción. Si pensamos en términos históricos, antes de la aparición de la
industria moderna, los medios de producción consistían primordialmente
en la tierra y los instrumentos que servían para cultivarla o para cuidar el
ganado. Por lo tanto, en estas sociedades preindustriales, las dos clases
fundamentales eran: por un lado, quienes poseían la tierra (los
aristócratas, la nobleza y los dueños de los esclavos) y, por otro lado, los
que se dedicaban a hacerla producir (los siervos, los esclavos y los

1
En el capítulo 52 de la sección séptima del volumen III de El Capital, con el título “Las clases”, Marx
empieza a redactar la sección destinada al análisis de las clases sociales, pero no logra terminarla.

5
campesinos libres). En las sociedades industriales modernas, las fábricas,
las oficinas y la maquinaria, así como la riqueza o el capital necesarios para
obtenerlas, se hicieron más importantes. Entonces, las dos clases
principales son la de quienes poseen estos nuevos medios de producción
(los industriales o los capitalistas) y la de aquellos que se ganan la vida
vendiéndoles su fuerza de trabajo (la clase obrera o, en términos de Marx,
el “proletariado”).

Según Marx, entonces, las clases sociales están determinadas por el


proceso de producción. Esto quiere decir que las dos grandes clases
principales están fundadas en las relaciones de los individuos con los
medios de producción: los propietarios de los medios de producción
(burgueses) y aquellos individuos que tienen que vender su fuerza de
trabajo para subsistir (proletarios). Esta estructura profunda de la
desigualdad es lo que explica gran parte de la dinámica social.

Como dijimos anteriormente, al tratarse de una perspectiva relacional, se


asume que existen relaciones entre las clases sociales y que estas son de
explotación.

Siguiendo con el argumento propuesto por el sociólogo inglés Giddens


(2010), en todos los momentos históricos existieron relaciones de clase y
de explotación. En las sociedades feudales, la explotación tomó la forma de
una transferencia directa y simple desde lo que producía el campesinado
hacia la aristocracia. Es decir, los siervos estaban obligados a dar una cierta
parte de su producción al señor feudal o tenían que trabajar un
determinado número de días al mes en las tierras de este. En las
sociedades capitalistas modernas, en cambio, la explotación es más sutil. El
Véase el fragmento de argumento clásico de Marx es que en un día de trabajo de los trabajadores
Tiempos Modernos, de producen más de lo que el empresario necesita para recuperar el salario
Chaplin, en este que les paga. Ese excedente es el origen de las ganancias que los
módulo.
capitalistas utilizan para aumentar su beneficio.

Como podemos observar en el fragmento del Manifiesto del Partido


Comunista, que puedes leer más abajo, en toda la historia existió alguna
forma de explotación de una clase sobre la otra. Sin embargo, según Marx,
el desarrollo de la industria moderna provocó que la riqueza y acumulación
que se producían fueran mucho mayores. El trabajador, según Marx, está
sometido a la mecanización y a la opresión. Un ejemplo clásico de esto es
el del operario que tiene que realizar durante muchas horas la misma tarea
rutinaria. Debemos recordar en este punto que Marx escribió en la época
de los comienzos del capitalismo.

6
Burgueses y proletarios

Hasta nuestros días, la historia de la humanidad, ha sido una


historia de luchas de clases. Libres y esclavos, patricios y
plebeyos, señores feudales y siervos de la gleba, maestros y
oficiales; en una palabra, opresores y oprimidos, siempre
frente a frente, enfrentados en una lucha ininterrumpida,
unas veces encubierta, y otras franca y directa, en una lucha
que conduce siempre, a la transformación revolucionaria de
la sociedad o al exterminio de ambas clases beligerantes.

Desde el principio de la historia, nos encontramos


siempre la sociedad dividida en estamentos, dentro de cada
uno de los cuales hay a su vez, una nueva jerarquía social
con grados y posiciones. En la Roma antigua eran los
patricios, los équites, los plebeyos, los esclavos.

En la edad media eran los señores feudales, los vasallos,


los maestros, los oficiales de los gremios, los siervos de la
gleba. Y dentro de cada una de estas clases, nos
encontramos también con matices internos. La moderna
sociedad burguesa, que ha surgido de las ruinas de la
sociedad feudal, no ha abolido los antagonismos de clase. Lo
que ha hecho, sólo ha sido crear nuevas clases, nuevas
condiciones de opresión, nuevas modalidades de lucha; que
han venido a sustituir a las antiguas.

Nuestra época, la época de la burguesía, se caracteriza


por haber simplificado estos antagonismos de clase. Hoy y
cada vez más abiertamente, toda la sociedad tiende a
separarse, en dos grandes grupos enemigos, en dos grandes
clases antagónicas: la burguesía y el proletariado.

De los siervos de la gleba de la edad media, surgieron los


villanos de las primeras ciudades, y estos villanos fueron el
germen, de donde brotaron los primeros elementos de la
burguesía.

El descubrimiento de América o la circunnavegación de


África, abrieron nuevos horizontes e imprimieron nuevo
impulso a la ascendente burguesía. El mercado de la China y
de las indias orientales, la colonización de América, el
intercambio comercial con las colonias, el incremento de los
medios de cambio y de las mercaderías en general; dieron al

7
comercio, a la navegación, a la industria; un empuje jamás
conocido, atizando con ello el elemento revolucionario, que
se escondía en el seno de la sociedad feudal ya en
descomposición. (Marx y Engels, 2005, pp. 8-10).

Hasta aquí, presentamos de manera esquemática las ideas de las clases


sociales de Marx. Según esta forma simple de comprender la desigualdad,
la elite capitalista no solo extrae riqueza y todo tipo de recursos de la
esfera económica, sino que también las instituciones políticas y legales
garantizan que las desigualdades sociales se reproduzcan generación tras
generación, es decir, que se reproduzca la estructura de clases. Las leyes
hereditarias permiten la reproducción de las dinastías financieras y
empresariales, y el sistema educativo permite que los más afortunados
estudien en universidades de prestigio donde pueden establecer vínculos
privilegiados.

Ahora bien, podemos preguntarnos: ¿por qué no ha habido una revolución


proletaria en las sociedades capitalistas? De hecho, el sistema capitalista
sigue en pie. Para responder a este interrogante, se pueden argumentar al
menos los siguientes fenómenos (Macionis y Plumer, 2007):

1) La fragmentación de la clase capitalista: hace un siglo las propiedades


eran solo de unas pocas familias, mientras que ahora existe el
crecimiento de una mayor cantidad de propietarios, como así también
el crecimiento de una clase gerencial.
2) Trabajadores de cuello blanco, azul y rosa: la mayor parte de las
personas que constituían la clase obrera cuando Marx escribió eran
trabajadores del campo, cuyas ocupaciones eran de bajo prestigio y
solo requerían el uso de habilidades manuales. Hoy, en cambio, existen
empleos de mayor reconocimiento que requieren el desempeño de
habilidades mentales.
En algunos países (como Estados Unidos, por ejemplo) un trabajador de
“cuello blanco” es una persona que se dedica a actividades
profesionales, gerenciales o administrativas; generalmente, estas se
realizan en oficinas. El trabajador de “cuello azul”, por otra parte, es
una persona de clase trabajadora que se encarga de tareas manuales,
como por ejemplo: la minería, el saneamiento, el trabajo de custodios,
el campo petrolífero, la construcción, la mecánica, el mantenimiento, el
almacenamiento y otros tipos de trabajos fundamentalmente físicos.
Finalmente, los trabajadores de “cuello rosa” son caracterizados por la
interacción con clientes, entretenimiento, ventas u otros trabajos
orientados a servicios.
3) Mejora en las relaciones laborales: se puede argumentar que en la
actualidad los trabajadores tienen más recursos organizativos que los

8
que tenían hace un siglo. Para determinados autores, es la propia clase
obrera la que tiene una capacidad de acción que le permite provocar
cambios en el sistema capitalista, de manera independiente del Estado
y los partidos políticos. Uno de los grandes cambios en este plano es el
surgimiento de los sindicatos.
4) Mayor protección legal: desde los tiempos de Marx ha habido una
mejora en la legislación que protege a los trabajadores.

Sin embargo, podemos postular como argumentos a favor de Marx que:

1) la riqueza sigue estando concentrada;


2) las ocupaciones de “cuello blanco” apenas ofrecen mejoras a los
trabajadores;
3) el progreso sindical requiere luchas sociales;
4) el sistema legal sigue favoreciendo a la gente de altos ingresos.

Análisis de clase inspirado en Max Weber


Según Max Weber (1864-1920), las divisiones de clases sociales no
obedecen solo a la esfera de la producción económica, es decir, al control o
no de los medios de producción, como postulaba Marx. Para Weber,
existen factores fundamentales fuera y dentro de la economía, como los
valores, por ejemplo, que pueden ser relevantes para explicar la
desigualdad social.

Como estudiamos en el Módulo 1, la dimensión de la religión o los valores


que había inculcado la ética protestante pueden explicar el nacimiento del
capitalismo, además de la variable económica. Pero la adherencia a este
tipo de argumento no implica que Max Weber no creyera que la variable
económica era relevante, sino que pensaba en un esquema multicausal de
surgimiento del capitalismo.

Según Giddens (2010), Weber coincide con Marx en que la clase se basa en
condiciones económicas objetivas. Sin embargo, hay dos diferencias
fundamentales: en primer lugar, postula que en su formación también son
importantes otros factores económicos, aparte de los reconocidos por
Marx. Por ejemplo, para Weber, las divisiones de clase se derivan no solo
del control o no de los medios de producción, sino también de diferencias
que no son estrictamente económicas. Estas formas de diferenciación son
los conocimientos técnicos y las credenciales o las calificaciones que
influyen en el tipo de trabajo que las personas pueden obtener. Es decir,
los profesionales y directivos ganan más y tienen mejores condiciones de
trabajo que, por ejemplo, las personas de “cuello azul”; sus credenciales
educativas les otorgan mayor capital en el mercado. A su vez, dentro de la

9
clase de los trabajadores que realizan tareas manuales, los artesanos
calificados pueden asegurarse salarios más altos que los que tienen poca o
ninguna calificación. En segundo lugar, Weber distingue otros dos aspectos
básicos de la estratificación, además de la clase. A uno lo denomina
estatus, y al otro, partido.

Así, para Weber la desigualdad social se produce por la interacción de tres


dimensiones:

1) desigualdad económica, denominada como posición de clase (esfera


económica);
2) desigualdad en relación al prestigio social (esfera social);
3) desigualdad en relación al poder (esfera política).

A su vez, Weber tiene otra visión de la estratificación: una perspectiva


multidimensional de la estratificación (Marx, por el contrario, pensaba que
el poder y el prestigio social se derivaban de la posición económica, por lo
que no vio razón para estudiar esas dimensiones por separado).

Estatus

Según Weber, el estatus hace referencia a las diferencias que existen entre
dos grupos en cuanto a la reputación o prestigio que les conceden los
demás. Es decir, hay grupos que tienen posiciones privilegiadas y que son
reconocidos por su gran prestigio en una determinada sociedad; los
médicos son un ejemplo de estos.

Desde la perspectiva de Duek e Inda (2006), el estatus representa la


distribución del poder social. De acuerdo con esto, el poder social es el
cimiento de la formación de estamentos o grupos de estatus jerarquizados,
así como el poder económico lo es de la formación de clases. Las divisiones
estamentales de la sociedad no tienen que ver con diferencias económicas,
de posición en los mercados de bienes ni de trabajo, sino que hacen
referencia a diferencias sociales, es decir, de prestigio, estatus u honor. Es
así que la distribución del poder social o prestigio en una comunidad
configura un orden estamental.

Giddens (2010), por su parte, señala que aunque la clase está dada de
forma objetiva, la posición depende de la evaluación subjetiva que tengan
las personas sobre las diferencias sociales.

10
Partido

Como señala Giddens (2010), Weber plantea que en las sociedades


modernas la formación de partidos es un aspecto importante del poder y
puede influir en la estratificación, con independencia de la clase y de la
posición. El partido define a un grupo de individuos que trabajan
conjuntamente porque tienen orígenes, aspiraciones o intereses comunes.

Como señalamos anteriormente, Marx entendía que la clase social


explicaba las diferencias de estatus y la organización en partidos políticos;
Weber, en cambio, argumentaba que ninguno de esos procesos podía
reducirse a las divisiones de clase (aunque claramente se veían influidos
por ellas y, a su vez, la posición y la organización de los partidos podían
influir en las circunstancias económicas de los individuos y de los grupos,
afectando la clase). De tal modo, Weber observaba que los partidos podían
estar basados en preocupaciones que excedían las diferencias de clase,
como los orígenes religiosos o los ideales nacionalistas.

Veamos un ejemplo: una persona que adhiere a la teoría marxista puede


explicar en términos de clase los conflictos entre católicos y protestantes
en el norte de Irlanda, puesto que hay más católicos en trabajos de clase
obrera que protestantes. Un weberiano, en cambio, opinaría que tal
explicación es ineficaz, porque también hay muchos protestantes que
proceden de la clase trabajadora. Los partidos a los que las personas se
afilian son la expresión tanto de las diferencias religiosas como de las de
clase.

Coincidimos con Giddens (2010) en que los escritos de Weber sobre la


estratificación son importantes porque, además de la clase, muestran otras
dimensiones del fenómeno que tienen una gran influencia en las vidas de
las personas. Algunos sociólogos sostienen que el esquema de Weber
ofrece una base más flexible y compleja para el análisis de la estratificación
que el proporcionado por Marx: si se entiende la desigualdad desde esta
perspectiva multidimensional, ya no es posible hablar de una sociedad
polarizada en dos clases sociales.

Ambos esquemas de clase y la explicación funcionalista tienen en la


actualidad defensores y detractores, por lo que el debate continúa. Lo que
queremos destacar es que los sociólogos contemporáneos sofisticaron sus
marcos teóricos y metodologías para explicar las desigualdades en las
sociedades actuales. En esa dirección, podemos establecer que hay
perspectivas neomarxistas, neoweberianas y neofuncionalistas.

Estas discusiones muchas veces adquirieron matices cuando los sociólogos


intentaron aplicar las categorías generales a la situación en América Latina.

11
¿Cuál es la relación entre la inteligencia y la
desigualdad?
Para seguir pensando, leamos un fragmento de una intervención realizada
por Bourdieu en el marco del coloquio realizado por el Movimiento contra
el Racismo y la Amistad entre los Pueblos (MRAP), en 1978, titulado El
racismo de la inteligencia.

Para leer el fragmento completo, consulta la bibliografía complementaria:


Bourdieu, 1978, pp. 67-71.

Quisiera decir, en primer lugar, que hay que tener presente


que no hay un racismo, sino racismos: hay tantos racismos
como grupos que tienen la necesidad de justificarse por
existir como existen, constituyendo esto la función
invariante de los racismos.

Me parece muy importante centrar el análisis en las


formas de racismo que son sin duda las más sutiles, las más
irreconocibles y, por tanto, las menos denunciadas, quizá
porque los denunciadores habituales del racismo poseen
algunas de las propiedades que inclinan a esta forma de
racismo. Me refiero al racismo de la inteligencia. El racismo
de la inteligencia es un racismo de clase dominante que se
distingue por una multitud de propiedades de lo que se
designa habitualmente como racismo, es decir, el racismo
pequeñoburgués, que constituye el objetivo central de la
mayoría de las críticas clásicas del racismo, empezando por
las más vigorosas, como la de Sartre.

Este racismo es propio de una clase dominante cuya


reproducción depende, en parte, de la transmisión del
capital cultural, capital heredado que tiene la propiedad de
ser un capital incorporado y, por tanto, aparentemente
natural, innato. El racismo de la inteligencia es lo que utilizan
los dominantes con el fin de producir una «teodicea de su
propio privilegio», como dice Weber, es decir, una
justificación del orden social que dominan. Es lo que hace
que los dominantes se sientan justificados de existir como
dominantes, que se sientan de una esencia superior. Todo
racismo es un esencialismo y el racismo de la inteligencia es
la forma de sociodicea característica de una clase dominante

12
cuyo poder se basa en parte en la posesión de títulos que,
como los títulos escolares, se consideran garantía de
inteligencia y que han suplantado en muchas sociedades,
incluso para el acceso a las posiciones de poder económico,
a los antiguos títulos, tales como los títulos de propiedad o
los títulos nobiliarios. (Bourdieu, 1978, pp. 67-71).

13
Referencias
Bourdieu, P. (1978). El racismo de la inteligencia. Cahiers Droit et liberté (Races,
sociétés et aptitudes: apports et limites de la science), (382), 67-71.
Recuperado de
http://seminariocontemporanea.pbworks.com/f/El+racismo+de+la+intelige
ncia.doc

Comisión Económica para América Latina y el Caribe. (2015). Cepalstat. Bases de


Datos y Publicaciones Estadísticas. Recuperado el 09/01/2015 de
http://estadisticas.cepal.org/

Davis, K. (1942). A Conceptual Analysis of Stratification. American Sociological


Review, (7), 309-321.

Davis, K., & Moore, W. E. (1945). Some Principles of Stratification. American


Sociological Review, (10), 242.

Duek, M. C., e Inda, G. (2006). La teoría de la estratificación social de Weber: un


análisis crítico. Revista austral de ciencias sociales, (11), 05-24.

Duek, M. C., e Inda, G. (2007). Lectura de Marx: tras el concepto de clases


sociales. Confluencia, 3(6).

Emirbayer, M. (1997). Manifesto for a Relational Sociology. American Journal of


Sociology, 103(2), 281-317.

Giddens, A. (1994). El capitalismo y la moderna teoría social. Barcelona, ES: Labor.

Giddens, A. (2010). Sociología. (trad. por F. M. D. Bustillo; 6.ta ed.). Madrid, ES:
Alianza.

Laurin-Frenette, N. (1976). Las teorías funcionalistas de las clases sociales:


sociología e ideología burguesas. ES: Siglo XXI Editores.

Macionis, J., y Plumer, K. (2007). Sociología (4.ta ed). Madrid, ES: Pearson Prentice
Hall.

Marx, C., y Engels, F. (2005). Manifiesto del Partido Comunista [Versión digital].
Biblioteca Universia. Recuperado de
http://dspace.universia.net/bitstream/2024/1507/1/marxengels_manifiest
ocomunista.pdf

Referencias web:
Chaplin, C. (2012). Tiempos Modernos [Video en YouTube]. Recuperado de
https://www.youtube.com/watch?v=Mv9M10heGkg

14

Você também pode gostar