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Anøs - 213 (1989 - 1990) pp.

173 - 182 L /J

OBSERVACIONES SOBRE EL MOSAICO


DE MERIDA CON LA ETERNIDAD
Y EL COSMOS

DIMAS FERNÁNDEZ - GALIANIO

" I(aÀri,ç ¡L,ot \orcoûrn, ,oì nepì" ,à po1rj¡-,.oro


Srr,yvtî¡t<rur,,.ol o,iôi, ã¡onov òp0ôts awro'js, otcl
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'¡'û,v x...à ¡répos, ot,i' ènc, xoì<i,s ðþeîo0or'')

Arquitas de Tarento

En justicia puede considerarse único el mosaico emeritense que representa la Eterni-


dad: singular por su temática, exacto en su realización, En la sabia disposición de sus fi-
guras - alegorías filosóficas y religiosas de las fuerzas que animan el mundo - reside su
armonía; aunque el tiempo ha estragado buena parte de su superficie, no ha logrado des-
virtuar la perfección de sus imágenes ni borrar totalmente los invisibles hilos que ias
unen. Los estudios dedicados a esta obra, hijos de la admiración más que del análisis, pro-
liferan y hasta amenazan con formar biblioteca; se impone, en consecuencia, la brevedad
(1)
(1) E. García Sandoval. "El mosaico cosmogónico de Mé¡ida". Actas del XI Congreso Nacional de Arqueo-
logía (Mérida L968) Zaragoza, 1,970 pp. 143-768; publicado asimismo en BSEAA, XXXIV-XXXV, 1969
pp,9-29; A, Blanco Freijeiro, "El mosaico de Mérida con la alegoría del Saeculum Aureum" Estudios sobre
el mundo helenístico (Publicaciones de la Unive¡sidad de Sevilla, Anales de la Universidad Hispalense, serie
Filosofía y Letras, n0 8,) Sevilla, 1971 pp, 151-158; G. Ch. Picard. "Observations sur la mosaïque cosmologi-
que de Mérida" La Mosaique Antique, II París, L975 pp, 1,I9-I24 (Actes du II Colloque International
pour l'étude de la mosaique antique, 1971); A. Blanco Freijeiro. Mosaicos romanos de Mérida, Madrid,
C.S.LC., 1978, pp. 1.4,22,23; A. Alföldi, Aion in Mérida und Aphrodisias. Mainz and Rhein, verlag Philipp
Von Zabern, 1.979;M. H. Quet. La mosaique cosmologique de Mérida. Paris, E. de Boccard 1981; M.H.
Quet. "Aîon, á propos d'un livre récent" R-EA (1981) pp. 97-108; J, l¿ncha. "I-a mosaique cosmologique de
Mérida: étude technique et stylistique" Mélanges de la Casa de Yelázquez XIX-1 (1983) pp. 17-86; M.H.
Quet "Pharus" MEFRA, 96 (1984) pp. 789-845; L, Musso. "Eikon tou Kosmou a Mórida: ricerca iconografi-
ca per la restituzione del modello compositivo" Rivista dell'Istituto Nazionale d'Archeologia. Historia
dell'Arte, S. III anni VI-VII (1983-84) pp. 151-190; J. M. Blazquez. "Cosmología mitraica en un mosaico de
Augusta Emérita. AEArq.59 (1986) pp. 89-100.
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Un cuarto de siglo ha transcurrido desde su descubrimiento y aún no sabemos cómo


llamarlo: cosmogónico, cosmológico, cosmográfico, cósmico son algunos de los adjeti-
vos que van proponiéndose a medida que se suceden los escritos, breves unos, otros fat:ra-
gosamente extensos (2). No es sorprendente que un hallazgo excepcional genere una
fluencia de escritos caudalosa, pero puede pronosticarse que este mosaico seguirá inspi-
rando incansables estudios, como lo han hecho pocos otros descubrimientos arqueológi-
cos hasta la fecha. La clave de su éxito es su insólita complejidad, que rehúye toda com-
prensión globalizadora. No voy a explicar aquí quiénes y por qué, realizaron esta obra,
aunque indicaré el hecho curioso de que sus autores estén logrando, después de casi dos
milenios, uno de los fines'que se propusieron al llevarla a cabo: incitar el debate sobre el
mundo, universo, cosmos, o como demos en llamar al conjunto de cuanto nos rodea y del
que formamos parte.

Tampoco es extraño que las conclusiones de los estudios que ha inspirado no con-
cuerden; al fin y al cabo, se trata de una representación del universo y es sabido que cada
cual tiene una idea más o menos propia del mundo según su punto de vista y sus penona-
les gustos y preferencias; tal vez se deba el interés de los investigadores al deseo de dar
su propia interpretación y visión del mundo antiguo, a lo que la obra singularmente se
presta. Los estudiosos sólo se muestran unanimemente de acuerdo en aquello que es apre-
ciable a simple vista: se Íata de una obra singular; representa alegóricamente al cosmos;
sus figuras se distribuyen en tres espacios, marítimo, terrestre, celeste. A partir de ahí,
con la excusa de analizar la obra, confeccionan complejos discursos que generalmente no
chocan entre sí, orientados como están en direcciones divergentes. El primer trabajo
sobre este mosaico excepcional se debe aGarcía Sandoval, su descubridor, quien se ajus-
tó ala obligación de presentar con dignidad el hallazgo y ofreció los datos básicos de lec-
tura e interpretación, sólo levemente corregidos en publicaciones posteriores; concluye
que el mosaico representa el momento del nacimiento del universo desde el caos primige-
nio. Posteriormente, Blanco Freijeiro ofrece nuevos puntos de vista para considerar la
obra; la lectura de los letreros que acompañan a las figuras y el análisis de éstas, orientan
su investigación en una doble línea: por una parte, subraya el componente órfico en el
sincretismo religioso del Imperio, indica la "vaga y poética religiosidad" que envuelve al
cuadro y deja abierta la posibilidad de que el mosaico pudiera estar relacionado con las
estatuas mitraicas halladas en sus proximidades, aunque con una muy discutible afirma-
ción descarta el uso religioso del mosaico (3). Por otra, considera que la presencia de
imágenes como las del puerto y la navegación - que acorde con su criterio sólo pueden

(2) Presenté un resumen de mi investigación en Mérida, el día 9 de Febrero de 1990, en el Flomenaj e a García
Bellido. Blanco Freijeiro intervino al final de la conferencia; si no me falla la memoria, sus objeciones fue-
ron: que el edificio no es un mitreo; que el mosaico es conceptual y artísticamente griego; que debe llamiírse-
lo cósmico. Excedería los límites de este trabajo una contestación a la primera; la segunda compofa un fala-
cia, la distinción neta entre pensamiento griego y romano; intentaré concretar la tercera. En su primer estudio,
Blanco no utiliza el adjetivo cósmico; sólo posteriormente, al relacionar el mosaico con el cuad¡o descrito por
Juan de Gazay avalado por el nombre que le da el poeta bizantino, se decide a usarlo. Evidentemente, a un
mosaico que representa el universo conviene el adjetivo "cósmicor', pero es poco descriptivo; con la misma
propiedad - y la misma vaguedad - podríamos llamarlo "universal". Si entendemos que el mosaico pretende
representar el mundo, llamémoslo "cosmográfico"; "cosmológico", si además trata de explicarlo; "cosmogó-
nico", si en esta explicación se enfaliza su origen. Por tanto, ei mosaico puede ser considerado cósrnico, cos-
mológico, cosmográfico, cosmogónico y universal, según gustos.
(3) "... sin que por eso haya que decìr que se Íata de un cuadro religioso, como no lo es ningún mosaico de
pavimento". BLANCO, 197 7, 178.
Observaciones sobre el mosaico de Mérida con la Etçmidad y el Cosmos 115

ser el Portus Ostiensis y una metáfora marina de la prosperidad económica del Imperio -
definen la auténtica nattraleza del conjunto, que constituye "un canto a la eternidad de
Roma y a la armonía del mundo bajo su égida protectora". Aunque conoce el trabajo de
García Sandoval, Blanco opta por ignorar sus conclusiones; aunque sugiere identificacio-
nes para cada personaje, no se define sobre si el mosaico representa o no una cosmogo-
nía; aunque convenientemente indica los rasgos órficos en la obra, no intenta encuadrarla
en un marco conceptual órfico-pitagórico convincente; aunque detecta el fuerte compo-
nente religioso que la impregna, se decanta finalmente por negarlo. Más tarde, Blanco
acepta la sugerencia de Charles Picard según la cual el faro y el puerto representados po-
drían ser los de Alejandría, aunque no explica de qué modo debe entenderse entonces la
obra, si lo que ésta exalta es la eternidad de Roma.
Así las cosas, cabría suponer que la poco verosímil hipótesis de que el mosaico cele-
bra el Saeculum Aureum, o época dorada de Roma, debería tambalearse; pero Marie Hen-
riette Quet la apuntala pacientemente en un volumen abigarrado con más de un millar de
referencias bibliográficas, barroco discurso que trata de hermanar los supuestos de Blan-
co y Picard: la grandeza de Roma se habría exaltado mediante el,"faro de Alejandría ya
que, en resumidas cuentas, para los fines de la propaganda imperial ambas ciudades ve-
nían a ser 1o mismo. El estudio de M. H. Quet es sin duda la obra más importante dedica-
da hasta el momento al mosaico emeritense. En su contra hay que señalar una lectura difí-
cil, entorpecida por el deseo constante de justificar conocimientos; una visión prejuzgada
de1 mosaico, en el que cree ver el reflejo de una imagen del mundo expresada en escogi-
dos textos literarios; una vaguedad en la apreciación de esta singular obra y en las res-
puestas al por qué, para qué, cómo, cuándo y por quién fue realizada. Cuentan en su favor
al valorarla una estima de los logros de la filosofía estoica; un oportuno enfoque hacia la
más detallada cosmogonía de la literatura antigua, el Timeo platónico; un fallido intento
de buscar una explicación de orden matemâtico a la armónica disposición de las figuras
del cuadro (4).
El mitraismo se ha convertido en el campo de batalla que permite a los investigadores
entrar en la deseada confrontación de saberes, proclive a la belicosidad como es el mundo
académico. Aunque unos la afirman y otros la niegan, no veo razones de peso en los argu-
mentos a favor o en contra de una vinculación del mosaico a la religión de Mitra. Curio-
samente, cuando M. H. Quet afirma que el mosaico refleja la cosmología y filosofía estoi-
cas, a nadie inquieta si se refiere al estoicismo de Cleantes o al de Crisipo, al de Boeto o
al de Séneca: seguramente será el reflejado en los escritos de Aístides o Dión Crisósto-
mo, cuyas citas se multiplican en el texto; no interesa centrar allí el debate porque se su-
pone razonablemente que el estoicismo no tiene definición arqueológica alguna, ni esta-
mos historiadores y arqueólogos acostumbrados a discutir sobre materias tan
evanescentes. El mitraísmo, por el contrario, tiene la ventaja de conducir la discusión

(4) A menudo ocufTe que sólo tras concluir una ardua farea, y como consecuencia de ella, nos conocemos
diestros para realizarla; normalmente, cuando ya es demasiado tarde para enmendar elrores y volver sobre
nuestros pasos. No otro es el caso de M. H. Quet. , quien después de edificar su libro sobre una idea funda-
mental: Roma, urbs et orbis ("un hymne au Cosmos sous I'Empire de Rome") en un escrito posterior, "Pha-
rus", desmonta la piedra angular de la edificación - la figura de Portus no sería ya una alegoría de Roma - y
no obstante hace ver que su discurso no ha perdido consistencia alguna. El énfasis de la autora en los rasgos
estoicos de la obra se hubiera visto reforzado si hubiera podido leer el trabajo de J. Mansfeld, "Providence
and destruction of the Universe in Early Stoic Thought". Studies in Hellenistic Religions. Leiden., E. J.
Brill, 1979 pp. 129-188.
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desde el total vacío a una relativa incertidumbre: la que proporciona un contexto arqueo-
lógico con imágenes más o menos características, ciertos espacios litúrgicos aproximada-
mente tipificados y algunos textos, epigráficos o no, lo oportunamente oscuros como para
poder amoldarlos a nuesÍas conveniencias exegéticas.
Charles Picard supone, aunque oculta las razones de su sospècha, que e1 mosaico fue
encargado por un fief de Mitra; desafortunadamente, como en el mismo trabajo aventura
oÍas Ieoríai probadamente falsas mediante el análisis formal del documento (5), la sim-
patía que podríamos sentir por sus tesis se desvanece al comprobar qu9 su primera sup_osi-
ðiOn pìalèra haberse impiovisado tan despreocupadamente.como las siguientes. José
Maríá Blázquez, por su parte, trata cle convencer con la agobiante repetición de que el
mosaico es tna "cbsmología mitraica'!; clara queda en sus escritos la oscuridad de ambos
términos. TaI vez sea ésta ocasión propicia para reconsiderarlos.

De las cosmologías
Los descubrimientos de la física de este siglo nos han obligado a concebir el universo
como abismo donde se precipitan vertiginosamente millones de galaxias, un vastísimo es-
pacio que se desplaza en el tiempo. Inmensidad dinámica que imaginamos habitada por
ènjambres de estiellas en rotacióñ incansable, tumultuosas nubes de gases, radiación, an-
timateria, astros en violento colapso absorbente, inagotables surtidores de energía; turbu-
lencias terribles que sólo mitigan las enormes distancias oscuras. Las ecuaciones de Al-
bert Einstein y lá incontestable evidencia de algunos hechos físicos - que 11 lttz viaia a
velocidad finila, que nuestra galaxia no es la única, que todas las conocidas se alejan
entre sí - han conformado la idea de un universo inestable, ajena al pensamiento del
mundo antiguo. La complejidad de las abstracciones de Alexander Friedmann, que imagi-
na un cosmos idéntico desde cualquier punto que se lo observe, con cuatro dimensiones,
las del volumen y la del tiempo eñ que se desplaza, hace difícil suponer que el universo
hallase hoy un relratista eficaz; es difícil de imaginar e imposible de visualizar el enigmá-
tico conceþto que nuestra ciencia maneja, el espacio-tiempo (6). El pensamiento clásico,
sin embargo, nò había llegado à entretejer esta dualidad; separadamente imponían su pre-
sencia el inmóvil espacio de la geomeftía, el misterioso fluir del tiempo.
Espacio y tiempo: sensaciones que nuestra experiencia advierte - de un modo bastante
inmediato e[ primero, más vagamente el segundo-, conceptos que inquietaron ya a los
pensadores antiguos. No cuestã imaginar que las primitivas cosmologías fuesen coleccio-
nes-más o menoi ordenadas de preguntas como las que la ciencia de hoy se plantea: cómo
èsta formado el mundo, qué suslancia informa lamatena, en qué consiste el movimiento,
qué es'el tiempo, qué el èspacio. Cuestiones desconcertantes en su'simplicidad, qrre han
ócupado desde siempre la mente de los hombres, que previsiblemente lo seguirán hacien-
do ãurante milenios y a las que la representación emeritense del universo pretende dar
una respuesta.

(5) Por ejemplo, que el mosâico se realizó originalmente para una pintura veltical, probablemente en Alejan-
dría.
(6) Escenario sin embargo ya clásico de la litelatura de ciencia ficción y artificio útil para resolver las apor'ías
deZenón de Elea, que tanto intrigaron a Jorge L. Borges.
Observaciones sobre el mosaico de Mérida con la Eternidad y el Cosmos t71

Conviene recordar las definiciones que âlgunos diccionarios ofrecen del Cosmos. La
cle María Moliner "conjunto de todo 1o que tiene existencia física en la tierra y fuera de
ella", no tiene en cuenta su dimensión temporal; la de la Real Academia "conjunto de
todas las cosas creadas", reclama un Hacedor; la de Karl Sagan Lo absorbe: "Cosmos es
todo lo que es, o lo que fue, o lo que será alguna vez" (7). Parece que fué Pitágoras quien
primero usó la palabia cosmos, para referirse al "universo como un todo sistemático.y ar-
inónico", opuesto al caos que p?ecedió a la ordenación del mundo; mucho más antiguas
que ei sabiõ griego son las ideas que postulan un retomo cíclico al desorden, por_ lo que
fropongo la defiñición alternativa "conjunto de todas las cosas físicas en el pasado, pre-
senle y porvenir".

Las cosmologías, nacidas de la preocupación del hombre por el medio que le lodea,
son tan antiguas ðomo su curiosidad, sus esperanzas, sus temores; aunque lo que sabemos
de las primeras concepciones sobre la natur:aleza pertenece en buena medida al campo de
la conþtura: nuestros primeros pasos hacia el coñocimiento aparecen envueltos en la in-
certidùmbre. Cabe suponer que-las primitivas explicaciones del universo harían preciso
desarrollar compendiós de saberes más o menos rudimentarios, los embriones de las futu-
ras ciencias: física, astronomía, meteorología, geografía, medicina, Tarde o temprano se
cletecta¡ía el componente matemático que subyacía en todas ellas, oculto tras las aparien-
cias de las cosas. Estudiando lanattraleza nacieron los números (B).
El descubrimiento de algunos secretos de la naturaleza debió de causar auténtica con-
moción. No nos sorprende ver desde época temprana ciertos saberes rodeados de un aura
de misterio y de silèncio: lo que se sabía era demasiado precioso para desacralizarlo; lo
que se ignorâba, demasiado vertiginoso para confesarlo abiertamente. Fl pitagorismo_, for-
mulación filosófica y religiosa dè antiguos saberes, fué un paso tardío en un larguísimo
camino hacia el conocimiento.
El mosaico de Mérida es un ambicioso intento plástico de abarcar en su totalidad
tiempo y espacio. Profundizar en su estudio entraña el riesgo de ver en el cuadro demasia-
Oos renê¡os de la cultura clásica: limitarse a acumular referencias conocidas iría en detri-
mento de una aproximación objetiva. La obra sería tan sólo espejo de nuestros conoci-
mientos; nuesÍâ interpretación, arbitrario ploceso de selección de datos; es preciso, en
cons e cuenci a, analizarla de s ap as ionadamente.

Una simple ojeada al mosaico muestra la importancia que la representación-concede a


las aguas, que ha-cen pensar en las cosmologías babilonias (el mito de Eridu, Marduk ex-
tendiéndo su balsa dê tiena sobre las aguas) o en las egipcias (Nu, la masa líquida pri-
mordial, en cuyas infinitas profundidades se agitan confusos los gérmenes de la¡-coq1s);
recuerdan tam6ién las citas homéricas de Océano "progenie de dioses" (I1.14,200),"gé-
nesis de todas las cosas" (14,244) y, cómo no, a Tales y su universo líquido, sobre-el que
se forma la tierra. Lo mismo puede decirse de cadauno de los elementos individuales que
integran la representación: cualquiera de ellos puede inspirar un libro;_la idea general que
la anima, una enciclopedia. El riesgo es precisamente el exceso de información: veremos

(7) Cosmos. Barcelona, 1987.


(8) O representándola: "... el arte de contar pudo aparecer en conexión con ciertos rituales religiosos. primiti-
ìós y e|^aspecto o¡dinal precçdió al concepto cuaniitativo". A Seidenberg"The ritual origin ofcounting" Ar'
chive for History of Exact Sciences, 2 (1962) pp. 1-40
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en el mosaico aquello que queramos ver, el reflejo de cualquier pensamiento, la modela-


ción de cualquier filosofía, la imagen plástica de cualquier concepto.
Con el riesgo siempre presente de ver en el mosaico las imágenes de 1o que conoce-
mos, el estudio del cosmos puede orientar nuestras pesquisas en tres direcciones: la pri-
mera nos lleva directamente a las especulaciones de los fisicistas jonios y de la Italia me-
ridional en los sigtos VII-VI a JC., el primer gran bloque de estudiosos de la naturaleza.
Buscan éstos el arjé o principio que subyace en las cosas: Tales, Anaxirnandro, Anaxíme-
nes, Pitágoras; o se ocupan del movimiento, que formulan en tesis contrapuestas: el dina-
mismo de Heráclito, la estaticidad de Parménides, las síntesis conciliadoras de Empédo-
cles. Y dentro de este grupo -si por tal entendemos un conjunto de pensadores vâgamente
coétaneos-Demócrito y su definición de lo minúsculo, las parlículas, los átomos. Las es-
peculaciones posteriores sobre el universo se vieron decisivamente influídas por la diver-
iiAad y originalidad de las teorías de estos pensadores, algunas de cuyas huellas aún son
visibles en la ciencia actual (9).
Una segunda dirección nos lleva a otros griegos, los de la Academia, los de la Stoa.
Mientras conocemos las ideas de los sabios jonios por retazos de pensamiento más o
menos inconexos, encontramos ahora una obra completa sobre la naluraleza que expone
una visión global del universo: el Timeo. El libro es oscuro; no porque lo haya mutilado
el tiempo, sino por deseo del autor, que ni pudo ni probablemente quiso escapar a las ca-
racterísticas del género: este tipo de obras sobre la naturaleza exigía respeto en el acerca-
miento, elipsis en ei lenguaje, complicidad en el conocimiento. No es Platón hombre que
deje a la casualidad la elaboración de sus obras ni detalles irrelevantes sus envolturas mí-
ticas;. aunque el Timeo no se prodiga en ellas, introduce al lector en la explicación del
universo a través del mito de la Atlántida, ejemplo de cómo la Tierra es y será cîclica-
mente destruída, por efecto del fuego, por efecto de las aguas: de ese constante retorno
tratarín a continuación sus páginas. El libro luego deviene iirido, escolástico, ecléctico;
tampoco se debe al azar que sus palabras inaugurales sean números: el acto de contar es
una forma de análisis, la más elemental, de la realidad. Esta introducción anticipa los
componentes pitagóricos que van a desgranarse en toda la obra, en la que el filósofo rinde
homenaje a su declarada pasión, la geometría
Una tercera dirección en el estudio de las cosmologías conduce al siglo segundo de la
Era: implica, sin duda, el arduo esfuerzo de reconstruir el mundo conceptual que ha crea-
do la obra y analizar en qué medida es deudor de ideologías anteriores, y hasta qué extre-
mo resultado de doctrinas contemporáneas, Conlleva intentar conocer el confuso mundo
religioso del momento, y la forma en que el poder político trató de instrumentalizarlo. Su-
pone comprender las aportaciones que al conocimiento del universo hicieron los sabios y
matemáticos helenísticos, y el modo en que modificaron las visiones cosmológicas de sus
antecesores. No creo que nadie haya intentado seriamente hacer este esfuerzo para escla-
recer la representación emeritense; sin embargo, valdría la pena. Probablemente averigua-
ríamos cosas interesantes de las condiciones irrepetibles que ocurrieron en ese momento
crítico en el Imperio; probablemente sabríamos mucho más de ese bullir religioso, y en-
tenderíamos muchos porqués de esos momentos de incertidumbre. Merece la pena inten-
tarlo; aunque solo sea por no equiparamos al ebrio del cuento, buscando la moneda bajo

(9) Por ejemplo, la división de los contenidos del Unive¡so en materia y fuerzas: S.W. Hawking. Historia del
tiempo. Barcelona, Ed. Crítica, 1988 p. 93
Observaciones sobre el mosaico de Mérida con la Etemidad y el Cosmos r79

el farol de luz griega, cuando sabemos haberla perdido en la incómoda penumbra romana.
Del mitraismo

Quienes atribuyen el mosaico a la religión de Mitra dan prioridad a razones de orden


iconográfico (la aparición recurrente de algunas de sus figuras en oÍos monumentos mi-
traicos: Océano, Sol, Luna, 1os Vientos) y arqueológico (la proximidad de la estancia al
sitio donde fueron halladas varias esculturas características de esta religión). Frente al pri-
mer grupo de razones, puede argumentarse con igual peso que muchas otras de las figuras
representadas no aparecen en ninguno de dichos monumentos; y frente al segundo, que la
vinculación entre las excavaciones antiguas y las modemas nunca ha podido ser probada.
De este modo, tras un cuarto de siglo'de estudios, el mosaico emeritense sigue siendo
tan enigmático como en los momentos en que su descubrimiento interesó vivamente al
mundo arqueológico. Parecería lógico tratar de entender la representaciín a la luz de
nuestros conocimientos sobre el mitraismo; pero la obra claramente desborda el marco de
referencia que podemos elaborar para encuadrarla. Marco que sólo podemos construír de-
ficientemente, por un parte con las informaciones de la doctrina y de la liturgia de esta re-
ligión transmitidas por sus detractores; por otra, con los datos arqueológicos: algunas ins-
cripciones, ciertas imágenes singulares, unos lugares de culto característicos.
La representación emeritense es expresión grâfrca de una visión del mundo intelec-
tualmente muy depurada, filosóficamente muy profunda y religiosamente muy intensa;
es, además artísticamente formidable y supera, a distancia, a cualquiera de los documen-
tos mitraicos descubiertos hasta la fecha en cualquier lugar del Imperio. Estudiar la cos-
mología emeritense a Ia luz de los fragmentos de Porfirio, de Firmico Matemo o Celso
sobrJel mitraismo es tan estéril como-comparar su iconografía con los relieves hallados
en los mitreos de Ostia o en la frontera renana. Es legítimo preguntamos si el documento
es o no una representaciín mitraica; pero, en el estado de nuestros conocimientos sobre
esta religión, lã pregunta corre el rieJgo de ser irrelevante. Porque, si el mosaico es mi-
traico, apofia tal cantidad de información sobre esta religión que no puede dejar de modi-
ficar sustancialmente muchas de nuestras ideas sobre el mitraismo.
Propongo al lector realizar un experimento mental: imaginemos que han transcurrido
cinco mil años a partir de ahora y que todavía existe en la sociedad cierto interés por la
arqueología; la mãyoría de los documentos escritos anteriores al siglo treinta se ha perdi-
do irremisiblemente, Supongamos que la religión cristiana se ha extinguido para siempre
(en este punto soy consdiente de estar rozando el límite de fabulación exigible al lector);
que ia búsqueda de sus orígenes nos ha hecho descubrir varias iglesias con una ciertafi-
pología arquitectónica y con una determinada iconografía: con ellas nos permitimos adi-
vinaf una doctrina, refÍazat una liturgia. Y entonces se descubre la Capilla Sixtina. Aquí
termina el experimento.
Es muy posible que algunos juzguen esta comparación exagerada; no lo es. Fl paran-
gón de cualquier obrã artística ambiciosa y magnificente con los frescos de la Sixtina se
ha convertidõ en un tópico que me gustaría evitar si las semejanzas entre ambas creacio-
nes me lo permitiesen. Pero las similitudes son demasiado estrechas; se extienden desde
lo temático hasta 1o formal, desde lo conceptual a lo plástico. En Mérida, la Eternidad
desborda los orígenes y el devenir del Tiempo; en el Vaticano, la Creación y el Juicio
Final expresan en términos cristianos una idea semejante de plenitud temporal. No me
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cabe duda de que Miguel Angel hubiera admirado más apasionadamente que nosotros el
mosaico emeritense: la grandiosidad del conjunto, la vitalidad de la representación, la
fuerza de las figuras, el impacto del color, la exactitud y armonía del cuadro son precisa-
mente las características de un mundo artístico que hemos dado en llamar miguelangeles-
co, y que en pocas otras obras de la antigüedad se muestra con 14 plenitud de la presente.
El mosaico de Mérida se halla en un templo, probablemente en su habitación más im-
pofiante. Aunque no puedo explicar aquí las características del recinto sagrado, diré tan
sólo que el templo responde en su concepción y construcción a la misma idea expresada
gráficamente en la representación musiva: mitreo y mosaico son solidarios. T,¿ estructura
del mitreo es singular; no son menos peculiares sus dimensiones (se trata del mayor mi-
treo hallado hasta la fecha); ni su cronología (es también uno de los más antiguos); ni su
sofisticación (el más sutil conceptualmente); ni su localizaciín geográfica: el más occi-
dental del Imperio, dejando a un lado los muy dudosos restos portugueses.

Nuestros conocimientos sobre el mitraismo se basan aún, en buena medida, en la obra


deFranz Cumont, superada en varios aspectos, y en las recientes revisiones de arqueólo-
gos e historiadores de la religión: J. Hinnells, R. Beck, M. P. Speidel, D. Ulansey, quie-
nes subrayan las dimensiones astronómicas y astrológicas de la doctrina. M. Vermaseren
y R. Turcan han puesto especial énfasis en explicar la doctrina mitraica en términos de fi-
losofía platónica. La representación emeritense refrenda estas interpretaciones, es legible
como un código de interpretación astronómica y refleja los principales elementos de la
creación del mundo expresados en el Timeo. Pero, al tiempo su estructura es compleja; su
análisis no puede simplificarse, ni su explicación reducirse a unos cuantos folios escritos.
Para comprender globalmente la representación emeritense, convienen hallar un mé-
todo correcto para su estudio: ya he indicado antes cómo los análisis formales o estilísti-
cos de la obra proporcionan discursos sobre el mosaico, aunque no desvelan el discurso
del mosaico. Tampoco es de mayor utilidad desmenuzar los significados de los letreros
que acompañan a las figuras, porque las leyendas sólo aluden sesgadamente a ellas; son
palabras que no permiten una lectura unívoca. A diferencia de los letreros que aparecen
en otros pavimentos, no son enunciativos: no se escribieron para definir a las figuras que
acompañan, sino para ayudar a entenderlas. Son, por así decirlo, indicios para compren-
der la representación y sólo cobran su auténtico valor en el entendimiento global del cua-
dro; al igual que las figuras que 1o componen, han de considerarse como piezas de un
gran rompecabezas: el universo.

A quien se interese por ei estudio de esta obra, le aconsejo analizafla matemáticamen-


te (10). Un detallado estudio de las relaciones aritméticas y geométricas del mosaico re-
vela el alto grado de conocimiento matemático y astronómico de sus autores, la gran co-
herencia de la representación y Ia íntima cohesión entre sus partes. Permite también
reconocer sin lugar a dudas algunos de los componentes cosmológicos no identificados
hasta la fecha, y facilita el entendimiento del múltiple significado de sus figuras en rela-
ción a las restantes. Los componentes del mosaico emeritense (figuras, dimensiones, le-
treros, distancias) son susceptibles de ser leídos en claves distintas, pero tgdas ellas com-
(10) Y ser paciente en su estudio; como dijo Euciides a su monarca, mientras éste se hallaba enredado en un
complejo problema matemático: "Lo siento, pero no hay un camino regio hacia la geometría". De especial uti-
lidad me han sido C.B. Boyer, Historia de la matemática. Madrid, Alianza Editorial, 1986 y Greek Mathe-
matical \{orks I. Thales to Euclid. Cambridge, H..V.P., Loeb Classical Library, i980. Los calcos obtenidos
por A. Alföldi y por J. Lancha son bastante exactos y permiten mediciones precisas.
Observaciones sobre el mosaico de Mérida con la Etemidad y el Cosmos 181

plementarias y coherentes entre sí: la representación enfrelaza diferentes discursos, en


cada uno de los cuales cada figura tiene un valor sintáctico diferente. Puede objetarseme
hasta qué punto es lícito interpretar unas figuras mediante unas relaciones puramente ma-
temáticas; aconsejo hacerlo mientras las relaciones numéricas desvelen facetas de la re-
presentación que no habíamos detectado, o de las que ni siquiera sospechábamos la exis-
tencia; en definitiva, mientras sirvan para entenderla mejor.
Es difícil conceder a una sola relación matemâtica-por ejemplo, la distancia entre dos
figuras - un valor definitivo; al igual que en las restantes claves (geográfica, astronómica,
filosófica, religiosa) de interpretación del mosaico, su lectura sólo cobra valor en el con-
texto del entendimiento global de la representación. Por ejemplo: midamos la longitud de
la habitación, que es exactamente 27 pies romanos (pie = 296 mm.) . Esta medida, en
cualquier otro contexto, sería un dato aislado; en la estancia en que aparece, unida a todos
los otros datos, significa el número que según la teoría platónica (Timeo) define la armo-
nía del Universo: no me parece arriesgado, conociendo la profundidad de la obra, afirmar
que la habitación se construye a semejanza del Universo, como exacto reflejo del cosmos.
Un segundo ejemplo: medimos el radio de la parte superior del cuadro, seis pies exactos.
¿Como considerar este número?: Como un número cualquiera o como el primer número
perfecto (aquel que coincide con la suma de sus divisores;6=3+2+l). Decida el lector si
el seis es un número bastante coniente, o perfecto. Pero si completa el círculo hacia la
parte inferior, descubrirá que ha empezado a separar las tienas de las aguas. No otra cosa,
afirma la Biblia, hizo el segundo día el Creador: "... y se juntaron las aguas de debajo de
los cielos y apareció lo seco" (Gén. 1.9.)
Comprendo la perplejidad que la lectura del presente trabajo puede provocar, aunque
no puedo hacer nada por evitarla. Si se esperaba una explicación completa de lo que re-
presenta el mosaico, ya he indicado que no puedo ofrecerla aquí; y si se deseaba una ex-
plicación sencilla, sólo puedo remitir a 1o que muestra: un adolescente sobre una roca
guiando a una nave hacia puerto seguro.
t.
182 DIMAS FERNANDEZ - GALIANO

SUMARIO
Se exponen algunas consideraciones sobre el mosaico de Mérida con la representa-
ción de la Etemidad y el Cosmos. Se revisan las conclusiones más importantes de los tra-
bajos sobre este mosaico y se orienta su estudio hacia el conocimiento de las diferentes
cosmologlas del mundo antiguo y haeia el mitraismo, aconsejancio una aproximacién ma-
temiticapara su comprensión y análisis.

SUMMARY
Observations are made on the mosaic from Mérida depicting Etemity and Cosmos.
The most important publications on this mosaic are revised. This paper suggests that rese-
arch work be oriented towards the sfudy of diverse cosmologies from the Ancient World
and on examination of Mithraism. A mathematical approach for its comprehension and
analysis is advised.

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