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30 años de democracia. Tres décadas que nos atraviesan día a día, aún cuando no
lo notamos. Treinta años de curar heridas y tratar de recomponernos, de digerir y
comprender recuerdos, de aprender. Aprender en democracia, en una escuela que,
originariamente, es una institución de formación, es decir, de control, de rigidez y
cerrazón. La escuela no siempre es libertad. Pero, no necesito decirlo, también es un
ámbito donde, si uno revuelve un poco, encuentra lugar para construir algo más que una
bajada de saberes y calificaciones. Lugar para ir más allá de la cotidiana queja de que “el
chico no aprende”, “el chico no estudia”, “los chicos están en cualquiera”, hay espacios,
intersticios de acción por donde se puede entrar a tallar otras actividades que permitan el
quiebre con la prosecución fría y lejana de un objetivo calificatorio. Así, casi a finales del
primer trimestre de este año, nos llegó la convocatoria para el concurso de micro-relatos
“Relatos breves para un pasado pesado”, un concurso de microrrelatos cuyo tema
principal debía ser la última dictadura cívico-militar y, a su vez, tenía ejes temáticos en los
cuales afincar las perspectivas específicas para redactar el microrrelato.
Debo reconocer que había algunas puntas de ese ovillo que no me resultaban muy
interesantes. Sinceramente. Por ejemplo, el hecho de que fuera un “concurso literario”.
Como docente no me termina de caer simpático que, en el marco del aprendizaje, se
compita. No me gusta enseñar que para hacer (en este caso, un texto literario) haya que
esperar una recompensa o una felicitación, tan siquiera. Me parece mercantilizar la
educación. Como escritor, me resulta repugnante, a secas. Porque el arte, creo, no debe
ser juzgado, debe ser apreciado y valorado por aquel enunciatario que esté preparado
para apreciar sensiblemente la obra de arte. Creo en los artistas libres, no evaluados, no
concursados. E, infinitamente más, cuando los concursantes son jóvenes que están
incursionando en un mundo que, en general, les es ajeno: la literatura.
Por otra parte, me encuentro con los microrrelatos. Un tipo de texto muy
impresionante si está bien realizado; no haremos una lista acá de los grandes autores que
han transitado este camino porque son muchos. Sin embargo, me permito traer tres
ejemplos por si no conocen el género:
El problema de los microrrelatos, creo que hay muchos autores que lo cultivan.
Demasiados, quizás. Muchos de ellos han cometido torpezas y desatinos en nombre de la
brevedad y la simpatía que permite este género. Así, el microrrelato se ha puesto de
moda y, como muchas veces ocurre, ha sido maltratado tanto que pierde su calidez y
calidad, creamos un prejuicio y lo demonizamos.
Lo que me convocó fue que el trabajo lo íbamos a llevar adelante con las
licenciadas Beatriz Escudero Rava, Nancy Mariana Cejas y, también, Marcela Ferrari,
tres personas magníficas y tremendamente profesionales, además de ser amigas
entrañables. Sé que cuando se logra un equipo de trabajo serio y, a su vez, divertido y
afable, se puede hacer cualquier cosa en, casi diría, cualquier lado. Con ellas (por ellas,
en realidad) retroalimentamos nuestros espíritus docentes y cargamos de ánimo el
ejercicio de nuestra tarea actuando en múltiples proyectos desde Parlamentos Juveniles
hasta Jóvenes y Memoria. Y, así, se resignifica la tarea docente.
El trabajo sobre microrrelatos, de acuerdo con las indicaciones que recibí,
consistiría en una jornada en la cual convocaríamos a los jóvenes del turno mañana y
turno tarde que estuvieran deseosos de participar en el trabajo. Primer punto a favor, no
era obligatorio. Eso es sano.
Luego, y una vez presentado el proyecto a los alumnos, daríamos el marco teórico
para la redacción de un microrrelato, su definición y recursos. Unas diapositivas muy
coloridas transformaron una clase de literatura en una charla un poco más amena que
abrirían paso a la proyección de unos audiovisuales para ilustrar el marco histórico, la
dictadura y sus crueldades. Finalmente, trabajaríamos en grupos sobre ejes temáticos
que provocarían la escritura. Ejes que reconstruímos a fin de adaptarlos a nuestros gustos
y, así, poder comunicarlos mejor. Sobre estos ejes los chicos se juntarían a charlar con
nuestra coordinación. Estos ejes temáticos eran tres:
742
742, ella era la 742, y acababa de dar a luz a Milagros, mañana la trasladaban ella
ya sabía lo que era, pero estaba contenta porque aunque ella se fuera dejaría una
semilla de esperanza.
Pasado
¿Cuántos de los aquí presentes se sentaron varias veces ante sus computadoras,
quizás, en la comodidad del hogar? ¿Cuántos tuvieron mucho tiempo para pensar sus
textos? ¿Cuántos de nosotros somos incapaces ya de esa creatividad, a pesar de nuestra
formación? ¿O, será acaso que esa formación también nos limita, nos restringe la
capacidad creadora, nuestra libertad?
Los chicos escribieron; nosotros disfrutamos. Sí, era un concurso, pero,
admirablemente, niguno de los alumnos preguntó si había ganado.
Gracias.