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art. 51, por vez primera, el OJ español acoge la idea de la defensa de los consumidores y usuarios
como una pauta legislativa y criterio rector y ordenador de una serie de relacio- nes sociales
calificadas como de contratos de consumo.
El art. 51, de protección de los consumidores y usuarios, viene inspirado por la Constitución
portuguesa de 1976.
El art. 51 CE dice:
“1. Los poderes públicos garantizarán la defensa de los consumidores y usuarios, protegiendo
mediante procedimientos eficaces, la seguridad, la salud y los legítimos inter- eses económicos de los
mismos.
3. En el marco de lo dispuesto en los apartados anteriores, la Ley regulará el co- mercio interior
y el régimen de autorización de productos comerciales”.
Hasta la CE de 1978 no existía en España ninguna disposición legislativa que tuvie- ra por objeto la
defensa del consumidor, ni estructura alguna social a su favor. Es punto de arranque de la política de
protección del consumidor desarrollada desde entonces, pasan- do en pocos años de un gesto
programático a convertirse en un principio del desarrollode la legislación ordinaria.
¿Quiere ello decir que la protección de los consumidores y usuarios ha devenido un principio general
del Derecho?
La cuestión debatida desde la promulgación de la CE, así como de la LGDCU, en prin- cipio parece
clara, dado:
- Lo establecido en el artículo 53.3 CE, que establece: “el reconocimiento, respeto y protección
de los principios de dicho título y capítulo, informaran la legislación posi- tiva, práctica judicial y la
actuación de los poderes públicos…pudiendo ser alegada su defensa ante la jurisdicción ordinaria, de
acuerdo con lo dispuesto en las leyes de desarrollo, y que en la actualidad son numerosas”.
Sin embargo, el problema existe en decidir si la protección de los consumidores y usuarios puede
considerarse o no como un principio general del Derecho, pues en caso afirmativo jueces y
magistrados no podrán dejar de aplicarlo ante la falta de una ley de desarrollo o costumbre apli- cable
al caso. Ante tal aspecto, surgen dos líneas doctrinales distintas: la negación del principio y la
afirmación del principio.
Antes de exponerlas llamar la atención sobre el artículo 1.1 del TRLCU, que otorga: “En desarrollo del
artículo 51.1 y 2 de la Constitución que, de acuerdo con el artículo 53.3 de la misma, tiene el carácter
de principio informador del ordenamiento jurídico, esta norma tiene por objeto establecer el régimen
jurídico de protección de los consumidores y usuarios en el ámbitode las competencias del Estado”.
Es defendida por los tratadistas del Derecho Mercantil, quienes aún reconociendo la importancia de la
protección de los consumidores y usuarios, siendo importante, ha de cohonestarse y ponerse en
relación con una serie de principios y derechos constituciona- les de mayor y mejor rango que
vendrían a poner en cuarentena la conclusión de que la protección de consumidores y usuarios
constituye un principio general del derecho.
Esta línea pretende debilitar el alcance y significado de la protección de los consu- midores,
reduciendo su potencia “informadora” del ordenamiento jurídico a una mera idea programática, a una
idea-fuerza de nueva incorporación que paulatinamente debe irse desarrollando, para alcanzar, a la
postre, la conclusión de que resulta exacerbado afirmar la existencia de un nuevo principio general
del derecho, técnicamente hablando.
Otros autores, en cambio, consideran que tal argumentación no afronta directa- mente la cuestión
tratada ni es de otra parte decisiva en relación con la calificación del principio pro consummatore.
Resulta improcedente por tanto negar el carácter informador de la defensa de los consumidores y
usuarios, originador de numerosas disposiciones legales, cuya ratio legis consiste en superar viejos
esquemas de igualdad formal y adoptar criterios especiales de protección del consumidor.
De hecho, el sistema económico diseñado por la CE, asentado en la iniciativa económica privada no
daña la consideración de la protección de consumidores y usuarios, que es para nuestra legislación
un principio general del Derecho o principio general infor- mador del Ordenamiento Jurídico.
2.1. PRESENTACIÓN
La Ley (en adelante LCU) fue mal recibida y objeto de crítica feroz por parte de los juristas que se
acercaron a ella, pues ciertamente se trata de una disposición legal que debería haber contado con
algún apoyo jurídico-político, además del propio del Ministerio de Sanidad y Consumo, y sobre todo
con trabajos preparatorios que hubieran puesto en conexión el proyecto con disposiciones legales
preexistentes, algunas de gran calado, co- mo los propios del Código civil y de comercio.
La LCU en su redacción originaria, era bastante breve y constituía realmente una primera
aproximación a la regulación del consumo, que pretendía abordar en una dece- na de capítulos de
diferente textura y carácter, sin incidir directamente en las normas con- tractuales previamente
aplicables, lo que generó una sensación de duplicidad de regula- ciones que provocó el rechazo de
los profesionales del Derecho. Los abogados y jueces tardaron mucho tiempo en poner en acción
algunas de sus posibilidades y algunos teóri- cos del Derecho tampoco supimos superar los aspectos
formales de la Ley y centrarnos en los aspectos de evidente matiz positivo, como por ejemplo la
integración contractual de los mensajes publicitarios, la promoción del asociacionismo de los
consumidores o el régimen del sis- tema arbitral de consumo, que al final han sido unas constantes
de aplicación cotidiana bastante aceptables.
Los objetivos fundamentales perseguidos por la LCU, por otra parte, los ponía de manifiesto en su
propio preámbulo, de extraordinaria brevedad:
2. Disponer del marco legal adecuado para favorecer un desarrollo óptimo del movimiento
asociativo en este campo.
3. Declarar los principios, criterios, obligaciones y derechos que configuran la defensa de los
consumidores y usuarios y que, en el ámbito de sus compe- tencias, habrán de ser tenidos en cuenta
por los poderes públicos en las ac- tuaciones y desarrollos normativos futuros en el marco de la
doctrina sen- tada por el Tribunal Constitucional”.
Dada la ratio legis de la LCU y su especial preocupación por la protección de los con- sumidores y
usuarios, se deriva como uno de sus criterios fundamentales, la irre- nunciabilidad previa de los
derechos y facultades otorgados por ella a consumidores y usuarios, así como la declaración de
nulidad de cualesquiera actos o contratos realiza- dos en fraude de ésta.
Preceptos que se encuentran tan íntimamente conectados con el régimen general con- templado en
el art. 6 del CC que el segundo párrafo del apartado citado se cierra recono- ciendo expresamente
ese extremo: “… de conformidad con el artículo 6º del Código Civil”.
Gran parte de las disposiciones legislativas vigentes han sido objeto de refundición normativa por
parte del RDL 1/2007 por el que se aprueba el Texto Refundido de la Ley General para la Defensa de
los Consumidores y Usuarios (TRLCU).
Modificada posteriormente por la Ley 3/2014 de 27 de marzo. 5.1. INTRODUCCIÓN: OBJETO DE LA
REFUNDICIÓN NORMATIVA
Se trata de una legislación delegada al adoptarse la veste de Real Decreto Legislativo. Re- funde en
un único Texto la LGDCU 26/1984 y las normas de transposición de las Directivas comunitarias
dictadas en materia de protección de los consumidores y usuarios, regulari- zando, aclarando y
armonizando los textos legales.
• Ley sobre los contratos celebrados fuera de establecimiento mercantil y los contratos a
distancia.
• La regulación sobre la responsabilidad civil por daños causados por productos defectuo- sos.
Quedan excluidas otras normas de transposición de las directivas comunitarias, que instrumentan
regímenes jurídicos muy diversos que regulan ámbitos sectoriales específicos alejados del núcleo
básico de la protección de los consumidores y usuarios, tales como:
• Las normas sobre radiodifusión televisiva y la Ley de garantías y uso racional de los
medicamentos y productos sanitarios.
turístico.
Aunque la disposición derogatoria no lo indique así, lo correcto es entender que “Toda disposición
anterior con rango de ley que se oponga al RDL 1/2007 o que hayan sido integradas en el texto
refundido quedan derogadas, con carácter general, si bien de- jando a salvo aquellos mandatos en
ellas contenidos que se refieran a preceptos de otras disposiciones legislativas no refundidas”.
5.4. SISTEMÁTICA
El TRLCU contiene 165 arts., 3 disposiciones transitorias, y 3 disposiciones finales, todo ello
estructurado en IV Libros.
Este primer libro es Tributario del texto originario de la LCU y siguiendo su esque- ma contempla
sucesivamente en cinco títulos las diferentes materias:
4. La potestad sancionadora.
Libro III Responsabilidad civil por bienes o servicios defectuosos, materia de extraordina- ria
complejidad y dificultad.
El TC ha asentado una serie de criterios básicos sobre la materia que si bien no despejan todas las
dudas existentes sí conviene tener presentes. Veámoslos:
1º. el Derecho del consumo es una materia en la que concurren disposiciones del Dere- cho privado y
de Derecho público. Es respecto a estas últimas normas, las jurídico- públicas, donde las CCAA
tienen reconocida competencia. Nos referimos como es na- tural a las disposiciones de Derecho
administrativo, pues por obvias razones han de quedar fuera tantos las de penal como las de
procesal.
2º. El régimen del comercio interior está regulado también por normas administrativasde diverso tipo.
Por tanto, sobre estas tienen igualmente competencias las CCAA, si así se establece en los
respectivos Estatutos.
3º. El Estado tiene competencias sobre una diversidad de títulos referentes al comercio,al derecho de
los contratos y a la responsabilidad contractual:
b) Competencia sobre la legislación civil, con la salvedad de los territorios con derecho ci- vil
foral.
d) Competencia exclusiva sobre la regulación de las bases de las obligaciones contractua- les.
f) La regulación de las condiciones generales de los contratos y las modalidades contrac- tuales
corresponden al legislador estatal.
Así pues, parece que dentro del debate general que se produce entre Estado y CCAA exis- te un
cierto consenso sobre la aceptación de las siguientes afirmaciones:
1. El derecho de obligaciones es competencia exclusiva del Estado por las razones ya vistas,
fundamentalmente por la atribución de determinadas competencias exclu- sivas al Estado y principio
de unidad de mercado.
2. Las CCAA con competencias plenas en materia de consumo pueden regular todas las
cuestiones jurídico-públicas de carácter administrativo, esto es, especialmente las materias de
sanciones y controles administrativos.
3. Y las CCAA sin competencia plena en materia de consumo podrán desarrollar re-
glamentariamente y ejecutar las normas referidas en la relación anterior.
Establecer una noción legal de consumidor tiene como ventaja que, salvo que la ley disponga otra
cosa, todas las personas incluidas en la misma, pueden ejercitar los derechos, facultades y beneficios
que la ley les otorga sin que tengaque examinarse caso por caso.
Pero esto no significa que solo se deba disponer de una noción legal única de con- sumidor; es más,
los diferentes propósitos de protección de la legislación exigen una con- cepción diferenciada.
No existe una clara y única noción científico-jurídica sobre consumidor, pero sí existe relación entre
las nociones existentes, pues en todas ellas subyace el mismo tipode adquirente de bienes y
servicios al que se trata de proteger.
• La concreta o estricta, centrada en quienes adquieren bienes o servicios para uso pri- vado
• La abstracta o amplia que incluye a todos los ciudadanos en cuanto personas que as- piran a
tener una adecuada calidad de vida. En esta noción destacan dos ideas: la pro- tección del
consumidor y la protección de la calidad de vida. Esto hace que la noción no sea adecuada para
entregar derechos individuales, sino para crear programas polí- ticos en atención a todos los
ciudadanos en cuanto consumidores.
Por ello hemos de acudir a las nociones concretas que son las que atribuyen derechos a cada
consumidor en concreto, pudiendo ejercitarlos individualmente.
Esta noción, basada en un criterio subjetivo, es la que se ha recogido en la generalidad de los textos
legales.
04-05-10
En la mayor parte de las definiciones legales incorporadas a las disposiciones nor- mativas
reguladoras de la materia, el consumidor es sistemáticamente asimilado a la figu- ra del contratante.
A este tipo de consumidor se le denomina consumidor jurídico frente al consumidor material que sin
haber contratado la cosa o el servicio puede utilizarlos. La protección de los consumidores gira
principalmente sobre el consumidor jurídico, pero evidentemente dicho planteamiento no deja de
tener fisuras profundas y de plantear gra- ves problemas en su aplicación práctica concreta. El lugar
de los consumidores está todav- ía mal definido, porque no puede ocultarse que su integración en el
Derecho clásico de los contratos crea grandes dificultades.
Sin embargo, ha habido un movimiento en favor de una mejor protección del consumidor material.
Esta orientación se ha visto sobretodo recogida en el ámbito de la seguridad de los consumidores.
Así, la ley 22/1994, de 6 julio, de responsabilidad civil por los daños causados por produc- tos
defectuosos establece como principio general en su artículo 1 que "los fabricantes y los importadores
serán responsables, conforme a lo dispuesto en esta ley, de los daños causados por defectos de los
productos que, respectivamente, fabriquen o importen".
El referido artículo, con alguna variante, ha sido refundido como artículo 135 TRLCU: "los productores
serán responsables de los daños causados por los efectos de los productos que, respectivamente,
fabriquen o importen". Esto significa que los sujetos protegidos por esta norma son, en general, los
perjudicados por el producto defectuoso,
El concepto material de consumidor puede coincidir o no con el Jurídico. El con- sumidor del producto
o del servicio puede ser quien lo haya adquirido o bien una perso- na distinta. En ambos casos se es
consumidor, si bien la presencia y el ejercicio de los de- rechos y garantías variarán, según se trate
de un consumidor material o jurídico. Precisa- mente este último es quién podrá ejercitar los
derechos, garantías y acciones derivadosde la adquisición; sin embargo, las excepciones, como
regla, son cada día más numerosas y de mayor incidencia.
05/06/07/08/08/09/11/12/13/13/13 concepto.
3.1. EL PRECEPTO CONSTITUCIONAL COMO PILAR DEL SISTEMA.
Formalmente, la LCU 26/1984 obedece al propósito de desarrollar el art. 51 CE, el cual enumera una
serie de derechos del consumidor. Algunos autores han definido de una par- te, los derechos
fundamentales del consumidor entre los que se encuentran la seguridad, la salud y legítimos interés
económicos y de otra parte, los derechos instrumentales, nece- sarios para garantizar la protección
los anteriores y que, serían la información, la informa- ción, la educación y la participación por medio
de organizaciones propias.
(Los autores del libro consideran que tal planteamiento teórico del tema no es del todo correcto y que
se trata de una mera descripción)
Si se deduce de los arts. 51 y 53 CE, que la defensa de los consumidores y usuarios pasa a ser un
principio informador del ordenamiento jurídico, de la práctica judicial y de la ac- tuación de los
poderes públicos. Así lo declara la Exposición de motivos de la propia LCU y así resulta técnicamente
del conjunto del sistema: la defensa y protección del consumidor es un principio general del Derecho.
La LCU delimita su ámbito de aplicación en el artículo 1, apartado 1ª, al establecer que “tiene por
objeto la defensa de los consumidores y usuarios”. ¿Quiénes pueden conside- rarse consumidores y
usuarios? Art. 1.2 y 1.3:
1.2. A los efectos de esta Ley, son consumidores o usuarios las personas físicas o jurídicas que
ad- quieren, utilizan o disfrutan como destinatarios finales, bienes muebles o inmuebles, productos,
servicios, actividades o funciones, cualquiera que sea la naturaleza pública o privada, individual o
colectiva de quienes los producen, facilitan, suministran o expiden.
Es claro por tanto que la LCU ha optado por una noción concreta basada en un criterio subjetivo que
gira en torno a la expresión «destinatarios finales», e identifica al destinata- rio final con la persona
que adquiere los bienes o los servicios para un uso personal, fami- liar o doméstico.
de mercado, pues el consumidor será destinatario final de los bienes o los servicios perso-
nales o familiares, aunque vuelva a desprenderse de ellos, como ocurre con los regalos que se
realizan a personas ajenas a nuestro círculo familiar (regalos a amigos, etc.).
Por otro lado, de la actuación del consumidor dentro del mercado se desprende tam- bién que no hay
consumo frente a las Administraciones públicas cuando éstas actúan so- metidas al Derecho
administrativo. Tampoco son actuaciones de consumidores las que se realizan en condiciones
especiales y distintas de las del mercado en atención, por ejemplo, a la relación laboral existente
entre el cliente y una empresa. En cambio, es elemento fundamental que la adquisición de bienes o
servicios para uso privado se realice con relación a un empresario.
Por ello, la protección de los consumidores no tiene sentido cuando las relaciones se establecen
entre particulares o entre empresarios. La causa de la primera exclusión es que la finalidad de las
normas protectoras de los consumidores consiste en defender al particular que contrata a un
empresario, mientras que en el caso de contratos efectuados entre empresarios se presume que son
expertos en el tráfico mercantil al dedicarse habi- tualmente a él.
Ambas condiciones pueden coincidir en una misma persona, pero no tiene por qué. Cuando no
coincidan adquirente y consumidor del bien, ambos tendrán consideración de consumidor para la
LCU.
Ello no significa que ambos puedan hacer uso de los derechos que la ley reconoce al con- sumidor.
Es el adquirente el que debe ejecutar los derechos vinculados a la realización del contrato, mientras
que los derechos para proteger la salud o seguridad jurídica del consumidor serán ejecutados por
quien disfruta o utiliza el bien o servicio.
La LCU a diferencia de la normativa comunitaria, admite también como consumi- dor o usuario a la
persona jurídica pero sólo cuando adquiera bienes o servicios que sean utilizados o consumidos por
personas vinculadas a ella cuando no medie relación de mercado.
Esta inclusión de persona jurídica como consumidor ha sido criticada pues una de las ra- zones que
justifican la protección del consumidor radica en que, a diferencia de los em- presarios, los
consumidores carecen de una organización que les permita “autoproteger- se”, circunstancia que no
ocurriría en personas jurídicas sin ánimo de lucro. No obstante, desde el punto de vista del Derecho
español, dada la laxitud con la que nuestro ordena- miento jurídico otorga la personalidad jurídica, la
exclusión podría resultar excesiva.
La mayor dificultad sería el momento de determinar qué personas jurídicas son consumidores.
Habrán de exigirse los mismos requisitos que debe reunir el consumidor persona física. La ley
excluye la consideración de consumidor a todo aquel que realiza actividad de producción,
transformación, comercialización o prestación a tercero.
La consideración de consumidor se reducirá por tanto a las personas jurídicas que trans- mitan a
título gratuito (o precio de coste) los bienes y servicios adquiridos. Por ejemplo, lo serían las
fundaciones o asociaciones que adquieren bienes o servicios para ser utiliza- dos por los miembros
de la entidad.
personas físicas.
Pero la Ley 3/2014 de 27 de marzo, por la que se modifica el texto refundido de la Ley General para
la Defensa de los Consumidores y Usuarios, armoniza el concepto de con- sumidor y usuario,
incluyendo entre ellos a las personas jurídicas que puedan considerar- se destinatarias finales,
siguiendo lo fijado ahora en toda la UE
“El texto refundido de la Ley General para la Defensa de los Consumidores y Usuarios y otras leyes
complementarias pretende, asimismo, aproximar la legislación nacional en materia de protección de
los consumidores y usuarios a la legislación comunitaria, también en la terminología utilizada. Se opta
por ello por la utilización de los términos consumidor y usuario y empresario.
Así, el concepto de consumidor y usuario se adapta a la terminología comunitaria, pero respeta las
peculiaridades de nuestro ordenamiento jurídico en relación con las personas jurídicas.
El consumidor y usuario, definido en la ley, es la persona física o jurídica que actúa en un ámbito
ajeno a una actividad empresarial o profesional. Esto es, que interviene en las relaciones de consumo
con fines privados, contratando bienes y servicios como destinatario final, sin incor- porarlos, ni
directa, ni indirectamente, en procesos de producción, comercialización o prestación a terceros”.
Así pues, podemos concluir que en relación con la cuestión tratada la refundición normativa no ha
establecido fractura alguna, sino que se ha mantenido una línea conti- nuista con la propia noción de
Derecho interno. Por tanto, todo cuanto hemos venido afirmando en las páginas anteriores, puede
considerarse perfectamente válido y digno de ser mantenido tras la promulgación del TRLCU.
De otro lado, y teniendo en cuenta la pretensión armonizadora del TRLCU, es na- tural que la nueva
disposición legislativa hubiera de plantear un concepto general y armo- nizado de “consumidor y
usuario”.
Por ello, el Art. 3 expresa: “[…] son consumidores y usuarios las personas físicas o jurídicas que
actúan en un ámbito ajeno a una actividad empresarial o profesional”.
Actualmente se debe tener en cuenta la redacción dada a este fundamental artículo por la Ley 3/2014
de 27 de marzo, antendiendo a la necesidad de incorporar la Directiva 2011/83UE del Parlamento
Europeo y del Consejo. Entre las definiciones aromonizadas que recoge la nueva lee (linea
continuista con el TRLCU) están tanto la de consumidos como la de empresario y por lo que se
refiere al art. 3 dispone:
A efectos de esta norma y sin perjuicio de lo dispuesto expresamente en sus libros tercero y cuarto,
son consumidores o usuarios las personas físicas que actúen con un propósito ajeno a su actividad
comercial, empresarial, oficio o profesión
Son también consumidores a efectos de esta norma las personas jurídicas y las en- tidades sin
personalidad jurídica que actúen sin ánimo de lucro en un ámbito ajeno a una actividad comercial o
empresarial”
en relación para merecer la tutela que dicha ley otorga. Si bien así se deduce de las refe- rencias
continuas a fabricantes, productores, importadores y suministradores en diversos artículos, y de las
menciones a las empresas o entidades.
Así pues, para calificar a una persona como consumidor o usuario es indiferente quien haya
suministrado el bien o servicio. El apartado 2 del art. 1 de la ley establece: "cualquiera que sea la
naturaleza público privada, individual o colectiva, de quienes lo producen, facilitan, suministran o
expiden".
En relación con la materia ahora tratada, el TRLCU ha optado por diversificar y conceptuar a las
distintas personas que pueden haber tenido relaciones contractuales con los consumidores o
usuarios o que, por causa de responsabilidad extra contractual, hayan de indemnizarlos.
Hay que tener en cuenta que con la Ley 3/2014 de 27 de marzo, se hace suya la armo- nización en
toda la UE de las nociones tanto de consumidor y usuario, cuanto la de em- presario, modificando el
artículo cuarto, que pasa a decir:
“A efectos de lo dispuesto en esta norma, se considera empresario a toda persona físi- ca o jurídica,
ya sea privada o pública, que actúe directamente o a través de otra persona en su nombre o
siguiendo sus instrucciones, con un propósito relacionado con su actividad comercial, empresarial,
oficio o profesión”
Aunque el CC no lo disponga expresamente, se desprende del mismo que los con- tratantes son
iguales para contratar y tienen la misma capacidad económica para llevara cabo la negociación
patrimonial ínsita en todo contrato.
La formación del contrato es para el código civil un asunto entre particulares que son iguales ante la
ley y que, por consiguiente, deben procurar la satisfacción de sus inter- eses de forma personal e
individual.
Esta visión liberal-individualista de los Códigos del s. XIX se correspondía con la realidad sociológica
inmediatamente posterior a la Revolución Francesa. Pero esta igual- dad formal ante la ley no se
correspondía con la realidad económica de cualquiera de los países europeos.
Determinadas capas de ciudadanos se veían en el siglo XIX, (y nos vemos hoy), obligados a firmar
determinados contratos en condiciones predispuestas por la parte económicamente fuerte, de tal
forma que realmente no hay coincidencia de voluntades como regla general indiscutible.
Siendo cierto que, la negociación contractual se produce como tal, no lo es menos que en algunas
esferas, el particular se ve obligado a contratar ciertos bienes y servicios en condiciones que son
impuestas por los agentes económicos más poderosos.
1.2. LOS ACTOS EN MASA: LOS CONTRATOS DE CONSUMO 11/12/12 junto con el 5.1
El esquema de formación del contrato recogido en los CC responde por lo común a la celebración del
contrato personalizado y, por lo general, de relativa entidad económica.
Los actos en masa escapan al esquema codificado y se plantean en términos absoluta- mente
diversos. Por ello se ha hablado de crisis del esquema codificado, para resaltar que el proceso
formativo del contrato se ha visto profundamente alterado. La intervención esta- tal se ha hecho
necesaria en la autonomía privada. Los propios particulares han dejado de actuar como tales para
organizarse como grupo en defensa de sus intereses. En particular, "el movimiento consumerista” se
ha extendido por todos los países evolucionados en busca de una legislación que proteja sus
intereses frente a las grandes compañías y a los sumi- nistradores profesionales de bienes y
servicios.
El art. 51 CE, establece que los poderes públicos garantizan la defensa de los consumidores y
usuarios, protegiendo la seguridad, la salud y los legítimos intereses de los mismos. El desarrollo de
dicho mandato se ha llevado a cabo por la Ley General para la Defensa de los consumidores y
usuarios, Ley 26/1984, de 19 julio, como ocurriera después con su texto refundido de 2007. Di- chas
leyes tienen una innegable importancia y han modificado complementado numerosos pre- ceptos de
los Códigos Civiles y de comercio.
La evolución de los medios técnicos de comunicación y de comercio, junto con la aceptación por
nuestro ordenamiento del nuevo principio general del derecho de protección de los consumi- dores,
han exigido realizar los fundamentos y criterios de resolución de conflictos en relación con la
denominada "contratación entre ausentes".
Dicha revisión ha sido llevada a cabo por la Ley 34/2002, de servicios de la Sociedad de la
información y de comercio electrónico. Entre otras cosas regula la contratación por vía electrónica
(arts. 23 a 29). Esta ley mantiene el primer párrafo del art. 1262 del CC, que establece que "el
consentimiento se manifiesta por el concurso de la oferta y de la acep-
tación sobre la cosa y la causa que han de constituir el contrato”. El sistema sigue intacto en el
fondo: consentimiento, objeto y causa constituyen el contrato.
En cambio, respecto de la perfección del contrato, dicha ley ha modificado el criteriode determinación,
unificando los ap. 2 y 3 del art. 1262 y el 54 del Código Comercio; am- bos preceptos establecen
ahora, en sendos párrafos lo siguiente:
“Hallándose en lugares distintos el que hizo la oferta y el que la aceptó, hay consentimiento desde
que el oferente conoce la aceptación o desde que, habiéndosela remito el aceptante, no pueda
ignorarla sin falta a la buena fe. El contrato, en tal caso, se presume celebrado en el lugaren que se
hizo la oferta.
En los contratos celebrados mediante dispositivos automáticos hay consentimiento desde que se
manifiesta la aceptación”
Como regla general triunfa el criterio de la recepción como determinante en relación con la perfección
del contrato. Como regla especial, la aceptación es determinante en los casos de contratación
automática, habiendo consentimiento desde que se manifiesta ésta.
En cuanto a la contratación electrónica, esta ley establece un cuadro regulador de una materia
absolutamente nueva en el mundo del derecho. Ciertamente los aspectos funda- mentales del
derecho contractual no han sido modificados, limitándose la ley especial a consagrar la admisión de
dicho tipo de contratación. Dejando a salvo en todo caso:
a) Que los contratos electrónicos, como cualesquiera otros, serán válidos "cuando concurran el
consentimiento y los demás requisitos necesarios para su validez".
b) Que tales contratos se regirán por lo dispuesto en la ley especial y en... los Códigos Civil y de
Comercio.
Ante la amplitud de disposiciones legislativas afectadas o derogadas por el nuevo Texto Refundido de
la LCU, la Ley 34/2002 no ha sido modificada por el TRLRU, salvo por la Ley 56/2007 de 28 de
diciembre, de medidas de impulso de la sociedad de la información, que afecta a los artículos 24 y 27.
A mayor abundamiento la Ley 3/2014 de 27 de marzo, contempla en su art. 94, bajo la rúbrica de
Comunicaciones comerciales y contratación electrónica que “en las comunica- ciones comerciales por
correo electrónico u otros medios de comunicación electrónica y en la contratación a distancia de
bienes o servicios por medios electrónicos, se aplicará además de los dispuesto en este título, la
normativa específica sobre servicios de la socie- dad de la información y comercio electrónico”;
señalando, además, que “cuando lo dis- puesto en este título entre en contradicción con el contenido
de la normativa específica sobre servicios de la sociedad de la información y comercio electrónico,
ésta será de apli- cación preferente, salvo los dispuesto en el artículo 97.7, párrafo segundo”
La información contractual comprende tanto lo que, desde la perspectiva del con- sumidor, sería el
derecho a la información, cuanto los que podríamos calificar como "deberes de información" a cargo
de los suministradores de bienes y servicios que, por cua- lesquiera procedimientos, ponen a
disposición de los consumidores sus productos.
Así pues, en el ámbito contractual estamos ante una materia totalmente nueva, pues nunca los
códigos civiles ni la legislación mercantil habían mostrado preocupación por el tema. Partiendo de la
igualdad entre las partes, cada una de ellas debía de preocu- parse de la información que considerara
pertinente, sin que pueda decirse que una pueda imputar a la otra la falta de información como causa
de anulabilidad o nulidad del contra- to, salvo los supuestos de error o dolo.
En materia de consumo, sin embargo, la información contractual aparece con nue- vos tintes,
anunciados incluso en el ap. 2 art. 51 CE, cuando recoge textualmente "la in- formación de los
consumidores" como uno de los aspectos que deben promover los pode- res públicos. Así pues,
desde la aprobación de la Constitución los consumidores parecen tener derecho a estar y ser
informados respecto de cualesquiera relaciones contractuales que deseen acometer. ¿Es así
ciertamente?
Pues la verdad es que sí. Recogido así en el art. 51 de la Constitución trasvasado a la LCU y,
posteriormente, al art. 8 del TRLCU (no modificado por la Ley 3/2014) contempla y enumera como
“derechos básicos de los consumidores y usuarios” los propios elemen- tos considerados en el
precepto constitucional.
El desarrollo del derecho a la información se lleva a cabo en el art. 13 de la LCU1 (dero- gada en
2007). Es el primer artículo del Título IV titulado “Derecho a la información”.
1. Los bienes, productos y, en su caso, los servicios puestos a disposición de los consumidores y
usuarios deberán incorporar, llevar consigo o permitir de forma cierta y objetiva una información
veraz, eficaz y suficiente sobre sus características esenciales, y al menos sobre las siguientes: ...
Observar que todos los adjetivos del artículo tienden a objetivar el contenido de la in- formación que
deben ofrecer los suministradores de bienes y servicios a través del propio producto u otros medios
idóneos.
«Sin perjuicio de las exigencias concretas que se establezcan reglamentariamente, to- dos los bienes
y servicios puestos a disposición de los consumidores y usuarios deberán incorporar, acompañar o,
en último caso, permitir de forma clara y comprensible, infor- mación veraz, eficaz y suficiente sobre
sus características esenciales...».
Sigue dicho precepto la senda marcada por el anterior art. 13 LCU, pero a nuestro en- tender, desde
el punto sistemático, desenfoca y oscurece la cuestión, pues el art. 18 TRLCU, tanto en la
formulación de su rúbrica cuanto en su arquitectura normativa, parece conceder una precedencia al
«etiquetado y presentación de los bienes y servicios» sobre el derecho a la información, derecho
básico según el propio texto refundido, que no debe ser compartido. En puridad deberían haber
seguido un desarrollo legislativo inverso, pues el etiquetado no es más que una consecuencia del
derecho a la información veraz que tie- nen el consumidor.
CAPITULO 6:
04/06/08/09/11/13
La primera línea puede identificarse con la siguiente argumentación doctrinal y juris- prudencial:
llegado el momento de ejecución, en caso de discrepancia de las partes, todo contrato debe de ser
desde luego interpretado y calificado para determinar cuál es el sector normativoque, conforme a
dicha calificación, le corresponde.
Así pues, la interpretación y calificación del contrato son tareas para las que los juristas deben de
estar preparados. Pero una vez finalizadas tales tareas, el contrato debe obligar además a todo lo
que se derive del acuerdo contractual objetivamente entendido.
Por ello se entiende, generalmente, que la determinación y alcance de los acuerdos contractuales, en
ocasiones, requiere proceder a la integración del contrato como etapa autónoma de la dinámica
contractual.
Dicha conclusión se deduciría y asentaría en el tenor literal del artículo 1.258 del CC. “Los contratos
se perfeccionan por el mero consentimiento, y desde entonces obligan, no sólo al cumplimiento de lo
expresamente pactado, sino también a todas las consecuencias que, según su naturaleza, sean
conformes a la buena fe, al uso y a la ley”.
La segunda línea, ésta directamente legislativa, ha venido representada por la letra y espíritu del
artículo 8 de la LCU, que, en su redacción originaria (hasta la ley 23/2003), textualmente dispone lo
siguiente:
Resaltar que el 2º inciso del número 3º ha sido declarado inconstitucional por una STC, en la
expresión “constituidas de acuerdo con lo establecido en esta ley” y de otro lado que la publicidad
falsa o engañosa han de constituir, al menos, sanción administrativa. Pero ni uno ni otro tiene la
importancia de lo establecido en el apartado primero: La integra- ción de la publicidad y propaganda
en el contenido del contrato, aunque las promesas publicitarias no hayan sido transcritas ni
incorporadas ni objeto de documentos anexos al contrato.
No cabe duda alguna de que tanto el art. 1.258 CC cuanto el art. 8 LCU (retocado en la Ley 23/2003
de garantías en la venta de bienes de consumo, como ya hemos comentado) son normas
radicalmente imperativas y aplicables, como así lo acredita el conocimiento de la realidad de nuestros
Tribunales, en los que el precepto comentado es hoy moneda de uso corriente en múltiples
sentencias.
El artículo 8.1 LCU ha sido ligeramente retocado por la Ley 23/2003, de 10 de julio, de garantías en la
venta de bienes del consumo, al introducirse en el primer inciso la siguien- te perífrasis: “y de acuerdo
con el principio de conformidad con el contrato regulado en su legislación específica”.
Una vez promulgado el RDLeg 1/2007, el texto original del art. 8 LCU ha quedado for- malmente
derogado, pero al mismo tiempo la nueva disposición legislativa pone de mani- fiesto haber
consolidado su propio valor normativo y su carácter de mandato imperativo a través de refundición.
La serie fundamental de los supuestos a considerar viene representada por lo que, doctrinalmente, se
ha denominado condiciones generales de la contratación: cláusulas, estipulaciones o contenido
contractual seguido en los actos en masa por las grandes empresas y potentes suministradores de
bienes y servicios.
Piénsese por ej. en el clausulado contractual que acompaña a la petición de una tarjeta de crédito a
cual- quier entidad financiera. Al ser el clausulado contractual de aplicación general a todas las ope-
raciones con tarjeta de crédito asumidas por la entidad financiera, se habla en este caso y en los de
parecida índole de condiciones generales de la contratación.
Mirado desde la perspectiva del consumidor o contratante, dado que la única sali- da que tiene –si
quiere contar con el servicio ofrecido- es asentir al contenido contractual predispuesto por la otra
parte, adhiriéndose al mismo, se habla de contrato de adhesión.
Así pues, en la actualidad, condiciones generales de la contratación y contratos de ad- hesión son las
dos caras de la misma moneda, pese a que algunos autores planteen el tema de diversa manera. Por
tanto pueden utilizarse indistintamente ambas expresiones.
En los sistemas jurídicos, como el español, en los que no se contemplaba legal- mente la materia
hasta tiempos recientes, la cuestión quedaba reenviada a la doctrina jurisprudencial, la cual ha
llegado por lo general a conclusiones similares a las previstas legalmente en derecho comparado. La
jurisprudencia española recurría a una interpreta- ción progresista y finalista del artículo 1288 CC “la
interpretación de claúsulas oscuras de un contrato no deberá favorecer a la parte que hubiese
ocasionado la oscuridad”
Todo esto ha traído consigo que la materia tratada haya merecido la atención del legislador patrio.
Por otra parte, el Consejo de las Comunidades Europeas, tras largosaños de preparación, aprobó la
Directiva 93/13 sobre las cláusulas abusivas en los con- tratos celebrados con consumidores.
En parecida línea, el texto originario de la Ley General para la Defensa de Consu- midores y Usuarios
ley 26/1984 contiene una regulación bastante completa de las condi- ciones generales de la
contratación, en un artículo que trataremos de resumir (art.10)
Define la LCU las condiciones generales de la contratación como “las declaradas previa y
unilateralmente por una empresa o grupo de empresas… cuya aplicación no pue- de evitar el
consumidor o usuario, siempre que quiera obtener el bien del que se trate” párrafo 2 art.10.
Para las condiciones generales de la contratación utilizadas por empresas públicas o concesionarias
de servicios públicos en régimen de monopolio, impone la aprobación (y posterior vigilancia y control)
administrativa.
Son dos:
La letra C del párrafo primero exige que las condiciones generales de la contrata- ción estén
presididas por la “buena fe y justo equilibrio de las contraprestaciones” para, a continuación, declarar
prohibidas una serie de cláusulas que, acertadamente, considera que atentan contra la idea de
equidad contractual que rezuma a lo largo y ancho de la ley. Veamos las fundamentales:
10. Se modificael tenero liberal del art. 552 LEC, que queda redactado así:
12. El tribunal examinará de oficio si alguna de las cláusulas incluidas en un título ejecutivo de los
citados en el artículo 557.1 puede ser calificada como abusiva. Cuando apreciare que alguna cláusula
puede ser calificada como tal dará audiencia por quince días a las partes. Oídas éstas, acordará lo
procedente en el plazo de cinco días hábiles conforme a lo previsto en el artículo 561.1.3.
14. 3. Una vez firme el auto que deniegue el despacho de la ejecución, el acreedor sólo podrá
hacer valer sus derechos en el proceso ordinario correspondiente, si no obsta a éste la cosa juzgada
de la sentencia o resolución firme en que se hubiese fundado la demanda de ejecución.
15. De otro lado se modifica el apartado 1 ase añado un nuevo apartado 4 al artículo 815 LEC,
conforme a lo siguiente:
16. 1. Si los documentos aportados con la petición fueran de los previstos en el apartado 2 del
artículo 812 o constituyeren un principio de prueba del derecho del peticionario, confirmado por lo que
se exponga en aquella, el secretario judicial requerirá al deudor para que, en el plazo de veinte días,
pague al peticionario, acreditándolo ante el tribunal, o comparezca ante éste y alegue de forma
fundada y motivada, en escrito de oposición, las razones por las que, a su entender, no debe, en todo
o en parte, la cantidad reclamada. En caso contrario dará cuenta al juez para que resuelva lo que
corresponda sobre la admisión a trámite de la petición inicial.
18. El juez examinará de oficio si alguna de las cláusulas que constituye el fundamento de la
petición o que hubiese determinado la cantidad exigible puede ser calificada como abusiva. Cuando
apreciare que alguna cláusula puede ser calificada como tal, dará audiencia por cinco días a las
partes. Oídas éstas, resolverá lo procedente mediante auto dentro de los cinco días siguientes. Para
dicho trámite no será preceptiva la intervención de abogado ni de procurador.
19. De estimar el carácter abusivo de alguna de las cláusulas contractuales, el auto que se dicte
determinará las consecuencias de tal consideración acordando, bien la improcedencia de la
pretensión, bien la continuación del procedimiento sin aplicación de las consideradas abusivas.
24.
25. Existiendo cláusulas abusivas, procede tenerlas por no puestas, manteniendo sin em- bargo
la eficacia general del contrato celebrado.
26. A esa conclusión habría de llegarse siguiendo la doctrina jurisprudencial española, que
siempre ha mantenido que la parte válida del contrato no debe de verse viciada por la abusiva o nula.
27. Se ha pronunciado con claridad el número 2 del art. 10 bis de la LCU, que ha sido re- fundido
por parte del TRLCU como artículo 83.
Actualmente dicho artículo ha sido nuevamente redactado por la Ley 3/2014 de 27 de marzo, al haber
apreciado el TJUE el incumplimiento de la sentencia de 14 de junio de 2012, en el asunto C-618
Banco Español de Crédito. El Tribunal entendía que España no había adaptado correctamente su
Derecho interno al artículo 6, apartado 1, de la Direc- tiva 93/13/CEE.
28. El artículo 83, pasa al siguiente tenor literal: “…las cláusulas abusivas serán nulas de pleno
derecho y se tendrán por no puestas. A estos efectos el juez, previa audiencia de las partes,
declarará la nulidad de las cláusulas abusivas incluidas en el contrato, el cual, no obstante, seguirá
siendo obligatorio para las partes en los mismos términos, siempre que pueda subsistir sin dichas
cláusulas.
29. El general “efecto disuasorio”, que habría de atribuirse a l radical inaplicación de las cláusulas
abusivas, conforme al razonamiento del TJUE, a mi personal entender, es suma- mente dudoso; de
añadidura, el absoluto olvido del principio de conservación de los con- tratos, con el rigurosísimo
efecto anulatorio que dicho planteamiento provoca, es contra- producente en la contratación cotidiana
para la protección y defensa de los consumidores, al privar radicalmente a los órganos judiciales de
los países miembros de la UE de la posi- bilidad de integrar el contrato del que se trate… Con ello,
pues, la nueva sensibilidad o postura del TJUE en este punto es, por lo menos dudosa y quizá
sumamente criticable.
Esta Ley especial encuentra fundamento en la desgraciadamente frecuente situación ante la que se
encuentran los cesionarios o adquirentes de viviendas, los cuales deben abonar cantidades
anticipadas en relación con la eventual entrega de una vivienda futura; incluso en ocasiones con
anterioridad al inicio de la construcción propiamente dicha.
Básicamente, establece una serie de medidas preventivas tendentes a garantizar tanto la aplicación
efectiva a la construcción de su vivienda de los medios económicos anticipa- dos por los adquirentes
como su devolución en el caso de que aquella no se llevare a efecto.
Disposición adicional primera. Percepción de cantidades a cuenta del precio durante la construcción:
La percepción de cantidades anticipadas en la edificación por los promotores o gestores se cubrirá
mediante un seguro que indeminiza el incumplimiento del contrato en forma análoga a lo dispuesto en
la Ley 57/1968 de 27 sw julio, sobre percepción de cantidades anticipadas en la construcción y venta
de viviendas. Dicha Ley, y sus disposiciones complementarias, se aplicarán el caso de viviendas con
las siguientes modificaciones:
a) La expresa normativa será de aplicación a la promoción de toda clase de viviendas, incluso a las
que sr realicen en régimen de comunidad de propietarios o sociedad cooperativa.
b) La garantía que se establece en la citada Ley 57/1968 se extenderá a las cantidades entregadas
en efectivo o mediante cualquier efecto cambiario, cuyo pago se domiciliará en la cuenta especial
prevista en la referida Ley.
C)La devolución garantizada comprenderá las cantidades entregadas más los intereses legales del
dinero vigentes hasta el momento en que se haga efectiva la devolución.
d) Las multas por incumplimiento a que se refiere el párrafo primero del artículo 6 de la cita Ley, se
impondrán por las Comunidades Autónomas, en cuantía, por cada fracción de hasta el 25% de las
cantidades cuya devolución deba ser asegurada o por lo dispuesto en la normativa propia de las
Comunidades Autónomas.
La diferencia más sobresaliente, se encuentra en que la la Ley de 1968, en su art. 3, disponía: que
expirado el plazo de iniciación de las obras o de entrega de la vivienda sin que una o otra hubiesen
tenido lugar, el cesionario podrá optar entre la rescisión del contrato con devolución de las cantidades
entregadas a cuenta, incrementadas con el seis por ciento de interés anual o conceder al cedente
prórroga", mientras que la nueva disposición de la Ley 38/1999, prevé, en la hipótesis de devolución
de cantidades, su incremento, no en el seis por clientes, sin el interés legal, conforme a la
denominada desindexación de la economía, legalmente formulada en la Ley 2/2015
Una buena información relativa a los bienes y, en su caso, servicios, respecto de los que negocian las
partes, constituye la base sobre la cual se asienta una correcta contratación. Su falta o distorsión es
la generadora de gran número de problemas entre las partes contratantes.
La LCU, en cumplimiento del mandato constitucional (arts. 47 y 51), consagra como un derecho
básico de los consumidores y usuarios la información correcta sobre los diferentes productos o
servicios, así como la educación y divulgación, para facilitar el conocimiento sobre su adecuado uso,
consumo o disfrute, señalándose expresamente que éste, junto con los demás derechos de los
consumidores y usuarios, serán protegidos prioritariamente cuando guarden relación directa con
productos o servicios de uso común, ordinario y generalizado, y obviamente, la vivienda lo es.
Cuáles son los medios que el OJ pone a disposición de los consumidores para que la informa- ción
que reciba sea la adecuada y quién se la puede o debe facilitar en cada caso? Hoy en día es la
publicidad la que actúa como reclamo frente a los consumidores.
Los arts. 2 y 3 del RD 515/1989 invocan el “principio de veracidad en la oferta, promo- ción y
publicidad”, cuando exigen que deberá ajustarse a las verdaderas características, condiciones y
utilidad de la vivienda, expresando siempre si la misma se encuentra en construcción o si la
edificación ha concluido; principio con el que se pretende proteger al comprador y al arrendatario
frente a las actuaciones empresariales de promoción, ten- dentes a atraer su atención como clientes
potenciales.
La exigencia de veracidad, centrada en concreto en el ámbito de la vivienda, aparece contemplada en
el art. 3.1. del RD 515/1989, que prohíbe la publicidad engañosa cuando dispone que “La oferta,
promoción y publicidad… se hará de manera que no induzca ni pueda inducir a error a sus
destinatarios, de modo tal que afecte a su comportamiento económico, y no silenciará datos
fundamentales de los objetos de la misma”.
Sin embargo, es en el apartado 2 de este artículo donde se da un paso realmente im- portante, ya
que faculta al comprador o arrendatario de una vivienda para exigir cuantos datos, características y
condiciones relativas a la construcción de la vivienda, su ubicación, servicios e instalaciones,
adquisición, utilización y pago que se hubieren ofrecido por vía publicitaria “aún cuando no figuren
expresamente en el contrato celebrado”.
Los contratos a distancia son un modo particular de negociación, distribución o con- tratación, en el
cual el mensaje impreso o transmitido a distancia constituye el mecanis- mo principal para ofrecer los
productos o servicios a una clientela indeterminada y poten- cial de futuros consumidores. Se trata de
una operación que se desarrolla en tres fases o etapas fundamentales:
1º. El consumidor recibe la oferta del producto o servicio mediante una técnica de co- municación a
distancia, a través de una descripción escrita, visual u oral, con indica- ción del precio y demás
condiciones de la oferta contractual.
Otra diferencia entre la contratación fuera del establecimiento y la contratación a dis- tancia es que,
en la primera, el consumidor contratará probablemente sin reflexionar acerca de su decisión de
contratar, cosa que no tiene porque suceder en el segundo su- puesto. En los contratos celebrados a
distancia el consumidor tiene tiempo suficiente para reflexionar antes de efectuar el pedido. El riesgo
que corre en estos casos es que la mercancía recibida no se corresponda con sus deseos, no sea
conforme a la oferta o publi- cidad, o que sea defectuosa, por lo que se le concede un período para
privar de eficacia al contrato, mediante el desistimiento unilateral, no con objeto de que puede
reflexionar, sino para que pueda examinar con tranquilidad el producto comprado o conocer todas las
características del servicio contratado.
Ofertas hechas para “mailing” (circular) a través de la publicidad postal, sobre un solo artículo
o varios artículos, que pueden incluir una orden de pedido o un sobre de respues- ta. Pueden
realizarse dos tipos de publicidad postal. El primer tipo será la publicidad masi- va, usando listas o
anuarios, el segundo sería la prospección por pequeños paquetes con-
sistente en enviar cada semana, bien a un sector geográfico, bien a una determinada rama
profesional, o bien a una combinación de ambos, cartas anunciando una llamada telefóni- ca o una
visita.
2. Los contratos por teléfono en los que todas las fases del proceso de contratación tie- nen
lugar a través de este medio de comunicación. Puede haber intervención humana o un sistema
automático de llamadas.
Los contratos celebrados fuera de los establecimientos mercantiles pueden ser descri- tos como una
política de venta que consiste fundamentalmente en la decisión empresarial de tomar la iniciativa de
un contacto directo y físico con los consumidores finales y en proponerles bienes o servicios, en su
domicilio, en su trabajo y más generalmente fuerade los locales habitualmente reservados a la venta
en los cuales el consumidor se presenta por su propia voluntad
De acuerdo a esta descripción parece apropiada la expresión «contratos celebrados fuera de los
establecimientos mercantiles». Su oportunidad no solamente deriva del hecho de permitir la inclusión
de otras modalidades distintas a la tradicional “venta puerta a puerta” como pudiera ser la celebración
de este tipo de contratos en los lugares de traba- jo del consumidor o durante una excursión organizar
con dicho fin etc.; sino también, por el hecho de referirse a contratos, y no a venta exclusivamente
(2) Se dirige normalmente, a personas que no han manifestado su deseo de contratar jugando
pues el factor sorpresa a favor del empresario. Cuando llaman a la puerta de nuestro domicilio o nos
abordan en nuestro centro de trabajo, más o menos abstraídos y/ o cansados, el comer- ciante,
comercial o profesional está en posición de superioridad por un doble motivo: prime- ro porque el
momento de la visita o negociación es elegido por él y, segundo porque su argu- mentación para
convencernos está puesta a punto frente a un cliente un poco desamparado, sorprendido, y que
puede sentirse incómodo ante la dialéctica persuasiva utilizada por el co- merciante.
(3) El comerciante no ofrece habitualmente más que un solo tipo de producto o en su caso, diver-
sos productos, pero de una misma marca, ofrecidos a menudo a un precio superior al del mer- cado.
Este hecho impide al consumidor comparar los precios o las calidades de ofertas simila- res.
(4) Dada la rapidez con que tiene lugar la contratación, la decisión tomada por el consumidor
puede no haber sido suficientemente madurada y reflexiva. La premura con que se suelen lle- var las
negociaciones en este tipo de contratación puede llevar al consumidor a adquirir bienes o servicios
absolutamente superfluos.
difícil demostrar que ha sido víctima de un comportamiento abusivo por parte del empresario. Si a
esto unimos que probablemente el precio total del objeto del contrato no sea muy eleva- do, se
explica que consumidores y víctimas de estas prácticas poco honestas se abstengan de acudir a los
Tribunales.
Los contratos celebrados a distancia pueden comportar graves inconvenientes para los consumidores
ya que no disponen de la posibilidad real de ver el producto o conocer las características del servicio
antes de la celebración del contrato y la consiguiente recepción del producto o servicio adquirido.
Para evitar abusos, tanto las Directivas europeas como la LOCM conceden al consumi- dor el
derecho de desistimiento, que tras la publicación de la Directiva 2011/83/UE y la consiguiente
promulgación de la Ley 3/2014 de 27 de marzo, ha sido renovado partiendo de las indicaciones que
los párrafos 11 y 2 del apartado II del preámbulo de la Ley 3/2014 ofrece. Tales modificaciones se
recogen en el vigente TRLCU en los artículos 102 a 108.
Las condiciones del ejercicio del derecho de desistimiento son las siguientes:
1º. Se trata de un derecho de necesario ejercicio personal sólo por el consumidor, en el sentido de
que únicamente el consumidor y usuario que ha celebrado el contrato dis- pone de la facultad de
desistir de los efectos de su compromiso. Por el contrario, el empresario no podrá prevalerse en
modo alguno del derecho de desistimiento para desligarse del contrato celebrado con el consumidor.
2º. El ejercicio de este derecho está sometido naturalmente a un plazo temporal estricto de ejercicio
fijado en la actualidad en 14 días naturales contados a partir de:
b) En el caso de los contratos de venta, el día que el consumidor y usuario o un tercero por él
indicado, distinto del transportista, adquiera la posesión material de los bienes solicitados, o bien:
(1) En caso de entrega de múltiples bienes encargados por el consumidor y usuario en el mismo
pedido y entregados por separado, el día que éste o un tercero por él indicado, distinto del
transportista, adquiera la posesión material del último de los bienes.
(2) En caso de entrega de un bien compuesto por múltiples componentes o piezas, el día que el
consumidor y usuario o un tercero por él indicado, distinto del transportista, ad- quiera la posesión
material del último componente o pieza.
(3) En caso de contratos para la entrega periódica de bienes durante un plazo determina- do, el
día que el consumidor y usuario o un tercero por él indicado, distinto del trans- portista, adquiera la
posesión material del primero de esos bienes.
c) En el caso de los contratos para el suministro de agua, gas o electricidad –cuando no estén
envasados para la venta en un volumen delimitado o en cantidades determinadas–,o de calefacción
mediante sistemas urbanos o de contenido digital que no se preste en un soporte material, el día en
que se celebre el contrato.
3º. Respecto al ejercicio propiamente dicho del derecho de desistimiento, es obvio que cabe realizarlo
ad nutum, sin explicación ni justificación alguna, tal y como ha venido siendo configurado de manera
tradicional. El art. 102 TRLCU afirma claramente que “el consumidor y usuario tendrá derecho a
desistir del contrato…sin indicar el motivo y sin incurrir en ningún coste” complementario, tal y como
regula el artículo 108 TRLCU, ru- bricado Obligaciones y responsabilidad del consumidor y usuario en
caso de desisti- miento:
1. Salvo si el propio empresario se ofrece a recoger los bienes, el consumidor y usuario deberá
de- volverlos o entregarlos al empresario, o a una persona autorizada por el empresario a
recibirlos,sin ninguna demora indebida y, en cualquier caso, a más tardar en el plazo de 14 días
naturales a partir de la fecha en que comunique su decisión de desistimiento del contrato al
empresario, de conformidad con el artículo 106. Se considerará cumplido el plazo si el consumidor y
usuario efectúa la devolución de los bienes antes de que haya concluido el plazo de 14 días
naturales.
El consumidor y usuario sólo soportará los costes directos de devolución de los bienes, salvo si el
empresario ha aceptado asumirlos o no le ha informado de que le corresponde asumir esos costes.
En el caso de contratos celebrados fuera del establecimiento en los que los bienes se hayan en-
tregado ya en el domicilio del consumidor y usuario en el momento de celebrarse el contrato, el
empresario recogerá a su propio cargo los bienes cuando, por la naturaleza de los mismos, no
puedan devolverse por correo.
2. El consumidor y usuario sólo será responsable de la disminución de valor de los bienes resul-
tante de una manipulación de los mismos distinta a la necesaria para establecer su naturaleza, sus
características o su funcionamiento. En ningún caso será responsable de la disminución de valor de
los bienes si el empresario no le ha informado de su derecho de desistimiento con arreglo al artículo
97.1.i).
3. Cuando un consumidor y usuario ejerza el derecho de desistimiento tras haber realizado una
solicitud de conformidad con lo dispuesto en el artículo 98.8 o en el artículo 99.3, abonará al
empresario un importe proporcional a la parte ya prestada del servicio en el momento en que haya
informado al empresario del ejercicio del derecho de desistimiento, en relación con el obje- to total del
contrato. El importe proporcional que habrá de abonar al empresario se calculará sobre la base del
precio total acordado en el contrato. En caso de que el precio total sea exce- sivo, el importe
proporcional se calculará sobre la base del valor de mercado de la parte ya prestada del servicio.
Es más, tanto la Directiva como el TRLCU, en la redacción de la Ley 3/2014, prevén un breve y
sencillo modelo de formulario, que figura como Anexo B, antes de las D.A del TR. Puesto que es el
consumidor o usuario quien se va a beneficiar de la demostración de haber ejercitado el derecho de
desistimiento, le corresponde su prueba: “carga de la prueba del ejercicio del derecho de
desistimiento recaerá en el consumidor y usua- rio” art. 104.4
4º. La eficacia del derecho de desistimiento está asegurada por su carácter imperativo, lo que
significa que el consumidor no podrá renunciar a dicho derecho. Este carácter aparece contemplado
en el artículo 102.2 del TRLCU: “Serán nulas de pleno derecholas cláusulas que impongan al
consumidor y usuario una penalización por el ejerciciode su derecho de desistimiento o la renuncia al
mismo”
Los aspectos más sobresalientes del la nueva regulación, motiva por la búsqueda de una mayor
protección de los consumidores en todos los supuestos de de contratación on line de "paquetes de
viaje", bien diseñado por un operador turístico o por el propio viajero ( por ejemplo comprar un vuelo
de ida y vuelta, y al mismo tiempo el sistema informático de la compañía ofrece la posibilidad de
añadir alquiler de automóvil u hotel en el destiono, así como otras prestaciones accesorias: entradas
de conciertos, reserva de bicicletas, siempre que tales contratos se lleven a cabo en menos de 24
horas)
La nueva Directiva apunta hacia el endurecimiento de los deberes de información a cargo del
operador, y de manera particular en que en la información contractual los consumidores tienes
derecho a conocer los datos de contacto de los representantes locales del operador u organizador.
La Directiva no será de aplicación a los viajes de negocios, ni a los viajes organizados por un
operador ocasional y sin ánimo de lucro.
3. ÁMBITO DE APLICACIÓN +
El ámbito objetivo está delimitado por el concepto legal de viaje combinado, caracteri- zado por tres
requisitos o presupuestos de hecho (art. 2.1. LVC y 151.1 TRLCU):
1. Pluralidad de elementos: el concepto de viaje combinado requiere como mínimo dos de los
tres elementos siguientes:
a. Transporte,
b. Alojamiento
3. Duración: que el conjunto de las prestaciones sobrepase las 24 horas, o incluya al menos una
noche de estancia.
La Ley define a cada uno de los sujetos que pueden intervenir en el contrato de viaje combinado (art.
2 LVC y art. 151 TRLCU). Por un lado, tenemos los empresarios de viajes (el organizador y el
detallista), y por otro, los consumidores y usuarios de los servicios (el contratante principal, el
beneficiario y el usuario).
El Detallista es la persona física o jurídica que se dirige al público, de manera directa, ofre-
ciendo en venta los viajes combinados propuesto por un organizador (La agencia de viajes, que
puede ser mayoristas, minoristas y mayoristas-minoristas).
Pueden ser considerados cualesquiera personas que contraten o realicen un viaje combinado
propiamente dicho, las cuales pueden exigir, en consecuencia, el cumplimiento de sus obligacio- nes
a la Agencia de Viajes, y que distinguimos como:
Contratante principal. Es la persona física o jurídica que compra o se compromete a com- prar
el viaje combinado (persona que celebra el contrato quedando vinculado con la agen- cia de viajes).
Conforme al art. 3 de la LVC y 152 TRLCU, el organizador o detallista tiene la obligación de facilitar al
consumidor un programa o folleto informativo, claro y preciso, sobre la oferta de viaje combinado.
d. Comidas.
e. Información general sobre pasaporte y visados para los nacionales de los Estados miem- bros
de la UE y formalidades sanitarias para viaje y estancia.
f. Precio: del viaje, excursiones facultativas, anticipo, pagos pendientes, en su caso, si existe,
condiciones de financiación.
g. Número mínimo de inscripciones para el viaje, en tal caso, fecha límite de comunicación al
consumidor de la anulación del viaje.
La segunda exigencia es de una importancia vital. Se trata de lo que se denomina la in- tegración
publicitaria del contrato. La información contenida en el programa-oferta será vinculante, conforme al
art. 153 TRLCU, para el organizador o el detallista del viaje combi- nado, salvo que concurra alguna
de las siguientes circunstancias:
Que los posibles cambios se hayan comunicado por escrito al consumidor antes de la
celebración del contrato y así constara en el folleto (es decir, que constara en el folleto la posibilidad
de introducción de cambios).
Los cambios posteriores al contrato hayan contado con el consentimiento expreso y por
escrito de ambas partes contratantes y, por tanto, también del consumidor.
La Ley impone un contenido mínimo del contrato -arts. 4 LVC y 154.1 TRLCU-:
g. Itinerario.
h. Visitas, excursiones y otros servicios incluidos en el precio global.
Este contenido contractual o bien otro más extenso, puede adoptar la modalidad con- tractual de
condiciones generales. En estos casos, el Derecho español y el Derecho comu- nitario establecen
una serie de normas de control sobre las condiciones generales.
La regla general en relación con la responsabilidad consiste en que la Agencia de viajes responde del
correcto cumplimiento de las obligaciones derivadas del contrato y de los daños sufridos por el
consumidor a consecuencia de la falta de cumplimiento o cumpli-
miento defectuoso, con independencia de que las prestaciones deban ser ejecutadas di- rectamente
por la Agencia o por otros prestadores de servicios, como por ejemplo los transportistas, hoteleros o
restauradores (art. 162.1 y 2TRLCU).
Tanto el organizador como el detallista deberán tener la consideración de Agencia de Viajes según la
normativa administrativa aplicable. Así pues, frente al consumidor, el Or- ganizador y detallista
pueden aparecer como dos personas iguales, cuando en realidad no lo son desde el punto de vista
de las responsabilidades que asumen en la contratación del viaje combinado: cada uno en sus
respectivos ámbitos de gestión del viaje combinado.
Llegada la fase de ejecución del contrato, sólo el Organizador asume la responsabili- dad por el buen
fin del viaje combinado, ya que es él quien organiza todo el entramadodel viaje, mientras que el
detallista limita su función a una labor de intermediación entre el Organizador y los consumidores.
Sin embargo la ley parece dejar en la sombra esta distinción y solamente describe una situa- ción de
responsabilidad que se corresponde con las tareas del Organizador, sin ocuparse del otro
empresario, originando una laguna que el intérprete ha de salvar y que en más de un caso concre- to
ha dado lugar a resoluciones judiciales que son criticables, en cuanto acaban por establecer una
responsabilidad solidaria entre organizador y detallista.
Si bien el detallista no es responsable del resultado final del viaje, sí se le imputa un cierto deber de
colaboración con el consumidor en el ejercicio y reclamación de sus dere- chos.
Aunque la Ley no establece nada sobre este extremo, parece lógico considerar que de cara a facilitar
el ejercicio por parte del consumidor de las acciones judiciales o extraju- diciales el Detallista asume
en el contrato implícitamente la carga de facilitar la informa- ción pertinente que permita al
consumidor dirigir correctamente sus reclamaciones frente al sujeto responsable.
Se debe destacar aquí que entre Organizadores y detallistas propiamente hablando, en cambio, no
existe responsabilidad solidaria frente al cliente.
En opinión del autor el legislador ha acertado al no imponer la solidaridad dada la dife- rente
naturaleza jurídica de cada uno de los vínculos contractuales, por faltar una de las notas
fundamentales de la solidaridad, la unidad del objeto, en tanto la prestación debida
Establece la Ley que la Agencia de Viajes no será responsable de los daños sufridos por el
consumidor por la falta de ejecución o ejecución deficiente del contrato, si concurre alguna de las
circunstancias siguientes:
2. Si los defectos son imputables a un tercero ajeno a las prestaciones y, además, son
imprevisibles o insuperables.
4. Que los defectos se deban a acontecimientos que no se podría prever ni superar, a pesar de
haber puesto toda la diligencia necesaria.
Son nulas las cláusulas contractuales contrarias al régimen de responsabilidad estable- cido en la ley
y desarrollado en los epígrafes anteriores. No cabe ningún tipo de limitación contractual a la
responsabilidad de Agencia de Viajes, con una salvedad: el resarcimiento de los daños “… quedará
limitado con arreglo a lo previsto en los convenios internaciona- les reguladores de dichas
prestaciones” (art. 162.3 TRLCU).
Este pasaje legal se refiere a los acuerdos internacionales en materia de transportes aéreo, marítimo
y terrestre, en especial las disposiciones sobre el denominado overboo- king o exceso de reservas.
Para estos casos el Reglamento 261/2004 establece normas comunes para toda la UE sobre
compensación por denegación de embarque y cancelación o gran retraso en el transporte aéreo. En
caso de que a algún viajero con reserva confirmada se le niegue el embarque en un vuelo por exceso
de reservas, se le otorga los siguientes derechos:
1. Derecho a obtener el reembolso del billete o el transporte más rápido posible en una fe- cha
posterior que resulte conveniente.
2. Derecho a una indemnización que puede oscilar de un mínimo de 250 € a un máximo de 600
€, según el número de kilómetros del pasaje en cuestión.
3. Derecho a una serie de servicios gratuitos complementarios, como son una comunicación
gratuita, comida y bebidas suficientes y alojamiento en hotel si se debe pernoctar.
En nuestro propio derecho el régimen general contenido en los arts. 1902 y ss. (Res- ponsabilidad
extracontractual), y 1.101 y ss. (Responsabilidad en materia contractual) del CC, al aprobarse la LCU,
se vio complementado con la regulación establecida en los arts.25 y ss. de dicha Ley General, para
concluir en la Ley 22/1994 de Responsabilidad Civil por los Daños Causados por Productos
Defectuosos (LPD).
La TRLCU, en su Libro III, armoniza el régimen de Responsabilidad Civil por daños cau- sados por
productos defectuosos, y las disposiciones sobre responsabilidad contenidas en el Capítulo VIII de la
LCU. La armonización implica además en este caso la derogación de ambas Leyes. El TRLCU, no ha
sufrido modificación alguna por para de la Ley 3/2014.
2. LA RESPONSABILIDAD CIVIL POR LOS DAÑOS CAUSADOS POR LOS PRODUCTOS DE-
FECTUOSOS 11
Con la referida Ley 22/1994 LPD se produce la incorporación o transposición al Dere- cho español de
la Directiva 85/374/CEE de 25 de julio, sobre la misma materia. Que tiene como principales objetivos
la reducción de las distorsiones de la competencia por la diver- sidad legislativa de los Derechos
internos de los Estados miembros y la tutela del consu- midor. La directiva tiene carácter cerrado o
rígido, no es una Directiva de mínimos.
La Ley 22/1994, al igual que la Directiva, partió de un criterio de responsabilidad objeti- va en su art. 1
“Los fabricantes y los importadores serán responsables, conforme a lo dis- puesto en esta Ley, de los
daños causados por los defectos de los productos que, respecti- vamente, fabriquen o importen”.
1. Ya desde 1984, la redacción originaria de la LCU estableció en este campo un criterio obje-
tivo de responsabilidad respecto de determinados productos y servicios, un régimen más severo.
2. Y en el fondo, el régimen propio de la Ley 22/1994 no es tan objetivo como en un principio
pudiera parecer. Dicho en palabras del profesor RAFAEL JIMENEZ DE PARGA Puede ser
perfectamente calificado como un régimen matizado de responsabilidad objetiva. Los da- tos
normativos que suavizan el régimen son, de manera especial, las causas de exonera- ción o
inimputabilidad, y, en menor medida, la carga probatoria impuesta al perjudicado respecto al carácter
defectuoso del producto, teniendo éste que probar el defecto, el daño y la relación de causalidad
entre ambos.
1. “Se entenderá por producto defectuoso aquél que no ofrezca la seguridad que cabría legí-
timamente esperar, teniendo en cuenta todas las circunstancias y, especialmente, su pre- sentación,
el uso razonablemente previsible del mismo y el momento de su puesta en cir- culación.
3. Un producto no podrá ser considerado defectuoso por el solo hecho de que tal producto se
ponga posteriormente en circulación de forma más perfeccionada”.
Respecto a los defectos de los productos, la doctrina y la jurisprudencia norteamerica- nas han
desarrollado la siguiente tipología de defectos (aceptada en Europa):
2. Defecto de diseño. Exige como factor determinante un fallo en la concepción del producto.
En lo que se refiere a los defectos de fabricación la cuestión está resuelta con el criterio com-
plementario que se denomina apartamiento de la serie. En cuanto a los otros tipos de defectos
(diseño e información), la norma sólo nos ofrece el criterio general de las expectativas del consu-
midor, que deben ser remitidas al consumidor medio, teniendo en cuenta todas las circunstancias y,
especialmente, su presentación, el uso razonablemente previsible del mismo y el momento de su
puesta en circulación”
La LPD se caracteriza por plantear la protección de los usuarios con una notoria ampli- tud, porque se
consideran como sujetos protegidos todas las personas que hayan sufrido un daño, sin distinguir si
son consumidores o no, profesionales o no, y en sentido antagó- nico, por reducir drásticamente el
elenco de los sujetos responsables porque la figura del responsable se centra fundamentalmente en
el fabricante, y a éste se añaden otros res- ponsables por equiparación o analogía, en los supuestos
en los que resulta extraordina- riamente dificultosa la reclamación frente al fabricante real.
“1. A los efectos de este capítulo es productor, además del definido en el art. 5, el fabricante o
importador en la UE de:
a. Un producto terminado.
2. Si el productor no puede ser identificado, será considerado como tal el proveedor del
producto, a menos que, dentro del plazo de 3 meses, indique al dañado o perjudicado la identidad del
produc- tor o de quien le hubiera suministrado o facilitado a él dicho producto. La misma regla será de
apli- cación en el caso de un producto importado, si el producto no indica el nombre del importador,
aun cuando se indique el nombre del fabricante”.
El sujeto responsable por excelencia es el productor o fabricante real, con indiferencia de cuál sea la
modalidad productiva a la que se dedique; productos terminados o manufac- turados, elementos
integrantes o componentes que se incorporan a otros productos. La opción legislativa lo considera
responsable ante todo:
por un lado, porque el fabricante del producto es quien está en mejores condiciones para
controlar y verificar el proceso productivo y por tanto, es quien puede evitar la introducción en el
mercado de productos potencialmente dañinos, y
por otro, porque de cara al aseguramiento del riesgo, igualmente es el sujeto idóneo para
contratar el seguro pertinente al mejor precio, y para llevar a efecto la dispersión del riesgo a través
del precio del producto final. Además del fabricante real aparecen una serie de sujetos equiparados al
productor, aunque en realidad son meros distribui- dores.
El fabricante o productor aparente es quien se presenta en el mercado como fabrican- te sin serlo en
realidad. Se le considera responsable porque con ese modo de actuación se constituye en introductor
del producto en el mercado, y por tanto, debiera ser garantedel mismo (ejemplo, productos marca
blanca, del establecimiento distribuidor, es el caso de grandes superficies).
Por último, de manera excepcional, la equiparación puede alcanzar al distribuidor en sentido estricto.
La LCU sí consideraba responsable al distribuidor, pero la TRLCU conside- ra que en principio no se
puede responsabilizar al distribuidor, ya que su tarea simple- mente distribuidora no propicia la
manipulación o alteración del producto. Y extender la responsabilidad incrementaría el precio del
producto final y reduciría la competencia.
Así, tanto la Ley como el TRLCU parten de un principio universalista, en virtud del cual debe
protegerse a todo sujeto perjudicado, aunque establecen una clara distinción entre la reparación de
los daños personales y los materiales.
Los daños personales, consistentes en la muerte y/o las lesiones corporales habrán de ser
tenidos en cuenta y resarcidos a favor de cualquier persona, sea consumidor o no.
Respecto de la reparación de los daños materiales, en cambio, se establecen dos re- quisitos
complementarios:
1. Un requisito de carácter objetivo: que la cosa dañada se halle objetivamente des- tinada al
uso o consumo privados.
2. Y un requisito subjetivo: que la cosa dañada haya sido utilizada principalmente por el
perjudicado: art. 129.1 TRLCU.
La consecuencia de este doble requisito es que la protección respecto a los daños ma- teriales queda
reservada exclusivamente a los consumidores entendidos como desti- natarios finales de los bienes.
Debemos tratar ahora de aquellos supuestos en los cuales, a pesar de cumplirse la rela- ción de
causalidad entre el producto defectuoso y el daño, el legislador decide - obviamente por criterios de
justicia- no imputar la responsabilidad al sujeto que en un principio sería responsable por su relación
con el producto.
En definitiva la cuestión gira sobre la distinción entre la idea de causalidad -hechos de la naturaleza- y
la de imputación objetiva -cuestión de Derecho- sobre la que afanosa- mente ha insistido nuestra
doctrina. Precisamente, la existencia de estas causas de inim- putabilidad en un sistema objetivo de
responsabilidad civil, determina que pueda hablarse de una responsabilidad objetiva no absoluta,
como hacía la Exposición de motivos de la Ley 22/1994, o de responsabilidad objetiva matizada como
ya comentamos.
b) Que, dadas las circunstancias del caso, es posible presumir que el defecto no existía en el
momento en que se puso en circulación el producto.
c) Que el producto no había sido fabricado para la venta o cualquier otra forma de distri- bución
con finalidad económica, ni fabricado, importado, suministrado o distribuido en el marco de una
actividad profesional o empresarial.
d) Que el defecto se debió a que el producto fue elaborado conforme a normas imperati- vas
existentes.
La consecuencia inmediata de ello es que los daños no cubiertos pasan a caer bajo el ámbito de
aplicación de las normas generales de la responsabilidad civil, como establece el art. 128.2 TRLCU:
“Las acciones reconocidas en este libro no afectan a otros derechos que el perjudicado pueda tener a
ser indemnizado por daños y perjuicios, incluidos los morales, como conse- cuencia de la
responsabilidad contractual, fundada en la falta de conformidad de los bie- nes o servicios o en
cualquier otra causa de incumplimiento o cumplimiento defectuoso del contrato, o de la
responsabilidad extracontractual a que hubiere lugar”.
Estableciendo una marcada distinción entre daños patrimoniales personales (otorgán- doles más
preferencia) y no personales.
Respecto de los daños personales, la protección abarca a todo tipo de sujetos perjudi- cados, sean
consumidores o no. Se menciona expresamente los supuestos de muerte y daños personales, sin
que hagan mención de las lesiones psíquicas que a juicio del autor de este libro deben ser
indemnizadas. Con la salvedad de los daños morales, remitidos expresamente a la legislación civil
general, la reparación comprende tanto el daño emer- gente como el lucro cesante.
Límite cuantitativo de responsabilidad. (Art. 141.b). La responsabilidad civil global del productor por
muerte y lesiones personales causadas por productos idénticos que presen- ten el mismo defecto
tendrá como límite la cuantía de 63 millones de euros (63.106.270’96 €).
En cuanto a daños patrimoniales la cobertura es mucho más reducida. No quedan comprendidos los
daños causados al propio producto defectuoso, afirma el art. 142 TRLCU “Los daños materiales en el
propio producto no serán indemnizables conforme a lo dispuesto en este capítulo, tales daños darán
derecho al perjudicado a ser indemnizado conforme a la legisla- ción civil y mercantil”.
Si quedan comprendidos los daños causados en cosas distintas al propio producto de- fectuoso,
exigiendo 2 requisitos: cosa destinada objetivamente al uso o consumo privado y que así haya sido
utilizada principalmente por el perjudicado.
Finalmente se establece en el art. 141.a TRLCU un límite de responsabilidad pordaños
materiales una franquicia de 390,66 euros ¿se trata de una franquicia simple o absoluta?
Según el Derecho de Seguros, FRANQUICIA SIMPLE: los eventos dañosos que no superen el
montante fijado no serán atendidos por la aseguradora.
FRANQUICIA ABSOLUTA: cuando la cantidad en que queda fijada (390,66 €) se deduce o detrae de
cualquier evento dañoso que supere tal cantidad. La doctrina mayoritariamente se acoge a la
franquicia simple, basándose en el considerando de la Directiva. A juicio de los autores debe ser
Franquicia absoluta, ya que el texto habla de deducir sin más
Según el art. 128.2 TRLCU: los daños morales están excluidos del ámbito de aplicación de la
responsabilidad tanto en relación con los daños personales como con los materiales. Expresamente
se realiza una remisión a la legislación civil general.
El art. 130 TRLCU declara la ineficacia de las cláusulas contractuales de exoneración o limitación de
la responsabilidad por productos: “Son ineficaces frente al perjudicado las cláusulas de exoneración o
de limitación de la responsabilidad civil prevista en este libro”.
Se evita que los sujetos responsables según la Ley, mediante recurso a los pactos o con- venios de
naturaleza contractual, puedan rebajar el nivel de responsabilidad impuesto im- perativamente por la
LPD.
El art. 133 TRLCU desarrolla el supuesto de la intervención de un tercero en la produc- ción del daño
“La responsabilidad prevista en este libro no se reducirá cuando el daño sea causado conjuntamente
por un defecto del bien o servicio y por la intervención de un ter- cero. No obstante, el sujeto
responsable que hubiera satisfecho la indemnización podrá reclamar al tercero la parte que
corresponda a su intervención en la producción del daño”.
En protección del perjudicado, no hay liberación de responsabilidad directa del fabri- cante o
importador por la colaboración de un tercero en la producción del daño, pero sí que se produce la
liberación indirecta parcial al reconocerse un derecho de repetición frente a ese tercero. Por supuesto
que habría liberación de responsabilidad del fabricante si el único culpable fuese el tercero, aquí
procedería la aplicación de las reglas generales de la responsabilidad civil.
El art. 145 TRLCU relativo a la culpa del perjudicado, sí libera, parcial o totalmente, pe- ro de manera
directa al responsable según la Ley: “La responsabilidad prevista en este capítulo podrá reducirse o
suprimirse en función de las circunstancias del caso, si el daño causado fuera debido conjuntamente
a un defecto del producto y a culpa del perjudicado o de una persona de la que éste deba responder
civilmente.”
Para muchos autores la norma es criticable puesto que permite la circulación en el mercado de
productos con potencial dañino sin estar sujetos a la Ley. A favor de ella, se han alegado razo- nes de
asegurabilidad, de distanciamiento entre la producción y el daño.
El precepto marca un tope máximo temporalde vigenciadel régimen jurídico especial. Si dentro del
período de garantía decenal el eventual perjudicado no ha presentado reclamación o demanda, sólo
podrá hacerlos si cuenta a su favor con alguna acción respecto de la cual pueda defenderse la
prescripción quinquena del art. 1964 del CC, conforme a la nueva redacción dada por la Ley42/2015
de 5 de octubre, asentada en la preexistencia de relaciones contractuales entre el perjudicado y el
fabricante.
“1. La acción de reparación de los daños y perjuicios previstos en este capítulo prescribirá a los3
años, a contar desde la fecha en que el perjudicado sufrió el perjuicio, ya sea por defecto del producto
o por el daño que dicho defecto le ocasionó, siempre que se conozca al responsable de dicho
perjuicio. La acción del que hubiese satisfecho la indemnización contra todos los demás responsables
del daño prescribirá al año, a contar desde el día del pago de la indemnización.
Con respecto al cómputo del plazo: a partir del momento de producción del perjuicio siempre que se
conozca al responsable de dicho perjuicio, pero permitiendo que en caso contrario, se retrase el
comienzo del cómputo hasta que se alcance dicho conocimiento.
Para el autor del libro el plazo de 15 años resulta desproporcionado, además de cho- cante
comparado con los tres años establecidos en el ámbito de la responsabilidad por productos. De ahí
que hay que ubicar los supuestos comprendidos en los art. 25 y ss. LCU y 147 y 148 TRLCU en la
responsabilidad extracontractual y proponer la aplicación del plazo del año previsto para los casos del
art. 1902 CC ya que según A.M. MORALES MO- RENO el plazo para el ejercicio de la acción es un
elemento que concreta el alcance de la atribución del riesgo, por lo que un plazo demasiado largo aún
siendo ventajoso para el consumidor, puede resultar excesivamente gravoso para el empresario y
finalmente per- turbador del conjunto del sistema con la agravante de su posible repercusión negativa
sobre el propio consumidor.
Sin embargo, al haberse reducido el plazo de prescripción general para las acciones que no tengan
señado otro, de quince a cinco años, tras la nueva redacción que la Ley 42/2015 de 5 de octubre, ha
dado alrt. 1964 del CC, han desaparecido en buena medida los reparos, que especialmente díndole
práctica, se habían esgrimido hasta ahora para escapar del régimen de responsabilidad contractual.
En base a ello, se ha aprobado la Directiva 98/27/CE “relativa a las acciones de cesa- ción en materia
de protección de los intereses de los consumidores”, que abre decidi- damente el camino de la
defensa de los intereses colectivos de consumidores y usuarios.
Encaminadas a impedir la utilización de condiciones generales que sean contrarias a la Ley, o en otra
leyes imperativas o prohibitivas... El art. 12 LCGC las define como: Acciones de cesa- ción,
retractación y declarativa.
Esta última Ley ha incorporado a la LCU una nueva Disposición Adicional 3ª intitulada “acciones de
cesación” como mecanismo de protección de los intereses colectivos de ma- nera general, y no sólo
frente a las condiciones generales de contratación.
Por su parte, la TRLCU en su art Art.12.2. recoge que: “La acción de cesación se dirige a obtener una
sentencia que condene al demandado a eliminar de sus condiciones generales las que se reputen
nulas y a abstenerse de utilizarlas en lo sucesivo, determinando o aclarando, cuando sea necesario,
el contenido del contrato que ha de considerarse válido y eficaz”…
Y en su art. 53.1 dice “La acción de cesación se dirige a obtener una sentencia que condene al
demandado a cesar en la conducta y a prohibir su reiteración futura. Asimis- mo, la acción podrá
ejercerse para prohibir la realización de una conducta cuando esta haya finalizado al tiempo de
ejercitar la acción, si existen indicios suficientes que hagan temer su reiteración de modo inmediato”.
“A cualquier acción de cesación podrá acumularse siempre que se solicite la de nulidad y anulabi-
lidad, la de incumplimiento de obligaciones, la de resolución o rescisión contractual y la de resti-
tución de cantidades que se hubiesen cobrado en virtud de la realización de las conductas o estipu-
laciones o condiciones generales declaradas abusivas o no transparentes, así como la de indemni-
zación de daños y perjuicios que hubiere causado la aplicación de tales cláusulas o prácticas. De
dicha acción acumulada accesoria conocerá el mismo juzgado encargado de la acción principal, la de
cesación por la vía prevista en la ley procesal.
Serán acumulables a cualquier acción de cesación interpuesta por asociaciones de consumidores y
usuarios la de nulidad y anulabilidad, de incumplimiento de obligaciones, la de resolución o resci- sión
contractual y la de restitución de cantidades que se hubiesen cobrado en virtud de la realiza- ción de
las conductas o estipulaciones o condiciones generales declaradas abusivas o no transpa- rentes, así
como la de indemnización de daños y perjuicios que hubiere causado la aplicación de tales cláusulas
o prácticas
Conforme a la redacción del art. 12.3 de la LCGC por la nueva LEC: “La acción de retrac- tación
tendrá por objeto obtener una sentencia que declare e imponga al demandado, sea o no el
predisponente, el deber de retractarse de la recomendación que haya efectuado de utilizar las
cláusulas de condiciones generales que se consideren nulas y de abstenerse de seguir reco-
mendándolas en el futuro”.
Conforme a la LCGC y al art. 12.4. “La acción declarativa se dirigirá a obtener una sentencia que
reconozca una cláusula como condición general de la contratación y ordene su inscripción cuando
ésta proceda, conforme a lo previsto en el art. 11.2.”.
Las notas características del sistema arbitral de consumo son las siguientes:
Carácter voluntario. Al igual que ocurre con el arbitraje general (art. 9 LA), en el casode
Arbitraje de Consumo, el sometimiento a arbitraje es de naturaleza voluntaria, lo que ha de constar
expresamente por escrito, haciendo la TRLCU una expresa referencia a los medios electrónicos.
Carácter vinculante y ejecutivo. Siguiendo las pautas generales de la Ley Arbitraje, el art. 11.1
de la Ley 60/2003 establece que el convenio arbitral obliga a las partes a cumplir lo estipulado e
impide a los tribunales conocer de las controversias sometidasa arbitraje, siempre que la parte a
quien interese lo invoque mediante declinatoria. Conlleva el acatamiento de la decisión arbitral, del
laudo.
Simplicidad. Prevé la LCU que el sistema arbitral de consumo debe estar presidido por la idea
de simplicidad procedimental, así como por la rapidez en la preparación del laudo, que como máximo,
deberá ser dictado en el plazo de 4 meses, a contar desde la designación del colegio arbitral o 6
meses desde el día siguiente al inicio del procedi- miento arbitral.
Disponía el art. 2 del RD 636/1993 “No podrán ser objeto de arbitraje de consumo las cuestiones…”.
Dicha técnica, descriptica y escasamente loable, ha sido abandonada por el RD 231/2008 que,
manteniendo los mismos principios en la regulación, señala que puedenser “objeto de arbitraje de
consumo los conflictos…que versen sobre materias de libre disposición de las partes conforme a
Derecho”, salvo en los supuestos en “que versen
“1. Se constituye una Junta Arbitral de Consumo de ámbito nacional, adscrita al Instituto Na- cional
del Consumo, que conocerá, exclusivamente, de las solicitudes de arbitraje presentadas a través de
las asociaciones de consumidores y usuarios (cuyo ámbito territorial exceda de una CCAA), por los
consumidores y usuarios que estén afectados por controversias que superen asi- mismo dicho
ámbito.
El RD 231/2008 sigue dicha línea, contemplando en el art. 5.2: “Son Juntas Arbitrales de Consumo:
b) Las Juntas Arbitrales territoriales constituidas mediante convenio de colaboración entre las
AAPP y el INC...”
Se crea al mismo tiempo una “Comisión de Juntas Arbitrales de Consumo” regulada en los artículos 9
a 11 del RD, a la que se le “encomienda la resolución de los recursos frente a la admi- sión o
inadmisión de solicitudes de arbitraje con causa en la materia objeto de arbitraje, la emisión de
informes técnicos, dictámenes o recomendaciones que faciliten la labor de los órganos arbitra- les y
eviten pronunciamientos contradictorios y la emisión de informe preceptivo en la admisiónde las
ofertas públicas de adhesión limitada al Sistema Arbitral de Consumo...”
5.1 COMPOSICIÓN
Las Juntas Arbitrales de Consumo son organismos administrativos de distinto ámbito te- rritorial,
integrados en la correspondiente Administración Pública y, dependiente de ella a todos los efectos.
Están compuestas por dos personas, un Presidente y un Secretario, cargos que recaen en personal
al servicio de las AAPP y personal de apoyo adscrito a dicho órgano y que son designados por la
Administración de la que dependan, publicándose su nombramiento en el Diario Oficial
correspondiente.
Las personas que ostentan la presidencia o secretaría deben cumplir con las ss tareas:
2. Otorgar distintivos especiales a las empresas que se adhieran al sistema arbitral de consu-
mo
5.2. FUNCIONES
De conformidad con el Art. 4. del RD 636/1993y el art. 6 el RD 231/2008, las Juntas Arbitralesde
Consumo desempeñarán las siguientes funciones:
c. Confeccionar y actualizar el censo de las empresas que hayan realizado las ofertas públicas
de adhesión al sistema arbitral de consumo, en su ámbito territorial, con expresión del ámbito de la
oferta. Este censo será público;
7. EL COLEGIO ARBITRAL
Con carácter general, el título III de la Ley de la Ley de Arbitraje, 36/1988, (Art. 12 a 21), está
dedicado íntegramente a la regulación de los árbitros, “personas naturales que se hallen en el pleno
ejercicio de sus derechos civiles, siempre que no se lo impida la le- gislación a la que puedan estar
sometidos en el ejercicio de su profesión (por ej. Notarios, Registradores, Jueces, Magistrados y
Fiscales en activo…)”.
Además, en caso de tratarse de arbitraje de Derecho es requisito complementario que los árbitros
sean Abogados en ejercicio. (Art. 15.1)
Se habla de árbitros, en plural, porque el colegio arbitral se encuentra compuesto por tres personas,
designadas una por cada una de las partes y la tercera por consenso de ambas. Sin embargo, la
exigencia legal es únicamente que el número de árbitros debe ser impar; por tanto, con la Ley en la
mano, no sólo cabe designar un árbitro único sino que ésta es la regla conforme a la Ley 60/2003 (art.
12 in fine).
La regla supletoria propia de la Ley de Arbitraje de 1988 de que los árbitros sean tres, era de obligado
cumplimiento conforme al RD 636/1993, uno en representación de los consumidores, otro en
representación de los sectores y finalmente, el Presidente del colegio arbitral, y que como regla
general «el Presidente del colegio arbitral será designado por la Junta Arbitral, entre perso- nal al
servicio de las AAPP, licenciados en Derecho, previamente nombrado al efecto por la Admi-
nistración de la que dependa dicha Junta», asumiendo así la Administración el papel mediador en el
arbitraje.
El RD 231/2008 regula el tema de manera diversa. De entrada, con mayor flexibilidad y adecuación a
los supuestos reales de conflictos, admite tanto la existencia de un árbitro único cuanto la del colegio
arbitral. Así pues,
• los «órganos arbitrales unipersonales» representan una novedad del sistema arbitral,
pudiendo existir un árbitro único cuando las partes así lo acuerden o cuando lo esta- blezca el
presidente de la Junta Arbitral de Consumo, siempre que la cuantía de la con- troversia sea inferior a
300 € y que la falta de complejidad del asunto así lo aconseje.
• Para los restantes supuestos no previstos en el artículo anterior, determina el art. 20 del RD
231/2008 que procede la entrada en juego de los órganos arbitrales colegiados.
Dicho colegio arbitral estará integrado por tres árbitros acreditados elegidos cadauno de ellos entre
los propuestos por la Administración, las asociaciones de consumi- dores y usuarios y las
organizaciones empresariales o profesionalesyactuaránde forma colegiada, asumiendo la presidencia
el árbitro propuesto por la Administración.
La designación de los árbitros corresponde al presidente de la Junta Arbitral de Con- sumo y en los
arbitrajes que deban decidirse en derecho, los árbitros designados entre los acreditados a propuesta
de las asociaciones de consumidores y usuarios y de las organiza- ciones empresariales o
profesionales, deberán ser licenciados en derecho.
Nombrados los árbitros, el colegio arbitral se completará con el Secretario de la Junta Arbitral de
Consumo, quien actuará como tal también en el colegio arbitral, con voz pero sin voto, facilitando el
oportuno soporte administrativo y siendo el responsable de las notificaciones.
Constituido el colegio arbitral, tras haber manifestado los árbitros la aceptación del cargo, comenzará
el procedimiento arbitral propiamente dicho, que es sumamente senci- llo y privado
• La audiencia a las partes, podrá realizarse oralmente o por escrito, pudiendo las partes
presentar los documentos y hacer las alegaciones que consideren necesarias para la mejor defensa
de sus derechos, de manera tal que los árbitros puedan de las respecti- vas pretensiones de las
partes, intentar la conciliación entre ellas, y, en caso negativo, comenzar a formular el enjuiciamiento
de las cuestiones controvertidas.
• Tras la fase alegatoria, se entra en período probatorio. El colegio arbitral acordará la práctica
de las pruebas pertinentes, citando para ello a las partes, las cuales podrán in- tervenir por sí mismas
o debidamente representadas. Las pruebas pueden ser acorda- da por el colegio arbitral o
practicadas a instancia de parte:
Las acordadas de oficio serán costeadas por la Administración de la que dependa la Junta de
Consumo, en función de sus disponibilidades presupuestarias.
Los gastos ocasionados por las pruebas practicadas a instancia de parte serán sufragados por
quienes las propongan y las comunes por mitad, salvo que el colegio arbitral aprecie, en el laudo,
mala fe en alguna de las partes, en cuyo caso podrá distribuir en distinta for- ma el pago de los
mismos.
• Concluida la fase probatoria y practicadas las pruebas, comienza la fase decisoria, que
culminará cuando el colegio arbitral dicte el correspondiente laudo, pero si los árbitros lo consideran
conveniente,antesdeentrarenlafasedecisoria,puedenacordarla convocatoria de las partes para oírlas
nuevamente.
Una vez concluido el procedimiento arbitral, los árbitros ponen fin a la controversia
sometida a su conocimiento mediante una decisión que recibe el nombre de laudo, que tiene el
mismo valor y eficacia que una sentencia, produciendo por tanto efectos de co- sa juzgada según
establece el Art. 43 de la Ley de Arbitraje.
El laudo deberá dictarse por escrito, y expresará al menos, según el art. 43 LA:
Decisión arbitral
48.1 que «la forma y el contenido del laudo que, en todo caso será motivado, se regirá por lo
dispuesto en la Ley 60/2003, de 23 de diciembre, de Arbitraje».
El Art. 49.1 del RD 231/2008 establece respecto al “tiempo”: “el plazo para dictar un laudo será de 6
meses desde el día siguiente al inicio del procedimiento arbitral, pudiendo ser prorrogado por el
órgano arbitral mediante decisión motivada, salvo acuerdo en con- trario de las partes, por un periodo
no superior a dos meses”.
Una vez dictado, el laudo arbitral vincula y sujeta a las partes a la propia decisión de haber sometido
sus controversias al procedimiento arbitral. Ello determina que la Ley pro- cure restringir al máximo
las posibilidades de impugnación del laudo, otorgando a las partes únicamente dos recursos posibles:
el recurso de anulación del laudo y el recurso de revisión del mismo.
Habrá de ser interpuesto ante la Audiencia Provincial del lugar donde se hubiera dicta- do el laudo -
art. 41 LA-, dentro del plazo de los dos meses siguientes a la notificación de aquél -art. 46.2-,
exponiéndose en el escrito los fundamentos que sirvan para apoyar el motivo de anulación invocado y
proponiéndose la prueba que sea necesaria.
La Ley plantea dicho recurso como un procedimiento sumario y establece, para evitarla continua
litigiosidad sobre la validez o posible anulación del laudo, que contra la sen- tencia finalmente dictada
por la Audiencia Provincial «no cabrá ulterior recurso» (Art.
Dada la identidad del laudo con la cosa juzgada, el art. 43 de la Ley otorga igualmente a las partes la
posibilidad de entablar el recurso de revisión conforme a lo establecido en la legislación procesal para
las sentencias judiciales firmes.
Una vez dictado, el fallo contenido en el laudo puede ser ejecutado por las partes de forma voluntaria
y sin intervención de autoridad jurisdiccional alguna.
Si fuere necesario acudir a la ejecución forzosa, las partes podrán obtenerla del Juez de 1ª Instancia
del lugar en que aquél hubiere sido dictado, “por los trámites establecidos para la ejecución de
sentencias firmes, pues el laudo es un título ejecutivo; no obstante, la Ley prevé ciertas
especialidades respecto del proceso de ejecución general (Art.45 de la Ley 20/2003).