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EL VIENTO Y LA PALABRA 31 07-11-2003

El viento, entre el susurro de hojas


el movimiento de hierbas y el silbar de algunas cañas, le ganó la partida a Dios, adelantó la
palabra.
Buscó donde grabarla en acto de soberbia, se fijó en el agua y en el fuego, también en la tierra
que no le cedieron paso en su recorrido, se fue con su tropelía a cuestas.
Pero encontró una criatura, inerme junto a la cueva que se espantaba de sombras, de ruidos y
de las fieras, entonces entró en su garganta y se clavó en unas cuerdas y ese animal que han
bautizado hombre, hizo eco sobre el planeta.
Después del susto y el asombro, se creyó pájaro, rumor, otra bestia,
y empezó a cantar, sus sueños dentro de la cueva.
El viento, que ya era dios y que estaba donde sea no quedó conforme con su obra y sopló,
sopló a su nueva bestia.
El aire transformado en canción, ya no quedó en las cuevas.
Entró por las narices, le inundó todas las venas su corazón, sus huesos, también la cabellera, y
desafiando al destino llegó gris esencia.
El maldito viento y su soberbia
no se contentó con la voz, con el nuevo trino y el poeta, hundió la daga hiriente, en la cumbre
del monte lugar de los sueños y la canción despierta.
Aquel animal inerme, indefenso en la pradera se fabricó un mundo, el de las quimeras.
Luego no contento con esto, a las palabras ordenó en cuentas y fabricó el concepto que dio luz
a la razón, su perfidia y su saeta.
Y el hombre ya no habló en poesía, tenía una arma secreta, el uso de la palabra dimensionó su
conciencia.
El poeta quedó en el recuerdo ya que la razón formó su imperio, el hombre olvidó su garganta
brazo armado del sentimiento, y razonó este mundo, este que hoy conocemos.
A lo largo de los siglos, a lo largo de los milenios quedan trazas en el cielo de aquellas almas que
cantan, que cantan casi sin consuelo, queriendo transformar al hombre, que vuelva a su terreno.
Queriendo decirle al viento:
tráeme la palabra, nuevamente el verbo, que de esta cuerda yo me hago cargo, las ato a mis
sentimientos.
Entonces de vez en tanto, cuando luego del viento, de la brisa y del tiempo reina la quietud
fabricada, por la unión de los lamentos aprovecha esa estela, que estaba en el firmamento,
baja, ilumina al ciego, y lo ahoga de sentimientos.
Le deja también un mandato:
dejá que te sienta el hombre, dejá que te sienta el viento, ve y canta poeta, canta desde la
garganta,
muéstrales que hay otro idioma, que aún nos merecemos ese que se fabrica del alma, en
conjunción con los elementos.

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