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El ius puniendi se origina en el contrato social. La necesidad de paz impulsa a ceder parte
de su libertad, la suma de esas porciones fundamenta el derecho de castigar, por eso
una persona no va autorizar nunca en el contrato que si comete un delito lo maten.
El primero, cuando, aun estando privado de libertad, tenga todavía tantas relaciones y tal
fuerza que su muerte interese a la seguridad de la nación; es decir, cuando su existencia
pueda producir una revolución peligrosa en la forma de gobierno establecida. La muerte
del ciudadano se hará necesaria cuando la nación recupere o pierda con ella su libertad,
o bien en tiempos de anarquía, cuando el desorden reemplace a las leyes
El segundo motivo que puede hacer creer justa y necesaria la pena de muerte es tan sólo
cuando la muerte del mismo sea el verdadero y único freno para impedir a los demás
ciudadanos que cometan delitos.
La pena será tanto más justa y útil cuanto sea más pronta y más vecina al delito cometido.
Se dice que más justa, porque ahorra al reo los tormentos inútiles y fieros de la
incertidumbre, y más justa, porque, siendo la privación de la libertad una pena, no puede
preceder a la sentencia, sino cuando la necesidad lo pide. La cárcel, por tanto, es la
simple custodia de un ciudadano mientras al reo se le juzga; y esta custodia, siendo,
como es, esencialmente penosa, debe durar el menor tiempo posible y además debe ser
lo menos dura que se pueda.
la prontitud de las penas es más útil, porque cuanto menor sea el tiempo que transcurra
entre la pena y el delito, tanto más fuerte y duradera será en el alma humana la asociación
de estas dos ideas: delito y pena, de tal suerte que insensiblemente se consideren, la una
como razón, y la otra como efecto necesario indefectiblemente.