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¿Te gustaría tener amigos? No hay chico que no los busque. Y si los pierde, sufre mucho. Hasta a mí me
gustaría; pero no los puedo tener. Muchos me tienen afición, nada más que afición. Amistad sólo puede
existir entre personas. Y tú ya sabes que no lo soy.
¿Quieres saber, antes de seguir, qué‚ es amistad?
Amistad es la mutua simpatía que sienten las personas, simpatía que impulsa a tratarse con
frecuencia, que tiende a preocuparse por ellas y sus problemas y que intenta mejorarlas.
Las palabras claves de la amistad son:
- Simpatía.
- Tratarse.
- Preocuparse
- Mejorar.
La simpatía debe ser hacia la persona, con sus cualidades y defectos. Por esto, puede no ser verdadera
amistad la simpatía que sientes hacia las actividades que practica el otro: deportivas, por ejemplo. Te
puede caer bien uno porque tiene moto y te lleva a correr. Es un ejemplo.
Lo propio de los amigos es buscarse para hablar de sus cosas: de sus aficiones, sus ilusiones, sus
preocupaciones, sus dificultades. Se sienten vinculados el uno al otro y procuran estar juntos en los
momentos de tristeza y de alegría.
No existe verdadera amistad, mientras no se manifiesta la propia intimidad.
De esta entrega mutua de la intimidad, se deduce el compromiso de guardar secreto y nace la
preocupación de ayudarse el uno al otro. De aquí, que toda amistad tienda a mejorar al amigo. No es
amigo el que induce a malos comportamientos. A lo sumo es un aliado. Procura evitar estos aliados,
cuanto antes.
No es señal de amistad el abandono de tus normas morales o de tus criterios propios, para aceptar los del
amigo. Esto, más bien, sería signo de inmadurez.
Un grupo de chicos que se animan mutuamente a travesuras que no harían a solas, no son amigos; son
una "pandilla" peligrosa. Los drogadictos se inician en las "pandillas".
¿Quieres saber dónde puedes encontrar amigos?
Tú te relacionas con chicos de tu edad en diversos lugares. Tienes compañeros en el colegio, en el lugar
de veraneo, en actividades deportivas; están los hijos de los amigos de tus padres, etc. De todos ellos,
naturalmente, tienen que salir los amigos.
Alguno te caerá simpático y te será fácil hablar con él. Poco a poco, de compañeros pasaréis a ser amigos,
aunque no os lo digáis. La amistad no es un compromiso que se declara. Se vive.
Avisos:
Un amigo no debe acaparar la amistad del otro. Quiero decir que no debes impedir que un amigo tuyo
tenga, además, otros amigos.
Los amigos suelen ser pocos. De entre las personas con que nos relacionamos, no es frecuente
encontrarse con muchos que sientan aquella mutua simpatía que lleva a una verdadera amistad.
Los amigos se invitan a sus casas y se dan a conocer a las respectivas familias. Es bueno que tus padres
conozcan tus amigos.
Cada chico tiene que pensar que, antes de los amigos, está la propia familia con la que se debe convivir; y
hay también unos compañeros que no se deben discriminar por ser amigo de alguno de ellos.
La virtudes que sostienen y fomentan la amistad son:
- Lealtad, Generosidad, Comprensión, Confianza, Respeto, Pudor al manifestar las intimidades personales.
De todas ellas te hablaré‚ más adelante. Vale la pena que las conozcas y las vivas. Tus amigos se lo
merecen.
Don Samuel Valero
PRUEBA DE COMPRENSIÓN INTERACTIVA
1) La amistad es una mutua:
a) Simpatía
b) Atracción
c) Pasión
2) La amistad impulsa a:
a) Recibir compensaciones
b) Salir a divertirse
c) Preocuparse por el amigo y sus problemas
6) El Ordenador tiene:
a) Amigos
b) Aficionados
c) Compañeros
7) La amistad tiende a:
a) Tratar con frecuencia al amigo
b) Aprender de los amigos
c) Recibir favores del amigo
Hace mucho tiempo, un día de primavera, iban dos hombres paseando juntos
mientras charlaban de las cosas del día a día. Se llevaban muy bien y a
ambos les gustaba la compañía del otro.
De repente, uno de ellos llamado Juan, vio algo que le llamó la atención.
-¡Eh, mira eso! ¡Es una bolsa de piel! Alguien ha debido de perderla ¿Qué
habrá dentro? ¡Venga, vamos a comprobarlo!
– ¿Hemos?… ¿Qué quieres decir con que hemos tenido suerte? Perdona,
pero soy yo quien ha visto la bolsa, así que todo este dinero es mío y sólo
mío.
Manuel se quedó abatido. Se suponía que eran amigos y le pareció fatal una
actitud tan egoísta. Aun así, decidió acatar su decisión y dejar que todo fuera
para él. Retomaron el camino sin dirigirse la palabra, Juan con una sonrisa
de oreja a oreja y Manuel, como es lógico, muy disgustado.
Apenas habían pasado quince minutos cuando, a lo lejos, vieron que cinco
hombres con muy mala pinta se acercaban a ellos montados a caballo. Antes
de que pudieran reaccionar, los tenían a su lado a punto de robarles todo
aquello de valor que llevaban encima. El jefe de la banda se percató de que
Juan escondía un saco en su mano derecha.
Los ladrones ignoraron a Manuel porque no llevaba nada encima ¡Sólo les
interesaba el saco de monedas de Juan! Manuel aprovechó para alejarse
sigilosamente del grupo, pero para Juan no había escapatoria posible. Los
cinco bandidos le tenían completamente acorralado. Con el rabillo del ojo
vio cómo Manuel se largaba de allí y le dijo:
– ¿Qué quieres decir con que estamos perdidos? Me dejaste muy claro que el
tesoro era tuyo y solamente tuyo, así que ahora apáñatelas como puedas con
estos ladrones, porque yo me voy.
Un día, el rey león cayó enfermo y fue atendido por su médico de confianza:
un búho sabiondo que siempre encontraba la terapia o el ungüento adecuado
para cada mal. Después de tomarle la temperatura y la tensión, decidió que
lo que necesitaba el paciente era hacer reposo durante al menos cuatro
semanas. El león obedeció sin rechistar, pues la sapiencia del búho era
infinita y si él lo recomendaba, lo más acertado era acatar la orden para
recuperarse lo antes posible.
– Hermano, quiero que hagas saber a todos mis súbditos, que cada tarde
recibiré a un animal de cada especie para charlar y pasar un rato agradable.
En cuestión de horas, todos los animales del territorio sabían que el rey les
invitaba a su cueva. Como era de esperar, la mayoría de ellos sintieron que
era un honor ser sus convidados por un día.
A los zorros les tocaba el último día y todavía no tenían muy claro quién iba
a ser el afortunado en acudir como representante de los demás. Se reunieron
para pactar entre todos la mejor opción, pero cuando estaban en ello, un
joven y espabilado zorrito apareció gritando:
EL AGUA DE LA VIDA
Había una vez un rey que estaba gravemente enfermo. Sus tres hijos,
desesperados, ya no sabían qué hacer para curarle. Un día, mientras
paseaban apenados por el jardín de palacio, un anciano de ojos vidriosos y
barba blanca se les acercó.
– Siento deciros que es muy difícil de encontrar, tanto que hasta ahora nadie
ha logrado llegar hasta su paradero.
El hijo menor del rey estaba preocupado por sus hermanos. Los días
pasaban, ninguno de los dos había regresado y la salud de su padre
empeoraba por minutos. Sintió que tenía que hacer algo y partió con su
caballo a probar fortuna. El duende del bosque se cruzó, cómo no, en su
camino.
– Voy en busca del agua de la vida para curar a mi padre, el rey, aunque lo
cierto es que no sé a dónde debo dirigirme.
¡El duende se sintió feliz! Al fin le habían tratado con educación y
amabilidad. Miró a los ojos al joven y percibió que era un hombre de buen
corazón.
– ¡Oh, gracias! Pero… ¿Cómo puedo entrar en el castillo, si como dices, está
encantado?
El duende metió la mano en el bolsillo y sacó dos panes y una varita mágica.
– Ten, esto es para ti. Cuando llegues a la puerta del castillo, da tres golpes
de varita sobre la cerradura y se abrirá. Si aparecen dos leones, dales el pan y
podrás pasar. Pero has de darte prisa en coger el agua del manantial, pues a
las doce de la noche las puertas se cerrarán para siempre y, si todavía estás
dentro, no podrás salir jamás.
El hijo del rey dio las gracias al duende por su ayuda y se fundieron en un
fuerte abrazo de despedida. Partió muy animado y convencido de que, tarde
o temprano, encontraría el agua de la vida. Cabalgó sin descanso durante
días y por fin, divisó el castillo encantado.
Entró en el castillo y al llegar a las puertas del gran salón, las derribó. Allí,
sentada, con la mirada perdida, estaba una hermosa princesa de ojos tristes.
La pobre muchacha llevaba mucho tiempo encerrada por un malvado
encantamiento.
Mientras tanto, ella aguardaba nerviosa al hijo pequeño del rey. Mandó a sus
criados poner una alfombra de oro desde el bosque hasta la entrada de
palacio y avisó a los guardianes que sólo dejaran pasar al caballero que
viniera cabalgando por el centro de la alfombra.
El primero que llegó fue el hermano mayor, que al ver la alfombra de oro,
se apartó y dio un rodeo para no estropearla. Los soldados le prohibieron
entrar.
Una hora después llegó el hermano mediano. Al ver la alfombra de oro,
temió mancharla de barro y prefirió acceder al palacio por un camino
alternativo. Los soldados tampoco le dejaron pasar.
Y así termina la historia del joven valiente de buen corazón que, con la
ayuda de un duendecillo del bosque, sanó a su padre, encontró a la mujer de
sus sueños y se convirtió en el nuevo rey.
LA GARZA Y LA ZORRA.
En cierta ocasión, una garza y una zorra se hicieron amigas. Se llevaban tan
bien que la zorra decidió invitar a su nueva compañera de aventuras a comer.
– ¿Te gustaría almorzar conmigo mañana? Prepararé algo rico para ti.
El ave, que era muy inteligente, se dio cuenta de que la zorra había querido
burlarse de ella y decidió pagarle con la misma moneda. Una vez terminada
la comida, se despidió sin perder en ningún momento la educación ni la
compostura.
– Tengo para ti una miel deliciosa, porque sé de buena tinta que a los zorros
os gusta mucho.
Se sentó a la mesa y la garza apareció con una miel espesa y dorada como
ninguna ¡Qué buena pinta tenía!
La zorra nada pudo hacer pues se había convertido, como suele decirse, en
el burlador burlado. Se había creído muy astuta pero tuvo que aguantar la
humillación de que otro animal, lo fuera más que élla. Avergonzada, regresó
a su casa con la tripa vacía.
En una ocasión, a última hora, cuando la luna comenzaba a asomar entre las
nubes, el pastorcillo las llamó como de costumbre pero algo extraño
sucedió: por más que silbaba y hacía gestos con las manos, las cabras le
ignoraban.
El conejo empezó a saltar y a gruñir entre las cabras para llamar su atención,
pero ellas continuaron pastando como si fuera invisible. Abatido, se sentó en
la piedra al lado del pastor y comenzó a llorar junto a él.
En eso pasó una zorra que, viendo semejante drama, se atrevió a preguntar:
– Lloro porque el pastor se puso a llorar porque sus cabras no le hacen caso
y si no regresa pronto su padre le va a castigar.
El zorro se acercó a las cabras con cara de malas pulgas y respiró una gran
bocanada de aire; un segundo después salieron de su boca unos cuantos
aullidos de esos que ponen los pelos de punta al más valiente.
A pesar de que resonaron en todo el valle ¿sabes qué sucedió?… Pues que
las cabras ni se giraron para ver de dónde venían los escalofriantes sonidos.
El zorro, con la moral por los suelos, se unió a la pareja con los ojos llenos
de lágrimas.
El lobo pegó un brinco y sacó los colmillos para asustar a las cabras, pero
fracasó. Los blancos y apacibles animales no se movieron ni medio metro de
donde estaban. Pensando que con la vejez había perdido toda su capacidad
de atemorizar, se hizo un hueco en la piedra y también empezó a lloriquear
como un bebé.
Una abejita que volaba cerca se quedó muy sorprendida al ver el curioso
grupo de animales llorando a lágrima viva. Intrigadísima, se acercó
zumbando y, sin posarse, preguntó al lobo:
– Lloro porque el zorro llora porque vio llorar al conejo que llora porque el
pastor se puso a llorar porque sus cabras no le hacen caso y si no regresa
pronto su padre le va a castigar.
Entonces, la abeja llevó a cabo la segunda parte del plan: sacó su afilado y
brillante aguijón trasero y se lo clavó en el culo a la cabra más anciana, que
era la líder del grupo. Al sentir el picotazo la vieja cabra salió corriendo
hacia la granja como alma que lleva el diablo, y todas las demás la siguieron
atropelladamente.
– Perdona, amiga, por habernos reído de ti ¡Nos has dado una buena lección!
¡Gracias por tu ayuda y hasta siempre!
La abejita sonrió, les guiñó un ojo, y se fue zumbando por donde había
venido.
Y así es cómo termina esta pequeña historia que nos enseña que lo
importante no es ser grande o fuerte, sino tener confianza en uno mismo para
afrontar los problemas y las situaciones difíciles ¡Si te lo propones, casi todo
se puede conseguir!
¿Por qué EL SOL NUNCA SE HA CASADO?
Hace miles y miles de años, el sol, aburrido de vivir sin compañía, decidió
casarse. La hora de formar una familia y sentar la cabeza había llegado y
para celebrarlo organizó una fiesta multitudinaria a la que invitó a los
animales de la tierra.
¡La idea entusiasmó a todos! La hormiguita, el elefante, la ballena…
¡Ningún animal quería faltar a la cita y corrieron a ponerse guapos para ser
los primeros en llegar!
Bueno, esto no es del todo cierto… Hubo uno que en cuanto se enteró de la
noticia salió pitando a esconderse bajo su cama muerto de miedo. Se trataba
de pequeño erizo blanco de hocico marrón.
La rana le dijo:
Los conejos, las cebras, los buitres… Todos se acercaron a hablar con el
erizo testarudo que, ante tanta insistencia, aceptó.
El sol estaba, nunca mejor dicho, radiante, y los invitados parecían disfrutar
de lo lindo. El único que seguía compungido era el erizo, que no quiso
probar ni una miga de pan. De hecho, nada más llegar, corrió a un rincón y
pensando que nadie lo veía, se puso a roer una piedra.
El novio, que estaba muy atento a todo, se dio cuenta y se acercó a él.
– Amigo erizo ¿puedo saber qué haces ahí solito comiendo una piedra? He
mandado preparar una comida riquísima para todos vosotros y no entiendo
por qué no participas de mi fiesta con todos los demás ¿Hay algo que no es
de tu agrado?
Caminó hasta colocarse en medio del banquete, dio una palmada para pedir
silencio y habló ante todos los congregados.
– Quiero deciros algo muy importante. He tenido una conversación con mi
amigo el erizo y acabo de decidir que ya no voy a casarme ¡La boda queda
anulada!
El sol, muy seguro del paso que había dado, continuó su discurso.
– Me temo que tus amigos están enfadados contigo, pero yo te estoy muy
agradecido por el buen consejo que me diste. Voy a regalarte algo que te
vendrá muy bien a partir de ahora ¡Toma, póntelas, a ver qué tal te sientan!
El sol le entregó unas púas largas y afiladas para colocar sobre la espalda.
– Cuando alguien se meta contigo ya no necesitarás ocultarte; podrás
enroscarte formando un ovillo y las púas te protegerán.
El erizo regresó a su casa sintiéndose más guapo y sobre todo, más seguro.
Desde ese día, como bien sabes, luce un cuerpo lleno de pinchos.
El sol, por su parte, continuó con su vida en soledad hasta hoy, pero jamás se
arrepintió de haber tomado aquella inteligente y generosa decisión.
EL SAPO Y EL RATON.
Había una vez un sapo al que le encantaba tocar la flauta. Por las noches se
subía a una piedra del campo y, bañado por la luz de la luna, arrancaba
hermosas notas a su pequeño instrumento.
Allí cerquita vivía un ratón al que le molestaba mucho la música. Estaba tan
harto, que una cálida noche de verano decidió poner fin a la situación. Fue
en busca del sapo y le amenazó.
– Así que se cree mejor que yo ¿eh?… Muy bien, pues si quiere hacemos
una apuesta. Le reto a correr, pero para que sea más emocionante, lo
haremos bajo tierra. Si gana usted, le entregaré mi flauta, pero si gano yo,
tendrá que regalarme su casa, que según he oído por ahí, es bastante
confortable.
El ratón se echó a reír pensando que el sapo era un ser bastante tonto e
inconsciente.
– ¿Es usted mago o algo así? ¡Si no lo veo, no lo creo! Está bien: haremos
una nueva carrera, esta vez el camino contrario, de aquí a la roca.
– ¡Vaya, pues sí que es mala suerte! Tienes razón, por allí los veo venir, pero
he de decirte que no son galgos.
– No, amigo mío… Son perros de otra raza ¡Son podencos! ¡Lo sé bien
porque ya soy mayor y he conocido muchos a lo largo de mi vida!
– ¡Pero qué dices! ¡Son galgos! ¡Tienen las patas largas y esa manera de
correr les delata!
– ¿Eso crees? ¿No será que ya estás demasiado viejo y el que necesita gafas
eres tú?
– ¡Cómo te atreves!…
– ¡Tienes toda la razón! No era el momento de pelearse por algo tan absurdo
¡Lo importante era huir del enemigo!
LA RATITA ATREVIDA.
Érase una vez una linda ratita llamada Flor que vivía en un molino. El lugar
era seguro, cómodo y calentito, pero lo mejor de todo era que en él siempre
había abundante comida disponible. Todas las mañanas los molineros
aparecían con unos cuantos kilos de grano para moler, y cuando se iban, ella
hurgaba en los sacos y se ponía morada de trigo y maíz.
– Pero Flor ¡tú no puedes irte de aquí! Piensa bien las cosas… ¡Aún eres
demasiado joven para recorrer el mundo!
– No, no lo soy, así que ¿sabéis qué os digo? ¡Pues que me voy a la aventura,
a vivir nuevas experiencias! Necesito visitar lugares exóticos, conocer otras
especies de animales y saborear comidas de culturas diferentes ¡Ni siquiera
he probado el queso y eso que soy una ratita!
¡Qué feliz se sentía Flor! Por primera vez en su vida era libre y podía
escoger qué hacer y el lugar al que ir sin dar explicaciones a nadie.
– A ver, a ver… Sí, creo que iré hacia el norte, camino de Francia… ¡Oh là
là, París espérame que allá voy!
Tarareando una cancioncilla y pensando en todo el roquefort que se iba a
zampar al llegar a su destino, se adentró en el bosque. Contentísima, correteó
durante un par de horas orientándose gracias a su fino olfato. Tanto anduvo
que de repente le entró mucha sed.
– Este camino va hacia el norte atravesando una pradera ¡No hay duda de
que voy bien!
– ¡Ay, ay, qué dolor! ¿Qué voy a hacer ahora? ¡Me cuesta mucho andar!
El caballo continuó trotando sin mirarla y Flor tuvo que arrastrarse a duras
penas hasta conseguir apartarse del camino y sentarse en una piedra.
– Esperaré quietecita hasta que me baje la inflamación ¡Esto es horrible, me
duele muchísimo!
Estaba muy afligida y empezó a pensar que su plan no estaba saliendo como
había previsto. Con lágrimas en los ojos, comenzó a lamentarse.
Sus gemidos llegaron a oídos de un hada buena que pasaba por allí.
– ¿Y por qué estás tan triste con lo bonita que eres, pequeña?
El hada sonrió:
El hada buena la llevó de vuelta al lugar donde había nacido, al lugar que le
correspondía y donde lo tenía todo para ser dichosa. Por supuesto la
recibieron con los brazos abiertos y ni que decir tiene que ese día el grano
del molino le supo más delicioso que nunca.