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María José Dávila Rivera

Universidad de los Andes.


Ejercicio de Escritura Arte en Colombia
Febrero 3 de 2017

INSUMOS

– Andrés de Santa María, artista. Mencionado en salas Renovación Vanguardista y Rupturas y Continuidades del
Museo del Banco de la República.
– Anónimo, (Escuela Humboldtiana), Páramo de las Papas, 1840, Óleo sobre tela, Museo del Banco de la
República (Sala Rupturas y Continuidades).
– Carlos Rojas González, Paisaje, 1972, Acrílico sobre tela, Museo del Banco de la República (Sala Itinerarios del
Arte en Colombia).

UN ELEMENTO, MÚLTIPLES SENSACIONES

Bruselas, 15 de marzo de 1945

Me encuentro en mi lecho mirando por la ventana. Mi edad avanza conforme mi enfermedad se agrava1 y mis fuerzas
disminuyen. Sin embargo, mi mente conserva su lucidez original, a tal punto que he llegado a recordar detalles
extraordinarios de mi vida. Las siguientes páginas de este diario relatarán una anécdota que aún es un enigma sin
resolver, y que aún suscita en mí una infinidad de reflexiones.
Recuerdo que era el año 1936, una noche luego de la inauguración de una exposición mía en Bruselas. Llegué a casa
tan exhausto, que hasta la fecha sigo sin tener noción del momento en el que me instalé en la cama junto a Amalia.
Parecía que había transcurrido sólo un par de horas cuando desperté bañado en sudor y en completa oscuridad. Tanteé
el lecho buscando la mano de mi esposa, pero en su lugar me encontré rodeado de césped. Cerré con fuerza lo ojos, y
al abrirlos, una luz me nubló la vista. No podía creerlo; ya no me encontraba en mi apacible hogar en Bruselas, sino
en un lugar hermoso bajo el cielo azul. Pero, ¿dónde estaba? Y lo más importante, ¿cómo había dado a parar allí?
Caminé por las planicies, con gran dificultad debido a mi bata de dormir, que se ensuciaba con cada paso que daba.
Al cabo de un tiempo, logré divisar sobre una colina a un viajero junto a un campamento improvisado. Resolví
acercarme al hombre, ya que era el único que tendría la posibilidad de orientarme. Al sentir mis pasos acercándose, el
viajero, quien llevaba en su mano un cazo de barro con caldo, volteó bruscamente. Me miró por un instante que pareció
eterno, reparando con extrañeza mi aspecto.

–Vous pouvez m'indiquer le nom de cet lieu? –pregunté en francés. Al no recibir respuesta, me decidí por el castellano
–¿Puede usted indicarme en qué lugar nos encontramos?

–Buen hombre, este lugar es el Páramo de las Papas.

1Andrés de Santa María murió de una infección renal el 29 de abril de 1945 en Bruselas, Bélgica. (Martínez, “Andrés de Santa
María”)

1
Estaba en Colombia, de nuevo. ¿Pero cómo? No había regresado desde el momento en el que fui director de la
Academia de Bellas Artes y maestro paisajista2. Paseé mi mirada por el lugar y logré distinguir algunos materiales de
arte y un lienzo dispuestos junto a un árbol. Me acerqué y observé la pintura: Era un paisaje; la vista de la cadena
montañosa y ojos de agua que llenaban el horizonte. Era una pintura minuciosa; siguiendo al pie de la letra los cambios
de luz, ondulaciones del terreno y reflejos en el agua. Me senté en una roca, junto al hombre, quién había retornado a
su tarea artística, a tomar un caldo que me había ofrecido.
Al terminar el caldo me dediqué de nuevo a contemplar el paisaje. Había un silencio inquietante, así que hurgué en
mi bata en busca de algo con lo que pudiera distraerme, encontrándome con una hoja de papel. Tomé del suelo un
tizón de la fogata extinta y comencé a bocetar un poco, a mi estilo. En ese momento el hombre se dio cuenta de mi
habilidad, y solicitó que le diera algún consejo acerca de su obra, a lo cual acepté con alegría. Recordando un poco las
clases de paisaje en la Academia, tomé el pincel y comencé a hacer algunas modificaciones al estilo del Paisaje de
Macuto3. Sin embargo, a los pocos segundos, el hombre tomó el pincel, y gritó con furia que yo estaba loco.

–Le pedí un consejo, no que arruinara mi obra.

–No la he arruinado, buen hombre. Estoy dándole un poco más de movimiento a su representación del horizonte.

–¿A eso llama usted darle movimiento? No tengo intención alguna en dar esa impresión y me parece que del buen arte
no tiene usted conocimiento –en ese momento supe que sería estúpido de mi parte tratar de convencerlo de mi postura,
así que me disculpé.

–Buen hombre, ruego me perdone. Debí reprimir mis impulsos y limitarme sólo a aconsejarle.

–Acepto sus disculpas y permítame explicarle la intención de mi obra –miró el paisaje pintado–. Deseo trasmitir la
belleza de esta vista, porque como usted puede observar, es bastante pintoresco.

Entablamos una conversación poco animada de la cual no recuerdo muchos detalles, excepto que era el año 1840 y
que el artista había aprendido su oficio basándose en el trabajo de Alexander von Humboldt, de quién era admirador
y seguidor acérrimo. Con esto último pude darme cuenta de la razón tras su reacción momentos atrás. A continuación,
el hombre preguntó por mi nombre, procedencia y origen de mi conocimiento artístico, puesto en evidencia por los
bocetos que hice con el tizón de la fogata. Le revelé mi nombre y le indiqué que había tenido influencia de las escuelas
europeas, a lo cual, respondió con sorpresa que era totalmente imposible. Me miró como si estuviera loco, sin embargo
hubiera sido mucho peor si le hubiera contado mi verdadera historia. Luego de varios minutos de intercambio de
palabras, decidí seguir con mi camino. Me despedí del hombre, agradecí por la comida y me adentré en el extenso
bosque de frailejones.

Había caído la noche y aún seguía caminando. Tenía frío y no sabía dónde estaba. Al cabo de un tiempo encontré una
pequeña gruta, y decidí recostarme en ella, junto a la pared. Estaba exhausto y al borde de la desesperación y trataba
de pensar cómo podría llegar a casa; a mi época.

No parecía de mañana ni de noche. No lograba encontrar algún indicio de luz en la gruta, por lo menos para entender
cómo podría salir. Palpaba torpemente las paredes tratando de buscar la boca de la cueva, hasta que una luz centelleante
me cegó por completo, tal y como sucedió la primera vez. Sin embargo, en esta ocasión no me encontré con un paisaje

2
Santa María fue profesor de paisaje en la Academia de Bellas Artes desde el año 1894. En 1904 fue nombrado director de la
misma institución. (Martínez, “Andrés de Santa María”)
3 Andrés de Santa María (1860-1945), Paisaje de Macuto, 1904, Óleo sobre tela, Museo del Banco de a República (Sala Rupturas
y Continuidades).

2
como aquellos que yo conocía. Estaba en una especie de cubo en el que las montañas formaban un rectángulo infinito
de color verde, al igual que la planicie donde descansaban mis pies. Incluso, el lago y los rayos del sol se posesionaban
como franjas de color infinito por el horizonte. Era a todas luces algo totalmente distinto a lo que había visto en el
Páramo de las Papas. –o en cualquier otro lugar fuera de mi imaginación–. Se podía imaginar cómo un paisaje común
y corriente, con la diferencia que en vez de existir el detalle, la vida, e incluso el movimiento, tomaba fuerza la idea
de las formas que componían la escena. No obstante, a pesar de que me parecía una visión maravillosa, lo encontraba
en extremo básico, carente de movimiento y no generaba en mí alguna emoción, diferente además de lo que era mi
obra como artista.
Me acerqué al lago rectangular a tomar un poco de agua. Más grande no pudo ser mi sorpresa al darme cuenta de que
en vez de agua, mis manos tocaban pigmento azul. Lo mismo sucedió cuando intenté rallar un poco de tierra, y
posteriormente cuando observé mis pisadas marcadas a lo largo del trayecto. Era descabellado pensarlo, pero estaba
en una pintura. Estaba deslumbrado. ¿Quién pudo ser el autor de semejante maravilla del arte concreto?
Estaba cansado, así que pensé en acostarme en el pasto de pintura. De repente, el suelo cedió como arena movediza.
Me vi inmerso por tercera vez en una oscuridad envolvente y un sinnúmero de visiones aparecían a mi alrededor. Lo
que resaltaba eran los números 1840 y 1972. Lo comprendí. Eran los espacios temporales donde había estado. Al final,
todo volvió a ser negro.
Desperté al día siguiente en el año 1936, en mi casa en Bruselas. Nunca supe si todo aquello se trató de un sueño o
una visión, y supongo que a poco tiempo de mi partida de este mundo, es imposible que logre descifrarlo. Termino
esta confesión citando a Henri-Frédéric Amiel: “Todo paisaje es un estado del alma"4. Cada autor real o imaginario
de los paisajes que vi aquella vez, dejó su alma en él. Ahora que lo pienso, aquellas visiones fueron el medio para
trasmitirme su espíritu, de la misma manera en la que yo puse mi alma en la Academia y mi obra. También es posible
que se tratara de mi propio ser trasmutándose en alter-egos desconocidos. Quién sabrá.

Confío a ti, oh diario, los pensamientos que en tus páginas ahora quedan.

Andrés de Santamaría.

BIBLIOGRAFÍA ADICIONAL

– Martínez, William. “Andrés de Santa María”. Biografías, Biblioteca Virtual, Biblioteca Luis Ángel Arango. Acceso
el 29 de enero de 2017, http://www.banrepcultural.org/blaavirtual/biografias/santandr.htm

– Ortega, Nicolás. “El paisaje de España en los viajeros románticos”. Ería, Revista Cuatrimestral de Geografía, n.º
22 (1990): 126, http://www.unioviedo.net/reunido/index.php/RCG/article/view/1050/97

4 Ortega, “El paisaje de España en los viajeros románticos”, 126.

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