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Emmánuel Lizcano

IMAGINARIO COLECTIVO
Y CREACIÓN MATEMÁTICA

La construcción social del número, el espacio


y lo imposible en China y en Grecia

Grupo: C ie n c ia s S o c ia le s
Subgrupo: S o c i o l o g í a / A n t r o p o l o g í a
Editorial Gedisa ofrece
los siguientes títulos sobre
COMUNICACION Y SOCIOLOGIA
pertenecientes a sus diferentes colecciones y series
(Grupo “Ciencias Sociales”)

J . M . F er r y , D . W o lto n E l nuevo espacio público


Y OTROS
J anet M alcom E l periodista y el asesino
J on E lster E l cemento de la sociedad
J a c q u e s P e r r ia u l t Las máquinas de comunicar
M . M cLuhan y La aldea global
B . R . POWERS
JEFFREY C . ALEXANDER Las teorías sociológicas desde
la Segunda Guerra M undial
G regory y E l tem or de los ángeles
M a r y C a t h e r in e B a t e s o n
I sa a c J o seph E l transeúnte y el espacio
urbano
PA U L WATZLAWICK Y OTROS La realidad inventada
P ie r r e B o u r d ie u Cosas dichas
E l ís e o V e r ó n Construir el acontecim iento
Paul Y onnet Juegos, m odas y m asas
M arc Augé E l viajero subterráneo
M arc Augé Travesía p o r los jardin es de
Luxem burgo
IMAGINARIO COLECTIVO
Y CREACIÓN MATEMÁTICA
La construcción social del número,
el espacio y lo imposible en China y en Grecia

por

Emmánuel Lizcano
Prólogo de Antonio Escohotado
1.* edición, Barcelona, España, 1993

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en castellano o cualquier otro idioma.
Indice

P r o l o g o .................................................................................................................................. I
INTRODUCCION .............................................................................................................. 13
Breve relato de los orígenes y organización de esta investigación (p.l). La
categoría de ‘negatividad’ (p.5). Algunas deudas teóricas y prácticas (p.9).

C a p itu lo I
Ciencias del hombre y matemáticas: crónica de una resistencia
1.1/ In-determinación sociológica de las m atem áticas........................... 36
1.2. Una historia de esencias y cum plim ientos........................................ 40
1.3. Dificultades para una antropología de las m atem áticas................ 45
1.4. L a imposible hermenéutica de las m atem áticas............................. 53

C a p itu lo II
Algebra y numerología chinas: m aneras de negatividad radical
II. 1. El capítulo octavo del Jiu zhang suanshu............................... 63
11.2. El cálculo con palillos en el tablero. La materia del número .. 67
11.3. El métodofang cheng y el ‘álgebra instrumental’. El arte de pro­
ducir nada 71
11.4. Arraigo del álgebra instrumental en la lengua natural ................ 78
IX.S. Las reglas zhenglfu (‘positivo/negativo’) ........................................ 83
11.6. El uso de las reglas zhenglfu en el contexto/an# cheng...... 93
11.7. Irreductibilidad de la estructura zhenglfu al modelo ‘ganancias/
p érdid as’. L a construcción social de la justicia m atem ática .. 97
11.8. La cuestión del ‘cero’ en la matemática china. Lugares que sig­
nifican 100
11.9. Estructura de ‘grupo’ en el conjunto zheng/fuAvu’. El ser del no-
ser (wu) c h in o ............................................................................................ 103
11.10. Zheng y fu en e! lenguaje ordinario y en el imaginario cultural
c h in o ................... 107
11.11. Otros modos de negatividad formal ................................................ 113
11.12. La oposición, categoría central del Libro de las mutaciones ... 119
11.13. El complejo simbólico yintyang como matriz preconceptual. Su
huella en el campo num érico.............................................................. 122
11.14. Cuadrados mágicos, pensamiento analógico y congruencias
algebraicas............................................................................ 128
11.15. ¿Oponer o restar? Espacio simbólico v j. espacio ex ten so 133
11.16. El dao [tao] y el cero, goznes de opuestos. La construcción
imaginaria de lo im posible................................................................. 137
11.17. Apéndice: Leibniz en China. Excursiones etnocéntricas .......... 144

C apitulo III
L a epistem e griega o los lím ites de la abstracción
III. 1. La oposición parmenídea ‘no-ser/ser’ y la creencia en el prin­
cipio de no-contradicción ................................................................. 154
111.2. El juego de las oposiciones. Su posibilidad y anonadaniento en
el pitagorismo ..................................................................................... 160
111.3. Donde Aristóteles tropieza con el ‘cero’ y asume . (que no
decide) su im posibilidad...................................................................... 168
111.4. Los ‘números tazones’ de la logística ¿Meros cálculos? ........... 177
111.5. El ‘álgebra geométrica’: un espacio inhóspito para la negativi­
dad. Los diorismoi o la imposibilidad de construir..................... 181
111.6. Aphairesis: pensar por abstracción y operar por sustracción. Los
primeros principios o los límites del sentido común griego ..... 194

C apitulo IV
Conflicto de im aginarios en Diofanto: el decirse de lo indecible
IV. 1. La quiebra del ideal clásico. De la creencia en la razón a la razón
de las creencias........................................................................................ 213
IV.2. Diofanto ‘el oscuro’ y la crispación de los m od ern o s................. 221
IV.3. Una Babel matemática. ¿Nuevos límites para el n ú m ero ? 225
IV.4. Diofanto o la primera emergencia occidental de la negatividad
matemática. Una incursión en lo im pensable................................. 232
IV.5. La negatividad ‘en proceso’ : el presentarse de la ausencia 236
IV.6. ... y el ausentarse de la presencia: la imposible negatividad
‘como producto’ ..................................................................................... 247
IV.7. El techo de la negatividad en la metafísica neoplatónica. Im po­
tencia de la voluntad de p o d e r............................................................ 258
C o n c l u s i o n e s .............................................................................................................. 265
E p il o g o
Mussil y Stendhal: Razones para no entender...................................................... 269
B ib l io g r a f ía ..................................... 277
A María Jesús y Manolo
Prólogo
Aunque en gran medida aprendamos oyendo hablar a otros, acceder a una
lengua hablada desde uno mismo, a un lenguaje propio, implica abordar el fondo
de algún asunto y la riqueza del pormenor adherido a él. Precisamento eso hace
Emmánuel Lizcano en el denso ensayo que presta contenido a este libro. El fondo
del asunto es lo objetivamente veraz de la matemática, y el pormenor son tres
matemáticas de base no reconducible a uniformidad.
Por lo demás, no se trata de que el pormenor pruebe o desmienta la veraci­
dad objetiva de cierta línea, sino de que proporciona ocasión para minar un prejui­
cio sobre el que se sostiene crucialmente la Ciencia en su conjunto: como reino de
la pura verdad, la matemática es el último nombre del destino. No es como lo
demás, empezando por las ciencias llamadas sociales; no es una precaria balsa, a
la deriva entre atribuladas dudas y sectarismo, sino un ‘lecho de dura piedra’ que
sostiene sin vacilar una razón libre de (dolos. Gracias a ello cabe seguir confiando
en el conocimiento científico como algo de naturaleza superior — y distinta— a la
del acervo mítico.
Sin embargo, ¿qué nos dicen los primeros principios de Euclides, los trigra-
mas del I Ching, las ingeniosas adaptaciones de Diofanto? Vistos de cerca, todos
cuentan cosas sobre temperamentos, costumbres, componendas y, en general,
concepciones del mundo. Unos, dados a lo práctico, carecen de ‘palabras vacías’
— como llaman los matemáticos chinos a nuestros venerados conceptos abstrac­
tos— , mientras otros insisten en trazarse tantos aprioris como les sea posible;
otros, por último, se comportan eclécticamente, al estilo helenístico, am ando de
igual modo la norma regulativa genérica y el expediente que se revela útil.
Al seguir como hilo conductor el número imaginario, gran parte de este libro
pone ante los ojos cómo las magnitudes negativas — tan eficaces para ‘operar’ en
matemáticas— se ligan a una precisa lógica subyacente, y pueden verse posterga­
das durante milenios mientras reine cierta ontología de la identidad, o ser em plea­
das desde siempre allí donde el lugar de la identidad es ocupado por una idea de
fluida oposición, articulada en torno a un centro hueco como el Tao. Dicho de otro

I
modo, muestra cómo aquello inmaculado o transhistórico por principio, lo neutro
o imparcial en sí, arrastra un universo de determinaciones adicionales que arrai­
gan en la idiosincrasia cultural, en la sombra de algunos individuos geniales y en
el simple azar.
¿Nos lleva esto a una convicción relativista? Las menciones a Spengler
podrían sugerir que esta oBra apoya su teoría de las concepciones del mundo,
cuyo núcleo es afirmar una radical incomunicación entre cada una. Pero la curiosa
consecuencia de este relativismo es acabar postulando un deterninism o'previo,
pues si bien el magma semántico no puede considerarse único, lo cierto es que se
postula como inescapable en confines definidos de la Tierra; resulta así que no
hay el hombre, ni nada acorde con un espíritu humano general, aunque sí hay el
musulmán y el pagano, el ario y el no ario.
No estoy seguro de que Lizcano se adhiera a las tipologías de Spengler. Su
tesis parece ser más bien que no cerrremos prematuramente nuestras cuentas con
la realidad, y partamos de "gentes concretas, con sus diferentes prejuicios, tabúes
y ensoñaciones". Esa es la sustancia primera del planeta, principal fuente de
invenciones y presencias, y ningún absoluto trascente desdibujará su acción; lo
real tiene en propio un componente de pluralidad y cambio, pues una evanescente
película separa el discurso del sobrio y el del ebrio, el del sueño y el de la vigilia,
el que enumera generalidades y el que expone detalles.
En las Estratagemas de los reinos combatientes, un texto chino del siglo I,
topé con cierto diálogo muy instructivo:
— "¿Cuánto produce la agricultura?
— El décuplo de la inversión inicial.
— ¿Y la venta de jade?
— El céntuplo.
— ¿Y poner a un príncipe en el trono?
— ¡Eso supera todo cálculo!"
Mutatis mutandis, la matemática corona el imperio científico, y de ello se
siguen — sin duda— incalculables rendimientos. El más sólido es el imperio
mismo, con su combinación de ramas corporativas y credo, un credo que no se
presenta ya como verdad revelada sino como axiomática racional, matriz de jui­
cios sintéticos a priori. Véase, si no, la proposición que define la línea recta como
distancia más corta entre dos puntos. Kant la exhibe como modelo autoevidente,
pasando por alto definir qué significa ‘corto’, y evitando así reconocer que -tratán­
dose de líneas- corto y simple son sinónimos, con lo cual el aserto viene a decir
que la recta es una distancia no curva o quebrada entre dos puntos, esto es: la dis­
tancia simple o, para ser sinceros, recta. He ahí un ejemplo ciertamente curioso de
juicio sintético, ajeno a la solipsista circularidad del A = A. Para contribuir al

II
apaño, las líneas rectas o simples se dan por cosa existente a todas luces, aunque
nadie haya experimentado jam ás algo parecido, ni bajo el sol ni en tinieblas.
El nuevo absoluto pretendió haber desbordado la edad teológica y la metafí­
sica, y probó ese desbordamiento por una sustitución: en vez de ritos utilizaría
exclusivamente métodos. Pero esos métodos son ritos orientados a confirmar la
validez de tal o cual disciplina, y cuanto más nulo es el saber real incorporado a
ella mayor espacio dedica a declarar su arraigo en el método experimental, su
rango científico; en algunos casos, la parte destinada a mostrar que aquel preciso
conocimiento es pura ciencia abarca el programa ente’ro de la disciplina, dejando
al arbitrio de algún alma caritativa posterior -o a la diligencia infusa del pupilo-
prestar algún contenido a la cáscara hueca de tanta pretensión formal. Si le quita­
mos al método lo que tiene de nuda fe en La ciencia, el residuo es siempre un rito
que va adaptándose a sucesivas modas.
No sin fundamento, los historiadores recientes del quehacer científico han
destacado las raíces religiosas precisas que informan el paso de la cosmovisión
aristotélica a la newtoniana. El mundo-reloj que se abre paso con Galileo es una
construcción que remite al omnipotente relojero, y ya desde 1952 -cuando apa­
rece el gran libro de E.A. Burtt sobre los basamentos metafísicos de la ciencia
moderna- resulta insensato negar que la confianza en una inteligibilidad radical
del universo es una trasposición directa de la vieja confianza en el legislador
divino. Como luego apostillaría Whitehead, la convicción de que todo evento
puede conocerse al modo clásico acompaña a un demiurgo concreto, construido
desde "la energía personal de Jehová y dotado con la racionalidad de un filósofo
griego".
Sin embargo, creo que en este proceso no se ha destacado aún en su justa
medida el condicionante político de la construcción. El legado de la ciencia clá­
sica no es sólo un dios único que fija en algoritmos el devenir de la naturaleza,
sino un mundo corpóreo des-animado, inerte, expuesto como mera ‘m asa’ en
trance de agregación y disgregación mecánica, donde lo rector son entes desen­
camados y por eso mismo trascendentes, las llamadas ‘fuerzas’. No me parece
arbitrario, pues, traducir la vis galileana y newtoniana por su correlato guberna­
tivo, y hablar allí de merum imperíum o poder omnímodo del príncipe, pues lo
que en definitiva se obtiene es un cosmos-súbdito regido por las inapelables leyes
de cierto soberano, aislado de sus vasallos como un emperador en su inaccesible
castillo. La liquidación del automovimiento llamado physis por los griegos ins­
taura un universo sencillamente muerto en y para sí mismo, cuyas transiciones se
cumplen a golpe de decreto, poniendo en lugar de la capacidad cosmogónica apa­
rejada a cada cuerpo un. sistema de normas, cuya articulación calca el déspota
absoluto. Como en el esquema hobbesiano, el conjunto de los seres sucumbiría en
un cataclismo inmediato si cada uno se condujese efectivamente como tal, en vez
de conformarse con el rol de simple sombra administrada por un Leviatán provi­

III
dente, única entidad en sentido propio. El orden viene de fuera a dentro, jam ás a
la inversa.
Del mismo modo que el soberano reduce el individuo concreto a leal pueblo
(o turba caótica), la construcción newtoniana reduce la dinám ica a mecánica,
imponiendo un universo meramente ideal donde en vez de singularidades, bifur­
caciones y turbulencias hay Sólidos regulares euclidianos, perfectamente indefor­
mables, describiendo trayectorias lineales prefiguradas por la geometría de las
secciones cónicas. De ahí que lo objetivo sea la Ley, sostenida por el juego de las
nunca mejor llamadas ‘fuerzas’, aunque eso suponga conformarse con una objeti­
vidad ilusoria, válida tan sólo para el álgebra y la fe; lo que muestra como prueba
irrefutable de adecuación al mundo real es la exactidud en el cálculo del movi­
miento, sin pararse a examinar hasta qué Apunto la exactitud está viciada por esa
previa idealización del horizonte, y mas aún por la tendenciosidad de aquellos
instrumentos con los que pretende ser investigado. Del mismo modo que el sobe­
rano hace abstracción de lo que opinen sus súbditos, el constructo newtoniano
hace abstracción de la cualidad para atenerse tan sólo a la cantidad, porque su
incumbencia no es el cuerpo como fuente de sentido sino como masa inercial,
sometida desde siempre y para siempre a una potencia incorpórea. Del mismo
modo que el soberano considera eterna su égida, la construcción newtoniana trata
el tiempo como magnitud reversible, reduciendo todo cambio a una mera aparien­
cia de tal: no hay otra irreversibilidad que su dominio. Del mismo modo que el
soberano exige acatamiento incondicional, desterrando cualquier espontaneidad
como contumacia o petulancia, la construcción newtoniana empieza y termina en
un mundo formado por autómatas deterministas, radicalmente ajenos a cualquier
actividad innovadora.
Por fortuna, la evolución del pensamiento científico no se ha detenido en una
crítica superficial de tales postulados; Tras el esfuerzo por retornar al universo
físico que denota la obra de Einstein, y el ejercicio de humildad representado por
el principio de indeterminación, el conjunto de investigaciones hoy llamado cien­
cia del caos ha puesto en cuestión su núcleo mismo, que es el dogma de una natu­
raleza inerte. Paradigma secular de lo teórico, el desarrollo de la informática ha
convertido las matemáticas en algo empírico, comparable al cepillo del carpintero
y al buril del grabador. Cualquier computadora realiza en segundos operaciones
de cálculo que ocuparon cientos o miles de horas a interminables estudiantes,
condenados a seguir la nerviosa tiza esgrimida por un docente que llenaba piza­
rras sin fin, convencido de exponer así la quintaesencia del más sublime intelecto
humano.
Reconocidas al fin como no integrables, la inmensa mayoría de las ecuacio­
nes ya no se plantean com o un asunto a ‘resolver’. A hora se tratan en form a itera­
tiva, dejando que ese o aquel proceso aparezca desde sí, haciendo su propio
camino, en vez de pretender que el acto esquematizado por ellas se cierre en un

IV
bucle de identidad especular. Llamativo es también que siga fracasando la altiva
pretensión expuesta como ‘teoría del campo unificado’, cuyo propósito es expo­
ner absolutamente todo en taquigráficas leyes que se cuentan de sobra con los
dedos de una mano: muy sencillas, muy necesarias, muy objetivas... y ridicula­
mente anacrónicas para definir un universo animado por tanta y tan azarosa vida.
¿Quiere esto sugerir que renunciemos al afán de conocimiento? A mi juicio,
sugiere precisamente lo contrario. El amor al conocimiento no sucumbe por
coexistir con un espíritu crítico, pero el espíritu crítico se pudre de raíz cuando un
híbrido de corporativismo e idealización se enseñorea de la realidad, pretendién­
dola tan única como abstracta. Lizcano lo describe en términos claros, al afirmar
que el "mito de la razón enterró la razón de los mitos". Al fin y al cabo, ¿qué es el
mito sino una forma singularmente densa — musical y pictórica— de inteligencia
discursiva? La Ciencia es un mito grandioso, hermoso, digno de venerarse como
norte supremo de nuestra especie. Con todo, lo que sobrecoge de esa construcción
es la magnanimidad de reconocerse frágil, y este título de honor caduca cuando
despliega intransigencia hacia otros mitos, codiciando una exclusiva de la verdad
que — como es lógico— sólo puede cimentarse sobre una transformación de su
objeto en cadáver.
No es posible calcular — ni con escuadra ni con métodos infinitesimales—
aquello que va inventándose a golpes de energía y suerte. Por consiguiente, la
ciencia de cuño predictivo lleva en su interior — sabiéndolo o no— una negación
a priori del comprender en general; barnizada como catecismo positivista, su pro­
puesta sigue siendo la escisión de espíritu y materia, aquella rencorosa ordenanza
que exige "creced y multiplicaos, someted la Tierra". Dado que la Tierra somos
nosotros mismos, hora es de que esa línea se entienda como técnica — desde
luego, todo lo útil y pasmosa que se quiera— , y que allí donde pretenda monopo­
lizar el conocimiento sea denunciada como mito enmascarado.
Sin máscara, la observación atenta del acontecer que Pitágoras llamó filo­
sofía — en otros lugares theoreia, contemplación desapasionada del dios— es una
consciente Construcción de leyendas, y en este caso de la más bella y venerable,
aquélla que sin jactarse de prever goza describiendo cosmogonías. Su valor no
está en ser ciencia, sino en amar sinceramente el conocimiento, la información
disponible. Sólo así esquivará las servidumbres del meta-mítico, alguien para el
cual lo puro (de pyros, fuego) no es llama regeneradora sino cosa impoluta o vir­
ginal (kathará), no mancillada por semen de ningún tipo. Gracias a Lizcano, entre
otros, podemos estar seguros de que la matemática no es una virgen, cuya madre
lo fuese también.

Antonio Escohotado

V
Introducción
Breve relato de los orígenes
y organización de esta investigación
Este estudio tiene su origen en el proyecto de trazar una historia de los núme­
ros negativos e imaginarios, desde sus diferentes orígenes hasta nuestros días; una
historia aún sin narrar, ni siquiera en su dimensión más positivista o supuestamente
descriptiva. Sin embargo, nunca nos hubiéramos empeñado en un propósito tan
estrecho como erudito de no estar animados por una decidida intención: indagar
hasta qué punto las matemáticas, discurso de la pureza por excelencia, no nacen ya
armadas y enteras como Atenea de la cabeza de Zeus; intentar ver cómo emergen
contaminadas por las significaciones imaginarias colectivas que laten en la razón
común propia de cada época y cada cultura. Unos objetos tan precisos como los
números negativos, los imaginarios y el cero, además de aportar un límite al ámbito
a estudiar, prometían ser una buena guía para ello. La trama de obstáculos, discre­
pancias, resultados contradictorios, argumentos a favor y en contra... que acompa­
ñan su penosa y zigzaguente construcción por la matemática occidental, desde
Diofanto hasta fechas bien recientes, bien pudiera servir de catalizador privile­
giado en el que ir observando cómo van precipitando las diferentes sensibilidades
y modos de racionalidad de las distintas épocas de nuestra historia. Situados
durante largo tiempo en lá indecisa frontera entre lo pensable y lo impensable, lo
verdadero y lo falso (o ficticio), lo razonable y lo absurdo... las diferentes opera­
ciones y consideraciones a que estos números se van viendo sometidos (o de las
que se van viendo excluidos) pueden contribuir de manera singular a perfilar los
límites y obstáculos que la razón encuentra — o se pone a sí misma— en el proceso
histórico de su irse haciendo.
Recíprocamente, el cúmulo de avatares (tanto en su acepción de ‘peripecias’
como en la de ‘re-encam aciones’) sufridos por estos números bien pudiera mostrar
cómo los distintos imaginarios sociales y sus modos de racionalidad van determi­
nando, en su variación, la construcción de ciertos objetos matemáticos — los
números negativos y los imaginarios— por añadidura apenas estudiados. ¿Por qué
los excelentes matemáticos de la Grecia clásica no pueden ni verlos? ¿Por qué
viene a coincidir su primera emergencia en Occidente con la decadencia del
modelo clásico? ¿Por qué, pese a ello, tiene lugar con tantas restricciones? ¿Por
qué es de nuevo otro periodo de decadencia del ideal griego renacido el que alum­

13
bre, con Cardano y Bombelli, los números imaginarios? ¿Por qué Descartes los
condena al engañoso ámbito de ese ‘imaginario’? ¿Porqué los ilustrados deciden
dar por mal planteado, o imposible de resolver, un problema que conduce a mag­
nitudes negativas o imaginarias, respectivamente? Al hilo de estas cuestiones se va
accediendo — y barruntando respuestas— a otras de mas calado. ¿Cómo construye
cada sociedad la barra que escinde — y enlaza— lo posible y lo imposible, lo real
y lo imaginario, lo pensable y'lo impensable, lo verdadero y lo falso? ¿Cómo lo
imposible aquí y ahora es posible allí y entonces, o viceversa? ¿Cómo se alteran
estas fronteras? ¿Cómo emergen significaciones y realidades nuevas? ¿Cómo
influye la imaginación social del espacio en la localización o utopización de los
objetos matemáticos?
Si el doble ánimo inicial (pensar los objetos matemáticos como histórica y
culturalmente determinados al tiempo que como reveladores de los cortes y tránsi­
tos en las formas de racionalidad ) no nos abandonó, sí lo ha hecho la extensión
pretendida inicialmente. Contestar a preguntas como las inicialmente formuladas
iba planteando a su vez nuevos problemas. Por un lado, ninguna explicación
‘interna’ bastaba para dar razón de las bifurcaciones, bloqueos, cortes, sentidos y
sinsentidos en tomo a los que se teje esa historia. Por otro, los factores ‘extem os’
que suelen aducirse son realmente tan exteriores a los objetos de pensamiento de
los que quieren dar cuenta que, a menudo, explican por igual un cierto resultado (o
construcción) como su contrario, o cualquier otro, o ninguno/Ex-plicar algo es
des-plegar lo que está entrañado en ese algo, im-plicado en su constitución como
tal algo, y no un mero acompañarlo por otros algos cuya contigüidad con aquél en
la supuesta explicación pueda inducir un efecto retórico de fundamentación> Se
imponía, pues, dejar hablar a los propios textos, a las propias prácticas, tanto en lo
que dicen (una definición, una manera de resolver un problema, el argumento para
un rechazo...), como en lo que no dicen (elusiones, pre-supuestos, errores...), como
en lo que dicen sin querer decir (trasvase de sentidos del lenguaje ordinario al
matemático al intentar decir algo nuevo, lapsus, observaciones de pasada...).
Muchos de los textos originales, sin embargo, son de difícil acceso o de
intrincada lectura (chino, sánscrito, latín vulgar...) y el recurso a las escasas traduc­
ciones o citas a menudo se acaba revelando contraindicado: el progresismo latente
en ellas pone ya en estas versiones el destino que se supone que los términos aca­
barán cumpliendo, y en el momento menos pensado uno se arriesga a ‘saber’ que
Aristóteles argumentaba contra un ‘cero’ que no podía conocer. Para quien, con
todo, se ha formado en la lectura de estas historias y versiones, se imponía, pues,
un doble extrañamiento. Por un lado, hacia épocas y mentalidades que, aunque de
la propia tradición, por distantes y distintas no cupiera sino pensarlas desde su pro­
pio interior. Por otro, hacia otras culturas matemáticas que permitieran tomar dis­
tancia respecto de los pre-supuestos que la tradición matemática occidental — a la
que, en particular, pertenece el propio investigador— asume sin pararse a analizar.
El abánico de matemáticas en las que indagar se abría así aún más, como ya se
había abierto el de las disciplinas teóricas desde las que pensarlas: historia de las

14
mentalidades, antropología, hermenéutica, sociología de la ciencia, filología, aná­
lisis de textos, las propias matemáticas...
Además, lo que parecía un objeto de estudio bien concreto se iba abriendo a
toda una serie de preconceptos y procedimientos argumentativos y mostrativos de
los que dependía su comprensión cabal. ¿Cómo afecta lo que cada cultura entiende
por numerar y nombrar, para que ciertas magnitudes sean aquí innombrables/innu­
merables y allí, sin embargo, perfectamente decibles? ¿Tienen todas las culturas y
épocas la misma necesidad de espacial izar los conceptos y así poder descartar
aquéllos para los que ‘no ha lugar’? Y, aún así, ¿es el mismo espacio de represen­
tación el que presuponen todas ellas? ¿Es lícito suponer en todas ellas la m ism a
aversión por la contradicción a la que nosotros estamos habituados? ¿En qué sen­
tido pude decirse que diferentes lenguas dicen lo mismo de ‘lo mismo’? Si la im po­
sibilidad, por ejemplo, del cero en la matemática euclídea se nos presenta como
corolario de su aversión apolínea por el vacío y el no-ser, del caos y la sinrazón, de
los cuales el cero sería una imposible condensación metonímica, ¿qué criterio de
racionalidad habrá de guiamos para tratar de explicar el cero en aquellas otras
sociedades donde sí aparece? ¿Uno en el que caos y sinrazón puedan ser origen de
un orden autoconstituido (E. Lizcano, 1990,1993c)?Pero entonces ¿seráel mismo
caos? ¿será el mismo cero? A la postre, del estudio de unos objetos matemáticos
bien concretos iba aflorando todo un mundo de objetos, conceptos y problem as
conexos. O, mejor dicho, toda una colección de mundos y de formas de pensa­
miento diferentes. Del vasto proyecto inicial hubo de excluirse, por un lado, todo
el sugerente ámbito de los números imaginarios, e incluirse, por otro, tres catego­
rías que determinan de raíz, en cada cultura, la posibilidad o no de algo así como
magnitudes negativas: las categorías de número, de espacio y la propia concepción
de lo posible. Asimismo, su indagación hubo de quedar restringida a esos tres
momentos históricos claves que vertebran el grueso de esta obra.
Un primer resultado de esa búsqueda del tipo de aproximación más adecuado
a nuestro propósito fué el de una inesperada perplejidad. En las ya de por sí raras
ocasiones en que cualquiera de las distintas disciplinas trataban el discurso m ate­
mático, la conclusión, casi invariable, era la de decidirlo intratable. A diferencia de
otros discursos científicos más o menos formalizados, desde los de las ciencias
más ‘duras’ a las más ‘blandas’, el discurso matemático parece ofrecer una insólita
resistencia a dejarse analizar por ellas. La crónica de esa perplejidad es la que se
narra, tematizada, en el capítulo I de este estudio. Ni la sociología, ni la historia, ni
la antropología, ni la hermenéutica, por sólo citar algunas de las metodologías con­
sideradas, llegaban a concluir otra cosa que la imposibilidad de encontrar en el
interior de los objetos matemáticos ninguna traza social, histórica o propiamente
simbólica que los constituyera de modo efectivo, no meramente circunstancial. En
este capítulo reelaboramos lo que expusimos en E. Lizcano (1989a, 1989b), donde
conjeturábamos, además, alguna de las posibles causas de esta singular resistencia.
Su lectura no es imprescindible para la comprensión de las investigaciones positi­
vas que integran los capítulos siguientes, si bien éstas sólo cobran su sentido ínte­
gro desde la conciencia de que las matemáticas, entre nosotros, se adornan de ese

15
halo protector — propio de los discursos sagrados— que las hace excepcional­
mente impenetrables a los análisis de las ciencias humanas.
El caso chino, considerado en el capítulo II, aporta un distanciamiento nece­
sario, no sólo respecto de los ensayos occidentales de construir las matemáticas,
sino también de toda nuestra manera de entender las matemáticas y el mundo,
nuestra manera de pensar, de distinguir lo posible y lo imposible, de etiquetar lo
que debe ser tenido por racional. Desde ahí, las dificultades de los ensayos occi­
dentales para construir formas determinadas de negatividad matemática, que no se
diluyan en la mera ausencia o en una oscura indeterminación, se manifiestan más
como propias de un cierto modo de pensar que como producto de ninguna supuesta
dificultad inherente a la complejidad del objeto matemático mismo. La razón de
estas dificultades se explora entonces, en el capítulo III, en la especificidad de esa
forma canónica de matemáticas que Grecia deja establecida: la matemática euclí-
dea, cuyos presupuestos (lógicos, espaciales, lingüísticos) se revelan como un obs­
táculo para construir unos objetos teóricos — los números negativos y el cero—
que la matemática china, desde sus propios supuestos, construye sin embargo
incluso en varios ámbitos formales. De especial interés resulta entonces observar
en detalle, como pretendemos en el capítulo IV, las circunstancias en que tiene
lugar la primera ‘superación’ del obstáculo griego por la matemática alejandrina,
especialmente en la obra de Diofanto; una superación que tiene lugar agónica­
mente: contra la misma tradición que, sin embargo, debe asumir para poder seguir
pensando.
En estos tres últimos capítulos se persigue un mismo objetivo último. Las
condiciones de posibilidad de unos objetos tan escurridizos nos sirven de pretexto
o hilo conductor desde el que tentar las fronteras de lo pensable, los límites del
mundo que se construyen cada una de las tres formas de racionalidad considera­
das. No obstante, el sentido de nuestro recorrido es distinto en unos capítulos y
en otros. En el capítulo II partimos de los propios textos matemáticos, y será
dejando hablar a estos textos, explicando lo que en ellos viene presupuesto e
implicado, como vaya explicitándose toda la trama simbólica que les da sentido
y de la cual son expresión tanto como ellos mismos contribuyen a reforzar. Por el
contrario, el capítulo III sigue un recorrido inverso en cierto sentido. Arranca de
las concepciones metafísicas y simbólicas dominantes en la Grecia clásica, para
sólo después buscar su concreción en el trabajo efectivo de sus matemáticos. Con
ello hemos pretendido reproducir el propio modo de discurrir, también inverso en
cierto sentido, de cada una de ambas formas de pensamiento, china y griega. Lo
propio de las formas mas elaboradas de esta última es discurrir de lo general a lo
concreto, de los principios y definiciones al encuentro de lo particular, ya sean
conclusiones de juicios o la rotundidad de las cosas mismas. La primera, por el
contrario, parece mas bien ascender desde cada singularidad irreductible, o, mas
aún, no tanto ascender por una escala de abstracciones cuanto entrelazar tales sin­
gularidades en la espesura de un entram ado sim bólico que las m antiene en su irre-
ductibilidad. Frente a la verticalidad, ascendente o descendente, del pensamiento
por deducción o inducción propia de la episteme griega, pretendemos mostrar

16
también horizontalidad del modo de pensar analógico, el trasiego de metáforas,
semejanzas y equivalencias carácterístico de la episteme china; frente a esa volun­
tad griega de clausura, de una definición precisa que excluya todas los sentidos
menos uno, esa otra apertura a una radical polisemia, a situar cada concepto/
objeto en una encrucijada de sentidos.
El capítulo IV sigue un recorrido híbrido. Pese a asumir procedimientos
inversos, en los dos anteriores se prima un acercamiento estático, en el que los con­
flictos, mas que presentarse en el tiempo, se piensan desde el interior de cada con­
junto de representaciones colectivas, considerado, al modo durkheimiano, como
un todo coherente, en el que ciertas formas se hacen posibles mientras que la posi­
bilidad de otras se bloquea. El periodo del alejandrinismo tardío se nos presenta,
en cambio, como un momento agónico, en el que por las grietas del paradigma
aristotélico-euclídeo, que se resquebraja como un super-yo cuyas interdicciones
hubieran cristalizado en meras formalidades resecas, emergen ya, a tientas, otros
paradigmas y universos simbólicos: unos soterrados, otros extranjeros. Si tanto en
los "Nueve capítulos del arte matemático" como en los "Elementos" de Euclides
precipita toda la sabiduría — y la inercia— de dos tradiciones cabalmente consti­
tuidas, que hacen de ambos textos obras mas bien colectivas, la "Aritmética" de
Diofanto, por el contrario, expresa de modo ejemplar una lucha individual por
encontrar un sentido, escarbando entre restos que ya lo han perdido y organizando
materiales a los que aún no se les ha otorgado. Es en esa intersección de imagina­
rios colectivos, cada uno con su propia inercia y su propia coherencia, donde Dio­
fanto acierta a balbucear ciertas formas efímeras de negatividad matemática. Y
lo hace al modo del bñcoleurdc 1que habla Lévi-Strauss, ensamblando fragmentos
heterogéneos, residuos de diferentes discursos, ensayando verter significados aún
sin concepto en significantes ya vacíos de contenido. De ahí que también nuestra
exposición siga también, en este capítulo, una cierta dinámica de bricolage. De
haber seguido otros caminos de acercamiento para cada uno de estos tres capítulos,
acaso también hubieran sido otros los perfiles percibidos. En todo caso, los que así
se nos han manifestado creemos que justifican la decisión tomada.
No está de mas advertir al lector sin una especial instrucción matemática que
no le será en absoluto necesaria para la comprensión del libro. Salvo en el caso,
bien preciso, del desarrollo chino de ciertas manipulaciones que hoy se entende­
rían como pertenecientes a una teoría de congruencias, hemos procurado no reba­
sar el nivel de nuestra matemática elemental. Tan sólo ese curioso — ¿sagrado?—
sobrecogimiento con que a algunos se les bloquea la inteligencia habitual en
cuanto se ven en presencia de unos cuantos números, puede ser un obstáculo para
la comprensión de lo que sigue. Pero precisamente la intención que recorre todo el
texto es la de mostrar cómo también las matemáticas se construyen desde ese saber
común que todos los moradores de una cultura compartimos, y que por tanto basta
ese saber común para tener acceso a cualquier construcción matemática. Como
tampoco es necesario mayor saber para poder discernir los límites que cada mate­
mática, cuando — como entre nosotros— se constituye en saber ejemplar, impone
a la concepción del mundo.

17
La categoría de negatividad.
Acaso la reiteración en el texto de distintos recursos tipográficos (cursivas,
diferentes tipos de comillas, etc.) y de ciertos términos que — como el de negati­
vidad— nunca quedan bien definidos pueda hacer la lectura un tanto sobresaltada
en ocasiones. Esos sobresaltos tienen por objeto evitar esas lecturas ingenuas que
producen la ilusión de entender, precisamente en el momento en que se deja de
hacerlo. Los citados recursos tipográficos obedecen a un doble motivo: por un lado,
evitar en lo posible, y dentro de ciertos límites de legibilidad, las traducciones in­
mediatas de ciertos términos y expresiones mediante otros más familiares pero que,
por eso mismo, arrastran ya toda una carga de presupuestos y significados conno­
tados que no pueden sino torcer el sentido que para ellos construyen los propios
textos analizados; por otro lado, resaltar críticamente aquellos términos y expresio­
nes que, por habituales ya en las jergas especializadas, no podemos evitar emplear,
pero que a menudo hacen decir algo muy distinto de lo que se quería. Ejemplo sin­
gular de ello es el propio objeto que nos ha servido de pre-texto para estas investi­
gaciones: los ‘números negativos’, que hasta aquí hemos mencionado sin comillas
como si fueran algo con una identidad sabida y definida, como si — en particular—
existieran como tales en alguno de los tres ámbitos culturales en cuyo estudio nos
hemos centrado. Sólo desde un ideal y definitivo final de la historia, y sólo en la
creencia de que los ‘hechos’ y los ‘objetos’ teóricos atraviesan las épocas y las civi­
lizaciones sin irse haciendo/deshaciendo/rehaciendo en esa travesía, pueden for­
mularse enunciados habituales como ‘las dificultades de Diofanto con las magni­
tudes negativas’, o ‘los griegos no las admitieron’, o ‘los matemáticos de la época
de los Han fueron los primeros en des-cubrirlas’. ¿Dónde, pues, estaban antes?
¿Qué las cubría? ¿Cómo puede no admitirse lo que no se conoce ni puede siquiera
pensarse? ¿Qué destino común les estaba ya urdiendo la historia a las leiponta eidé
diofánticas y a los lugares opuestos en los cuadrados mágicos de la antigua China
para que ambos puedan alojarse, desde su misma gestación, bajo un único con­
cepto? ¿Qué sentido tiene decir, como hace algún prestigioso historiador de las
matemáticas, que los chinos no tuvieron dificultades con ‘la idea de los números
negativos’ porque estaban acostumbrados a calcular con palillos de dos colores
(rojos y negros), cuando los supuestos ‘números negativos’ no eran ninguna otra
cosa aparte de esos palillos (los negros)?
Intentando evitar, por tanto, la ilusión de identidad de unos ‘números nega­
tivos’ cuya mítica búsqueda de los orígenes y posteriores cum plim ientos se estu­
viera investigando, decidim os em plear en su lugar el término 'negatividad' y
mantenerlo voluntariamente impreciso. Este término cubría, en un primer
momento, el conjunto heteróclito de ‘antecedentes’, ‘em briones’ y ‘atisbos’ de
números negativos que suelen percibirse en tom o a la sustracción de magnitudes
y a las ecuaciones algebraicas (coeficientes, soluciones, etc.). Proyectar retroac­
tivamente un concepto acuñado sólo mucho después puede facilitar la detección
de ‘antecedentes’, pero no es su menor inconveniente el de no m ostrar al inves­
tigador sino lo que éste ya ha puesto previamente e impedirle aprehender el pro­

18
ceso mismo de construcción de unos objetos matemáticos que sólo pueden incor­
porar los materiales que en ese momento tienen disponibles. La categoría de
negativldad fué viendo am pliado paulatinamente su campo de referencia. En la
matemática de inm ediata tradición euclídea no hay ciertamente ‘rastro’ de núm e­
ros negativos, pero sí cam pos conceptuales (como el de la sustracción o diferen­
cia, o el de ciertas técnicas ‘equivalentes a’ la resolución de ecuaciones) en cuyo
ámbito la m atem ática de herencia euclídea va a construir sus formas de negati-
vidad ¿Qué le impidió a la griega hacerlo antes? El análisis del primero de esos
campos — el de la sustracción— nos conducirá entonces a buscar su fundamen-
tación en un modo de pensar articulado sobre procesos de abstracción — y no de
equivalencias, como el chino— y sobre clasificaciones en géneros y especies (la
diferencia específica sustrae el género de la especie) — y no clasificaciones
bipartitas, como en China— . El segundo campo, im bricado en el primero, nos
llevará a la consideración de técnicas, como la de ‘aplicación de áreas’, que
resultan su-poner una cierta concepción del número y del espacio de representa­
ción, en la cual no parece haber lugar para los referentes de negatividad hasta
ahora considerados.
En el otro extrem o — en el Extremo Oriente— sí encontramos desde épocas
bien tempranas formas de ‘números negativos’ bien semejantes a la que a O cci­
dente tanto esfuerzo le llevará ir construyendo. Form as de negatividad que no
surgen propiamente de los campos antes acotados ni tampoco se derivan de un
cierto concepto previo de número. Surgen directam ente en un campo bien dis­
tinto: el de unos nom bres/núm eros/palillos opuestos que se destruyen m utua­
mente cuando se está pretendiendo crear un vacío en el espacio de representa­
ción. Un espacio que, además, no tiene nada que ver con el espacio extensional
euclídeo, visualm ente perceptible y de-limitado, sino que es un espacio sui gene-
ris, integrado por lugares simbólicos singulares, irreductibles a una medida
común y asociados a ciertos momentos del tiem po1. Explorando ahora desde esta
nueva perspectiva, se van manifestando otras maneras de oposición no menos
formalizadas, tanto dentro como fuera de lo que a priori habíamos tenido por
matemáticas: las oposiciones entre los dos carácteres básicos que componen los
hexagramas adivinatorios del Yijing [I Ching], las de los extremos de las cruces
y ‘cuadrados m ágicos’ estructurados por congruencias, etc. ¿Podríamos seguir
hablando de ‘números negativos’ cuando ya no hay números (como en el Yijing)
o cuando los que hay (com o los de los cuadrados mágicos) son etiquetas proto­
colarias y no m agnitudes?
Fuertemente arraigados en el imaginario sim bólico chino, unos criterios pre-
lógicos y pre-conceptuales ‘de oposición’ y ‘de equivalencia’ parecen cumplir
aquí el papel de organización de la experiencia que en Grecia desempeñan los

1 Para la imbricación entre tiempo y número en el saber popular chino véase E. Lizcano
(1992b).

19
principios ‘de no-contradicción’, ‘de identidad’ y ‘de abstracción’. El hallazgo de
nuevos modos de negatividad formal nos lleva así a examinar las condiciones de
posibilidad de ciertas construcciones teóricas, los rasgos diferenciales de una
episteme que, como la china, funda su racionalidad en complejos simbólicos y
esquemas pre-conceptuales bien distintos a los nuestros. En particular, los nudos
sim bólicos de la oposición yin/yang y del dao — quicio o gozne que articula/
disuelve las oposiciones sin* participar de ellas y que se define por su no-ser
(wu)— abren otro nuevo campo de búsqueda para la negatividad: la función
estructural que en la construcción de las parejas de opuestos puedan jugar las
carácterísticas del espacio de representación (constituido por lugares que signifi­
can, en China; por extensión de-limitada, en Grecia) y la posibilidad de distinguir
en su interior un vacío (el ‘hueco’ en el tablero de cálculo del álgebra fang cheng)
o un centro (cuadrados mágicos congruentes) que articule las operaciones/inte­
racciones entre tales opuestos.
De vuelta de nuevo a G recia, con este bagaje, se trata ahora de pensar el
lugar que juegan en su epistem e — y en sus matemáticas— criterios como el de
‘oposición’ o conceptos com o el de ‘vacío’ o el de ‘no-ser’, que en China se han
revelado decisivos en la construcción de su negatividad, sea ésta m atemática,
form al, conceptual o sim bólica. A la luz de las construcciones chinas de la
negatividad, lo que la m atem ática griega construye positivamente se manifiesta
ahora proyectando una sombra que antes nos pasaba desapercibida. ¿Cóm o se
piensa en la G recia clásica el ‘vacío’, del que en China emergen distintos modos
de ‘cero’? ¿Y cóm o los juegos de oposiciones, que en China pivotan sobre ese
‘cero’ al que tienen por gozne? ¿Se piensan también, al modo chino, como
aspectos encontrados — pero igualmente determ inados— de lo mismo, como
modos invertidos de determ inación? ¿O más bien como oposición entre deter­
m inación y su falta (indeterm inación), lo que parece excluir toda posibilidad de
form alización? Este preciso ámbito chino de la negatividad se nos revelará en
Grecia sum ergido en la sombra del edificio de su racionalidad: es el desorden
que am enaza al orden de su razón y su mundo, la indefinición que se cierne
sobre la identidad que parecen exigir sus cosas e ideas, la mera ausencia de una
presencia que se reclam a. La herencia de esta sombra, constituida ya en obstá­
culo epistem ológico, forzará a la m atemática posterior a tener que pensar la
negatividad en térm inos de insostenibles ‘formas que faltan’ (D iofanto) o de
im pensables m agnitudes que fueran ‘menos que nada’. N uestra historia de la
negatividad engarza así en la historia de esa gran m etáfora de la luz que, según
vió Heidegger, atraviesa toda la m etafísica occidental. Una metáfora om nipre­
sente cuya exigencia de ilum inación, desde el mito platónico de la caverna hasta
los m aestros de la que Ricoeur llamó escuela de la sospecha (Nietzsche, Freud
y M arx), ha condenado a m edia realidad a no ser sino sombra, som bra indis­
tinta, som bra de nada.
La categoría de negatividad ha podido, por tanto, ir enriqueciéndose en
nuestro estudio gracias a no haberse definido a priori como un concepto que
delim ita un preciso cam po de observación y reflexión (los supuestos números

20
negativos y sus supuestos antecedentes); voluntariam ente imprecisa, ha sido el
propio proceso de investigación el que la ha ido construyendo. Concluida ya
ésta, sí podem os ahora decir que tal categoría integra nociones como las de
diferencia, oposición, hueco (o no-ser)... Nociones que se conectan — por
‘arriba’— con construcciones m etafísicas y lógicas (oposiciones pitagóricas,
argum entos aristotélicos contra el vacío...) y con complejos sim bólicos o
m atrices de racionalidad (form as de construcción del espacio, conceptualiza-
ción por abstracción o por connotación...). Nociones que se engranan — por
‘abajo’— con ciertas prácticas e instrum entos (num erales griegos, palillos chi­
nos, gnom ones, tableros de cálculo...), con los espacios de representación
(delim itado en G recia por las figuras, articulado en China por lugares...), con
diferentes concepciones de lo num érico (m ultitud de unidades, etiquetas pro­
tocolarias...), con ciertas técnicas de cálculo y de demostración (logística,
álgebra geom étrica, álgebra retórica, álgebra instrum ental...). Aspectos éstos
que, si en su m ayoría son m atem áticos, no hacen sino incorporar el dinam ism o
de otras formas sim bólicas que por lo común se tienen por ajenas a cualquier
práctica matem ática.
Esta apertura de la negatívidad a nuevos contenidos se duplica, a su vez, con
la de los acercamientos disciplinarios antes mencionados, que a menudo han reve­
lado (en especial, los análisis lingüísticos) nuevas conexiones. Sin embargo, crite­
rios de orden práctico imponían ciertos límites a la indagación sobre esta negativi-
dad rizomática; así hubo de quedar fuera, por ejemplo, el ámbito de la lógica, del
que si hemos considerado ciertos registros (como el de los primeros principios en
Grecia o los razonamientos por reductio ad absurdum) otros, sin embargo, han
debido quedar lamentablente fuera (como el de la negación, tanto de términos
como de predicados).
Acaso una exposición que hubiera mantenido el orden que la propia inves­
tigación se fué dando a sí misma, según acabamos de esbozar, habría ganado en
vivacidad, al transparentar su propio ir haciéndose; no obstante, hemos optado
por reorganizar el material por ámbitos culturales (chino antiguo, griego clásico,
alejandrino). Pero dentro de cada uno de ellos no hemos evitado aquellas rem i­
siones a cualquiera de los otros que — bien por contraste, bien por algún tipo de
filiación o bifurcación— pudieran enriquecer la reflexión en curso. Como tam ­
poco hemos querido separar el análisis de las fuentes primarias del de las secun­
darias, o incluso de reflexiones actuales sobre ellas, pues a menudo estas últimas
han sesgado tanto el modo de recibir y entender las primeras que nuestro propó­
sito de dejar hablar a los textos pasaba necesariamente por una crítica de sus ver­
siones, citas o descripciones; en ocasiones, incluso, el extrañamiento del com en­
tarista respecto del texto comentado sirve a la perfección para restituir a este
últim o su originalidad irreductible. Por último, tampoco hemos evitado que se
fueran entreverando en un mismo epígrafe consideraciones matemáticas, filosó­
ficas, lingüísticas, sim bólicas o sociales, pues el m ostrar cóm o se van haciendo
las unas a las otras — y las unas en las otras— es una de las tesis básicas que aquí
mantenemos.

21
Algunas deudas teóricas y prácticas
Los métodos y categorías de análisis que empleamos se van perfilando, como
al trasluz, tras las las consideraciones críticas del capítulo I, aunque su constitución
efectiva se lleva a cabo al hilo de los propios estudios que componen los capítulos
II al IV. Conviene, no obstante, señalar aquí siquiera alguno de los principales así
como sus fuentes. Un título alternativo para este estudio bien hubiera podido ser el
de "Una arqueología de las matemáticas", donde se habría destacado nuestra deci­
dida voluntad de distanciamiento respecto de esa Ihistoria de las matemáticas’ que,
tras la bandera de atenerse a los meros hechos (como si los hechos fueran meros),
proyecta sobre ellos el sesgo de unas metáforas implícitas que, no por habituales y
compartidas, dejan de contribuir a construir los hechos mismos: sea la metáfora
biológica (embriones, desarrollo, madurez....), sea la fluvial (corrientes que aflu­
yen a un caudal central, empantanamientos, aceleraciones...), sea la directamente
platónica (identidad, des-cubrimiento, error/opinión, intuición borrosa de ideas
pre-existentes....).
M. Foucault (1970, 1978) contrapone la ‘historia de los historiadores’ a lo
que él llama, según la ocasión, una genealogía o una arqueología — que aquí no
nos detendremos a distinguir— . "La historia de los historiadores — y, podemos
añadir, en especial la de los historiadores de las matemáticas— se procura un punto
de apoyo fuera del tiempo; pretende juzgarlo todo según una objetividad de apo­
calipsis, porque ha su-puesto una verdad eterna, un alma que no muere, una con­
ciencia siempre idéntica a sí misma" (1978: 18-19). Si bien la arqueología del
saber, que Foucault opone a esa historia, diseña un proyecto general, imposible —
por definición— de ceñir a unas prácticas y saberes/poderes singularizables y
separables (como, p.e., las matemáticas), los criterios que la perfilan pueden orien­
tar una fecunda arqueología del saber matemático (E. Lizcano, 1993a). Estos son,
a mi entender, y reorientados hacia nuestra investigación en matemáticas, los más
destacables:
a) Rechazar la búsqueda del origen de los objetos y resultados matemáticos,
como si hubiera un ‘lo m ism o’ que estuviera ‘ya dado’, dotado de una identidad
oculta a la espera de ser des-cubierta. La historia retroproyecta el presente en un
pretendido origen, con lo que dota a las emergencias de un destino que — como no
podía ser de otro modo— las acabará llevando a ser lo que debían de ser. Toda
narración de los orígenes es narración mítica.
b) No restablecer continuidades, desarrollos, evoluciones, acumulaciones...
sino "mantener lo que pasó — y, añadiríamos, lo que pasa— en la dispersión que
le es propia", con todos sus pliegues, fracturas, puntos de inflexión, capas hetero­
géneas, sustituciones, desplazamientos (Canguilhem, 1975) y obstáculos episte­
mológicos (Bachelard1).
c) Evitar historizar pretendidas esencias matemáticas que, de hecho, han
sido construidas a partir de materiales dispersos y, con frecuencia, extraños al

22
ámbito de objetos, conceptos o prácticas cuyos perfiles nítidos tan sólo existen en
el momento de historiarlos. Atender, por el contrario, a la proliferación y mezcla
contra la que (gracias a la que) se ha conformado lo que se quiere presentar como
‘claro y distinto’. El matemático, como el científico, tiene más de bricoleur (Lévi-
Strauss, 1964) que de vigía.
d) Reparar en los bajos fondos, en el humus simbólico, a cuyo través las
emergencias matemáticas anclan en el magma (Castoriadis, 1987,1988) del ima­
ginario lingüístico, el inconsciente y las pasiones. Prestar atención a lo que pasa
desapercibido o suele despreciarse (trampas, errores, disfraces, lapsus) en los
procesos de re-construcción de ‘la verdad’ matemática, que la presentan bro­
tando ya lim pia y asentada sobre "un lecho de roca firme" (Lakatos, 1981: 17).
Demasiadas veces lo absurdo para un estrato o momento se ha tenido por evi­
dente en otro — y viceversa— como para no indagar "la multitud de errores y
fantasmas que lo han hecho nacer y lo habitan todavía en secreto" (Foucault,
1978: 21).
e) Percibir la singularidad de los sucesos (objetos, conceptos, procedimien­
tos) frente a esa teleología monótona que disuelve lo irreductible en favor de un
reconocimiento tan reconfortante como ilusorio: reconocer-nos re-conociéndolo.
Frente a la ficción de identidad que proporciona el habitual despliegue meta-histó-
rico, captar las diferentes escenas/contextos en que los diferentes papeles jugados
por ‘lo mismo’ lo revelan como realmente ‘otro’.
f) Perfilar las siluetas de las ausencias y apreciar el modo de mirar que no
puede verlas o las ve como sinsentido, en lugar de despacharlo, desde un desde­
ñoso fin de la historia, como mera ignorancia, supertición o error. La verdad mate­
mática no está menos necesitada de explicación que el error (Bloor, 1976). Es en
esos intersticios de sentido, en las fronteras de cada racionalidad, donde brotan las
emergencias.
El concepto de ‘em ergencia’, que Foucault toma del Herkfunft nietzscheano,
sustituye así en adelante al de ‘origen’, desplazando la atención de aquello que el
origen origina (su destino) hacia el propio proceso del originarse, hacia el privile­
giado momento manantial del estar emergiendo: la perspectiva de la ‘em ergencia’
permite entonces "encontrar bajo el aspecto de un carácter, o de un concepto, la
proliferación de sucesos a través de los cuales (gracias a los cuales, contra los cua­
les) se ha formado" (1978: 13).
Este afán arqueológico, aplicado por Foucault a ámbitos como el de la sexua­
lidad, la locura o las formas jurídicas, ha animado también notables estudios refe­

1 G. Bachelard (1988). Para una sucinta historia de los 'números negativos' en términos de 'obs­
táculos’ véase G. Glaesner (1981). Estos obstáculos, no obstante, se entienden aquf en el sentido pro­
gresista (‘comprensiones parciales' de la ‘auténtica’ noción de ‘número relativo' que dificultan el
progreso de su captación). Una lúcida crítica y replanteamiento de esta historia en términos de obstá­
culos — ahora s(— en el sentido bachelardiano puede verse en Brousseau (1983).

23
ridos a diferentes saberes, pero las matemáticas parecen oponerle, a él también,
una especial resistencia1.
Los estudios de M. Serres (1967) son sin duda los que, en el campo de las
matemáticas, más sintonizan con el proyecto foucaultiano. Su discusión de la com ­
plejidad específica que conlleva un estudio genético de los objetos matemáticos
podrá no compartirse en algunos puntos, pero es de una lucidez, un rigor y una
honestidad intelectual insólitos en su género.
Serres piensa la historia de la matemática como un palimpsesto, sin cesar
borrado y sin cesar vuelto a escribir. Por un lado, cada nuevo paradigma (el euclí-
deo, el cartesiano o el bourbakista, p.e.) integra en una temporalidad homogénea
átomos provenientes de tiempos heterogéneos, dotándoles de nueva identidad en
virtud de su redefinición en los términos de la nueva sintaxis que cada paradigma
establece. Pero, a su vez, la lectura de cada paradigma la hacemos necesariamente
a través de un filtro de sentido que le es ajeno: el que aporta el paradigma actual­
mente vigente, que solemos identificar con ‘la verdad matemática’. Así, cada con­
cepto matemático tiene tres tipos de edad, a los que corresponden, al menos, tres
identidades y otras tantas genealogías2: a) la de su aparición en la tradición mate­
mática, b) la de cada reactivación en el sistema establecido por cada paradigma, y
c) la genealogía recurrente del juicio retrógrado a que obliga la última de las reela­
boraciones del edificio matemático.
Sin embargo, focalizar una cualquiera de estas genealogías fuerza a desen­
focar las otras, pues de otro modo se distorsionarían los perfiles del objeto enfo­
cado (p.e., datándole del sentido incorporado por la teleología que instaura el
saberlo también definido de otro modo en un paradigma posterior). Lo cual lleva
a enunciar un principio de indeterminación de la historia de las matemáticas:
cada uno de esos cortes sincrónicos tiene su verdad. O más precisamente: "o bien
conozco la posición del concepto e ignoro su velocidad, su movimiento propio
que es su veredicidad, o bien conozco su velocidad e ignoro su posición". Este
dilem a se nos ha presentado con frecuencia en el curso de la investigación, y en
ocasiones dramáticamente: saber que cierta forma de negatividad ‘acabaría
dando en ser’ tal o cual conceptualización de los ‘números negativos’ no podía

1 Ya terminado este estudio, hemos conocido el de B. Rotman (1987), donde se propone "una
arqueología (en el sentido foucaultiano) y no un estudio histórico: una investigación sobre la naturaleza
del cero en términos de su carácter semiótico y de las relaciones sistémicas, estructurales y paradigmá­
ticas de que goza como signo entre otros signos y modos de significado" (p. x). Rotman correlaciona la
introducción del cero en la cultura occidental con la aparición del punto de fuga en la pintura renacen­
tista y la adopción de un dinero imaginario en los intercambios económicos. Pese a que comparle la
sensibilidad y ciertos aspectos metodológicos que aquí también desarrollamos, y pese a que su objeto
central de estudio — el cero — es también uno de los que aquí enfocamos, creemos que su omisión del
caso chino le priva de una distancia crítica que le fuerza a moverse dentro de los propios presupuestos
de aquella epistenie — la occidental — que se propone dcconstruir.
2 De hecho, son más, pues no sólo cada paradigma global sino cada nuevo concepto conexo
vuelve a redefinirlo.

24
sino sesgar la contemplación de su construcción efectiva allí y entonces (su em er­
gencia), pero ignorarlo suponía renunciar a un instrumento de análisis privile­
giado. Como criterio general hemos dado prioridad a esa ignorancia, en aras de
mantener para cada forma de negatividad el singular sentido con que emerge;
aunque en ocasiones hemos cedido a la segunda opción — conocer la velocidad e
Ignorar la posición -, bien porque la filiación estuviera claramente contrastada
bien porque acaso ninguna epojé, tal y como la exige ese ‘principio de indeterm i­
nación’, pueda serlo del todo.
El ‘p rograma fuerte’ de sociología del conocimiento, acometido por D. Bloor1
y la escuela de Edimburgo, salva algunas lagunas de ese ‘intemalismo’ que puede
acusar el enfoque de Serres, aunque al precio de una menor sistematicidad. Por más
que las ciencias sociales se hayan centrado en dar cuenta de las ‘patologías’ (en el
ámbito del conocimiento: el error, la falsedad, la ignorancia, la desviación...), para
la exigencia de simetría explicativa de esta sociología/uerfe ‘la verdad’ no resulta
menos asombrosa ni está menos necesitada de explicación: ‘la verdad matemática’
arraiga en la creencia no menos que ‘el error’ echa sus raíces en la experiencia más
fundada. Cuando D ’Alembert, en el artículo Equation de la Enciclopedia, declara
que las raíces negativas han sido llamadas falsas "porque no satisfacen sino a un
falso enunciado de la cuestión", o cuando, en el artículo N égatif tiene aún que acla­
rar que "decir que la cantidad negativa está por debajo de nada, es avanzar una cosa
que no se puede concebir" ¿no está acudiendo a la más evidente experiencia? Por
otra parte, las creencias que so-portan y hacen posible una ‘verdadera’ matemática
(basada en definiciones y axiomas, con criterios demostrativos, etc.), como la euclí-
dea, serán precisamente las que veremos bloquear la emergencia de modos de nega­
tividad ‘verdaderos’, como los chinos; pero éstos, a su vez, no echan sus raíces en
una tan asombrosa como imposible anticipación de los que serán ‘números negati­
vos’ — con lo que las historias al uso renuncian a toda explicación — sino que arrai­
gan, a su vez, en creencias propias del imaginario social chino, como las anudadas
en tomo al complejo simbólico yin/yang/dao.
Las diferencias en los estilos cognitivos, las metafísicas subyacentes, las fron­
teras de lo pensable que se le imponen a cada época o cultura, la versatilidad del
concepto de rigor o la relatividad de las verdades lógicas que se pre-su-ponen...
determinan — para este program a— distintas matemáticas, en ocasiones irreducti­
bles entre sí. No podemos, sin embargo, seguir a Bloor en su recuperación de las
principales tesis empiristas y causalistas, siquiera sea porque entran en franca con­
tradicción2 con el núcleo central de su programa relativista.
Paradójicamente la fuerza del programa de Bloor se alimenta en la debilidad
de su método. Frente a todo un ejército de científicos sociales que se ha dedicado

1 Véase principalmente D. Bloor (1976). (Las referencias de paginación lo son a la edición


francesa). En especial, el cap. 5, "Une approchc naluraliste aux matémaliques", y cap. 7, "La négotia-
tion dans la pensée matématique".
2 Como bien ha visto, p.e., B. Tuchanska (1990).

25
a producir "una enorme cantidad de trabajos cuyo fin es mantener a las matemáti­
cas en una perspectiva que excluya todo enfoque sociológico" (1976: 75), no duda
en hacer suyos pensamientos bien heterogéneos. Mediante un sopesado eclecti­
cismo, va saltando de Durkheim a Kuhn, de J.S. Mili a Lakatos, de Piaget a Poin-
caré, de J. Klein a Spengler, de Wittgenstein a Evans-Pritchard... tomando de cada
uno tan sólo aquello que pueda contribuir a desvelar aquellas determinaciones
sociales a que pueda estar sometida la matemática.
Frente a Frege, Bloor tom a partido por la ciertamente endeble ‘aritmética de
las galletas’ de J. S. Mili. El discurso sobre Los fundamentos de ¡a aritmética del
primero, no tenido precisamente como retórico, lo considera un claro discurso
sacerdotal, defensor de la pureza (matemática) en peligro, lleno de imágenes ame­
nazantes de invasión, penetración, ruina y confusión. Pero la objetividad libre de
toda sospecha que Frege reclam a para las matemáticas, Bloor la ve cumplida, con
todas las condiciones que Frege exige, mas bien en el carácter de ‘creencia institu­
cionalizada’ con que ciertas ideas y procedimientos matemáticos cristalizan en
cada cultura. La objetividad matemática es social, lo que no la libra precisamente
de sospecha; su autoridad opera como la autoridad moral: induciendo la sensación
de que sus reglas son ineluctables y universales. En nuestros días estas carácterís-
ticas no lo son ya de la moral propiamente dicha sino que habrían venido a refu­
giarse en la matemática, la cual funciona así en lugar de la moral, cumpliendo
aquellos papeles de cohesión social, modelamiento de conductas, establecimiento
de lo indudable y confianza en el progreso que antes la moral venía sustentando.
Por eso es tan fácil imaginar — y practicar— diferentes códigos morales pero no
pueden imaginarse otras matemáticas si no es como maneras de error, de confusión
o de ignorancia.
El acercamiento de Spengler a las matemáticas, no por casi desconocido entre
nosotros ha dejado de inspirar enfoques tan dispares como el relativismo natura­
lista de Bloor, historias marxistas como la de Restivo o idealistas como la de
Colerus1, o análisis anarquizantes como los del último W ittgenstein. También para
este trabajo la lectura de La decadencia de Occidente ha sido una fuente de suge­
rencias, aunque su mención hoy no sea de buen tono para la buena educación aca­
dém ica ni para la democrática. Si bien tal vez sea precisamente su distancia res­
pecto de ambas instituciones la que permitió ese desparpajo imaginativo y esa
radicalidad que atraviesan la obra, cuya lectura irrita tanto como fascina. Ahí los
mitos de unidad, indeterminación y progreso de las matemáticas se van disol­
viendo a golpes, si no de demostración, sí de analogía, de fuerza evocadora. El
alma de cada cultura — la apolínea o griega, la mágica o árabe, la fáustica u occi­
dental ...— delimita un universo-historia, en cuyo interior se despliegan en íntima
resonancia sus formas carácterísticas: políticas, artísticas, intelectuales ... y mate­
máticas. En estas últimas, cuyo estudio absorbió a Spengler durante algún tiempo,
se refleja de modo paradigmático el destino de cada mónada cultural, por lo que

1 Véase nuestro capftulo I.

26
no cabe universalidad ni acumulación de conocimientos matemáticos: "No hay una
matemática; hay muchas matemáticas. Lo que llamamos historia ‘de la’ matem á­
tica, supuesta realización progresiva de un ideal único e inmutable, es, en realidad,
(...) una pluralidad de procesos cerrados en sí, independientes, un nacimiento repe­
tido de distintos y nuevos mundos de la forma"1.
Entre esas matemáticas está "la matemática occidental, la matemática nues­
tra, la que nosotros, con extraña ceguera, consideramos como única matemática,
como la cima y remate de una evolución de dos mil años" (1940:1: 103); pero no
es más que una entre otras y, además, para Spengler, está tocando a su fin. No hay
nexo entre unas matemáticas y otras, cada una arranca de unos pre-su-puestos cul­
turales específicos, de una sensibilidad propia, y desde ahí levanta su particular
edificio. La geometría griega se prolonga menos en la geometría cartesiana — pues
ambas suponen pre-concepciones del espacio mutuamente irreductibles— que en
la ciudad-estado o en la estatuaria apolínea. Un teorema de cálculo infinitesimal se
sigue antes de la forma musical de una fuga, o de un drama de Shakespeare, que
de su pretendido antecedente griego en el método de exhaución de Eudoxo. La arit­
mética griega es incapaz de pensar el cero y los números negativos, que no obstante
conocía de los hindúes, porque literalmente no puede ni verlos-, del mismo modo
que la magnitud irracional es para ella á-logon porque es impensable para su forma
de racionalidad.
Tanto nombrar como numerar son, igual para los salvajes que para nosotros
hoy, maneras de delimitar y so-meter los objetos, modos de construir el mundo. "El
idioma de signos de una matemática y la gramática de una lengua hablada tienen,
en último término, la misma estructura" (1940:1: 93). Por eso para Spengler hay
tantas aritméticas como lenguas, tantas geometrías y topologías como maneras han
sido, son y serán de percibir el espacio, el interior y el exterior. Cada matemática
forma parte de esa ilusión colectiva — acaso sea el reflejo más prístino de ella— en
que cada cultura se instituye. Y sólo en la medida en que una cultura no sabe pen­
sarse sino como ‘la’ cultura se atreve a decir que la suya es ‘la’ matemática. Pero
la otra cara de la capacidad de sugerencia de este autor es su ausencia de rigor y de
método, así como numerosas conceptualizaciones lastradas con una fuerte carga
ideológica.
Ortega, en la que seguramente sea su mejor obra filosófica, La idea de prin­
cipio en Leibniz, prolonga la reflexión de Spengler. Opone en ella dos m odos de
pensar, el euclídeo y el cartesiano, irreductibles entre sí, pues lo por su-puesto en
cada uno es radicalmente distinto. En el primero, las magnitudes se piensan como
cosas; en el segundo, como relaciones: las matemáticas que arrancan de cada pro-
toconcepción no sólo no se prolongan la una a la otra en sus desarrollos sino que
son inconciliables. El vaciado cultural de la matemática griega es en Ortega bri-

1 O. Spengler (1940:1: 99). Sobre su relativismo matemático, véanse, en particular, los capítulos
"El sentido de los números" (vol. I, pp. 85-145) y "La física fáustica y la física apolínea" (vol. II,: 239-
319).

27
liante y rotundo. El método axiomático-deductivo de Euclides, que servirá de
modelo para toda la matemática moderna y para buena parte de la investigación
científica, es un gigante con pies de barro: la falta de fundamentación, la exigencia
de evidencia para los axiomas, los lleva a coincidir con los topoi, o ‘lugares comu­
nes’, y las éndoxoi u ‘opiniones reinantes’. En la axiomática euclidea precipitan así
las creencias más arraigadas en el pueblo griego, esas que son impensables preci­
samente porque son ellas las-que permiten pensar: los principios de identidad, de
no contradicción y del tercero excluido; el criterio de abstracción; la visión cosista
del mundo y su organización en géneros y especies, que harán de la geometría y de
la aritmética ciencias incomunicables, aunque ambas dependientes del sentido de
la v ista... En lo no dicho de la evidencia siente Ortega latir toda la colectividad, el
fondo colectivo de cada matemático, una disposición genuinamente religiosa: "el
pensamiento con que se piensan las proposiciones primeras no razona, es irracio­
nal por tanto y, cuando menos, ilógico" (1979: 84). El ‘lecho de roca firme’, en el
que Lakatos veía descansar a la razón matemática, a Ortega se le muestra hecho
del material de los sueños, los pre-juicios y las creencias.
La aportación de Com elius Castoriadis a una arqueología de las matemáticas
también arranca de la valoración de lo imaginario en la actividad matemática desde
un registro sociológico. Para este autor, en lugar de flotar en el reino de la necesi­
dad absoluta, la lógica conjuntista-identitaría — cuya "consumación más rica y
avanzada es el desarrollo de las matemáticas"— hunde sus raíces en "inabarcables
formaciones magmáticas". Un magma es "aquello de lo que pueden extraerse (o
aquello en lo que se pueden construir) organizaciones conjuntista-identitarias en
número indefinido, pero que no puede ser nunca reconstituido (idealmente) por
composición conjuntista (finita o infinita) de esas organizaciones" (1988: 200).
Los magmas proporcionan el humus de lo imaginarlo radical, que desborda la
lógica conjuntista-identitaría y a menudo la viola. Son ejemplos de magmas la
totalidad de las representaciones (recuerdos, percepciones, fantasías, conceptos...)
de que es capaz una persona en un momento dado, o la totalidad de las significa­
ciones que podrían expresarse mediante las enunciaciones del castellano contem­
poráneo. Ninguno de ellos se agota mediante simples operaciones conjuntista-
identitarias : separar, clasificar, ordenar, contar... Siempre queda un residuo irre­
ductible, un fango semántico, un caos abisal, del que emergieron esas operaciones
y sus productos, que es el que carácteriza al magma. Este concepto no es cierta­
mente absoluto: son numerosos los casos de ámbitos magmáticos que con el
tiempo se han visto conjuntizados o formalizados exahustivamente. Pero un
magma actual sí es irreductible actualmente a estructuras bien determinadas y, en
cualquier caso, también hay magmas definitivamente irreductibles como, p.e., la
propia actividad de formal i zac ión, o el magma de las significaciones imaginarias
sociales o el de las significaciones psíquicas.
Pues bien, para Castoriadis lo magmàtico es siempre denso en cualquier
estructura o proceso conjuntista-identitario, y en particular en la matemática. Es
decir, en cualquier entorno, por restringido que sea, de una operación o concepto
matemático siempre hay significaciones que exceden, cuando no violan, los prin­

28
cipios y operaciones que carácterizan la lógica conjustista-identitaria, a saber: los
principios de identidad, contradicción y tercio excluso, la equivalencia propie­
dad = clase, o las relaciones de equivalencia y de buen orden. Así, la matemática
no puede dejar de estar sobredeterminada por el magma de las significaciones ima­
ginarias de la sociedad que la construye: "no hay aritmética sin mito” (1988: 209).
Al menos los magmas de la lengua ‘natural’ y de la lógica ‘espontánea’ penetran
desde el principio la matemática. Un ilustrativo ejemplo del primer caso lo encuen­
tra Castoriadis en el ensayo de definición del término ‘conjunto’ por Bourbaki ("en
un momento en que flaquea su coraje [formalista] y en que, pensando quizá en su
abuela, consiente en expresarse en francés"): «Un conjunto está formado por ele­
mentos susceptibles de poseer ciertas propiedades y de tener entre sí, o con ele­
mentos de otros conjuntos, ciertas relaciones». Los términos en cursiva en el ori­
ginal ya confiesan el imperativo de una cierta indefinición en la definición misma
de un concepto — el de ‘conjunto’— de cuyo rigor depende el de toda la matemá­
tica moderna. Pero, bien mirado, ¿son más indefinidos los términos ‘elem ento’ o
‘relación’ que los términos ‘estar formado’, ‘ser susceptible de’ u ‘otro’?. Un
ejemplo del segundo caso, el del arraigo en la lógica ‘espontánea’, lo ofrecen los
conceptos de ‘relación de equivalencia’ y de ‘conjunto cociente’, que formalizan
las actividades espontáneas que cualquiera1ejecuta para proceder a clasificar algo.
Son conceptos que cualquier teoría formal no puede introducir sino en una etapa
bastante avanzada, y sin embargo no podría darse ni el primer paso para elaborar
esa teoría sin presuponerlos inicialmente (p.e., al dar por sentado que el lector
identificará cada ‘x’ que aparezca en distintos lugares del texto y las distinguirá
cuando convenga hacerlo). Así, "la construcción de la lógica conjuntista-identita-
ria presupone la lógica conjuntista identitaria (y ciertamente también otras cosas:
lo imaginario radical)" (1988: 198). También en matemáticas el resultado está en
el principio, también las matemáticas encuentran lo que previamente se ha puesto.
Y eso que se ha su-puesto arraiga en los magmas simbólicos y lingüísticos que ali­
mentan las diferentes sociedades.
Así también, Castoriadis, derivando hacia lo social el modelo biológico de
Varela (1980), considera cada sociedad sumergida en un cerco epistémico, que dis­
tingue lo que para ella es información y lo que és ruido, lo que es perceptible y lo
que no, qué tiene significado, valor o sentido y qué es insignificante, despreciable
o absurdo: "toda sociedad es una construcción, una constitución, creación de un
mundo: su propia identidad no es otra cosa que ese «sistema de interpretación»
(1988: 69ss.)”. Este cerco, ciertamente poroso, es el que delimita las condiciones
de posibilidad de cada forma de conocimiento y de percepción; no sólo sus conte­
nidos concretos sino la propia configuración o matriz que los hace posibles, al
tiempo que excluye la posibilidad de otros. Es lo que para Foucault (1968) define
una episteme o, para Ortega — y salvando las diferencias— , un modo de pensar.

1 Esc 'cualquiera' acaso sea menos universal de lo que prelende Castoriadis, como tendremos
ocasión de matizar al analizar los procesos "de clasificación’ en China.

29
E. Morin critica la noción foucaultiana de episteme por simplista (no admite
sino una sola episteme para cada cultura en cada momento) y arbitraria en el esta­
blecimiento de los cortes epistémicos, y la funde con el concepto de ‘paisaje men­
tal’ (mindscape) de M aruyama (1974), con el sentido que el término ‘paradigma’
tiene originalmente en la lingüística estructural de Hjemlslev y Jakobson, y con el
que da Kuhn a ese mismo término en la segunda edición de su Estructura de las
revoluciones científicas como "conjunto de creencias, valores reconocidos y técni­
cas que son comunes a los miembros de un grupo dado”. Con esto, "un paradigma
contiene, para todos los discursos que se efectúan bajo su dominio, los conceptos
fundamentales o las categorías maestras de inteligibilidad al mismo tiempo que el
tipo de relaciones lógicas de atracción/repulsión (conjunción, disjunción, implica­
ción u otras) entre esos conceptos o categorías. Así, los individuos conocen, pien­
san y actúan según los paradigmas inscritos culturalmente en ellos. Los sistemas
de ideas están radicalmente organizados en virtud de paradigmas" (1991: 213).
Morin asume esta noción "no sólo a pesar de su oscuridad, sino por su oscuridad,
pues apunta a algo muy radical, profundamente sumergido en el inconsciente indi­
vidual y colectivo". Nosotros la acogemos asimismo sin mayor precisióm, alter­
nándola incluso con las nociones de episteme, modo de pensar, imaginario social
o colectivo, etc. Cualquier intento de definir lo que, por debajo de las definiciones
(y, más aún, por debajo de la manera de construir las definiciones), las hace posi­
bles, no puede ser sino un intento fracasado de antemano o — en la medida en que
tenga éxito— una proyección de cierta manera de construir conceptos sobre cua­
lesquiera otras maneras posibles, que es de lo que aquí se trata de indagar.
En la construcción de los conceptos — y, en particular, los matemáticos— a
partir de los diferentes imaginarios, el lenguaje juega un papel mediador funda­
mental, y complejo. "La sociedad hace el lenguaje que hace la sociedad, el hombre
hace el lenguaje que hace al hombre, el hombre habla el lenguaje que le habla" (E.
Morin, 1991: 162). Y el lenguaje matemático no constituye un universo lingüístico
separado, sino que brota del lenguaje ordinario."En la matemática, apuntaba Witt-
genstein, son proposiciones gramaticales las que nos convencen". A diferencia de
las ciencias empíricas, que siempre tienen (o, mejor dicho, pretenden tener1) un
referente exterior a su propio discurso, en cierto sentido puede decirse que la mate­
mática se agota en su mero acontecer discursivo, es decir, es una actividad estric­
tamente textual, lo que la emparenta antes con la literatura que con las llamadas
ciencias. Es en el texto donde efectivamente se producen las matemáticas. Una
genealogía de la negatividaá a través de su construcción textual parece, pues, no
sólo pertinente sino casi ineludible; no menos que la consideración de los efectos
retóricos que la matemática incorpora en el hecho mismo de su decirse, que no es
otro que el de su hacerse. Sin embargo, es casi total la ausencia de aplicaciones al
discurso matemático de las hoy tan potentes y variadas técnicas de análisis del dis­

1 Sobre la invención de una realidad referencia! por las ciencias empíricas, véase E. Lizcano
(1993b).

30
curso, que tan reveladoras se han mostrado en sus incursiones al interior de ciertos
textos científicos.
Son bastantes los estudios que, en los últimos años1, tratan la actividad cien­
tífica como una actividad constructora de textos destinados, por un lado, a crear
ciertos efectos de realidad, y por otro lado, a argumentar y convencer. Por lo que
las prácticas científicas serían perfectamente susceptibles de un análisis retórico:
imbricación de estructuras textuales jerarquizadas, apropiación de sentidos toma­
dos de otros discursos, recursos para la construcción de un lector modelo, puesta
en escena de diferentes tipos de actores y otras estrategias de persuasión han lle­
vado a algunos a calificar estos textos como una auténtica ‘ópera científica’. Estas
técnicas abren otra sugestiva aproximación a una arqueología de las matemáticas
que, en lo que se nos alcanza, permanece prácticamente inédita.
La crítica de J. A. Schuster (1968) al método cartesiano como discurso
‘mítico’ se cuenta entre las pocas de este tipo. Su análisis estructural de los textos
de Descartes revela en ellos un hábil tejido de recursos literarios destinados a crear
las ilusiones de unidad, aplicabilidad, eficacia y progreso. Siguiendo técnicas afi­
nes a la etnometodología3, Schuster pone de manifiesto el engarzamiento de tres
niveles de discurso entre los que se irán produciendo convenientes desplazamien­
tos. El primer nivel es sistemático y desarrolla el núcleo del método. El segundo es
la representación primitiva del ámbito vivo que se va a convertir en objeto sobre el
que aplicar el método; esta representación es sui generis en el sentido kuhniano, es
decir, compuesta por elementos — metafísicos, conceptuales, evaluativos e instru­
mentales— especialmente adecuados a ese ámbito de fenómenos. El tercero lo
forma el conjunto de historias, relatos, informaciones y glosas con que se redes-
cribe el segundo utilizando la teminología del primero.
La clave de la operación mitologizante del cartesio estaría en llevar al lector/
oyente a leer/oír en el tercer nivel. Ahí los ‘fantasmas disecados’ — en que se han
convenido los ‘objetos destripados’ del ‘campo vivo’ del segundo nivel— gozan
del efecto de aplicación, que permite soportar la ilusión de que las reglas del pri­
mer nivel son perfectamente aplicables al segundo cuando, de hecho, tan sólo se
están aplicando a las narraciones — efecto de redescripción— sobre él del tercer
nivel, narraciones que, por decirse en términos del primero, malamente podrían no
aplicársele. El creyente en el método ve así además confirmada su confianza
mediante el efecto de progreso que se logra prolongando la anterior operación de
mixtificación de los tres niveles a otras narraciones sobre nuevos objetos ‘descu­
biertos’. Y si la maniobra se extiende a otros campos de realidad diferentes — otras

1 Véase, p.e., B. Latour (1987), B. Latour y F. Baslide (1983), B. Latour y P. Fabbri (1977), S.
Woolgar (1991), P. Bourdieu (1985), o M. Mulkay (1991).
2 Esa rama de la etnometodología — véase p.e. A. Coulon (1988) o A. Cicourel (1973)— que
son las etnomalemáticas — así p.c. M. Aschcr & R. Aschcr (1986) o U. D’Ambrosio (1985, 1989)—
nos ha sido también fuente se sugerencias y, sobre todo, de prevención ante cieno etnocentrismo
matemático.

31
ramas de ‘la m isma’ ciencia u otras ciencias— lo que se obtiene es un reconfor­
tante efecto de unidad (lo que Descartes habría hecho, p.e., con su análisis mate­
mático y su ciencia magnética). La voluntad de ocultamiento del procedimiento
efectivo por el que se construye el discurso matemático estaría, pues, en el origen
mismo del discurso matemático como discurso metódico. Tesis que parece abonar,
desde otra prespectiva, la indagación de Szabó (1965) sobre la influencia en los
propios Elementos de Euclides de los procedimientos retóricos de la dialéctica en
auge en la democracia griega.
Tampoco dejó ese Wittgenstein iconoclasta, tan ajeno al del Tractatus, de
sugerir el interés de una crítica literaria de la matemática: "Imagina que la demos­
tración [matemática] fuera una obra literaria, una pieza de teatro. La visión de ella
¿no puede inducirme a algo?". Este tipo de análisis se nos ha manifestado de espe­
cial interés en la matemática china, tanto en su más simple dim ensión léxica como
en la de la estructuración de las frases y de los párrafos en ciertos pasajes claves
(como los que enuncian las reglas zheng/fu), donde los juegos de simetrías e inver­
siones vienen a reforzar sintácticamente el juego de oposiciones semánticas que se
quieren establecer. Parece que las matemáticas jugaron un papel decisivo en la con­
versión del autor del Tractatus en ese otro Wittgenstein disolvente posterior. Para
el primero, la realidad se representa fielmente en el lenguaje, el cual, para corregir
y eliminar sinsentidos, tiene en la lógica un eficiente mecanismo de control, capaz
de restablecer el orden oculto tras el aparente caos gramatical. Pero, en el discurso
matemático, los hechos que se supone que habrían de corresponderse con los enun­
ciados matemáticos resultan estar evidentemente construidos por el lenguaje
mismo; en este singular discurso, incluso los procedimientos de validación de los
enunciados están dentro de su propio lenguaje. Así, ‘ruedas que giran en el vacío’,
‘juegos de lenguaje’... irán minando aquella fe del Tractatus en que "todas las pro-
siciones del lenguaje común se encuentran efectivamente, tal como son, plena­
mente ordenadas desde el punto de vista lógico”.
Las operaciones de desfundamentación del lenguaje y de multiplicación del
lenguaje en lenguajes, que son form as de vida, alcanzarán también al mismo len­
guaje matemático que les dió el impulso inicial. Ejercicios escépticos de des-ima­
ginación, al modo de los recomendados por Juan de M airena, irán poniendo en
entredicho — desde sus Observaciones sobre los fundam entos de la matemática—
las más firmes convicciones matemáticas: ‘manchas ciegas’ en el cerebro, que
impiden ver una solución (p. 34), caminos que hubieran sido posibles en otras his­
torias de las matemáticas (p. 174), absurdos de las demostraciones por reductio ad
absurdum (p. 238), contradicciones que no se interpretan como signo de imposibi­
lidad sino como posibilidad de un ‘¡Haz lo que quieras!’ (pp. 211, 312), cálculos
que varían según los contextos (p. 329). ¿Por qué no van a ser posibles mundos
donde esas experiencias lingüísticas sean posibles? De hecho, veremos que no se
trata sólo de conjeturas más o menos imaginativas.
Otro de los recursos por los que Wittgenstein sugiere reveladores enfoques es
la que pudiéramos llamar su ‘antropología imaginaria’, que tampoco resulta serlo
tanto frente a matemáticas como la china.. Sus tribus fantásticas conciben combi­

32
naciones formales que a nosotros nos pasan desapercibidas (p. 178), demuestran a
golpe de órdenes (p. 193), o bien operan rimando números (p. 229). Es el contexto
lingüístico el que da — o quita — sentido au n cálculo, una regla, una demostración
o un axioma, y no su adecuación a una supuesta realidad externa o su coherencia
desde una lógica dudosamente universal. Cada lógica, como cada juego de len­
guaje, tiene su gracia. Como juegos de lenguaje, las matemáticas es en el lenguaje
donde se fundan... y también por el lenguaje se desfondan. "Es esencial a las mate­
máticas que sus signos se usen también en lo civil" (p. 215), pues es ahí donde las
personas inteligentes se dejan atrapar por las redes lingüísticas. El anclaje del dis­
curso matemático en el lenguaje natural le permite apropiarse de los recursos retó­
ricos de éste: "en las matemáticas son proposiciones gramaticales las que nos con­
vencen" (p. 133), son ‘tretas gram aticales’ las que bloquean ciertas asociaciones y
estimulan otras hasta presentarlas como identificaciones irresistibles. "¡Fíjate en el
palabreo con el que convencemos a alguien de la verdad de una proposición mate­
mática!" (p. 197). La verbalización de una demostración matemática se emparenta
así con la narración mítica (p. 133). Por eso el discurso matemático, antes que des­
criptivo o mero encadenante de transiciones necesarias, es sobre todo un discurso
imperativo: "‘Tu haces eso’ quiere decir: debes hacer eso; y .‘tu no haces eso’
quiere decir: no has de hacer eso" (p. 230). El decir matemático es típicamente ilo-
cucionario, realiza la acción denominada por el mero acto de enunciarla. Sus estra­
tegias de imposición (persuasión, seducción, provocación, intimidación...) son,
pues, susceptibles de análisis tanto gramatical como retórico.
* * *

Ciertamente no son las hasta aquí referidas todas nuestras deudas ni los méto­
dos antes esbozados los únicos que em pleam os1, pero sí se cuentan entre las fuen­
tes principales de sugerencias, bien para ensayar ciertos análisis bien para mante­
ner el ánimo ante algunas arriesgadas conclusiones a que esos análisis nos han
llevado. La tensión de su pensamiento ha alentado nuestro esfuerzo por evitar la
habitual lectura ingenua, positiva, de estas emergencias matemáticas, y por ir
incorporando — a veces, medio a tientas— esas formas de crítica, análisis e inter­
pretación que tan fecundas se han manifestado en otros ámbitos del conocimiento.
No queremos tampoco dejar de agradecer algunas valiosas orientaciones y
estímulos. En prim er lugar, a Javier Ordóñez, que acogió y alentó la tesis de doc­
torado que está en el origen de este libro, cuando tantas puertas se le venían
cerrando. A Agustín García Calvo por sus atinadas observaciones sobre ciertos
textos y términos griegos. A Antonio Escohotado por sus sabrosos comentarios y

1 En particular, las que nos han parecido deficiencias de ciertos enfoque teóricos — y que co­
mentamos en el capítulo 1 — también nos han sido, no obstante, poderosas fuentes de estímulo y refe­
rencia.

33
críticas. A Luis Castro por su atenta lectura del manuscrito y sus agudas sugeren­
cias. A Consuelo Marcos por el tiempo que le robó a la redacción de su gramática
de chino para asesorarnos sobre esa lengua tan endiablada como apasionante. A
M ariano M artínez por su disposición a ceder por igual acertados comentarios y
preciosos ejemplares de su insólita biblioteca. A Julia Varela y Femando Alvarez
Uría por sus frecuentes llamadas de atención hacia los registros sociológico y
arqueológico. A M aría José «Muñoz por sus traducciones del latín vulgar que, al
cabo, no tuvieron cabida. A Nieves Díaz, de la Biblioteca Nacional, y al personal
de la hemeroteca y biblioteca de la UNED, por su diligencia en localizar materia­
les, algunos tan esquivos y recónditos. Sin ellos, y sin tantos otros, no hubiera sido
posible este trabajo; aunque a ninguno de ellos cabe imputar ningún desacierto que
pudiera haber en el mismo.

34
Capítulo I
Ciencias del hombre y matematicas:
crónica de una resistencia
Recientemente criticaba Serres (1991) la ‘espontaneidad irreflexiva’ que
suele carácterizar la concepción general de la historia de las ciencias. Como ya
apuntara Feyerabend1, Serres observa en el origen de esta espontaneidad acrítica
una actitud netamente religiosa, que se acerca a los textos científicos como a ‘tex­
tos sagrados’:
"En el fondo esta espontaneidad tiene una raíz: la admiración beata, literal­
mente religiosa, aunque a veces justificada, hacia todo lo que se llama científico y
que, por lo mismo, sigue siendo intocable, y una simétrica adoración por la historia.
Incluso si se pretenden ateos o liberados, nuestros contemporáneos sacrifican de
buen grado ante estos dos altares o se inclinan ante esta doble jerarquía.(...) Son dos
tabúes de nuestro tiempo. Por consiguiente, la historia espontánea de las ciencias se
reduce a menudo a una historia sacra o sacralizada." (1991: 12-13).
Esa conclusión de Serres es la que sirve de hilo conductor a esta crónica de
las resistencias que hemos observado en la mayor parte de de los enfoques a los
que, en muy diferentes campos de las ciencias sociales, hemos acudido en
demanda de metodologías adecuadas para el análisis de la negatividad matemática
que nos proponíamos. Sin apenas excepciones, podría decirse que las matemáticas
se les presentan a las ciencias sociales como discurso sagrado2, imposible de ser
penetrado por sus análisis, incluso para aquellos autores que tan brillantes resulta­
dos han conseguido frente a las tenidas por ciencias duras. El recorrido que aquí
emprendemos no puede ser exhaustivo; nos limitamos a algunas de las reflexiones
más sobresalientes — sea por la relevancia de sus autores, sea por la transparencia

1 Véase, p.e., P.K. Feyerabend (1984:88; 1985: 58 ss.). Una tesis semejante mantuvimos en E.
Lizcano (1989), donde se desarrollan, en un tono periodístico, algunos de los argumentos de este ca­
pítulo.
2 Véase, p.e., cómo Mary Douglas aplica la consideración antropológica de lo sagrado al trata­
miento que concede Durkheim a las ciencias naturales, en el Prefacio de M. Douglas (1975).

35
de sus tesis— hechas desde campos como la sociología, la historia, la antropolo­
gía, o la hermenéutica.

1.1. In-determinación sociológica de las matemáticas


Un doble prejuicio positivo hacia el discurso matemático parece animar a la
sociología ya desde su momento fundacional, en el propio Discurso sobre el espí­
ritu positivo de Augusto Comte. Por un lado, éste confía en que también a la socio­
logía, por ‘continuidad espontánea’, la matemática le confiera la positividad que
ya otorgó a las ciencias de la naturaleza (1980: 125-127); y, por otro, reconoce
explícitamente el papel religioso que la matemática cumple al propiciar, a través
de las ciencias, las sensaciones de cohesión social y de progreso, de unión y exten­
sión, necesarias para que haya tanto conocimiento positivo como sociedad (1980:
36-42) — y, por tanto, conocimiento positivo de la sociedad: socio-logia— . El
reverencial respeto hacia las matemáticas que marca en su mismo origen a las cien­
cias sociales parece, pues, tan justificado como interesado, y no dejará de ser su
gran tabú ni aún en nuestros días.
La ingenuidad del fundador de la ‘religión científica de la Humanidad’ le
lleva a proclamar ese monoteísmo matemático que sociólogos posteriores procu­
rarán no poner tan de manifiesto. La progresiva sustitución del politeísmo por el
monoteísmo, y de éste por la religión positiva, cuyo cuerpo dogmático conforman
las verdades científicas, tiene — para Comte— en la matemática el origen y el cora­
zón del proceso: "El principio de invariabilidad de las leyes naturales no empieza
realmente a adquirir alguna consistencia filosófica sino con (...) la fundación de la
astronom íam atem ática , durante los últimos siglos del politeísmo" (1980: 33). De
la mano de la matemática, y con el concurso del positivismo, la obsesión comtiana
por el orden prevé en su Sistema de filosofía positiva la inauguración de un nuevo
culto a la muerte, la superación de la "anarquía occidental" que "impulsa a los
vivos a alzarse contra el conjunto de los muertos". Una vez así restaurado el orden
social, "la historia se convertirá muy pronto en historia sagrada".
Pero esa creencia en la matemática no sólo la experimenta Comte en el origen
histórico de ese relevo en la fe; también es la matemática la llamada a aportar al nuevo
credo su fundamento dogmático, su principio lógico, la fuente de su positividad:
"Así se llega gradualmente a descubrir la invariable jerarquía, a la vez histórica
y dogmática, de igual modo científica y lógica, de las seis ciencias fundamentales: la
matemática, la astronomía, la física, la química, la biología y la sociología; la pri­
mera de las cuales constituye necesariamente el punto de partida exclusivo, la única
cuna necesaria de la positividad racional, tanto para el individuo como para la espe­
cie (1980: 125)"1.

1 Los subrayados son nuestros.

36
La sociología se instituye así como ciencia reclamando de la matemática el
papel sustentador de su propia racionalidad, papel que a ella toca cumplir de
manera ‘necesaria’, ‘única’ y ‘exclusiva’. Acaso esté ya aquí la clave de por qué
las distintas ciencias del hombre y de la sociedad, que se irán desgajando del tronco
s o c io ló g ic o , hayan encontrado tantas dificultades para dar razón de un saber — el
matemático— en el que han hecho descansar la posibilidad misma de constituirse
ellas racionalmente. De hecho, la paulatina superación por la sociología de esta
fase — dogmática, universalista y progresista— inicial no conseguirá, sin embargo,
erradicar esa creencia fundacional en la matemática, que queda así no sólo in­
determinada socialmente sino también determinante de lo social y de su estudio1.
Así, p.e., con Mannheim se disuelve buena pane de ese monoteísmo positivista;
incluso si algo se le ha reprochado es un historicismo y un relativismo que procu­
ran anclar las producciones culturales — y, entre ellas, las propias ciencias socia­
les— en formaciones subjetivas y sociales históricamente determinadas:
"Existe una vasta extensión de problemas que son accesibles sólo, o bien a cier­
tos sujetos, o bien en determinados periodos históricos (...), [problemas que] sólo lle­
gan a ser visibles en ciertas épocas de la historia, que a través de una serie de expe­
riencias colectivas y por el desarrollo de una conveniente Weltanschauung, despejan
el camino hacia ciertas percepciones" (1958: 240-1).
Pero esa determinación que cada Weltanschauung impone a ciertas formas de
razón y de sensibilidad, se torna indeterminación en lo que se refiere a la razón y
a la sensibilidad matemáticas:
"La naturaleza particular del conocimiento político, en contraste con las cien­
cias exactas, proviene de la inseparabilidad, en esta esfera, entre el conocimiento y
los intereses o motivaciones. En política, el elemento racional está emparentado de
un modo inherente con el irracional..." (1958: 265).
Lo cual no puede hacerse extensivo al conocimiento matemático: "En este
tipo de conocimiento [el matemático] es cierto que su génesis no tiene nada que
ver con los resultados(1958: 381)". Estamos ante un conocimiento separado de
una realidad también separada. El discurso matemático, en contraste con los men­
cionados, no emparenta con lo irracional, es racionalidad pura, sin sombra de inte­
reses ni motivaciones. Se trata de un discurso cuyos resultados, como afirma Man^
nheim, nada tienen que ver con su génesis. Por eso su historia es perfectamente
lineal, es la historia de una gradual correción de errores y de un progresivo descu­
brimiento;
"Dos periodos de la historia del conocimiento humano sólo se distinguirían
entre sí por el hecho de que en el periodo anterior ciertas cosas eran desconocidas

1 Véase, p.e., S. Andrcski (1972).

37
todavía y ciertos errores persistían aún; lo cual fue completamente corregido por el
conocimiento posterior. Esta relación simple entre un periodo de conocimiento pri­
mitivo e incompleto y otro posterior completo puede ser apropiada en gran parte para
las ciencias exactas (...); sin embargo, para las ciencias culturales ..." (1958: 356).
Para las ciencias exactas parece bastar una explicación en términos de ‘sim­
ple’ acumulación de verdades; a eso queda reducido el relativismo de un relativista
cultural cuando de pensar las matemáticas desde lo social se trata. Ellas marcan el
umbral donde su sociología del conocimiento debe interrum pirse1. Ante las mate­
máticas, la prevención de M annheim ya será norma en toda una variada gama de
científicos sociales; muy rara será, en verdad, la ocasión en que no veamos ai
sociólogo retroceder ante el mero asomo de violación por su crítica de el impensa­
ble matemático. La posterior sociología de la ciencia extiende ciertamente la crí­
tica mannheimiana de las ciencias del espíritu a las de la naturaleza, pero no se
frena menos ante las matemáticas. Para no multiplicar los ejemplos, reduzcámonos
a uno de los más radicales de entre los actuales: el de Serge M oscovici. Para este
psico-sociólogo (1988) son los mismísimos objetos físicos — no sólo su concep-
tualización— los que se crean por la acción de las teorías físicas, y mueren con
ellas, en ciertos momentos históricos. La causa de esta creación/destrucción de la
naturaleza por el discurso está, según Moscovici, en el tipo de lenguaje que han
venido utilizando Jales teorías: el lenguaje ordinario, que, cargado de memoria, no
es apto para el conocimiento. Lenguaje de conocimiento sólo puede serlo propia­
mente el matemático, pues, al carecer de memoria, sobrevuela el tiempo y los cuer­
pos, el nacimiento y la muerte. Sólo el lenguaje matemático es lenguaje no deter­
minado, y será por tanto el único que pueda librar al conocim iento de las
determinaciones del tiempo y la subjetividad.
En la de Castoriadis veíamos antes una de las pocas sociologías que sí ensa­
yan un análisis de las raíces que la matemáticas pudieran echar en las formaciones
sociales. Al ser el discurso matemático ‘denso’ en diversos magmas (como los de
las significaciones lingüísticas y las imaginarias), no puede haber em ergencia suya
que no arrastre consigo, a modo de ganga, residuos del imaginario social: ‘no hay
matemática sin mito’. De aquí deriva Castoriadis una doble crítica. Una, lúcida y
radical, de la sociedad contemporánea; la otra apunta a la matemática, aunque ésta
se nos antoja bastante más tímida, cuando no abortada, sobre todo tras unas expec­
tativas tan ambiciosas como las que parecía abrir el anterior planteamiento. El
mundo moderno — constata Castoriadis— ha hecho de la aritmética un mito, ha
exorbitado el peso de la dimensión conjuntista-identitaria hasta el punto de que
"esta pseudoracionalidad funciona en definitiva como la única significación ima­
ginaria explícita que puede cimentar la institución, legitimarla, mantener unida la
sociedad" (1988: 214). Se ha cumplido el ideal positivo de Camte. Por eso, romper
el monopolio que las matemáticas han obtenido en la urdimbre de representaciones

1 Véase D. Bloor ( 1973).

38
que configuran el imaginario social se le muestra como una tarea política urgente
oara el logro de una sociedad autónoma, no enajenada en una sola dimensión — la
que consagra lo que es— de su imaginar radical.
Pero su crítica de las matemáticas, no la de su función social sino la de su
misma institución como un discurso entre otros (al margen del rango jerárquico
que haya llegado a alcanzar entre ellos), no pasa de vagas afirmaciones generales
que luego no concreta, o bien contradice, o incluso niega cuando, puesto a concre­
tar, le puede más la fascinación por el formalismo matemático que por la crítica.
Así, por un lado:
"Las operaciones ‘lógicas y físicas’ por las cuales toda sociedad se remite al
primer estado natural, lo organiza y lo utiliza, están siempre sujetas a significaciones
imaginarias sociales que son ‘arbitrarias’ y radicalmente diferentes en las diferentes
sociedades” (1988: 71).
y, sin embargo, "es necesario lo determinado y lo necesario para que cualquier
sociedad funcione y hasta para que ella pueda presentarse a sí misma sus signifi­
caciones propiamente imaginarias" (p. 209). Será la propia institución de la socie­
dad la que al cabo echa sus raíces en la lógica conjuntista-identitaria, que queda así
in-determinada de puro determinante. Si para Bachelard, como veremos, es la arit­
mética la que funda la razón, para Castoriadis fundará hasta la misma imaginación.
La ‘arbitrariedad’ y ‘diferencia radical’ de los imaginarios sociales, que por un
momento parecieron ir a determinar la necesidad identitaria, acaban hilvanándose
en torno a una lógica común y ‘necesariamente necesaria’(!), realizada ejemplar­
mente en las matemáticas e indispensable hasta para la misma representación de
las significaciones imaginarias. Más aún, si lo magmàtico era siempre ‘denso’ en
la dimensión conjuntista-identitaria, con lo que la matemática quedaba magmati-
zada, Castoriadis también postula la inmersión inversa: la lógica conjuntista-iden­
titaria es siempre ‘densa’ en cualquier magma de tramas imaginarias. Por sumer­
gido que se esté en cualquier punto (pero ¿hay ‘puntos’ en los magmas?) de
cualquiera de los magmas donde enraizan las significaciones imaginarias, siempre
se encontrarán elementos de tipo conjuntista-identitario. Nos encontramos ante
"una esencial e inexpugnable dimensión no sólo del lenguaje sino de toda vida y
toda actividad social" (p. 221)..
Si no había aritmética sin mito, lo que a Castoriadis parece fascinarle decisiva­
mente es que, "más importante aún, no hay mito (o poema, o música) sin aritmética"
(p. 205). Y si bien declara ‘indecidible’ la cuestión sobre si esa densidad existe real­
mente o tan sólo la pone él, lo cierto es que no cesa de recrearse en matematizar —
¡y en términos bourbakistas!— sin que ello aporte mayor precisión o rigor. Así,
aplica conceptos topológicos — como el de denso— a lo imaginario radical, inter­
preta la metafísica kantiana en términos de ultrafiltros (p. 199)... y hasta ensaya un
desarrollo bien detallado de ¡una teoría axiomática de magmas!, a imitación de las
axiomáticas más formalizadas de la teoría de conjuntos (p. 200-2). En lugar de
fijarse en el momento en que se instituye (o se destituye, según el caso) cada modo

39
de discurso matemático, que es cuando focaliza sobre él el entramado de imágenes
inconscientes que pueblan ese humus del que nacen las significaciones imaginarias,
Castoriadis parece contentarse con haberlo mencionado en pass'ant y centrarse, en
cambio, en el momento hipostasiado en que "todas las entidades matemáticas están
perfectamente determinadas" (p. 195). Y desde ahí proyectar retroactivamente
sobre la historia toda el mito moderno de la matemática como "un código sentado
en el puro legein" (p. 231). No será entonces de extrañar que las más diferentes his­
torias de las matemáticas se narren como historias del cumplimiento de un destino,
el destino de una razón pura universal que, como no podía ser de otro modo, viene
a coincidir con la del Occidente moderno.

1.2. U na historia de esencias y cum plim ientos


Cuando ya la historia, que de tantas verdades definitivas ha dado cuenta, des­
moronaba esa imagen de edificio de una sola pieza que con la Ilustración había
cobrado la ciencia; cuando — tras las huellas de Bachelard, Kuhn o Feyerabend—
ya la ciencia se mostraba como reconstrucción a posteriori de conjeturas y prácti­
cas que no tenían por costumbre obedecer a ningún método ni escapar a las deter­
minaciones irracionales e inconscientes que moldean cualquier otro aspecto del
saber y del hacer humanos... tan sólo la historia de la matemática, como señalara
Lakatos (1981: 67-8), se mantenía aún como historia sagrada:
"La historia de la matemática ha sido distorsionada por filosofías falsas aún
más de lo que lo ha sido la historia de la ciencia. Dicha historia todavía es conside­
rada por muchos como una acumulación de verdades eternas; las teorías o los teore­
mas falsos son desterrados al oscuro limbo de la prehistoria o se los archiva como
lamentables errores que sólo tienen interés para los coleccionistas de curiosidades.
De acuerdo con ciertos historiadores de la matemática, la historia de las matemáticas
en sentido propio empieza con aquellas obras que se conforman a los estándares que
ellos consideran definitivos. Otros descienden hasta las edades prehistóricas sólo
para entresacar de la basura fragmentos luminosos de la verdad eterna”.
Un significativo botón de muestra, extraído de la sin embargo formidable His­
toria general de las ciencias, dirigida por R. Taton: "Siendo el esquema babilonio
[para resolver ecuaciones de 2o grado] idéntico a la fórmula de hoy, tenemos por
fuerza que admitir que es el resultado de un esfuerzo racional"1. También en cues­
tiones matemáticas, al extranjero no se le concede otra posibilidad de racionalidad
que la que, en su espejo, es reflejo de lanuestra. G. Sarton, uno de los principales
impulsores de la historia de la ciencia como disciplina de pleno derecho, llega
incluso a establecer un "teorema de la historia de la ciencia" (sic) que marcará toda
la historiografía matemática posterior:

1 R. Labal y E.M. Bruins en R. Talón (1988:1: 127).

40
"Definición. La ciencia es conocimiento positivo sistematizado, o lo que ha
sido tenido por tal en las diferentes épocas y en los diferentes lugares. Teorema. La
adquisición y sistematización del conocimiento positivo son las únicas actividades
humanas que son verdaderamente acumulativas y progresivas. Corolario. La historia
de la ciencia es la única historia que puede ilustrar el progreso de la humanidad"
Aún más claro: "La historia de la ciencia es la historia de la unidad del género
humano, de su sublime designio, de su gradual redención”1. Lugar de manifestación
de unas verdades — las verdades matemáticas— que lo son desde siempre, la histo­
ria lo es de su revelación progresiva. No le falta a Sartén ni el inevitable santoral
científico al modo comtiano: comparados con los conquistadores de territorios,
movidos por ‘viles intereses’, "los matemáticos no son ángeles ni santos — algunos
de ellos fueron bribones— pero por lo menos no trataron de asesinar, explotar o
esclavizar a sus semejantes; sus transgresiones fueron sin importancia, mientras que
sus propósitos fundamentales fueron nobles y sagrados: sus conquistas fueron espi­
rituales, conquistas de la razón pura con un alcance infinito" (1960: 6).
Unicamente parece desentonar en este cuadro esa admisión, en la ‘Defini­
ción’ anterior, de "lo que ha sido tenido por tal [por conocimiento positivo siste­
matizado] en las diferentes épocas y en los diferentes lugares". Pero debe enten­
derse bien, no como una puerta abierta a otras matemáticas (que se suponen
imposibles) sino como un tic liberal. Cuando de verdad se pone a historiar la mate­
mática, esas otredades ya pasan a ser "adulteraciones y desviaciones" — ¿respecto
de qué norma?— que llegaron a dominar "la mente no sólo de la gente vulgar e
inculta sino también la de los astrónomos, incluso Brahe y Kepler" (p. 78). O la de
los mejores matemáticos del momento, qué, como Stifel, de sus cálculos deducían
el fin del mundo: "es posible que su mente se alterara por excesiva beatería, pero
muchos otros hombres del periodo fueron tan locos como él" (p. 81). Adulteracio­
nes mentales o demencia colectiva, cualquier hipótesis vale para explicar los ‘erro­
res’ de cada época, mientras que ninguna es necesaria para los ‘aciertos’, que se
imponen como dotados de un dinamismo propio e intemporal. La historia de la
matemática resulta así doblemente edificante. Es historia de la edificación de la
verdad y también historia de la edificación en la verdad, al ir mostrando, por con­
traste, lo que no es sino error y superstición, la sombra de "la imbecilidad de la
mente humana" que gracias a ella se revela como tal.
La denuncia de Lakatos no iba, pues, desencaminada. Pero cuando pudiera
esperarse que de ella se siguiera una cierta desacralización, nos encontramos con
que la denuncia apuntaba más bien a ciertos elementos exteriores que pudieran
corromper esa historia sagrada. Es necesario volver al interior, sin referencias cul­
turales exteriores; tan sólo basarse en el propio diálogo interno del discurso mate­
mático. "Al considerar la historia de la ciencia, si nos ponemos a ver cómo se han
producido algunas de las refutaciones [de hipótesis] más célebres, tenemos que
concluir bien que algunas de ellas son manifiestamente irracionales, bien que des­

1 Citado por Dictionary of Scienlific Biographies ( 1981: 11 & 12: 109).

41
cansan en principios de racionalidad radicalmente diferentes"1. Pero como tanto
una posible fundamentación irracional de la ciencia como una proliferación de
racionalidades parecen ser meros impensables, la historia de la matemática habrá
de ser entonces ‘racionalmente reconstruible’ desde criterios exclusivamente inter­
nos, según patrones propios de objetividad. Y si "...historiadores respetables han
dicho alguna vez que la suerte de reconstrucción racional intentada aquí es una
caricatura de la historia real.—del modo en que las cosas ocurrieron realmente
(...)— igualmente podría decirse que tanto la historia como el modo en que las
cosas ocurrieron realmente sólo son caricaturas de la reconstrucción racional."
(Lakatos, 1981: 16).
Que sociólogos, psicólogos e historiadores se entretengan, si les place, en ara­
ñar la superficie del pulido discurso matemático; no podrán entrar en él, pues se
basta a sí mismo para proporcionarse un "lecho de roca firme" (1981: 17). La
lúcida crítica lakatosiana al formalismo — por necrófilo, amigo de tratar sólo con
cadáveres ya fríos— y a la "imagen autoritaria, infalible e irrefutable de las mate­
máticas", que ha "constituido la orgullosa fortaleza del dogmatismo" (1978: 19-
20), le conduce, al cabo, a una reescritura incesante de su historia que, como la
neolengua orwelliana, borra toda huella ‘externa’* toda contaminación de elem en­
tos profanos. Lo cual tiene, entre otras ventajas, la de que allí donde a los matemá­
ticos que en la historia han sido se les presentan auténticos monstruos (magnitudes
i-racionales o imaginarias, series insumables o funciones sin derivada) sobre los
que proyectan sus demonios particulares y colectivos, a Lakatos sólo le asaltan
monstruos alegres y confiados, edificantes ejercicios de estilo: erizos poliédricos o
mujeres embarazadas que no por ello tienen dos cabezas, aberraciones de salón
sobre las que afinar su muy racional "método de ajuste de monstruos".
Las sugerencias de Spengler para una historia relativista de las matemáticas
han tenido sus posteriores cultivadores, aunque por lo general la merma en la bri­
llantez del maestro no se ha visto compensada con el deseable aumento de rigor.
Un desarrollo sistemático de las hipótesis de Spengler sobre las matemáticas lo
intenta Colerus (1972-73), pero su Breve Historia de las matemáticas sólo añade
a las vulgatas al uso las salpicaduras de cierta fraseología spengleriana y la carica­
tura de alguno de sus tópicos más célebres (biologismo, almas epocales...); a cam­
bio, pierde de vista el rico entramado que despliega la vasta erudición exhibida en
La decadencia de Occidente, para acabar traicionando a su autor en lo más íntimo:
sus mónadas culturales se acaban resolviendo en "la mónada de las mónadas,
Dios", y el lúcido escepticismo de aquel maestro de escuela desemboca en su dis­
cípulo en el habitual paseo heroico por la historia de "la gloriosa y auténticamente
soberana ciencia de la matemática" (vol. II; 197). Otra vez nos sale al paso aquel
nuevo monoteísmo y aquella historia sagrada con que soñara Comte y que advir­
tiera Serres.

1 I. Lakatos, "Falsificalion and the Melodology of Scientific Research Programmes", en I. Laka­


tos y A. Musgrave (eds.) (1970: 114).

42
A ese otro spengleriano que es Ortega, al que veíamos indagar las fuentes de
la matemática aristotélico-euclídea en el conjunto de creencias que aluneníaiL—
de las que ‘m am a’— el modo de pensar griego, parece abandonarle toda distancia
crítica al encarar ya la m atem ática que arranca de Descartes y Leibniz. Con éstos,
los ‘prejuicios’ y la ‘sinrazón’ dejan bruscamente de deslizarse bajo el suelo de
las matemáticas. La matemática moderna ya no ‘m am a’, como la griega, del sub­
suelo inconsciente de su época; por el contrario, parece descender ya entera en "la
revelación con que Descartes fue favorecido" (1979: 14). Para ese burgués ilus­
trado que no dejaba de ser Ortega, la razón burguesa ya no es otra razón histórica,
como la griega o cualquier otra, sino mera razón moderna, ‘la’ razón por exce­
lencia.
Si en sus prolongaciones idealistas la iconoclastia de Spengler nos ha traído
de nuevo la fe progresista en el avance lineal, monolítico y universal de una m ate­
mática incondicionada, análoga decepción aportará también su prolongación apa­
rentemente inversa. La moda marxista de los años 60 y 70 y la esclerosis escolás­
tica que le permitió alcanzar prestigio y poder académico, hacen ya casi
imposible leer una historia actual de la matemática donde no aparezcan una crisis
económica o un auge del comercio que, salpicados ad hoc, acompañen a éste o a
aquél desarrollo matemático. M enos habitual es hacer, como Sal Restivo y R.
Collins (1982: 277), de esas salpicaduras programa y, menos aún, "asumiendo el
objetivo de Spengler de explicar las matemáticas en términos de las particulares
formas sociales e históricas en que se producen". Restivo rescata a Spengler de
su apropiación por el nacismo, despojándole de ‘almas colectivas’ y metáforas
naturalistas, para traducirle en términos de relaciones de producción y de lucha
de clases. Ahí ya las matemáticas, como "todas las actividades humanas, pueden
concebirse como estrategias enraizadas en la lucha por la supervivencia, el poder
y el privilegio” (1983: 130). Pero con esta inversión, todo lo que en Spengler era
pasión por la diferencia y por las inter-determinaciones de cada imaginario cultu­
ral, en su revisión económico-m aterialista se acaba subsumiendo en la universa­
lidad de sus determinaciones favoritas: necesidades prácticas, expansiones
comerciales, estrategias de dominio... que, al cabo, sólo pueden dar cuenta de los
diferentes grados de desarrollo, más o menos progresados, de una sola y verda­
dera matemática.
Pero lo más grave es que tales determinaciones no determ inan nada, de
tanto determ inarlo todo. Así, p.e., la invención del cero por la matem ática hindú
y su énfasis en los grandes números se explican como "símbolos de una retórica
matemática destinada a aterrar a los oyentes en una actitud religiosa" (1982: 282)
de la que sacaba provecho la clase sacerdotal dominante. De donde una de dos:
o bien las restantes civilizaciones antiguas que, como la egipcia o la mesopotá-
mica, sí ignoraban esos sím bolos carecían de clase sacerdotal dom inante (!); o
bien su supuesta estrategia del terror pasaba por el uso de otros sím bolos, con lo
que volvemos al principio: ¿por qué sólo los hindúes manejaban precisamente
esos símbolos?. Otro tanto puede decirse de la supuesta ‘incapacidad para la abs­
tracción’ de la m atem ática clásica china, que para Restivo habría venido forzada

43
por una clase intelectual dom inante em peñada en m antener la notación m atem á­
tica ligada a la escritura ideográfica, cuya dificultad la hacía inaccesible a ‘las
m asas’. Cabría, sin em bargo, objetar que en al caso chino la tal ‘incapacidad para
la abstracción’ bien pudiera verse — con algo menos de etnocentrismo— como
‘capacidad para no abstraer’ y que emergencias como la de los ‘números negati­
vos’ (en la que ni repara) surgen precisamente ligadas a modos populares de cál­
culo y adivinación. Por análogo método de explicaciones externas universales, el
divorcio mano/cerebro, que impone la división del trabajo en las oligarquías
griegas, y la expansión comercial ‘dan cuenta’ del tópico ‘milagro matemático
griego’: al parecer, todas las restantes civilizaciones desconocían la división del
trabajo.
Las ‘necesidades prácticas’ — cálculos com erciales, agrim ensura, adm i­
nistración, etc.— son el penúltim o refugio explicativo de este m aterialism o tan
extendido como grosero. Poco im porta que para ello los conceptos de ‘necesi­
dad’ y de ‘práctica’ hayan de estirarse hasta el punto de alojar la arbitrariedad
y la inutilidad más flagrantes. Con tal de que se sigan llam ando ‘necesidades
prácticas’, caben desde las especulaciones místicas hasta los usos — ¿de efecto
retroactivo?— que sólo generaciones posteriores sabrán dar a lo que nació de
necesidades estrictam ente form ales (p.e., la teoría de grupos). El últim o refu­
gio m etodológico lo procurará el recurso a la dialéctica. Acaso así pueda
decirse que "los infinitesim ales, engendrados prim eram ente en los debates de
teólogos y escolásticos, se introdujeron [con Newton y Leibniz] en el proceso
productivo" sin violar no obstante ningún principio del m aterialism o histórico.
Cuando hace falta para que el prejuicio m arxista funcioné, se pone a la super­
estructura determ inando a la infraestructura y se recurre a la negación de la
negación.
Este singular método perm ite construir historias de las matemáticas como
la de Ribnikov, donde puede asistirse al despliegue de "las leyes objetivas del
desarrollo de las matemáticas". En tan sólo diez páginas (1987: 9-19) se presenta
todo un catecismo sobre necesidades prácticas retroactivas, luchas de clases
donde "lo nuevo irresistiblem ente vence" (bastando con entender por ‘lo nuevo’
lo que acabará venciendo), o el "heroísmo de los científicos" (de nuevo el uni­
versal santoral comtiano) y "ante todo de los científicos nacionales". En su pre­
tensión de verdad exclusiva para "la ciencia marxista-leninista con la aplicación
del materialismo dialéctico", caben enunciados tan poco idealistas como ”la lle­
gada de la Edad M edia" (p. 118) o que las teorías matemáticas preceden al
método matemático (p. 9). Tras semejante declaración de principios, el resto de
la obra ya puede entregarse a reproducir sin mayor obstáculo las habituales y
espontáneas ‘descripciones’ positivistas. Como señala Clastres (1981: 170),
estas metodologías "bailan una robusta danza cuyos grandes zuecos claveteados
golpean con rudeza el suelo de la investigación”. Ese "penoso lenguaje de
madera", articulado por auténticas categorías bulldozer, no es, sin embargo, pri­
vativo del marxismo, y se extiende en particular a otros intentos de em prender
una antropología de las matemáticas.

44
13. Dificultades para una antropología de las matemáticas
Una disciplina que, en principio, parece poder ofrecer enfoques y metodolo­
gías especialmente adecuadas a una arqueología de las matemáticas es la antropo­
logía; en especial, a partir de los estudios de Lévy-Bruhl y de Lévi Strauss. La
matemática occidental moderna se rige — o, al menos, así supone hacerlo— por los
principios de identidad, no contradicción y tertio excluso, que sirven de criterio ya
para la definición de sus conceptos, ya para la construcción de sus demostraciones.
Para nuestro propósito no es tan interesante que últimamente se hayan construido
otras lógicas de laboratorio, que suspenden o matizan alguno de esos principios,
cuanto que esas desviaciones hayan podido dar lugar a otras lógicas — y a otras
matemáticas— culturalmente enraizadas y compartidas por poblaciones enteras o
épocas históricas concretas.
Para Lévy-Bruhl, el pensam iento primitivo se basa en el ‘principio de par­
ticipación’, según el cual un ser puede ser a la vez él mismo y otro (un hombre
y su animal totèmico, p.e.) o estar sin contradicción en dos lugares (p.e., donde
duerme y allí donde transcurre su sueño). Lo que no implica que se trate de un
pensamiento alógico ni antilógico, sino que no se restringe, como el nuestro, a
evitar la contradicción: "lo que es para nosotros imposible o absurdo, es admitido
a veces por la mentalidad prim itiva sin percibir en ello la menor dificultad". Así,
en la medida en que las distinciones posible/im posible o admisible/absurdo
determinan los modos y contenidos matemáticos, se entronca el discurso mate­
mático en el imaginario cultural, cuyas vicisitudes iría compartiendo. No sólo
diferenciando un imaginario prim itivo y otro civilizado, sino asumiendo, como
ya hiciera Bergson, que la lógica del primero subsiste en los pliegues de la del
segundo. La antropología parece ponernos de esta m anera en condiciones de
pensar no sólo otras matemáticas — como ya hiciera con otras morales u otras
razones— , unas matemáticas que ya no fueran meros tanteos em píricos o ‘inge­
nuas desviaciones’ de la nuestra, sino también el absurdo de tantas evidencias
que se tuvieron por tales o la evidencia de tantos absurdos que fueron dejando
de serlo al correr de las épocas.
Esta imbricación de lógicas también es patente para Lévi-Strauss. Incluso su
comparación de la actividad científica con la mágico-mítica del bricoleur (1964:
24-43) (obligado como está a trabajar con residuos lingüísticos ya elaborados que
él va articulando a su manera para dotarlos de significaciones nuevas) debería ser
aún más relevante para la matemática, pues ésta — al manejar un material estricta­
mente lingüístico— no ha de someterse, como sí las ciencias empíricas, a la ter­
quedad de unos hechos supuestamente exteriores. En lo que tiene de mitología
fósil, de imaginario congelado, el discurso matemático es campo bien abonado
para el análisis antropológico. De él puede decirse, y con mayor razón, lo que
Schelling afirma del lenguaje en general:
"Estamos casi tentados de decir que el lenguaje [matemático] es una mitología
privada de su vitalidad, una mitología, por así decirlo, exangüe, y que sólo ha con­

45
servado en estado abstracto y formal lo que la mitología contiene en estado vivo y
concreto"1.
Y también Nietzsche (1990: 27) intuye en las matemáticas el precipitado de
una actividad poética desecada, el residuo acartonado de las metáforas que estu­
vieron en su origen y luego cayeron en el olvido para dejar a la vista tan sólo su
esqueleto desencarnado:
"El gran edificio de los conceptos ostenta la rígida regularidad de un columba-
rium romano e insufla en la lógica el rigor y la frialdad peculiares de la matemática.
Aquél a quien envuelve el hálito de esta frialdad, se resiste a creer que también el
concepto, óseo y octogonal como un dado y, como tal, versátil, no sea mas que el
residuo de una metáfora".
Pero el hombre olvida esa metáfora que "si no (es) la madre, sí (es) sin
embargo, la abuela'1de cualquier concepto, y en particular de los conceptos mate­
máticos. Rescatar del olvido a la abuela sólo es una operación desmitologizante en
la medida en que su descendencia — los fríos conceptos matemáticos— ha hecho
de ese olvido un mito: el mito de la verdad sin tiempo ni lugar de las matemáticas,
el mito de su independencia de los orígenes. Pero tal rescate sería mas bien una
operación propiamente mitologizanie, pues restituiría a las matemáticas la savia
poética, artística, popular, de ese "fogoso torrente primordial" que está en los orí­
genes de sus conceptos y operaciones. Y, efectivamente, el desafío de una antropo­
logía de las matemáticas también ha sido aceptado recientemente, aunque tan sólo
en casos bien excepcionales. Sobre los esperanzadores comienzos de esa nueva
disciplina que es la etnomatemática sobrevuela, no obstante, esa sombra etnocén-
trica que hace primar el saber moderno sobre ‘la velocidad del concepto’ (según la
disyuntiva del ‘principio de indeterminación matemática’ de Serres) por encima
del análisis interior de su emergencia. El acercamiento del matemático-antropó-
logo R.L. W ilder es, ciertamente, un caso extremo, pero significativo. Su propósito
inicial es bien cercano al nuestro:
"Los propios matemáticos parecen inclinados a ignorar u olvidar la naturaleza
cultural de su trabajo y aempaparsc de la sensación de que losconceptos con los que
tratan tienen una ‘realidad’ exterior al medio cultural, en una suerte de mundo plató­
nico de las ideas. Así, a algunos matemáticos parece faltarles el atisbo que los físicos
modernos sí han alcanzado: reconocer que incluso sus observaciones, tanto como sus
conceptos, están teñidos por el observador. ¿Cuánto más no será éste el caso de las
matemáticas, donde lo conceptual ha ido ganando primacía sobre lo observable? (...)
Me he propuesto estudiar la subcultura matemática desde el punto de vista del antro­
pólogo más que del matemático'1 (1987: XII y XIV).

1 F. W. Schelling, Iniroduciion à la philosophie de la mythologie, citado por G. Ba-chelard


(1982: 62). El corchete es nuestro.

46
Así, si los antropólogos parecen retroceder ante el ‘mito matemático’ ¿por
qué no avanzar los propios matemáticos pertrechados de una metodología antro­
pológica como la de aquéllos?. Pero aquí es donde el matemático evidencia sus
carencias y, sobre todo, esa falta de sensibilidad que sí ha ido superando la antro­
pología. ¿Cómo puede emprenderse un análisis antropológico de las matemáticas
a partir de un modelo teórico que incorpora una parte de d ías como elemento fijo
incorporado al modelo de análisis? La matemática, que se quería culturizar, queda
así, por hipótesis, naturalizada, ya antes de empezar siquiera a pensarla. La herra­
mienta analítica de W ilder — que, con todo, al menos la tiene— es una fantástica
mezcla de álgebra vectorial y darwinismo. El sistema cultural se concibe como un
sistema de vectores1, cada uno de los cuales (agricultura, religión, intereses petro­
líferos,...) está dotado de magnitud (número de personas concernidas, dinero a su
disposición, etc.) y sentido (!). El subsistema cultural que constituyen las matemá­
ticas se representa por un subsistema de vectores (geometría, algebra, topología...)
del anterior, y su evolución da lugar a una serie ordenada de sistemas vectoriales
en la que los vectores crecen en magnitud en distintas proporciones: en una época
el vector geométrico crece rápidamente mientras que los otros permanecen virtual­
mente estáticos, en otra época el vector del análisis empieza a acelerar su creci­
miento..." (1981: 16). El criterio para seleccionar tales vectores corta por lo sano:
están determinados por la relación de disciplinas incluidas en la clasificación de las
ciencias matemáticas de la Mathematical Review. Pertrechado de un modelo mate­
mático tan particular para sondear el sustrato no-matemático de las matemáticas,
y apostado en una perspectiva tan transcultural como ésa, no es de extrañar que
sólo se llegue a ver lo que se veía venir. Basta "pasar por alto pequeños detalles"
(sic), como todas las matemáticas que en el globo y la historia han sido, salvo las
occidentales más modernas (es decir, pasar por alto todas las matemáticas que sus­
citarían el interés de cualquier antropólogo si supiera cómo poder pensarlas desde
su disciplina), para que el modelo funcione.
Por si no fuera ya bastante el sesgo del modelo, la fuerza que Wilder supone
dinamizando a los pocos vectores que ya quedan tras semejante reducción resulta
ser la tan ‘universal’ struggle fo r life: la lucha entre las especies matemáticas
señala la suma y resta de vectores — "justo como en la evolución biológica"— ,
cuyo catálogo de supervivientes podemos ojear en la Mathematical Review. Al
cabo, lo que parecía poder dar al traste con la historia de la matemática como his­
toria sagrada, mediante una hábil conjunción con la biología consigue presentar
esa historia sagrada como auténtica historia natural. Las "diez leyes que — para
Wilder— gobiernan la evolución (sic) de las matemáticas" (pp. 126-148) podría
firmarlas el intemalismo más estricto: la ‘cultura exterior’ no cumple más papel
que el de retardar/acelerar el progreso de unos conceptos, métodos y teorías que
desde siempre estuvieron ya ahí, más o menos larvados, y que a la postre habían
de terminar triunfando. Tras un viaje de recorrido nulo, la que empezó como cru­

1 Al modo del sistema de análisis concebido por L.A. While (1975).

47
zada contra "el platonismo típico de los matemáticos" termina por otear un paisaje
matemático que, lejos de deberse a las culturas que lo levantaron, pre-existe a ellas
y, atravesándolas, se les impone desde fuera:
"Por ejemplo, cuando los números complejos ‘levantaron sus feas cabezas’ no
fueron considerados respetables pero, como insistieron a lo largo del tiempo en intro­
ducirse en las matemáticas respetables, finalmente se les encontró alojamiento: ellos
lo forzaron literalmente” (p. 17).
¿Cómo iba a verse desde esa perspectiva que los ‘números complejos’ no
nacieron ya siendo números, sino operaciones (y, por tanto, sin cabeza que levan­
tar), y menos aún números complejos, concepto que no aparece sino al final de una
serie de transformaciones, fusiones y abdicaciones conceptuales de raíz netamente
cultural? ¿Cómo ese teleologismo matemático puede admitir que la ‘respetabili­
dad’, y más la de un concepto, no es algo que éste conquista si lucha lo bastante,
sino un valor que tan pronto se le otorga como se le niega en función de los vaive­
nes axiológicos? Porque los supuestos complejos fueron bien respetables, aún
cuando ‘feos y descabezados’, para la estética manierista a cuyo calor se conjetu­
raron. Y sólo les perdió el respeto, antes de recuperarlo de nuevo, pero ya siendo
otra cosa, el posterior racionalismo burgués, para el que tan sólo eran ‘imagina­
rios’.
Ante la seguridad que aportan modelos tan fuertes, como éste platònico-
darwiniano, ¿para qué molestarse siquiera en ir a los textos donde los presuntos
hechos ocurrieron?. Siendo los hechos matemáticos puros hechos textuales, acon­
tecimientos que transcurren en los textos, asombra constatar cómo historiadores,
sociólogos o antropólogos de las matemáticas suelen recurrir a versiones moder­
nas, cuando no a meras descripciones generales, en vez de ir a leerlos allí donde
todavía están emergiendo: en los propios textos donde se han ido diciendo/
haciendo.
Aunque la antropología de Cassirer sea más filosófica que, ciertamente, de
campo, de su excepcional erudición, de la amplitud de sus conocimientos matem á­
ticos, de su sensibilidad hacia el hombre como ‘animal simbólico’, y de su volun­
tad de poner en relación todos los elementos — artísticos, científicos, lingüísticos,
mitológicos... ¡y matemáticos!— de la trama de simbolizaciones que le constitu­
yen como tal, no parecería mucho esperar que el discurso matemático saliera un
tanto relativizado. Sin embargo, del encuentro entre su fascinación por ‘la’ mate­
mática y los tópicos del idealismo alemán no saldrá sino una matemática que se
concluye como "la verdad, a secas", voz privilegiada del espíritu que penosa pero
irrefrenablemente se despliega en el curso de la historia. Como suele ocurrir, tam­
bién en Cassirer los fines están ya escritos en los medios, el método de búsqueda
prefigura los rasgos del hallazgo, si es que éste no se va construyendo al hilo
mismo de la aplicación del método. Como en aquel cuadro de Magritte, el paisaje
esta pintado en los añicos del cristal de la ventana conceptual: categorías trascen­
dentales, entendim iento puro, concepto "exacto" de número, principio dialéctico

48
del progreso, emancipación de la razón de las ataduras de la sensibilidad y de la
intuición... no pueden transparentar más paisaje que el que desde el principio había
de verse.
El concepto de número es el que guía la crítica cassireriana; su tratamiento
simbólico actúa efectivamente como vector disolvente, relativizador, aunque al
cabo la distinción de diferentes ‘funciones simbólicas’ (‘expresiva’ en el número
del lenguaje natural, ‘intuitiva’ en el número mágico-mítico y ‘significativa’ en el
de las ciencias) permita al número — ahora ya en su concepción matemática
moderna y, por tanto, hegelianamente definitiva— ir escapando a toda esa cadena
de determinaciones simbólicas para resurgir como "el número en sí". Sin embargo,
la insólita amplitud de su propósito, y del recorrido que le lleva — no obstante— a
tan previsibles conclusiones, ofrecen notables sugerencias.
La ‘función mitológica’ (E. Cassirer, 1976: II: 180 ss.) del número asigna a
cada número un tono emotivo y un contenido intuitivo particulares, que impregnan
Id numerado hasta el punto de que dos representaciones que participen de ‘el cua­
tro’, p.e.. como la cruz y los puntos cardinales, tienen más esencia común que la
que puedan compartir ‘el cuatro’ y ‘el tres’. "Hasta en la esfera más baja (sic) del
pensamiento mítico", la mágica, el aura que rodea a cada número le aísla de los
otros tanto como le vincula a su mundo particular. Estamos en las antípodas del
‘número moderno’, al que no parecen afectar sus muy diferentes fundamentacio-
nes — Cantor, Dedekind, Frege, Russell, Peano, Hilbert,...— para que Cassirer lo
considere como algo al fin "absolutamente homogéneo y uniforme”, pura serie de
unidades equivalentes, indistinguibles entre sí, cuya significación universal es fun­
damento de una legalidad igualmente universal (tan ‘universal’ como la legalidad
mecánica o la denrfocrática, cuyas masas, que se constituyen también por la misma
época, no son menos homogéneas y uniformes, pura serie de unidades equivalentes
e indistinguibles). Más aún, Cassirer pone buen cuidado en sentar que no estamos
ante dos aritméticas, una mágica y otra... ¿burguesa? Eso sería algo "que, de ser
tomado en serio, tendría que destruir la unidad metodológica de la matemática"
(III: 466), lo cual, como diría Ortega, es impensable... porque es precisamente lo
que permite pensar... a cierto tipo de pensamiento. Sin embargo, esta función mito­
lógica del número es la que veremos operar en la emergencia de esa forma de nega-
tividad china que, estableciendo afinidades mágicas y cosmogónicas entre ciertos
números, construye una serie de oposiciones en un grupo cociente que no tendrá
correlato en la matemática ‘significativa’ europea hasta veinte siglos más tarde.
Como si careciera de una razón de peso que argumentara por sí sola esta
tajante escisión, Cassirer se apresura a amontonar ‘explicaciones’, como confiando
en que su amontonamiento, aunque contradictorio, dé cuenta de lo que no alcan­
zaba cada una por separado (I: 185). Primera explicación: no se trata de una mate­
mática mágica y otra moderna, con lo que resultarían dos matemáticas, sino de una
"concepción mágica" y de "la concepción matemática": los números, operaciones,
cálculos, métodos y reglas de la primera no son propiamente tales. Comoquiera
que una afirmación así parece demasiado fuerte, pues desde los mismísimos pita­
góricos hasta numerosos matemáticos ya del s. XVII trabajan con una y otra m ate­

49
máticas sin saber que son dos, o que la una lo es pero la otra no, inmediatamente
aparece como segunda explicación la del doble pensar orwelliano, una suerte de
esquizofrenia específica que habría afectado tan sólo a los matemáticos pero
durante veintitrés siglos enteros: el mejor algebrista del Renacimiento, "Cardano,
representa del modo más particular e históricamente interesante este tipo de doble
pensamiento" (acaso los números imaginarios, que él trajo al ser como quantitas
vere sophistica, no fueran sino uno más de sus delirios esquizoides y todo el álge­
bra moderna a la que ellos dan pié — Wessel, Argand, Gauss, Hamilton...— deba
su origen a la tardía invención del manicomio). Tampoco esta explicación debe
parecerle de recibo y le falta tiempo a Cassirer para acumular una tercera, ya defi­
nitiva: en el estercolero del número mitológico ya palpitaba la ‘larva’ del ‘número
puro’, "esforzándose por escapar a la estrechez y constreñimiento de la cosmovi-
sión inmediata, cósico-sensible, para orientarse hacia una concepción total (sic)
universal (sic) más libre (sic)".
Este ‘larvismo’ es lugar común compartido por los ya de por sí escasos estu­
diosos que se aventuran a rebuscar las raíces de las matemáticas escarbando en el
humus cultural del que se nutren. Todo su escrúpulo se aplica a no tirar el niño con
el agua del baño, dando por supuesto que el niño nació siendo ya niño y que el agua
del baño sólo vale para tirarse. Así, de los dos momentos propios de cualquier pro­
ceso simbolizador, el de focalización (o condensación, en tomo a una cierta repre­
sentación, de cierto desajuste conceptual) y el de evocación (de contenidos, cons­
cientes o inconscientes, proyectados sobre el foco), tan sólo se retiene el primero
y se desprecian del segundo cuantas proyecciones originarias pudieran alterar las
actuales del propio estudioso, que así puede ver — allí y entonces— lo que sus
creencias — aquí y ahora— requieren para confirmarse como universales y nece­
sarias, para garantizar, en este caso, "que el concepto exacto (sic) de número pueda
tomar forma" (I: 197)..
El recorrido de Cassirer por las lenguas más exóticas (I: 195-223), para con­
templar cómo cada una de ellas construye eso que acabará siendo "el número", nos
muestra malgré lui una Babel matemática fascinante: series numéricas diferentes
según el verbo que propicia la acción de contar (lengua klamath) o los rasgos de lo
contado (lengua tsimshia); imposibilidad literal de numerar sin tocar (los bakairi);
números colectivos no desagregables en unidades adicionables (como los que per­
miten a los abipones saber si falta una res en un rebaño de quinientas sin saber con­
tarlas una por una) y en eso semejantes a los de nuestra arimética transfinita; indis­
tinciones gramaticales entre singular y plural (lenguas altaicas) o distinciones
graduales mucho más sutiles que la marcada por aquella simple polaridad ( como
la distinción singular/dual/plural-limitado/plural-múltiple); formas verbales cuya
conjugación ignora el número de sujetos que ejecutan la acción pero es sensible al
de objetos sobre los que recae (lengua nuba) o al carácter múltiple o reiterado de
la acción misma (lengua tagala)-, o aritméticas basadas en series finitas de números
‘naturales’, como la serie "1, 2, 3 ó 4, muchos" de los kiwai.
Este caleidoscopio aritmético-lingüístico ciertamente "apunta a todo menos a
lá homogeneidad", pero a la postre:

50
"...la sum a de todas esas perspectivas particulares, y en cierto m odo unilatera­
les, que el lenguaje adopta respecto del concepto de núm ero, viene a constituir en
últim a instancia una totalidad y una relativa unidad" (I: 198).

De esta manera nos las habernos con una suerte de meta-aritmética, capaz
de sumar incluso lo que acaba de reconocer como "todo menos homogéneo":
esas unidades suyas que serían las aritméticas históricas concretas. Que tal supe-
raritmética no sólo no sea contradictoria sino que tampoco sea otra aritmética
entre las demás debe de contarse entre las ventajas de hablar ‘en última instan­
cia’. Aunque la tal ‘últim a instancia’ no pase de ser la mera universalización de
una forma bien concreta de razón, y en particular de una bien concreta aritm é­
tica, que ha declarado impensables, por borrosas, a las restantes. Veamos un sig­
nificativo ejemplo. En las lenguas malayo-polinesias la categoría gramatical del
número no marca el plural respecto de un singular no marcado, como ocurre en
las indoeuropeas, sino que la forma no marcada del sustantivo indica un número
que rebasa nuestro singular pero no alcanza nuestro plural; así, ‘hom bre’ no
designa ni a un hombre concreto ni al conjunto de todos los homhres, al hombre
en abstracto sino, como el mismo Cassirer traduce, a "hombres a quienes se ha
visto y se eenoce"; los equivalentes a nuestros singular y plural se forman m ar­
cando eso que él considera ‘multiplicidad indiferenciada’ mediante adición, bien
de partículas individualizantes bien de nombres colectivos. Pero el referente
empírico de esa forma no marcada, que la percepción burguesa no sabe ‘diferen­
ciar’, es hien cenereto para el hablante de estas lenguas, es más, ese referente
funda los mismísimos criterios de unidad y de diferencia: se trata del hecho de
la comunidad. Donde ciertas lenguas, y sus aritméticas, pre-su-ponen la com u­
nidad, y no el individuo, como elem ento social y conceptual básico, otras, que
sí han tomado la Bastilla, lo que ponen bajo su pensamiento y su aritmética, so­
portándolos, es un plural integrado por agregación de singulares individuales,
indivisibles, homogéneos, intercambiables y sumables. Se trata de pre-juicios o
pre-conceptos diferentes, en absoluto de que aquellas lenguas "aún no han deci­
dido entre ambos" (singular o plural), como si alguna necesidad les hubiera de
compelir a hacerlo1.
El recorrido de Cassirer, en un tercer momento (III; 331-471), por la m ate­
mática moderna puede ya así ser un apacible paseo por el jardín de las ‘formas

1 Una consideración semejante de locolectivo como unidad, social y aritmética, se da en la len­


gua yoruba, hablada por unos treinta millones de habilanles entre Nigeria y Togo. Según H. Watson
(1990), esas construcciones verbales — no adjetivas — que son los números yoruba proyectan la di­
mensión comunitaria sobre los objetos. De modo que su sistema numeral no comienza con el ‘uno’ sino
con agregados, de los que sólo después, por un proceso de desagregación o sustracción, se van pro­
duciendo fracturas, mediante el uso concurrente de las bases veinte, diez y cinco. Quedan así desautor­
izadas generalizaciones apresuradas como las de Cassirer o las de M. Ascher y R. Ascher (1986), para
quienes "todas las palabras-números son nombres dados a 1, 1+1, 1+1+1, etc." (p.126). Sólo el incon­
sciente democrático de la burguesía ilustrada dará carta de naturaleza a una construcción de lo numérico
tan ideológicamente sesgada.

51
matemáticas puras’, al abrigo de la exuberante jungla sim bólica primitiva y de
las am enazadoras resonancias de la matemática mítico-mágica. Aquí ya no habrá
ni determ inaciones lingüísticas ni proceso sim bolizador propiam ente dicho: de
repente ha desaparecido todo el caudal de evocaciones magm áticas inconscien­
tes y se ha accedido "al campo de la significación y validez puras" (III: 334).
Aunque se siga em pleando, por inercia, el térm ino 'símbolo m atem ático’, en rea­
lidad nos hem os asentado en el plácido ámbito del signo, donde el sentido ya
transita sin zozobras por las amplias autopistas de lo arbitrario, lineal, sintáctico
y codificado sin ambigüedad. El programa formalista de Hilbert será el que rea­
lice este ideal, pues perm ite "asegurar para siempre el poder estatal de la m ate­
mática frente a todos los golpes de estado que se han intentado contra el análisis
clásico" (III: 450).
Que, en el mejor de los casos, tal programa sólo funcione con lo encontrado,
como el mismo Cassirer reconoce, pero sea incapaz de decir nada sobre el encon­
trar matemático, podría ser una seria objeción para este tipo de idealismos teleo-
lógicos si para ellos la construcción no se redujera a mero encuentro, simple des­
cubrimiento de lo que siempre estuvo ahí previamente cubierto. Desde el presente
hipostasiado, toda indagación sobre el subsuelo matemático está definitivamente
condenada al fracaso, pues "en las matemáticas los nuevos hechos no aparecen
simplemente junto a los viejos, sino que alteran y transforman interiormente el
aspecto de éstos, imprimiéndoles otra forma de conocimiento" (III: 464), al "expli-
citar su esencia" (III: 459). Como prueba la sucesiva aparición de ‘elementos idea­
les’ (números irracionales, magnitudes imaginarias, elementos impropios...), cada
nuevo concepto redistribuye significados y reorganiza sentidos, remueve el suelo
que alimentó a cuantos aparecen ahora relacionados con él y borra así cualquier
rastro suyo. No dis-curso, sino re-curso, la matemática no tiene otra génesis que su
génesis lógica. El símbolo matemático es justo el anti-símbolo: congela el fluir de
evocaciones que despertó un problema abierto, petrifica la reverberación de signi­
ficados que se movilizaron en su solución y obtura todo el trasiego de sentidos en
que consiste propiamente la actividad simbólica. La actividad matemática se nos
acaba revelando "como una y la misma, como totalidad indestructible" (III: 470),
y en consecuencia inanalizable. Es al final de tan extenso viaje cuando descubri­
mos que la inclusión de las formas matemáticas en una Filosofía de las form as sim ­
bólicas no tenía otra función que la de mostrar que no era ése su sitio. No es posible
su crítica ni su interpretación; más aún, no tienen sentido1.

'..JJna.actualización de los dalos, y también de las tesis, de Cassirer puede verse en T. Crump
(1990)„.Aquf el a priori universalista neokantiano se ve remozado con sus versiones piagetiana y
chomskiana. Una sensibilidad mas atenta a las diferencias que a este tipo de reducciones a una última
instancia, que se postula como apriori. es propia de las recientemente llamadas etnociencias. Pero, una
vez más, como señala d'Ambrosio, apenas se hecho nada en el campo de las etnomatemáticas; y, por
desgracia, lo poco que se hecho se orienta preferentemente — y paternalmente— a mostrar cómo los
pueblos primitivos son capaces también de unos grados de abstracción matemática que, por su seme­
janza con los nuestros, son ‘dignos' de homologación.

52
1.4. La imposible hermenéutica de las matemáticas
Una aproximación lingüística, semiótica o incluso hermenéutica al discurso
matemático acaso pudiera — como antes sugerimos— aportar un análisis privile­
giado capaz de vencer tantas resistencias como ha venido ofreciendo a otras disci­
plinas. De hecho, ya se vienen haciendo con fortuna aproximaciones de este tipo
hacia los discursos de las ciencias tenidas por más duras. Veíamos cómo análisis
como los de Latour, Fabbri y Bastide muestran cómo los recursos retóricos con los
que se elabora el discurso científico en poco diferencian sus argumentos de los del
discurso político, cómo su consideración retórica revela, en lo que parecerían sus
objetos más específicos, todo un trabajo de construcción literaria que rebosa sen­
tidos prestados de otros discursos, cómo — en fin— se trata nada más, y nada
menos, que de obras literarias, de textos de ficción pletóricos de artificios verbales.
Si esto es así para unas ciencias que se suponen hablan de algo exterior a su propio
discurso, a lo cual se deben, cuánto más no habrá de serlo para un discurso que,
como el matemático, no nace con esa deuda y goza de mucha mayor libertad para
ir construyendo, en el propio acontecer discursivo, sus personajes/objetos y la
trama argumental de sus interacciones. Lo cual no quiere decir que, como quería
Cantor, su libertad sea absoluta, pues esa misma indeterminación de sus referentes,
esa vaciedad referencial de sus formas, lo atan de un modo singular al trasiego sim ­
bólico que teje el imaginario social que lo va alumbrando, haciéndolo mucho más
permeable a sus flujos inconscientes.
Sin embargo no es ésta la orientación dominante en las relaciones entre los
saberes del lenguaje y ese lenguaje que es el matemático. Salvo, una vez más,
estimulantes excepciones, en lugar de aplicarse a su análisis suelen sumarse al
proceso de su edificación como palabra sagrada. El suyo parece ser un m atrim o­
nio de conveniencia, en el que esos saberes inhiben su probada capacidad de
penetración, y se comprom eten a guardar la impenetrabilidad matemática, a
cambio de que ésta les preste la matriz que los alumbre como saberes científicos
(teoría de conjuntos y teoría de grafos para las gramáticas formales, lógicas
modales para el análisis textual de mundos posibles, fórmulas estadísticas para
recuentos sin cuento,...). A fin de que no parezca dejación, a lo que sí contribui­
rán tales disciplinas es a perfilar unos análisis lingüísticos ad hoc — aséptica­
mente formalizados para esta ocasión— que permitan desplazar la cuestión de
los fundamentos al interior del mismo discurso que, tras las últimas crisis, busca
fundamentación. Bien entendido que, en el curso de estos trabajos, menos de ins­
pección que de rehabilitación, será el propio tratamiento lingüístico el encargado
de borrar toda huella (retórica, etim ológica, semántica, heurística ...) que delate
en él el magmàtico origen y la temblorosa vida de los materiales, métodos y
argumentos originales, hasta que todo el edificio produzca la impresión de estar
so-portado por su propia azotea. Para W ittgenstein, estos acercamientos funda­
mentan las m atemáticas "tanto como la roca pintada sostiene al castillo pintado"
(1987: 319). Según él, ‘la irrupción’ — por ejem plo— de esa ‘m aldición’ que es
la lógica matemática no sólo no acierta a fundar las matemáticas sino que, como

53
efecto perverso, "ha instaurado una interpetación superficial de nuestras formas
de lenguaje corriente" (1987: 251).
Estudios como el que describíamos de Schuster no pueden ir más allá del aná­
lisis estructural de los deslizamientos entre los distintos niveles del discurso (m ate­
mático, extra-matemático y más o menos matemático) pues renuncian a otros ins­
trumentos teóricos más potentes — semióticos, hermenéuticos o simbólicos— que
acaso sí permitan hacerlo. ¿Dónde está ese ‘discurso vivo’ del segundo nivel que
Schuster distingue, en el cual se transparenta la práctica efectiva del hacer m ate­
mático, antes de que el propio matemático, o su posteridad, hayan tenido tiempo
de reescribirlo? Ciertamente ese discurso apenas ha sobrevivido, sepultado bajo
toneladas de reelaboraciones. Cualquier ciencia emplea no pocos de sus esfuerzos
en la orwelliana tarea de reescribir la historia de su hacerse en términos de hechos
ya cerrados y afirmaciones limpias, borrando cualquier huella desde la que pueda
rastrearse el temblor de su construcción1. Pero esa excursión arqueológica — que
ha des-cubierto tantos rastros en las ciencias naturales, siguiendo a pioneros como
Foucault o Bachelard— se enmaraña hasta casi la opacidad cuando las señales que
se persiguen son las del discurso matemático, pues en él el trabajo de reescritura
no es sólo una operación añadida sino que empapa también el efectivo hacerse de
la matemática misma. Cada nuevo objeto matemático crea, como apuntaba Serres
(1967), inmediatamente una perspectiva desde la que ya no es posible ver en su
irreductibilidad a los que, en su entorno, le precedían, reducidos ahora ya a meros
casos particulares de la extensión que aquella irrupción ha hecho posible. El texto
‘original’ nos llega a través de una triple mixtificación: la(s) del propio autor; otra
análoga que, desde sus actuales categorías, pone en marcha el lector que ya sabe;
y toda la serie de sucesivas reelaboraciones formales que nos han llevado a saber
que lo allí expuesto en realidad no es más que... Por eso, en cierto sentido, una
arqueología de las matemáticas exigiría no saber más matemáticas que aquéllas
que se focalizan en un momento dado, pero sí saber, en cambio, todo lo que ellas
ignoran que está concurriendo en ese momento.
La savia vital del discurso matemático, por la que fluye todo el caudal imagi­
nario de su ir haciéndose, late entre los pligues de lo no-dicho, lo por-supuesto y
lo dicho-como-sin-querer, lo aún no sometido a la reelaboración del tercer nivel
que distingue Schuster: desde los errores ‘ingenuos’ hasta la ‘arbitraria’ elección
de los nombres, pasando por los comentarios ‘superfluos’ j^toda la colección de
‘nimiedades’ que tanto suelen despreciar los matemáticos como nerviosos les pone
pararse a hablar de ellas. Al igual que en la propia evolución del sentido de ese
adjetivo — ‘nimio’— , hoy pasa por in-significante lo que en su momento estaba
cargado de un significado ‘excesivo’ (jiimius), lo que decía demasiado. Este exceso
de significado — que compensa el defecto de rigor, imposible en el momento de la
emergencia— de las matemáticas en status.nascendi es, sin embargo, terreno bien
abonado para su tratamiento simbólico por las llamadas ciencias de la interpreta­

1 Véase, p.e., B. Lalour (1987) y S. Woolgar (1991).

54
ción. Lo que la formalización posterior desechará como sobras, una vez que haya
acotado el sentido en términos de estricta sintaxis formal, es precisamente la ganga
cultural en la que precipita su sentido originario. Es ahí donde las form as m atem á­
ticas revelan (en su propio interior y no por condicionamientos meramente exter­
nos, a menudo tan superficiales) su carácter de productos culturales concretos; al
tiempo que son testigos privilegiados de la mentalidad — epocal e individual— que
está en su origen. Tanto el vacío que aspiran a colmar (el del problema que las trae
a ser) como la in-determinación e in-materialidad de los materiales con que pre­
tenden hacerlo, son receptáculos tan vigorosos al menos como los del arte o los
mitos para focalizar sobre ellos todo tipo de elaboraciones simbólicas inconscien­
tes. El simbolismo matemático, así considerado, refleja insólitas resonancias de su
contexto cultural, al que contribuye a interpretar/construir tanto como de él recibe
interpretación/ constitución.
Ello no obstante, los tratamientos al uso del simbolismo matemático siguen
la extravante norma de mantenerse por entero ajenos al caudal de estudios sobre el
simbolismo en general. Aquí, una vez más, se creará para el discurso matemático
una hermenéutica específica que, entreverada de logicismo, aleje cualquier riesgo
de agrietamiento para su carácter monolítico y, a ser posible, lo confirme aún más.
Sin embargo, cualquier concepción del simbolismo puede alojar con holgura las
formas matemáticas entre las formas simbólicas; aunque después — como vere­
mos— las pocas que así lo hacen retrocedan de nuevo ante ellas.
Para Dan Sperber, cuya concepción se encuentra ciertamente entre las más
comprensivas, la función simbólica no es sólo interpretativa sino también cogni-
tiva; viene a complementar — que no a oponerse— al dispositivo conceptualizador
cuando éste resulta insuficiente. Y esta es precisamente la situación del matemá­
tico cuando tantea la formulación de una nueva idea o la solución a un problema.
En el origen del desencadenarse de la actividad simbólica siempre hay, para Sper-
ber, un problema cuya solución conceptual es — ¿por el momento?— deficiente.
El dispositivo simbólico no opera, pues, con unos objetos específicos — los ‘sím ­
bolos7— ni se limita a una mera descodificación semiológica, pues actúa "más allá
y más acá de una comunicación codificada" (1978: 148), sino que dispara una
derla manera de responder cuando no se dispone de conceptos ad hoc. Así, p.e„
el problema de evocar directamente el recuerdo de un olor, imposible de resolver
con un concepto adecuado pues no hay campo semántico para los olores, desata
todo un complejo de evocaciones que se representan en él: es su papel focalizador
de evocaciones y representaciones el que le hace cumplir una función simbólica.
Focalización y evocación son así los dos momentos carácterísticos de la actividad
simbólica, momentos que en Sperber se corresponden más o menos con los de con­
densación y desplazamiento en Freud, que a su vez Lacan asocia con las activida­
des metonímica y metafórica que para Jakobson estructuran todo lenguaje. En el
próximo capítulo tendremos ocasión de observar en detalle cómo ambos mom en­
tos del proceso simbolizador operan en un ámbito para el que tampoco hay previa­
mente un campo semántico específico: el de la negatividad matemática en China.
Aquí será el complejo simbólico que denominamos como yin/yang/dao el que se

55
evoque al focalizar la construcción de negatividades formales como la zheng/fu/wu
o la de las congruencias en los cuadrados mágicos.
Pues no sólo la matemática china, sino la historia entera dé las matemáticas
está atravesada por nuevas emergencias o por problemas cuya solución conceptual
va fracasando — y fracasando de manera distinta— en distintas épocas, culturas,
escuelas e individuos. Cada una de estas situaciones sería perfectamente suscepti­
ble de un análisis simbòlici» en el sentido general antes aludido. Incluso cuando, al
cabo, se acierta con una determinada conceptualización que por el momento cierra
el problema, ésta suele permanecer en estado insatisfactorio durante cierto tiempo,
hasta su cabal formalización, momento en el que, ya sí, estrictamente codificado,
el símbolo matemático se toma signo (por más que la marca simbólica suela dejar
casi siempre en él una huella rastreable). No es, pues, de extrañar que para muchos
de los problemas que Sperber considera típicos desencadenantes de actividad sim­
bólica pueda encontrarse sin dificultad un correlato matemático: a) la ausencia de
carácterización enciclopédica de los olores es análoga a la sufrida en su momento
por los ‘irracionales’, los ‘negativos’ o los ‘infinitamente pequeños’; b) la contra­
dicción entre principios lógicos elementales activa el mismo tipo de elaboraciones
simbólicas ante la paradoja de los leopardos-cristianos de los d o n é y ante las para­
dojas de la teoría de conjuntos; c) las interpretaciones simbólicas que siempre des­
ata la mala inteligencia de un concepto no se inhiben cuando el concepto es mate­
mático ni cuando son matemáticos quienes lo malentienden, como ha ocurrido con
los números negativos, p.e., desde Chuquet hasta el Ensayo para introducir en la
filosofía el concepto de magnitud negativa de Kant; d) aberraciones sintácticas
generadoras de ‘expresiones referenciales sin referencia’ están en el origen de
monstruos mitológicos, como el centauro, igual que en el de monstruos matemáti­
cos, como aquel ‘centauro ontològico’ que eran para Leibniz las magnitudes ima­
ginarias: el significante cuyo referente medieval era la operación ‘raíz cuadrada’
("lado criando cuadrado" para nuestro matemático Pedro Núñez) era entonces
inconcatenable sintácticamente con un término negativo (¿un cuadrado cuyo lado
fuera menos que nada?). Los ejemplos podrían multiplicarse, pero todos ellos tie­
nen en común que:
"...las manifestaciones del simbolismo cultural violan sistemáticamente los
mismos principios universales del saber enciclopédico, hasta el punto de que cuando
parecen oponerse y contradecirse focalizan todavía mejor en la misma dirección,
esclarecen mediante las mismas paradojas campos de evocación de contornos seme­
jantes, campos en que cadacultura pone lo que sabe; campos que cada individuo
recorre según su temor y su deseo” (1978: 171).
La actividad matemática parece instalarse así plenamente en el ámbito de la
actividad simbólica en general, por lo que podría sorprender que, tras un minu­
cioso recorrido por los estudios sobre el tema, aquélla resulte omitida tan escrupu­
losa como sistemáticamente. Aunque la sorpresa ya no es tanta cuando historiado­
res, sociólogos y antropólogos nos han habituado ya a parecidas defecciones. Pero

56
más significativo, si cabe, es que los escasísimos autores que sí ensayan una her-
meneútica simbólica de las matemáticas emprendan ésta para acabar negando,
implícita o explícitamente, la posibilidad de esa tarea. Parecería que el discurso
matemático es ininterpretable hasta para los profesionales de la interpretación, que
es el discurso separado por excelencia, lo que ni siquiera para sus textos sagrados
llegó a declarar la exégesis bíblica. Los casos de René Alleau y Gastón Bachelard,
en los que a continuación nos detendremos, son de especial relevancia por la que
han adquirido sus nombres y por la diversidad de las razones que cada uno de ellos
aduce.
La ‘sim bólica general’ de René Alleau, eminente discípulo de G. Durand, se
propone reabrir el estudio de los símbolos allí donde Cassirer lo había cerrado defi­
nitivamente, y lo hace con el manifiesto propósito de volver a someter a su disci­
plina el quehacer matemático. El hecho de que los símbolos sufran un proceso de
desecación del flujo polisémico que les da vida (un proceso de progresivo enfria­
miento que también ha llevado a su análisis hermenéutico a congelarse en semio­
logía) no es, según Alleau (1982: 18), razón suficiente para olvidar el curso de su
formación desde ‘orígenes experimentales arcaicos’ y limitamos a "concentrar
todos nuestros medios analíticos en las consecuencias y los resultados, en las for­
mas y los productos": Esta autolimitación crítica habría afectado especialmente a
los simbolismos científico y matemático, que si bien obedecen a una lógica de la
identidad, no se acaban remitiendo menos a una lógica de la analogía, de la que la
primera es tan sólo un caso límite:
"Cuando la matemática aparece como un inmenso depósito de estructuras abs­
tractas, o bien la simbólica como una fuente inagotable de estructuras analógicas, no
debe olvidarse que estas formas no existen en sí mismas ni por sí mismas indepen­
dientemente del proceso lógico que las constituye en la lengua de la matemática y en
la de la simbólica, ni sin ciertos contenidos experimentales e intuitivos iniciales.”
(1982: 20).
Pero la reivindicación de un mismo tipo de análisis para cualquier discurso
simbólico, incluido el matemático, basada en su común hacerse desde un ‘incons­
ciente infra-hum ano’ a través de una misma lógica analógica, se acabará reve­
lando un m ero pretexto para conseguir que a las ciencias de la interpretación se
les reconozca igual ‘dignidad epistem ológica’ — o sea, prestigio académico—
que a las matemáticas. La lógica de la identidad podrá ser un caso límite de la ana­
lógica y responder, por tanto, a las mismas operaciones; pero la matemática, pro­
ducto de la primera, escapará al alcance de ‘la sim bólica’, que es la denominación
de Alleáít para la ciencia sobre la segunda. Las artes que permiten a la simbólica
desentrañar "las diversas modificaciones del sentido y de sus alteraciones a través
del tiempo" no alcanzarán a aquélla. Una copiosa literatura seguirá llamando sím ­
bolo a ese símbolo matemático que, para ella, ya no simboliza nada, y Alleau lle­
gará hasta pergeñar un término especial, el de ‘sintem a’, con el que poder apar­
carle al margen del tráfico de las resonancias simbólicas: el sintema matemático

57
es un "signo ‘arbitrario’ y ‘convencional’ cuyo sentido unívoco y constante está
fijado voluntariamente" (p. 49). Cada sintema matemático no está ya al final de
un proceso de degradación significativa, en cuyo curso ha ido perdiendo signifi­
cados para acabar con sólo uno, como apunta Durand que ocurre con los símbolos
cristalizados en meras alegorías, sino que obedece a una lógica que inesperada­
mente nada tiene que ver con la simbólica ‘general’. El ámbito de aplicación de
ésta se define precisamente por la exclusión de los símbolos matemáticos para
centrarse en los que sí son "foco de acumulación y de concentración de imágenes
y de sus ‘cargas’ afectivas y emocionales, vector de orientación analógica de la
intuición, campo de imantación de similitudes antropológicas, cosmológicas y
teológicas evocadas" (p. 27). Los simbolismos matemáticos merecen, por el con­
trario, una ciencia ad hoc, la ‘sintem ática’, cuya ortopédica denominación ya
parece bastarse por sí sola para descargarlos de afectos y emociones y desim an­
tarlos de la menor adherencia evocadora. El mismo Alleau no esconde el propó­
sito del nombre: "desembarazarlos, por una abstracción específica, de ciertas con­
fusiones (sic) de tipo lingüístico" (p. 103), de "todo residuo conceptual o
intuitivo". ¿A quién podrá ya extrañar su alianza contra natura con Bourbaki (p.
103), precisamente en el momento fundador de esta nueva ram a de la ‘ciencia de
la interpretación’ que se define por su renuncia a interpretar? Esta curiosa rama
de la hermenéutica es toda una anti-hermenéutica, dedicada a borrar los rastros
cuyo seguimiento es profesión del hermenéuta: la co-fusión de evocaciones en las
"con-fusiones de tipo lingüístico", la ‘preñez’ de sentidos que carácteriza al sím­
bolo y de la que Alleau quiere ‘desembarazarle’, el exámen de "los residuos con­
ceptuales e intuitivos" donde late el imaginario colectivo. Toda la capacidad de
penetración hermenéutica en los textos sagrados pareciera valer sólo para aque­
llos textos que ya no son sagrados, para aquéllos en los que ya no cree el herme-
neuta. Declarar, en cambio, impenetrable el texto matemático ¿no es el reconoci­
m iento más manifiesto de su sacralidad efectiva'}
El azar — o el inconsciente hermenéutico traicionado— le juega una mala
pasada a Alleau al seleccionar, como ejemplo pionero de ‘sintematización’, la del
químico sueco T.O. Bergmann para las sustancias fisico-químicas. Éste habría ele­
gido "voluntaria y arbitrariamente", según Alleau, ciertos carácteres:—sintemas—
para los ácidos (una cruz), los álcalis (un círculo rajado por un diámetro) y las sales
(un círculo vacío) que por primera vez permitirían a la química empezar a liberarse
de los residuos de las teorías alquímicas y de toda su carga simbólica. Lástima que
a Bachelard, del que Alleau se reclama discípulo, le hubiera dado ya por someter
a psicoanálisis justo a esos símbolos, haciéndoles confesar un origen sexual
inconsciente casi evidente: el ácido-masculino penetra en la base/álcali-femenina
para dar lugar a una sal neutra, que todavía se conocía como ‘hermafrodita’ en el
s. XVII. Para descubrir la carga simbólica de los supuestos sintemas no hace falta
buscarle los tres pies freudianos al gato de la racionalidad pura, basta con irse a leer
directamente los textos , como éste del s. XVII que Bachelard trae a colación, en
el que se diluyen las fronteras entre la química y las evocaciones, entre el sintema
y el símbolo:

58
"El ácido se fermenta con el álcali, ya que una vez ha introducido su pequeña
punta [la cruz] en alguno de sus poros [el círculo rajado], y sin haber perdido todavía
su movimiento, hace esfuerzos por empujar más allá. Por este medio amplía las par­
tes, de modo que el poco ácido que hay en el álcali, al no encontrarse ya tan apretado,
se une a su liberador, para sacudir conjuntamente el yugo [círculo vacío] que le había
impuesto la naturaleza"1
Mas también el psicoanálisis del pensamiento científico que propone Bache-
lard, y que con tanta fortuna aplica a las ciencias de la naturaleza, viene a estre­
llarse contra el pensamiento matemático. Pese a testimonios tan explícitos como el
de Poincaré2, que llega a hablar de "dos egos" (consciente e inconsciente) para
explicar cómo construye/se-le-construyen las matématicas en la cabeza, tampoco
al racionalismo bachelardiano le cabe la menor duda sobre el alojamiento del dis­
curso matemático en el olimpo de la razón pura, en el que ni al propio psicoanálisis
parece estarle permitido bucear. Más aún, es justam ente la absoluta inmutabilidad
de la matemática la que, para el análisis bachelardiano (1981: 144), funda la mis­
mísima posibilidad de la razón:
"No dudamos en exponer nuestra tesis del modo más extremado a fin de que
quede bien clara (...) La aritmética no es, como tampoco la geometría, la promoción
natural de una razón inmutable. La aritmética no está fundada en la razón. Es la doc­
trina de la razón la que está fundada en la aritmética elemental".
La matemática es, pues, el inconsciente del inconsciente. Ella es la que nos
permite pensar antes de ponernos a pensar (que es lo que, para Ortega, define la
creencia). Su discurso, fundamento de cualquier otro, escapa, por necesidades de
la propia razón, a toda crítica. Y si la razón se funda en la arimética, cualquier vio­
lación de ésta será necesariamente desvarío de aquélla, por lo que habrá de ser la
propia razón la que haya de corregirse: "Si la aritmética, en remotos desarrollos,
llegara a revelarse contradictoria, habría que reformar la razón para borrar la con­
tradicción".
De este modo queda negada cualquier posibilidad de acceso ‘racional’ al
subsuelo matemático. Acaso uno de los ejemplos más extremos de esa interdic­
ción fundamental que parece resguardar a la matemática de cualquier análisis
que, sin ser estrictam ente interno, quiera seguir siendo racional pueda encontrarse
en la ‘herm eneútica cibernética’ de Leo Apostel. En lugar de emplear el form ida­
ble arsenal hermenéutico elaborado por G. Durand (1984) para sumergirse en el
‘régimen nocturno’ de la imaginación matemática, Apostel (1964: 8) se m ani­
fiesta literalmente ‘entusiasm ado’ al descubrir, en todas las familias de símbolos

1 Citado por G. Bachelard (1988: 195-6).


2 El papel delerminame del momento de elaboración inconscienle (olvidos, asociaciones libres,
transferencias...) en la génesis del discurso malemálico está ampliamente considerado, a partir sobre
todo de los testimonios de H. Poincaré, en la ya clásica obra de J. Hadamard (1949).

59
que aquél distingue, una misma estructura algebraica con la que pretende poder
"integrar las perspectivas de un Ricoeur y las de un Lévi-Strauss dentro de un
bourbakismo ampliado" . Con ello no hace sino cabalgar sobre el sueño de Lévi-
Strauss (1958: 242), cuando éste se lamenta de que "hay poca esperanza de que
la mitología comparada pueda desarrollarse sin recurrir a un simbolismo de ins­
piración matemática".
La definitiva mitificatión del álgebra que sugiriera Serres había de pasar,
efectivamente, por la algebraización de los mitos. El fracaso de este proyecto1no
lo ha sido, sin embargo, del ideal reductor que lo sopona, y el estatismo de los
modelos algebraicos se ha visto recientemente sustituido por el falso dinamismo2
de la teoría de catátrofes3.
No podemos dejar de indicar, sin embargo, que si hemos podido llevar a cabo
una crítica, más o menos acertada, de las resistencias que a estos autores parecen
oponer las matemáticas, ello se ha debido a que al menos ellos sí han afrontado la
posibilidad de su análisis, habitualmente evitada. Y no es menos cierto, por otra
parte, que si nos hemos detenido en su lectura no ha sido sólo por un mero afán
crítico, sino porque en ellos hemos encontrado también numerosas sugerencias
que nos han orientado en los estudios que integran los próximos capítulos.

1 Véase M. Selz-Lauriére (1988).


2 Sobre el estatismo platónico subyacente a la teoría de catástrofes puede verse I. Ekeland
(1984), p p . 95-130.
3 Véase, p.c., M. Perrin (1986).
Capítulo II
Algebra y numerología chinas: maneras
de negatividad radical
La distancia que separa los modos de pensar chino y occidental, o indoeuro­
peo, a menudo se percibe como abrumadora. Los pre-supuestos y pre-conceptos,
los caracteres gráficos de su lengua y los instrumentos manejados por sus matemá­
ticos, lo que se entiende por saber y los procesos de conocimiento, la especificidad
de sus formas de discurso, los modos de definición y argumentación, su cosmovi-
sión, lo que se entiende por matemáticas y la manera de construirlas... parecen tan
alejados de los nuestros que acaso fuera necesario proceder a un ensayo de com ­
prensión general de todos estos aspectos para, sólo después, poder acercamos ya a
sus matemáticas y acabar, por fin, centrándonos en aquellos problemas y desarro­
llos en los que emerja algún modo de negatividad formal.
Hemos optado, sin embargo, por una disposición inversa. En primer lugar,
cualquier intento de comprensión global de la cultura china — incluida su matemá­
tica— se nos antoja ambicioso en exceso y corre fácilmente el riesgo de extra­
viarse. Segundo, ese camino que va de lo general-abstracto a lo singular-concreto
traicionaría el proceder habitual de la sensibilidad y el pensamiento chinos. Ter­
cero, cualquier lectura de la negatividad matemática que se siguiera de un análisis
general previo no podría ya traer sino una lectura sesgada desde un principio.
Arrancaremos, pues, del dictum concreto de ciertos textos matemáticos en los que
se construyen las primeras maneras de negatividad. Sólo al hilo de su propio dis­
curso iremos aportando las que nos parezcan claves (lingüísticas, matemáticas,
simbólicas...) para su cabal comprensión/interpretación. Diferentes singularidades
de la episteme china irán surgiendo así, no como datos fijos y a priori desde los
que descender indistintamente sobre unas situaciones u otras, sino como respues­
tas o contextos posibles desde los que dar sentido a los problemas y soluciones que:
ofrecen los propios textos, con los que se entreveran para recuperarse en sucesivas
ocasiones desde una perspectiva cada vez más amplia y compleja. En este ánim oj
los contrastes con circunstancias análogas en la matemática y el pensamiento grie­
gos — o de tradición suya— que aquí se vayan sugiriendo tampoco son objeto de
una consideración separada, sino que se van apuntando al hilo de su oportunidad.

61
El capítulo octavo de los "Nueve capítulos del arte matemático" (Jiu zhang
suanshu)' es el prim er texto propiamente matemático (con todas las reservas que
una restricción así conlleva) en construir cierta form a de negatividad: la que lla­
maremos zhenglfulwu. Este texto, y los comentarios de Liu Hui, son nuestro
punto de arranque (II. 1.). Pero tales textos distan mucho ser transparentes para
el lector occidental, y una traducción apresurada e inm ediata puede — y suele—
llevar a errar de lleno en su interpretación. En particular (11.2.), el uso en los cál­
culos de unos palillos importados de saberes no m atemáticos, como las artes adi­
vinatorias, incorporan a su manipulación matemática unos presupuestos y unas
posibilidades operatorias bien distintos de los que transportan los numerales
alfabéticos o los segmentos numéricos de la matemática griega; y otro tanto ocu­
rre con la construcción del espacio físico — el tablero de cálculo— sobre el que
se despliegan esas operaciones, que quedan condicionadas por él. El método
fan g cheng (II.3.), en cuyo curso aparecen esos palillos negros (fu) a los que
apresuradam ente se llama ‘números negativos’, tiene ya él mismo por objeto lo
que sería toda una aberración para la episteme griega: hacer desaparecer (jin)
palillos para poder contruir vacíos (wu), lugares singulares marcados por una
ausencia de marca. Al basarse este método en un álgebra que distingue los luga­
res por la carga sim bólica que cr,da uno incorpora, lo propio sería hablar de un
‘álgebra sim bólica’; no obstante, este término ya se ha acuñado para el álgebra
que, en Occidente, sustituye al ‘álgebra retórica’, aunque tal denominación no
pueda ser mas desafortunada pues se otorga a unos símbolos que, convertidos en
meros signos, ya nada simbolizan. Por ello hablaremos, para la china, de ‘álgebra
instrum ental’. Pues bien, la originalidad de tal álgebra se muestra (II.4.) íntima­
mente solidaria de la disposición espacial y la configuración estructural de la len­
gua china.
Establecida esta serie de contextos, podemos retomar los textos un tanto irres­
ponsablemente traducidos en II. 1. y ensayar una primera lectura crítica (II.5.) en
la que se plantean los problemas centrales de este capítulo. La observación deta­
llada de cómo operan efectivamente las reglas zheng/fu (positivo/negativo’) (II.6.)
nos mueve a desechar (11.7.) alguna de las ‘explicaciones’ — como la que recurre
al modelo ganancias/pérdidas — mediante las que se ha pretendido dar cuenta de
la ‘asombrosa precocidad’ con que aparecen los números negativos en la matemá­
tica china. El insólito papel que cumple el hueco que queda (o, mejor, se hace) en
el tablero de cálculo con ocasión del álgebra fang cheng nos lleva a replantear las
habituales consideraciones sobre el ‘cero’ en la matemática china (II.8.). Su exis­
tencia se mostrará indisociablemente ligada a aquella concepción del espacio en
términos de lugares cargados de significado, así como su inexistencia en Grecia se
em parenta con la pre-concepción de un espacio homogéneo y extenso. El no-ser
chino, como ese puro hueco (wu) que es su cero.es una forma de ser de pleno dere­
cho para su modo de pensar, hasta el punto de que ese vacío significante es el que

1 En adelante, los "Nueve capítulos".

62
vertebra todo su campo numérico (II.9.) aportando a la mera colección de palillos
zheng/fu lo que hoy y aquí llamaríamos una estructura de grupo.
El por qué de que los matemáticos de los Han hubieran elegido precisa­
mente esos nombres, y no otros, de cuantos ofrecía el am plio repertorio léxico
chino antiguo, no puede dejar de cargar significativamente esos nuevos objetos
matemáticos, proyectando sobre ellos significados y articulaciones propios de su
imaginario cultural. Desde ahí accedemos a otro nivel de comprensión (11.10.) de
este modo de negatividad radicalmente distinto de su (in)comprensión en el pen­
samiento griego, como muestra una exégesis com parada de estos términos con
los incluidos en la tabla de los opuestos pitagóricos. Con ello, no se revela ya tan
insólita la profusión de maneras de negatividad en diferentes contextos de la
matemática china (II. 11.). Los orígenes de esta diversidad, en vivo contraste con
su total ausencia en la matemática griega clásica, se indagan en las fuentes m is­
mas de la epistem e china, en los nudos simbólicos desde cuya trama se van per­
filando las categorías matrices del modo de pensar chino: en ese texto sin pala­
bras que es el "Libro de las mutaciones" (Yijing) (11.12.) y en el complejo
simbólico yin/yang (11.13.). Desde ahí, todo — incluidos los números— se apre­
cia a la manera de escindido/com -puesto por oposiciones en su misma raíz (radi­
cales), oposiciones cuya articulación tiene como gozne o quicio ese modo deter­
minado de no-ser que es el dao [tao] (11.16.). En el horizonte que abre esta
perspectiva herm enéutica, desde la matriz del com plejo sim bólico yin/yang/dao,
ni el modo de negatividad zhenglfu/wu ni los otros considerados en ciertos ám bi­
tos específicamente matemáticos resultan ser los únicos bien formalizados.
Ahora se revelan como tales otras formas de negatividad formal que suelen
verse ignoradas en las ‘historias de la matemática china’, acaso por em erger en
ciertos tipos de discurso (mágico, cosmogónico, ritual, adivinatorio...) tenidos
por seudo-científicos. Es el caso de las disposiciones numéricas en cruz o en cua­
drado (11.14.), articuladas (internamente) por congruencias numéricas y (entre
sí) por isomorfismos (11.15.). En ellas se muestra de m anera ejem plar la actividad
de unos criterios ‘de oposición’ y ‘de equivalencia’ que cumplen para la racio­
nalidad china el papel que juegan en Grecia los principios ‘de identidad’ y ‘de
no-contradicción’ (11.16.). Por último, estas consideraciones se prolongan en un
divertimento en torno al Yijing (H J7 .) sugerido por uno semejante que en su día
imaginara Leibniz.

II. 1. El capítulo octavo del Jiu zhang suanshu


El texto clave para la comprensión de la negatividad en la matemática china
se encuentra en los comentarios de Liu Hui al capítulo octavo — llamado fang
cheng — de los "Nueve capítulos". Allí, en el contexto del método de ‘cálculo en
el tablero’, Liu Hui (fl. s. III d.C.) hace observar que:

63
"Cuando se consideran dos expresiones, podemos obtener resultados opuestos,
para los que hemos de usar los nombres zheng y fu como designaciones1. Para los núme­
ros zheng usamos palillos de cálculo rojos, mientras que los números fu se representan
por palillos negros. De manera alternativa, un número zheng puede cambiarse en uno fu
cuando se coloca un palillo inclinado sobre él. En el cálculo en el tablero, donde están
implicados palillos tanto rojos como negros, hay un método para manipular números en
las columnas de la izquierda y de la derecha. Este método no es del todo el mismo que
el procedimiento normal dé adición y sustracción. Si un numeral es rojo o negro está
determinado en realidad por reducciones mutuas (xiang xiao). Para llevar a cabo la adi­
ción o sustracción de números que ocupan las correspondientes posiciones en diferentes
columnas, hay dos reglas sobre tipos diferentes de adición y sustracción."2
E stas reglas — las zheng fu shu— , de cuyo com entario por L iu H ui nos ocu­
parem os m ás adelante, indican cóm o sum ar y restar núm eros zheng y n ú m ero s/u ,
tanto entre sí com o de w u1. L a ‘regla de sustracción’ dice:

"Cuando los nombres son el mismo'1, efectuar la sustracción; cuando los nom­
bres son diferentes, efectuar la suma.
Un número5 zheng emparejado con wu se hace/« y un número fu emparejado
con wu se hace zheng."
Y, sim étricam ente, la ‘regla de adición’ prescribe:
"Cuando los nombres son diferentes, efectuar la sustracción; cuando los nom­
bres son el mismo, efectuar la suma.

1 Los términos zheng y fu pueden traducirse, en una primera y grosera aproximación, por 'posi­
tivo' y 'negativo', respectivamente. Pero todo lo que así se gana en capacidad de comprensión, se
pierde también en capacidad de comprensión; pues se corre el riesgo de comprenderlos en el mismo
sentido que tuvo que entenderlo Diofanto — como ‘esencia ausente’ o ‘forma fallante'— y toda la
episteme de herencia griega. Comoquiera que aquí no tenemos otro propósito que el de intentar enten­
der la forma de negalividad que les es propia a esos términos desde dentro del singular contexto cultu­
ral que les presta sentido, optamos por mantener los términos chinos originales (y ya bastante se
pierde con su mera transcripción alfabética), en la confianza de que posteriores análisis sean los que
les vayan atribuyendo el significado y la función que allí y entonces debieron tener.
2 Qian Baocong (1963: 225-6). Esta edición de los "Diez clásicos matemáticos” (Suanjing slii
shu) contiene los "Nueve capítulos del arte matemático" (Jiu zhang suansliu), con inclusión de los
comentarios de Liu Hui y los de Li Chungfeng. Bai Shangshu (1983) llevó posteriormente a cabo una
edición crítica exhaustiva de los "Nueve capítulos". Nuestra versión lo es — mientras no se indique
otra cosa—- a partir de los fragmentos de la traducción al inglés que, desde esas ediciones, han hecho
Lam Lay-Yong y Ang Tian-Sc (1987).
3 La traducción de h u por ‘cero’ está sujeta, mientras no la analicemos en detalle, a las mismas
restricciones que acabamos de establecer. Aunque no sólo los términos zheng, fu y wu merecen una
consideración especial, sí mantendremos sólo para ellos la transcripción original, por no hacer de la
lectura una auténtica carrera de obstáculos.
4 Esto es, ambos zheng o ambos fu.
5 El ideograma que Lam Lay-Yong (1987: 237) traduce por 'núm ero', para J.-C. Martzloff
(1988: 188), y refiriéndose a estas mismas reglas, son las 'varillas' o ‘palillos' de cálculo. Para una
detallada discusión semántica de lo que se entiende por ‘número’ véanse nuestros epígrafes II.6. y ss.

64
Un número zheng emparejado con wu se hace zheng y un número fu empare­
jado con wu se hace fu .”
La interpretación de estos textos-clave será el objeto de los próximos epígra­
fes, pues ninguno de los términos que acabamos de utilizar tiene'un significado
evidente. No lo tienen, por supuesto, los términos técnicos zheng, fu y wu, pero
tampoco aquellos otros de uso más común, como la distinción entre ‘nom bre’ y
‘número’ — que veremos que no es tal— o el propio concepto de ‘método’.
Los "Nueve capítulos", de los que se desconoce tanto el autor como la fecha
de composición, se consideran el texto fundacional de la matemática china, aunque
los conceptos y técnicas que incluye parecen constituir más bien el punto culmi­
nante de desarrollos y prácticas anteriores a nuestra era. En la introducción que le
dedica Liu Hui (ca. 263 d.C.) advierte que Zhang Cang y Geng Shoucang, en tiem­
pos de la dinastía de los Primeros Han (202 a.C. a 9 d.C.)', ya habían hecho una
revisión aumentada de la versión original. Li Yan y Du Shiran (1987: 35) sitúan su
redacción definitiva en tom o a los comienzos de nuestra era. Los posteriores
comentarios de Liu Hui incluyen clasificaciones, apoyos teóricos, precisiones de
lenguaje, procedimientos alternativos a aquéllos que le parecen farragosos, ajustes
de soluciones sólo aproximadas, así como diagramas que ilustren — en su caso—
las consideraciones espaciales. Por todo ello sus comentarios han pasado a formar
parte del texto clásico de los "Nueve capítulos", del que constituyen la principal
fuente de estudio. Posteriormente los "Nueve capítulos" fueron incorporados como
uno de los "Diez clásicos matemáticos" (Suanjing shi shu) que se estudiaban ofi­
cialmente en el Departamento de Matemáticas que en el año 656 se constituyó en
el seno de la Academia Nacional. Los comentarios que Li Chunfeng añadió en esta

1 Es habitual que las referencias cronológicas chinas lo sean respecto de sus distintas dinastías
políticas; hábito que aquí respetaremos pues tiene más sentido atenemos al tiempo interior que a una
cronología ajena que, como la nuestra, no puede dejar de proyectar paralelismos del todo impertinen­
tes. La siguiente es una sucinta periodización. Dinastía de los XIA (2205-1767? ó 1989-1558, según
las fuentes). Los SHANG, depués YIN (1766-1112? ó 1558-1051). Los ZHOU occidentales ( t i l l ó
1050-771); a esta época se remonta el "Libro de las mutaciones" (Yijing). Los ZHOU orientales (770-
256). Al final de esta época se desarrollan unos elementos de dialéctica, sofística y lógica formal. Los
Reinos Guerreros (453-221). Los QIN (221-206) integran el primer imperio unitario; predominio
taoísta de corte anti-intelectual. Los primeros HAN o Han occidentales (206 a.C.-9 d.C.). Los HAN
posteriores o Han orientales (23-220). El confucianismo sustituye al taoísmo, aunque éste se mantiene
latente; época de libre crítica y, en sus postrimerías, de valoración de la originalidad y la belleza for­
mal; de los primeros Han datan los "Nueve capítulos..." Los Tres Reinos (220-280). Los JIN occiden­
tales (265-316). Las Seis Dinastías (316-5^9); época de Invasiones y desmembramientos que se ha
asimilado a nuestra Edad Media; predominio de un taoísmo religioso y de trabajos exegéticos; en
matemáticas es un periodo fundamentalmente teórico. Los SUI (589-618); reunificación del imperio.
Los TANG (618-907); preponderancia budista. Las Cinco Dinastías (907-960). Los SONG del Norte
(960-1126) y los SONG del Sur (1127-1279). Dinastía mongola de los YUAN (1280-1368). Durante
estas dos dinastías se da una reacción antibúdica de signo neo-confuciano; se tiene por el periodo de
mayor esplendor de la matemática china. Los M1NG (1368-1644); periodo escolástico que en su final
ve la llegada de los misioneros jesuítas. Dinastía manchú de los QING (1644-1911), que contempla
varios renacimientos.

65
ocasión son de poca importancia y, en cualquier caso, no creyó necesario hacer
ninguno al capítulo 8o (fang cheng) que aquí nos ocupa, seguramente por conside­
rar los comentarios de Liu Hui lo bastante completos.
En este capítulo se ha querido encontrar el primer ‘precedente’ de ‘números
negativos’ de entre todas las culturas. Su contenido no sólo daría testimonio de
que "China es seguramente la primera civilización que usa cantidades negativas"
sino también de que "los aniiguos chinos tenían un claro concepto de los números
negativos y eran capaces de aplicarlos a consideraciones matemáticas tal y como
nosotros lo haríamos hoy en día"1. Con todo lo cierta que es esa afirmación en
cierto sentido, no lo acaba de tener — o lo tiente en exceso— el discutir la cuestión
de prioridad en el ‘des-cubrim iento’ de los ‘números negativos’ en términos del
‘claro concepto’ que de ellos pudiera tener una cultura u otra según su grado de
semejanza con el uso que ‘nosotros haríamos’ de ellos ‘hoy en día’._Es_eipropio
juicio de valor que ahí queda implícito el que construye, además, el hecho mismo
cuya originalidad se pretende investigar. Presupone la existencia de unos ‘núme­
ros negativos’ trascendentes, cuyo ‘claro concepto’ sería percibido con mayor o
menor nitidez por unas matemáticas u otras; y presupone, no menos, que todas las
matemáticas posibles orientan necesariamente sus distintos puntos de partida en
un mismo sentido, lineal y universal, que ha de acabar convergiendo antes o des­
pués, anticipándose o retrasándose, hacia ‘lo que nosotros haríamos hoy en día’.
No por habituales estas suposiciones dejan de serlo ni de actuar como hipótesis
latentes, que no pueden sino cargar de elementos exteriores una negatividad tan
distante de la nuestra como la china. Con el objeto de poner en suspenso cualquier
pre-juicio de ese tipo, nos centraremos en el estudio detallado de ciertos textos y
prácticas, y especialmente en la manera concreta en que el capítulo fang cheng
construye'y maneja su negatividad, en cómo puede ésta entenderse en el preciso
contexto de otras formas chinas de negatividad, y en su comparación con aque­
llas otras formas de negatividad que nos son más próximas, particularmente la
griega.
El capítulo fang cheng consta de 18 problem as, que ‘corresponden a’
otros siete sistem as de ecuaciones lineales. En todos ellos el núm ero de ‘ecua­
ciones’ coincide con el de ‘incógnitas’ (hay ocho de 2x2, seis de 3x3, dos de
4x4, y uno de 5x5) salvo el problem a número 13, que consta de 5 ecuaciones
con 6 incógnitas. El m étodo (shu) general utilizado para resolver estos siste­
m as es el llam ado ‘m étodo fang cheng' (fang cheng shu), que da nombre al
capítulo. Com o ocurre con tantos términos chinos, y más aún con los más anti­
guos, la traducción de los términos fan g y cheng no es fácil de precisar. Según
la discusión filológica que recoge M artzloff (1988; 233), el térm ino 'fang' se
ha interpretado como ‘a derecha y a izquierda’ (por el filólogo del s. XI Song

1 L. Lay-Yong y A. Tian-Se (1987: 223). También para J. Necdham (1959: 111: 26) "ésta es la
más temprana aparición de las cantidades negativas en cualquier civilización"; su uso se extendería
después, desde los sistemas de ecuaciones lineales a las ecuaciones cuadráticas, probablemente en
tiempos de Zu Kenzhi (tsu Chhung-Chih] (fl. ca. 500 d.C.), y desde luego en los de Liu Yi [Liu I] (s.
XI/XII).

66
Li Ji) o como ‘la form a de los núm eros’ (Yang Huí, s. XIII), aunque tanto él
como otros autores m odernos1 se inclinan por traducirlo com o ‘cuadrado’ o
‘rectángulo’ a causa de la figura cuadrada o rectangular con que este método
obliga a disponer los núm eros (que aquí son palillos) en el tablero de cálculo2.
El térm ino cheng, que Liu Hui hace sinónim o de kuocheng, no es un término
m atemático sino usado en chino clásico para referirse a acciones como ‘deter­
m inar el valor’ (de una m ercancía, p.e.), ‘asignar’, ‘repartir’, etc. Así, el
método fa n g cheng podría decirse como aquél ‘que consiste en repartir 1os
números de modo que form en un cuadrado’ o ‘método de repartos cuadráticos’
(M artzloff), como la ‘disposición de una serie de cosas en colum nas con el pro­
pósito de verificación m utua’ (Lay-Yong), o sim plemente com o ‘m étodo de
cálculo por tabulación (o en el tablero)’ (Lay-Yong y Tian-Se). Esta es la orien­
tación de las traducciones habituales, si bien, considerando que va a ser el
método que va a soportar la construcción de cierta form a de negatividad, acaso
resultara más significativa la versión que se sigue de la interpretación de Li Ji.
Según ésta, se trataría del ‘m étodo de asignación a derecha y a izquierda’,
donde la sim etría que ahí se resalta bien pudiera tenerse por un eco y soporte
de esa otra sim etría que caracterizará — a diferencia de la tradición griega —
la negatividad zheng/fu.
Efectivamente, será una variante del método fang cheng la que defina las
‘reglas positivo-negativo’ (zhengfu shu). Estas se enuncian y comentan al final del
problema 3 del capítulo 8o, aplicándose en los problemas 3 al 6, 8, y 12 al 18. Los
restantes sólo recurren a ‘números (palillos) zheng' y, de ellos, es el problema 1 el
que incluye la exposición del método fang cheng al tiempo que ilustra su aplica­
ción en la resolución del problema. Para una comprensión del método lo menos
sesgada posible es conveniente un cierto conocimiento previo del sentido de
alguno de los elementos que intervienen, como los ‘palillos numéricos’ o el
‘tablero de cálculo’. Otros rasgos singulares del ‘álgebra’ china — como la cues­
tión del simbolismo, el significado de ‘incógnitas’ y ‘ecuaciones’, o el sentido del
‘cero’ — se entenderán mejor, por el contrario, una vez familiarizados con la téc­
nica ‘algebraica’ del fang cheng.

II.2. El cálculo con palillos en el tablero. L a m ateria del núm ero


La historia de los caracteres numerales chinos se entreteje en sus comienzos
con la de los signos em pleados en las prácticas de adivinación. Tan sólo el contexto
permite decidir cuándo unas marcas en caparazones de tortuga, unos cordeles anu­
dados, o ciertas manipulaciones con palillos tienen un matemático u oracular.
Entre los sistemas de numeración más primitivos se encuentran uno sexagesimal y

1 Lam Lay-Yong y Ang Tian-Se (1987; 226-7); Li Yan y Du Shiran (1987; 46).
* Para una exposición de los tipos de números y de tablero usados en el fang clieng. véase más
adelante.

67
otro decimal, ninguno de los cuales es posicional. El primero de ellos está com­
puesto por dos series de signos, una con diez y otra con doce, que asociados de dos
en dos dan lugar a una serie de sesenta parejas; este sistema se usaba para medir
los tiempos y aún se mantiene vigente. El segundo, conocido como jiaguwen, se
construye a partir de catorce signos: uno para cada uno de los nueve dígitos y los
otros cinco para marcar las decenas, centenas, millares, miríadas y la conjunción
‘y’. Los signos para estos números presentan muchas variantes y evoluciones, y se
ha querido ver su origen ya en las correlaciones mágico-sapienciales del yin/yang
(así Xu Shen en el s. X) ya en las distintas configuraciones de los trigramas adivi­
natorios del YijingK Otros estudios más recientes resaltan su origen ideográfico;
así, el signo de la miríada es el pictograma del escorpión, cuyas hembras lucen en
el caparazón una profusión de grumos cuya multitud evocaría un número muy
grande.
El sistem a de num eración jiaguwen no es propiam ente decimal, pues la
cantidad de que consta cada clase viene indicada por un par de signos: el del
número de unidades de esa clase y el específico de la misma. Así, p.e., la expre­
sión de nuestro ‘7.500’ equivaldría a la serie: ‘signo del 7’ ‘signo del m il’ ‘signo
del 5’‘signo del cien’. Con ello no ha lugar, com o tampoco lo había en Grecia,
a la cuestión de la posición ausente, y de hecho el ‘cero’2 no aparecerá — como
tal signo escrito — en la numeración china hasta la época de los Ming. Con la
llegada de los jesuítas en el s. XVII se introducirá en China el sistema de nume­
ración y las cifras árabes. No obstante, un sistem a también decimal y posicional
ya estaba en uso en China desde mucho antes; sus elem entos constituyentes no
son caracteres propiam ente gráficos sino unos palillos o varillas que son, según
Li Yan y Du Shiran (1987: 14) "la clave para entender las matemáticas de la
antigua China". Es un sistem a utilizado en num erosas actividades de cálculo, y
especialm ente en procesos que equivaldrían a lo que para nosotros son técnicas
algebraicas, tales como el método fang cheng de los "Nueve capítulos", donde
es con palillos como se construye la negatividad zheng/fu, o los ‘métodos del
arte de la prim ordialidad celeste’ (tianyuan shu) de los algebristas de la época
final de los Song.
Ya desde la época de los Reinos Guerreros se han encontrado rastros de este
sistema de numeración, que parece tener su origen en unas prácticas de contabili­

1 Tal es, p.e., la interpretación filológica de Yan Shigu (581-645). Véase Cheng Te-K’un (1983:
169). El Yijing es más conocido entre nosotros por su nombre en el sistema de transcripción anglo­
sajona Wade, / Ching, o en su trancripción en el sistema E.F.E.O., Yi King, que en el sistema pinyin
que es el que habitualmeme utilizamos en el presente estudio (salvo para los nombres de ciertos auto­
res que suelen aparecer en las bibliografías más comunes en algún otro sistema de transcripción). Este
libro, en el que Leibniz creyó ver los indicios para la construcción de una matliesis universalis, será
objeto de un detallado análisis en el epígrafe 11.12. con motivo de las potentes formas de negatividad
que desarrolla y su posible conexión no sólo con ciertos símbolos numéricos primitivos sino, y espe­
cialmente, con las diversas formas de negatividad matemática que aquf estamos considerando.
2 Para una discusión detallada sobre los posibles distintos ‘ceros’ en China, véase mas ade­
lante.

68
dad y adivinación basadas en el manejo de palillos. Frente al carácter ideográfico
de los signos numéricos jiaguwen, estos otros tendrían una mayor independencia
formal, asemejándose a sistemas como el maya o el romano. Los criterios que
regulan este sistema de numeración se describen así en el "Manual matemático"
del maestro Xiahou Yang (Xiahou Yang Suanjing):
"Las unidades se mantienen verticales, las decenas horizontales,
las centenas de pie, los millares tumbados.
Millares y decenas parecen los mismos,
miríadas y centenas parecen los mismos.
Una vez sobrepasado el seis,
cinco está arriba;
seis no acumula,
cinco no permanece solo."
Es decir, los nueve signos elementales son los representados, p.e., en la pri­
mera serie de las dos siguientes:
1 I II lili mu ~r ir i r mr
__ _ = = ¡¡ _L i X ±
1 2 3 4 5 6 7 .8 9
La segunda serie no es más que la primera, en la que se han invertido las dis­
posiciones horizontales y verticales de las barras o palillos. Los símbolos de la pri­
mera se usan para designar las unidades, centenas y, en general, las posiciones
impares, mientras que los de la segunda serie designan las decenas, millares y res­
tantes posiciones pares. Tal alternancia de símbolos de una y otra serie parece tener
por objeto que no se confundan los palillos pertenecientes al dígito que ocupa una
posición con los de las posiciones anterior y posterior. Así, p.e., los números 18,
27 y 378 se escriben respectivamente —UT, = "TT, III — "HT
Las cifras chinas basadas en barras numerales parecen tener su origen en
unos palillos que se disponían sobre un tablero de cálculo, ya mucho tiempo
antes de los primeros H any/Se ignora la relación precisa que hubiera podido
haber en un principio entre numerales y palillos, si bien en torno al comienzo de
las Seis Dinastías ambos sistemas estaban ya perfectamente correlacionados. En
particular, todo el cálculo — y el simbolismo implícito que estos instrumentos
perm iten— del capítulo fang cheng se lleva a cabo mediante palillos en el
tablero. M artzloff destaca que no hay tampoco constancia documental de que tal
‘tablero de cálculo’ fuera un utensilio particular "que sería a los palillos lo que
el marco y las barras son al ábaco”; más bien parece que cualquier superficie
plana horizontal puede cum plir el papel de tablero de cálculo, cuya condición de

69
tal le vendría de ser susceptible de acoger sobre ella los palillos colocados según
una disposición particular. Liu Hui, en sus comentarios a los "Nueve capítulos",
recom ienda sim plemente extender una alfombra de fieltro, sobre la cual ‘se
ponen’ los números.
Los palillos que constituyen estos números no son en absoluto un instrumento
exclusivamente matemático. Ni el nombre (suan o chousuan, en los "Nueve capí­
tulos", pero también ce, chou, chouce, suance, suanzi,...), ni la forma (cilindrica o
prismática, de sección cuadrada o triangular), ni el material (madera, hueso, bambú,
marfil, hierro o jade), ni las dimensiones, ni los usos (culinarios, adivinatorios,
monetarios, matemáticos...) son unívocos (Martzloff, 1988: 195)fPor medio de los
palillos, la actividad matemática se confunde con multitud de otras actividades coti­
dianas. Así, el simbolismo implícito en las reglas del juego de palillos y tablero no
sólo hace innecesario un simbolismo ‘algebraico’ explícito1sino que carga a la acti­
vidad matemática con las resonancias simbólicas que sobre los usos de tales palillo^
proyecta el modo de pensar chino/Com o M artzloff (1988: 242) ha sugerido con
toda plasticidad, "si tuviéramos ante los ojos a un algebrista chino en plena activi­
dad, venamos a alguien atareado en manipular palillos colocados sobre el mismo
suelo; de entrada, le tomaríamos por algún aficionado al juego del go, pero nunca
imaginaríamos que era álgebra lo que estaba haciendo". La imagen que así se evoca
para describir a nuestro algebrista es la de un "matemanipulador" que orquesta
sabios ballets matemáticos de palillos. Esta forma de operar, y el laconismo de las
instrucciones — que no ‘demostraciones’ en el sentido griego— para hacerlo de un
modo u otro según los diferentes métodos, han llevado a decir a Lay-Yong y Tian-
Se (1987: 223) que "quizá le es más fácil a un especialista en ordenadores entender
este modo de lenguaje que, por ejemplo, a un historiador que se haya empapado en
el estudio de la geometría deductiva de la antigua Grecia".
Aunque no se sabe con precisión cuando empezaron a usarse estos palillos
como objetos de cálculo, sí se supone que ya en la época de los Reinos Guerreros
este uso era habitual entre las gentes. La utilización de este instrumento puede
hacerse equivaler a la del ábaco en Occidente, que en China no se generalizará
hasta muy tarde (finales de la dinastía Yuan) y siempre como mecanismo derivado
de las técnicas de cálculo con palillos. Las operaciones aritméticas con éstos son
simples y saltan a la vista. Para sumar, p.e., 7 ( T ) y 8 ( T _) se reúnen horizon­
talmente los palillos horizontales (cada dos hacen uno, también tumbado, en la
posición siguiente) y verticalmente los verticales para hacer 15 (— lllll)2.
Es mediante estos palillos como encontramos la primera emergencia de la
negatividaden las matemáticas chinas. Li Yan y Du Shiran (1987:50) precisan que
"en los cálculos con palillos, la gente usaba palillos de sección cuadrada o negros
para referirse a números negativos y palillos de sección triangular o rojos para los

1 Sobre la pretendida ‘ausencia de simbolismo’ en la matemática china, véase más adelante.


* Sobre ejemplos de distintas operaciones aritméticas con palillos, véase Li Yan y Du Shiran
(1987: 11-19) para suma, resta, multiplicación y división, y pp. 50-56 para rafees cuadradas y cúbicas.

70
números positivos; algunos pudieron haber usado disposiciones diagonales de los
palillos para indicar números negativos y disposiciones erectas [horizontales o
verticales] para los números positivos". Estos ‘palillos positivos’ y ‘palillos nega­
tivos.’ son los empleados en el método zheng fu de los "Nueve capítulos”, si bien
no podemos precisar desde cuándo venían siendo ya utilizados. Liu Hui, en sus
comentarios al capítulo 8o, describe cómo hacer operativos los conceptos zlieng y
fu a través de su manipulación con palillos: si se dispone de palillos de colores, los
rojos representan zheng y los negros /«; y si todos los palillos son de un mismo
color, entonces los números fu se indican colocando una varilla de más cruzando
diagonalmente el último dígito no nulo.
Resultan, pues, de Perogrullo afirm aciones como la de C. B. Boyer (1968:
223), para quien "la idea de los núm eros negativos no parece haber ocasionado
muchas dificultades a los chinos, puesto que estaban acostum brados a calcular
utilizando dos conjuntos de varillas, uno de color rojo para representar núm e­
ros o coeficientes positivos y el otro de color negro para los negativos". Si ‘la
idea de los números negativos’ estuviera ya en algún lugar desde el que pudiera
o no ‘ocasionar dificultades’, esa idea no sería otra cosa que uno de los dos
conjuntos de varillas; y si no estaba en ningún lugar ideal previo, la cuestión
sigue siendo la m ism a aunque ahora en términos de palillos y no de números:
¿por qué los chinos, y sólo ellos, disponían de dos conjuntos de palillos de dife­
rentes colores que nosotros podemos asociar con los ‘números negativos’ y los
‘positivos’?
Para que este sistema fuera estrictamente posicional faltaría un signo que
marcara las posiciones vacantes, pues un número como el —'T p u e d e expresar
tanto 18 como 1800, 1080, etc. Needham y otros estudiosos de la matemática china
suponen que se dejaba un espacio en blanco como marca de las posiciones vacías,
aunque M artzloff niega cualquier evidencia documental en que apoyar esa conje­
tura. No obstante, la particularidad de los instrumentos materiales de contabilidad
en China no sólo hacen bien plausible esa suposición sino que, como veremos, casi
dejan sin sentido a nuestro ‘cero posicional’.

II.3. El m étodo fa n g cheng y el ‘álgebra instru m ental’.


El arte de p ro d u cir nada
Elijamos como traducción la de ‘asignaciones a derecha e izquierda’ o bien
alguna de las próxim as a la que se atribuye al propio Liu Hui — ‘disposición de
una serie de cosas en colum nas con el fin de verificación mutua’— , este m étodo1
tiene por objeto el m ism o que, para nosotros, resolver un sistema de ecuaciones

1 Tanto en la descripción de este método como en la de las reglas zheng fu. que expondremos a
continuación, seguimos las indicaciones de L. Lay-Yong y A. Tian-Se (1987: 226 ss.)

71
lineales. Dadas m cantidades a., (j = 1,2,... m) de cada una de m ‘cosas’ (wu) x.
(j = 1,2,... m) y dadas n relaciones lineales entre tales cosas en función de talesJ
cantidades (a. + a.^ + + a. = b. , i = 1, ... n), se trata de calcular el número de
cada cosa. Es'decir' se trata de resolver un sistema de n ecuaciones con m incóg­
nitas del tipo:
a I I xI *+ a 12 x 2+ ... + a Ini x m= b I
a 21 x.1 + a22 x 2+ ... + a 2m x ni= b 2

a n i x 1 + a n2 x 2 + ... + a nm Xni = b
Para ello, se fijan en el tablero tantas columnas como relaciones lineales (n)
y tantas filas como cosas (m). Se divide cada columna en dos zonas: en la superior
se disponen — de arriba hacia abajo— las cantidades de las cosas que intervienen
en una cierta relación i (a.., j = 1, ... m), y en la inferior el término absoluto (shi)
correspondiente b.. Las distintas columnas se van disponiendo a su vez de derecha
a izquierda. Así, el sistema anterior ofrecerá la siguiente disposición en el tablero:

cosa 1 a ni . . . a 21 a II
cosa 2 a n2 . . . a 22 a 12

cosa m a nm . . . a 2m a 1ni
shi bn . . b2 b1
Es de destacar la fundamental diferencia, en lo que al simbolismo se refiere,
entre la expresión del problema en términos de ecuaciones algebraicas y esta otra
en función de la disposición de los datos (palillos) en el tablero de cálculo. Todo el
simbolismo que allí era necesario — o, en su defecto, toda la exposición retórica
que lo supliera— aquí queda obviado por la inequívoca colocación de cada número
(disposición de palillos) en el tablero. El álgebra instrumental china hace que los
instrumentos signifiquen. El color o grado de inclinación de los palillos, un lugar
preciso en el tablero... cumplen las funciones de los símbolos (de la suma, resta,
multiplicación,... incógnita, igualdad, etc.) en el álgebra simbólica occidental. Los
instrumentos, su forma de distribuirse en el espacio — y, distribuyéndose, organi­
zado— , la disposición relativa de los lugares que albergan — ya antes incluso de
que vengan a ser llenados por una u otra (o ninguna!) cantidad— son símbolos por
sí mismos. El símbolo, al contrario que en la tradición de herencia griega, no es el
resultado de un proceso de abstracción sino una cualidad de los lugares concretos

72
en función de unos sistemas de referencia implícitos. El espacio algebraico chino
no es el espacio extensional aristotélico-euclídeo sino espacio simbólico, un espa­
cio que carga de significados diferentes a sus diferentes lugares que, a su vez, vie­
nen determinados por su mutua relación interna1.
A esta expresividad simbólica, inherente al propio espacio de representación,
se añade, como señala Martzloff, la de los ideogramas del chino clásico. Los enun­
ciados o instrucciones que mediante ellos se expresan son mucho más breves, aun
en su formulación literal completa, que sus correspondientes mediante el álgebra
formal occidental. Por seguir el ejemplo expuesto por este autor, un enunciado del
tipo 'xian jiao he', que literalmente traduciríamos por "hipotenusa-diferencia-
suma", en la llamada álgebra retórica se formularía como "suma de la hipotenusa
y de la diferencia (de los catetos de un triángulo rectángulo)", y en la llamada álge­
bra simbólica2 se diría ‘x + (y - z)’. Pero mientras que así hemos necesitado siete
símbolos (3 letras, 2 símbolos de operación, y 2 paréntesis) en chino clásico hubie­
ran bastado tres caracteres ideográficos. Con toda razón puede decirse que "el
chino es hasta tal punto conciso que algebrizar llevaría paradójicamente a compli­
carlo todo" (Martzloff, 1988: 249).
Otra diferencia significativa, aunque de menos calado, está en la significación
de los números dispuestos en el tablero. No se trata de números absolutos (esa
‘determinada multitud de unidades’ de la aritmética griega) sino relativos: los
números comprendidos en cada columna se ven como una colección ordenada de
razones o relaciones entre números. Lo cual permitirá, a lo largo de toda la aplica­
ción del método, multiplicar todos los números de una misma columna por un
mismo número sin que se altere el significado de aquélla. La clave del método fang
cheng está en ir obteniendo lugares vacíos en el tablero, para lo cual se procede a
multiplicar todos los elementos de una columna por un cierto número y a efectuar
a continuación ‘sustracciones sucesivas’ entre esta columna y la precedente hasta
lograr vaciar un espacio. Como explica Liu Hui en sus comentarios, los términos
de una columna quedan así ‘equilibrados’ (qi tong) y los números restantes siguen
siendo una colección de razones. Este proceso de vaciamiento del tablero se reitera
hasta conseguir triangular (con huecos) la parte superior del tablero, de modo que
en una columna quede tan sólo una ‘cosa’ arriba y el shi abajo, con lo que ya se
esta en condiciones de ir obteniendo el número buscado de cada una de las ‘cosas’.

1 Véase más adelante sobre las relaciones entre esta estructuración simbólica del espacio como
soporte de la representación, las características de la lengua china y la función ‘protocolaria' de los
números como etiquetas o marcas de lugares simbólicamente cargados.
2 Estas denominaciones habituales para las ‘sucesivas fases’ del álgebra, aunque aparentemente
asépticas, no dejan de llevar su carga. ¿Por qué esa inversión total del significado — etimológico y her-
mcnéutico— del término ‘simbólico'cuando se usa para unos símbolos (las letras del álgebra) que se pre­
tende que no simbolicen nada? ¿Deja el álgebra ‘simbólica’ de activar sus propios recursos retóricos, o de
persuasión, por definirse en oposición al álgebra ‘retórica'? ¿No pretende esa propia denominación un efi­
caz efecto retórico?

73
El problema 1 del capítulo 8o de los "Nueve capítulos" ilustra, a la vez que
expone, el método:
Problema 1
"Hay 3 manojos de cereal de calidad superior, 2 manojos de calidad media y 1
manojo de calidad inferior, resultando 39 dou [de grano] como shi; 2 manojos de
calidad superior, 3 manojos de calidad media y 1 manojo de calidad inferior dan 34
dou como shi; mientras que 1 manojo de calidad superior, 2 manojos de calidad
media y 3 manojos de calidad inferior dan 26 dou como shi. Encontrar la medida [de
grano] en dou contenida en un manojo de cada una de las tres calidades de cereal."
L. Lay-Yong y A. Tian-Se distinguen nueve pasos en la explicación del
método:
Paso 1:
"Poner 3 manojos de cereal de calidad superior, 2 de calidad media y 1 de cali­
dad inferior con su resultado, 39 dou, como shi en la columna de la derecha. Dispo­
ner las columnas central e izquierda del mismo modo que la derecha."
La disposición de palillos en el tablero será por tanto:
calidad superior 1 Il III
calidad media II III II
calidad inferior III 1 1 '
shi = T = mi = i r

que nosotros, por razones de comodidad, representaremos con cifras árabes:


calidad superior 1 2 3
calidad media 2 3 2
calidad inferior 3 1 1
shi 26 34 39

74
y que ‘corresponde’ al sistema de ecuaciones:
3x + 2 y + z = 39
2x + 3y + z = 34
x + 2y + 3z = 26
Conviene no obstante observar que la misma materialidad de los palillos
sobre el tablero refleja más adecuadamente el espíritu de concreción de este tipo
de álgebra. La instrucción del Paso 1 no dice ‘escribir el número 3’ sino ‘poner 3
manojos’: se pone — que no se escribe— y se ponen manojos —que no números—
cuya materialidad se corresponde con la de los palillos. El mismo ánimo de apego
a la plasticidad de lo representado se expresa en la primera instrucción del
siguiente paso': "tómense los cereales de lo alto de la columna derecha...". Tras­
ladando palillos de lugar diríase que casi se están acarreando los manojos de los
que trata el problema. Este es otro aspecto donde se evidencia cómo la abstracción
china sigue un camino bien distinto de la aphairesis griega.
Paso 2:
"Tomar los cereales de lo alto de la columna derecha para multiplicar por todas
partes (bian cheng) la columna central y proceder a [el método de] sustracciones
directas (zi chu)."
La operación ‘multiplicar por todas partes’ (bian cheng) consiste en multipli­
car todos los elementos de una columna por un número dado. La ‘sustracción
directa’, a su vez, es la operación consistente en restar, elemento a elemento, de la
columna central la de la derecha tantas veces como sea necesario para conseguir la
desaparición (jin) de los palillos situados en lo alto de esa columna central. Este
propósito explícito de ‘hacer desaparecer’ los números, tan natural para el lector
moderno (y más para el que conozca los procedimientos del álgebra matricial en
la resolución de sistemas de ecuaciones), sería sin embargo puro despropósito en
la matemática aristotélico-euclídea. Liu Hui lo formula así:
"El propósito del método es sustraer repetidamente los números menores de
una columna de los mayores de otra columna, de manera que el número de la posi­
ción superior desaparezca (jin). Cuando la posición superior se queda vacía, eso sig­
nifica que a la columna le falta una cosa. Este modo de sustracción mutua no afecta
al cálculo de los números restantes, porque eliminando el número de la posición
superior la cantidad de cosa afectada también es sustraída del shi. Por tanto,
mediante la sustracción directa [de números] en las columnas de izquierda y derecha

1 Según ahora la versión de J.-C. MartzlofT (1988: 236).

75
y mediante el examen de los [números] positivos (zheng) y de los negativos (fu).
llegamos a los resultados deseados. El propósito de primero multiplicar por todas
partes (bian cheng) la columna central por el [número de] cereal de calidad superior
de la columna de la derecha es equilibrar los términos (qi tong). Este equilibra-
miento de términos es para hacer posibles las sustracciones directas entre la columna
de la derecha y la columna central."
Así, la columna central Cv multiplicada por a^ = 3 , y restando de ella la
columna de la derecha C ( las veces necesarias (dos en este caso) para que a^ ‘des­
aparezca’, se convierte en:

2 •3 6 -c, 6- 3 -c, (6 - 3 )- í
( 9 - 2) - 2 — 5
3 —> 9 —> 9 - 2 —>
1 3 3- 1 (3 - 1 )- 1 2
_34 102 102 - 39_ (102-39) - 39_ 24

que simbolizaremos por:


C 2 -> 3 C 2 - C 1 - C1
con lo que en el tablero quedará:

1 3
2 5 2
3 1 1
26 24 39
donde es de resaltar que han desaparecido (jin) los palillos de la posición superior,
pero también cómo han llegado a desaparecer: por un juego de equilibramientos o
compensaciones de términos que, con la entrada en escena de las parejas de opues­
tos zheng/fu (que aquí todavía Liu Hui sólo menciona), encontrará su expresión
más refinada. Un proceso así, de meticulosos equilibramientos para llegar a obte­
ner nada, no sólo es ajeno a la episteme griega sino que está expresa y tajantemente
impedido por ella. Es el ‘sendero inescrutable’ por el que Parménides conmina a
no transitar, es el absurdo del que Aristóteles abomina cuando se enfrenta a cual­
quier posible razón que encadene un número a nada1. Pues bien, en el álgebra fang

1 Véase epígrafe I1I.3.

76
cheng esa razón imposible no sólo es pensable sino que se sitúa como razón de ser
del método mismo: equilibrar números para obtener su desaparición.
Paso 3
Indica que se proceda, análogamente al Paso 2, a efectuar la operación C^—»
3C3 - C ( , con lo que será:

3
4 5 2
8 1 1
39 24 39
Paso 4
C 3,-> 5C 3, - C 2 - C 2 - C 2 - C 2
y será:

3
5 2
36 1 1
99 24 39
Paso 5
Una vez conseguido que la parte superior del tablero (la constituida por todas
las filas menos la inferior, correspondiente al shi) quede de forma triangular, el texto
indica que lo que queda en la columna de la izquierda es el cereal de calidad inferior,
tomando el número superior como fa (divisor) y el inferior como shi (dividendo).
Es decir, el shi para el cereal de calidad inferior es 99, o sea, 36z = 99, con lo que
un manojo de cereal de calidad inferior será z = 99/33 (si bien este último paso no
se da hasta el final para evitar operar con números fraccionarios).
Los pasos siguientes indican cómo obtener las cantidades de las otras dos
calidades de cereal por sustituciones sucesivas. Si en el tablero del Paso 4 se
calcula 2 4 3 6 -9 9 1 = 7 6 5 , el shi para el cereal de grado medio será 765/5 =153,
con lo que y = 153/36. Y análogam ente, efectuando la operación 3936 - 991 -
- 1532 = 999, el shi para el cereal de calidad superior es 999/3 = 333, con lo
que x = 333/36.

77
Aunque en ningún momento se ofrezca una exposición general de este
método fang cheng, el tipo de instrucciones que acompañan a la resolución de este
Problema 1 sí permiten extraer los criterios para resolver del mismo modo cual­
quier otro problema semejante. El mismo Liu Hui entiende el método de una
manera bastante flexible, pues ofrece combinaciones alternativas en las operacio­
nes entre columnas para el caso en que una triangulación como la anterior con­
duzca a cálculos "demasiado complicados de llevar a cabo".
Formalmente, el método no es otro que el se conocerá a partir de nuestro s. XIX
como ‘método de Gauss’, debido a que éste matemático lo desarrolló en el curso de
sus estudios sobre el movimiento de los cuerpos celestes1. Pero material y genética­
mente ambos métodos difieren considerablemente. No puede dejar de sorprender
que entre las emergencias de uno y otro pasen más de veinte siglos, tratándose ade­
más de un método aparentemente tan simple. Basándose en los reiterados consejos
de los sucesivos comentaristas de los "Nueve capítulos", en el sentido de elegir siem­
pre la técnica que permita la máxima simplicidad en los cálculos, Martzloff (1988:
238) conjetura que "no es excesivamente sorprendente que los calculistas de los Han
hayan descubierto tal técnica porque se dejaron guiar por un ‘principio del mínimo
esfuerzo’". Al margen de que la rigurosa aplicación de tal principio a lo que segura­
mente conduzca sea a no calcular nada — y menos con el engorro de los palillos— ,
o bien hemos de admitir que ese-principio actúa en China desde los comienzos de
nuestra era pero no empieza a ser operativo en Occidente hasta veinte siglos más
tarde (lo que no es de fácil demostración) o bien hemos de suponer que también el
‘principio del mínimo esfuerzo’ — como las ubicuas ‘necesidades prácticas’ o el
‘auge del comercio’, tan aducidos ad hoc por ciertas sociologías de las matemáti­
cas— difiere de unos modos de pensar a otros, con lo que la explicación reclama al
punto ser a su vez explicada. ¿Qué impide a la potente matemática occidental no
encontrar hasta el s. XIX el ‘método más simple’ para resolver unos sistemas de
ecuaciones que, no obstante, ya venían planteándose desde casi veinte siglos antes?
No parece demasiado aventurado suponer sencillamente que el ‘método de Gauss’
no era tal ‘método más simple’ para una matemática como la euclídea, que remata
su forma paradigmática sin pensar el ‘cero’ (clave del método fang cheng) y que
todavía en tiempos del propio Gauss discute — en boca de Kant, p.e.— la respetabi­
lidad filosófica de las ‘magnitudes negativas’ (clave de la prolongación del fang
cheng en la reglas zheng fu).

II.4. Arraigo del álgebra instrumental en la lengua natural


La naturalidad del método habrá pues que buscarla más bien en la particula­
ridad de las formas de razón dominantes en la China de los Han. Y más concreta­
mente en ciertos rasgos específicos de su lengua, de su manera de entender las fun­

1 Véase Hcrmann H. Goldsiine (1977: 212 ss.).

78
ciones simbólica y abstractiva, y de los instrumentos materiales con los que allí y
entonces se operaba de modo natural. Al margen de consideraciones culturales
más amplias, de las que nos ocuparemos a propósito de la negatlvldad yin yang, y
al margen también de la específica negatlvidad zheng fu, que trataremos con deta­
lle a continuación, el propio M artzloff aporta una sugerencia1que parece más con­
vincente que aquel sospechoso principio del mínimo esfuerzo. La disposición de
los palillos en el tablero para la ejecución del método fang cheng progresa de
arriba hacia abajo y, una vez completada la correspondiente columna, de la derecha
hacia la izquierda. Y esa es precisamente la disposición que en su progresión va
adoptando la escritura china; columnas paralelas que avanzan de arriba a abajo y
de izquierda a derecha. De hecho, las matrices resultantes del ‘método de G auss’
(C. F. Gauss, 1809) son las traspuestas de las reflejadas en el fang cheng, como
corresponde al modo occidental de expresar las ecuaciones que, a su vez, repro­
duce el orden en que progresa el texto en que los correspondientes enunciados se
dicen en las lenguas del continente europeo: en filas que avanzan de izquierda a
derecha y de arriba a abajo3. Pero esta diferencia sólo explicaría la trasposición de
columnas y filas en uno y otro caso, no el hecho mismo de que en un caso se pro­
ceda espontáneamente a expresiones — literales (álgebra ‘retórica’) o formales
(álgebra ‘simbólica’)— mientras que en el otro se haga con disposiciones simbó­
licas (álgebra ‘instrumental’ china).
Como observara W ittgenstein, "es esencial a la matemática que sus signos se
usen también en lo civil". De ‘lo civil’ extraen su organización y sentido, y a ‘lo
civil’ recurren después para ser explicados, esto es, para recuperar su narratividad
original. El paso del álgebra retórica al álgebra formal en Occidente se lleva a cabo
traduciendo uno por uno los elementos constitutivos de la frase por signos forma­
les (incógnitas, operadores, paréntesis, etc.), que se mantienen conectados entre sí
de modo isomorfo a como lo estaban sus correlatos lingüísticos en la frase natu­
ral; el signo *+’, p.e., conecta los términos 2x y 3xJ — en la expresión algebraica
2x + 3x3— como el verbo ‘añadir ’ enlaza los sintagm as nom inales ‘dos cosas’3
y ‘tres cuadrados’ en la frase ‘añadir dos cosas a tres cuadrados’. A náloga­
mente, los paréntesis algebraicos traducen pausas del enunciado literal, vengan
éstas marcadas por com as o estén tan sólo implícitas en el ritm o de la frase, etc.
Este considerable isom orfism o entre expresión algebraica y enunciado literario
sé mantiene en el álgebra fa n g clieng, pero ahora las características de la lengua
natural trasladan al lenguaje algebraico una estructura y sentido bien diferentes.
En la lengua china clásica4, sílaba, palabra y carácter gráfico tienden a con­
fundirse. La sílaba es, a diferencia de las lenguas indoeuropeas — donde no juega

1 Mantenida también, p.e., por L. Lay-Yong y A. Tian-Se (1987: 260).


* Sobre la influencia de la estructura del lenguaje natural en el ordenamiento de las expresiones
algebraicas que aquél pueda soportar, véase J. Ciernen!, J. Lochhead y E. Soloway (1979); K.M.
Fisher y J.I. Lipson (1985: 66-69).
3 Por utilizar la expresión de los cosisias. que subraya la sustantividad de estas e id l diofánti-
cas.
4 Véase, p.e., P. Demiéville (1948) o R.A.O. Forres! (1948).

79
más que un papel marginal— , la unidad fonética y semántica por excelencia.
Ahora bien, una misma sílaba puede corresponder a caracteres ideográficos muy
diferentes, que a su vez pueden tener distintos significados. Así, la frase, o el
párrafo, como yuxtaposición de ideogramas que a menudo tampoco incluyen par­
tículas gramáticales entre ellos, sólo adquieren un sentido preciso en función del
contexto, el ritmo, la disposición recíproca de los caracteres y la estructura global
que adoptan las agrupaciones de éstos (en paralelo, por inversión, etc.). Al contra­
rio que en las lenguas indoeuropeas, donde la palabra es vehículo de un concepto
semánticamente autónomo, la idea que transmite el ideograma no es independiente
de su expresión en el lenguaje, sino una idea directamente lingüística', que sólo el
contexto y la estructura total del párrafo pueden precisar. Es necesario captar pri­
mero el sentido global, para poder después — y sólo después— decidir el signifi­
cado y la función concreta de un sonido o carácter particular. Y ese sentido está
determinado por factores no estrictamente semánticos ni gramaticales sino globa­
les, como los antes apuntados: ritmo, contexto, estructura, ordenamiento... Sólo así
puede aportarse la precisión de la que carece una lengua que no posee una morfo­
logía propia, al ser cada ideograma invariable: no es necesario, ni habitual, que un
nombre haya de aparecer en singular o plural, o que un verbo se enuncie en un
tiempo determinado o con un sujeto que lo determine.
La íntima conexión entre ritmo y sentido queda expresada en el uso del mismo
término — yan-— para designar la unidad léxica y la unidad rítmica. Es el ritmo el
que aporta el sentido al marcar en el texto frase y periodos, hasta el punto de que se
ha afirmado que "el análisis rítmico ocupa, en chino, el lugar que en nuestras len­
guas ocupan el análisis gramatical y lógico"2. Así, una expresión como "shang tian
wu lu ru di wu merí' (literalmente "subir-cielo-ningún-camino-bajar-tierra-ningún-
puerta ) se reorganiza rítmicamente en dos grupos de cuatro elementos cada uno y
simétricos dos a dos: subir/entrar, cielo/tierra, ningún/ningún, camino/puerta. Con
ello, el ritmo pautado por la simetría es el que ofrece el sentido: "ningún camino
para subir al cielo, ninguna puerta para entrar en la tierra", es decir, "no hay salida".
De ahí la importancia que en chino tienen las construcciones paralelas, sea por sime­
tría, antítesis o inversión. Este último recurso es posible porque el orden en que se
siguen dos ideogramas puede alterar su significación respectiva o su función en la
frase: las distintas combinaciones permitidas de un mismo grupo de ideogramas
pueden dar lugar a expresiones bien diferentes. Lo cual está en la base tanto de cier­
tos artificios matemáticos , capaces — como el tablero de calculo en el método fang
ctieng— de hacer simbolizar a los caracteres según su situación recíproca, como de
habituales recursos poéticos; hasta el punto de que, en un poema de la época de los
Tang como el siguiente — que traducimos literalmente— , los dos últimos versos
puedan reflejar, como en un espejo, los dos primeros:

1 Asf, p.e., no existe una palabra 'diez' que represente el concepto de 'decena' y lo transcriba
como '10', sino tan sólo el signo ‘—
* P. Demiéville y Y. Hervouet (1980: IV: 309). De ellos recogemos estas observaciones sobre el
papel estructurante del ritmo.

80
"Perfume loto esmeralda agua agitar viento fresco
Agua agitar viento fresco verano jornada larga
Larga jornada verano fresco viento agitar agua
Fresco viento agitar agua esmeralda loto perfume"1.
La lectura eri un sentido (desde la primera palabra hasta la última) y en el
inverso (desde la última hasta la primera) son idénticas, no obstante lo cual el sen­
tido de los dos primeros versos es del todo diferente al de los dos últimos, que son
sus inversos. Estas inversiones se dan incluso en el interior de cada pareja de versos
(p.e. agua-agitar/agitar-agua), alterando así la función sintáctica de los ideogramas
implicados y distribuyendo de manera distinta las asociaciones con los otros ideo­
gramas adyacentes. Cheng Chi-hsien traduce así los dos primeros versos: "Sobre
el agua de esmeralda, entre los lotos perfumados, se levanta un viento fresco / El
agua se agita, el viento trae frescor, la jom ada de verano es larga". Según este filó­
logo (1972: 42), estos paralelismos e inversiones son "una tentativa para favorecer
una disposición espacial enfrentada al desarrollo temporal; ofrecen al poeta una
posibilidad de romper el discurso lineal y escapar así a la coerción del tiempo (...)
Estos dos versos, que se responden de tal modo, crean un espacio estable, autó­
nomo y que se basta a sí mismo. (...) Introduciendo en el discurso la dimensión
paradigmática2, el poeta intenta liberar a las palabras de la sujeción a las opciones
lineales, romper por un instante la cadena de la palabra y organizar un universo de
certeza que permanezca fuera del tiempo".
Esta m isma estructura formal de versos que se responden y co-responden
mediante simetrías e inversiones sintácticas es la que encontraremos en los enun­
ciados de las reglas zhengfu. En ellas, el estilo (sintáctico) viene así a reforzar
— y a reproducir en otro nivel— admirablem ente el contenido (sem ántico),
diciendo mediante paralelism os, simetrías y oposiciones (simbólicas, ideográfi­
cas) cómo operan las simetrías y oposiciones (conceptuales, matemáticas) que
articulan el álgebra zheng fu.
Imposible no ceder también a la asociación entre la contraposición expuesta
por Cheng Chi-hsien (temporalidad/espacialidad narrativas) y la que enfrenta la
linealidad, secuencial y sintagmática, de las ecuaciones lineales en el contexto de

1 Citado por Cheng Chi-hsien (1972: 38), a quien seguimos también en las observaciones sub­
siguientes. En el mismo número 48/49 de la revista Tel Q uel, dedicado íntegro a China, véanse tam­
bién: Ion Banu, "Philosophie social, magie et langage graphique dans le Hong-fan"', Viviane
Aileton, "Écriture chinoise"; y Julia Kristeva, "La contradiclion et ses aspecls chez un auteur des
Tang".^
~ El término 'paradimático' está aquí empleado en el sentido que le da la lingüística pos-saus-
suriana. Un término está relacionado paradigmáticamente con aquellos otros con los que comparte un
determinado radical, un cierto sufijo, una asociación fonética o un cierto campo semántico; la dimen­
sión paradigmática abre así varias series de relaciones virtuales, a diferencia de la relación sintag­
mática, que asocia cada término con los que le acompañan en la secuencia temporal cerrada del
enunciado al que pertenece.

81
las lenguas indoeuropeas, con la espacialidad, holista y paradigmática, de su
representación en el método fang cheng. En aquéllas, la secuencia temporal de
los signos reproduce la de la frase, y otro tanto ocurre con los vínculos sintácticos
y gramaticales. En el tablero de cálculo, la disposición espacial despliega relacio­
nes paradigmáticas (ñlas = cualidades semejantes) junto a las sintagmáticas
(columnas = frases), al tiempo que cada unidad (grupo de palillos / ideograma)
significa en función de su disposición en el conjunto (su lugar en el tablero) y no
de su contenido semántico estricto o de una m arca gramatical que la determine.
Tampoco puede dejar de percibirse una notable analogía entre el diálogo interno
del párrafo literario chino, a través de paralelismos e inversiones, y el modo de
operar fang cheng por medio de equilibramientos y compensaciones de los tér­
minos de unas columnas que, en paralelo, se determ inan mutuamente. (La incor­
poración de las reglas zheng fu o ’positivo/negativo’ añadirá a esta dialéctica
interna un nuevo juego de oposiciones, que ahora resulta bastante menos cho­
cante). No es, por tanto, sólo una cuestión de econom ía gráfica la que hace inne­
cesario, como apuntaba M artzloff, el simbolismo algebraico en la m atem ática
china, sino que tal falta de necesidad arraiga más bien en la m anera de distribuir
significados implícita en la propia estructura de su lengua y en la singularización
de los lugares de su espacio.
^D esde esta perspectiva, lo que ahora parece sorprendente no es tanto que el
álgebra matricial china haya precedido en veinte siglos a la indoeuropea como que
ésta haya llegado a aparecer alguna vez, en tan claro antagonismo con las configu­
raciones a que parecen conducir sus disposiciones lingüísticas y sus concepciones
espaciales^La teoría de matrices, empezada a desarrollar en Europa a mediados del
s. XIX por Cayley y Sylvester1, tiene su origen en los cálculos con determinantes
— formados por los coeficientes de sistemas de ecuaciones— llevados a cabo por
Cramer, Bézout, Vandermonde, Lagrange, Laplace y otros. Entre los trabajos pio­
neros sobre determinantes suelen citarse ios de Leibniz y el japonés Seki Takakazu
(1642-1708), más conocido como Seki Kowa5; el primero de ellos se mostró viva­
mente interesado en los procedimientos chinos de representación simbólica, como
demuestra su uso del Yijing para la construcción de una mathesis universalis,
mientras que el segundo era un profundo conocedor del método fang cheng. Seki
Kowa, llamado el sansei o ‘matemático sagrado’, es tenido por el creador de las
matémáticas wasan, basadas a su vez en las técnicas del álgebra tengen, que ope­
raban con palillos y que en tiempos de Seki Kowa ponían el énfasis en resolver
ecuaciones de elevados grados mediante este artificio. Las innovaciones introduci­
das por él llevarán al álgebra wasan a enfrentarse con el problem a del modo de

1 Véase, p.e., L. Novy (1973: 165-172), donde se .alude a los trabajos en ruso de A.P. Juskevic
en los que se destaca el uso de matrices en lugar de ecuaciones en el álgebra china.
2 Véase Th. Muir (1906).

82
existencia de las rafees negativas e imaginarías1. Bien pudiera ser éste el lazo que
une, como sugiere Mikami (1914: 29), el método fang cher.g con la ‘tardía’ teoría
de matrices europea: "nos sentimos inclinados a creer en el origen japonés de la
teoría de determinantes como seguramente derivada del método de solución de
ecuaciones lineales simultáneas, que los japoneses aprendieron de sus maestros
chinos".

U.S. Las reglas zheng/fu (‘positivo/negativo’)


El método fang cheng tiene ciertamente sus limitaciones. Una, cuando no
todas las ecuaciones son linealmente independientes2', entonces la división que
aparece al final de los cálculos ‘no es posible’, al ser el divisor nulo. Otra, cuando
intervienen grandes números, pues el método de sustracciones sucesivas puede
desencadenar entonces varios miles de operaciones. Y, una tercera, cuando la apli­
cación del método obligue a sustraer un número de otro menor o de una posición
vacía. La primera restricción, como observa M artzloff (1988: 239), no estaban en
condiciones de resolverla ni los matemáticos chinos de los Han ni siquiera los de
los Yuan. Para la segunda, el mismo Liu Hui ofrece aplicaciones alternativas del
método. Así, en el problema 7 del capítulo 8o, en lugar de una engorrosa iteración
de sustracciones establece una simetría de operaciones entre columnas que emplea
tan sólo dos multiplicaciones y una resta:
mediante las combinaciones lineales:
C_ l -» 21C I -4 C 2
C —> 4C
se produce la transformación:

1 Véase Shigeru Nakayama (1980: 15 & 16: 749-75). El autor señala que, "de la tradición
pragmática china, el wasan habfa heredado la idea de que una ecuación sólo podía tener una
raíz. Seki, sin embargo, introdujo la discusión en torno a las rafees negativas e imaginarias,
intentando interpretar su significado. A partir de un enfoque característico del wasan. trans­
formó y 'corrigió' tales problemas para obtener soluciones reales positivas, rechazando las
implicaciones del problema original. Asi, su teoría de las ecuaciones desecha posteriores desar­
rollos hacia una teoría de los números negativos e imaginarios en el interior del wasan". Una
reacción así no es 'característica del wasan', pues la encontraremos muy parecida en la Encyclo-
p id ie de D ’Alem bcn y Diderot. No obstante, la disponibilidad de estos trabajos de Seki Kowa
— su "Discusión sobre la especificación de problemas" (Daijutsu bengi) y su "Clarificación de
problemas imposibles" (Byodai meichi)— tan sólo en japonés, nos impide precisar más esta
cuestión.
2 Es decir, cuando una de ellas puede obtenerse como producto de otra por un cierto número.

83
10 210
21
20 20
4
— > 84
80 340
c2 c1
Pese a la evidente superioridad de este procedimiento, su uso no se generali­
zará en China hasta mil años después, lo que M artzloff atribuye a la dificultad inhe­
rente a la idea de multiplicación de cantidades negativas que el procedimiento
implicaría al extenderse mediante las reglas zheng fu qué regulan las operaciones
con estas cantidades. Estas reglas se introducen para negociar la tercera dificultad
mencionada, lo que los autores de los "Nueve Capítulos" consiguen "de manera
sorprendente para su tiempo". Es para poder restar, en el curso del método fang
cheng, un número de otro menor o de un hueco en el tablero para lo que los mate­
máticos Han construyen una forma de negatividad que se tiene por la primera ‘apa­
rición’ de los ‘números negativos’. La manera tan rotundá y acabada de esta cons­
trucción, en contraste con su penosa y em ergencia en Occidente, arroja ciertas
reservas sobre la ‘dificultad’ — supuesta por M artzloff— de extender las operacio­
nes de suma y resta (para las que inicialmente se define) a la multiplicación. Más
aún cuando se considera que Diofanto, cuyas construcciones son más tímidas y
balbucientes, lo que enuncia de forma primera y explícita es precisamente la mul­
tiplicación de ‘términos negativos’ . Pero esta discusión sólo puede hacerse desde
una preciso conocimiento de las reglas zheng fu.
Conviene antes destacar el carácter eminentemente práctico — y, por tanto,
dúctil— de lo que en China se entiende por un método o una doctrina, frente a las
connotaciones de rigor y abstracción que suele evocar para una mentalidad occi­
dental, pues ahí está uno de los motivos que permitirán bordear operaciones que
cualquier método rígido descartaría por imposibles o faltas de sentido. Marcel Gra-
net (1968: 18), más atento al estudio de la mentalidad china profunda que a las ela­
boraciones eruditas, destaca que "nunca se debe olvidar que una ‘doctrina china’
debe ser definida, no en tanto intenta determinar las articulaciones de un sistema
dogmático, sino en cuanto apunta a extraer una especie de fórmula maestra o receta
central". La ‘receta central’ del método fang cheng está en conseguir triangular a
base de huecos la matriz que define la disposición de los coeficientes en el tablero
de cálculo. Y a ello se va a subordinar hasta la propia consideración de los objetos
que se tendrán por ‘números’. A lo cual favorecerá, sin duda, la no construcción
por la matemática ni por la filosofía chinas de una metafísica explícita del número
que, como en Grecia, delimite las fronteras de lo que puede pensarse como tal'.

1 La ausencia de csla metafísica del número no es evidentemente exclusiva de la cultura china.


Pero tal ausencia, junto al tipo de problemas que la matemática china se plantea, el modo de enfocar
su resolución, y las categorías conceptuales que, al dominar su manera de pensar, orientan la construc­
ción de esa solución, sí parecen determinar la ‘Insólita aparición’ en China de los ‘números negativos’.

84
Para Granet (1968: 26), el modo clásico de pensar chino "ha desdeñado los recur­
sos de claridad que aportan al espíritu una lógica de la extensión y una física de la
cantidad. No ha querido considerar los Números, el Espacio y el Tiempo como si
fueran abstracciones. Como tampoco ha considerado útil constituir categorías abs­
tractas como nuestras categorías de Género, de Sustancia y de Fuerza".
En este espíritu se construyen las reglas zheng fu, y en este espíritu Liu Hui
ofrece asimismo otra variante del método fang cheng , que él llama "nuevo
método" por oposición al "viejo método". En el problema 18, frente a quienes,
inseguros ante los principios del fang cheng, se refugian en "seguir rígidamente el
[viejo] método de cálculo en el tapete [o tablero]” por más que "se enreden exce­
sivamente con él", Liu Hui llama a "mirar el método global con perspectiva", aten­
diendo derechamente a su esencia. Pero lo que aquí queremos destacar no es el
detalle del ‘nuevo m étodo’ sino el espíritu de esa ‘perspectiva’ que el matemático
chino expone a propósito de él:
"Podemos comparar tal técnica con la de un buen cocinero. Cuando un coci­
nero habilidoso corta la carne de una vaca, mueve con libertad el cuchillo por el inte­
rior de la pieza de modo que el cuchillo permanezca añlado por mucho tiempo. Las
matemáticas son como el cuchillo que actúa con eficacia y soltura en manos del coci­
nero habilidoso. De este modo no sólo se hace el trabajo rápido y sin esfuerzo sino
que el cuchillo está siempre afilado como al principio"1.
Así también el método ha de ser dúctil y moverse ‘con libertad’, adaptándose
a los recovecos de cada problema en el que penetra. El fang cheng y, en general,
toda la matemática china parecen atender a la sugerencia de W ittgenstein (1987:
138) de adoptar instrumentos de medida blandos, dotados de una cierta elastici­
dad. No envarados por una metafísica explícita del número y orientados por unas
categorías latentes bien distantes del sustancialismo griego, la libertad con que los
matemáticos Han van a mover el cuchillo para atajar la tercera de las limitaciones
mencionadas les llevará.a construir la negatividad zheng fu.
Las zheng fu shu (o ‘reglas zheng fu ’) aparecen formuladas en cuatro sucintos
enunciados al final del problema 3 del 8o capítulo del Jiu zhang suanshu. El propio
texto dice que se aplican a 12 de los 18 problemas que integran este capítulo 8o, a
saber, a los problemas que van del 3 al 6, al 8, y del 12 al 18. No conviene perder
de vista que estas reglas tienen por objeto ‘mantener el cuchillo afilado’ de modo
que pueda hacer su trabajo ‘sin esfuerzo’, y este trabajo — como veíamos — no es
otro que el de conseguir vaciar espacios en el tablero, hacer ‘desaparecer’ (jin)
palillos numerales mediante el ‘equilibramiento’ (q¡ tong) de términos en colum­
nas paralelas; un trabajo que parece quedar bloqueado en el momento en que las
‘sustracciones directas’ (zí chu) conduzcan a tener que restar un número de otro
menor o de una posición vacía. La introducción de los términos opuestos zheng y

1 Citado por L. Lay-Yong & A. Tian-Se (1987:246).

85
fu se orienta, pues, directamente a poder seguir adelante con el proceso de elimi­
nación por equilibramiento. Recordemos cómo Liu Hui expresa este propósito:
"Cuando se consideran dos expresiones [según el método de cálculo en el
tablero] podemos obtener resultados opuestos, para los que tenemos que usar los
nombres zheng y fu al referirnos a ellos. Para los [nombres/números] zheng usamos
palillos rojos, mientras que los [nombres/números] fu se representan por palillos
negros. Como alternativa, un [nombre/número] zheng puede transformarse en uno fu
cuando se coloca un palillo cruzado sobre él. En el cálculo en el tablero, cuando
intervienen [nombres/números] rojos y negros, hay un método para manipularlos en
las columnas de izquierda y derecha. Este método no es del todo el mismo que el pro­
cedimiento normal de suma y resta. El que [un nombre/número] sea rojo o negro se
determina realmente por reducciones [o destrucciones] mutuas (xiang xiao). Para
llevar a cabo la suma o resta de los [nombres/números] que ocupan posiciones
correspondientes en columnas diferentes, hay dos reglas sobre tipos diferentes de
suma y resta"1.
En esta introducción a las reglas, observamos que:
a) Zheng y fu son ‘nombres’ (de ciertos resultados obtenidos al operar con
palillos); como todos los nombres chinos no remiten, por tanto, a conceptos o ideas
abstractas previos, sino que son más bien, como veíamos, ‘ideas lingüísticas’, defi­
nidas antes por su función y posición en la frase y en el texto (contexto que aquí
proporcionan las columnas en el tablero) que por el acotamiento de un campo
semántico propio y cerrado.
b) No puede, pues, decirse, en particular, que remitan a una idea previa de
número, de la que serían meras especificaciones — como, p.e., lo par y lo impar— y,
menos aún, pese a la opinión de Martzloff, a ninguna idea semejante a la griega de
‘multiplicidad de unidades’; en consecuencia, en la traducción optamos por obviar
el término ‘número’, asociándolo al de ‘nombre’ en el suspenso de los corchetes.
En sus traducciones, M artzloff y Lay-Yong / Tian-Se suelen introducir los
sustantivos ‘número’ o ‘palillos’ a los que zheng y fu vendrían a determinar como
adjetivos. Sin embargo, en las versiones ideográficas que reproduce Qian Baocong2
no hay tales sustantivos a los que los adjetivos determinarían como la especie lo
hace con el género. La ausencia de esas categorías metafísicas en el pensamiento
chino tradicional tiene como correlato lingüístico la ausencia de jerarquización
gramatical entre nombres y adjetivos, que — por otra parte— siempre mantienen
un sustrato verbal3. Así, nada tiene de extrañar que en las expresiones ideográficas
originales del Jiu zhang suanshu no aparezca nada parecido a ‘números positivos’

1 Cilado por L. Lay-Yong & A. Tian-Sc (1987:237). Las cursivas son nuestras, asf como la tra­
ducción de ‘xiang xiao' por 'reducciones (o destrucciones) mutuas’, también habitual y mucho más
expresiva que la de ’sustracciones mutuas’.
2 Q. Baocong (1963: 225-6). Véase su reproducción mas adelante.
3 Véase, p.e., M. Granel (1968:38), o más profusamente E. Fenollosa y E. Pound (1977: 36-48)

86
o ‘palillos negativos’ sino, simplemente, los ideogramas correspondientes a zheng
y a fu, en los cuales quedan subsumidas las funciones sustantiva, adjetiva y verbal.
c) Tanto zheng como fu son nombres, nombres no de ideas sino de unos
‘resultados’ que se obtienen en el curso de las operaciones en el tablero: son las
destrucciones sucesivas las que determinan que ese ‘resultado’ se nombre de un
modo u otro; su ser ‘producto’ (y no mero ‘proceso’ que se desvanece en su propio
discurrir, como le ocurrirá a Diofanto) es la primera determinación que Liu Hui
establece para zheng y fu.
d) La segunda determinación se cifra en que estos nombres aparecen inme­
diatamente como resultados ‘simétricos’. Ninguno tiene, de entrada, un estatuto pri­
vilegiado respecto al otro; el tratamiento que uno y otro reciben, tanto en esta intro­
ducción como en el resto del capítulo, es exquisitamente simétrico, salvo esa
diferencia notacional que advierte cómo pueden distinguirse entre sí, bien por el
color bien por la manera de disponer uno de los palillos en que consiste el nombre/
número fu , que así, y sólo a estos efectos, aparece marcado respecto de zheng1
hecho, la única determinación que decide si un nombre/número es de un tipo u otro
es la que resulta de proceder a ‘destrucciones (o reducciones) mutuas’ ixiang xiad).
Las reglas que ahí anuncia Liu Hui son las zheng fu shu. Se presentan dividi­
das en dos grupos: las reglas de sustracción y las reglas de adición. Para facilitar
su comentario nosotros subdividiremos cada una en dos subgrupos, formado cada
uno, a su vez, por un par de reglas. Como las divergencias entre Lam Lay-Yong /
Ang Tian-Se y J.-C. M artzloff en las versiones del texto original son significativas,
hemos optado por incluir ambas, indicando la de los primeros como (a) y la del
segundo como (b). La versión (c) ‘correspondería’ a su transcripción en símbolos
aritméticos occidentales modernos, lo cual facilita la comprensión en la misma
medida en que la distorsiona (al incorporar inconscientemente presupuestos ajenos
a las matemáticas Han).
Regla 1: De sustracción:
1.1.1. (a) Cuando los nombres son los mismos, restar.
(b) Los [palillos] del mismo nombre se contraen (se réduissent)
mutuamente.
(c) (+ n) - (+ m) = + (n - m) y (-n) - (- m) = - (n -m )
1.1.2. (a) Cuando los nombres son diferentes, sumar.
(b) Los [palillos] de nombre diferente se acrecientan ( j’acroissent)
mutuamente.
(c) (+ n) - ( - m) = + (n + m) y ( - n) - (+m) = - (n + m)

1 El sentido preciso de este carácter marcado (y, por tanto, derivado) de/u respecto de un zheng
no marcado (y, por tanto, anterior) lo matizaremos en un análisis posterior del significado de ambos
términos en el lenguaje ordinario.

87
1.2.1. (a) Un número positivo (zheng) emparejado con (ru) nada (wu) se
hace negativo (fu)1.
(b) Si un [palillo] positivo no tiene a qué enfrentarse (wu ru), se le
negativiza.
(c) 0 - (+n) =*- n
1.2.2 .(a) Un número negativo (fu) emparejado con (ru) nada (wu) se hace
positivo (zheng).
(b) Si un [palillo] negativo no tiene a qué enfrentarse (wu ru), se le
positiviza.
(c) 0 - ( - n) = + n
Regla 2: De adición:
2.1.1. (a) Cuando los nombres son diferentes, restar.
(b) Los [palillos] de nombres diferentes se contraen mutuamente.
(c) (+ n) + ( - m) = + (n - m) y ( - n) + (+ m) = (n - m)
2.1.2. (a) Cuando los nombres son los mismos, sumar.
(b) Los [palillos] del mismo nombre se acrecientan mutuamente.
(c) (+ n) + (+ m) = + (n + m) y (- n) + (- m) = - (n + m)
2.2.1. (a) Un número positivo (zheng) emparejado con (ru) nada (wu) se
hace positivo (zheng).
(b) Si un [palillo] positivo no tiene a qué enfrentarse (wu ru), se le
positiviza.
(c) 0 + (+ n) = + n
2.2.2. (a) Un número negativo (fu) emparejado con (ru) nada (wu) se hace
negativo (fu).
(b) Si un [palillo] negativo no tiene a qué enfrentarse (wu ru), se
negativiza.
(c) 0 + ( - n) = - n
Estas reglas, en su versión original, aunque numeradas según los mismos cri­
terios anteriores, se formulaban así2:

1 La inclusión de los términos chinos entre paréntesis es nuestra.


2 Los ideogramas empleados por Lay-Yong/Tian-Se son los caracteres simplificados, posterio­
res a la ‘revolución cultural’. Aquí reproducimos los originales.

88
Regla 1
1.1.1. te flfc
1.1.2. 35.
1.2.1. A
1.2.2. i # A.
Regla 2
2.1.1. te] F&
2.1.2. % ¿a M.
2.2.1. A JE <.
2.2.2. A£
Antes de atender a los comentarios de Liu Hui sobre estas reglas de autor anó­
nimo, es de interés destacar algunas observaciones:
i) Las letras n y m de la versión (c) son ‘enteros positivos’ para los que se
supone que n > m. Los ‘nombres’ a los que se refieren las reglas zhengfu se tradu­
cen aquí por los signos + y - d e + n y - n . Hemos mantenido la redundancia en
términos como + n o + m, en lugar de simplemente n o m , para reproducir el carác­
ter marcado que tienen en China tanto zheng com o/u?L a simetría del tratamiento
chino se traiciona en la habitual grafía occidental que establece un número natural
no marcado, n, al que se supone positivo, respecto del cual el negativo,- n, aparece
necesariamente marcadoVEs precisamente esa naturalidad, tan sólo concedida a lo
positivo, la que en Occidente planteará lo negativo, antes que nada, como problema
o como aberración, como algo no natural que reclama, por tanto, un explicación
especial. Además, la marca ‘— ’ que entre nosotros especifica al número negativo
respecto del positivo o natural no marcado, indica una cierta especificidad respecto
de un género que son del todo ajenos — género y especie— al juego de simetrías e
inversiones, no sub-ordinadas sino co-ordinadas, que orientan las formas chinas de
negatividad.
ii) Los enunciados ideográficos en lengua china son bastante más concisos
que la propia expresión arim ética de la versión (c), pues cada uno no utiliza sino
cuatro o cinco caracteres en lugar de los dieciséis, o treintaidós, que llega a
em plear esa última. Este laconism o de la frase china queda m ejor recogido en las
versiones (a).

89
iii) Las versiones (b) reflejan con mayor fidelidad el espíritu original en lo
que se refiere a evitar el carácter adjetivo de zheng y de fu respecto de un (inexis­
tente) concepto de número que, sin embargo, sí se sustantiva en las versiones (b).
iv) Las versiones (b), sin embargo, transmiten con mayor vigor dos rasgos
centrales, a nuestro juicio, de la negatividad china: los de simetría y de construc­
ción mutua, o dialéctica, de elementos opuestos. El ‘reducir-se mutuamente’ y el
‘acrecentar-se mutuamente’ (reglas 1 . 1 y 2.1.-.) reflejan mejor esa interacción de
opuestos que se contraen/expanden por efecto de su acción recíproca que la idea
de ex-tracción, o sustracción a partir de un sustrato (positivo) que se supone puesto
ahí previamente: idea que es la que subyace al concepto de ‘resta’ con el que las
versiones (a) evocan — implícita y anacrónicamente — la tradición aristotélico-
euclídea.
v) Así, las versiones (b) permiten aflorar lo sobreentendido en las reglas
1.1.-. y 2.1.-., a saber, que el resultado de las operaciones tiene el nombre — o el
color— del nombre/número mayor, cuando los nombres son distintos (1.1.2. y
2.1.1.), y el nombre — o el color— común cuando los nombres son el mismo
(1.1.1. y 2.1.2.).
En su formulación (b), estas reglas pueden incluso levantar cierta perplejidad:
cuando se ordena "restar" ¿qué debe restarse de qué?, ¿en virtud de qué debe res­
tarse, en ciertos casos, el mayor del menor, cuando lo natural parece ser — si no se
indica otra cosa, como es el caso— lo contrario? El ‘reducirse mutuamente’ de la
formulación (b) sí parece, en cambio, sugerir esa anulación recíproca de tantas uni­
dades/palillos zheng como fu de modo que, una vez reducidas todas las unidades
corespondientes, el nombre/color del residuo sea el que dé nombre/color al resul­
tado.
vi) El término wu (reglas 1.2.-. y 2.2.-.), que en (c) transcribimos por nuestro
‘cero’ aritmético, resulta sustancializado en las versiones (a), que lo toman por
‘nada’. En (b), sin embargo, mantiene una función verbal, activa, en su acepción
de ‘no tener’. Este término, para el que M artzloff y Lay-Yong / Tian-Se emplean
ideogramas diferentes aunque gramaticalmente equivalentes, es una partícula
negativa que puede traducirse por ‘no’, ‘sin’, ‘no haber’, ‘no tener’... o por los sufi­
jos privativos/negativos ‘a-’, ‘in-’,... (así wu jiang significa ‘i-limitado’). Como
veremos, tanto su acepción sustantivada, inerte, como la que le presta tensión y
actividad, se justifican en la función matemática que de hecho cumple ese cero-
hueco que se dice como wu.
vii) Las versiones (a) traducen la expresión ‘wu ru' por ‘emparejado con
nada’, en el sentido de ‘operado con nada’, sobreentendiéndose que esta operación
es la resta en las reglas 1.2.-. (reglas de sustracción) y es la suma en las reglas 2.2.-
. (reglas de adición). De ahí se siguen las versiones (c) correspondientes. La ver­
sión (b), de Martzloff, intenta primero expresar 'wu ru' como ‘ne pas avoir á
entrer’ y, ante la oscuridad de la versión, adopta después la sugerencia de Liu Hui
que la hace equivaler a 'wu du¡', que M artzloff asocia con ‘ne pas avoir de vis-a-
vis’, que podemos traducir por ‘no tener a qué enfrentarse’ o ‘sin correlato’.

90
viii) Por lo apuntado en los dos últimos apartados, este wu puede recordar,
en una primera y grosera aproximación, al oudén o al mSdén griegos. Tanto el tér­
mino chino como los griegos son términos no técnicos, tomados en préstamo al
lenguaje natural, donde cumplen una función gramatical de negación (los términos
griegos están construidos a partir de las partículas negativas ou y me, en tanto que
el chino es por sí mismo una partícula de ese tipo). Y tanto el uno como los otros
parecen señalar, en su incorporación al discurso aritmético, una ausencia de razón
o relación entre aquello que significan y el número: zheng (o fu ) "‘no tiene’ a qué
enfrentarse", en el contexto de los "Nueve capítulos", del mismo modo en que "‘no
hay’ razón (lógon) entre el exceso y ‘nada’ (hyperéchei kai oudén)" en la Physica
aristotélica1.
Pero ambas sinrazones actúan de facto de manera muy distinta. La aristoté­
lica actúa como un dato, un a priori incontrovertible. Para demostrar que no hay
razón entre el vacío (kénón) y el cuerpo (somatos), Aristóteles parte de la evidencia
aritmética de que tampoco la hay entre nada (médén) y el número (arithmós), de
donde, por analogía, concluye la falta de razón que se proponía demostrar en el
ámbito físico. La imposibilidad de una nada aritmética es el fundamento infundado
de su — también, por tanto, imposible— correlato físico. En las reglas 1.2.-. y 2.2.-
., por el contrario, la aparente ausencia de razón o de posibilidad de empareja­
miento (ru) entre el número/nombre (zheng o fu ) y nada (wu) es una ausencia que
actúa, que de hecho sí empareja, sí establece co-relación o relación entre lo uno y
lo otro, y lo hace ‘negativizando’ el zheng (1.2.1.) y ‘positivizando’ el fu (1.2.2.),
o bien ‘positivizando’ el zheng (2.2.1.) y ‘negativizando’ el fu (2.2.2.). En los dos
primeros casos invierte los nombres o cualidades (de los números), mientras que
en los dos últimos los mantiene. Es sigificativo que hasta cuando wu no hace nada
— como en estos dos últimos casos — sí lo hace: positiviza lo positivo y negativiza
lo negativo; estas dos reglas, que presentan como convención lo que debería ser
evidente, tienen sin embargo el mismo estatuto codificador de una transformación
que cualquiera de las otras donde la transformación no es ni mucho menos evi­
dente.
La nada aritmética china (wu) es, por así decirlo, activa, homogénea con la
cantidad (con la que puede entrar en relación) y determinante, es decir, capaz de
producir una orientación determinada sobre aquello con lo que interactúa, bien sea
preservando su orientación inicial, bien invirtiéndola. La nada griega, por el con­
trario, es pasiva, heterogénea con el número — con el que no tiene soporte o sus­
tancia común— y, por tanto, incapaz de inducir en él ningún tipo de determinación:
ella es la in-determinación misma: ápeiron1.

1 Pliysica, IV.8.215^12-20. Para un análisis en detalle de este pasaje, véase el epígrafe III.3.
• Dejamos para los epígrafes II.8, 11.9, y 11.15 la discusión sobre: a) el sentido preciso de wu
como ‘ccro\ b) su comparación con oirás formas de ‘cero’ en China, y c) su función en la metafísica
china y, en particular, en el taoísmo.

91
ix) La estructura global del conjunto de enunciados que constituyen las
reglas zheng fu ofrece una notable similitud con la de las formas poéticas chinas
antes consideradas. También aquí los juegos de paralelismos, simetrías e inversio­
nes contribuyen de manera esencial a construir el sentido de unas nociones y ope­
raciones que no se han definido previamente. El significado de los ideogramas
principales (zh en g,fu , wu, ru) no está tanto dado en su (im)precisión semántica
cuanto en su reiteración en construcciones sintácticas paralelas, simétricas, inver­
sas... En el paralelismo aprecia ChengChi-hsien (1972:42) uno délos rasgos esen­
ciales y originales de la poesía china, hasta el punto de que para ciertasuformas es
obligatorio. Y si ese "paralelismo es reflejo de una concepción esencialmente dua­
lista de la vida", ninguna otra estructura discursiva hubiera resultado más adecuada
para la enunciación de esa noción esencialmente dual que es la zheng/fu.
Efectivamente, paralelos, y simétricos, son entre sí, p.e., los enunciados 1.1.1.
y 1.1.2., así como los 1.2.1. y 1.2.2. (y también los paralelos, a su vez, de la regla
2). Pero esas simetrías ocurren gracias a una doble inversión ; así, el paralelismo
entre 1.1.1. y 1.1.2. resulta de la inversión ‘mismos/diferentes’ seguida de la ‘res­
tar/sum ar’. Por el contrario, hay una aparente asimetría entre enunciados no obs­
tante correlacionados, como el 1.1 .1. y el 2 . 1. 1., pues a la invariancia en ambos del
‘restar/restar’ acompaña la inversión ‘mismos/diferentes’; sin embargo, aquí la
segunda inversión está ausente del enunciado pues se ha operado elípticamente al
pasar de la regla 1 a la 2, con lo que de manera implícita ‘sustracción’ se ha inver­
tido en ‘adición’. Más claro queda esto en, p.e., el paralelismo entre 1.2.1. y 2.2. L,
donde el emparejamiento con wu invierte asimétricamente sus efectos en fu
(1.2.1.) y en zheng (2.2.1.); en este caso es la inversión implícita — ‘sustracción/
adición’ — en la oposición ‘regla 1 / regla 2’ la que atribuye sentidos opuestos a
un mismo término (ru, ‘emparejado con’) que parecía romper la simetría.
Con todo, Liu Hui juzga que "la gente en general piensa que el método fang
cheng es difícil; algunos son incapaces de ir más allá de la tabulación de términos
que incluyen [nombres/números] zheng y fu". Por ello ofrece la siguiente explica­
ción sobre la regla 1.1.1.:
"Esto [la regla 1.1.1.] significa que [nombres/números] rojos se restan de rojos
y [nombres/números] negros se restan de negros. El objeto de llevar a cabo sustrac­
ciones mutuas entre columnas de números es eliminar los [números] que ocupan las
posiciones superiores. Por tanto, usad esta regla sólo cuando los [números] de las
posiciones superiores tienen el mismo nombre. Si tienen nombres diferentes, enton­
ces usad la regla siguiente [1.1.2.]" (1987: 238).
En esta sucinta explicación, Liu Hui dedica tanto al dictum de la regla como
a recordar de nuevo el objetivo último que se está persiguiendo, que es "eliminar
los [números] que ocupan posiciones superiores", obtener huecos en el tablero de
cálculo, pues es en torno a estos huecos donde encuentra sentido todo el juego de
operaciones entre colores opuestos.

92
El comentario de Liu Hui a la regla 1.1.2. es el siguiente:
"La sustracción [de números] entre columnas se lleva a cabo cuando [los
números] son de la misma clase. Si sus nombres son diferentes, [los números] no
pertenecen a la misma clase. Si no son de la misma clase, [los números] son deseme­
jantes y no pueden restarse tal cual. Así, cuando un [número] rojo se empareja con
(dui ze) uno negro, el resultado es un negro; y si un [número] negro se empareja con
uno rojo, el resultado es un rojo."
Y apostilla con un recordatorio semejante al anterior:
"Los [números] rojos y negros de hecho se acrecientan mutuamente con el fin
de su eliminación. Esta eliminación a través de sustracción y adición es para conse­
guir el shi que corresponda con un sólo item. El propósito del método es eliminar los
números superiores de las columnas. No importa cuántos términos haya en las
columnas; de lo que se trata es de llevar a cabo sustracciones y adiciones mutuas
repetidamente. El principio es siempre el mismo.”
En su comentario a esta regla, vemos que para Liu Hui la división en clases
(una para zheng y otra para fu ) no conlleva heterogeneidad de los elementos a los
que se les atribuyen clases distintas. Esa clasificaciín indica simplemente que, en
ese caso, las operaciones entre elementos o nombres de diferentes clases no pue­
den realizarse al modo habitual, prescindiendo del color, sino que sufren alteracio­
nes, precisamente las que establece la regla.
La expresión dui ze (‘se empareja con’), al igual que ocurría con la de wu ru,
debe contextualizarse para evitar su ambigüedad, de modo que se entienda ‘se resta
de’ en las reglas 1.2.- y ‘sumar a’ en las 2.2.-. Con esto, Liu Hui establece que nom­
bres diferentes "no pueden restarse tal cual" [p.e., (- 3) - (+ 4) no puede entenderse
como 4-3 ni como 3-4] sino que "se acrecientan mutuamente" [i.e., 3 + 4 = 7]. Y si
se trata de un rojo [+ 4] emparejado con — restado de— un negro [-3] el resultado
ha de ser negro [i.e. -7]. Otros comentarios, en fin, ayudan a interpretar las restantes
reglas en el mismo sentido.

II.6. El uso de las reglas zheng fu en el contexto fang cheng.


El primer problema del capítulo 8o de los "Nueve capítulos" donde aparecen
nombres/números fu es el problema 3. A propósito de él se establecen las reglas
zheng fu y se insta a aplicarlas, aunque el propio problema no se usa como ilustra­
ción de las reglas. Un problema típico donde sí se recurre a ellas es el siguiente:
Problema 8
"Al vender 2 vacas y 5 cabras para comprar 13 cerdos, hay un superávit de
1000 monedas. El dinero obtenido de vender 3 vacas y 3 cerdos da justo para com-

93
prar 9 cabras. Al vender 6 cabras y 8 cerdos para comprar 5 vacas, hay un déficit de
600 monedas. ¿Cuál es el precio de una vaca, de una cabra y de un cerdo?”
La disposición de los datos del problema en el tablero de cálculo es:
-5 3 2 vacas
6 -9 5 cabras
8 3 - 13 cerdos
-6 0 0 0 1000 shi
que corresponden al sistema de ecuaciones:
2x + 5y - 13z = 1000
3x - 9y + 3z = 0
- 5x + 6y + 8 = - 600
Se observa que el número de animales vendidos, al igual que la cantidad
tenida como superávit, se toma como zheng (en tanto que ingresos), mientras que
los animales comprados (pagos) y el déficit en la transacción se toman como fu.
Esto ha llevado a varios estudiosos a dar por descontado, acaso un tanto precipita­
damente, que los conceptos de zheng y d e/u se fundan en los de superávit/déficit,
ganancia/pérdida, etc.
Aplazando por un momento la discusión de ese punto, en el Problema 8 pue­
den apreciarse — ya desde su primera formalización en el tablero— dos significa­
tivas diferencias respecto del que hubiera sido su establecimiento en Grecia, y par­
ticularmente en Diofanto:
a) La primera está en la puesta de una ‘magnitud negativa’ (en la tercera
columna, desde la derecha) como término independiente {shi en los "Nueve capí­
tulos", arithmós en Diofanto), es decir, como dato o resultado parcial previo, del
cual arrancad problema. La matematización de la falta o déficit no acontece en la
pura transitoriedad de las operaciones intermedias, como ocurrirá en la Arithme-
tica, sino que se asienta, de manera estable, como hecho autónomo, con capacidad
para afirmarse por sí mismo como un hecho que se determina negativamente.
Aquello que Diofanto trata continuamente de evitar aquí se muestra de entrada.
b) La segunda diferencia se refleja en la columna central. El resultado de las
transacciones en la segunda relación es de suma cero: ‘da justo’, no queda nada
(wu) en el lugar donde debería estar su shi. El vacío resultante es efecto de la com-

94
«ensación de fuerzas opuestas (compras/ventas, en este caso): 6 cabras y 8 cerdos,
venderse, equilibran 5 vacas que se compran. La transcripción automática de esa
e0lumna en términos de ecuaciones sería 3x-9y+3z = 0. Esta forma de expresión,
que concede al cero suficiente entidad como para llenar uno de los espacios — aun­
que sean simbólicos— de la igualdad algebraica, no se utilizará en Occidente hasta
el s. XVII1. No es casual que tanto para los algebristas árabes como para los rena­
centistas la expresión natural de una relación así hubiera sido del tipo 3x+3z = 9y.
Tan evidente es para éstos que ‘algo ha de ser igual a algo’, tan natural que la rela­
ción fundamental de igualdad ha de vincular dos ‘algos’ (positivos, evidente­
mente), como para el matemático Han resulta inmediato que ‘algo emparejado con
su opuesto es igual a nada’. Y el lenguaje formal empleado por cada uno — sea
álgebra retórica, simbólica o instrumental— así lo expresa.
Establecido así el problema, el capítulo 8o procede a resolverlo mediante las
reglas zhengfu. Liu Hui precisa que, aplicando las reglas 1.2.- y procediendo a la
transformación CS-» 2C2 - C ( - C ( - C ( , resulta:
-5 3 2 -5 2
6 -9 5 6 -3 3 5
8 3 - 13 8 45 - 13
-6 0 0 0 1000 -6 0 0 -3 0 0 0 1000

donde, para calcular 2C^ - C , se ha debido considerar una operación del tipo
‘2 - 0 = 0 ’; así como que, por la regla 1.2.1., 0 - 1000 = -1000.
En otras ocasiones, el autor percibe que no es necesario proceder a sustrac­
ciones sucesivas, pues por la propia disposición de elementos opuestos (de color
diferente) en las columnas basta con sumar dos columnas adecuadas. Así, en el
Problema 15, mediante C —> 2C + C , se tiene:
3 3 1

- 1 2 2
3 - 1 - 1 3 - 1
4 - 1 8 - 1
1 1 1 3 1 1

1 En particular, con Napier (1594), Bürgi (1619) y Harriot (1621). Véase, p.e., D.E. Smith
(1958:11:431).

95
El Problema 6 es un ejemplo de cómo la negatividad zhenglfu se mueve en un
nivel formal que desborda su restringida interpretación en términos de un modelo
concreto como el de ‘ganancia/pérdida’ ; si bien es cierto que, como en todo el dis­
curso chino, esa formalidad no es abstracta sino que está siempre al servicio de una
u otra interpretación concreta.
Problema 6
"Si 6 dou de grano como shi se añaden a 3 manojos de cereal de calidad supe­
rior, esto equivale a lo. que dan 10 manojos de cereal de calidad inferior. Si 1 dou de
grano como shi se añade a 5 manojos de cereal de calidad inferior, esto equivale a lo
que dan 2 manojos dé calidad superior. Encontrar la medida de grano contenida en
cada manojo de cereal, superior e inferior.
Respuesta: 1 manojo de cereal superior contiene 8 dou y 1 manojo de cereal
inferior contiene 3 dou."
El sistema de ecuaciones que parece plantearse en una transcripción inme­
diata sería:
6 + 3x = lOy
1 + 5y = 2x
y sólo después, siguiendo las instrucciones de Diofanto, que luego prolongarán los
algebristas árabes, se transformaría en algo como:
3x - lOy = - 6
- 2x + 5y = —1
si bien ni ese - 6 ni el -1 cabe pensarlos, como términos independientes, en nin­
guna de ambas tradiciones. No obstante, Liu Hui precisa, desde un comienzo, que
en la primera columna se tome el 3 como zheng para representar el cereal superior,
y el 10 como fu para representar el cereal inferior; y que asimismo 6 se tome como
fu para el shi. Tras instrucciones análogas para la segunda columna, el problema
queda dispuesto directamente en el tablero de la siguiente manera:

2 cereal superior

5 - 10 cereal inferior

- 1 -6 shi
C. C

96
El que aquí se considere el cereal de una u otra calidad como zheng o como
fu no se atiene, desde luego, a ningún criterio de ganancia/pérdida, que para nada
aparecen en el problema, sino que parece obedecer a un criterio puramente formal
y arbitrario en términos de mera oposición. Lo que ahora hay enjuego son diferen­
tes calidades de un producto, y esas calidades se dan en pensar como opuestas,
ge°ún su relación con el shi, para poderlas asimilar a la oposición formal zhenglfu.
¡viada cambia, de hecho, al invertir esas asociaciones en la colum na siguiente,
donde se toma ‘superior’ como fu e ‘inferior’ como zheng. Lo significativo es la
tendencia en el pensamiento chino a pensar en términos de oposiciones, en este
caso la oposición ‘calidad superior / calidad inferior’.

¡1.7. Irreductibilidad de la estructura zhenglfu al modelo


‘ganancias/pérdidas*. La construcción social de la justicia matemática
Habitualmente se ha supuesto que la negatividad formal zhenglfu deriva de
un modo natural del modelo informal ‘ganancias/pérdidas’. Así, según Lay-Yong
y Tian-Se (1987: 235), "el concepto de zheng y de fu parece haber evolucionado
a partir de ideas como ‘ganancia’ (de) y ‘pérdida’ (shi), como claram ente m uestra
el problema 8". O según M artzloff (1988: 186), "para Liu Hui los números posi­
tivos y negativos se explican concretamente en tanto que beneficios y pérdidas".
Esta interpretación le basta a M artzloff para dar cuenta también de por qué las
reglas zheng fu se establecen para la adición y la sustracción pero no atienden a
la multiplicación ni a la división, pues "es difícil imaginar cómo m ultiplicar o
dividir dos pérdidas una por otra; ciertamente, está claro a qué correspondería una
pérdida 3 veces mayor que otra, pero ¿qué decir de una pérdida multiplicada por
otra? Sin manipulaciones formales de cálculo, que se aparten del marco concreto,
el obstáculo es difícilmente franqueable". Lamentablemente, es tan notable el
rigor con que suelen estudiarse los formalismos matemáticos como la ligereza
con que se pretende dar cuenta de sus fuentes informales. Si el supuesto modelo
ganancias/pérdidas es tan simple y universal ¿por qué no alumbra por doquier
modos de negatividad matemática con la misma naturalidad con que lo hace en
China? Y si no lo es ¿por qué ocurre que se da en ciertas culturas, como la China,
y no en otras?
Es cierto que una cierta interpretación del modelo ‘ganancias/pérdidas’
puede ilustrar la sim etría zhenglfu, y de hecho una interpretación así aparece en
problemas como el 8. Pero ésa no parece ser razón necesaria ni suficiente para ver
en sólo ese modelo tanto el origen como la explicación de la estructura zhenglfu.
No es necesario, puesto que zheng y fu aparecen en otros problemas, como el 6,
en los que no tiene ningún sentido su interpretación en términos de ese modelo.
Además, hay otros modos de negatividad formal en China que tampoco se dejan
reducir a esa interpretación: los pre-conceptos de simetría, tensiones opuestas,
inversión, reversibilidad, etc., una de cuyas más acabadas elaboraciones aritm éti­
cas se explícita en el álgebra zheng fu , tienen en China una raíz mucho más pro­

97
funda que el modelo ‘ganancias/pérdidas’; arraigan, como intentaremos argu­
m entar más adelante, en la dinámica desatada por las ancestrales categorías de yin
y de yang, que más que un modelo constituyen una matriz de modelos — astronó­
micos, físicos, éticos, estéticos, dietéticos, matemáticos...— , entre los cuales el
modelo económico/ético de ganancias/pérdidas no pasa de ser uno más entre
otros muchos.
Pero, no siendo necesaria, tampoco parece ser la anterior razón suficiente,
pues hablar de ese modelo como algo unívoco y universal sólo es posible —
según analizó en detalle Karl Polanyi1— desde una engañosa proyección retros­
pectiva de cierta noción abstracta de mercado que sólo se constituirá en el s. XIX.
Desde los estudios pioneros de Marcel Mauss (1923-4), es cosa bien sabida que
las relaciones de intercambio pueden ajustarse a estructuras notablemente dis­
tantes del modelo de equilibramiento entre pérdidas y ganancias, como ocurre
con la estructura del potlach. En particular, en el mundo griego, ¿no existía algo
análogo a ese modelo de ganancias/pérdidas que hubiera podido sugerir un álge­
bra semejante a la zhenglfu? ¿o no será, más bien, que los procesos de equilibra­
miento y compensación se ajustaban allí a otros modelos de referencia? Tendre­
mos ocasión de analizar en detalle las dificultades del pensam iento griego para
pensar en términos de opuestos que se reduzcan o compenetren mutuamente. En
particular, respecto del modelo que articule lo que se debe con lo que es debido,
Paul Ricoeur (1989: 35-6) ha señalado cómo Aristóteles construye el concepto
de justicia sobre el modelo de la teoría matemática de proporciones, con lo que
el papel mediador entre los extremos (que en el álgebra zheng fu cumple ese wu
en el que los opuestos se compensan) lo cumple el término medio de una propor­
ción o igualdad de dos razones. Y por ese camino no puede llegarse a ninguna
form a de negatividad1.
Ciertamente, algunas concepciones primitivas de la justicia en términos de
compensación de daños — como la del "ojo por ojo y diente por diente"— pue­
den asociarse con el equilibramiento de opuestos implícito en el modelo ganan­
cias/pérdidas. En el ámbito griego, un cabal ejemplo de ello es esajusticia cós­
mica expuesta por Anaximandro mediante la cual los excesos de un signo y de
su opuesto "se pagan mutua pena y retribución". Pero las teorizaciones que se
irán imponiendo, de la mano de Platón y de Aristóteles principalmente, divergen
notablemente de ese modelo. El confinarse cada cosa en el ser que le es propio,
el mantenerse cada parte (del alma, de la ciudad) en el lugar que le corresponde,
será el rasgo esencial de la justicia platónica; en la estructura subyacente — una
estructura de orden, como lo es una clasificación— ya no hay lugar para la sime­
tría y reversibilidad propias de la concepción de Anaximandro. Profundizando
— y contrayendo— el modelo platónico, Aristóteles distingue en la "Ética a

1 K. Polanyi (1976, 1989). Para un análisis de la evolución histórica y de los diferentes pre­
supuestos en distintos modelos 'ganancia/pérdida' véase también J.M. Narcdo (1987).
■Véase en II. 15. la diferencia entre pensar un mismo cuadrado mágico al modo chino de oposi­
ciones y equivalencias y al modo griego de razones y proporciones.

98
Nicómaco" (V. 5-V.7) entre justicia distributiva y justicia correctiva, que a su vez
pone en relación con una teoría del intercambio económico en términos m oneta­
rios (V. 8). La definición y análisis de la justicia distributiva, que es la más ele­
vada de ambas, se construye sobre el modelo multiplicativo de la teoría m atem á­
tica de proporciones, que se soporta en el grupo multiplicativo de los racionales
positivos pero de ningún modo en el grupo aditivo de los enteros (positivos y
negativos). La original introducción aristotélica de la mediedad también aquí
recoge la idea del término medio de una proporción entre dos razones. Según
observa Ricoeur (1989: 35), "el mérito excluye la igualdad aritm ética e impone
una forma más compleja de igualdad, la igualdad proporcional (...) El plato
fuerte es la puesta en relación de cuatro términos: dos partidarios y dos partes; a
su vez permite definir el logos de la isotés como identidad o sim ilitud de relacio­
nes: tal parte es a tal otra parte como el mérito del prim er partidario es al mérito
del otro; la operación tiene además la ventaja de dar paso a las perm utaciones
(persona A más parte C es a persona B más parte D lo que A es a B )"‘.
Por otra parte, la justicia correctiva (de rango inferior), si bien se construye,
a diferencia de la distributiva, según una estructura aditiva, todo hace suponer que
incorpora las restricciones respecto de la negatividad que para esta estructura
establecía, como veremos, la matemática griega. También para la justicia correc­
tiva, que la escolástica medieval llamará conmutativa, "podemos hablar de pro­
porción, pero solamente aritmética, en el sentido de que se sustrae el exceso de
uno para compensar la deficiencia del otro" (Ricoeur, 1989: 36). Pero ¿qué hacer
si la deficiencia del otro es mayor que el exceso del uno? Aristóteles no parece ni
planteárselo: el defecto lo es necesariamente respecto de un exceso, sólo puede
quitarse de donde previamente había:. Ya en la Physica (V. 215b12-l 8) Aristóteles
había establecido, como veremos, el pre-requisito de un sustrato o sustancia
común a exceso y defecto que permita poner en relación, para equilibrarlos, al
uno con el otro. Y ese punto de equilibramiento está fuera de toda relación/razón
(aritmética) posible: ese punto sería oudén, que, a diferencia del hueco en el
tablero, queda fuera del campo numérico. Basten estas apresuradas consideracio­
nes para, al menos, justificar cierta reserva ante el recurso inmediato a ciertos
modelos supuestamente universales, como el de ‘ganancias/ pérdidas’ o ‘exceso/
defecto’, que, sin embargo, sólo se utilizan ad hoc. Sólo cuando esos modelos se
piensan desde la mediación que suponen las diferentes culturas pueden, si no
explicar, sí al menos presentarse entreverados con ciertas construcciones m ate­
máticas o con su ausencia.

1 La ‘permutación' rilada se refiere a que, dada la proporción — = —.e n to n c e s = —


B D B + D B
' La media geométrica, B, entre dos magitudes A y C, ha de verificar que A/B = B/C, de donde
A • C = B2: la frontera de la justicia distributiva es la irracionalidad. Es decir, en caso de que
V A . c sea inconmensurable (o irracional) la 'distribución' es imposible. Por otra parte, se dice que B
es la media aritmética entre A y C si satisface que (A-B)/(B-C) = A/A, es decir, A-B = B-C y, en con­
secuencia, A = 2B-C. Si el defecto de una de las partes (C) es mayor que dos veces la media de ambas
(2B), es la ‘corrección’ (A) la que ahora es indecible: la frontera de la justicia correctiva es la negali-
vidad.

99
II.8. La cuestión del ‘cero’ en la matemática china. Lugares que significan
Para discutir las circunstancias en que pudo tener lugar el origen del ‘cero’ en
la matemática China, M artzloff (1988: 189-93) distingue tres posibles niveles en
los que puede hablarse de un ‘cero’:
Io) El cero en tanto que número con un status idéntico al de cualquier otro
número.
2o) El símbolo que, escrito justamente detrás de las unidades terminales de
un número, permite multiplicar este número por la base (i.e. el ‘cero’ de 10 en un
sistema de numeración de base 10).
3o) El símbolo particular que permite identificar la ausencia de cierto orden
de unidades (p.e. el ‘cero’ de 103).
El conocim iento en la China antigua de un cero en el primer sentido lo des­
carta M atzloff, de entrada, aduciendo dos argumentos: a) nunca aparecen solucio­
nes nulas en los problemas chinos, y b) "las matemáticas chinas no tienen en
cuenta un número cero que esté libremente sometido a operaciones como los
otros números". A nuestro juicio, sin embargo, sí hay un ‘cero’ implícito en las
reglas zheng fu . Un ‘cero’ que no sólo tiene "un status idéntico al de cualquier
otro número" sino que tiene una función estructural esencial: la de dotar a la mera
colección de palillos zheng y fu de ese ‘status’ de número que al propio cero se le
niega. Sin él, efectivamente, el conjunto de esos caracteres carecería de estructura
al no alcanzar la adición y la sustracción entre ellos el rango de ‘operación
interna’. Ese hueco en el tablero al que alude wu funciona de hecho, como vere­
mos, como ‘elem ento neutro’ para la adición, dotando al conjunto de los números
zheng fu de lo que hoy llamamos ‘estructura de grupo’: {Z,+ }. No obstante, el
sentido del rechazo de M artzloff puede encontrarse en su discusión sobre los
otros tipos de cero.
Tampoco habría, para este autor, rastro alguno de un cero de los otros dos
niveles, pues, aduce, hasta los ss. VII-VIII no hay constancia de ningún grafismo
especial que pueda interpretarse en ninguno de los dos sentidos (salvo términos del
lenguaje ordinario, como kong, chu, ben, duan... que indican ‘vacío’, ‘ausencia’,
‘com ienzo’...). En el capítulo 104 del "Tratado de astronomía astrológica de la era
Kaiyuan" (713-742 d.C.), que es traducción de otros textos astrológicos de origen
hindú, se menciona el uso de un punto para marcar el orden vacío en la expresión
de un número. Y no aparece un cero circular, semejante en forma al occidental y
al hindú, hasta el s. XIII. De lo cual concluye M artzloff el origen hindú del cero-
círculo chino, frente a quienes defienden su origen autóctono como deformación
caligráfica de un cero-cuadrado que aparece en el s. XIII. Sólo a partir de los Ming
(ss. XIV-XVII d.C.) se utilizará un ideograma especial para el cero: el carácter
ling, que significa ‘gota de rocío’ en el lenguaje ordinario que y aún se usa hoy
como cero.

100
Pero esta aparición tan tardía (tardía, no ya respecto de otras civilizaciones,
s¡n0 — lo que es más relevante— respecto del propio desarrollo de la matemática
china) de un carácter específico para el cero acaso no se deba tanto a un retraso en
el logro de su designación como a que tal designación fuera superflua, dadas las
carecterísticas de los numerales chinos y las de sus formas de cálculo. M artzloff es
sensible a esta posibilidad y acierta a reconsiderar los tres niveles apresuradamente
descartados, por si acaso en alguno de ellos hubiera podido darse un cero en forma
virtual, esto es, como representación desprovista del carácter gráfico correspon­
diente. Sorprendentemente, ni siquiera menciona el hueco en el tablero para el cál­
culo fartg cheng como un posible cero virtual, cuando, de todos los huecos, es el
que mayor entidad y eficacia posee1. Por el contrario, sí aprecia el segundo tipo de
cero, bajo forma virtual, en el "Clásico aritmético de Xiaou Yang (Xiahou Yang
suanjing), escrito en torno al final de las Seis Dinastías (s. VI d.C.). En él se explica
que para multiplicar o dividir un número por 10, 100, 1000, ó 10000 basta con
hacer avanzar (jin) o hacer retroceder (fui) los palillos que representan ese número
una, dos, tres o cuatro posiciones en el tablero de cálculo. Si el número de ceros
(uno, dos, tres ...) que siguen a un dígito en la numeración indo-arábiga indican
indirectamente el valor de éste (como decena, centena, millar...), en el cálculo
chino en el tablero ese valor posicional viene indicado directamente por el lugar
que el dígito ocupa en dicho tablero. Por esta razón, este segundo tipo de cero es
en China del todo superfluo.
El tercer tipo de cero, el que marca la ausencia de cifra en cierta posición inte­
rior, también habría existido, siempre en forma virtual, desde tiempos remotos.
Para Needham (1959: III: 9), "antes del s. VIII, el lugar donde se necesitaba un
cero se dejaba siempre vacante". Y pone los ejemplos de los procedimientos de
extracción de raíces y de los números representados en el "Clásico aritmético con
los cálculos listos para su uso" (Licheng suanjing), donde un número como 405,
p.e., se escribe lili lllll. Martzloff, sin embargo, es escéptico también en este punto:
el lugar vacío pudiera haberse dejado para que no se mezclen los palillos de órde­
nes distintos, y sólo el contexto permite decidirse, en ese ejemplo, por 405 en lugar
de hacerlo por 45. Parece, no obstante, que un aspecto como éste, que afecta a la
estructura misma del sistema de representación, no puede dejarse al albur del grado
de discriminación visual del copista o del lector. En el mismo manuscrito, los
números 108 y 81 se representan, respectivamente, por I"fTTy por =k I .. Lo cual,
para M artzloff, contradice la conjetura de Needham del cero-espacio, pues el
hueco que en el original queda entre el 8 de las decenas y el 1 de las unidades

1 Menos sorprendente es el total olvido de ese ‘cero' que veremos aparecer com o 5 6 como 10
(bajo congruencias módulo 5) en numerosos ‘cuadrados mágicos’. Como es bien sabido, la magia —
y las equivalencias cosmogónicas, protocolarias, adivinatorias... a que esas congruencias dan forma
numérica— y las matemáticas son disciplinas ajenas entre sf. Ya bastante tienen las historias de
matemáticas exóticas con intentar homologarlas con las occidentales, como para andarse perdiendo
en ámbitos que — una vez etiquetados como supersticiones— pueden considerarse felizmente
‘superados’.

101
— en el segundo número— es mucho mayor que el que hay — en el primer nú­
mero— entre el 1 de las centenas y el 8 de las unidades. No obstante, a nuestro jui­
cio, aquf es otra característica — y también de tipo posicional— del sistema de
representación chino la que viene a salvar esas ambigüedades. Si antes era la posi­
ción de un número en el tablero la que decidía su valor, ahora es la posición res­
pectiva de los palillos la que impide ciertas confusiones. Al disponerse vertical­
mente los palillos de unidades, centenas, etc. y horizontalmente los de decenas,
millares, etc. el 45 se representa como ^ lllll y nunca podrá confundirse con un
405 representado por lili lllll, que en todo caso sí podría entenderse como 40005,
aunque el contexto seguramente orientaría al copista o lector a decidir entre inter­
pretaciones tan alejadas entre sí. Asimismo, J= I será 81 (o, si no, ya pasaría a ser
8001) sea cual sea el tamaño del hueco entre A y I; así como, por mucho que se
aproximen el I y el TJT, H ín o puede ser 18, que se representa por — UT.
La posición — de los palillos entre sí, de éstos en el tablero, etc.— respec­
tiva de los caracteres, sean escritúrales o num erales, es determ inante en los sis­
temas gráficos de representación en China. Lo cual hace que muchos de los cri­
terios occidentales para juzgar el grado de ‘evolución’ de una técnica o un
m étodo resulten aquí fuera de lugar, como ocurre con el caso del ‘cero’. Need-
ham subraya que conceptos como el de wei (usado para las disposiciones de los
palillos en el tablero, desde los Han hasta los algebristas Song) o el de deng
( ‘rango’ u ‘orden’) eran fundamentales en China. El lugar — y no el lugar
genérico, el Espacio, sino el lugar concreto— tiene en China una función
em blem ática, está cargado sim bólicam ente, significa. Marcel G ranet (1968:
78-9)lo describe con entera precisión:
"Los chinos no tenían la menor inclinación a concebir, como dos medios
independientes y neutros, un Tiempo abstracto, un Espacio abstracto. Para alo­
jar sus juegos de símbolos, preferían por el contrario conservar para las repre­
sentaciones ligadas del Espacio y del Tiempo, con un máximo de atributos con­
cretos, una solidaridad favorable a la interacción de emblemas. (...) El Tiempo
y el Espacio jam ás se conciben independientemente de las acciones concretas
que ejercen en tanto que complejos de em blemas solidarios, jam ás independien­
temente de las acciones que pueden ejercerse sobre ellos por medio de emble­
mas destinados a singularizarlos. (...) Estos términos [zhe y fang] no evocan ni
el Espacio en sí ni el Tiempo en sí. Zhe remite a la idea de circunstancia, de oca­
sión (propicia o no para una cierta acción); fang a la idea de orientación, de
lugar (favorable o no para tal caso particular). (...) Tiempo y Espacio se imagi­
nan siem pre como un conjunto de agrupamientos, concretos y diversos, de luga­
res y de ocasiones".
Un lugar vacío, como el de una cierta posición sin ocupar en el tablero, no es,
pues, un no-lugar, una pura indistinción, como en Grecia, sino un hueco cualifi­
cado, un emblema, una cifra como cualquier otra. Es más, ese hueco es singular­
mente operativo si, como ocurre en el álgebra zheng fu, se le designa por wu, un
wu del que dice Laozi (4. a-b):

102
"Oquedad (wu) es el Too y en esa oquedad está su eficiencia o utilidad. Nunca
se llega a colmar. Su profundidad parece ser origen de los diez mil seres”.
De su particular virtualidad operativa en el marco zheng fu, o en otros no
menos estrictamente matemáticos, como es la extracción de raíces, nos ocuparemos
en el próximo epígrafe. Sólo una valoración implícita del álgebra moderna occiden­
tal como destino universal de todos los cálculos posibles puede llevar a afirmar que
"el dominio por los algebristas Song de la notación tipo tablero de damas era, como
de hecho fué, un residuo aritmético que lastró el libre vuelo del simbolismo (...) De
manera que el auténtico éxito de los matemáticos Han al encontrar un método gene­
ral para resolver ecuaciones numéricas puede explicar la ausencia posterior de una
teoría de ecuaciones. El sistema posicional, ese gran método aritmético, entorpeció
el simbolismo algebraico" (Needham, 1959: III: 9). Pero tal vez, como aquí nos
venimos proponiendo argumentar, el simbolismo no ‘vuele libre’ — como soñaba la
paloma kantiana— por un cielo algebraico neutro y universal, sino que ese ‘entor­
pecimiento’ es condición necesaria de todo simbolismo: arraigo de lo simbólico en
cada imaginario social, por el que se encuentra determinado y, a su vez, contribuye
a determinar. El primer nivel de ‘cero virtual’, en el que Martzloff ni siquiera repara,
es un buen ejemplo de ello. Desde los presupuestos de los matemáticos Han, como
desde los del taoísmo de Liu Hui, no es necesario ningún símbolo gráfico para que
el vacío signifique, para que lo que significa tenga "un status idéntico al de cualquier
otro número", y para que ese significar induzca una estructuración cerrada y com ­
pleta de la negativ'tdad. La función de wu como ‘elemento neutro’ del grupo aditivo
zhenglfu/wu es buen ejemplo de ello.

II.9. E stru ctu ra de ‘g ru p o ’ en el conjunto zheng/fu/w u.


El ser del no-ser (h>u ) chino
El ‘cero virtual’ del álgebra fang cheng, ese hueco significante en el tablero,
es, con toda propiedad, un número como cualquier otro. No por atenerse a una pre­
via definición de número, que no la hay en la matemática china, sino por su manera
efectiva de actuar, de operar, de entrar en relación con los otros números. La
manera de concebir los matemáticos Han este número singular es relacional, no
sustancial, como, por otra parte, lo es la manera en que conciben todos los núme­
ros. Su cero-hueco podría definirse (a partir de las reglas 1.2.-. y 2.2.-. del capítulo
8o de los "Nueve capítulos" y de su interpretación concreta en la resolución de pro­
blemas como los antes considerados) como ‘el no tener con que enfrentarse (ope­
rar: sumar/restar) los otros números/nombres’ cuando, no obstante, sí han de
enfrentarse/operar con ‘algo’. La contradicción evidente que este concepto encie­
rra no será, sin embargo, obstáculo para un modo de pensar que no incluye entre
sus a priori el principio de no-contradicción ni entiende los conceptos de un modo
abstracto, separado del modo concreto en que actúan los objetos concebidos1. Las

1 Sobre la contradicción y la abstracción en la episieme china, véase más adelante.

103
reglas 1.2-. y 2.2.-. salvarán esa contradicción teórica mediante una articulación
práctica que resulta no sólo no contradictoria, sino clave para el cierre coherente
de la que — sin este nuevo número/nombre— no pasaría de ser una mera colección
inarticulada de números/nombres zheng y fu.
Ciertamente, las reglas más generales (las 1.1.-. y las 2.1.-.) se refieren tan
sólo a [números/palillos de] ‘nombres diferentes’ o ‘nombres iguales’, en cual­
quier caso a ‘nom bres’, sean éstos zheng o fu . Lo cual parece excluir un ‘cero’ que
si por algo se caracteriza es por no tener nombre (wu ru), como sin nombre es el
dao [taoj. No hay signo numérico o colección de palillos que ocupen el hueco en
el tablero en que él consiste. Y la propia expresión literal con que aluden — que no
le nombran— a él las reglas 1.2.-. y 2.2.-. recurre al término wu, que es una partí­
cula estrictamente negativa. El carácter , recogido por Lay-Yong y Tian-Se, así
como el carácter , que es el que reproduce Marztloff, son caracteres gram ati­
calmente equivalentes (F. Mateos et al., 1977: 1062). Ambos se emplean, como
veíamos, con un cierto contenido semántico propio, en el sentido de ‘no hay’ o ‘no
existe’, o bien como meras partículas negativas equivalentes a nuestros ‘no’ o ‘sin’,
o bien como sufijos privativos del tipo de nuestros ‘a-’ o ‘in-’ (así wu jiang, ‘sin
lím ites’, ‘ilim itado’; wu xing, ‘no visible’, ‘invisible’).
La expresión wu ru que utilizan las citadas reglas alude, por tanto, a la situa­
ción en que los palilllos/nombres/números no tienen a qué enfrentarse o con qué
emparejarse; situación que Lay-Yong y Tian-Se sustancializan dando a esa mera
partícula gramatical la función sustantiva de una ‘nada’. Esta cierta sustantividad
así atribuida a wu, si bien fuerzasu traducción en el aspecto estrictamente lingüís­
tico, trayendo a wu a asemejarse a nuestro ‘vacío’ o al oudén griego, vierte fiel­
mente sin embargo la sustantividad form al que ese wu tiene de hecho en las ope­
raciones en el tablero.
Efectivamente, al carecer de nombre (wu no es nombre de nada, ni siquiera
de ‘nada’), aquello a lo que wu alude parece quedar excluido no sólo del campo
numérico sino del ám bito mismo de lo conceptual o concebible (recordemos
cómo, para el modo de pensar chino, el concepto tiene un carácter fundamental­
mente lingüístico). Por ello no le son aplicables las reglas generales que regulan
las operaciones entre [números/palillos que sí tienen] nombres, esto es, las reglas
1.1.-. y 2.1.-. No obstante, esta omisión se repara inmediatamente con el enun­
ciado de las respectivas reglas 1.2.-. y 2.2.-. Estas enuncian cómo operar con el
hueco, o — más propiam ente — cómo operar cuando no hay con qué operar. Las
reglas 1.2.1. y 1.2.2. dicen cómo sustraer de ‘nada’, cómo sustraer de donde no
hay de qué sustraer. Las reglas 2.2.1. y 2.2.2. dicen cómo agregar a ‘nada’, cómo
añadir cuando no hay a qué añadir. Esta aparente paradoja se refleja en la propia
estructuración del conjunto de reglas zheng fu, cuya perfecta sim etría se rompe
precisamente al enunciar unas reglas especiales para un caso particular. Tan sólo
en este sentido cabe decir que el status del cero-hueco es distinto al de los otros
números, pues al carecer de nombre se hace necesario añadir las especificaciones
que le permitan poder conjugarse con los otros nombres/números. El tablero de
cálculo funcionará de hecho como un texto de cuyo sentido global extraen el suyo

104
los nombres y las elipsis que en él se conjugan. Una vez articulada su actividad
y, por tanto, su significación en ese contexto, la función lingüística/numérica de
yvu no sólo será bien precisa sino que permitirá cumplir la exigencia de cierrre del
nuevo campo numérico.
¿Cómo actúa ese hueco sin nombre sobre los nombres/números? Cuando el
nexo/operación que le vincula a un nombre es negativo (sustracción: reglas 1.2.-.),
invierte su significante, niega el nombre (zheng o fu ) y atribuye el nombre opuesto
(fu o zheng, respectivamente). Y cuando el nexo es positivo (adición: reglas 2.2.-.),
mantiene el significante, afirma el nombre (zheng o fu ) y atribuye ese mismo nom­
bre (zheng o fu , respectivamente). La única dificultad en la comprensión de la lógica
que subyace a esta — sólo en apariencia — doble operación parece estar en que lo
que no es sino un solo operador (ru, ‘emparejarse con’), capaz de invertirse, se tra­
duce como dos operadores (‘suma’ y ‘resta’) que en la tradición occidental han
tenido durante siglos cargas semánticas muy alejadas del equilibrio y simetría que
caracteriza a sus ‘equivalentes’ en China.
Pero si estas reglas definen con precisión cómo opera la ausencia de nombre/
número sobre los nombres/números, queda sin embargo sin decidir qué tipo de
entidad — si alguna— pueda tener ese sin nombre. Aquí resalta la ‘modernidad’ de
la matemática fang cheng. El cero-wu no se define por lo que es, ni como forma
particular de lo que es un número (esencia tampoco indagada en el pensamiento
chino clásico), ni como número/nombre de una sustancia específica, por insustan­
cial que ésta pudiera ser. Lo que define al cero-wu no es su ser o su no-ser sino su
relación, el modo singular en que opera sobre otros números/nombres. Concreta­
mente, la que hoy llamaríamos su función de elemento neutro del grupo aditivo de
los enteros1 {Z,+}, si por tal entendemos el conjunto de los números/nombres
zheng, los fu y wu, dotados de la operación adición/sustracción (que ahora se
muestra como una sóla operación, toda vez que la sustracción de un nombre/
número se ha revelado como la suma de su opuesto, tal y como se define en las
reglas 1.2.-.). Esa condición de ‘elemento neutro’ se garantiza, en efecto, por las
reglas 2.2.-. La 2.2.1. establecería cómo operar (sumar) wu con zheng: "un
[número/palillo] positivo (zheng) emparejado con nada (wu) se hace positivo
(zheng)", esto es, "0 + (+n) = +n". Y la regla 2.2.2. definiría cómo operar (sumar)
wu con fu: "un [número/palillo] negativo (fu) emparejado con nada (wu) se hace
negativo (fu)", o sea, "0 + (- n) = - n".
El mismo tipo de definición relaciona! — que no esencial— es la que encontra­
mos para los números/nom bres/u o para los zheng. Para éstos últimos no hay nada
parecido a su concepción en términos de ‘multitud determinada de unidades’; ni
para los primeros ninguna definición intrínseca del tipo ‘menos que nada’, como las
que dejará para su discusión la tradición griega. Los nombres/números fu (o los

1 Si consideramos — como hace implícitamente el capítulo 8° de los “Nueve capítulos" — que


los números del tablero fang cheng son propiamente razones, se trataría entonces del grupo aditivo de
los racionales (Q,+ ).

105
zheng) se definen — a] igual que lo hacía wu— en las reglas que establecen su modo
de operar con los demás: zheng (o fu) y wu. La existencia, para cada elemento de
este conjunto zhenglfulwu, de un elemento opuesto (i.e., que operado con él dé wu)
no sería sino un corolario de la regla 2.1.1.: "cuando los nombres son diferentes, res­
tar", esto es, (+ n) + (- m) = + (n-m) [o bien, - n) + (+ m) = - (n - m)], de donde,
en particular, (+ n) + (- n) = + (n - n) [o bien, ( - n) + (+ n) = - (n - n)]. Y si es
cierto que las reglas zheng fu no establecen explícitamente que el resultado de esta
última operación [± (n — n) ] es wu, no lo es menos que resulta evidente para el
matemático Han, pues esa es precisamente la situación a la que, como de continuo
recuerda Liu Hui, se encamina todo el método: obtener huecos (wu) mediante sus­
tracciones sucesivas.
Las reglas 2.1.1. y 1.1.2. son simétricas desde la perspectiva de que entre
ambas sientan que sustracción y adición no son, en este caso, sino dos caras de una
misma ‘ley de composición interna’: la que literalmente se denomina en el texto
como ‘ru' o ‘emparejarse con’, pese a que la división del conjunto de reglas en dos
categorías — una para cada ‘operación’— pudiera llevar a pensar otra cosa. La
regla 2.1.1. muestra que la resta es el otro nombre de la suma "cuando los nombres
[de los números/palillos] son diferentes", pues en este caso, para efectuar la suma,
se ordena "restar". Simétricamente, la regla 1.1.2. establece que la resta, cuando
los nombres son diferentes, no consiste sino en sumar. Por tanto, el conjunto de los
nombres/números zheng y fu , junto al hueco wu, dotado de la operación ru, tiene
estructura de grupo aditivo con wu como ‘elemento neutro’1.
Wu, en la actividad de que le dotan las reglas 1.2.-. y 2.2.-., es comparable a
un vidrio que actúa como cristal o como espejo según se enfrente a una o otra cara
de la operación ru. Si se enfrenta a la adición, wu es un cristal que re-produce la
misma imagen que recibe; si la cara que se le enfrenta es la de la sustracción, wu
es un espejo que re-produce la imagen simétrica de la original. Los operadores de
paralelismo, simetría e inversión, que vimos tan ligados a la propia estructura de la
lengua china y que veremos presidiendo todo este modo de pensar a través de las
categorías matrices del yin y el yang, rigen asimismo toda la concepción zheng!fu.
Presidían toda la articulación sintáctico-visual de la enunciación de las reglas, que
pueden verse unas en otras con tan sólo imaginar cristales/espejos colocados entre
ellas de distintas maneras. Presidían la estructura formal que esas reglas engendran
consideradas como axiomas, unos axiomas que han resultado ser los de un grupo
aditivo. Presidirán, como veremos, otras formas matemáticas de oposición, como
las cong/yi, duo/shao, o los opuestos de Z/5 en los cuadrados mágicos. Y presiden,

1 Esla interpretación de los objetos matemáticos wu. zheng y fu no fuerza su sentido primero,
pretendiendo mostrar su 'modernidad' como ‘precursores’ del actual grupo aditivo de los enteros.
Sencillamente, y al margen de toda interpretación progresista de la historia de las matemáticas, es la
interpretación que se sigue naturalmente de situar tales objetos matemáticos como objetos lingüísticos
enraizados en el contexto cultural chino.

106
como presentamos a continuación, el modo de significar que esos términos técni­
cos así acuñados tenían ya en el lenguaje ordinario.

11.10. Zheng y fu en el lenguaje ordinario y en el imaginario cultural chino


La importancia de atribuir el nombre correcto es capital para la episteme
china. Ya Confucio enseñaba que "para gobernar un Estado lo que se necesita, en
primer lugar, es hacer correctas las denominaciones". Como observa L. Vander-
meersch (1980: II: 270), a diferencia del modo de pensar occidental, para el chino:
"Los fenómenos no se representan al espíritu por conceptos en los que estarían
implicados sus caracteres esenciales, sino sólo por signos artificiales que son el nom­
bre de las cosas (ming), por lo que la ciencia normativa del juicio se define como el
método de rectificación de los nombres (zheng ming)".
El análisis de los nombres seleccionados por los matemáticos de los Han para
expresar esta forma de negatividad es pues, lejos de un excurso filológico, un
asunto central desde el propio modo de pensar chino.
Los conceptos simétricos de ganancia/pérdida — apuntábamos — constitu­
yen tan sólo una de las posibles parejas de opuestos que pudieran yacer bajo la
concepción zheng/fu. Según el "Diccionario español de la lengua china", de F.
M ateos, el carácter ‘fu ’ ^1¡, (n° 1654), que tiene como 7* acepción la de ‘nega­
tivo’ en física y en matemáticas (modernas), sólo aparece en 6o lugar en su acep­
ción de ‘deber, adeudar, deuda’. Otros significados suyos de mayor rango son los
siguientes:
1° Llevar una carga a la espalda, soportar.
2.° Ser derrotado, vencido.
3.° Apoyarse, confiar en.
4.° Contiguo, cercano.
5.° Volver la espalda, violar, ofender.
6.° Deber, deuda, adeudar.
Común a todos estos significados es el ser re-acción a una acción, cuya fuerza
y orientación compensan; el remitir a una cierta positividad de la que fu es reflejo,
sombra, contra-imagen o complemento derivado. Fu obtiene sentido propio como
sentido inducido por el de esa presencia que, al invertirla, reproduce: el peso de la
carga se dibuja negativamente en la espalda que la so-porta, como la victoria se con­
templa invertida en la derrota, la fuerza de apoyo en la que ejerce aquello que se
apoya, el confidente en la confianza que acoge, el ofendido en la ofensa, o lo adeu­
dado en la deuda. En todos los casos se da un juego de tensiones opuestas que, recla­
mándose, se compensan. Pero el sentido que fu parece encontrar, en un primer
momento, fuera de sí, tampoco puede decirse que esté ‘ahí fuera’, asentado con fir-

107
meza en una positividad que encierra su propio sentido, del cual el de fu sólo sena
un reflejo invertido. También esa positividad que en fu se refleja es, no menos, reflejo
a su vez de la negatividad de fu. La carga no empieza a ser propiamente tal hasta que
no dobla la espalda que la soporte, como la victoria tampoco lo es sin la correlativa
— y necesaria— derrota. Aquí, el referente formal positivo exterior a fu también ha
de acudir a su sombra para obtener sentido: sin suficiente sustancia propia él mismo,
también él reclama a su exterior negativo para poder construirse entero1.
Ese va-y-ven de remisiones de significado se expresa con perfecta simetría en
la acepción d e/u como ‘contiguo’ o ‘cercano’. La relación de cercanía es del todo
simétrica, en ellalo s elementos en relación son del todo indiscernibles: A es tan
cercano a B como B lo es a A, y viceversa. Bajo esta acepción, positividad y nega­
tividad son, exacta e indiferentemente, dos caras de lo mismo: la negatividad que
marca a A en su relación de cercanía a un B, tomado como presencia previa y posi­
tiva, no es otra cosa que la propia positividad de A cuando, tomado (lógicamente)
primero, actúa como referente formal respecto del cual es B quien resulta (lógica­
mente) después cercano a A.
Pero la simetría de este primer momento dialéctico se quiebra, en un
segundo momento (aunque sólo en un segundo momento), con una cierta asime­
tría formal que acusan las restantes acepciones: ‘A es derrotado por B ’ no es equi­
valente — sino precisamente opuesto— a ‘B es derrotado por A’. Y aquí fu sí
muestra un rango secundario, derivado de su referente dialéctico, el cual — si bien
necesita d e/u para cerrar su sentido— en cierto modo puede decirse que es ante­
rior a él. La carga, ciertamente, sólo empieza a ser carga cuando.un peso dobla
una espalda, pero en cierta manera (decisiva en Occidente, sólo adjetiva en
China) ese peso es anterior a la espalda doblada. Esta asimetría secundaria,
latente tras la relatividad fundamental en que consiste fu, se confirma en el exa­
men de su carácter complementario, el zheng, que en el contexto estrictamente
matemático del fang cheng es el que actúa como referente exterior a cuyo través
fu puede asociarse con ‘número negativo’.
Antes de proceder a analizar el término zheng, es interesante observar que las
dos formas gráficas con que se representan los números/palillos/u en el tablero de
cálculo reproducen para la vista una imagen que evoca el sentido compartido por
la mayoría de las acepciones coloquiales del término. Un palillo [de los números]
fu se dispone inclinado, como inclinado está quien lleva una carga a la espalda,
quien resulta vencido o se apoya en algo. Paralelamente, los palillos zheng se colo­
can derechos, como ‘derecho’ es la acepción principal del término zheng en len­
guaje ordinario. La otra posible distinción para esos palillos [de los números] fu
está en su color negro, como sombra de esa cierta anterioridad de que disfruta su
correlato semántico positivo, opaco en ese segundo momento en que es capaz de
guardar cierto sentido dentro de sí mismo.

1 El mismo lipo de dialéctica encontraremos en la pareja simbólica de opuestos yin/yang, de la


cual — como intentaremos mostrar — la pareja zlieng/fu no sería sino uno de sus posibles modelos.

108
Efectivamente, el carácter utilizado para el nombre/número zheng en el álge-
bra fang cheng es el (n° 319), del que el mencionado Diccionario ofrece las
siguientes acepciones:
1.° Derecho (ni curvo, ni inclinado), recto.
2.° Exacto, justo, preciso, correcto, recto, imparcial.
3.° Tomar por norma.
4.° Rectificar, enderezar, corregir.
5.° Regular, normal, legítimo.
6.° Principal (la esposa, p.e.), titular.
7.° Justamente, precisamente.
8.° Puro (sin mezcla).
9.° Anverso.
10.° Presidir, gobernar, jefe.
11.° Ejecutar (una sentencia); castigar.
Todas estas acepciones no parecen, en un primer momento, menos necesita­
das que las de/u de un correlato dialéctico del que extraigan sentido: lo derecho no
se concibe sin referencia a lo curvo* (o inclinado), ni lo exacto sin lo inexacto, el
rectificar sin el errar, etc. Pero, por otro lado, destaca no menos el rango (lógica y
axiológicamente) primero o superior de estos significados respecto de sus correla­
tos dialécticos, que así aparecen como derivados, subordinados o segundos: lo
curvo (o inclinado) se subordina a — y deriva de— lo recto (o derecho) como lo
excepcional a lo normal, lo híbrido a lo puro, o el gobernado al gobernante.
En la medida en que fu , en su contexto algebraico, actúa como opuesto o
simétrico de zheng, recibiría entonces como connotaciones derivadas (respecto de
las acepciones de zheng antes enumeradas) las de: 1. inclinado, curvo; 2. inexacto,
incorrecto; 3. excepcional; 4. erróneo; 5. irregular, anormal; 6. secundario; 7. injus­
tamente; 8. impuro (con mezcla); 9. reverso; 10. ser gobernado, dirigido; 11. reci­
bir un castigo. Y, en efecto, alguna de estas connotaciones derivadas coinciden de
hecho con acepciones directas de/u; así ‘inclinado’ (derivada) y ‘llevar una carga
a la espalda’ (directa), ‘ser derrotado’ y ‘ser gobernado’, ‘reverso’ y ‘volver la
espalda’, etc.
En este sentido, los valores — lógicos, morales, jurídicos... — atribuidos a
zheng ofrecen notables semejanzas con buena parte del lado positivo de la tabla
pitagórica de los opuestos. Según Aristóteles (M etaphysica: I. 5, 986*22-26), allí
se oponen, como veremos, curvo (kampylon) y recto (eythy), múltiple (plithos) y

1 Sobre la carga cultural que determina la naturalidad del orden de prioridad entre ‘lo derecho’
y ‘lo curvo', o entre el ‘rectificar' y el 'curvar', véase nuestro "Del recto decir y del decir ‘recio’" (E.
Lizcano, 1991a), donde se comparan la razón sioux y la razón académica moderna en sus intentos por
justificar la prioridad de uno sobre otro. La razón china parece estar, en este punto, más próxima a la
occidental que a la sioux, salvo en los matices que se precisan más adelante.

109
uno (hén), malo (kakón) y bueno (agathón), izquierdo (aristerón) y derecho
(déxion), oscuridad (s&o/oj) y luz (phds), femenino (thély) y masculino (árren),
móvil (kinoúmenon) y estático (Sremoüi), par (ártion) e impar (perittón), indeter­
minado (ápeiron) y determinado (peras), oblongo (heteromékes) y cuadrado (tetrá-
gonon). Tanto para la razón pitagórica como para la china de los Han, la polaridad
recto/curvo parece regir una serie de oposiciones en las que los términos asociados
al primer polo se cargan positivamente y negativamente los que se vinculan al
segundo. Pero, observado esto, inmediatamente es necesario prevenir contra una
simple trasposición de valores (lógicos, ontológicos o culturales) basada en meras
semejanzas semánticas — como las que pueda haber entre ‘derecho (zheng)l
doblado (fu)’ y ‘recto (eythy) / curvo (kampylon)’— o en suposiciones axiológicas
que den por universales lo que tan sólo son valores locales.
Así, veremos cómo las oposiciones pitagóricas condenan, salvo excepciones,
al no ser de la in-determinación a todas las asociaciones negativas: la oscuridad
impide el discernim iento y definición que la luz, al dibujar perfiles y límites, sí
aportará, trayendo las cosas a ser: alumbrándolas1; el mal llega, con Sócrates, a
identificarse con ignorancia o incapacidad de discernir y distinguir, al tiempo que
toda la obsesión socràtico-platònica por perfilar los contornos de la definición no
tiene otro objetivo que el de alcanzar el bien; lo aristón es lo que se sitúa a la
izquierda, y también tanto lo absurdo o fuera de razón (Sófocles, Ayante, 183)
como lo siniestro o de mal agüero; lo femenino, tras la progresiva sustitución en
Grecia y Creta de las primitivas teocracias matriarcales por aristocracias militares
masculinas, se percibe asimismo como amenaza de indistinción para los contornos
aún imprecisos de una recién conquistada identidad masculina2.
En cada caso, al permanecer implícito el carácter positivo de la determina­
ción, no cabe oponerle una determinación negativa, sino la falta de toda determi­
nación, el abismo indistinto de la maldad, la oscuridad y el no ser. Por el contrario,
la determinación también positiva que caracteriza al polo zheng en el sistema chino
de oposiciones se complementa — que no se anula como tal determinación— en su
opuesto fu. En fu no se borra la determ inación, sino que se mantiene, aunque inver­
tida, como determinación negativa, como re-acción a la acción que ejerce zheng.
Por decirlo metafóricamente, el negro de los palillos fu no confunde los palillos en
una oscura indistinción sino que introduce distinción y número en la oscuridad de
el otro lado. La espalda doblada no está menos determinada que la carga que la
dobla, es más, está precisamente determinada por la magnitud de esa carga. Al
igual que la deuda no es sino determinación negativa del crédito otorgado, o lo apo­

1 Véase, p.e., Aristóteles, De Anima. III, 5. 430 a 10 y ss. sobre la analogía en ire la luz y el
nous ‘que se hace todas las cosas’. O la contraposición plátónica entre conocimiento y opinión en
términos de visión y ceguera, en República, 508d-518a. La metáfora de la luz será para Heidegger la
que presida toda la metafísica occidental [véase L. Amoroso, "La ’Lichtung’ de Heidegger como lucus
a (non) lucendo", en G. Vattimo y P.A. Rovatti (cds.) (1988)].
* Véase la interpretación en este sentido de buena parte de la mitología griega en R. Graves
(1967), en especial pp. 11-26.

110
yado lo es del apoyo. La oposición zhenglfu no lo es, pues, de una positividad que
se resuelve en una nada (oscuridad, vacío, mal) contra la que, al oponérsele, se
define, sino de una positividad que se determina en su negación, en la que encuen­
tra no sólo sentido sino también medida. No menos de lo que esa negatividad
viene, a su vez, a determinarse también en su negación, que es la co-relativa posi­
tividad.
Por esta razón — y esto es capital— se confunden en Grecia dos formas de
negatividad que en China aparecen bien diferenciadas, y aquí parece estar una de
las principales claves de la emergencia de una negatividad formal en este modo de
pensar. Para la episteme china/u es determinación negativa (tan determinada como
¡a determinación positiva de zheng) mientras que es en wu donde se concentra
localmente toda indeterminación. Para el imaginario griego ambas formas — deter­
minación negativa e indeterminación local— se resuelven en lo informe de una
misma indeterminación, ya sea la indefinición de lo ápeiron, la nada indistinta de
médén o de oudén, o lo amorfo de las leiponía eide (‘formas ausentes’) diofánticas.
Por eso wu, en China, al encontrarse acotado o localizado entre dos formas de
determinación — positiva y negativa— , puede perm anecer indeterminado de una
manera bien determinada. Wu es aquí el eje o centro sobre el que pivotan las dos
formas fundamentales, negativa y positiva, de determinación (que en wu se anulan
recíprocamente y desde él se engendran también la una a la otra) en lugar de per­
cibirse como esa indistinción que, en Grecia, continuamente amenaza al ser con la
pérdida de las determinaciones (positivas) en que el propio ser griego consiste. Y
por eso también, habiendo distinguido — dentro de la indistinción— entre esa
determinada negación que es wu y la determinación negativa que establece fu , pue­
den ahora ambas actuar e incluso interactuar. Si Aristóteles no podía concebir
razón alguna que pudiera poner en relación oudén con arithmós, la matemática
fang cheng, en cambio, no sólo está en condiciones de poner en razón los ‘respec­
tivos’ wu y zheng, sino de ponerla también entre wu y fu .
Para el álgebra instrumental china, ni ‘cero’ es una pura indiferencia inmane­
jable ni la ‘magnitud negativa’ es ese "aún menos que nada" que, para Pascal
(1976: 68), no otra cosa sino ‘nada’ puede ser:
"Trop de vérité nous étonne (j’en sais qui ne peuvent comprendre que qui de
zéro ote quatre reste zém ); les premiers principes ont trop d’evidence pour nous."
El recurso a los ‘primeros principios’ permite resguardar en ellos postulados
tan ‘demasiado evidentes’ que resultan falsos con sólo alterar las referencias espa­
ciales o temporales. El ‘cero’ zheng fu no es esa especie de mínimo absoluto, a
cuyo contacto todo se desdibuja, y por debajo — o a la izquierda— del cual nada
es ya pensable como algo porque ahí ya toda identidad se diluye: "si de cero se qui­
tan cuatro, lo que queda es cero". Más bien se asemeja ese wu a la barra que une y
separa, equipara y distingue, a la propia pareja zhenglfu; es como el eje de simetría
que, indeterminado, distribuye las determinaciones a derecha y a izquierda, en el

111
anverso (zheng) y el reverso (fu) de lo mismo: ese eje de simetría que la matemática
occidental establecerá cuando, separando espacio de representación y objeto repre­
sentado, construya las ‘coordenadas cartesianas’.
Otro punto en el que se rompe la aparente semejanza entre las oposiciones
zheng/fu y las pitagóricas está en las muy distantes valoraciones que una cultura y
otra atribuyen a los términos enfrentados. La preeminencia en Grecia de lo estático
o permanente frente a lo móvil o mudable, no encuentra eco en el imaginario cul­
tural chino. El hombre chino cree en el movimiento tanto como el griego en el
reposo. La naturalidad del movimiento que expresa el principio de inercia es tan
evidente en China1 como penoso fue el proceso para su formulación por la física
de tradición griega; así como las curvas cuya definición exige el recurso a consi­
deraciones dinámicas son de difícil aceptación en la comunidad matemática
griega. Tan problem a central es para la razón griega dar cuenta de la mutación y el
cambio como para la china explicarse la estaticidad y la permanencia: "lo único
inmutable es la mutación", reza una vieja máxima china, y hasta el clásico de los
clásicos, el Yijing, tiene por título el de "Libro de las mutaciones".
En consonancia, la valoración positiva de la norma, la regularidad, y la recti­
tud sobre la anomalía, la excepción o la desviación — movimientos todos ellos res­
pecto de la estaticidad de la norma— tampoco encuentra correlato en China. Aquí,
la atención a lo singular y excepcional prima sobre la búsqueda (que se revelará
como construcción) de constancias y regularidades. Para Needham (1956: II:
sec. 18), esta ‘escasa motivación’ del espíritu chino para indagar las leyes de la
naturaleza se debe a la ausencia de culto a un dios antropomórfico que previamente
hubiera legislado su funcionamiento. El sentido de la inferencia podría sin duda
invertirse, y dar en cifrar en la falta de interés hacia las leyes y regularidades de la
naturaleza la ausencia de motivación hacia un dios regulador. Pero en cualquier
caso, como concluye Nakayama (1981: 730), "la orientación hacia lo regular y la
orientación hacia lo extraordinario" caracterizan las respectivas investigaciones
tradicionales, europea y china, en los ámbitos de la alquimia o de la astrología.
Como también distinguen, de un modo más general, los objetivos de ambas mane­
ras de pensar: "en la tradición clásica occidental hay un vivo deseo de encajar cada
fenómeno en una sola caja; aquéllas no asimilables al modelo así formado se
rechazan. En la tradición oriental, junto a la caja en que se agrupan todas las piezas
regulares, hay muchas otras en las que pueden irse clasificando las irregularida­
des." Así, las matemáticas wasan japonesas, por ejemplo, exacebarán esta tenden­
cia sobrevalorando aquelllas resoluciones de problemas que lo sean ad hoc, no
generalizares. Acaso exagere Marcel Granet (1968: 476) cuando declara que "yo
me limitaría a caracterizar el espíritu de las costumbres chinas por la fórmula: ni
Dios, ni Ley", pero ese espíritu sí muestra una sensibilidad bien alejada de las con­
notaciones que las otras acepciones citadas de zheng pudieran evocar a través de la
dualidad pitagórica: la asociaciación, intrínsecamente positiva en Occidente, de lo

1 Véase J. Piaget y R. García (1982: 232).

112
recto con lo co-recto (sea en el ámbito del derecho, de la moral o del conoci­
miento), con el di-rigente o las di-rectrices ( en política o metodología), con la
regularidad, la destreza, la regencia, etc.
Otro tanto puede decirse de la oposición masculino/femenino, como apunta
E. M. Chen (1969: 401):
"Tanto el Tao Te Ching como los pitagóricos identifican lo femenino con lo
indeterminado, vacío, oscuro, ilimitado, y sin forma. Pero en el Tao Te Ching lo
femenino es el origen del movimiento, la vida y la unidad de las cosas, mientras
que para los pitagóricos era la fuente del mal, la corrupción y la multiplicidad...
Los pitagóricos identifican lo masculino como la causa de la forma y del ser (el ser
viene del ser); el Tao Te Ching atribuye la causa del ser a lo femenino (el ser viene
del no-ser)".
En resumen, frente al modo de pitagórico de oposición — que, con todo, es el
más próximo al modo de pensar chino en toda la tradición griega (como lo es tam­
bién su numerología)— , la polaridad zheng/fu se distingue radicalmente de él en
que: Io) opone determinaciones (positivas) a determinaciones (negativas) en tom o
al juego de simetrías/inversiones que hace posible la concepción de una nada (wu)
operativa; 2o) distingue entre negación de determinación (wu) y determinación
negativa {fu), que la episteme griega, a nuestro juicio, no discierne; y 3°) no arrastra
la asimetría con que el imaginario social occidental carga las valoraciones — éti­
cas, políticas, gnoseológicas, ontológicas,...— de cada uno de los términos en opo­
sición, con lo que la simetría formal viene así a verse reforzada por una simetría
de honda raíz cultural.

II. 11. O tros m odos de negaíividad form al


Aunque nos hemos detenido especialmente en el modo zheng/fu de negativi-
dad, por ser el más completo y significativo, no es sin embargo una formulación
aislada en la antigua matemática china. Ni siquiera es propiamente la primera
emergencia de estas formalidades negativas, que aquí proliferan ciñéndose en cada
caso a un tipo de problemas o de técnicas particulares. El primer testimonio de un
empleo del término fu en un sentido estrictamente matemático se encuentra en las
tablillas de bambú descubiertas en Ju Yan1. En una de ellas se registran los castigos
aplicados a un soldado por su negligencia en el servicio en la frontera a que estaba
destinado. Cada castigo corresponde a una falta, que se detalla y pondera, según su
gravedad, desde uno hasta tres: 'fu yi suan' (‘un cargo’, ‘menos una cuenta’ o ‘una
cuenta fu ’) expresa el valor de una falta normal. La lista de cargos que se le impu­
tan es la siguiente:

1 Véase L. Lay-Yong y A. Tian-Se (1987: 235-6).

113
1. Menos una cuenta.
2. Menos una cuenta.
3. Menos una cuenta.
4. M enos una cuenta.
5. Menos tres cuentas.
6. M enos dos cuentas.
7. Menos dos cuentas.
Total: M enos once cuentas.
Designando cada cargo como ‘— 1’, la operación implícita es:
(_ i) + (_ i) + ( - 1) + (- 1) + ( - 3) + (- 2) + (-2 ) = - 11
La operación es ciertamente elemental, pero no por ello deja de ser destacable
el hecho de que ofrezca como resultado un ‘número negativo’ (fu), lo que la arit­
mética de tradición griega evitará meticulosamente. Por otro lado, pese a que tanto
los datos como el resultado son todos ‘negativos’, la oposición latente entre ‘car­
gos’ o ‘faltas’ (suan) — tenidos por negativos— y el correspondiente castigo — po­
sitivo— viene implícitamente a compensarlos.
Otra forma de negatividad es la que aparece en ciertos algoritmos para el cál­
culo de raíces. En los "Nueve capítulos de escritos sobre el cálculo" (Shushu
jiuzhang)', que data del final de la época de los Song (exactamente de nuestro
1.247 d.C.), el procedimiento usado por Qin Jiushao para la extracción de una raíz
n-sima es semejante al que conocemos como ‘método de Hom er’ o ‘regla de
Ruffini’ para la división de polinomios2. En el primer problema del capítulo 6, p.e.,
se trata de extraer una raíz cuarta ‘correspondiente a’ la ecuación
- x4 + 15.245x2 - 6262.506,25 = 0
Qin Jiushao llama shang lian al coeficiente de x2 y yu al coeficiente de x4. Al
disponer inicialmente los distintos coeficientes en el tablero, hace referencia al
número 15.245 como cong shang lian (coeficiente ‘positivo’ de x2), y al - 1 como
yi yu (coeficiente ‘negativo’ de x4)3. La distinción verbal entre cong y yi reiteraría
la distinción visual entre barras numerales rojas y negras, si bien M artzloff señala
lo incontrastable de esta suposición pues del Shushu jiuzhng no se han conservado
sino ediciones monocromas. De hecho, pese a que Libbrecht (1973: 202) advierte
que "Ch’in Chiu-Shao [Qin Jiushao] siempre toma el término constante como

1 No confundir con los "Nueve capítulos del arle matemático".


2 Ambos matemáticos desarrolaron algoritmos semejantes a principios del s. XIX. Véase H.H.
Goldstine (1977: 284).
3 Para una discusión pormenorizada del tratamiento de este problema véase Martzloff (1988:
222-9).

11 4
negativo", esto no se refleja así en las reproducciones del tablero donde se resuelve
este problema.
En cualquier caso, la pareja de nombres cong/yi parece reservarse para refe­
rirse a los datos del problema. Una vez que empieza a desencadenarse el algoritmo
‘de Hom er’, las referencias a esos mismos ‘coeficientes’ o ‘lados’ (lian) ya serán
en términos de la pareja de nombres clásicos zhenglfu: el ‘coeficiente negativo de
x3’ o ‘borde superior negativo’ se llama fu shang lian, el ‘borde positivo’ zheng
lian, etc. Y son estos bordes, ahora marcados como zheng o como fu , los que — ya
en el curso de las operaciones numéricas— operan entre sí con vistas a ‘destruirse
mutuamente’ (xiang xiao), en el mismo sentido en que lo hacían en el álgebra/an#-
cheng. Ocurre, pues, como si los diferentes nombres — que nosotros traducimos
unívocamente por ‘positivo/negativo’— se ciñeran de tal modo a la situación con­
creta que quieren significar que, al variar ésta, hubieran de cambiar también ellos,
para poder designar apropiadamente la nueva situación.
Esta conjetura parece abonarse con la aparición de otra nueva pareja de nom­
bres — duo/shao— en la época del emperador Kangxi (nuestro s. XVII). Los inten­
tos de los misioneros de introducir el álgebra europea en China tropezaban con
dificultades no sólo terminológicas sino también simbólicas e instrumentales. Así,
para el cálculo con polinomios idearon un sistema, al que llamaron jiegenfang (de
gen — raíz — y fang — cuadrado), que recuerda al álgebra de los cosistas del rena­
cimiento europeo y es notablemente inferior a los procedimientos utilizados por
los algebristas de los Song (sólo permitía tratar con polinomios de grado reducido
y con una sola variable). En la gran enciclopedia matemática, el Shuli jingyun, que
se redactó a finales del reinado de Kangxi (en nuestro 1.723), las parejas de opues­
tos zheng/fis y duo/shao se utilizan con independencia la una de la otra, según el
contexto del método en el que aparecen. La primera se usa tan sólo en el contexto
del clásico fangcheng, mientras que la segunda se reserva para el recién construido
jiegenfang. Como observa M artzloff (p. 65), no hay la menor "perspectiva globa-
lizante que venga a unificar el concepto común del que unos y otros eran portado­
res". En la matemática china emergen diversas negatividades, como si el pensar
cada situación concreta bajo una categoría pre-conceptual de negatividad fuera
algo natural.
Por otra parte, si el análisis semántico de la pareja zhenglfu permitía estable­
cer una neta correspondencia entre su uso en el lenguaje ordinario y en el estricta­
mente matemático, sin embargo no parece ocurrir otro tanto con la pareja cong/yi.
El término 'cong', que Qin Jiushao emplea para los ‘números positivos’, en su uso
habitual tiene el significado principal de ‘partir de’, ‘originarse’, etc., por lo que
puede traducirse también por la preposición ‘desde’. Aunque en la lengua china
actual este significado se ha desplazado hacia la sustantivación del punto de par­
tida, el chino clásico le reservaba un significado activo, indicando con él la acción
misma de partir, de dejar atrás ese punto de partida. Esta cierta positividad, a la que
se opondría bien la idea del regreso o bien la de llegada, se confirma en la segunda
acepción del término: ‘dirigir’, ‘gobernar’. En esta acepción, cong es sinónimo de
zheng, que también significa ‘presidir’, ‘gobernar’, ‘jefe’. Cabría, pues, esperar

115
que la negatividad del ‘ser gobernado’ — mediante la que/« invierte la orientación
positiva del ‘gobernar’ de zheng— se alojara también de algún modo en yi, en tanto
que opuesto a cong. No obstante, aquí se nos escapa qué tipo de evocación hubiera
podido mover a Qin Jiushao para seleccionar >7 como nombre opuesto a cong, pues
en lenguaje ordinario yi se em plea como los verbos ‘añadir’, ‘aumentar’, ‘acrecen­
tar’, o como los adverbios ‘m ás’, ‘aún más’. Y tanto estas acepciones como las
secundarias — ‘utilidad’, ‘enriquecerse’— no sólo no parecen oponerse a ninguna
de las de cong sino que a lo que sí se oponen es a las evocaciones más — occiden­
talmente— inmediatas de negatividad, como serían ‘quitar’, ‘dism inuir’, ‘menos’,
etc. Quede siquiera señalada esta perplejidad.
Con todo, lo que importa resaltar es que en la matemática china no sólo aflora
una forma de negatividad sino varias. Una proliferación tal de negatividades for­
males no puede extrañar si se tiene en cuenta que el modo de pensar chino procede,
como señala Granet, por correspondencias y analogías entre campos diversos que,
no'Dbstante, mantienen su irreductible singularidad, en lugar de llevar a cabo suce­
sivas reducciones de elementos comunes en un proceso de abstracción que deseirw
boca en el concepto como algo separado e independiente de lo concebido. El hom­
bre chino no actúa de otra manera cuando hace matemáticas. M artzloff (pp. 69-71)
no atribuye esta actitud al humus cultural en el que indaga Granet sino a motivos
estrictamente didácticos. A la retórica imperativa propia de la argumentación
euclídea (modelos fijos y universales de demostración que hay que respetar en
cada caso) el matemático chinó opone una retórica persuasiva, que arraiga en lo
concreto y se desarrolla a partir de cada caso. Así, se distinguen los siguientes
modos típicos de argumentación en matemáticas: a) por comparación (de un pro­
blema con otro), b) por analogía (para calcular la raíz cúbica se evoca el cálculo de
la raíz cuadrada), c) paso de lo particular a lo general a través de un problema ejem­
plar, d) uso de procedimientos empíricos (determinación del volumen de la esfera
mediante pesadas sucesivas), e) procedimientos heurísticos (como disecciones
geométricas), f) recurso a medios de comunicación no lingüísticos (manipular pie­
zas de un puzzle, mirar una figura, etc.). Allí donde el pensamiento axiomático-
deductivo tiende a la unificación por vía de abstracción, el pensamiento analógico-
heurístico propende a la dispersión por medio de co-relatos y co-relaciones. Los
textos clásicos de la matemática china son ricos en metáforas, evocaciones y alu­
siones a otros textos literarios. Tanto la emergencia de varias negatividades en dis­
tintos contextos como la ausencia de un formalismo unificador de todas ellas res­
ponde a esta tendencia general de la episteme china, al tiempo que manifiesta una
clara inclinación a pensar — también en matemáticas— bajo criterios de oposición.
El sustrato pre-matemático del que emerge esta profusión de negatividades
debe buscarse en las primeras manifestaciones de la cultura china. Los propios tex­
tos matemáticos, y en particular aquéllos donde se formulan los modos de negati­
vidad considerados, no cesan de dirigir explícitamente la atención hacia ellos.'
M artzloff (pp. 246-7), aunque poco amigo de excursiones al exterior del discurso
matemático, señala el origen taoísta y neoconfuciano de los términos básicos del
Tianyuan shu, el ‘arte de la primordialidad celeste’, que puede traducirse como

116
‘arte de la incógnita’ y ‘equivaldría a’ nuestro álgebra. En los textos de los alge­
bristas de los Song y los Yuan no hay ningún carácter especial (abreviatura, sím­
bolo) para las distintas incógnitas ni sus potencias, que se suponen implícitas en la
posición que ocupan sus respectivos coeficientes en el tablero de cálculo. Un poli­
nomio del tipo ao+a,x+a2x2+ ... +a„x” se asemeja más bien, en notación tianyuan,
a nuestra expresión moderna: (ao, a^ a2, . . . , a„). La incógnita {yuan) está así siem­
pre ausente aunque presente en todas panes, es como el ‘gran uno’ o la ‘unidad pri­
mordial’ (yuan yi) con que suele hacerse referencia al dao [tao]. La incógnita,
como para Laozi (21b) el dao, es algo "oscuro y luminoso; en su oscuridad es lum i­
noso porque en su interior están las formas" aunque él es "sin forma". El otro tér­
mino de la expresión Tianyuan— el tian— se usa para el término independiente y
evocaría asimismo otra noción del pensamiento clásico que podría traducirse como
‘masa de energía que contiene en sí misma un principio de organización’.
El Yijing [I Ching] es — como veremos—• uno de los más potentes focos sim­
bólicos para la construcción de la negatividad, en cualquiera de sus formas. Las
referencias a él son también constantes en los textos donde se construye la negati­
vidad matemática. Liu Hui, en su introducción al Jiuzhng suanshu, donde se
expone por primera vez la estructura zheng/fu, se propone "analizar los principios
(xi li) por medio de formulaciones verbales, (...) de manera que quien lo lea pueda
entender más de la mitad (si guo han)". Pues bien, en tan sólo cuatro líneas hay dos
referencias literales a los clásicos. Como observa Martzloff, la primera expresión
es de Zhuangzi [Chuang Tzu], uno de los padres del taoísmo, y la otra pertenece al
Yijing. Asimismo Liu Hui acusa notables influencias del neo-taoísmo de la época
de los Tres Reinos.
El primer capítulo del Shushu jiuzhang, donde encontramos la pareja cong/yi,
lleva el nombre de dayan, que significa ‘el gran desarrollo’, y hace referencia a un
método de adivinización del Yijing. Para Martzloff, preocupado habitualmente por
marcar distancias entre una supuesta específica racionalidad matemática y otras
formas de razón (que así pasan a serlo de sinrazón), "se constata con facilidad que,
pese a su nombre, es'te método dayan no tiene nada de irracional"1. Ciertamente,
la única relación que a primera vista se observa entre tal capítulo y el método adi­
vinatorio del mismo nombre está en que el primer problema que propone aquél
plantea una cuestión de adivinación análoga a las tratadas por el Yijing. Pero razo­
nes de carácter sociológico y, más ampliamente, cultural permiten sospechar de tan
tajante escisión entre ‘ciencias exactas’ y ‘falsas ciencias’, entre una racionalidad
pura, que vendría a alojarse ejemplarmente en las matemáticas, y una serie de irra­
cionalidades circundantes, como las que se encontrarían en las artes adivinatorias.
Por un lado, como el mismo M artzloff (p. 21) apunta, todavía en la época de
los Song es indiscernible el hacer matemático y el de otros saberes que — sólo
después, y desde Occidente— serán tenidos por irracionales: "en la China de los

1 J.-C. Martzlofl (1988: 145). Sobre la'irracionalidad'del Yijing véase más adelante, en partic­
ular el diagnóstico de C.G. Jung sobre su inequívoca ‘salud mental'.

11 7
Song, quienes estudian astronomía y matemáticas no podían no ocuparse tam ­
bién, al mismo tiempo, de técnicas esotéricas". Efectivamente, los reglamentos
sobre la enseñanza de las ciencias del cálculo en la Universidad del Estado —
redactados entre los años 1.102 y 1.106— establecían que «todos los alumnos
deben estudiar los problemas de los "Nueve capítulos", el "Gnomon" de los Zhou
(...) así como las obras d^ cálculo de calendario, de adivinación y de astrología
astronómica». No es fácil imaginar a una m ism a persona, pensando desde unas
mismas categorías, con un sólo cuerpo de conceptos, procediendo a unas mismas
actividades operatorias (manipulación de palillos)... pero distinguiendo cuándo lo
hace racionalmente y cuándo irracionalmente. Más allá de una mera ‘transferen­
cia de vocabulario’ (que ya de por sí conlleva un inevitable transporte de sentido),
parece razonable conjeturar un mismo modo de pensar que proyecta una misma
carga de racionalidad/irracionalidad cuando se aplica a actividades y estudios
asociados entre sí.
Por otro lado, como también observa M artzloff (p. 63), la ausencia de térmi­
nos técnicos en la matemática china obliga a ésta a recurrir sin cesar al lenguaje
natural, cuyos términos y estructura importa el discurso matemático con toda su
carga de ambigüedad, de particularidades y de presupuestos implícitos. Los térmi­
nos matemáticos chinos son, efectivamente:
"...términos de uso general cuya multiplicidad de empleos y connotaciones
sobrepasa de largo un marco que uno de buena gana imaginaría rigurosamente deli­
mitado, antipolisémico, como corresponde a una matemática constituida. Liu Hui y
sus sucesores rechazaban establecer compartimentos, como si la realidad pudiera
acotarse mejor mediante conceptos intuitivos, ambivalentes, multiformes, variables,
aparentemente más portadores de sentido y de posibilidades de acción. La actitud
china se acerca en esto al vitalismo bergsoniano” .
El trasvase de sentidos entre la lengua natural y el discurso matemático, fenó­
meno común a todas las culturas, tiene especial incidencia en unas matemáticas
que, como las chinas, eluden las definiciones técnicas, los conceptos abstractos.
Carencia (o propiedad) que acusan los propios matemáticos, como Liu Hui cuando
confiesa la dificultad de emitir un juicio sobre el méXoáo fangcheng por carecer de
‘palabras vacías’ (kong yan), es decir, de términos abstractos. De ahí la importan­
cia de los contextos para ceñir el sentido, en lugar de la precisión conceptual que,
en la tradición occidental, dibuja los contornos del significado como queriendo
encerrarle, al igual que encerradas en sí mismas se supone que están las esencias a
las que ese concepto remite. De ahí también la tarea de exégesis y comentarios per­
manentes propia de los pensadores y matemáticos chinos, que a una mirada occi­
dental poco avisada se le pudieran antojar enzarzados en una escolástica empanta­
nada en un mero trasiego de nombres.
De esta radical permeabilidad de la matemática china a la lengua y, a su tra­
vés, a toda la carga simbólica del imaginario cultural chino, no vamos a destacar
aquí sino aquellos núcleos que hubieran podido alentar más directamente la emer­

118
gencia de los distintos modos de negatividad en matemáticas. En particular, el for­
malismo simbólico del Yijing y las elaboraciones taoístas en tomo a la tema yin/
yang/dao.

JI.12. La oposición, categoría central del "Libro de las mutaciones"


El Yijing [/ Ching, Yi King]' o "Libro de las mutaciones", en ocasiones tenido
como el texto más antiguo de la humanidad2, en su versión más primitiva es un
texto sin palabras, un texto de puros signos. Sólo dos rasgos elementales desenca­
denarán toda una gram ática desde la cual, con el tiempo y las distintas interpreta­
ciones, se irán diciendo y haciendo los más variados ámbitos del mundo chino.
Estos rasgos (gua [kua]) son una línea continua y otra partida , que dis­
puestas en grupos de tres dan lugar a los 23 = 8 trigramas:
Nombre Cualidad Imagen Familia
-------- qian [ch’ien], lo Creativo Fuerte Cielo Padre
------ kun [k’un], lo Receptivo Abnegado Tierra Madre
= = zhen [chen], lo Suscitativo Movilizante Trueno 1er hijo
-------- gan [k’an], lo Abisal Peligroso Agua 2o hijo
— — gen [ken], el Aquietarse Quieto Montaña 3" hijo

-------- sun [sun], lo Suave Penetrante Viento, Ia hija


Madera
-------- li [H], lo Adherente Luminoso Fuego 2* hija
----------- dui [tui], lo Sereno Regocijante Lago 3a hija
Estos 8 trigramas elementales son los que, agrupados ordenadamente de 2 en
2, dan origen a los 82 = 64 hexagramas que propiamente constituyen el texto del

1 Se incluyen entre corchetes las romanizaciones con las que suelen ser más conocidos los títu­
los o los términos. De sólo haber una, se trata de la romanización Wade-Giles. Como de costumbre, la
que mantenemos es la Pinyin.
3 La elaboración de los trigramas parece proceder de los ss. IX a! VII a.C., aunque el sistema
adivinatorio del que derivan acaso sea de antigüedad mayor. Las más tempranas glosas a los hexagra­
mas que han llegado hasta nosotros se remontan a los ss. VII y VI a.C.

119
Yijing. "En su origen, el I Ching es un libro sin palabras; es una sucesión finita de
signos no idiomáticos con significados infinitos: un perfecto sistema algebraico",
dice D. J. Vogelmann en R. Wilhelm (1982: 12). Se trata, por tanto, de un texto
radicalmente polisémico, abierto a una infinidad de interpretaciones, la primera
de las cuales parece que tenía una función adivinatoria. Posteriores lecturas han
ido precipitando en las versiones y comentarios que constituyen lo que habitual­
mente se conoce como el Yijing. "Sesenta y cuatro dibujos, los hexagramas, com­
ponen por sí solos el verdadero texto del Yi King; todo lo demás no es más que
comentario, amplificación, leyenda para ayudar al desciframiento de los emble­
mas adivinatorios" (Granet, 1968: 145).
El significado de cada trigrama1deriva del carácter — continuo o partido— de
las líneas que lo componen así como de su disposición respectiva. El de cada
hexagrama, a su vez, está inducido por el de los dos trigramas que integra, por su
ordenación, por el de ciertos trigramas interiores y por el de' aquel hexagrama en
que éste muda por inversión de sus líneas ‘viejas’. Estas transformaciones de cier­
tas líneas en sus opuestas (las continuas en partidas y viceversa) tienen lugar bajo
determinadas circunstancias en las que su carácter está excesivamente acentuado,
o — como dice R. Wilhelm (1982: 64)— están tan "poderosamente cargados de
energía positiva o negativa" que se ponen en movimiento hacia su opuesto. Esto
confiere al hexagrama una tensión capaz de hacerlo mudar en otro, expresando así
el tránsito de una situación a otra, la evolución de un cierto estado de cosas: la
‘m utación’ (vi [i]). "Al suplantarse mutuamente los trazos firmes y los blandos,
surge la modificación y la transformación"2.
Es de destacar que, al margen'de cualquier interpretación, y — en cierto sen­
tido— antes que todas ellas, el Yijing lo que articula es un complejo sistema formal
de puros significantes. Si por algo no cabe calificarlo, como hace Vogelmann, de
‘perfecto sistema algebraico’ no es tanto por su imperfección formal cuanto por su
excesiva complejidad, que lo hace difícilmente inscribible en ninguna de las estruc­
turas algebraicas occidentales modernas. En cualquier caso, se trata de un sistema
pre-literario y pre-conceptual3, capaz por tanto de generar y articular distintos dis­
cursos según los significados que se atribuyan a sus significantes y el sentido que se
confiera a su dinámica; un sistema que dará origen a las imágenes, símbolos, ‘con­
ceptos’ y relaciones fundamentales que instituyen la episteme china clásica.
La primitiva exégesis china, al atribuir la redacción del Yijing a personajes míti­
cos como Fu Hi, enfatiza su virtud fundacional del modo de pensar chino. Efectiva­
mente, no sólo es la matriz de saberes hoy tenidos por seudociencias — como el adi­

1 Las interpretaciones que se distribuyen en la página anterior son posteriores al ‘texto origi­
nal’, integrado por tan sólo los signos de los trigramas de la primera columna. Estas interpretaciones
son las recogidas por Richard Wilhelm (1982: 63).
2 Ta Chuan, El Gran Tratado. 11.2, en R. Wilhelm (1982: 375).
3 R. Wilhelm (1982: 71) constata que los ocho trigramas llevan nombres que no se usan en
ningún otro contexto en la lengua china antigua, descartando la posibilidad de que tales nombres cor­
respondieran a ideogramas o criptogramas antiguos.

120
vinatorio, el mágico o el moral— sino también de las formas más ‘homologables’ de
facionalidad china. En particular, es el crisol donde se firaguá su pensamiento espe­
culativo, ajuicio de buena parte de sus estudiosos. Para P. Demiéville e Y. Hervonet
(1980: IV: 313), "con estos textos oscuros y casi intraducibies —hasta tal punto falta
vocabulario técnico en nuestras lenguas— estamos ante las fuentes vivas de la filo­
sofía china (...) Casi todo el vocabulario filosófico chino se remonta al ‘Libro de las
Mutaciones’". "El Yi-king, con sus comentarios y sus apéndices, constituye la infra­
estructura de la metafísica china", según N. Vandier-Nicolas (1978: 240). Esta infra­
estructura se edifica sobre tres categorías básicas: la de oposición, la de mutualidad
o reciprocidad de los opuestos, y la del tránsito o mutación entre ellos.
En el escueto cifrado del Yijing ya está implícito el nudo de la dialéctica ‘posi­
tivo/negativo’ que ahormará la episteme china y permitirá aflorar, con toda natu­
ralidad, las variadas formas de negatividad matemática. En su versión ancestral, el
Yijing era un libro-oráculo que contestaba a las preguntas previamente formuladas.
La disposición en que quedan unos palillos de aquilea (los mismos que manejan
los matemáticos) lanzados por el consultante se traduce en la figura precisa de uno
de los 64 hexagramas, cuyo comentario sugiere una respuesta al interrogante ini­
cial1. Esta respuesta era, en su formulación más primitiva, un mero ‘sí’, represen­
tado por un trazo largo, o un ‘no’, que se representaba por un trazo partido en dos.
Progresivamente se habrían ido combinando entre sí estas respuestas elementales,
al tiempo que las interpretaciones y los usos se van extendiendo hasta articular
todo un sistema para la comprensión del mundo. El rasgo característico que dife­
rencia a este sistema tanto del occidental como del hindú lo expresa R. Wilhelm
(1977: 41) con una concisión que ahorra mayor abundamiento:
"Detalle característico y diferencial del pensam iento chino es que, en tanto que
en Europa se tom a com o punto de partida el ser puro, en China éste es aprendido en
su m utación. Se trata de una actitud interm edia entre el budism o y la filosofía o cci­
dental del ser. El budism o, que reduce toda existencia a mera forma fenom énica, y
la filosofía del ser, que entiende éste com o la auténtica realidad oculta tras la aparien­
cia del devenir, constituyen, por así decir, dos concepcion es antitéticas."

Para el esencialismo griego, como veremos en detalle, la oposición (aunque


la de oposición tampoco es categoría principal en su modo de pensar) se da entre
el ser y el no-ser, sea éste como — impensable— ausencia de ser o como diferen­
ciación positiva del ser (‘ser esto y no lo otro’ o ‘ser esto menos una parte suya’).
Desde tales pre-concepciones se hace muy difícil pensar alguna negatividad que
pueda asociarse al ‘cero’ o los ‘números negativos’. El fenomenismo hindú, por el

1 Es digna de mención la exploración a que C.G. Jung sometió al Yijing. Instado el libro a
responder como si de un paciente se tratara, sus respuestas llevaron al discípulo de Freud a diagnosticar
que "si un ser humano hubiese dado tales respuestas, yo, como psiquiatra, habría tenido que declararlo
mentalmente sano (...); no hubiera sido capaz de descubrir ningún elemento de delirio, idiotez o
esquizofrenia en las cuatro respuestas"[véase el Prólogo de Jung en R. Wilhelm (1982: 21-42)].

121
contrario, niega cualquier esencia tras el engaño de la apariencia, su ámbito es el
del no-ser1. La episteme subyacente en el Yijing se sitúa entre ambas, afirmando lo
uno y lo otro, más aún, lo uno en lo otro, lo que Juan de Mairena llamaría la ‘esen­
cial heterogeneidad del ser’. Desde aquí, una dialéctica como la zheng/fu no será
sino uno más de los modelos en que se expresa esa categorización primordial.
La conciliación de contrarios que postula el Yijing se da, según R. Wilhelm, en
el transcurso del tiempo: "la idea fundamental del ‘Libro de las Mutaciones’ es que
antítesis y síntesis son generadas en y por el tiempo". Sucesión y alternancia son sus
formas de dinamismo. No es necesario, sin embargo, entender que esta conciliación
ocurra en el tiempo. Numerosos análisis la consideran más bien como constitutiva de
todo un sistema de correlaciones y convergencias sincrónicas. En el extremo, C.G.
Jung llega a interpretarla incluso como una negación del principio de causalidad,
como un modo de pensar bien diferente del que en Occidente liga entre sí el ‘entonces’
lógico, con el ‘entonces’ empírico y con el ‘entonces’ temporal2. Cada hexagrama no
diría así del sucederse de los momentos sino del entramado en que se teje el momento
(en el que se obtiene tal hexagrama) y que hace de él algo único. No es la con-secuen-
cia la que otorga sentido sino la co-incidencia, no el trans-currir sino el con-currir, no
la causalidad sino la casualidad: "exactamente como la causalidad describe la secuen­
cia de los hechos, para la mentalidad china la sincronicidad trata la coincidencia de los
hechos"3. Seguramente lo más ajustado sea entender en ambos sentidos el juego de
oposiciones que despliega el Yijing, un juego de modulaciones sincrónicas y diacróni-
cas que, en su alternancia y convergencia, disponen una manera de entender el espa­
cio, el tiempo y las situaciones, un modo de pensar cuya expresión teórica más elabo­
rada se formula en términos de la dialéctica yin/yang/dao.

11.13. El complejo simbólico yin/yang como m atriz preconceptual.


Su huella en el campo numérico
Aunque en ninguno de los comentarios canónicos que engrasan el Yijing apa­
recen explícitamente los términos yin/yang4, éstos se fundieron pronto con la opo­

1 Un análisis del singular tratamiento del ‘cero' y de los ‘números negativos’ en la obra de Bra-
magupta (fl. 628 d.C.) y de Bhaskara (1 114 — ca. 1185) desborda el marco de este estudio, si se pre­
tende contextualizado y riguroso. La mejor fuente accesible para ello es H.T. Colebrooke (1817), que
contiene versiones críticas a partir del sánscrito de la obra de ambos autores.
‘ La expresión catalana ‘a les hores' es una elocuente manifestación de tal asociación.
3 C.G. Jung en R. Wilhelm (1982: 25). Véase también al respecto R. Wilhelm y C.G. Jung
(1961) y C.G. Jung Y J. Pauli (1969). Sobre los conceptos próximos de 'causalidad reticulada' y ‘cau­
salidad sincrónica' en el modo de pensar chino, véase asimismo J. Needham (1959: II: 288).
4 Véase R. Wilhelm (1982: 68). Para este autor, el origen de ambos términos estaría en la
denominación común de cada una de las dos laderas de una montaña o de las dos vertientes de un río; la
una — yin — oscura y fría, y la otra — yang — luminosa y cálida. En el "Comentario para la Decisión"
(Tuan zliuan) se habla de ‘lo firme' y ‘lo blando' en lugar de ‘el yin' y ‘el yang'. Y sólo aparece ya un
uso formal de estos términos en el "Gran Tratado" (De zliuan). de marcada influencia taoísta.

122
sición formulada en los trazos de aquel texto. Las claves de interpretación recí­
proca que entre ambos se aportan parten de la equivalencia entre, por un lado, el
trazo continuo y el yang, y, por otro lado, el trazo partido y el yin.
Como origen de ambos conceptos se han sugerido elaboraciones teóricas proce­
dentes, según unos u otros estudiosos, de los más diversos ámbitos técnicos. La
propia tradición china remonta su construcción al discurso astronómico, apoyán­
dose en su mención en un calendario de la época de los Reinos Guerreros (s. III
a.C.); la oposición/alternancia de los días y las noches, las estaciones del año (frío/
cálido, húmedo/seco), los puntos cardinales, etc. estarían entonces .en el origen de
la concepción yin/yang. Para otros, este origen habría de buscarse en la teoría
musical, basada en la acción concertante (diao) de sonidos disonantes y sordos (o
bien, de notas graves y bajas) con sonidos limpios y puros (o bien, notas agudas y
altas); éste es, p.e., uno de los temas preferidos de Zhuangzi [Chuang tzu o
Tchouang-tseu] (ca. 369-286 a.C.), uno —junto a Laozi [Lao Tse] (s. VI o s. V
a.C.)— de los dos grandes maestros taoístas. La hipótesis que sitúa la génesis de
estos términos en el discurso adivinatorio los emparenta directamente con el
Yijing, pues ambos aparecen repetidamente en el Xici [Hsi t ’zu, Hi t'seu], pequeño
glosario adjunto al Yijing que, por su profundidad filosófica, se atribuía habitual­
mente a Kongzi [K’ung tse, K ’ong-tseu o Confucio] (¿551-479 a.C.?). Un instru­
mento habitual entre estos adivinos constaba de unas fichas que tenían una cara
convexa {yang, masculino, saliente) y la otra cóncava (yin, femenino, hueco). Asi­
mismo se encuentran referencias a la pareja yin /yang en otros ámbitos, como en
antiguos topónimos, en fórmulas rituales, etc.
La propia diversidad de los lenguajes especializados a los que se quiere atri­
buir su acuñación, junto a la proliferación de dichos y proverbios antiguos donde
se mencionan, parece abonar la tesis de Granet de que los ‘conceptos’ yin/yang for­
man parte esencial de la sabiduría popular; que, forjados por la razón común china,
han venido a instalarse en el centro de su episteme, desde donde pasan a vertebrar
todas las ramas del saber. A semejanza de los topoi griegos, en tomo al complejo
simbólico yinl yang se teje la urdimbre de preconceptos desde los que la razón
china se desencadena, pero — precisamente por ello— sobre los no sabe dar razón.
En el Xici, una de las más antiguas formulaciones de la dialéctica yin/yang
reza así:
"yi yin yi yang zhe wei dao"
lo que suele traducirse como:
"Una vez yin, una vez yang, eso es el Dao [Tao]"
o bien:
"Primero Yin, después Yang, eso es el Dao"

123
Estas versiones priman la dimensión temporal, el carácter cíclico y alternante
del yin/yang. Granet (pp. 104 ss.), sin embargo, considera no menos legítimas tra­
ducciones como:
"Aquí yin, all(yang, eso es el ciao”
o bien:
"Un lado yin, una lado yang, eso es el dao"
En éstas últimas, por una parte, la supresión de las mayúsculas intenta restar
énfasis a las interpretaciones occidentalizantes del yin/yang en términos de Sustan­
cias, Fuerzas o Principios, para acentuar más bien su carácter de aspectos o lados
de lo mismo. Al mismo tiempo que, por otra parte, pone el acento en una interpre­
tación espacial o sincrónica expresada en las oposiciones ‘aquí/allí’ y ‘por un lado
/ por el otro lado’. La concurrencia de estos opuestos se articula sobre un dao que
entonces se asimila a la sincronía de tong [ t’ong] (‘interpenetración mutua’),
mientras que el dao sobre el que pivotan los opuestos ‘una vez / otra vez’ y ‘pri­
mero/ después’ evoca más bien la idea diacrònica de bian [pien] (‘alternancia’).
Ambas lecturas, no obstante, bien pueden tenerse por modos de una tercera más
lacónica y radical:
"Un yin, un yang, eso es dao"
Esta ambivalencia (o, más bien, solidaridad) espacio-temporal1 puede apre­
ciarse en cuantos aforismos antiguos ponen enjuego ambos términos, como p.e. en
los temas musicales de Zhuangzi: "primero/aquí agudo, después/ allí grave". Ambos
aspectos se integran y complementan en otro párrafo del Xici, donde la puerta
cerrada se asocia a lo femenino como yin (la mujer —interpreta Granet— se man­
tiene en el interior de la casa y es en el interior de su cuerpo donde aloja al embrión)
y la puerta abierta evoca lo masculino como yang (el hombre se expande y produce,
se exterioriza): "una (vez) cerrada, una (vez) abierta; es el ciclo de la evolución
[pien]: un va-y-ven [wa/i£ lai] sin término, es la interpenetración mutua [t’ong]".
Aquí la puerta es la imagen de un objeto único capaz de presentar dos aspectos o
disposiciones en el espacio, pero también dos estados de movimiento que se des­
pliegan en el tiempo. Fijado el tiempo, los dos opuestos concurren en ‘interpenetra­
ción mutua’; fijado el espacio, discurren en un vaivén o alternancia. No se trata,
pues, de decidir entre una lectura espacial o una temporal, como tampoco resultaba
pertinente para el Yijing. La dialéctica yin/yang se dispone en un espacio-tiempo
solidario, es sucesión y contraste, recurrencia y concurrencia3. Como gusta de resal­

1 Véase E. Lizcano (1992b).


La imagen de la puerta abierta/cerrada no menciona, pero presupone, el gozne que permite
esa oposición, al tiempo que la articula: el dao.

124
tarse últimamente, y ya Needham (1972: 10) había apuntado, es posible que el pen­
samiento chino antiguo mantuviera una concepción del espacio y del tiempo seme­
jante a la que proporciona la teoría de la relatividad, que "hayan captado algo a lo
que nosotros llamaríamos un continuum espacio-tiempo universal, en cuyo interior
coexistirían un número infinito de espacios-tiempos particulares, y que hayan creído
que el universo debía presentarse de modo bien distinto a diversos espectadores
según la posición de cada uno respecto a la totalidad".
Ante esta polisemia manantial de lo yinlyang, Granet opta por tomarlos como
emblemas o rúbricas cuya cifra marca todo el modo de pensar chino. Su interpre­
tación en términos de ‘fuerzas’1, ‘principios’, ‘sustancias’ o modos de la ‘m ateria’,
aunque se trate de conceptos ajenos a la especulación china, son posibles pero no
lo agotan. Lo yinlyang abarca éstos y otros modelos posibles, si bien es a su vez
más concreto que estas abstracciones. No se trata de un concepto abstracto y for­
mal, sino de un manantial simbólico capaz de suscitar en cada caso imágenes pre­
cisas que evocan aspectos antitéticos, contrastantes. Para los sabios pueden ser dos
entidades antagónicas; para los adivinos, los dos principios de toda mutación; para
los astrónomos, dos categorías cosmogónicas; para la sociedad china, en general,
dos complejos simbólicos altamente eficaces y siempre concretos que gobiernan
tanto el pensamiento como las más diversas costumbres de la vida social2.
Uno de los ámbitos donde esta pre-concepción tiene implicaciones decisivas
— y, en particular, en lo que a la emergencia de la negatividad matemática se
refiere— es en el ámbito lógico (o mejor, pre-lógico) donde se asientan los criterios
que deciden qué se va a tener por una ‘clasificación’. La divergencia entre Grecia
y China en tomo a ello marca sus diferencias sobre la diferencia (y, en particular,
sobre la resta)', determina por qué en un caso el ámbito de lo numérico se va a
mover necesariamente dentro de la positividad, en tanto que en el otro caso va a
disponerse, simétrica y simultáneamente, en categorías opuestas. Para el pensa­
miento occidental el criterio que rige toda clasificación descansa, como veremos
en detalle, en un encajonamiento jerárquico de géneros y especies. Las diferencias
específicas van marcando la gradación de sucesivas especificaciones que definen
las clases y subclases en que consiste la clasificación. Esta cadena de ida y vuelta,

1 Esta interpretación del par yin/yang como fuerzas opuestas conduciría ‘inmediatamente’ al
álgebra vectorial, la cual — para el caso de la recta real — llevaría a su vez a la oposición entre
‘números positivos’ y ‘números negativos’. El ‘cero’ de la recta real sería el origen de los vectores,
gozne que articula vectores opuestos y punto en el que éstos se compensan. No obstante, aunque el
vectorial es sin duda un modelo del 'sistema yin/yang', no se construye como tal en el pensamiento
chino, ni hay razones para conjeturar que fuera a través de una interpretación de este tipo como cons­
truyeran los matemáticos de los Han el álgebra zheng fu. No forzaremos aquí, por tanto, este camino.
2 Véase la excelente descripción de Granet (1968: 119-122) sobre los rituales de las fiestas
campesinas en la China antigua, donde los criterios para la división/encuentro entre los grupos de
sexos, la caracterización de los lugares, los mitos y refranes evocados, los tiempos elegidos, y multitud
de otros determinantes manifiestan la operatividad de esta oposición/concurrencia de contrarios/soli­
darios anclada en lo más profundo del imaginario simbólico chino. La razón última de ello estaría, a
su juicio, en que "en los tiempos en que se formó la concepción del Yin y del Yang (...) el orden social
descansaba, no en un ideal de autoridad, sino en un principio de rotación".

125
de progresiva especificación descendente (de los géneros a las especies) y corres­
pondiente abstracción ascendente (de las especies a los géneros), es del todo
extraña a la episteme china. Aquf es la polaridad de los emblemas yin y yang la que
preside y mueve cualquier disposición clasificatoría. El principio que rige cual­
quier clasificación de un todo se funda en la distinción inmediata de dos aspectos
simétricos que, oponiéndose, concurren y, concurriendo, se oponen. La diferencia
no ex-trae (o sus-trae, o abs-trae) el género del interior de la especie1 sino que
marca la distinción entre opuestos: no se mueve en el espacio positivo de una sus­
tancia que se especifica sino — como indica Granet (1968: 117-8)— en un espacio
dual de simetrías que se reclaman:
"[los términos yin y yang] forman a la vez una pareja de actividades alternantes
y un agrupamiento bipartito de formas alternadas. Presiden la clasificación de todas
las cosas. Los chinos, en efecto, han conseguido organizar su pensamiento sin pre­
ocuparse verdaderamente por construir especies y géneros. Se contentan con varias
reparticiones de base numérica2y dotan, si así puede decirse, a la simple bipartición
de un poder soberano en materia de clasificación".
La razón de este proceder está tanto en la eficacia de la dualidad con que
opera el complejo yinlyang, que alcanza también a operaciones formales elemen­
tales como la de clasificación, como en la aversión china a construir conceptos abs­
tractos, a los que necesariamente ha de recurrir cualquier criterio clasificatorío que
actúe en términos de géneros y especies:
"Los chinos no encuentran el menor placer en clasificar por géneros y especies.
Evitan pensar con ayuda de conceptos que, alojados en un Tiempo y un Espacio abs­
tractos, definen la idea sin evocar lo real. Frente a los conceptos definidos, prefieren
los símbolos ricos en afinidades" (Granel. 1968: 125).
Esta actitud mental expresa — y se expresa en— las propias características de
la lengua china: "Leyendo chino — sugieren E. Fenollosa y E. Pound (1977: 34)—
no parece que estemos haciendo malabarismos con fichas mentales, sino que
vemos las cosas llevando a cabo su propio destino". Frente al cierTe y al límite que
impone toda de-fin-ición, el modo de pensar chino dispara el juego de las a-fin-ida-
des. Frente a la linealidad axiomático-deductiva, prefiere la concurrencia de seme­
janzas, simetrías y oposiciones. Frente a la univocidad de los conceptos claros y
distintos, la polisemia y las resonancias. Frente a la autoconsistencia de las sustan­
cias, la interdependencia de los aspectos antitéticos. Frente a la estaticidad auto-
contenida de los sustantivos, la transitoríedad evanescente del sustrato verbal que

1 Véase epígrafe III.6.


* La distinción occidental entre los usos de los números como cardinales, ordinales o meras
marcas distributivas es de importancia muy secundaría en China. La función del número es, siguiendo
a Granet (1968:127-248), eminentemente ‘protocolaria’.

126
se haya presente hasta en las partículas gramaticales más in-significantes. Para los
citados autores, en la lengua china, "las relaciones son más reales e importantes
que las cosas que por ellas se relacionan" (p. 50); por ello, "dos cosas unidas no
producen una tercera cosa sino que sugieren una relación fundamental entre ellas;
por ejemplo, el ideograma para ‘comensal’ es un hombre y un fuego" (p. 35).
Como observa Fenollosa (p. 42), es notable que toda la precisión que la cien­
cia occidental busca en los sustantivos se vuelva absoluta imprecisión en el acota­
miento del significado de los verbos. La capacidad de significación de éstos ha ido
a alojarse casi por completo en unos sustantivos inertes. Hasta el punto de que el
verbo central del pensamiento occidental, el verbo ‘ser’, se convierte en el sustan­
tivo por excelencia, el ‘ser’. En chino, el verbo principal que correspondería al
‘ser’ tiene el significado activo de ‘tener’, y un análisis de los rasgos de su ideo­
grama remite a "coger con la mano algo que está en la luna".
Al entenderse la dialéctica yinlyang en un sentido tan distinto tanto de la dia­
léctica de esencias como de la oposición entre ser/no-ser, el ámbito del número
podrá desplegarse en China a ambos lados de la barra en lugar de verse constreñido
a uno sólo: el del ser y sus especificaciones. La ‘determinada multitud de unidades’
que define al número griego nace ya en China con la marca de la oposición antes
de empezar a desencadenarse en ‘los diez mil seres’. Así, según Laozi (42a):
"El Tao engendra al Uno, el Uno engendra al Dos, el Dos engendra al Tres, y
el Tres engendra los diez mil seres. Los diez mil seres llevan a sus espaldas el Yin y
en sus brazos al Y a n g y el vapor de la oquedad2 queda armonizado".
Al desencadenarse del número, de lo múltiple, no le es extraña, por tanto, la
oposición, sino que incluso le es propia, pues ella marca emblemáticamente toda
forma de número, de multiplicidad, que así se encuentra llevando ‘a sus espaldas
al yin y en sus brazos al yang'. El número que suscita el complejo simbólico yin/
yang es naturalmente un número/nombre zheng/fuJ, un número/nombre yi/cong,
un número/nombre duo/shao... Y esta misma variedad de denominaciones — se­
gún la actividad matemática concreta en que cada uno de estos modos de negativi-

1 En esta imagen, la contraposición 'espaldas/brazos' manifiesta netamente el carácter sincrónico


con que en este caso se considera la oposición yin/yang que viene a reforzar; enfatiza el carácter de
‘lados’ o ‘aspectos’ opuestos en que in-mediatamente se reparte cualquier forma de multitud o número.
2 El carácter qi [ch'ij, que C. Elorduy traduce por ‘vapor’, está compuesto por los caracteres
elementales del arroz y del vapor (que se supone despide aquél al cocerlo). La evanescencia de la ima­
gen qi se refuerza con la de chong [ch'ung] (‘oquedad’), para venir a sugerir aquello — ¿el ‘cero’?—
en que se resuelven los opuestos. La identificación que lleva a cabo este autor (en Lao tse / Chuang
tzu, 1977: 130) con el pneunia de los estoicos no puede dejar de parecer forzada, sobre todo cuando lo
que viene a armonizar el ‘vapor de la oquedad- es la acción concertame de los opuestos yin y yang.
3 Es de notar la proximidad semántica entre esta caracterización de yin como algo que los diez
mil seres ‘llevan a la espalda' y la principal acepción de fu en el lenguaje ordinario: 'llevar una carga a
la espalda’. A lo que se añade la correspondencia entre las respectivas subordinaciones jerárquicas: el
rango secundario, derivado o inducido que apreciábamos en fu respecto a ziieng, es el mismo que tiene
yin respecto a yang: "El yang llama, el yin responde".

127
dad emerge (álgebra fangcheng, extracción de raíces, técnicas jiegenfang...)— es
buena muestra de esa eficacia concreta y polisémica del complejo simbólico yin/
yang. Éste, al actuar como paradigma generador de modelos formales particulares,
no actúa a modo de un principio rector abstracto, en el que se reducen las diferen­
cias, sino como actividad simbólica concreta. No ordena el Tiempo y el Espacio,
sino los momentos y los lugares. No se aplica como concepto — delimitado y uní­
voco— a los agrupamientos. numéricos, sino a las singulares manipulaciones ad
hoc con que los matemáticos hacen frente a ciertos problemas.
La pujanza de este complejo simbólico salva las fronteras que en Occidente
irá levantando una compulsión sui generis por la compartimentación de los sabe­
res. El rigor que proyecta sobre las prácticas matemáticas se extiende también a
otras configuraciones formales que no se tienen por tales: conocimientos míticos,
cosmogónicos, alquímicos o adivinatorios. También imbuirá en estos ámbitos
estructuras formales, como la de grupo, que la episteme griega no podrá construir
ni siquiera en el ámbito del saber que mas llega a formalizar, el del álgebra geomé­
trica. En ésta, la percepción espacial del número como extensión no puede ser sino
positiva, no negativa ni nula. Lo cual hace imposible la construcción de números
opuestos en torno a un elemento neutro que caracteriza a la estructura de grupo,
como será la que vertebre el espacio simbólico que definen los llamados ‘cuadra­
dos mágicos’ que habitualmente maneja la sabiduría popular china.

11.14. C uadrados m ágicos, pensam iento analógico


y congruencias algebraicas
Incluso los que pudiéramos tener por números ‘positivos’ están afectados en
China por disposiciones alternantes, por oposiciones recíprocas, por orientaciones
contrapuestas. La disposición lineal abstracta, progresiva, de orientación única
(1,2,3,4,5,...), que es la imagen que preside en Occidente la concepción de la serie
numérica, se sustituye en el modo de pensar chino por una disposición cíclica,
constituida por parejas contrapuestas que se hacen presentes en un espacio-tiempo
concreto. Granet (1958: 151), tras el análisis de tres antiguos usos de la serie numé­
rica en tres contextos diferentes, ofrece el siguiente cuadro comparativo:
VERANO FUEGO SUR
P I M M 7 0
R 7 N A 2 E E 2 E
1 8 5 9 V D 3 5 4 T S 8 3 5 4 9 S
M 6 I E 1 A T 1 T
A E R L E 6 E
V. R. A
OTOÑO AGUA NORTE
Ho t ’ou
Yue ling Hongfan de los Song

128
La analogía entre los distintos contextos (estaciones, elem entos físicos y
orientaciones) se basa en la congruencia módulo 5 dé los números que etiquetan
los objetos asociados. Por ejem plo, la asociación entre agua, otoño y norte, se
expresa en la congruencia entre sus cifras respectivas (1 = 6 (5), es decir, 6 -
_ 5 = 1). M ediante este expediente, la serie num érica podría continuar desple­
gándose indefinidamente, pero no en línea sino en cruz (como lo hace en el cua­
drado Ho t ’ou). En esta disposición, 7 (ó 2) y 6 (ó 1) se oponen entre sí, como
también se oponen 8 (ó 3) y 9 (ó 4), y como lo hacen los ‘aspectos’ de los que
son em blem as.
También en el Xici encontramos una oposición de este tipo. Gracias a la distin­
ción entre líneas fijas y móviles, las líneas fundamentales (yin, par) y ------
(yang, impar) se desdoblan cada una en otras dos: el viejo yin y el joven yin, que tie­
nen por números respectivos el 6 y el 8 (ambos pares), y el viejo yang y el joven
yang, a los que corresponden respectivamente el 9 y el 7 (ambos impares). Las opo­
siciones cruzadas de la figura anterior enfrentan así al viejo yang (9) con el joven yin
(8), y al joven yang (7) con el viejo yin (6). En la práctica adivinatoria antigua se
consideraba que las líneas viejas, cargadas en exceso, eran mudables pues tendían a
transformarse en sus opuestas. Para interpretar estas líneas debía recurrirse a los
comentarios del duque de Zhou y considerar el hexagrama resultante de con-vertir
el 9 en 8 y el 6 en 7. Una vez más, la oposición es in-versión y con-versión de con­
trarios, interpenetración de facetas o aspectos encontrados pero reversibles.
En esta disposición en cruz de nombres/números opuestos, el 5 juega un papel
singular. Situado en la encrucijada, separa a los opuestos al tiempo que es a través
suyo como éstos mudan entre sí. El 5 hace posible la distinción al establecer la
simetría, pero también permite el tránsito, la operación e interacción entre los sig­
nos alternantes/enfrentados. Él, por su parte, eje de simetría, carece de simétrico
(o, lo que es lo mismo, es su propio elemento simétrico); dispone un juego del que
no participa. No puede dejar de asociarse ese 5 con lo que — hoy y aquí— llama­
ríamos el ‘elemento neutro’ o ‘cero’ del grupo aditivo Z/51. Las clases de con­
gruencia (distintas del ‘cero’) de Z/5 están representadas en cada una de las ramas
de la cruz; la clase [0] se representa en su encrucijada3.
La semejanza parece acabarse aquí, pues las clases opuestas en Z/5 no se
corresponden con las ramas que se enfrentan en el espacio simbólico de la cruz.
Pero esto sí ocurre en otras disposiciones simbólicas no menos clásicas, que suelen
presentarse bajo la forma de cuadrados mágicos del tipo:

1 Z/5 = ([IJ,[2],[3],[4],[5]). Cada uno de los cinco elementos o clases del conjunto Z/5 está
formado por todos los números congruentes módulo 5 con el que da nombre a la clase; asf [1] =
= { 1,6,11,...) , [2] = (2,7.12,...) , etc. Y [5] = [0] = {0,5,10,...).
2 El diagrama Ho t'ou de los Song se ofrece, en su versión más antigua, no con caracteres
numéricos sino con cuentas redondas. En su centro está el 5 rodeado por el 10 [10 E5 5 EE 0 (5)]. Y
los redondeles que constituyen cada número son negros o blancos según ese número sea, respectiva­
mente, yin (par) o yang (impar). Aquí, como ya ocurriera también con la pareja zheng/fu, los colores
sirven para marcar ambos opuestos.

129
SUR SUR

NORTE NORTE
(a) (b)
El cuadrado (a) pasa por ser1el más antiguo de cuantos se conocen. Según la
tradición, habría sido comunicado a los hombres por una tortuga del río Lo que se
lo dió al mítico Yu el Grande, fundador de la dinastía de los Hia. Yu, para organizar
el mundo, lo fué recorriendo, y la etapa que nombra/numera cada número corres­
ponde así también a las orientaciones y a las estaciones2. En este cuadrado Lo zhou,
los cuatro enfrentamientos posibles (dos en la cruz principal y otros dos en la cruz
formada por las diagonales) sí se corresponden con las oposiciones en Z/5. Es
decir, - [7] = [3], puesto que [3]+[7] = [5] = [0]; y análogamente - [9] = [1 ],- [6] -
= [4] y -[8] = [2]. Otro tanto ocurre con el cuadrado mágico (b) si sus emblemas
numéricos se asocian ahora a clases de Z /63. Ambos cuadrados son pues ‘equiva­
lentes’ a los que podríamos escribir como:
SUR SUR

+4 - 1 +2 0 -5 +2 O
E E -3
E E
S S S S
+3 0 -3 -4 0 +4
T T T T
E -2 + 1 -4 E E +3 -2 +5 E

NORTE NORTE
(a) (b)

1 D. J. Struik (1963). Para mayor información sobre distintas interpretaciones y usos de estos
cuadrados simbólicos véase también M. Granel (1968: 127-248).
' El complejo espacio-tiempo aparece míticamente con-fundido desde los comienzos, y a él
remitirá también la con-fusión china de los caracteres nominal, cardinal y ordinal de los números con
que ese complejo se nombra, numera y enumera.
5 Con la salvedad de que aquí no estaría representado el grupo completo, por la ausencia de una
cla se.

130
Ya en la época de los Han, Zheng Xuan lleva a cabo una exégesis racionalista
del cuadrado (a) en términos de ciertas asignaciones numéricas con las que se eti­
quetan los distintos trigramas. El criterio será ahora genético, según el orden en
que los trigramas se suceden unos a otros. El punto de partida es la clasificación
o, mejor, bipartición— del conjunto de los trigramas atribuida al legendario rey
Wen, fundador de la dinastía Zhou. Esta bipartición se basa en la interpretación
numérica más extendida en China para las líneas del Yijing, que acude a la oposi­
ción elemental par/impar. El número 2 (primer par) se asocia a la barra disconti­
nua, la Tierra, lo femenino, lo v/n; el 3 (primer impar) a la barra continua, el Cielo,
lo masculino, lo yang'. Como caracteres elementales y primeros números, refle­
jan la inmediata escisión de la unidad en la pareja fundamental de opuestos ‘2/3’.
Mediante la suma de los números asociados a cada línea se obtiene otro número
cuyo ‘aspecto’ — par o impar— le asigna una u otra de las dos clases opuestas en
la bipartición fundamental:
YIN (par) YANG (impar)
Kun Quian
------ (2) Madre o -------(3) Padre
--------- (2) Gran Yin (6) -------(3) Gran Yang; (9)
------ (2) -------(3)
Hi­ -------(3) (3) - - (2) - - (2) -------(2) -------(3) H i­
jas -------(3) ------ (2) ------ (3) - - (2) -------(3) --(2 ) jos
(8) -------(2) (3) ------ (3) ------- (3) --(2 ) -------(2) (7)
Sun Li Dui Zhen Gan Gen
Zheng Xuan va disponiendo los trigramas según el orden en que se suceden
unos a otros. Empezando por Gan (1), el ciclo sigue por Kun (2), por Zhen (3) y
por Sun (4), para remansarse en el centro en un 5o momento — al que no se asigna
trigrama— y proseguir por Qian (6), Dui (7), Gen (8) y llegar a Li (9), donde
vuelve a reposar en un 10o momento en el centro para reanudar el ciclo de nuevo e
indefinidamente.
Este orden de sucesión corresponde a una alternancia de yang (los trigra­
mas de ordinales 1,3,6,8) y de yin (los trigram as 2,4,7,9). Tras cada trigram a
yang (cuya sum a de líneas es impar) viene uno yin (cuya sum a de líneas es
par) y viceversa. Esta alternancia (tem poral) es la que se dispone (espacial­
m ente) en el cuadrado mágico (a), cuya espacialidad antes que m eram ente
extensional es sim bólica. En el cuadrado, como veíam os, se enfrentan los
opuestos en Z/5 (9 y 1, 7 y 3, 8 y 2, 6 y 4), que se corresponden con los tri-

1 Véase M. Granel (1968: 131, 154 ss.).

131
gram as que se consideran opuestos entre sí1. Adem ás, en el espacio sim bólico
del cuadrado, puede observarse una bipartición de los trigram as:

4 9 2
3 5 7
8 1 6

mediante la cual los que quedan por encima de la ‘diagonal principal’ son los yin
(2,4,7,9), mientras que los que quedan por debajo son los yang (1,3,6,8).
En este espacio simbólico el 5 vuelve a jugar un papel singular. En el simbo­
lismo aritmético chino, el 5 marca el papel central o una prioridad jerárquica. En
el cuadrado de Zheng Xuan cumple, en un contexto formal, exactamente las fun­
ciones que se atribuyen al dao en general. Diacrónicamente, según la presentación
sucesiva expuesta por Zheng Xuan, marca el momento en que la tensión en la alter­
nancia de opuestos se remansa: "primero yin, después yang; eso es dao". El
número de su(s) momento(s) no es número de ningún trigrama, pues siendo él
quien gobierna — y quien re-sume— la sucesión de los contrarios no admite otra
contrariedad que la identidad. Pero esta identidad no es estática sino dinámica: tras
descansar en el 5, se relanza el sucederse de las oposiciones hasta reposar de nuevo
en el 10, en el 15, etc. Siendo distintos cada uno de estos aquietamientos o anula­
ciones de la tensión ilimitada de los opuestos, sin embargo son siempre el mismo:
todos son congruentes entre sí: 5 = 10 (5 ), 10 = 15 (5 ), etc. Todos ellos son la
misma clase de equivalencia en 275: [0], laclase ‘cero’, el ‘elemento neutro’, aquél
que determina las oposiciones y cuyo opuesto no es sino él mismo2. De él parece
hablar Zhuangzi (XXII. 8) cuando dice: "Un hombre vive en el Estado Central; no
es ni yin ni yang. Vive entre el Cielo y la Tierra. Ahora es hombre, luego tendrá
que volver a su origen". A través del 5 y por intermedio suyo, el ciclo puede pro­
longarse sin límite, siempre distinto y siempre el mismo.
El cuadrado representa también la dimensión sincrónica del complejo simbó­
lico yinlyang/dao: "aquí yin, allí yang\eso es dao". De forma individual, determina
cuatro ejes (horizontal, vertical y las dos diagonales) cada uno de los cuales une/
separa una pareja de opuestos, cada yin y su yang, tanto en Z/5 como en la inter­
pretación de los trigramas. De manera global, su diagonal define una bipartición
del espacio simbólico: arriba y a la derecha, lo yin; abajo y a la izquierda, lo yang.

1 La aparente impropiedad de sumar unos números, los del orden de presentación de los trigra-
mas, que sólo son ordinales — p.e. [1]+[9J=[5] — no lo es desde la concepción china, donde el em­
pleo cardinal, ordinal o protocolario de los números veíamos que es a menudo indistinto.
* Por definición, en una estructura algebraica, el 'opuesto' de un número es aquél que sumado
con él da como resultado el ‘elemento neutro’.

132
En uno y otro caso, el centro del cuadrado cumple una función singular: centro
(geométrico) de simetría, punto de convergencia y anulación (algebraica) de los
opuestos1, gozne (topològico) en el que se anudan/desenlazan los caminos (los
aspectos encontrados y las inversiones), lugar privilegiado donde "el vapor de la
oquedad queda armonizado".

11.15. ¿Oponer o restar? Espacio simbólico vs. espacio extenso


Pero como cobra toda su virtud esta concepción de la negatividad por el pen­
samiento chino es en contraste con construcciones de la racionalidad occidental que
a primera vista resultan aparentemente análogas2. Así, p.e., el pensamiento pitagó­
rico, donde también el juego de las oposiciones ocupa un papel central, donde tam­
bién estas oposiciones encuentran su expresión formal primera en la oposición par/
impar, donde también se somete a los cuadrados mágicos a una interpretación sim­
bólica (aritmológica)... atribuirá, sin embargo, a todo ello un sentido bien diferente,
un sentido del que no puede emerger forma alguna de negatividad.
Como piedra de toque bien puede valer ‘el mismo’ cuadrado mágico Lo zhou,
que sorprendentemente encontramos analizado con todo pormenor, y al modo pita­
górico, por el jesuíta Athanasius Kircher (1601-1680). Acaso Kircher conociera el
cuadrado a través de sus correligionarios, que por entonces volvían de sus primeros
viajes a China y con los que mantenía frecuentes entrevistas en Roma, o tal vez
hubiera tenido conocimiento de él movido por su profundo interés en el pitago­
rismo cabalístico y en. la figura de Pitágoras, a quien tenía por maestro de los mis­
mísimos sabios egipcios.
4 9 2
3 5 7
8 1 6
1 Tal y como también los opuestos zheng/fu ‘se destruyen (o reducen) mutuamente' (xiang
xiao) en la formulación de Liu Hui.
* Una analogía que es sólo aparente, y no estructural, lo que no quita para que se agite como un
argumento mas en favor de un matematismo indiferente y proteico, supuestamente universal y natural,
para el que úna fantástica naturaleza de lo numérico se iría adaptando, como la de un ser vivo, a las
distintas culturas.
3 Sobre los modos de pensar por oposición y por analogía en la episteme griega véase el mag­
nífico estudio de G.E.R. LLoyd (1987). Pero, como veremos, ni la oposición tiene aquí el mismo sen­
tido que en China, ni la analogía llegará a conseguir otro rango que el meramente retórico o
persuasivo, cuando no directamente engañoso (sobre la condena de la metáfora y el razonamiento
analógico por Aristóteles véase LLoyd, pp. 372-381), ni — por supuesto — ninguna de estas dos for­
mas de pensar tendrá otra proyección en la matemática griega que la de excluir precisamente esos
‘ceros' y esos ‘números negativos' que en China sí resultan de pensar por oposición y por analogía
hasta sus últimas consecuencias.

133
El caso es que nuestro jesuita afronta este cuadrado con el propósito de inves­
tigar "sobre los misterios de estos números". Lo denomina ‘sello de Saturno’ por
ser su número (de casillas) el 9. Aquí aparece una primera y notable diferencia. El
número característico de un cuadrado lo entiende Kircher como agregación de
unidades (casillas), indistintas y por tanto sumables. Así, el número del sello de
Saturno es el 9 porque 9 es el número total de sus lugares interiores. Pero para que
estos lugares hayan podido ser sumables han debido concebirse como homogé­
neos, es decir, no como lugares propios o moradas singularizadas sino como zonas
de un solo territorio, apartamentos de un mismo edificio.
Frente a esta espacialidad barroca, en esto aún euclídea, si algún número carac­
teriza al cuadrado Lo zhou en la exégesis china no podría ser otro que el 5, por el
papel estructural — y estructurante— que juega en el complejo de relaciones que se
establecen. En un caso, lo determinante son los objetos — y objetos abstractos
(casillas)— ; en el otro, las relaciones —y relaciones en tomo a un centro— . La
explicación de la génesis de ese 9 característico explícita aún más el carácter abs­
tracto de esa espacialidad. Para el pensamiento visual-euclídeo de Kircher1, el 9 que
caracteriza al sello de Saturno "se produce aplicando la fuerza del 3 sobre sí mismo”
(1984: 71). Se trata de la dynamis: ‘potencia’ en el sentido energético pero también
‘potencia cuadrada’ o ‘elevar al cuadrado’ en la traducción que solía hacerse del tér­
mino y de su uso por la matemática griega. El 9 es la dynamis de 3 porque 32= 9. El
3 se despliega, se expande en el espacio para alumbrar el cuadrado de superficie 9
que lo tiene por lado (‘lado criando cuadrado’, como escribía expresivamente el
matemático portugués Pero Nunes poco antes que nuestro jesuita):
O O O

o o o

o o o

El espacio que delimita el cuadrado surge así como extensión homogénea,


descualificada, de la potencia del número. Son las unidades indistintas que inte­
gran esa ‘m ultitud’ en número de 3 las que se expanden hasta alcanzar una ‘multi­
tud’ de nueve. El arithmós que los griegos definen como ‘determinada multitud de
unidades’ es esencialmente extensión, y en esa mera extensión es donde se va a
jugar el sentido de los números. Una interpretación bien distinta es la que veíamos
que hacía Zheng Xuan sobre la génesis del cuadrado Lo zhou. Ahora éste se des­
pliega por airam iento simbólico; no en un sólo gesto (‘la fuerza del 3’) sino por la
disposición sucesiva de lugares concretos y singulares, cargados de cualidades
emblemáticas, que van adquiriendo número/nombre en la progresión, alternante y
cíclica, de la serie numérica en tomo a un centro.

1 Véase I. Gómez de Liaño (1986).

134
Una vez generado el espacio1 cuadrado — sea como extensión de-fin-ida sea
com o trama simbólica— , la siguiente diferencia surge en el modo de articular su
estructuración interna. Toda la ‘misteriosa disposición de los números’ que descu­
bre Kircher se escondía tras el hecho de que, agrupados por filas o por columnas o
en diagonal, al sumar cada tripleta de números siempre se obtiene 15. Siendo cada
número extensión (de la multitud concreta de unidades indistintas que contiene),
la operación/relación ‘natural’ entre ellos no puede ser sino la ‘suma’, la extensión
total de sus extensiones. En la exégesis china, en cambio, cada número del cua­
drado es emblema o signo, se refiere — en la interpretación de Zheng Xuan— a un
trigrama y al complejo de significados que éste evoca, o bien — en el mito del Lo
zhou— a los lugares-momentos que ordenan el mundo. En consecuencia, la ope­
ración/relación que entre ellos se establece es manifestación de un orden: espacial­
mente, refleja la división del mundo en nueve regiones; temporalmente, expresa la
emergencia sucesiva y alternante de las estaciones, de lo yin y de lo yang. Por eso
la relación interna fundamental entre los números no es de suma sino de oposición,
¿cómo sumar lugares singulares o situaciones diferentes?1 El espacio chino — sea
la casa, el universo, el lugar de la fiesta o el cuadrado mágico— está marcado sim­
bólicamente y, muy en especial, está marcado por lugares que se oponen/interpe-
netran en tom o a un centro. Todos estos espacios concretos, que son articulación
de lugares distintos, son a su vez isomorfos: sus lugares se co-responden y su nom­
bre es el número común — mediante congruencias— a todos los lugares así asocia­
dos. Y también se conservan, mediante esos isomorfismos, sus relaciones internas
principales, cuales son las de oposición.
La propia ‘sum a’ implícita en el cuadrado chino sólo se parece a la de Kircher
en el nombre. La primera es una relación entre opuestos, la segunda lo es entre
‘multitudes’. La primera es una ‘ley de composición interna’, pues al operar con
clases de congruencia mantiene siempre el resultado de la operación en el interior
de Z/5; la segunda es una ‘operación externa’, pues actúa sobre el conjunto
{1,2,...,9} y toma valores ‘naturales’ exteriores a él. La primera repite sus resulta­
dos cíclicamente, viniendo a remansarse en un centro; la segunda dispara indefini­
damente la serie numérica.
Para disponer los números en el cuadrado, Kircher sigue ciertamente un
orden, pero — a diferencia del seguido por Zheng Xuan— es del todo in-signifi-
cante, meramente mnemotécnico. Según sus indicaciones, se deben ir colocando
los números de tres en tres, en orden ascendente, en las sucesivas líneas oblicuas
del siguiente rombo:

1 Con lodo, ésta de 'ser generado' es una característica común al espacio chino y al griego. A
diferencia del espacio 'moderno', cartesiano (que es algo dado, estático, receptáculo al que irán luego
a alojarse números y figuras, y por tanto anterior a ellos), aquellos dos van brotando como resultado de
una tensión, de un dinamismo interno a los números: sea ‘la fuerza dél 3’ sea la concurrencia/alteran-
cia yiii/yang.
2 "Por muchas vueltas que le doy — decía Mairena— no hallo manera de sumar individuos" (A.
Machado, 1973: 10).

135
1
4 2
7 5 3
8 6
9

y después los cuatro números de las esquinas "se transfieren al lugar vacío
opuesto" (p. 82), con lo que se obtiene el cuadrado al que él llama ‘ternario’.
El criterio de disposición seguido no pasa, pues, de ser un artificio para el
recuerdo, sin ningún significado propio. Como tampoco tienen otro significado más
allá del estrictamente espacial los citados términos ‘vacío’ y ‘opuesto’. Ese vacío no
cumple una función simbólica ni estructural (ambas satisfechas por el vacío (wu) en
el tablero de cálculo del fangcheng), es un mero espacio no ocupado al que, por
tanto, puede ‘transferirse’ o desplazarse un número. El uso del término ‘opuesto’ es
— además de tan falto de significado como el de ‘vacío’— impropio: el ‘lugar vacío
opuesto’ es propiamente el ‘lugar vacío más distante en línea recta’, una pura refe­
rencia extensional. Un segundo uso que hace Kircher de la oposición no es más
expresivo (aunque sí lo sea precisamente por ello): el 5 es ‘término medio’ porque
los ‘opuestos’ (1 y 9, 2 y 8, 3 y 7 ,4 y 6) ‘equidistan’ de él, es decir:
1+9 _ 2 + 8 _ 3 + 7 _ 4 + 6
22 2 2 '

De modo que los ‘opuestos’ no son sino los extremos de un segmento de longitud
10 que tiene en el 5 su punto medio: extensión indistinta, un vez más, donde la opo­
sición no es tal sino mero límite o borde del espacio considerado. La tercera y
última forma de oposición a la que Kircher pudiera haber atendido, la de lo par y
lo impar, también se desvanece en su consideración del número como agregado
extenso de unidades positivas: "puede observarse cómo siempre entre dos números
pares hay un impar, que sumado a ellos da 15". Todo el arcano del temario, toda la
misteriosa ‘razón de la construcción’ se jugaba, al cabo, en la pura extensión: seg­
mentos, sumas, distancias...
El papel central que juega el 5 en la topología y en el álgebra del cuadrado Lo zhou
traduce, en cambio, una centralidad simbólica. Situado en el centro de la década, rige la
disposición y la estructura de ésta. La disposición circular que obliga a adoptar a los res­
tantes números les fuerza a abandonar la disposición lineal para adoptar otra que expresa
simultáneamente circularidad (alternancia) y oposición ( contraste). En otras ocasiones
es el uno el que cumple este papel axial. A partir de la asociaciación de lo yin con lo par
y lo yang con lo impar, ciertos desaiTollos excluyen al uno de la categoría de número,

136
pgto por razones bien distintas a las griegas. Para éstas, el uno no puede ser número por
¡g contradicción que implica ser unidad a la vez que multiplicidad de unidades. En
China, como observa Granet (1968:232) la razón está en que el uno:
"...es el pivote, que no es ni yin ni yang, sino aquello por lo que se encuentra
ordenada la alternancia del yin y del yang; es el cuadrado central que no cuenta, pero
que (como el medio del que los autores taofstas dicen que, gracias a su vacío, puede
hacer girar la rueda) gobierna el giro".
Eso es exactamente lo que hace el 5 (que no es sino el ‘cero’ de Z/5) en la exé-
gesis de Zheng Xuan del Lo zhou. Por la misma razón, los enfoques que excluyen al
uno excluyen también al dos del campo numérico: el dos es la pareja, caracterizada
por la alternancia y la simetría, y también por la interacción o comunión de opuestos,
¡o que no quiere decir su suma. El dos es la dualidad que el ‘vacío’ del uno hace posi­
ble. La función efectiva de ese uno se entiende así mejor desde nuestra categoría de
‘cero’, sea el ‘cero’ que en la disposición espacial de los números los separa/une a
derecha y a izquierda, sea el ‘cero’ de Z/5, sea el ‘cero’ que — elemento neutro de
los enteros— define las oposiciones al tiempo que gobierna la operación entre los
opuestos. Ese 5 ó ese uno que, en el límite del campo numérico, actúan como ‘ceros’
(algebraicos) o ejes de simetría (geométricos) en cuyo tomo pivotan los opuestos,
cumplen a su vez la misma función que el hueco o espacio vacío que sirve de gozne
para todas las operaciones del álgebra fangeheng. Este hueco activo que es el ‘no
tener a qué emparejarse’ (wu ru) ya sí induce una bipartición explícita de los núme­
ros — zlieng/fu— que evoca inmediatamente la tardía bipartición occidental de los
enteros en ‘positivos/negativos’. Ese uno que tanto Grecia como China singularizan,
no es sin embargo el mismo uno: el chino actúa como ‘cero’, y se abre in-mediata-
mente a la oposición yin/yang, el griego dice del límite de lo que es (monadas), y lo
que de él brota es la multitud positiva en que intrínsecamente consiste el número.
Tenemos, pues, toda una constelación de modos de negatividad matemática
que reflejan, en distintos contextos formales, la actividad del complejo simbólico
yin/yang/dao. Si la polaridad yin/yang se proyecta en las diversas formas de opo­
sición consideradas, su articulación — espacial, temporal y algebraica — sólo es
posible mediante el papel de gozne que, a semejanza de aquellos ‘ceros’, juega el
tercer término: el dao. La asociación que hacía Granet entre el vacío de los taoístas
y ese elemento central en cualquier concepción china de lo numérico merece, pues,
una mayor atención.

11.16. El dao [tao] y el cero, goznes de opuestos.


La construcción im aginaria de lo imposible
El taoísmo desarrolla exhaustivamente la reflexión sobre lo que hace posible
la articulación de la dialéctica yin/yang: esa dialéctica sólo adquiere sentido en
tomo al dao. Suele traducirse el término 'dao' por ‘vacío’, ‘oquedad’, ‘ausencia’...

137
lo que puede llevar engañosamente bien a atribuirle significados de ciertos térmi­
nos griegos próximos, bien algún otro contenido semántico propio. Sin embargo,
la reflexión taoísta sobre el dao desarrolla un pensamiento radicalmente negativo,
dice lo que el dao no es. O, en caso de aludirlo positivamente, lo hace mediante
contradicciones y paradojas. De sus múltiples usos o posibles interpretaciones aquí
nos ceñiremos a aquéllos que puedan haber influido en la concepción china de la
negatividad, sea ofreciendo* un soporte simbólico para articular el ‘cero’ y los
‘números opuestos’ sea abriendo una forma de razón que no se somete al principio
de no-contradicción.
Si el complejo simbólico yin/yang fecunda las más variadas escuelas de pen­
samiento y los más diversos saberes y prácticas, otro tanto ocurre con el dao, aunque
es el taoísmo la corriente de pensamiento que lo sitúa en el centro de su reflexión.
Frente al confucianismo, moralizador y reglamentista, racionalista y respetuoso con
las jerarquías sociales, el taoísmo "ilustra la tendencia anárquica y libertaria [del
espíritu chino]: es la poesía, la mística, la paradoja y el cinismo"1. Los tenidos por
sus grandes maestros son Laozi [Lao tse] y Zhuangzi [Chuang tzu], cuyos libros
(seguramente reelaboraciones de textos anteriores) se conocen bien por el mismo
nombre que el de sus autores, bien, respectivamente, por los títulos Daodajing [Tao
te ching] y Nanhuajing [Nan hua ching], El pensamiento de estos clásicos de la
época de los Reinos Guerreros (453-221 a.C.)2verá un renacimiento en tiempos de
los Tres Reinos (220-280 d.C.), a través de autores como Xi Kang, Wang Pi, He Yan
o Guo Xian. Matemáticos como Liu Hui —el teorizador por excelencia de la nega­
tividad zhenglfu/ru— sufrieron, según Wing-tsit Chan (1969: 314 ss.), una notable
influencia de este neo-taoísmo, así como de los primeros clásicos taoístas. La abun­
dancia de referencias a Zhuangzi por parte de Liu Hui ha llevado a M artzloff (1988:
63) a suponer una comunidad de puntos de vista entre el matemático y "el filósofo
antiracionalista de la China antigua que se distinguió por su inclinación a la intui­
ción y a la espontaneidad, por su desconfianza frente a las palabras y la lógica".
De las dificultades para ceñir la noción de dao desde conceptualizaciones
occidentales — seguramente no menores que las tenidas para construir el ‘cero’—
da una idea el habitual recurso a términos que sólo significan en el contexto de
metafísicas o religiones occidentales. ParaFerrater Mora (1979: IV: 3190), "el Tao
parece ser a la vez el ser y el no ser: el no ser se refiere a la esencia, y el ser a la
función". C. Elorduy (1977: 13), por su parte, juzga que "al Tao se le puede traducir
por logos (...); no el logos de S. Juan, palabra del Padre, sino más bien el logos
estoico, Ser Supremo y autor de los seres, su razón, su verdad y su vida". Las ‘defi­
niciones’ por esta forzada vía analógica podrían multiplicarse.
Para Granet se trata de una concepción foijada por la razón común china, de
donde la tomarán las diferentes escuelas. Antes de que éstas, y en especial el confu-

O1 P. Dcnúévillc c Y. Hcrvouct (1980: 314).


* Laozi, caso de haber vivido, se supone contemporáneo de Confucio (s. VI a.C.); a Zhuangzi
se le sitúa aproximadamente entre los años 369 y 286 a.C.

138
pjanismo, le incorporen esa carga moral y política que es la que mayor eco ha tenido,
cn su acepción más primitiva el dao habría tenido una función cosmogónica y lógica,
que a su vez Granet deriva de la organización social. Esta función es la de eje, centro,
quicio o gozne que distribuye, articula y concilia los aspectos contrastantes a que
alude el complejo yinlyang. Si éste evoca la imagen de dos ámbitos dispuestos simé-
jncamente a ambos lados de un eje central, el dao es ese eje: "el medio y el centro de
las equivalencias y los contrastes, de las atracciones y las repulsiones, de las hiero-
gamias alternantes que constituyen la evolución giratoria del universo" (1968: 267).
La ya mencionada sentencia del Xici — ‘un yin, un yang; eso es dao' — recoge la más
antigua de sus ‘definiciones’ conceptuales. Sus antecedentes pre-conceptuales pue­
den rastrearse en la imagen del centro ‘neutro’ sobre el que pivotan los brazos de las
cruces numéricas, simples o gamadas, o en la de ese otro centro de los cuadrados
mágicos que dispone el juego de las oposiciones, o en la imagen de la bisagra que
articulaba un instrumento de adivinación formado por una tablilla cuadrada (Tierra)
y otra redonda (Cielo), o también — ya en el lenguaje técnico de los adivinos— en la
expresión de la mutación a que se ven sometidas las líneas fuertes de los hexagramas
cuando se invierten en sus opuestas. Una vez que ya se va construyendo el pensa­
miento erudito de las escuelas, es la taoísta la que con más énfasis subraya estas acep­
ciones originales de carácter predomiantemente físico y lógico. Para Laozi (1 Ia- 1 lb):
"Treinta radios convergen en el centro de una rueda, pero es su hueco lo útil
para el carro.
De la arcilla se fabrican las vasijas, pero es su vacio lo que hace posible su uso.
Se agujerean muros y ventanas en los muros de una casa, pero es su vano lo
que permite habitarla.
Así, pues, en el ser centramos nuestra atención, pero es en el no ser [wu] donde
reside la utilidad".
Dos son las figuras retóricas a que recurren tanto Laozi como Zhuangzi para pre­
sentar el dao: la negación y la paradoja o la contradicción1. Por vía negativa, la carac­
terización del dao recorre toda la escala de negaciones posibles: el dao no es pensable,
no es decible, no es perceptible, no es una cosa. Si algo es, el dao es ‘no’ (wu)2. Efec­
tivamente, es ininteligible: "entender el dao es penetrar en la oscuridad" (Laozi, 41b);
es incognoscible: "conocerle es como no conocerle, no conocerle es ya conocerle"
(Zhuangzi, XXIV. 18). Tampoco es decible; ya en la primera sentencia del Daodejing:
"el dao que puede ser expresado, no es el dao perpetuo; el nombre que puede ser nom­
brado no es el nombre perpetuo" (Ia); "quien al ser preguntado por el dao, intenta res­

1 La distinción entre paradoja y contradicción se ajusta más al modo de pensar occidental que
al chino. La contradicción se juega en un mismo nivel de discurso, afirmando de un mismo sujeto un
predicado y su negación. Lo paradójico ('contrario a la opinión común', ‘parecer lo que no es y ser lo
que no parece’) pone en contradicción dos niveles de discurso, el del ser y el del parecer/aparecer, que
la cpisleme china no distingue mayormente (a! menos, la que no acusa influencias budistas).
2 Sobre el valor gramatical del término wu. véase su consideración a propósito de su uso en la
oposición zJieng/fu del álgebra fangclieng [epígrafes U.S. y 11.10.].

139
ponder, ignora lo que es el dao" (Zhuangzi, XXII. 12); el dao es sin nombre, anónimo1.
Tampoco los sentidos dan noticia suya: "invisible porque los ojos no le pueden ver,
imperceptible porque los oídos no le pueden oír; porque no se le puede atrapar se le
llama impalpable" (Laozi, 14a). Pero tampoco se trata de un algo que no pueda pen­
sarse, ni decirse, ni percibirse: el dao, como reitera Laozi (2a, 14b, 40b) es ‘no cosa’ (wu
wu)2. Por eso las imágenes no explícitamente negativas con que en otras ocasiones se
evoca el dao sí lo son de modo implícito: caos, silencio, soledad, vacío, oquedad.
El recurso a la paradoja en los textos taoístas para referirse al dao es, si cabe,
aún más frecuente que el camino de la negación simple. Toda la obra de Laozi y
de Zhuangzi es casi un homenaje a la contradicción, un despliegue de paradojas.
El dao es así "la forma sin forma, la figura sin figura; es claro-oscuro y, de frente,
no le ves la cara, y, por detrás, no le ves las espaldas" (Laozi, 14b); "progresar en
él es retroceder; subir a su altura, vulgarizarse; abismo profundo de la verdad más
alta" (Laozi, 41b). Todo el capítulo II de Zhuangzi se dedica a pensar sobre/contra
la identidad, y se cierra con un pasaje célebre:
"Hace tiempo Zhuangzi soñó que era mariposa. Revoloteaba gozosa; era una
mariposa y estaba muy contenta de serlo. No sabía que era Zhuangzi. De pronto, se des­
pierta. Era Zhuangzi, y se asombraba de serlo. Ya no le era posible averiguar si era
Zhuangzi, que soñaba ser mariposa, o era la mariposa, que soñaba ser Zhuangzi” (II. 12).
Una de las diferencias básicas entre la episteme china y la griega radica en el
muy distinto papel que en cada una juega el principio de no-contradicción. Este prin­
cipio, primero para el modo de pensar griego, dará un sesgo característico a toda la
matemática de tradición helénica y, en particular, se utilizará en ella como recurso
argumentativo que ‘demuestra’ lo absurdo de los ‘números negativos’ o de los ‘ima­
ginarios’. Acaso, incluso, la admisión o no de un principio tan capital como éste per­
mita hablar de matemáticas inconmensurables o irreductibles en el sentido kuhniano.
Si las formulaciones abstractas y el recurso a primeros principios no fueran tan aje­
nos al modo de pensar chino, podría decirse que el ‘principio yin/yang’ niega, si no
invierte, el principio de no-contradicción. En cierto sentido, de la dialécticayinlyang
se deriva una tajante negación de la afirmación parmenidea — ‘lo que es es, y lo que
no es no es’— que sienta el principio de no-contradicción. Desde aquella dialéctica
puede decirse — en ese cierto sentido— que ‘lo que es, no es’ y que ‘lo que no es,
es’. De manera que lo que en Grecia es condición imperativa, que instaura la frontera
mas allá de la cual es imposible realidad y pensamiento, en China, por el contrario,
es mas bien invitación a seguir pensando, a poner mas realidad. Aquí, realidad y pen­
samiento extraen su energía de la tensión que late en el nudo de la contradicción.

1 Esta caracterización se repite en Laozi 14b, 25b, 32b, 41c...


‘ Aunque la romanización es la misma, no deben confundirse el carácter V u ’ que viene a sig­
nificar ‘cosa’, ‘objeto’, con el carácter de igual transcripción que se usa como partícula negativa ('no',
‘sin’, ’a-', ‘in-’). Este último es el que considerábamos a propósito del hueco en el tablero fangeheng y
también el que se repite de continuo en todas estas caracterizaciones negativas del dao.

140
La asunción o no del principio de no-contradicción traza rumbos bien dife­
rentes para los modos de pensar chino y europeo, permitiéndoles o impidiéndoles
alojar como bien construidos ciertos conceptos, enunciados o formas de argumen­
tación. En China, ciertamente, tampoco cabe hablar de unos principios ‘de contra­
dicción’ y ‘de no-identidad’ contrarios a los ‘de no-contradicción’ y ‘de identidad’
propios del pensamiento aristotélico-euclídeo, como tampoco se sienta un ‘princi­
pio de simultaneidad’ (que Jung opone al ‘de causalidad’), siquiera sea porque no
existe la categoría de ‘principio’ ni en el ámbito lógico ni en el ontològico. La
asunción de la contradicción o la violación del principio de identidad no son en
China disposiciones mentales sistemáticas pero tampoco bloquean el curso de la
razón. En cualquier caso, su uso siempre está subordinado al paradigma de alter­
nancia/convergencia de los opuestos.
Algunos autores modernos, como X. Jiang (1992), han querido conciliar el
principio de no-contradicción, en los términos en que lo formula Aristóteles, con
las paradojas taoístas, sobre todo a partir de su elaboración por la Escuela de los
Nombres o Escuela de los Lógicos, que se ha comparado a la sofística griega. Para
ello señalan que los filósofos chinos distinguen tres suertes de contrarios (según
grados, contextos y tiempos) que Aristóteles confunde. Esta matización les per­
mite discernir sentidos en los que la contradicción no es necesariamente falsa,
pudiendo incluso llegar a ser tautológica. Pero mas bien nos parece que no se trata
tan sólo de una diferencia de matiz, de una mayor sensibilidad de la episteme china
hacia los modos de la contradicción, sino que bajo cada una de ambas concepcio­
nes alienta una voluntad diferente. Para el imaginario chino la contradicción es un
estímulo dirigido al pensamiento, un acicate para seguir pensando, una llamada de
atención hacia lo que M achado llamaba la esencial heterogeneidad del ser, mien­
tras que para el paradigma aristotélico-euclídeo la contradicción expresa — a la vez
que oculta so pretexto de imperativo lógico— una decidida voluntad de zanjar la
cuestión, de eliminar una de las alternativas, de hacer luz por el sencillo expediente
de condenar a la sombra de lo imposible la posibilidad opuesta1. En Grecia, el prin­
cipio de no-contradicción es voluntad de aniquilamiento-,

1 Como lo muestra explícitamente el que los razonamientos por 'reducción al absurdo’, deriva­
dos del principio de no-contradicción, tengan su origen en Grecia en la voluntad de acallar al adversa­
rio en las disputas mantenidas en la polis. Véanse epígrafes III.1 y III.6.
2 Aunque pertenecientes a otra geografía y otro tiempo, las reflexiones de K. Nishida (1958,1987) y
K. Nishitani (1982) sobre la nada y la contradicción en el pensamiento y la pintura japonesas ilustran con
toda plasticidad estas consideraciones. El fuego, a cuya esencia pertenece el quemar, no se quema a sí mismo:
consiste, pues, en su propia contradicción, en no ser lo que es. De igual modo, la técnica de ‘lanzar la tinta’,
típica de la pintura Ch'an, esparce el eidos de lo representado ‘a los cuatro vientos’. N. Bryson ("The Gaze in
thè expanded field", en H. Foster (ed.), 1988: 87-109) compara esta disolución del sujeto y del objeto que se
opera bajo la categoría de sùnyatà (‘vacío’, ‘radical no-permanencia’, ‘oscuridad’ o ‘nada’) con los intentos
de dcscentramiento de Sartre y Lacan. En el primero, el ser no se construye contra el no ser sino que se hace
con lo que no es (él), y de esta construcción resulta armonía. En los segundos, la dispersión de sujeto y objeto
se percibe como amenaza de desastre. Observa en ellos el mismo terror que el que veremos en Grecia ante la
sola conjetura de la violación de los principios de identidad y no-contradicción.

141
Al analizar ciertas formas poéticas chinas, Julia Kristeva (1972: 62) señala
que "este tipo de contradicción (identidad y diferencia entre A y B, actuando sobre
una lista de items) se opone a la concepción indo-europea de la estructuración trià­
dica establecida por Dumézil. Si hay un tercer elemento que interviene entre los
dos términos del núcleo de la contradicción, se trata de sustancias reducidas a
polvo, de infinitésimos de la unidad pulverizada y que participan de los dos ele­
mentos del núcleo para asegurar su mutua interpenetración, la coalescencia y la
infinitización plural en un infinito disecado-discernido en un torbellino de átomos,
de especies y de rasgos: se trata de escarcha, arena, bruma,flores, árboles, o ‘carac­
teres escritos en la superficie del agua” ’. En China, la contradicción no reclama un
tercer elemento que supere los opuestos, como en las dialécticas occidentales, ni
exige la exclusión de uno de ellos, como en los razonamientos por reductio ad
absurdum (que se contarán entre los preferidos para refutar en Europa la posibili­
dad de números negativos o imaginarios). W ittgenstein (1987: 211) se preguntaba
"¿por qué una operación de cálculo, hecha con un fin práctico, de la que resulta una
contradicción, no ha de decir simplemente: «Haz lo que quieras?"1. Allí donde el
pensamiento de tradición griega decide no poder seguir pensando hasta no haber
eliminado uno de los contrarios, la episteme china prefiere fundirlos, interpenetrar-
los, ‘pulverizando’2 lo que se interponga entre ellos, reduciéndolo poéticamente a
bruma, arena, escarcha... y matemáticamente a cero. "De la interpenetración de
Cielo (yang) y Tierra (yin) llueve dulce rocío", decía Laozi (32a). Y no es casual
que el carácter ling — con el que desde los Ming hasta hoy se designa al cero— en
lenguaje común signifique literalmente ‘gota de rocío’3: punto efímero donde los
opuestos; encontrándose, se re-suelven. Granet (p. 276) aporta una de las claves
principales de la separación entre ambas epistemes sobre este punto:
"Sobre la distinción [occidental] entre lo Mismo y lo Otro, prima [en China] la
antítesis de lo Equivalente y de lo Opuesto. Las realidades y los emblemas se susci­
tan por simple resonancia cuando son equivalentes; se producen rítmicamente
cuando son opuestos (...) El Yin y el Yang no se oponen a la manera del Ser y del
No-Ser, ni siquiera a la manera de los Géneros. Lejos de concebir una contradicción
entre dos aspectos yin y yang, se admite que se complementan y se cincelan (ich 'eng)
uno a otro, así en la realidad como en el pensamiento".
A la dialéctica Uno/Otro, Ser/No-Ser, gobernada en la episteme griega por los
principios de identidad y de no-contradicción, apenas le concede interés la razón
china; cuando no se mueve en sus antípodas. Allí, la distinción entre ser y no ser,
el ser como de-fin-inición y de-terminación y el no ser como ausencia de esos lími­

1 Sobre la contradicción como apertura a lo posible en Wittgenstein, véase E. Lizcano (1989b:


144-147).
2 Nueva imagen relórica de la "destrucción mutua' (xiang xiao) o de la 'desaparición' (jin) con
que Liu Hui evocaba la anulación de los opuestos zlieng/fu en el hueco (wu) del tablero de cálculo; o
del remanso en ese 'cero' de Z/5, donde cíclicamente se disuelven las tensiones opuestas.
3 Véase J.-C. Martzloff (1988: 192).

142
tes; aquí, las distinciones — concretas, no abstractas— yin/yang articuladas sobre
el no ser de su dao. Cuando de aquí se pasa a allí, todo un aspecto de la realidad
— de los dos en que aquí consiste— se desvanece en el imposible no ser. Y la uti­
lidad que el dao cifraba en su bien determinado no ser se desdibuja en el abismo
de indeterminación de toda esa mitad aniquilada: de ‘figura sin figura’ pasa a mero
‘sin figura’, de ‘forma sin form a’ a sólo ‘sin forma’: ese caos amorfo e indistinto
que para el griego amenaza la coraza de toda identidad. El propio Zhuangzi (II. 6)
pareció apreciarlo así: "El esplendor y prosperidad de la distinción del es y del no
es vino con la decadencia del Tao”.
El mencionado capítulo II de su obra, titulado ‘La identidad de los seres’, es
todo él una refutación de la distinción entre ser y no ser. Su párrafo 4 arranca de
las habituales disputas entre los letrados ju (confucianos) y los discípulos de Mozi:
"Hacen es el no es del otro y no es el es del otro (...) Mejor les fuera acabar de
entenderlo claramente de una vez. En las cosas mismas no existe el aquello no es;
en las cosas no existe esto no es." Por eso el sabio sigue otro camino; para él:
"(...) todo es es. Esto es también aquello, y aquello es también esto. En esto
unifica al es y al no es. En aquello unifica al es y al no es (...) El punto en que el esto
y el aquello no tienen su pareja es el quicio del Tao. El quicio está, desde el principio,
en el centro del círculo y desde allí puede corresponder a todo sin deficiencia. El es.
en aquella unidad, no es deficiente. El no es, en aquella unidad, también es sin defi­
ciencia." (II. 4-5).
En este texto, de una sorprendente concisión metafísica, resaltan dos motivos:
uno, la crítica de la abstracción, el otro, la imagen del dao como ‘quicio’. En pri­
mer lugar, la distinción ‘es/no es’ es abstracta y, por tanto, falaz; se disuelve en las
cosas, en lo concreto. La profusión de deícticos mueve continuamente la atención
hacia lo concreto. Es en lo concreto, en esto y en aquello, allí donde los opuestos
se encuentran, donde también reside el ‘quicio’ del dao. Porque tampoco el dao es
una abstracción, ni lo que conjuga son abstracciones como el ser y el no ser. Cada
cosa, cada situación, cada contexto tiene su dao. En el Xici, como apunta Granet
(1968: 269), el conocimiento del dao se considera como la ciencia de las ocasiones
y de los lugares concretos. O también, en imagen de Zhuangzi (II. 5), "el dao se
hace andando por él"1.
En segundo lugar, las imágenes del dao que ofrece Zhuangzi son exactamente
las mismas que hemos encontrado en distintos modos de emergencia en las mate­
máticas chinas de lo que que hemos llamado negatividad. Son imágenes equivalen­
tes a otras habituales en el primitivo taoísmo: la ‘gota de rocío’, el ‘centro donde
convergen los radios de la rueda’, el ‘hueco de la vasija’ o el ‘río que divide a dere­
cha y a izquierda para volver luego a juntarse’ (Laozi, 3 4 a). Estas imágenes se irán
concentrando en el mismísimo eje del complejo yin/yang al hilo del desarrollo de la
escuela taoísta y sus distintos renacimientos, pero ya en Zhuangzi tienen un carácter

1 Curiosa versión taoísta del machadiano "caminante no hay camino...".

143
manantial que parece alcanzar a contextos tan distantes como el matemático. Ese
‘quicio del dao' en el que esto o aquello — siempre compuestos por aspecto opues­
tos— ‘no tienen su pareja’ ¿no lo volvemos a encontrar en el hueco del tablero fan-
gcheng, donde los nombres/númervs opuestos zhenglfu ‘no tienen su pareja’ (wu
ru)1 Ese ‘centro del círculo’ que ‘corresponde a todo’ y donde hasta el no-es lo es
‘sin deficiencia’ (a diferencia del pensamiento griego, que no lo imaginará sino
como ‘carencia’ o ‘ausencia’) ¿no es el centro del ciclo que va trazando Zheng Xuan
para construir el cuadrado numérico Lo zhoul ¿no es ese ‘cero’ de Z/5 que ‘no tiene
pareja’, que pese a su ‘no ser’ es ‘sin deficiencia’, y que ‘co-responde’ desde el ‘cen­
tro*-a los opuestos que desde todas las direcciones le reclaman?1
Estas imágenes arquetípicas, incluso cuando se proyectan en modelos forma­
les, no se gobiernan por los principios de identidad y no-contradicción, sino por los
principios — o, más propiamente, criterios— de equivalencia y de oposición. Si en
Grecia aquellos principios van a determinar la construcción de los conceptos mate­
máticos y qué resultados sean admisibles o desechables, en China los criterios ‘de
equivalencia’ y ‘de oposición’ no lo determinan menos (si no como tales principios,
sí como matrices pre-conceptuales). En las disposiciones simbólicas de los números
en cruz, el criterio de equivalencia rige el emplazamiento de números congruentes
en un mismo brazo de la cruz, y el criterio de oposición los distribuye en los brazos
enfrentados de los cuadrados mágicos. Y toda la figura pivota en tomo a esa ‘gota
de rocío’ o ‘centro’ que es el ‘cero’ del ‘grupo cociente’ definido por la relación de
equivalencia simbólica. En el álgebrafangclieng, el criterio de equivalencia preside
tanto las sustituciones de unas columnas por otras como las resonancias entre la
pareja zhenglfu y cualesquiera de las formulaciones análogas; y el criterio de oposi­
ción distingue esos nombres/números en opuestos, articulándolos en torno a un
hueco en el que los opuestos ‘no tienen su pareja’ pero que — lejos de trascenderlos,
aunque lejos también de anonadarse — es un hueco ‘sin deficiencia’, un hueco que
se afirma en su negación (wu) y opera de gozne entre ellos.

11.17 A péndice: Leibniz en China. Excursiones etnocénticas


La organización de los 64 hexagramas del Yijing por combinación de dos sig­
nos elementales, su carácter de sistema dinámico (unos mudan en otros, reco­
rriendo ciclos completos) y su pretensión de validez para interpretar cualquier
situación posible sugirió a Leibniz (1961: 176) un método bien simple para esta­

1 Asimismo es también isomorfo al dao y a estos distintos ’ceros’ (centros o huecos) el término
liun-tun, que suele traducirse por ’caos’. Si, como veremos, en Grecia — y en casi toda la tradición
occidental— se asociará al vacío y es percibido como amenaza (de indeterminación y pérdida de iden­
tidad, o sea. de muerte), en los clásicos taofstas se concibe, por el contrario, como fuente de otros
órdenes posibles, como manantial de posibilidades, en total sintonía con las modernas teorías físicas,
biológicas, etc. sobre sistemas alejados del equilibrio [véase E. Eoyang (1989)]. Véanse también N. J.
Girardot (1983), D. L. Hall (1978) y E. Lizcano (1993c).

144
blecer ese ars characteristica que, a modo de mathesis unlversalis, permitiera que,
"cuando haya disputa entre las gentes, podamos decir: «Calculemos, para ver
quién tiene razón»".
Al sustituir el trazo continuo (yang) por 1 y el discontinuo (yin) por 0, y
expresar entonces los números en sistema binario, Leibniz se asombra de que,
"quedando los números reducidos a sus más simples principios, como el 0 y el 1,
aparezca por doquier un orden maravilloso, (...) periodos que siempre vuelven a
comenzar". Comoquiera que el texto (1971: 226-7) donde Leibniz comunica las
circunstancias de su hallazgo es apenas conocido, vale la pena traducirlo en sus
párrafos más significativos:
"Lo que hay de sorprendente en este cálculo es que esta aritmética mediante
0 y 1 viene a contener el misterio de las líneas de un antiguo Rey y Filósofo lla­
mado Fohy [Fu Xi], que se cree que vivió hace más de cuatro mil años y al que
los chinos consideran como el Fundador de su Imperio y de sus ciencias. (...) Los
chinos han perdido la significación de los Kova [kua o trigramas] o Alineam ien­
tos de Fohy, acaso desde hace más de mil años, y han hecho comentarios debajo
de ellos, donde han buscado no sé qué sentidos alejados, de manera que ha hecho
falta que la verdadera explicación les viniera ahora de los europeos. Así fué:
Apenas hace algo más de dos años que envié al R. R Bouvet, Jesuíta Francés
célebre que permanece en Pekín, mi manera de contar por 0 y 1, y no le hizo falta
más para reconocer ahí la clave de las figuras de Fohy. Así, al escribirme el 14
de noviembre de 1701, me envió la gran figura de este Príncipe Filósofo que con­
tiene hasta 64, y ya no queda lugar a dudas sobre la verdad de nuestra interpre­
tación, de modo que puede decirse que este Padre ha descifrado el enigma de
Fohy, con ayuda de lo que yo le había comunicado. Y como estas figuras acaso
sean el más antiguo monumento científico que haya en el mundo, esta restitución
de su sentido, tras un intervalo de tiempo tan grande, parecerá tanto más
curiosa".
Nada más lejos, pues, de nuestra intención que intentar aquí otra ‘restitución
de sentido’ que acaso lo extravíe aún más que la leibniziana. Conviene sospechar
de las ‘verdaderas explicaciones’ cuando ‘hace falta que vengan los europeos’ a
aportarlas. Y más aún si vienen a reforzar las propias obsesiones. El ámbito de la
negatividad parece especialmente abonado para estos dislates. Valga como ejem ­
plo ilustre, por no salimos del mundo del + y el -, el argumento aducido por Guido
Grandi (1671-1742) — y compartido en parte por el propio Leibniz— en favor de
la creación ex nihilo'. Este profesor de matemáticas de la universidad de Pisa obte­
nía por dos caminos distintos la suma de la serie 1 - 1 + 1 - 1 + ... Por una lado,
de la igualdad:
l - x + x-- - x 53+ ...= ------
1
1+ X

1 Véase M. Kline (1972: 445-6). .

145
resulta, para x = 1:
1— 1+ 1— 1+ ... = 1/2
Pero, por otro lado:
(I - 1) + (1 - 1) + ... = 0
de donde
(1 — 1) + (1 — 1) + ... = 1/2
es decir, la suma de nadas produce algo, a saber 1/2. El mundo, por tanto, pudo ser
creado de la nada.
Si Leibniz hubiera observado una mínima cautela en su interpretación del
Yijing, en lugar de indagar en China la mítica búsqueda de un lenguaje universal pre-
babélico (Steiner, 1980), no habría dejado de preguntarse ciertas cuestiones: ¿a qué
operación entre los trazos chinos corresponden sumas como 1 + 0 = 1 6 1 + 1 = 0 ?
¿qué significa el *+’ en ------- + --------- = -------? ¿qué relación guarda el número de
cada línea con el número total del hexagrama? ¿cómo puede compaginarse la no-
conmutatividad original de las líneas de los hexagramas con la conmutatividad del
álgebra (0,1} ? ¿dónde queda la distinción entre líneas jóvenes y viejas, y la inver­
sión de éstas últimas en sus contrarias? El álgebra que pueda albergar el Yijing en su
interior es seguramente demasiado compleja para que ni la formalización de Leibniz
ni tampoco ninguna otra de entre las estructuras algebraicas actuales pueda venir a
alojarla. Ya Granet (1968: 269) advertía sobre la inadecuación de tomar el dao por
mera suma aritmética de dos signos opuestos simbolizados por el par yin/yang, así
como contra el excesivo espíritu combinatorio de Leibniz al buscar en la composi­
ción de los ideogramas chinos un álgebra de caracteres básicos1.
Hechas estas necesarias precisiones, vamos sin embargo a dejarlas por un
momento de lado y ensayar otra lectura algebraica del Yijing que, sin la menor pre­
tensión de cálculo universal al modo leibniziano, sí tiene al menos a su favor el
conservar algo del sentido del texto original, pues no pone enjuego una oposición
abstracta y ajena como la 0/1 sino las oposiciones par/impar, yin/yang, fulzheng,
negro/rojo, — /+ ... que sí pertenecen al propio acervo cultural y matemático chino.
Tras su llegada a China, los jesuítas intentaron transcribir las matemáticas
europeas de la época a las formas de simbolización que allí eran habituales (p.e.
¿debían escribirse las ecuaciones vertical u horizontalemente?). Para las ecuaciones
algebraicas, en lugar de adaptarlas a la potente forma de cálculo en el tablero, ensa­
yaron diversas versiones literales. La que se conserva en el "Nuevo método de álge-

1 Esc espfriru, sin embargo, no parece haberse perdido. Thomas Crump (1990: 10), p.e., no
vacila en delectar en el 'sistema binario' del Yijing un antecedenle de los trabajos de von Newman
sobre ordenadores.

146
bra" (A’em bala xinfa), escrito hacia 1710, traduce los signos europeos + y - por
una barra entera y una barra partida, respectivamente1. Buscando el mejor modo de
traducir la oposición entre el más y el menos al modo de pensar de chino, dieron con
la oposición yinlyang tal y como se expresa formalmente en los trazos del Yijing: en
las ecuaciones, el lo transcribían como ‘-------- ’ y el *+’ como *-------’.
Recogiendo esta sugerencia, podemos recordar ahora la clasificación bipar­
tita de los trigramas que se atribuye al rey Wen:
YIN (par) YANG (impar)
Kun Quian
--(2 ) Madre o ------ (3) Padre
--(2 ) Gran Yin (6) ------ (3) Gran Yang; (9)
--(2 ) ------ (3)
Hi­ -------(3) -------(3) — — (2) - - (2) --(2 ) ------(3) Hi­
jas -------(3) - - ( 2 ) -------(3) - - (2) ------ (3) -------(2) jos
(8) - - ( 2 ) ------ (3) ------ (3) ------- <3) --(2 ) --(2 ) (7)
Sun Li Dui Zhen Gan Gen
En la exégesis china clásica, la atribución de los signos par e impar a los tra­
zos elementales permitía, mediante la atribución al trigrama del signo (par o impar)
resultante de la suma de los signos de sus líneas, caracterizar a su vez cada trigrama
como par (femenino, yin) o impar (masculino, yang) según muestra la figura ante­
rior.
Pues bien, si en lugar de marcar las líneas y con los signos 3 y 2
lo hacemos con los signos + y - (o zheng y fu), respectivamente, y si en lugar de
tomar la suma como ley de composición de signos (par e impar) tomamos el pro­
ducto de los signos + y - según el criterio habitual

entonces el signo (+ ó -) asociado a cada trigrama induce en ellos una bipartición


que coincide con la del rey Wen: multiplicando los tres signos de las líneas de cada
trigrama, los trigramas yin son ahora ‘negativos’ y los yang son ‘positivos’.
Ciertamente, en ningún documento hemos encontrado mencionado este
modo de asignación y operación, ni las reglas de multiplicación de signos se for-

Véase J.-C. Martzloff (1988: 107) y C. Jami (1986).

147
muían en China hasta mucho después del rey Wen. No obstante, de tantas simili­
tudes como se dan entre la tema sim bólicayinlyang/dao y la matemática zheng/ful
wu parece seguirse que la trama de modelos isomorfos (emblematizados por núme­
ros y regidos por equivalencias y oposiciones) sobre la que descansa el modo de
pensar chino bien podría alojar otro modelo equivalente, como el aquí ensayado.
Acaso, entonces, las reglas de multiplicación de los signos no sean una adquisición
tan tardía de la matemática china, pues ya estarían implícitas en el propio Yijing.
Acaso, entonces, tampoco la imaginaria pre-visión de esas reglas que aquí hemos
conjeturado en los trigramas del rey Wen sea un mero divertimento, sino más bien
otra manera de decir lo mismo: una vuelta de tuerca más en ese arte de ir ajustando
las ‘denominaciones correctas’ al hilo del eterno va-y-ven de lo mismo.

148
Capítulo III
La episteme griega o los límites
de la abstracción
El modo de pensar griego, al tiempo que funda lo que la posterioridad occi­
dental, y progresivamente universal, entenderá por ‘m atemáticas’, erige también,
como sombra del edificio cuyos cimientos instaura, una frontera de interdicciones
e impensables contra/desde los que habrá de levantarse el pensamiento posterior,
y en particular el pensamiento matemático.
Veremos cómo, en primer lugar (III.l), la posición central que en el imagina­
rio simbólico chino ocupa la oposición yin/yang (que escinde inmediatamente toda
realidad, incluida la numérica, en parejas de opuestos), en el griego lo ocupará la
oposición ser/no-ser. Este punto de arranque, que queda sentado en Parménides y
asumirá en lo esencial el pensamiento clásico, fuerza al ámbito numérico a alber­
garse en sólo uno de ambos lados de la barra, en el del ser; con ello, los números
y magnitudes vendrán a com partir la sustanciaüdad, estaticidad, plenitud y exten-
sionalidad que carácterizan la concepción griega del ser, es decir, no podrán ser
sino positivos, sea como ‘multitud de unidades’ sea como ‘medida de’ un algo. Por
otro lado, aquí tienen su origen principios apenas vigentes en la racionalidad china,
como es el principio de no-contradicción, cuya ambigüedad pero firme asenta­
miento será decisivo en el bloqueo de la negatividad, tanto por lo que orienta este
modo de pensar como por los argumentos que permitirá sustentar. El imaginario
griego cree en los nítidos contornos del ejdos con la misma firmeza que el chino lo
desdibuja sin cesaren su negación.
Tras sólo señalar estos aspectos, en los que irán abundando sucesivos epígra­
fes, se rastrean aquellos ámbitos donde hubiera podido esperarse la emergencia de
alguna forma de negatividad. Por un lado, ámbitos en los que la matemática china
sí construye efectivamente negatividades. Así, el presidido por la categoría ‘de
oposición’, representado singularmente por el pitagorismo (III.2), y el que gira en
tom o al ‘no’ (‘nada’, ‘vacío’, ‘no-ser’), donde prima la reflexión de los atomistas
y, sobre todo, los argumentos en contra esgrimidos por Aristóteles (III.3). Cada
uno a su manera, ni un camino ni el otro conducen en Grecia a forma alguna de
negatividad, si no es que la bloquean implícitamente.

149
Por otro lado, se exploran otros dos ámbitos en cuyo interior se construirán
posteriormente, aunque ahora desde la propia tradición griega, ciertas formas de
negatividad. Uno es el de la logística (III.4), cuya concepción pragmática de lo
numérico pudiera haber liberado a los cálculos de toda carga metafísica y permitido
la manipulación práctica de entidades asemejables al ‘cero’ o a los ‘números nega­
tivos’. Pero incluso lo que, a primera vista, pudieran parecer meros cálculos resultan
culturalmente cargados: no hay cálculos que sean meros, cada cálculo — por prác­
tico que se quiera— lleva la huella del imaginario social que lo desencadena. El otro
ámbito es el del ‘álgebra geométrica’ (1II.5), donde el método de aplicación de
áreas plantea problemas ‘equivalentes a’ ecuaciones de segundo y tercer grado en
las que la tradición posterior observará — ya desde otra sensibilidad— modos de
negatividad sobre los que construirán las ‘magnitudes imaginarias’. Pero tampoco
el espacio en que se construye este álgebra es un espacio libre, indeterminado, sino
que es un espacio construido por los presupuestos de tal álgebra, un espacio que no
aloja a los segmentos y a los cuerpos sino que brota de ellos, dibujando sus contor­
nos, impidiéndoles vaciarse en su negación. La consideraciónpor otra parte, de los
diorismoi, o investigación de las condiciones en que un problema tiene o no solu­
ción, alcanza una cima de la racionalidad matemática griega al volverla sobre sí
misma para explorar sus propios límites. Pero esa cima es también un techo, pues,
al investigar las condiciones de posibilidad en que pueden encontrar respuesta cier­
tos problemas, instaura — o descubre— también una frontera más allá de la cual su
episteme no puede pensar, pone límites al territorio de lo que tendrá como posible
y, a la vez, instituye la región de su propia imposibilidad (la cual incluye, cierta­
mente, una imposible negatividad).
Por último, se señalan (11.6.) ciertos rasgos de la episteme griega que se mani­
fiestan bajo estos ámbitos y determinan, a nuestro juicio, la imposible emergencia
de la negatividad. Se trata de: a) una cierta concepción del espacio de representa­
ción como espacio extenso, con el consiguiente pre-requisito de perceptibilidad
sensible para objetos, procedimientos y determinación de las condiciones en que
la solución a un problem a se tiene por existente o representable; y b) un modo de
pensar que procede por abstracción, a partir de lo que de común se muestra a los
sentidos; es decir, un proceso de ordenación del mundo, y de los saberes, gober­
nado por la determinación progresiva de géneros y especies. Frente al pensamiento
por analogía y por oposición, propios de la episteme china, el pensamiento por abs­
tracción (aphairesis) carga definitivamente el alcance de la sustracción (aphaire-
sis). La operación de la resta no puede llegar adonde tampoco puede hacerlo la de
abstracción. Y toda esa parte de realidad que así resulta inalcanzable, se decidirá
inexistente en virtud del principio de no-contradicción. Con todo, ninguna de estas
indagaciones se agota en el presente capítulo; será en el siguiente, ya ceñido a las
condiciones concretas en que sí tiene lugar de modo efectivo la primera emegencia
de cierta negatividad formal en Occidente, cuando buena parte de lo que ahora se
esboza tenga ocasión de profundizarse gracias a la mayor concreción del objeto.
***

150
Tal vez sea el acontecimiento de los Hamacas ‘irracionales’ el que con más
nitidez haya puesto de manifiesto estos problemas. Y tal vez a ello se deba la profu­
sión de estudios que ha suscitado. Su escandalosa irrupción en el seno de la cultura
griega obliga a ésta a la prodigiosa tarea de repensar los límites de su propia forma
dé racionalidad en el preciso momento de empezar a consolidarla. Sus intentos de
someter a razón lo que no se sujeta a razón ni proporción alguna — álogos— , así
como la búsqueda de caminos alternativos que permitan evitar hablar de aquello
para lo que no hay palabras — álogos— , exhiben con precisión toda la potencia de
este modo de pensar, pero también alguno de sus límites más significativos.
En cualquier caso, la propia condición de problema que para la razón griega
adquiere la cuestión de los irracionales es signo de su perceptibilidad parai esa
forma de razón. Se trata de un obstáculo que es capaz de percibir, siquiera sea
cortio contradicción con sus pre-supuestos, y al que intenta hacer frente con los ins­
trumentos matemáticos que puede construir, dentro — claro está— de lo que su
propio cerco cultural permite pensar. Buen ejemplo de ello es el abandono de la
potente teoría pitagórica de proporciones cuando se observa que el procedimiento
de antaphairesis que conlleva puede desembocar, como en el caso de magnitudes
inconmensurables, en un proceso indefinido. Y, pese a que la nueva definición de
proporcionalidad aportada por Eudoxo permite evitarlo, Euclides retrasará su
introducción todo lo posible (no lo hará hasta el Libro V de los "Elementos").
Hasta entonces, interpreta una proporción numérica del tipo x/a = b/c como una
igualdad de superficies: x • c = a • b. Lo cual, si salva un obstáculo técnico (aunque
ciertamente anclado en uno más profundo: la aversión griega a lo falto de límite),
consolidará otro que actuará como auténtico obstáculo epistemológico para la
emergencia de la negatividad: la presunción de extensionalidad (longitudes, áreas,
volúmenes...) de los datos, procedimientos y soluciones aceptables en un pro­
blema, es decir, su geometrización.
La cuestión de la negatividad se sitúa así en un ámbito bien diferente. De ella
veremos que ni siquiera se hará cuestión, pues — si en algún sentido puede decirse
que esté ahí— pasa inadvertida. La racionalidad griega clásica no choca con la
negatividad, como sí topó con la irracionalidad, porque no tiene modo de adver­
tirla, siquiera fuera como contradicción o sinsentido. Su pensamiento visual no
puede ni verla. Lo que otras formas de razón, herederas de la óptica griega, habrán
de afrontar como el obstáculo de la ausencia, aquí tan sólo es ausencia de obstá­
culo. Se trata de un problema que — literalmente— no tiene lugar. No que atente
contra la razón, la percepción o el discurso, sino que es impensable desde esa
forma de razón, imperceptible para esa sensibilidad, indecible desde ese discurso.
Acaso por ello los análisis de las dificultades griegas para pensar la negativi­
dad sean tan escasos, y más aún en el ámbito de su matemática. Aquí no cabe
siquiera rastrear esos ‘gérmenes’ o ‘intuiciones em brionarias’ que tanto apetecen
las historias ‘progresistas’ y que tan abonado suelo encuentran, por ejemplo, en los
inconmensurables como ‘antecedente’ del cálculo infinitesimal. Lo á-logon des­
borda el discurso pero encuentra en éste no sólo nombre sino modos de hablar de
ello y perífrasis desde las que abordarlo (no otra cosa que una gran perífrasis es

151
toda la teoría de proporciones de Eudoxo). La negatividad no sólo supone una
ausencia en el discurso sino también ausencia de discurso, como ponen de relieve
las piruetas semánticas a las que — como consideraremos en detalle— Diofanto se
verá obligado para conseguir nombrar lo innombrable (‘lo que falta’: leipsis), que
él mismo opone a la existencia (‘lo positivo’: hyparxis ).
Si las construcciones efectivas de las matemáticas de tradición griega, desde
la árabe hasta la europea, no sfe entienden sin aquélla1, no menos cierto es que tam­
poco pueden entenderse sus modos de afrontar, rechazar o construir la negatividad
sin considerar las dificultades heredadas de la tradición clásica. Éste es el caso de
los habituales análisis — sean más o menos positivistas, idealistas o materialis­
tas— , para los que se trata de una mera ‘laguna’ del gènio griego, de un ‘estadio’
en el ‘desarrollo’ de las matemáticas que ‘aún no’ ha alcanzado a alumbrar los
‘números negativos’, como si éstos formaran parte de algún continente remoto en
el que las expediciones helénicas no consiguieron desembarcar.
Así, para Bourbaki (1972: 102-3), "Euclides, en sus Elementos, se limita
exclusivamente a tratar problemas [algebraicos] que pueden resolverse de esta
manera [i.e. con regla y compás]”, por lo que puede decirse que "la teoría de la
ecuación de segundo grado (...) se perfecciona durante toda la Edad Media
(número de raíces, raíces negativas, caso imposible, raíz doble)". Pero ¿es Euclides
quien ‘se limita a’ o más bien se encuentra él mismo limitado por un cerco cultural
que le impone restricciones como la mencionada? Más aún ¿cómo puede ‘perfec­
cionarse’ una ‘teoría de la ecuación de segundo grado’ que no existe como tal en
la Grecia clásica? ¿Puede llamarse ‘perfeccionamiento’ a la construcción de unos
objetos teóricos que, como Tos ‘números negativos’, carecen de todo sentido desde
los presupuestos de esa racionalidad supuestamente perfeccionada? Más bien
parece que, en lo que a la negatividad se refiere, la matemática griega está perfec­
tamente rematada, pues no deja abierto ningún problema que — como sí ocurre con
los irracionales— la posterioridad pueda venir a resolver. ¿Cómo, si no, una mate­
mática unánimemente tenida por mediocre y falta de rigor, como la del medioevo
europeo, habría sido capaz de ‘perfeccionar’ los logros del ‘genio griego’?.
A la misma ausencia de respuesta aboca el otro extremo de la ‘explicación’
historicista — el materialista— , cuyo idealismo corre parejo, en este punto, con el
formalismo bourbakista. Según Aleksandrov y otros (1973:1:59), "los griegos esta­
ban ya en posesión de gran parte del material del álgebra elemental contemporánea,
pero no, en cambio, de los siguientes elementos esenciales: los números negati­
vos...". El material de estos materialismos no parece tener otra función que la de
arrasar cualquier diferencia entre los distintos materiales para poder así integrarlos
en un todo ideal, y necesariamente transhistórico, del cual cada época — unas ‘ya’,

1 Más aún: "Nunca ha habido, y hasta que no lo veamos nunca creeremos que pueda haber, un sistema
de geometría merecedor de tal nombre, que suponga ninguna desviación materia! (no hablamos de correc­
ciones o extensiones o desarrollos) del plan establecido por Euclidcs", escribía De Morgan en 1848 y asume
Sir Thonias L. Hcath (1956) en el Prefacio de la mas prestigiosa versión actual de los "Elementos".

152
otras ‘aún no’— iría tomando ‘posesión’ progresivamente. Pero ¿cómo va a poseer
la matemática griega ninguna parte, por material que se quiera, de un álgebra -la
contemporánea- de la que le son ajenos desde los métodos hasta los propios presu­
puestos? ¿Para qué matemática olímpica resultan ‘esenciales’ los números negati­
vos? No, desde luego, para la matemática griega, para la que no sólo hubieran sido
inesenciales sino perfectamente innecesarios.
Es, pues, un flagrante anacronismo limitarse a señalar lo que la matemática
griega no ‘des-cubrió’, como si ya estuviera oculto en algún lugar del tiempo o
del espacio. Buscaremos más bien en aquello que sí hizo positivamente, en el edi­
ficio conceptual y metodológico que ella levantó, los rasgos del material con el
c u a l— y contra el cual— las matemáticas que le son deudoras se verán forzadas
a construir sus formas de negatividad; tantearemos los perfiles de la sombra de
cuyo seno emergerá. Pues en la medida en que ese edificio se constituye para
otros modos de pensar posteriores en modelo de lo que habrá de ser tenido por
matemáticas, en paradigma de ¡a matemática, será precisamente su insólito nivel
de perfección y rigor el que actúe como poderoso obstáculo epistem ológico para
la construcción de sus formas de negatividad. Salvo matemáticas arraigadas en
imaginarios sociales del todo ajenos al griego clásico — como las chinas, las japo­
nesas o las hindúes— , las matemáticas de Diofanto, las árabes, las de la Europa
medieval, las renacentistas o las ilustradas habrán de hacerse en esa encrucijada
de su propio imaginario colectivo y el super-yo del ideal clásico.
En ocasiones este conflicto entre el legado clásico y las nuevas significaciones
emergentes, que aún no se han constituido — o no llegarán nunca a constituirse—
coherentemente como paradigma alternativo, pero que en cualquier caso ya no se
corresponden con unas significaciones ideales que han quedado congeladas, acon­
tece de forma singular en la obra de ciertos matemáticos. En Diofanto o Cardano,
por ejemplo, la tensión entre significaciones latentes y construcciones explícitas les
llevará a permitirse, en un nivel de conciencia residual o instrumental, operaciones
e incluso formulaciones que, sin embargo, a un nivel consciente se censuran más o
menos abiertamente. Serán necesarios ciertamente los que Perménides (B.6, 5)
llama "hombres de dos cabezas" para poder pensar la negatividad después de la
exclusión eleática del no-ser del ámbito de lo pensable.
Sólo así podrán entenderse (tal es, al menos, una de las principales tesis que
aquí proponemos) ciertos rasgos comunes a las emergencias en Occidente de los
diferentes modos de negatividad. Como es, por ejemplo, su coincidencia con
momentos de debilitamiento del ideal euclídeo, en particular, y clásico, en general;
momentos en que nuevas significaciones imaginarias se abren camino por entre las
grietas del paradigma heredado, sorteando el deber ser que éste imponía a su hacer
matemático. En esos momentos se desdibuja la frontera entre lo que se tiene por
posible e imposible, real e imaginario, verdadero y falso, que es y que no es, natural
y artificio, evidente y necesitado de argumentación, racional y absurdo, positivo y
negativo... y en esa tierra de nadie se van abriendo paso nuevas significaciones y
desbloqueando sentidos obstruidos. Razón por la cual lo negativo se formula en
estas coyunturas siempre de forma balbuciente, a menudo contradictoria, como sen­

153
tido casi sinsentido, fruto frágil de una negociación — inconsciente en sus inicios—
entre significaciones imaginarias heterogéneas, cuando no irreductibles o antagóni­
cas. Razón asimismo por la cual a la forma de racionalidad — y, en particular, de
racionalidad matemática— dominante se le aparece la negatividad, en cada una de
esas encrucijadas, como amenaza, como el presentarse de una sombra hasta enton­
ces indiscernible, ante la que no podrá reaccionar sino también negativamente.
Así, por ejemplo, esos entes imposibles para la matemática euclidea que son/
no-son las raíces cuadradas de números negativos serán recibidos — una vez libe­
rados por la fantasía manierista de finales del siglo XVI— como si se tratase de
meros delirios, números ‘imaginarios’ para Descartes, ‘anfibios entre el ser y el no-
ser’ para Leibniz, ‘fantásticos, porque sólo existen en la imaginación’ para Euler,
‘absurdos’ para Carnot, ‘ininterpretables’ para Boole, ‘sin sentido’ para Cauchy,
‘una impensable no-cosa’ para L am bert...
No puede ser casual un despliegue tal de valoraciones negativas de la negatividad,
una vez que la tradición occidental ha de hacer frente a su emergencia. Como tampoco
es insignificante que, para calificar a lo que parecerían ser unos meros objetos matemá­
ticos, se recurra a una gama de adjetivos que barre tan diversos ámbitos semánticos: el
psicológico (‘imaginarios’), el lógico (‘absurdos’), el ontològico (‘no-ser’, ‘no-cosa’), el
estético (‘fantásticos’), el hermenéutico (‘ininterpretables’, ‘sin sentido’), el gnoseolò­
gico (‘impensables’) y hasta el biológico (‘anfibios’). ¿Qué especie de obstáculo o de
tabú en tomo a la negatividad deja en herencia el modo de pensar griego, que su trans­
gresión afecta tan profundamente a su forma misma de racionalidad?.
Buscaremos, ciertamente, la respuesta en sus matemáticas, unas matemáticas
que así se nos van revelelando entreveradas — desde esta singular perspectiva—
tanto con el núcleo de la reflexión filosófica explícita como con los presupuestos
implícitos en que ambas — filosofía y matemáticas— descansan, con aquellas
creencias que, desde el fondo de la episteme griega, bloquean la emergencia de
cualquier modo de negatividad.

III. 1. La oposición parm enídea ‘no-ser/ser’


y la creencia en el principio de no-contradicción
Si en China la pareja 'yin/yang' proporciona el sustrato simbólico desde el
que construir diferentes modos de oposiciones numéricas, y la categoría vacía ‘wu’
(sobre la que pivota la oposición yin/yang) determina un ‘no’, ‘hueco’ o ‘centro’
que da sentido a los respectivos ‘ceros’ que permiten hacer operativas esas opera­
ciones, en Grecia será otro tipo de distinción el que oriente de raíz su modo de pen­
sar: la distinción ser/no-ser. Por decirlo brevemente, y en un evidente abuso de len­
guaje, podría decirse que, en esta transición — ciertamente ideal— de un modo de
pensar a otro, tanto la determinación yin (de la oposición yin/yang) como la deter­
minación wu van a caer ambas del lado izquierdo de la oposición griega no-ser/ser.
Esto es, tanto yin como wu van a perder su carácter determinado (que les hace dis-
cem ibles entre sí) y determinante (de oposiciones formales, p.e.) para ingresar en

154
el ámbito de la indeterminación, por cuyo sumidero el modo de pensar griego eva­
cúa todo cuanto se opone al lado derecho de la barra, que es el del ‘ser’. Como no-
ser,/« y wu se fundirán aquí en una y la misma indistinción, donde el ‘vacío’ físico,
la ‘nada’ aritmética o la mera posibilidad de'm enos que nada’ (a que ahora quedan
reducidos los nombres/ números que descansaban sobre el lado yin y que los dio-
rismoi griegos rechazarán — con toda ‘razón’— por impensables) se confunden en
la indefinición del no-ser.
Del otro lado de la barra (manteniendo este paralelismo abusivo), el ámbito del
ser se solapa con el del yang. Y el juego de biparticiones (‘positivo’/'negativo’) que
yang proyectaba en su interacción con yin pierde su sentido, toda vez que la barra del
par no-ser/ser sólo separa y no comunica ambos lados, como sí ocurre con la barra
del yin/yang. Así, la bipartición pre-conceptual de la que arranca toda conceptuali-
zación china se sustituye en Grecia por la única distinción posible: el juego de clasi­
ficaciones a que dan pié las determinaciones sucesivas del ser (pues del otro lado, del
del no-ser, no cabe determinación), es decir, la procesión de géneros y especies (al
modo aristotélico) o de hipóstasis del uno (al modo platónico); una procesión que ya
cae necesariamente del único lado de la barra en el que aquí cabe la determinación
y, por tanto, el pensamiento y el número: el lado de la positividad del ser.
La simetría que preside el paradigma chino es ahora asimetría radical. Buena
parte del mejor pensamiento griego se entregará a negar, no sólo la imposibilidad
de tránsito entre un lado y otro de la barra que separa el par ‘no-ser/ser’, sino tam­
bién entre las sucesivas diferencias que van especificando el ser (ley de ‘incomu­
nicabilidad de los géneros’, p.e.). La barra griega es intransitiva e intransitable,
pues ni une/separa ámbitos homogéneos (es más, de un lado hay indeterminación
y del otro determinación, en lugar de dos modos de determinación opuestos) ni
existe elemento identificable alguno que pudiera ejercer de quicio que articulara la
interacción de no-ser y ser, como wu articulaba la acción recíproca de yin y yang.
Si el texto clave que condensa el soporte pre-conceptual de la episteme china
lo fijábamos en la sentencia del Xici:
"Un [aspecto] yin, un [aspecto] yang: eso es dao"
el que ahora constituirá la columna vertebral del modo de pensar griego será el
célebre pasaje de Parménides:
"Ea, y yo te diré (guarda tú la palabra que oigas)
las vías que solas ver como vías de búsqueda cabe:
la una, la de que es y que no puede ser que no sea.
es ruta de fe y de fiar (pues la verdad la acompaña);
la otra, la de que no es y que ha de ser que no sea,
ésa — te aviso— es senda de toda fe desviada:
que lo que no es ni podrás conocerlo (eso nunca se alcanza)
ni en ello pensar."1

1 Las citas de Parménides lo son de la versión de A. G" Calvo (1981).

155
Tal es "el corazón sin temblor de la bienredonda verdad" que revela la diosa.
Como tampoco en China el complejo simbólico yin/yang/dao, no se trata aquí de
un mero pensamiento sino de algo que funda la posibilidad del pensamiento mismo
y que, por tanto, lo excede. Se trata de una creencia, en su sentido más profundo:
algo que no es pensable porque es aquello que permite ponerse a pensar.
Que "[ser] es y que no puede ser que no sea" no es algo que ponga ahí Par-
ménides ni ningún otro griego: es algo que se impone desde el magma de signifi­
caciones pre-racionales sobre el que se erige la racionalidad clásica, determinando
decididamente sus fronteras. Se trata de una revelación de la diosa, de la que Par-
ménides se limita a hacerse eco. Es una convicción que le viene de fuera, con toda
la carga de mandatos e interdicciones propias de la palabra sagrada:
"Debe ser cosa el decir y el saber: pues cabe ser algo;
mas no ser nada no cabe; en lo cual meditar te aconsejo;
pues de esa vía de busca te rechacé la primera.’’
La primera gran formulación de la metafísica del ser, que fundamentará el
cuerpo principal de la racionalidad griega, brota de la tajante distinción entre lo
que ‘cabe’ y lo que ‘no cabe’, lo que ‘es posible’ y lo que ‘no se puede’. El ámbito
de posibilidad que cubre lo decible y lo pensable dibuja los dominios del ser. Más
allá, en la imposible región donde ni el discurso ni el pensamiento tienen sobre qué
descansar, lo que se aloja es precisamente la negatividad.
La ‘imposibilidad’ de lo negativo no es, sin embargo, una conclusión racio­
nal de ese monumento a la razón que es el poema parmenídeo, sino un pre-su-
puesto de la racionalidad que en él se va a desplegar: se pone previamente debajo
del acto de pensar y, por tanto, de sus consecuencias. Y se pone imperativamente:
‘debe ser’, ‘te ordeno’, ‘no te perm ito1... No es fácil reconocer aquí a ese "pensa­
dor que no conoce otro deseo que el de conocer, ni siente otra fuerza que la de la
lógica" (K. Reinhardt, 1916: 256). Sino más bien a alguien que, sobrecogido por
"una auténtica experiencia religiosa", como apunta Jaeger (1952: 99), se siente for­
zado a dar testimonio del misterio que le ha sido revelado: el misterio de la identi­
dad del ‘ser’ y el tabú del ‘no ser’, tabú de influencia decisiva en la ausencia de
tratamiento de la negatividad también en el pensamiento matemático2.

1 Estas variantes mas explícitamente imperativas son las recogidas en otras versiones, como las
consideradas en C. Eggcrs y V.E. Juliá (1978).
■El principio de identidad que aquí se le impone como evidencia a Parménides, y que ahormará
toda la episteme occidental (aunque no, como hemos visto, la china), será el que habrá de verse soca­
vado para que entidades como el ‘cero’ puedan, aunque penosamente, llegar a construirse. Para definir
el ‘cero', Frege (1974: 87), padre de la fundamentación lógica de la aritmética en términos modernos,
se verá obligado a violentar el principio de identidad con un escorzo que sólo puede entenderse desde
la tradición parmenídea: "Como no hay nada que caiga bajo el concepto ‘no idéntico consigo mismo’,
defino el cero como sigue: 0 es el número que pertenece al concepto ‘no idéntico consigo mismo’".

156
Para dar con el sustrato simbólico, de creencia arraigada en el imaginario pre-
racional griego que soporta este tabú no es necesario rastrear la presencia de nin­
gún Dios oculto tras el Ser parmenídeo, pues, al decir de Jaeger (1952: 110), "el
elemento religioso está más en la forma en que al hombre le ha afectado su descu­
brimiento (...) que en ninguna clasificación del objeto de su indagación como
divino". Aunque tampoco hace falta seguramente recurrir a las religiones de los
misterios, como hace Jaeger, para dar cuenta del poso de creencias de que se nutre
el nuevo racionalismo. Basta buscar, siguiendo a Ortega, en los idola fo n e idola
tribus que se imponen, como auténticas ‘fantasías catalépticas’ o evidencias
ineluctables, al modo de pensar clásico: "no el hombre que «comprende la cosa»,
sino la cosa que «comprime al hombre», se «graba» en él, lo «sella» —phantasía
typosis en psyché"].
De cuantas derivaciones que de este planteam iento parm enídeo se siguen
para la negatividad, nos detendrem os ahora en el principio de no-contradic­
ción, tan secundario — cuando no violable— para la epistem e china como cen­
tral para la de tradición helénica; una centralidad que dista mucho de ser una
opción racional del pensam iento griego, pues se instala precisam ente como
pre-juicio o juicio previo que perm ite a ese pensam iento em itir juicios. La con­
junción de este principio con ese ‘sensualism o’ de ‘sentido com ún’ que ya
señalaron Koyré u Ortega, am para la raíz del obstáculo epistem ológico que
aquí nos ocupa. En A ristóteles — y su legado— se funden ambos, por antitéti­
cos que pudieran parecer, y lo hacen de form a ejem plar como principios
incuestionados e incuestionables. Pero no se funden como efecto de una singu­
lar construcción intelectual sino, justo al contrario, como decantación concep-
tualizada de creencias firmemente arraigadas en el imaginario cultural. En
palabras de Ortega (p. 242):
"El carácter «convincente» o impositivo — cataléptico— de las sensaciones
y de ciertas proposiciones máximas venía a aquéllas y a éstas de que era «opinión
reinante», «lugar común», creer en los sentidos y creer en el principio de [no-]con-
tradicción. Eran éstas dos «verdades tradicionales», dos usos colectivos. De aquí
que se aceptasen como «evidentes» precisamente porque nadie se hacía cuestión
de ellos".
Las dificultades de Aristóteles con la negatividad quedan lúcidamente
expuestas en el detallado análisis de Ortega (pp. 171-197) sobre el capítulo 3o del
libro IV de su Metafísica, donde el estagirita se debate entre la imposibilidad de
probar el principio de no-contradicción, como corresponde a su ser principio, y el
imperativo de argumentar lo evidente de su evidencia:

1 J. Ortega y Gasset (1979: 244). En loque sigue nos hacemos eco de su excelente análisis sobre
el papel de las creencias en lo que £1 llama m odo d e p e n sa r griego y, en particular, en el modo de
pensar cucKdeo.

157
"Nosotros acabamos de asumir (nyn eiléphamen) como imposible que el ente
sea y juntamente no sea. y mediante esto (diá touto) hemos mostrado (edeíxamen)
que es el principio más seguro de todos” (IV, 3, 1006*3-5).
No se trata, es claro, de una prueba (apódeixis) sino de una ‘mostración’, de
un ‘hacer ver’ (deíxis). Aristóteles sabe que no tiene sentido intentar siquiera pro­
bar un principio, por lo que sü deíxis, observa Ortega (p. 179), es "una prueba que
no acaba de ser prueba, pero que es una prueba". De hecho, el párrafo anterior
manifiesta que tal principio también se le aparece a Aristóteles como conclusión
de una demostración que, si no hace explícitamente, sí se le hace implícitamente a
partir de la propia definición de principio, que cumple cabalmente el enunciado del
de. no-contradicción:
"El principio más firme de lodos será aquél con respecto al cual es imposible
padecer error. Tendrá que ser el mejor conocido, necesario y no-hipotético. Ahora
bien; un principio que es necesario aceptar para comprender cualquier ente, no es
hipotético. Y lo que es necesario para conocer cualquier ente es necesario que se
tenga conocido de antemano" (Metaphysica, IV, 3, 1005b14 ss.).
Pero, con todo, aún amenaza con la posibilidad de problarlo:
"... y, si de algunas cosas no se debe buscar demostración, ¿acaso pueden decir­
nos qué principio la necesita menos que ésie?
Pero se puede demostrar por refutación también la posibilidad de esto [que una
misma cosa sea y no sea al mismo tiempo], con sólo que diga algo el adversario; y,
si no dice nada, es ridículo tratar de discutir con quien no puede decir nada, en tanto
que no puede decirlo" (IV, 4, 1006*10-14).
Lo más sorprendente, como observa Ortega, no es ya la ‘prueba’ implícita del
principio de no-contradicción, sino que se ‘pruebe’ también el principio de todas
las pruebas. Y, más aún, que así resulte como principio del conocer lo que empezó
queriendo sentarse como principio del ser.
Pero acaso sea más significativa aún la reacción inmmediata de Aristóteles,
tras su forcejeo con el principio de no-contradicción: la agresividad<jue se le des­
ata a alguien tan comedido como él ante quienes, como Heráclito, ponen en cues­
tión su evidencia. "Aristóteles no se limita a declarar que, a su juicio, Heráclito
padecía un error, sino que le acusa de decir lo que no piensa, esto es, que miente.
Y llama a los demás que duden de ese principio o reclamen claridades sobre él
«incultos» (apaideusía). Y dice que si no lo admiten, no pueden ni hablar, que son
unas hortalizas, unos melones (phytón)" (p. 183)'. Tras esta respuesta emocional
Ortega no duda en advertir el ‘fanático apasionamiento’ con que se reacciona ante

1 En realidad Arislólles se limita a compararle con una planta (hómoios y pliylOi), aunque la
intención es claramente despectiva.

158
una creencia amenazada, la ‘protesta religiosa’ de un ‘fondo colectivo’ que ve
puesta en tela de juicio una de sus más arraigadas evidencias. El mismo Aristóteles
así parece asumirlo en algún momento:
"Todos los que demuestran reducen [sus demostraciones] a este [principio]
como a creencia última (eschálen dóxan); pues es ésta, por naturaleza (physei),
principio (arché) también de todos los demás axiomas." (Metaphysica, IV, 3,
1005b32-34).
Los órdenes religioso (‘creencia última’), fisico (‘por naturaleza’) y lógico
(‘principio’) se encuentran aquí profundamente entrelazados. Algunos1 han que­
rido ver en esta confusión la inmadurez de un ‘Aristóteles joven’ para el que
demostrar significaba, ante todo, refutar; inmadurez que superaría una vez cons­
truida su propia silogística. Bochenski aduce ciertos pasajes de los Analíticos- en
los que puede formarse un silogismo tanto con premisas contradictorias como con­
trarias (p.e. partir de que toda ciencia y ninguna ciencia es moralmente buena, para
concluir que, por tanto, ninguna ciencia es ciencia), es decir, pasajes donde Aris­
tóteles mismo viola el principio de no-contradicción3. Por mucho que estos casos
sean excepcionales (en uno de los silogismos aducidos incluso se encuentra un tér­
mino medio que es un nombre individual), no parece arrojar mucha luz sobre el
asunto el hecho de que el propio Aristóteles pase, con esto, a engrosar las filas de
los vegetales a los que antes había condenado al silencio.
Con todo, Aristóteles no hace sino inauguar, también en esto, una larga tradi­
ción de desconcierto y confusión (entre la dimensión ontològica y la lógica) en
tomo a uno de los aspectos de lo que hemos llamado el tabú de la negatividad.
Baste citar la retahila de improperios que dedica el propio Parménides a quienes
transitan el camino del no ser, donde los "mortales que no saben nada se tuercen,
cabezas de a dos: que falta de tino en sus pechos les traza derecha la idea torcida;
y van arrastrados, sordos y ciegos al par, pasmados, tropa indistinta...”.
No será de extrañar que los razonamientos por reductio ad absurdum, basa­
dos en este principo, se cuenten entre los preferidos por la tradición de herencia
euclídeo-aristotélica para demostrar la evidente imposibilidad de ‘algo menor que
nada’. No cabe mejor modo de argumentación para ir encontrando conclusiones
‘absurdas’ o ‘imposibles’ que reafirmen el pre-juicio que provisionalmente, y no
sin patente malestar, se había supuesto negado. Será en nombre de su obsesiva ‘exi­
gencia de claridad’ como Lazare Camot, p.e., se apreste a demostrar que "para
obtener realmente una cantidad negativa aislada, habría que quitar (retrancher) de

1 Véase, p.e., 1. M. Bochenski (1976: 73-75),


2 A n a ly tica p o sterio ra , A 11,77*10-18, y A n a ly tic a p rio ra , B 15,
3 Como también lo viola, según observa A. Escohotado, la misma construcción ousía-m orphé,
aunque ésta sf es central en su pensamiento.

159
cero una cantidad efectiva, sacar (óter) algo de nada: operación imposible". El
argumento, que toma de d ’Alembert y le parece ‘sin réplica’, es el siguiente:
"Sea, dice, esta proporción 1 :-1 ; si la notación combatida fuera cierta,
es decir si -1 fucra menor que 0, con más razón sería menor que 1, luego el segundo
término de esta proporción debería ser menor que el tercero; es decir, que 1 debería
ser menor que - 1; de donde - 1 sería a la vez menor y mayor que 1; lo que es con­
tradictorio"1.
Ciertamente puede objetarse que lo que Carnot usa mal no es el principio de
no-contradicción sino la teoría de proporciones, pero esa objeción sólo es tal des­
pués de saber lo que ‘realm ente’ son los números negativos. Mientras que el pro­
blema es en verdad problema, es decir, en el momento mismo en que se está inten­
tando determinar la posibilidad o no de algo, el principio de no-contradicción
puede convertirse en el método ideal para legitimar lógicamente todo tipo de pre­
juicios.
El mismo d ’Alembert jugará con la irresponsabilidad de ese ‘imposible’ que
se acaba concluyendo, para rehacer a su gusto el enunciado de partida. Si el resul­
tado ‘imposible’ de una ecuación es un número negativo o falso, será señal de que
en el enunciado que da origen a la ecuación debemos sustituir ‘añadir’ (o sus aná­
logos) por ‘sustraer’ (o sus análogos), y viceversa. Pero si el ‘imposible’ es un
número imaginario (una especie de imposible de segundo orden, pues hay "dife­
rentes especies de imposibilidad"2) el enunciado de partida no tendrá enmienda y
habrá de declararse directamente absurdo: no es la conclusión lo ‘imposible’ sino
¡el propio problema planteado! A estos callejones sin salida llevan los únicos cami­
nos por los que, tras la huella de Parménides, permitirá la diosa transitar al pensa­
miento griego. No obstante, también se esbozaron otras vías alternativas, como la
ensayada por el pitagorismo.

III.2. El juego de las oposiciones.


Su posibilidad y anonadaniento en el pitagorism o
Pueden distinguirse dos modos griegos de acceso al ser, que se ejemplifica­
rían en Pármenides y Aristóteles. El primero procede dialécticamente, por nega­
ción del no-ser y, al tiempo, de las cosas sensibles. El segundo, abstractivamente,
a partir precisamente de la atribución de sustancialidad a las cosas sensibles que el
primero negaba; a este partir de lo sensible en el proceso del conocimiento — que
analizaremos en su detalle en III.6— es a lo que llamaremos, siguiendo a Ortega,
‘sensualismo’ griego. En ambos casos, sea por anonadamiento explícito del no-ser

1 L. Camot (1803); cit. por G. Glacscr (1981: 325-6).


2 Véase la voz "Equaiion” en la edición de 1756 de la Encyclopédie.

160
sea por imposibilidad implícita en la superabundancia del ser, es el propio nervio
del pensamiento, no su dictum, el que excluye categóricamente toda posible alu­
sión a cualquier forma de negatividad que no sea para, negándola, afirmarse a sí
mismo.
La falta de un pensamiento de la falta no es así, en Grecia, una falta de pen­
samiento ni una falta del pensamiento: ni esa ‘laguna a colmar’ ni ese ‘error excu­
sable’ con que suelen ‘explicar’ las historias de la matemática la ausencia de
‘números negativos’ en la matemática griega. La ausencia de la ausencia más bien
ha de buscarse en la sombra imposible de una sobredeterminación de la presencia.
En este punto el modo de pensar griego no es incorrecto, lo cual no quiere
decir — en la línea de una sociología fuerte del conocimiento— que como pensa­
miento ‘correcto’ no esté menos necesitado de explicación que el ‘falso’. Más aún
cuando ciertas ‘incorrecciones’ suyas han de revelarse extraordinariamente fructí­
feras y es, en cambio, su ‘correción’ la que está precisamente en el origen de cier­
tos obstáculos epistemológicos con los que habrá de vérselas la construcción m ate­
mática de la negatividad. Pues ésta habrá de levantarse, ciertamente, contra ambos
pre-juicios — el de ‘sensualismo’ y el de ‘no ser del no-ser’— qué, como hemos
visto, fundamentan, a través del modo de pensar griego, también su matemática.
Pero habrá de levantarse, y no menos, a partir de ambos prejuicios, asumiéndolos,
pues forman parte de la única matemática, tenida por tal, en la que la tradición
aceptará moverse. El dilema en el que veremos debatirse a cuantos matemáticos
afronten la negatividad será el de cómo negociar la erradicación de aquellos pre­
juicios, ya erosionados por su recepción en un medio cultural diferente, sin derruir
con ello todo el edificio formal que so-portan. De hecho, el propio pensamiento
griego no dejó de aportar una potente reflexión en este sentido, si bien es cierto
que, a nuestro juicio, de una forma residual, cuando no a contrapelo, respecto de
su corriente principal.
Nos referimos a la cadena de pensamiento que une a Anaximandro con los
pitagóricos, Heráclito, un cierto Platón y los atomistas; una cadena a cuyos esla­
bones se les han atribuido, significativamente, fuertes influencias orientales. Las
categorías de ‘oposición’ o de ‘vacío’, que se mostraron decisivas para las cons­
trucciones chinas de modos formalizados de negatividad, juegan un papel central
también en esta cadena de pensamiento. En particular, les son comunes una serie
de rasgos de especial relevancia para nuestro propósito: a) la negatividad — sea
como privación, oposición, contrariedad o puro no-ser— es elemento fundante de
su concepción del cosmos, frente al culto a la positividad, completitud, reposo y
de-terminación que comparte el grueso de la concepción clásica; b) frente a la esta-
ticidad y consecuente espacialización (que, en matemáticas será geometrización)
del cosmos clásico, el suyo es un cosmos hecho de tiempo y sucesión alternante de
opuestos (Hamilton hará una lectura temporal, en clave neokantiana, de los núme­
ros complejos, cuando todos los esfuerzos estaban dirigidos a su representación
espacial); c) sus conceptos fundamentales están concebidos, y a menudo explícita­
mente definidos, negativamente, lo que para el griego no orientalizado es signo de
imperfección e insuficiencia; d) todos ellos parecen haber sufrido, de un modo u

161
otro, un poderoso influjo de formas orientales de pensamiento, formas en las que
sí tuvo cabida una cierta formulación de la negatividad matemática. Cada uno de
estos rasgos aparece ya en el célebre fragmento de Anaximandro:
"Principio y elemento de todas las cosas es lo ápeiron (...) El nacimiento a los
seres existentes les viene de aquello en lo que convierten al perecer, según la necesi­
dad; pues se pagan mutua pena y retribución por su injusticia según el orden del
tiempo"
Según Diógenes Laercio, Anaximandro inventó el gnomon (para conocer los
solsticios, las horas, las estaciones y los equinoccios) y también construyó diferen­
tes relojes. Su imagen de contrarios brotando de la pura in-determinación, en la que
al cabo se resuelven y de la que adquieren sentido, es una imagen que, de haber
alimentado una matemática, bien podría haber albergado una negatividad formal
análoga a la china. En Anaximadro, el ausentarse (como la leipsis en Diofanto, que
después se traducirá por ‘m inus’) es un proceso tan operativo como el presentarse
(aunque éste segundo aparecerá sobrevalorado en Diofanto, ya bajo influencia aris-
totélico-euclídea, como hyparxis: existencia positiva, entendida como forma de
atribución que le corresponde al 'ser’). La potencia generadora de la negatividad
es simétrica, y de signo opuesto, a la de la positividad, ambas se co-relacionan y
definen — más aún, se generan— mutuamente. La una no es sino la sobreadundan-
cia de la otra. El ‘exceso’ y el ‘defecto’ de la una sobre la otra no privilegia ninguno
de los dos posibles sentidos: la ‘injusticia’ o predominio de lo positivo es tan posi­
ble — y ‘necesario’— como su inverso. Ambos tienen sentido en la doble acepción
del término: ambos significan en igual medida y ambos están orientados, en direc­
ciones opuestas. Mejor dicho, no tanto tienen sentido cuanto son ellos, a través
del juego de su ‘mutua retribución’, los que dan sentido: es precisamente de esa
tensión entre ambos de donde adviene el sentido. Por último, ese ‘pagarse mutua
pena’ se resuelve en anulación recíproca, en pérdida de la determinación — posi­
tiva o negativa, por exceso o por defecto — que, orientándoles, les daba el ser; es
de justicia que se equilibren mediante su disolución en lo ápeiron. Un ápeiron que,
por ser principio, relanza incesantemente el juego de los excesos, defectos y anu­
laciones que también sin cesar en él se resuelven.
Dos rasgos carácterísticos del pitagorismo hubieran tal vez podido orientar
esta dialéctica hacia algún modo de negatividad formal, como de hecho sí lo hicie­
ron en China unos rasgos bien semejantes. Por un lado, la primacía concedida a la
aritmética sobre la geometría, frente a la geometrización que carácterizará a la
matemática aristotélico-euclídea. Por otro, el ‘libre’ juego de oposiciones en el que
se articula y define su concepto de número. Detengámonos en uno y en otro.
Para Arquitas de Tarento (428-365 a.C.) sólo la aritmética, y no la geometría,
puede suministrar demostraciones satisfactorias. Si éste era el enfoque predomi­
nante entre los matemáticos de sólo una generación antes del nacimiento del
método axiomático, para Neugebauer no cabe duda de que las matemáticas hasta
aquí desarrolladas, de clara influencia mesopotámica, no podían ser muy diferentes

162
de las que después encontraremos en los alejandrinos, como Herón y Diofanto. Y
no conviene olvidar que será en éstos donde emergerá la primera articulación for­
mal de la negatividad en Occidente. El evitamiento de los inconmensurables, y la
aversión a tratarlos mediante un procedimiento atomista, habrá de ser lo que trun­
que el ejercicio de esta matemática hasta su recuperación casi cinco siglos más
tarde.
En el contexto de esta supremacía del dominio del número sobre el de la
extensión abstracta, la escuela pitagórica más próxima a lo que después se cono­
cerá como aritmología1 desarrolla una desenfrenada especulación numérica, un
puro juego formal donde los números no se someten al freno de ser ‘número de’ o
‘medida de’ un algo, cuyo modo de sòr le condiciona, sino que, por el contrario,
son los números en su esencia, definida por sus solas relaciones recíprocas, los que
imponen su modo de ser a las cosas. Hasta el punto de que, para esta escuela, cosas
diferentes "serán las mismas entre sí, puesto que la misma especie.(eidos) de
número les pertenece"2. Compartir, por ejemplo, el eidos de la ‘dualidad’ asemeja
más entre sí a dos parejas heterogéneas de objetos— como { a ^ a j y {b,, b j — que
la semejanza derivada de su homogeneidad en tanto que objetos — como {a,, a j y
{a ,, a2, a3)— pero escindidida por el abismo que separa a quienes participan de la
‘dualidad’ de quienes lo hacen de un eidos distinto, como sería la ‘trialidad’. Otro
tanto puede decirse de los números ‘pares’ e ‘impares’, ‘amigos’ y ‘enem igos’ o
cualesquiera de las muchas divisiones de los números habituales en sus escuelas y
que se fundaban en su propia estructura interna o en sus relaciones recíprocas, en
vez de hacerlo en su ser ‘número de algo’. Para el pitagorismo, como apunta
: Klein3, "la secuencia de los números representa no una cadena lineal cuyos lazos
son todos ‘de la misma especie’ sino un ‘ordenamiento’, en el sentido de que cada
número precede o sigue según el orden de su ser, i.e., está relacionado como ante­
rior o posterior".
Este número responde antes al criterio ‘de equivalencia’, que veíamos predo­
minar en China, que al ‘de abstracción’, que en Grecia fuerza al número a ser
número de algo; es más etiqueta de una clase que multitud de unidades. Se asemeja
al número ‘protocolario’ que en China engendra clases de congruencias en los cua­
drados mágicos, donde sí tiene sentido pensar úna clase como ‘opuesta de’ otra
respecto de un ‘centro’. Este número, que no tiene un referente empírico in­
mediato, será también el que veremos emerger de nuevo en distintas épocas ‘cre­
pusculares’ de Occidente: en la Alejandría de Diofanto, en el ‘otoño de la Edad

1 Ver A. Delatte (1915:139). Una formulación elaborada de la 'aritmología' (que, por otra parte,
no recibirá tal nombre hasta el siglo XVII) no se desarrollará sino más tarde.de la mano de neopitagóri-
cos y ncoplatónicos. Aunque tampoco dejará de ejercer su influjo en el seno de la tenida por ciencia
respetable [véase, p.e., su decisivo papel en Kcplcr en A. Kocsllcr (1985)).
2 Aristóteles, M etaph ysica, X1V.6.1093*11-12.
3 J. Klein (1968: 66). Su excelente análisis de la suposición, en toda la matemática griega, del
número como 'número de algo' parece, sin embargo, eludir importantes diferencias, como ésta del
número pitagórico.

163
M edia’ de Chuquet, en el ‘amaneramiento’ del vigor renacentista... Momentos
todos ellos de emergencia de diferentes especies de ‘números negativos’ y ‘canti­
dades sofisticadas’ o ‘números imaginarios’. Momentos todos ellos, también, de
fervoroso cultivo de especulaciones tan ‘poco científicas’ como las aritmológicas.
Sin em bargo, a diferencia de un Diofanto, un Chuquet o un Cardano, ese
cierto desentendim iento de qué cosa deba ser el contenido em pírico del número
no conduce al pitagorism o, ni en sus variantes más elucubrativas, a la formu­
lación de nada que pudiera asem ejarse a las construcciones negativas chinas
ni a las de cualquiera de los autores mencionados. Y ello no porque aquél des­
conociera desarrollos algebraicos sem ejantes a los que a éstos condujeron a
conjeturarlas, pues entre los problem as que investiga se cuentan algunos que
‘se corresponden’ cabalm ente con ecuaciones algebraicas (com o la "división
de un segmento en m edia y extrem a razón" que ‘equivale a’ resolver la ecua­
ción x2 = a2 - ax ) que ya resolvieran los babilonios. Pese a todo, también al
pensam iento pitagórico se le impone el m odo dom inante en Grecia de pensar
lo numérico.
El segundo rasgo aludido como una posible vía de adentramiento pitagórico
en la negatividad lo perfila la potencia que otorgan al libre juego formal de la opo­
sición. Así lo muestra, por ejemplo, su postulación de la existencia de algo tan anti­
empírico (para la empiria griega) como una contra-tierra (antichthon); conjetura
que se sigue rigurosamente de una estricta especulación numérica (que el número
de cuerpos celestes coincidiera con el de la sagrada ‘tetractis’):
"Y, si en algún punto fa lta b a algo, se apresuraban a añadirlo, para que toda su
doctrina fuese coherente. Así, por ejemplo, puesto que la Década parece ser algo per­
fecto y abarcar toda la naturaleza de los números, dicen que también son diez los
cuerpos que se mueven por el cielo y, siendo sólo nueve los visibles, ponen como
décimo la anti-tierra.”1
La cara de la tierra en la que vivimos se mantiene siempre de espaldas al
fuego central y a la contra-tierra, en su movimiento alrededor del centro. El antich­
thon no sólo se construye por inferencia deductiva de una exigencia de completitud
y coherencia de una estructura numérica, sino que el resultado de tal construcción
es fundamentalmente negativo, en un doble sentido: primero, atenta contra toda
evidencia sensorial, pues añade al no verse el no poder verse, dada su necesaria dis­
posición en el espacio; segundo, esta disposición se define por su simetría respecto
de la positividad de la tierra y su orientación en sentido opuesto a ésta respecto de
un centro teórico3. La semejanza con posteriores construcciones occidentales de

1 Aristóteles, M etaph ysica, 986*6-12. (La cursiva es nuestra).


2 El tal ‘fuego ccntral' (pyr; también Mamado 'hogar', hestia, 'hogar del todo', lieslia loO
pantós. y 'guardián de Zeus', D iós fh ylaké) también parece ser un constructo teórico distinto del Sol
visible, pues, como afirma Filolao (Aristóteles, De Cáelo, II, 13), también éste debía girar en tomo a
aquél.

164
los ‘números negativos’, o con la propia de los cuadrados mágicos chinos, no
puede dejar de destacar. La inexistencia de tal artefacto negativo no resta un ápice
de rigor a su deducción formal, como tampoco lo harán más tarde las múltiples
declaraciones de inexistencia de los distintos ‘números imposibles’. Pero será bien
otro el camino que siga entre los pitagóricos la especulación numérica.
Efectivamente, en ellos volvemos a encontrar un tratamiento del dinamismo
oposicional de Anaximandro, articulado, en diversos modos, con el no-ser, si bien
ahora ya integrado en un sistema formal que permite esquemas deductivos. Tam­
bién para ellos es la tensión entre lo de-terminado (o limitado o de-finido [peras])
y su opuesto (lo in-de-terminado, i-limitado o in-de-finido [ápeiron]), el principio,
tanto del pensar como del ser. La puesta en límites de lo que carecía de ellos trae a
las cosas a ser, como la puesta en términos (de-terminación) de aquello para lo cual
no los había permite el pensamiento. Lo ápeiron es así condición de posibilidad
tanto del ser de las cosas como del pensar y, por lo tanto, en sí mismo es tanto pura
nada como mero impensable: el vacío. Un vacío que sirve para "distinguir las natu­
ralezas, de modo que es una separación y división de las cosas que están unas junto
a otras"1.
La arm onía que así surge de la tensión de los opuestos se consigue al precio
de una drástica ruptura de la sim etría entre ellos: mediante cierta form a de ano­
nadamiento literal (es decir de reducción a una ‘nada’) de los elem entos del lado
negativo de la tabla3 (ápeiron, múltiple, izquierdo, femenino, par, móvil, oscuro,
curvo, malo, oblongo). Este anonadamiento será el que haga posible la em ergen­
cia, en el resplandor de toda su positividad, de sus respectivos opuestos: péras,
Uno, derecho, m asculino, impar, estático, luminoso, recto, bueno, cuadrado.
Oposiciones que Platón aún completará, significativamente, con las parejas igno­
rancia/conocim iento (epistém e) (Cármides, 166e) e injusto/justo (Gorgias,
454b, 460e).
Esa precisa distribución, en la célebre ‘tabla de opuestos’, de elementos éti­
cos, culturales, antropológicos, físicos y simbólicos, ligados entre sí de esa manera
y no de otra, así como el hecho de que sus correlativas formas matemáticas asocia­
das sean también precisamente ésas y no otras, es una fuente inapreciable de inda­
gación sobre las connotaciones socio-culturales de la matemática pitagórica que no
creemos lo bastante explorada, pero que nos alejaría ahora demasiado de nuestro
objeto inmediato. Dos observaciones, en otro sentido del mencionado, son las que
aquí conviene apuntar. La una, sobre el carácter intínsecamente positivo del con­
cepto de número que de esta concepción se deduce. La otra, en tom o a la radical
diferencia que separa esta tabla de las análogas que elabora un pensamiento como
el chino, cuya armonía ocurre, no anonadando, sino precisamente operativizando
el lado izquierdo, la negatividad.

1 Aristóteles, P h ysica, 1V.6, 2 l3 b22-6.


2 Véase Aristóteles, M etaph ysica, I.5,986a22 y ss. Véase asimismo, en nuestro epígrafe 11.10.,
la comparación del sentido de estas oposiciones en Grecia y en China.

165
La ‘determinación’ pitagórica, como ‘puesta en lím ites’, no puede ser otra
cosa que determinación positiva, pues para este pensamiento lo opuesto a ella no
es una determinación negativa sino su falta, la in-determinación. ‘Determinación
negativa’ e ‘indeterminación’ vienen así a confundirse, como bien hace patente, de
modo implícito, Aristóteles en el pasaje antes parcialmente citado:
"También los pitagóricos han dicho que el vacío existe y que ingresa en el cielo
mismo desde el aire infinito, como si [el cielo] inspirara también al vacío, el cual dis­
tingue las naturalezas [de las cosas]; de modo que el vacío es una cierta separación
y división entre las cosas que están unas junto a otras. Y esto sucede primeramente
con los números, pues el vacío divide la naturaleza de ellos"1.
El vacío es así condición de posibilidad de la separación y consecuente dis­
tinción, es decir, de la numeración misma. A la positividad del número sólo cabe
oponerse, como negatividad, la in-distinción: el vacío, nada. Sólo en el campo de
lo positivo es posible la determinación y separación, sólo en el campo de lo posi­
tivo tiene sentido el número, un número que en consecuencia es, por su propio
proceso de construcción, ‘número positivo’. La positividad agota el campo numé­
rico. Sólo de ella puede haber epistéme. El ámbito de la negatividad se sumerge
así en el pozo de lo in-distinto, lo fuera de toda medida: el vacío in-menso, una
región des-mesurada y, por tanto, impensable. De quien se hubiera acercado a ella
podría, con mayor razón, haber afirmado Pappus (Elementos, X, 63-64) lo que
dice de quien se adentró en la ‘irracionalidad’ y a quien la leyenda ahogó en un
naufragio:
"Emigra de acá para allá en el mar de la no-identidad (careciendo toda simili­
tud de cualidad o accidente), inmerso en la corriente de la generación y la destruc­
ción, donde no hay patrón de medida".
Si no pudo llegar a decirlo es porque, así como la ‘irracionalidad’ sí llegó a
ser pensable para la episteme griega, aunque no diera con los medios adecuados
para resolver sus aporías, la negatividad, por el contrario, era in-mediatamente
impensable. No tendría el menor sentido, desde este planteamiento, que en la tabla
pitagórica de los opuestos apareciera ninguna forma de negatividad jugando un
papel simétrico al del ‘número (positivo)’. La distinción, el pensamiento, sólo es
posible en el seno de lo distinguible: en el interior del campo numérico (positivo,
por tanto). Y así la forma primaria de oposición numérica es la que se da entre ‘lo
par’ (ártion) y ‘lo impar’ (perittón), las dos clases elementales cuyo estudio deter­
minará todo lo que cabe, en el cerco cultural de la episteme griega, bajo la etiqueta

1 Physicn, IV.6, 2 I3b (la cursiva es nuestra). No tiene aquí relevancia la discusión en lomo a si
tal 'vacío' es o no identificado con el 'aire', para lo que pueden consultarse J. Bumet (1945: 51); W.
Burkert (1962:33), y H.F. Chemiss (1964:39 ss.). Sobre la proyección aritmética del vacfo, véase nues­
tro epígrafe siguiente.

166
de aritmética. Lo par irá así a colmar el lado izquierdo de la tabla, como algo aún
susceptible de división, mientras que lo impar lo hará en el derecho1.
Podría aducirse que no hacía falta ir a bucear tan abajo, al fondo mismo de lo
ápeiron, para dar con el sesgo decididamente positivo del concepto pitagórico de
número. Es de sobra conocido el carácter material, físico, que los pitagóricos le
atribuyen. Según Aristóteles (Metaphysica, 1.6,987b), mientras Platón mantiene su
existencia aparte de las cosas sensibles, "ellos afirman que las cosas mismas son
números". Y más explícitamente (Metaphysica, XII.6, 1080b):
"Los pitagóricos (dicen que el número es) uno, el matemático, pero afirman
que no está separado sino que las sustancias sensibles están compuestas de él. Sos­
tienen, en efecto, que el cielo íntegro está fabricado de números, aunque no de uni­
dades abstractas, ya que piensan que las unidades tienen magnitudes".
Pero cifrar en esa sustancialidad del número la dificultad griega para pen­
sar la negatividad sería tanto com o no considerarla más que eso, una dificultad,
y, como tal dificultad, algo superable desde esa m isma forma de pensam iento.
De hecho, el número platónico, sí estará decididam ente separado d é la s sustan­
cias sensibles, sin que por ello sea más capaz de comprender la negatividad. Es
más bien la necesidad lógica — para esa forma de pensar— im plícita en la pro­
pia concepción del núm ero y del ser la que obliga a que, cualquiera que sea la
modalidad de núm ero que desde ella se piense, éste no pueda ser sino ‘número
positivo’, expresión que aquí resulta obviamente redundante. Y esa m isma
necesidad es la que fuerza a la epistem e griega a excluir de su ám bito cualquier
acercaniento racional a lo que para otras epistem es es ‘el cero’ o ‘el vacío’
como objeto teórico discernible y, en consecuencia, susceptible de ser sometido
a operaciones form ales2.
La aritm ética pitagórica verá así sobreponerse, a un cierto carácter diná­
mico y tem poral que pudiera subyacer en su metafísica, un marcado sesgo está­
tico y de espacialidad extensa. Sus números se desplegarán espacialm ente de
un m odo natural, aún antes de que la crisis de los inconm ensurables otorgue el
dom inio de lo num érico al im perio de la geom etría. Los ‘núm eros figurados’,
por ejem plo, explicitan nítidam ente esa extensionalidad implícita en el núm ero
pitagórico:

1 C. Eggers Lan y V.E. Juliá (1978: 229-30), observan que en textos anteriores, de Homero y
Hesíodo principalmente, las connotaciones de 'par' e 'impar' son opuestas a alguno de los valores que
les atribuye la recopilación aristotélica. También Burkert (1962: 413), observa cómo "claramente ár-
tion lleva consigo la connotación positiva en el uso normal de la lengua, mientras quep e rittó n arrastra
la connotación negativa, la transgresión de la norma". Nada de lo cual afecta a lo aquí mantenido de la
pertenencia de ambos a un ámbito m is profundo de positividad.
2 Sobre el abismo que media entre construir una aritmética desde el ‘uno’ o desde el ‘ser’, al
modo griego, o desde el 'cero' o el 'vacío' tomado como conjunto discernible, según una forma de
racionalidad que alcanzará su cénit a ñnales del s. XIX y principios del s. XX. véase A. Badiou (1990).

167
o o o o
o o o o o o o o o
o o o o o o o o o o o o o o
o o o o o o o o o o o o o o o o

1 4=2x2 9 = 3x3 16 = 4x4 1 3=1+2 6=l+2+3 10=1+2+3+4


(Fig. 1) (Fig. 2)
Los ‘números cuadrados’ — 4, 9, 16, ... (Fig. 1)— reciben el nombre de su
forma de distribución espacial. Y otro tanto sucede con los ‘números triangulares’
(Fig. 2), ‘oblongos’, ‘pentagonales’, etc. La presuposición de un espacio de repre­
sentación extenso, y no simbólico como el chino, ahoga así la posible formaliza-
ción de esa negatividad que pudiera latir en el pitagorismo, tanto en su concepción
del número como en el juego de sus oposiciones1.

III.3. D onde A ristóteles tropieza con el ‘cero ’


y asum e (que no decide) su im posibilidad

La presencia de la negatividad, tan sólo latente en el pitagorismo, será en la


singular razón heraclítea donde encuentre su expresión más rotunda. En ella no es
concebible la presencia sin la ausencia, la identidad sin la alteración, el suceder sin
el sucederse, la determinación sin su falta: el ser sin el no-ser. Para Heráclito no
cabe realidad ni pensamiento que no descanse sin reposo en la íntima conexión
entre positividad y negatividad. Con él, como apunta Éscohotado (1975:70), "se
produce una comprensión acabada del poner y el suprimir, de lo positivo y lo nega­
tivo". La negatividad no es aquí mera falta, carencia o defecto (de esa determina­
ción de la que surge la distinción como presencia necesariamente positiva) sino el
fundamento mismo del presentarse, la propia fuente de la positividad, con la que
comparte idéntico dinamismo y cualidades. Para Heráclito, según Aristóteles
(Ethica Nicomachea, VIII.2, 1155b):
"Lo contrapuesto concuerda y de los discordantes se forma la más bella armo­
nía, y todo se engendra por la discordia."
Es sorprendente el paralelismo entre alguna de las imágenes empleadas por
Heráclito para sugerir la completa correlación y obediencia a las mismas leyes de
una positividad/negatividad que sólo en apariencia son dos, y aquellas otras imá­
genes que veíamos en Laozi y en Zhuangzi, o las que pondrá enjuego Kant para
presentar la negatividad como algo del todo razonable para la razón ilustrada. En
su "Ensayo para introducir en filosofía el concepto de magnitud negativa", publi­

1 Véase en 11.15 el estudio comparativo de los distintos tratamientos, al modo chino y al pitagóri­
co. de un ‘mismo’ cuadrado mágico.

168
cado originalmente en 1763, Kant cifra la auténtica dimensión filosófica de la
negatividad matemática en su carácter no sólo determinante de la positividad sino
también determinado, tan determinado como lo es ésta. La ‘magnitud negativa’ no
se carácteriza por su carencia o defecto de determinación sino por su determina­
ción en otro sentido. Esa eficacia de la oposición, que permite discernir con la
misma precisión en ambos lados de lo que la oposición separa/une, es precisa­
mente la ‘magnitud negativa’. La sombra, dirá Kant, no está hecha del defecto de
luz, sino de la posición de un obstáculo en la transmisión de la luz. La oposición,
lejos de sumirse en la indistinción, contiene posición. La negatividad no sólo no
naufraga en el mar de la no identidad sino que está sujeta a igual razón y medida
que la positividad a la que se opone. Según Kant (1949:83), "una magnitud es
negativa respecto de otra magnitud en tanto que no puede unirse a ella más que por
una oposición, es decir, en tanto que una hace desaparecer en la otra una magnitud
igual a ella misma".
Si tal planteamiento contiene evidentes resonancias heraclíteas, el filósofo de
Éfeso resuena aún más en las imágenes poéticas con las que el de Königsberg (pp.
84-85) evoca la negatividad:
"Diremos, siguiendo el método de las matemáticas, que la muerte es un naci­
miento negativo, la caída una ascensión negativa, la vuelta una marcha negativa...
(pero también) el nacimiento (es) una muerte negativa."
Son las mismas m etáforas que encontramos, casi literalm ente expresadas,
en Heráclito, aunque en Kant- es la oposición m atemática positivo/negativo la
que da sentido a las oposiciones concretas. Ese ser ‘la caída una ascensión nega­
tiva’ ¿no es la "arm onía propia del tender en direcciones opuestas, como la del
arco y la lira", que evoca Heráclito (B.51)? Y la identificación, por oposición,
de nacim iento y muerte ¿no es la misma que se opera en "inmortales m ortales,
mortales inm ortales, viviendo éstos la muerte de aquéllos, muriendo aquéllos la
vida de éstos" (B.62)? Podrían multiplicarse los fragmentos, por otra parte bien
conocidos, en que los opuestos participan de un mismo y sólo dinam ism o
mediante el cual se prestan m utua determinación por contraposición de fuerzas.
Fragmentos en los que Kant bien podría encontrar un fundamento com ún que
es el que, para él (p. 88), da razón filosófica de las ‘magnitudes negativas:
"existe una fuerza m otriz, pero el movimiento consecuente es destruido por una
fuerza opuesta".
Pero nada habrá más contrario a la orientación principal del pensamiento
griego, que se constituirá en torno a la influencia de Platón y Aristóteles (y a su
conjunción m atem ática en Euclides), que esta afirmación kantiana de la negati­
vidad como principio activo y simétrico respecto de la positividad, una negativi­
dad dotada de su propia energía, que va más allá de la mera privación de ser, de
sustancia o de determinación. Para Platón (Banquete, 187a), "es un absurdo
inmenso decir que la arm onía diverja o que se dé a partir de cosas divergentes;
lo que [Heráclito] probablem ente quiso decir es que...". Análoga consideración

169
de ‘absurdo’ y análogos ensayos de corrección se repetirán sin cesar a propósito
de la negatividad m atem ática un vez que ésta emerja en Occidente. Como aná­
loga es tam bién, como vimos, la reacción de Aristóteles ante los que piensan con
dos cabezas.
Con dos cabezas, como Heráclito, parece pensar también la episteme china,
cuando, p.e., piensa el movimiento como resultado de la acción de fuerzas opues­
tas. J. Piaget y R. García señalan que mientras que para la episteme griega lo natu­
ral es el reposo, la perseverancia en el ser y la permanencia, y su gran problema
será explicar el movimiento, la alteración y el cambio, para la china los supuestos
se invierten. Dando por supuesto el devenir bajo la constante acción de contrarios,
su pregunta girará en tomo a la posibilidad del reposo, entendido como detención
del movimiento. La ‘violencia’ que el griego reclama para dar razón de cualquier
alteración del estado de reposo que corresponde a un cuerpo en su ‘lugar natural’,
es invocada por el chino para intentar explicar esa insólita interrupción de la acción
de los contrarios que es capaz de fijar estancias y congelar identidades. Los men­
cionados autores destacan cómo el principio de inercia, impensable para la tradi­
ción griega hasta que Galileo la violenta en su misma médula (aunque no tanto
como para superar la evidencia del movimiento circular por su proximidad con el
reposo), es mera cuestión de sentido común para el modo de pensar chino, cinco
siglos antes del comienzo de nuestra era:
"La cesación del movimiento se debe a una fuerza opuesta. Si no hay fuerza
opuesta, el movimiento nunca se detendrá. Esto es tan cierto como que una vaca no
es un caballo."1
Con Platón Y Aristóteles esta orientación, de algún modo subyacente a los
orientalizados Anaximandro, Heráclito y pitagóricos, se trunca definitivamente.
El juego del hacerse/deshacerse de los opuestos el uno en el otro — y desde el
otro— se sustituye por ese otro juego del llegar al ser de unas formas pletóricas
de determinación, inmutables e idénticas a sí mismas. Sólo de ellas cabe epistéme
propiamente, fuera de ellas nos adentramos en el engañoso terreno de la opinión,
cuyo contenido es algo intermedio entre el ser y el no-ser. Platón distingue en El
sofista entre un ‘no-ser’ que es lo opuesto o contrario del ‘ser’, la pura ‘nada’
sobre la que es imposible pensar, y un ‘no-ser’ que es diferente del ‘ser’ en tanto
en que es un ‘ser esto’ y ‘no-ser lo otro’. Así, cada ser se contrapone de dos mane­
ras con el no-ser, pues, por un lado, no es una nada y, por otro, no es otro que él.
La genial aportación de Aristóteles al introducir la mediación permite salvar la
contradicción que surge en la dialéctica platónica frente al problema del tránsito
y el devenir. El paso de la privación a la forma sólo evita ser paso también del no-
ser al ser si en el tránsito está presente un tercero que, como sustrato, permanece
en el cam bio y lo hace posible sin contradicción. La otra cara de la moneda mos­

1 Citado por J. Piaget y R. García (1982: 232).

170
trará cómo, con este recurso a un sustrato mediador, la oposición se desvanece
aún más ante la rotundidad de una permanencia que, en última instancia, subsume
por completo el devenir.
En uno y otro caso la dialéctica de ser y no-ser es, cuando menos, absoluta­
mente asimétrica. La actividad de la negatividad se limita al ámbito de la positivi­
dad, como mera condición de posibilidad de ésta. La negación hace posible el ser-
esto por no-ser-aquello, decide la posibilidad de distinción entre presencias positi­
vas y el paso de unas a otras, permite la determinación del ser-esto de cada ser de
igual modo que el número es necesariamente ‘número de algo’ (de ‘algo’ que es):
número positivo. El verdadero lugar de la oposición está en el seno de la positivi­
dad, haciéndola operativa. Con Platón y Aristóteles la determinación irrumpe,
efectivamente, en el ser indeterminado de Parménides, pero para ir perfilando, de
un lado, el desencadenarse de los géneros y las especies, mientras que, del otro,
queda tan sólo la indeterminación del no-ser, incapaz de razón ni medida. Este no-
ser, en lugar de situarse con precisión en ese quicio chino donde se articulan deter­
minaciones opuestas, se desdibuja aquí en la bruma de la indefinición que se
extiende más allá de la frontera del ser.
La opción alternativa desde la que evitar las aporías eleáticas es la adoptada
por los atomistas. Ante la tesitura de renunciar, de un modo u otro, al devenir y a
la multiplicidad, o aceptar el ser del no-ser, Leucipo y Demócrito optan sin amba­
ges por esto último:
"Leucipo y su compañero Demócrito dicen que son elementos lo pleno
(pié res) y lo vacío (kenón). a uno de los cuales llaman ser y al otro no-ser; y, de éstos,
piensan que lo lleno y sólido es el ser y lo vacío el no-ser (por lo cual dicen también
que el ser no es en mayor medida que el no-ser, pues tampoco el cuerpo es en mayor
medida que el vacío)" (Metaphysica. I.4.985b5-9)
Aquí el no-ser se afirma de modo pleno, rotundo; no como ‘no ser esto’ o ‘no
ser todavía aquello’ sino siendo, en su pura vacuidad, ‘en no menor medida que’
el ser. El kenón disfruta de no menor existencia efectiva que los átomos en toda su
positividad, no es mera carencia sino algo positivo. Para ellos, según Cappeletti
(1979:41), "la consideración del ‘no-ser’ como algo positivo se plantea como una
consecuencia de la reación contra el eleatismo; el ‘no-ser’ no es ya el estricto con­
tradictorio del ‘ser’ sino más bien su contrarío; al igual que los pitagóricos, Leu-
cipo pensó el ‘no-ser’ no como una negación sino como una contra-afirmación del
‘ser’".
Y ello sin dejar de tratarse del mismo no-ser que Platón descartó por impen­
sable y contra el que Aristóteles despliega tal batería de argumentos1que ha sido

1 Véase, p.e., Pliysica, IV.4, 221b18-29; 1V.6, 213M5, IV.8, 215* ss., etc. Una clasificación de
estos argumentos contra el vacío puede verse en D. Furley (1987:188-193). Una discusión mas detalla­
da puede seguirse en T. Heath (1949:115-120).

171
calificado (Furley, 1987:189) como "un extremista en su rechazo de la aceptación
de la existencia del vacío en el universo". Estos argumentos son todos ellos no
tanto estrictamente lógicos cuanto de corte sensualista, basados ya en el precon-
cepto de lugar ya en las dificultades del movimiento. De tales argumentos cabe
destacar dos, el uno por vincular analógicamente el vacío con lo que pudiera ser el
‘cero’ — que consideraremos más adelante— y el otro por ejemplificar redonda­
mente cómo el modo de proceder por reductio ad absurdum permite rechazar
como lógicamente imposible cualquier atentado a los pre-juicios compartidos por
la sociedad de quien lo utiliza. Empecemos por este último. Tras observar Aristó­
teles (Physica, IV.8.216‘11-21) que un cuerpo de mayor peso que otro se mueve
con mayor rapidez, induce que otro tanto debería ocurrir al moverse a través del
vacío. "Pero esto es imposible; pues ¿qué motivo tiene el uno para moverse más
rápido que el otro?". Efectivamente, argumenta, el cuerpo mayor puede dividir un
medio lleno a causa de su forma o de su fuerza; en el vacío "por lo tanto, todos los
cuerpos tendrían la misma velocidad: lo cual es imposible". No es de extrañar que
Heath (1949:119) se haga eco de la ironía de Wicksteed a este respecto: "Es ator­
mentador encontrar a Aristóteles llegando realmente al hecho, familiar en los
modernos laboratorios, de que una pluma y una moneda, por tomar el ejemplo clá­
sico, caerán al mismo paso a través del vacío, pero tratándolo como una reductio
ad absurdum".
Esa forma de negatividad que es el vacío parece repugnar de manera especial
a la episteme griega. Aristóteles afirma en De generaticne el corruptione (315*35)
que Demócrito se ha "distinguido de todos los demás por su método" y, de hecho,
su obra se recibe entre las acusaciones de plagio (de Anaxágoras y Pitágor'as, prin­
cipalmente) y la indiferencia o el desprecio. El mismo Lucrecio (De natura rerum,
IV, 20) confesará que la mayoría se aparta del vacío ‘con horror’. Aunque no ha
llegado a nosotros ninguna versión de la que debió ser extensa obra matemática de
Demócrito ("Sobre los números", "Sobre la geometría”, "Sobre tangencias",
"Sobre proyecciones" y "Sobre los irracionales"), la influencia en ella de su con­
cepción atomista debió ser decisiva. Su heterodoxo recurso a ‘técnicas infinitesi­
m ales’ justifica tanto el juicio aristotélico que le distingue del resto por su método
como la impopularidad de una matemática que no retrocede ante algoritmos ilimi­
tados. Arquímedes le atribuye el cálculo del volumen de la pirámide si bien, dice,
no consiguió demostrarlo rigurosamente, invalidación que Boyer (1986:115-6) ha
atribuido a su empeño en seguir utilizando razonamientos basados en la ‘infinidad
de infinitésimos’ cuando, tras las paradójas eleáticas y la crisis de los inconmensu­
rables, ya habían caído en pleno descrédito. Con todo, tampoco esta otra contra­
corriente intelectual abocará a ninguna articulación formal de la negatividad.
Pese a que la reformulación epicúrea del atomismo sea ya abiertamente sen­
sualista (con la paradoja añadida de que para salvar la experiencia de los sentidos
se afirme la existencia de algo — el vacío— inexperimentable para ningún sentido),
su postulación original es estrictamente lógica: se limita a desarrollar una de las
posibilidades que deja abiertas el dilema parmenídeo. Y, aunque tenga la osadía de
prolongar precisamente esa posibilidad que el modo de pensar griego declarara

172
jnipensable, no por ello deja así de echar sus raíces en el corazón mismo de ese
modo de pensar. Por ello el kenón de Leucipo y Demócrito es formal, pero no for-
jnalizable; articula (las posibles combinaciones de los átomos) pero no es articula-
ble; permite la distinción y el discernimiento, pero él mismo es indistinto e indis­
cernible. Su postulación dialéctica como negación del ser proyectará sobre el vacío
Jo que inconscientemente se atribuía al ser, para negar sólo lo que de manera explí­
cita eran atributos de ese ser. En particular, el vacío descansará — pese a su preten­
sión de carecer de otro fundamento que el estrictamente lógico— en dos pre-jui-
cios que bloquean su posible manipulación como negatividad formal: por un lado,
un cierto modo de soterrada extensionalidad de origen sensual, por otro, una
tajante estanqueidad respecto del ser. El primero parece poder asimilarse a las
razones por las que ‘el cero’ está ausente de la matemática griega; el segundo, a las
que darían cuenta de la imposibilidad de ‘números negativos’ para esta forma de
pensar.
Respecto del primer rasgo, frente al ser como extensión plena, como p ié res,
lo kenón no se construirá como inextenso sino como extensión no colmada, como
espacialidad vacía. Por eso puede Aristóteles construir sus argumentos sobre la
base de la forma de espacialidad que cabría suponérsele. Y por eso podrá después
Epicuro identificarlo, ya sin trabas, a la vaciedad de la pura extensión, haciendo
oponerse a los cuerpos (somata), ya no lo kenón, que Demócrito equiparaba al no-
ser (me ón), sino el espacio sin más: topos. Merece la pena destacar el pasaje, antes
mencionado, donde Aristóteles (Physica, IV.8.215b12-19) argumenta la.imposibi-
lidad del vacío basándose precisamente en la evidente imposibilidad de una nada
que bien pudiera ser ‘el cero’, si tal cosa tuviera alguna cabida en la aritmética
griega1:
"Pero no hay ninguna razón en la que el vacío (kenón) sea excedido por los
cuerpos, igual que nada (médérí) no está en razón alguna con un número. Pues 4
excede a 3 en 1. y a 2 en más [que 1], y a 1 en todavía más de lo que excede a 2; pero
cuando llegamos a nada-(mídenos) no hay razón alguna en la que 4 lo exceda, pues
el número que excede debe dividirse en el exceso y el número que es excedido, así
que 4 debería ser la suma del exceso y nada (oudén). Por esto, tampoco una línea
excede a un punto (en ninguna razón), porque no está hecha de puntos. Similarmente
el vacío no puede estar en razón alguna con lo lleno.”
El tipo de razonamiento que emplea Aristóteles es analógico: no hay razón en
la que los cuerpos excedan al vacío, de ‘igual modo que’ (hósper) nada no está en
razón alguna con el número. Los cuerpos (somata) o lo lleno (pleres) son al
número (aríthmós) como el vacío (kenón) es a nada (medén, oudén). Y de la falta
de razón entre nada y número, que se propone demostrar, concluirá analógica­

1 Lo que no quiere decir que fuera desconocido para los griegos, pues parece improbable que
Pilágoras ignorara su uso entre los babilonios.

173
mente igual falta de razón entre el vacío y los cuerpos. Para probar la tesis física
basta, pues, probar la análoga tesis matemática, lo cual hace Aristóteles por una
suerte*de inducción frustrada. Toma un cierto arithm ós (una cierta ‘multitud deter­
minada de unidades’), como el 4, y hace observar que 4 está en razón (aditiva) con
3 pues lo excede en 1 (4 = 3+1). También está 4 en razón con 2 pues lo excede en
más (lo excede en 2, ya que 4 = 2+2). Y, si seguimos descendiendo, 4 está también
en razón con 1, pues lo excede en todavía más (lo excede en 3, ya que 4 = 1+3),
Llegados a este punto, si siguiéramos descendiendo, parecería deber plantearse, al
menos como problema, si también 4 está en razón con nada (m edén ), pues lo
excede en todavía más aún (lo excede en 4, ya que 4 = ‘m e d én ’ + 4, según la pro­
gresión que veníamos llevando). Pero aquí Aristotéles no se plantea un problema
sino que topa con una evidencia: no hay razón alguna en la que 4 exceda a nada.
Para él no tiene el menor sentido nuestro 4+0 o el 4+ ‘hueco’ del álgebra fa n g -
cheng. En esa progresión heurística (que no demostrativa), el descenso progresivo
de los excesos o residuos (3,2,1,...) encuentra un límite que lo es de todo el campo
numérico y, en general, de toda la episteme griega. ‘Nada’ ya no es algo homogé­
neo con el número, pues "el número que excede debe dividirse en el exceso y el
número que es excedido", es decir, debe poder obtenerse como suma de ambos.
Entre 4 y 3 (ó 4 y 2, ó 4 y 1) sí hay razón porque, al compartir ambos un sustrato
común, puede hablarse de un exceso (hyperochen ) o diferencia de uno respecto al
otro; ese sustrato es el que permite ponerlos en razón o relación: agregarlos, exce­
derse entre sí, sustraerse el uno de! otro. La imposibilidad (que Aristóteles ni
siquiera concluye, pues la da por sentada: la asume, se le impone desde ese exterior
que es la creencia objetivada) de poner también en razón 4 y ‘nada’ revela así la
presuposición de que entre ambos no cabe mediación, que no comparten ningún
sustrato que haga posible pensar la diferencia o el exceso de uno respecto del otro.
Sin un sustrato común, la sustracción carece de todo sentido; con lo que damos
con uno de los principales obstáculos —el sustancialista— que el modo de pensar
griego opone a la negatividad. Sin perjuicio de un estudio más detenido, que
emprendemos a propósito de la concepción del número en Diofanto, observamos
ya que los límites a la negatividad en la aritmética griega se imponen por esa supo­
sición de materialidad o sustancialidad del número, como también tendremos oca­
sión de ver (III.5.) que — en lo que a la negatividad también se refiere— los límites
de su ‘álgebra geom étrica’ están marcados por ese modo de sustancialidad que es
la extensionalidad del espacio griego de representación: tampoco tiene ahí ningún
sentido sustraer un segmento de nada o de otro segmento menos extenso que él,
como dejarán de manifiesto los más variados dio rism o i.
Volviendo de nuevo al argumento aristotélico, es de señalar que la cuestión
física del vacío, que era la que allí se planteaba (y que, con todo, sí era un pro­
blema), resulta rechazada no mediante el rechazo de su análogo matemático
(,m édén ) sino rechazando la situación misma en que éste pudiera darse, una situa­
ción de la que ni se hace problema pues no tiene razón de ser. La fa lta de razón que
afecta a este imposible ‘cero’ se manifiesta así, para la episteme griega, siendo de
un orden distinto al de la irracionalidad de los inconmensurables: éstos son un pro­

174
blema, aquél no alcanza ni a serlo. Esa ‘nada’ no resulta excluida del campo numé­
rico, como se intentó hacer con los inconmensurables, sino que se supone excluida
de antemano, como evidencia incuestionable. Es esa exclusión la que, asumida
como creencia, funda argumentos como el anterior contra el vacío, pero nunca es
ella conclusión de argumento alguno.
La habituales traducciones de oudén o medén por ‘cero’1bloquean una con­
sideración como la anterior, que sin embargo se nos antoja decisiva. Aristóteles no
está hablando de un algo (y mucho menos de ‘cero’) que no pueda ponerse en
razón con el número, pues su sólo tener nombre, su ser sustantivo, ya podría ser un
indicio para la existencia de ese sustrato o sustancia común que se da por supuesto
que no existe. Incluso la traducción por ‘nada’, que aquí hemos propuesto, acaso
también sea excesiva. Tanto oudén como medén no pasan de ser meras partículas
gramaticales negativas o privativas, sin referente alguno, insustanciales, que el
mismo Aristóteles utiliza— incluso en el propio pasaje citado, entremezcladas con
su acepción de ‘nada’— como el ‘no’ de ‘no hay’ o como ‘tampoco’. Lo que así
se supone sin razón tiene su correlato lingüístico en apenas merecer nombre; está
tan falto de la sustancia que pudiera quedarle como residuo de una diferencia,
como lo está de sustantivo que lo albergue y del que pudiera predicarse algo con
sentido.
Esta heterogeneidad o sin-razón radical entre el número y nada estaba ya
implícita en la Definición V.4. de Euclides: "Dos magnitudes se dice que están en
razón la una a la otra cuando pueden, al multiplicarse [o tomar múltiplos], exceder
una a otra"2. Esta razón es la que no es posible establecer, p.e., entre un segmento
y una superficie, dado que nunca un segmento, sumado a sí mismo un cierto
número n de veces (o sea, multiplicado por un cierto número n), dará como resul­
tado superficie alguna: se trata de magnitudes heterogéneas. Por eso dice también
Aristóteles que "tampoco una línea excede a un punto, porque no está hecha de
puntos". Y a esa razón es a la que se refiere Aristóteles en el comienzo de su argu­
mento contra el vacío: "igual que nada (medén) no está en razón alguna con ningún
número". Lo que sienta Euclides es la heterogeneidad de puntos, líneas y superfi­
cies, la imposibilidad de que operen entre sí; lo que supone Aristóteles es la hete­
rogeneidad de ‘nada’ y número, la imposibilidad, por tanto, de que operen entre sí,
de que puedan sumarse o restarse, de que ‘nada’ pueda ser el exceso o la diferencia
de un número respecto de otro. Así, pese a la semejanza gramatical con que tanto
Liu Huí como Aristóteles aluden a cierta ‘nada’ aritmética (wu para el primero,
oudén o mSdén para el segundo), la función efectiva de ambas es del todo dife­
rente: el wu de Liu Hui opera con los números y resulta también de operaciones

1 Por ejemplo, la de Les Belles Lettres o ladeT.H. Heath (1949:116-7). Este último llega incluso
a traducir oudén por el símbolo 'o', que no aparecerá hasta la matemática helenística.
2 AquíT. Heath (1949:117) parece tener otro lapsus al incluir el corolario "pues ningún múltiplo
de cero puede exceder a 1 ni a ningún número" en la mención que, a propósito del pasaje aristotélico,
hace de la deñnición 4' de Euclides.

175
entre números. Ese wu no necesita del pre-requisito sustancialista griego que le
exigiría un sustrato común con el número. O bien, visto desde los respectivos espa­
cios de representación, wu sí tiene cabida (como hueco) en el espacio simbólico
del tablero de cálculo, en el que son los lugares los que significan, mientras que
para oudén no hay lugar en el espacio extenso donde — al igual que los segmentos
o las superficies— se despliega el número griego.
El otro pre-juicio atomis’ta subyacente al no-ser, al cual hacíamos referencia,
afecta a su total asimetría respecto de lo que son atributos explícitos del ser. Los
átomos que constituyen a éste se distinguen en razón de su figura, orden y posición;
su infinitud está sujeta al número de sus combinaciones que generan los cuerpos.
En el vacío, por el contrario, no cabe figura, orden posición ni número, tan sólo
falta de distinción. "Como no hay ninguna diferencia en lo que es nada, no hay nin­
guna en el vacío", dice Aristóteles (Physica, IV.8, 215*9-10). El dominio del
número habrá de caer, pues, del otro lado, porque es allí donde están los cuerpos,
lo numerable. No hay otra comunidad ni otro modo de tránsito entre uno y otro que
esa vaga extensionalidad estática e inoperante que, sin querer, se les supone a
ambos desde el fondo de la episteme griega. El precio que paga el atomismo por
dar cierta positividad al no-ser es el de desanimarlo por completo, haciéndolo está­
tico y pasivo, mera condición de posibilidad de lo otro que él, con el que no man­
tiene ningún intercambio ni tensión. El atomismo, al cabo, cumple de modo ejem­
plar esa operación griega mediante la cual "se constituye una región del ser y, al
mismo tiempo, se decide ya que esta región agota el ser (...) pues ella representa el
paradigma de lo que verdaderamente es (óntós ón) en tanto que todo lo demás es
accidente, ilusión y error o imitación deficiente o ‘materia’ amorfa y esencialmente
‘pasiva’" (Castoriadis, 1988:198-9). Y también se calificarán como ‘accidente’,
‘ilusión’ o ‘error’ los planteamientos que lleven a ‘números negativos’ cuando, una
vez construido para ellos un cierto modo de ser, la matemática de tradición griega
procure integrarlos racionalmente.
Hasta el vacío está por tanto, en Grecia, contaminado de sustancia, pero no
lo suficiente como para concederle com partir ese mínimo sustrato con el ser que
le perm itiera tener algo en común con él (y, en consecuencia, tam bién el cero
con el número) ni, menos aún, para concederle el dinam ism o que perm itiera una
interacción. Pero acaso pudieran encontrarse en el mundo griego ciertos rastros
de una m atem ática común o universal, ciertas regiones no cargadas por esos
presupuestos que orientan su especulación teórica, cierta m atem ática popular
donde la mera práctica, las desnudas exigencias de los cálculos em píricos
pudieran alum brar otro tipo de número y operaciones que la teoría proscribe.
Sin em bargo, ni siquiera en los meros cálculos de la logística, abandonados en
manos de esclavos y mercaderes, pueden encontrarse esas puras prácticas con­
tables que liberaran a los números griegos de los mismos presupuestos que
arrastran sus cabezas pensantes. Estas no hacen sino asum ir y teorizar a partir
de unos prejuicios que encuentran ya ahí, sustentando un cierto modo colectivo
de pensam iento.

176
III.4. Los ‘números tazones’ de la logística. Los lugares y los cuerpos
Otra vía posible de acceso a la negatividad podría haberse abierto camino en
Grecia, efectivamente, a través de lo que se denominaba logística o cálculo prác­
tico. De hecho, son ciertas formas vulgares de contabilidad las que conducen a
otras culturas, como la china o la medieval, a algún modo de formulación negativa
en matemáticas. Pero en Grecia la gravedad alcanzada por la especulación filosó­
fica relega al rango de simples nimiedades las cuestiones técnicas sobre el modo
de calcular. La misma autonomía respecto de los problemas prácticos que hace
posible la aritmética y la geometría como ciencias, mantiene a éstas a distancia del
cálculo ordinario. O bien, cuando se intenta pensar la logística racionalmente, se
proyectan sobre ella los mismos a priori que fundamentan a aquellas ciencias,
incorporando — como apunta Klein (1968:119)— todo ese "complejo de conoci­
mientos 'naturales' que están implicados en una actividad precientífica pertene­
ciente al ámbito de la opinión y vienen soportados por una comprensión precon-
ceptual del mundo". Así se obturan las posibilidades que a la em ergencia de la
negatividad pudiera ofrecer precisamente el proceder informal de una logística
incontrolada.
La finalidad estrictamente práctica de la logística y su falta de fundamenta-
ción teórica concreta parecen permitirle, en efecto, una libertad en la manipulación
numérica que es inaceptable para la episteme griega, llegando a atentar contra
alguno de sus principios básicos, como el de la esencia indivisible de la unidad. El
uno, excluido de la serie numérica por el pitagorismo y el platonismo, no sólo es
tenido como un número más por la logística sino que ésta lo hace susceptible de
división, obteniendo de él fracciones unitarias al modo egipcio. Este fracciona­
miento de la unidad de cálculo choca tan frontalmente con la pura e indivisible
mónada noética que a Platón sólo le merece burla quien opera tal desatino:
"Cuantos tienen conocimiento de esas cosas [del número y de su esencia] se
burlan de quien trata de dividir la unidad en sí. y no lo permiten. Y si tú la divides,
ellos la multiplican, temerosos de que el uno no parezca el uno sino una multiplici­
dad de partes."1
Esa división del uno que efectúa la logística lleva a la paradoja de que, divi­
diéndolo, se multiplica, pues cada una de las partes en que resulta dividido es otro
uno igual al original, lo cual — como es bien sabido— es imposible. Para el modo
de pensar griego, la facilidad con la que actúa la logística no deja de ser sospe­
chosa, hasta el punto de que — como denunciará Arquitas— las cosas sobre las que
trata parece dejarlas más claras que la geometría e incluso llega a tener éxito allí
donde hasta la geometría fracasa2.

1 República, 525e (la cursiva es nuestra). Véase también Parménides 143a y El Sofista 245a.
- Citado por T. Heath (1981:1:14).

177
Tratando ambas del número, hay sin embargo todo un abismo entre el arte del
cálculo con números (logistiké) y la aritmética (aríthmetiké) o estudio teórico de
las propiedades del número. Se ha mantenido incluso que aquélla estaba abando­
nada en manos de los esclavos, como corresponde a un mero cómputo mecánico
rutinario, viniendo la división entre ambas disciplinas a reflejar la correspondiente
división de clases sociales. Boyer (1968:38), p.e., justifica el que Arquímedes,
como caso excepcional, "se rebajara a contribuir a la logística" por el hecho deque
en aquel momento se estaba produciendo la transición del sistema jónico de nume­
ración al ático, lo cual habría atraído su interés. De su ínfimo rango respecto a la
aritmética da una" idea el conocido Scholium al Cármides:
"La logística es la ciencia que trata con las cosas numeradas, no con números;
no toma el número en su esencia, sino que presupone el uno como unidad y el objeto
numerado como número (...) [La logística investiga] el número mélités [de melón,
oveja] y el núm erophiali tes [de phiálé, tazón], (...) Su asunto es todo lo que se puede
numerar. Sus ramas incluyen los llamados métodos griego y egipcio de multiplica­
ciones y divisiones, de sumas y descomposiciones de fracciones..." (165e)
La práctica del cálculo sólo tiene interés para Platón (República, 525b ss.) en
la medida en que se transcienda su uso vulgar y se "utilice para adquirir conoci­
miento y no para traficar con ella". Sólo si "no es de uso exclusivo de comerciantes
y chamarileros, ni se ciñe tan sólo a las compras y a las ventas", si no se permite
"de ningún modo que nadie presente el ejemplo de números corpóreos y sensi­
bles", sólo entonces "puede conducir el alma hacia lo alto y obligar a razonar sobre
los números".
J. Klein dedica más de un centenar de excelentes páginas (1968:1 -113) a pre­
cisar los vínculos teóricos que unen/separan a la logística de la aritmética. Según
él, en Platón se daría un proyecto de doble división entre una logística teórica y una
logística práctica, encabalgadas sobre una aritmética teórica y otra práctica.
Ambas disciplinas teóricas tendrían por objeto, frente a sus respectivamente
opuestas artes prácticas, no las cosas en tanto que percibidas por los sentidos sino
las puras e indivisibles unidades a las que sólo se puede acceder por el pensa­
miento. Tal proyecto sería abandonado por el neoplatonismo para quedar ‘redu­
cido’ a la distinción, más sobria y tajante, entre una aritmética teórica, referida a
las especies o ideas (ei dé) de los números, y una logística práctica, ceñida estric­
tamente a su materia (hylé). Con ello, se trataba de evitar la paradoja, antes enun­
ciada, derivada del inevitable uso práctico de fracciones de la unidad, que así podía
considerarse divisible sólo en su materialidad; y al mismo tiempo se procuraba, no
menos insatisfactoriamente, adjudicar una posición no ambigua a la teoría de pro­
porciones, que interfería con las operaciones de división y multiplicación. Las
fuentes claves para la comprensión de esta escisión están en los comentarios de
Proclo a Euclides, en el citado scholium al Cármides de Platón y en los scliolia de
Olimpodoro al Gorgias platónico. En este último se marcan las distancias con toda
nitidez:

178
"Debe entenderse que existe la siguiente diferencia: la aritmética trata sobre las
especies de los números, mientras que la logística lo hace sobre su materia. Hay dos
especies de números: lo par y lo impar (...) La materia de los números, por otro lado,
es la multitud de las unidades [que deben en cada caso ser contadas o calculadas].
Por ejemplo, la multiplicación, tal como cuatro veces cuatro, cinco veces cinco, etc.
[afecta a este material]."1
La logística — y con ella buena parte de lo que hoy consideramos matemáti­
cas elementales, como la multiplicación, la división, las fracciones y los problemas
verbales que ‘conducirían’ a ecuaciones— es así arrojada al infierno de la materia,
a ese mundo miserable de esclavos y comerciantes, donde sólo cabe opinión e inte­
reses y no ciencia verdadera. Esa absoluta marginación, social e intelectual, es la
que le permite a la logística llevar adelante operaciones severamente proscritas por
el nuevo mito de la razón que está construyendo esa nueva estirpe de sabios con
aspiraciones de gobierno y de refundamentación de las nuevas formas de organi­
zación política. Pero ello no le libra de mantenerse atenida a esas otras creencias
profundas que laten bajo todo el modo de pensar griego, sea erudito o popular.
Relegada al engañoso mundo de los sentidos, la logística no es, ciertamente, sus­
ceptible de elaboración teórica en sus operaciones concretas, lo cual, si bien le libra
de ciertas pre-concepciones que condicionan a aquélla, la condena al desnudo sen­
sualismo del contar ‘cosas’ y operar con ‘cosas’, a moverse con unos ‘números
tazones’ de los que difícilmente cabría esperar ninguna forma de negatividad
mientras tales ‘cosas’ sigan construyéndose desde una forma de percepción funda­
mentalmente visual y táctil, con la rotunda positividad de los tazones. Porque un
tazón no es un tazón, al menos inmediatamente. Para el taoísmo, por ejemplo, el
tazón o vasija, no es su materia visible o tangible, sino el vacío determinado por la
materialidad del continente, la posibilidad de contener que éste inaugura; un vacío
que no es informidad sino la forma de todos los contenidos posibles. "Con arcilla
— dice Laozi (1 lb y 1 lc)— se moldean las vasijas, pero es de su oquedad de lo que
depende su uso. (...) En el ser centramos nuestro interés, pero del no ser depende
la utilidad". Lo que define al tazón, su esencia (si tal concepto tuviera algún sentido
para este modo de pensar) es el hueco. El interés que centra la atención de los sen­
tidos no agota ni define la cosa, sino — como mucho— sólo una mitad de ella; la
otra mitad, la fundamental, no es perceptible, y significativamente el taoísmo habla
siempre de ella en términos de vacío, oquedad, abismo... esa forma de determina­
ción que para el griego no lo es, que es no ser.
A Aristóteles, acaso el más próximo de todos los pensadores griegos a ese
conocimiento común que Platón desprecia por ser propio de chamarileros y comer­
ciantes, ese vacío le repugna hasta el punto de necesitarlo permanentemente lleno.
"Así como todo cuerpo está en algún sitio, así en cualquier sitio hay algún cuerpo",
hasta el extremo de que "si ese cuerpo crece, el sitio debe crecer solidariamente con

1 Citado por J. Klein (1968:13).

179
él"1. No ya el vacío (ai que no sólo no se le concede la virtualidad de su función
sino que además es directamente impensable), sino el lugar no es concebible sin
el cuerpo que lo ocupa. Aunque "el lugar debe ser algo aparte de los cuerpos", pues
es evidente que dos cuerpos distintos no pueden ocupar el mismo lugar, "el lugar
no es algo algo aparte de cada cosa individual"2. El lugar se define por la cosa que
lo habita, y se agota en ella. Lo cual no es sólo opinión suya sino "de la mayoría
de la gente". Incluso los objetos matemáticos necesitan de un lugar, que es el lugar
de algún cuerpo. Las tres dimensiones del espacio — longitud, anchura y profun­
didad— son los bordes "por los que cada cuerpo está limitado". Y cuando consi­
dera que esas dimensiones son seis (izquierda y derecha, arriba y abajo, delante y
detrás), no son dimensiones de un espacio ajeno al objeto, como el cartesiano, ni
atribuidas por el sujeto, según se sitúe éste respecto al objeto, sino que son dimen­
siones objetivas, propias del objeto mismo, pues "arriba no es lo que uno considere
sino allí donde el fuego y los objetos ligeros son llevados". Del mismo-modo, entes
matemáticos como los puntos, las líneas o las superficies son siempre algos que a
su vez son los bordes de algo, aquello que pone término a ese algo y, de-terminán­
dolo, le permite no ser mera nada, pura indeterminación. "Si debe haber un lugar
para el cuerpo, también debe haberlo para la superficie y para todos los otros lími­
tes del cuerpo (...); donde antes había superficies planas de agua, ahora debe haber
superficies de aire". Pero tan significativas como las afirmaciones y razonamientos
expresos del estagirita lo son sus esfuerzos por distinguir el lugar del cuerpo que
lo ocupa, señal aún más evidente de que ambos se le confunden de continuo, de su
dificultad de pensar el lugar sin el cuerpo. Para el sentido común griego, el tazón
es el tazón y el aire de dentro, el aire de dentro; cada uno ocupa el lugar que, limi­
tándolo, lo define y no ha lugar a andar mezclando las cosas. Esa solidaridad entre
el lugar y el cuerpo, entendido como lo realmente existente, llega al punto de que
lo que se tiene por absurdo o imposible a menudo se adjetiva, incluso en el discurso
matemático griego, como átopon, sin lugar. Pre-juicio que ha llegado íntegro hasta
nosotros cuando descartamos la posibilidad de algo o la improcedencia de un razo­
namiento con un tajante "¡no ha lugar!".
No es que la materialidad de los números tazones de la logística griega sea
más material que la madera o el hueso de los números palillos del álgebra china.
Pero sí es bien distinta la carga imaginaria que soporta una materia y otra. Propia­
mente, se trata de dos materias. La una, hospitalaria con la negatividad; la otra, pic­
tóricamente positiva. La materialidad de los meros cálculos es así diferente por
entero en cada uno de ambos modos de pensar. No sólo la matemática mas sofisti-

1 Las siguientes citas lo son de Physica. IV.I.208a27-209a30.


2 Por otra parte, aquí emparenta Aristóteles con esa tradición china que carga a los distintos
lugares de una fuerza inmanente que los singulariza. Si bien en China esa singularidad del lugar es mas
bien protocolaria, simbólica, y en Aristóteles es la pujanza física que al lugar le confiere el vigor del
elemento que le es propio, que le tiene como lugar natural. "El movimiento de los cuerpos simples na­
turales, como el fuego o el agua, muestra no sólo que el lugar es algo sino que también tiene poder o
fuerza (...) El poder del lugar debe ser maravilloso".

180
cada, sino la de ‘la cuenta de la vieja’ (sea logística o cálculo con palillos) son dife­
rentes en sociedades diferentes. El sentido común es común a una sociedad, no a
esa abstracción que es la humanidad, en la que habitan ideas pero no viejas.
Puede uno preguntarse, con Boyer (1968:66), "si una separación tan nítida
[entre logística y aritmética en Grecia] fue una desventaja o no para el desarrollo
histórico de la matemática" en su conjunto, pero la respuesta es claramente nega­
tiva en lo que afecta a la posible emergencia de alguna forma de negatividad mate­
mática. Será con Diofanto donde ésta surja, al aplicar un nuevo modo de reflexión
teórica a la logística práctica. No porque tal logística viniera a presentarse entonces
en una imposible desnudez, sino porque los pre-juicios griegos que la cubrían Co
mejor, la constituían) llegarán muy debilitados a los días de Diofanto, al tiempo
que esos días habrán aprendido a convivir con otros pre-juicios extraños — y aún
contradictorios entre sí— cuya amalgama proporcionará suelo cultural abonado
para otras formas de imaginación matemática.
Otro camino posible desde el que evitar (hipotéticamente) la paradoja inevi­
table (prácticamente) del fraccionamiento por la logística de unas mónadas indivi­
sibles, es el emprendido por Aristóteles y retomado por Euclides: sumergir el uno
‘separado’ de Platón en las cosas mismas, haciendo ahora de él una simple unidad
de medida que puede ‘abstraerse’ de esas mismas cosas. Como unidad de medida
es, por una lado, indivisible, pero puede sin embargo tomarse, por otro lado, del
tamaño que convenga para poder medir un número exacto de veces el objeto que
se desee medir. Con ello, observa Klein (1968:122), "nada impide ahora cambiar
de unidad de medida en mitad de un cálculo y transformar todas la partes fracció­
nales de la unidad original en núm eros‘enteros’ consistentes en nuevas unidades
de medida; de este modo incluso las fracciones pueden tratarse ahora ‘de una
manera científica’". Resulta claro que la imagen subyacente a esta posibilidad de
fraccionamiento ya no es la del punto monàdico sino la del segmento rectilíneo,
siempre divisible y por lo tanto de tamaño arbitrario, que se toma ahora como uni­
dad de medida. Por lo que la ‘solución’ aristotélico-euclídea llevará, junto al pro­
blema de los ‘inconmensurables’, a una decisiva geometrización de la aritmética;
una geometrización que, como a continuación veremos, conlleva su obstáculo
específico para unas formas de negatividad que no sólo hubieran podido encontrar
ahí su fuente (como, de hecho, la encontraron en otras aritméticas no geometriza-
das) sino que, bien al contrario, una vez intuidas, se resistirían a los intentos de
geometrización por medio de los cuales se quería darles carta de naturaleza ‘autén­
ticamente’- matemática.

III.5. El ‘álgebra geom étrica’: un espacio inhóspito p ara la negatividad.


Los diorismoi o la im posibilidad de construir
La conmoción producida por las magnitudes que no se someten a razón y las
paradojas implicadas en las operaciones de la logística quiebran el modo pitagò­
rico-platònico de representación mental e inauguran otra manera bien distinta de

181
pensar en matemáticas. La unidad noética y los ‘números naturales’ y sus razones
resultan inapropiados para dar cuenta de las propiedades más elementales. El ato­
mismo numérico ha sido sometido además a la demoledora crítica de los eleatas
que, en opinión de Tannery (1887: 217-261), habría estado dirigida directamente
contra él. Surge una nueva forma de percepción basadá en la continuidad y la
extensión; la magnitud extensa sustituye al número discreto y sus relaciones inter­
nas, el segmento desplaza a los guijarros o psephoi en el corazón del sistema con­
ceptual. "En tiempos de Euclides — observa Boyer (1968: 84)— tiene lugar un
completo cambio en el punto de vista (...) En los Elem entos hasta los mismos ‘ente­
ros’ se representan por líneas. El reino del número sigue teniendo la propiedad de
la discreción, pero el mundo de las magnitudes continuas (que incluye la mayor
parte de las matemáticas pre-helénicas y pitagóricas) es algo aparte del número y
debía ser tratado por el método geométrico". Un método éste que durante siglos se
identificará sin más con la m atem ática en su globalidad.
Con la n ueva m atem ática los algoritmos numéricos, que perm itían a babi­
lonios y pitagóricos resolver problem as en los que hoy podem os ver im plícitas
ecuaciones que implican ‘números negativos’, habrán de ser interpretados m ore
geo m étrico . La que desde Z euthen1se conoce como ‘álgebra geom étrica’ reem ­
plaza a una posible ‘álgebra aritm ética’, lo cual impone severas restricciones
al cam po num érico y a las posibilidades operatorias. Por ejem plo, la im posibi­
lidad de sum ar o restar números de distintas especies (los correspondientes a
líneas, áreas o volúm enes), lo que exigirá ahora una estricta hom ogeneidad en
los términos de las ‘ecuaciones’. O la identificación del sim ple número con un
segmento de línea, que lleva a Euclides (en los libros VII, VIII y IX de los ":-Ue-
mentos") a designar un número como el segmento AB, definido por sus extre­
mos, y a sustituir expresiones como ‘es múltiplo de’ o ‘es un factor de’ por las
respectivam ente eq u iva len tes ‘es medido por’ o ‘mide a’. O la reinterpretación
de la teoría de proporciones en términos de superficies, de m odo que una pro­
porción o igualdad entre dos razones numéricas x : y y a : b habrá ahora de
leerse como igualdad de las superficies determinadas por los núm eros cuadra­
dos x • b e y- a. Si ciertos sin sen tid o s babilónicos, como el de sum ar áreas y
longitudes, eximían a las operaciones de obedecer a una lectura estrictam ente
geom étrica, con lo que se abrían otras posibilidades formales, ahora estas posi­
bilidades quedan cerradas.
La solución de los tres grandes problemas clásicos de la antigüedad (la
duplicación del cubo, la trisección del ángulo, y la cuadratura del círculo, que ya
intentara resolver, según Plutarco, Anáxágoras) se reemprenderá ahora desde
esta nueva perspectiva. Así, p.e., la ‘duplicación del cubo’ parece que ya Hipó­
crates de Chios la había asimilado — en términos de la teoría pitagórica de pro­
porciones— a la búsqueda de dos medias geométricas, x e y, entre dos m agnitu­

1 H. G. Zeuthen (1886) se inspira para tal denominación en la teoría de números 'figurados', en


la forma de desarrollo de la teoría de proporciones y en las ilustraciones habituales tanto en aritmética
como en logística.

182
des dadas, a y 2a, esto es, que verifiquen la proporción continua a:x = x:y = y:2a
(que ‘es equivalente’ a la ecuación x3 = 2a1). Bajo el nuevo estilo geométrico,
este mismo problem a llevará a M enecmo a construir por primera vez las seccio­
nes cónicas, de las que es la parábola la que satisaface la anterior proporción (las
magnitudes x e y buscadas ‘corresponden’1 al punto (x.y) de intersección de las
dos parábolas x2 = ay e y2 = 2ax, que evidentemente se expresarán en términos
de relaciones entre segmentos).
La constructibilidad e interpretabilidad geométrica es así pre-condición de un
método que se heredará no obstante como universal, un método que somete tanto
a los objetos como a las operaciones entre ellos a la lógica de la extensionalidad
euclídea. El dominio de la visión se impone a cualesquiera otras consideraciones
de tipo especulativo u operativo, aunque en un segundo momento, como vimos,
procure ocultarse bajo razonamientos no constructivos como el que procede por
reducción al absurdo (un absurdo que lo será, evidentemente, para el punto de vista
geométrico). La ausencia en que, desde la positividad de la extensión, consiste la
negatividad no puede por tanto — y literalmente— ni verse, lo que en este caso será
tanto como no poder pensarse.
En particular, la resolución algorítmica de la ‘forma norm al’ de la ecuación
cuadrática (x2 + q = px), a la que los babilonios solían reducir los problemas que
implicaban sumas y productos de dos magnitudes, dará lugar a una de las cons­
trucciones más clásicas del ‘algebra geom étrica’: el método canónico de resolu­
ción ‘por aplicación de áreas’. Este método tiene para nosotros un especial inte­
rés por contener implícitam ente — y, claro es, desde otros presupuestos— la
posibilidad de las que después se conocerán como ‘magnitudes im aginarias’.
Veamos cómo esa posibilidad no lo es en realidad para los presupuestos del álge­
bra geométrica.
En una formulación bastante general, se trata de ‘aplicar’ a un segmento dado
AB un rectángulo AH que sea igual a un cuadrado dado y que ‘exceda’ a (fig. 1.1.)
‘difiera’ de (fig. 1.2.)— el rectángulo AH en un cuadrado DM.
B
D A D X B
X
K H K M
M H
(ax + x2 = b2) (ax - x2 = b2)
Fig. 1.1. . Fis. 1.2.

1 La decisión de entrecomillar expresiones del tipo ‘se corresponde con’, ‘equivale a’, 'es lo mis­
mo que’, ‘es decir’, etc. pretende resaltar la ilegitimidad -—en cierto sentido— de establecer esos cor­
relatos entre lenguajes matemáticos que no comparten los mismos presupuestos. Es ese cierto sentido
el que precisamente queremos destacar.

183
Este problema ‘equivale’ al siguiente: dado un segmento AB (= a), encontrar
otro segmento DB (= x) tal que el rectángulo AH (= ax + x2 en el caso del ‘exceso’,
ó = ax - x2 en el del ‘defecto’) sea igual a un cuadrado dado (b2). Es decir, dadas
dos magnitudes, a y b, encontrar una tercera, x, tal que (1) ax + x2 = b2, o bien (2)
ax — x2 = b2. Veamos cómo se solía resolver el caso (2) (Fig. 1.2.) o caso ‘por
defecto’, pues en el otro no cabe la posibilidad de ningún forma de negatividad.
Para ello se requiere el teorema de la proposición II.5 de los "Elementos": "Si
una línea recta [AB] se corta [ en G y en D] en segmentos iguales [AC = CB = p]
y desiguales [AD = p+q, DB = p-q], entonces el rectángulo contenido por los seg­
mentos desiguales [AH = (p+q)(p-q)], junto con el cuadrado [LG = q2] sobre la
línea recta que une los puntos de corte [C y D], es igual al cuadrado [p2] de la mitad
[AB/2 = CB = p]" (Fig. 2).
C D
p q p— q B
H
K L q2 M
F
E G
Fig. 2
Es decir, se trata de demostrar que
AH + LG = CF
O, lo que es ‘lo m ism o’, que
(p+q)(p-q) + q2 = p2
Y, en efecto:
AH = AL + CH = CM + CH = (CH + DM) + HF = CF - LG
Así, la ‘aplicación de áreas por defecto’ (caso (2)) se resuelve como muestra
la Fig. 3:
C D
a/2 X
X
K L H M
P
F
E G
Fig. 3

184
Sea C el punto medio del segmento AB (= a) y sea CP, de longitud b, per­
pendicular a AB en C. La circunferencia con centro en'P y radio a/2 cortará a AB
evidentemente sólo si b < a/2!— en un punto D. Pues bien, las magnitudes AD
y DB son las buscadas como lados del rectángulo que se quería ‘aplicar’. En
efecto, basta trazar el rectángulo ABM K de ancho BM = BD y completar el cua­
drado DBMH. Entonces:
por la proposición 11.5:
A D • DH + CD2 = CB2
y como
CB2 = (a/2)1 = PD-
y por el ‘teorema de Pitágoras’
PD5 = PC2 + CD2
será
A D • DH = PC2
‘es decir’
ax - x2 = b2
Es de resaltar que para poder encontrar el punto D que permite aplicar la pro­
posición II.5 de los "Elementos" es necesario que la distancia PC (=b) sea menor
que el radio, a/2, de la circunferencia con centro en P, pues en caso contrario dicha
circunferencia no corta a la recta AB. Como observa Heath (1981:1: 152), "de otro
modo la solución es imposible". Es así el propio método de ‘aplicación de áreas’,
que carga su evidencia en la percepción visual, el que excluye naturalmente ciertas
situaciones. En particular, la posibilidad de que b sea mayor que a/2. Pero es preci­
samente esta posibilidad la que, para nosotros, haría que la ecuación ax - xJ = b2
tuviera un discriminante (a/2)2 - b2 = [(a/2) - b] • [(a/2) + b] negativo y, en conse­
cuencia, ambas ‘soluciones’ (x = a/2 ± [(a/2)2 - b2]l/2) fueran ‘imaginarias’.
Pero no es sólo el modo visual de resolución de estos problemas el que cierra
el camino hacia ciertas soluciones. Es la propia manera de plantear el problema la
que deja de antemano sin sentido a las que, desde otro planteamiento, posterior­
mente, también se tendrán como soluciones posibles. Como hemos visto, los proble­
mas de ‘aplicación de áreas’ tratan de buscar los lados de un rectángulo que satisfaga
ciertas condiciones. Y nada, por tanto, más natural que el encontrar lo que se busca:
ciertas magnitudes extensas susceptibles de ser tomadas como lados de un rectán-

185
guio, es decir, ‘positivas’. La pre-suposición de las carácterísticas de lo buscado y el
método de búsqueda determinan así positivamente los rasgos de la solución, blo­
queando cualquier posible emergencia de la negatividad. No obstante, no se trata de
un tipo de problema ni de un método, éste de ‘aplicación de áreas’, original de la
nueva ‘álgebra geométrica’, sino que ya Eudemo, según Proclo, lo data de antiguo:
"Estas cosas, dice Eudemo, son antiguas, habiendo sido descubiertas por la
Musa de los pitagóricos, me refiero a la aplicación de áreas (pa rabo lé ton jórión), a
su exceso (h yperbolé) y a su defecto (élleipsis). Fué de los pitagóricos de quienes los
posteriores geómetras [i.e. Apolonio de Perga] tomaron los nombres, que entonces
transfirieron a las así llamadas líneas cónicas, llamando a una de ellas pa rá b o la
(aplicación), a otra h ipérb ola (exceso), y a la tercera elipse (defecto), en tanto que
aquellos divinos hombres de antaño vieron las cosas significadas por estos nombres
al construir, en un plano, áreas sobre una línea recta finita dada."1
No se trata, por tanto, de un método nuevo de la matemática geometrizante
que se convertirá en clásica, sino de una sensibilidad profundamente arraigada, que
ahora se consolida en la matemática griega. El texto tiene el interés adicional de
vincular este método con la resolución por secciones cónicas que, bajo los mismos
presupuestos, se desarrollará posteriormente.
El papel central del método de ‘aplicación de áreas’ en el ‘álgebra geomé­
trica’ le viene de su capacidad para efectuar operaciones que, en sus versiones
logística y aritmética, habían quedado faltas de fundamento. Y en hacerlo sin incu­
rrir con ello en nuevas paradojas. Como observa Heath, era "un sustituto efectivo
del álgebra moderna". Permite multiplicar un número cualquiera de factores linea­
les reduciendo el resultado al producto de tan sólo dos, es decir, a un rectángulo, y
no violar así el principio de dimensionalidad. Permite asimismo dividir c 1producto
de dos factores lineales por un tercero. Y, al transformar cualquier superficie en un
rectángulo ("Elementos" 1.45), y a este rectángulo en un cuadrado ("Elementos"
11.14), hace posible el ‘equivalente a’ extraer la raíz cuadrada. Y permite también
‘resolver’ ecuaciones con ‘raíces negativas’ mediante el expediente que Heath, en
un evidente abuso de lenguaje y de conceptos, resume del siguiente modo: "En los
casos en que una ecuación cuadrática tiene una raíz negativa — o ambas— los grie­
gos la transforman en otra que tenga una raíz positiva — o ambas— (mediante el
equivalente de sustituir -x por x); así cuando una raíz es positiva y otra negativa,
resuelven el problema en dos partes, distinguiendo los dos casos".
En el libro VI de los "Elementos" Euclides amplía el ámbito de los problemas
de aplicación de áreas a cualquier paralelogramo. Las proposiciones 28 y 29 plan­
tean: "Aplicar a una línea recta dada un paralelogramo igual a una figura rectilínea
dada y deficiente (o excedente) en una figura paralelográmica similar a un parale­
logramo dado". Y en VI.27 plantea el quid de la cuestión, haciendo explícita la exi­

1 Citado por T. Heath (1981: I: 150).

186
gencia de un diorismós, o determinación de las condiciones de posibilidad de una
solución en el caso de deficiencia: "La figura rectilínea dada debe (en ese caso) no
ser mayor que el paralelogramo trazado sobre la mitad de la línea recta y similar
al defecto." Sin entrar aquí a demostrarlo1, esbocemos la situación (fig. 4):

H
i

Fig. 4
Sea AB el segmento dado y D el paralelogramo al que el defecto debe ser simi­
lar. Sobre la mitad EB de AB se levanta el paralelogramo GEBF, similar a D. Se
traza la diagonal GB y se completa el paralelogramo HABF. Por cualquier punto T
de HA se traza una paralela a AB que cortará a la diagonal GB en un punto Q, y se
traza la recta PQS paralela a TA. El paralelogramo AQ es un paralelogramo aplicado
a AB y que difiere en un paralelogramo similar a D. Este último paralelogramo es
igual al gnomon OQPFBE, que habrá de construirse de modo que sea igual a la
figura rectilínea dada C. Como advierte Heath, "el gnomon evidentemente no puede
ser mayor que el paralelogramo EF, y por tanto la figura rectilínea dada C no debe
ser mayor que el paralelogramo", que es lo que garantiza el diorismós de VI.27.
Si hacemos, ahora fuera del modo de pensar euclídeo, AB = a, QS = x, y es
b:c la razón de los lados de D, entonces SB = (b/c) • x. Y si m es una cierta cons­
tante, la ecuación ‘correspondiente’ es m • [ax - (b/c)x2] = c; cuyas soluciones son:

x = (c /b ) ■(a /2 ) ± r (c /b ) c c
L b 4 mJ

Para que éstas sean ‘reales’ es necesario que

Véase T. Healh ( 1981:1: 394 ss.).

187
que es precisamente la condición de posibildad asegurada por el diorismós VI.27.
De nuevo encontramos aquí la imposibilidad de visualizar una cierta situación con­
vertida en condición de posibilidad de existencia; existencia que, en consecuencia,
le es negada a la negatividad.
En otras ocasiones Euclides no hace explícito el diorismós requerido. Así, en
el libro "Sobre las divisiones .(de las figuras)" las proposiciones 19 y 20 ofrecen la
solución geométrica de un problema de aplicación de áreas por defecto que
‘correspondería’ a la ecuación kx - x2 = k. La omisión del diorismós revela lo evi­
dente que es para Euclides, que lo da por supuesto. Pues, como advierte Heath
(1 9 8 1:1: 428), tal omisión "se subsana fácilmente". Lo que aquí también excluye
la evidencia es la posibilidad de ‘raíces imaginarias’.
Proclo, en su Comentario sobre Euclides, atribuye el origen del uso del tér­
mino diorismós en matemáticas a León, discípulo de Neoclides, que debió ser algo
más joven que Euclides: "Él inventó los diorismoi (cuyo objeto es determinar)
cuándo el problema que se investiga es de posible solución y cuándo es imposible"
(66.20-2). Más adelante lo define como criterio para saber "si lo que se busca es
imposible o posible y hasta dónde es realizable y de cuántos modos" (202.3). Para
Heath (19 8 1:1: 319) la necesidad de determinar, previamente al intento de cons­
trucción de la solución de un problema, las condiciones de posibilidad de tal cons­
trucción debía haberse advertido ya con bastante anterioridad. Hemos visto cómo
aparecían diorismoi en los libros 1 y 11 de los "Elementos", que son de clara inspi­
ración pitagórica, y también hace referencia a ellos Sócrates en su diálogo con
M enon (M enon, 87a ss.) en tom o a las condiciones de posibilidad de una investi­
gación sobre la naturaleza de la virtud:
"Te pido, al menos, que tu omnímoda autoridad me conceda examinar por
hipótesis si la viitud se puede enseñar o no. Y tomo estas palabras ‘por hipótesis’ en
el sentido de los geómetras. Cuando se les pregunta, por ejemplo, a propósito de una
superficie, si tal triángulo puede inscribirse en tal círculo, un geómetra responderá:
«No sé aún si esta superficie se presta a ello; pero creo oportuno, para determinarlo,
razonar por hipótesis de la manera siguiente: si se dan tales condiciones, el resultado
será éste, y en determinadas otras condiciones, será tal otro. Así, pues, por hipótesis
puedo decirte lo que ocurrirá respecto de la inscripción del triángulo en el círculo, si
será posible o no»".
El mencionado problema de inscribir un triángulo en un círculo remite, una
vez más, a una aplicación de áreas por defecto, y su consideración ‘por hipótesis’
hace referencia a los diorismoi que determinan la posibilidad de solución, ‘es
decir’ a las condiciones que aseguren el signo positivo del discriminante de la
ecuación ‘correspondiente’, impidiendo raíces ‘imaginarias’.
Volvemos a encontrar la exigencia de un diorismós, como investigación de los
límites de posibilidad, en la proposición 4 del libro II de Arquímedes "Sobre la
esfera y el cilindro". Pero ahora en torno a la posible solución de una ‘ecuación
cúbica’. El problema trata de "cortar una esfera dada por un plano de manera que

188
Jos volúmenes de los segmentos estén en una proporción dada". Sigamos a Heath
y981: II: 43-467) en su discusión. Si m:n es esa proporción, h la altura de uno de
los segmentos, y r el radio de la circunferencia, el problema ‘corresponde a’ resol-
yer la ecuación cúbica en h:

hJ - 3 r h 2+ - ^ - r 3 = 0 (1)
m+n

jJ bien Arquímedes ‘la’ trata como un caso particular de la ecuación más general1:
x2(a - x) = be2 (2)
‘o sea’
x3 - ax2 + be2 = 0 (3)
Para la situación correspondiente a (2) plantea Arquímedes el diorismós
siguiente: "si el problema se plantea de esta forma general, requiere un diorismós,
pero si se añaden las condiciones que concurren en este caso [i.e. en la proposición
4] no se necesita ningún diorismós" (porque entonces la solución siempre es posi­
ble). La discusión, que Arquímedes deja "para el final”, se ha perdido del texto tal
y como ha llegado a nuestros días, pero parece ser la misma que Eutocio recoge
después y que aquí exponemos.
La ecuación (2) se resuelve por intersección de la parábola de ‘ecuación’ y =
= (c2/a)2 y con la hipérbola rectangular (a - x)y = ab. El diorismós se plantea en
términos de hallar el máximo valor de x2(a - x) para que (2) tenga solución (evi­
dentemente ‘real’), concluyéndose que ese valor se alcanza para x = (2/3)a. Para
ello demuestra que (a) si be2. = (4/27)a3 las curvas se tocan en x = (2/3)a, y (b) si
be2 < (4/27)a3 hay dos soluciones (‘reales’). Pero esto siempre sucede en (1) pues
en ese caso, comparando (1) y (3), be2 = (m/m+n)4r3, y basta con que esa magnitud
no sea mayor que (4/27)a3, lo que en (1) equivale a (4/27)(3r)3 = 4r3. Y evidente­
mente siempre será (m/m+n)4r3 < 4r3.
Lo que este diorismós excluye es la situación en la que podría darse be2 >
> (4/27)a3. Pero del ‘significado’ de esta exclusión sólo nos puede dar una idea

1 Ecuación que, claro está, Arquímedes plantea en términos de proporciones. Se trata de dividir
un segmento AD en dos partes, AM y MD, de manera que MD : (una longitud dada) = (una superficie
dada): AM2.
2 Es de destacar que, así como los problemas ‘correspondientes a' ecuaciones cuadráticas se re­
suelven por el método de 'aplicación de áreas', los que ’corresponderían a' ecuaciones cúbicas no re­
curren a la que sería una extensión n a tu ra l del método anterior (una cierta ‘aplicación de volúmenes’)
sino a la intersección de secciones cónicas.

189
cabal el análisis general de la ecuación cúbica que se hará a partir de las discu­
siones de los algebristas italianos del s. XVI. Desde esa perspectiva extemporá­
nea, dada la ecuación cúbica general (con coeficientes ‘reales’):
ax3 + bxJ + ex +d = 0 (4)
mediante el cambio de variable
x = y + a , con a = - b/3a,
la ecuación queda de la forma:
y3 + py + q = 0 (5)
a la que siempre puede reducirse la ecuación (4).
Las carácterísticas de las tres raíces de esta ecuación, como hoy sabemos,
dependen de los valores de la magnitud

de manera que:
(i) si R > 0 : (5) tiene una raíz real y dos complejas conjugadas.
(ii) si R = 0 : (5) tiene las tres raíces reales, una de ellas doble.
(iii) si R < 0 : (5) tiene las tres raíces reales y distintas.
Este último caso es el que se conocerá como ‘caso irreducible’. Aunque en él
las tres raíces son reales, su cálculo mediante la expresión:

pasa por la consideración de la raíz cúbica de números complejos.


Consideremos ahora la ecuación (3), a que ‘correspondía’ el problema de
Arquímedes, como una ecuación del tipo (4) y ‘traslademos’ a ella la discusión
anterior. Mediante el cambio de variable x = y + a/3 la ecuación (3) quedará, de
forma análoga a la (5):

(6)

190
con lo que, operando:

2 3

R = i - + | ^ = (27bc2- 4 a 3)b c J

de donde:
R > 0 si be2 > (4/27) a3
R = 0 si be2 = (4/27)a3
R < 0 si be2 < (4/27)a3
Pues bien, el diorismós que Arquímedes presenta en términos geométricos ‘se
corresponde’ puntualmente con las situaciones numéricas que ofrece esta discusión
algebraica. En el caso (a), donde era be3 = (4/27)a3, el punto en que se tocan las cur­
vas corresponde a la raíz doble de (ii). En el caso (b), donde era be < (4/27)a\ las
soluciones de Arquímedes son dos de las tres de (iii); aquí el método geométrico de
Arquímedes le permite hacer frente al ‘caso irreductible’ evitando la que después se
verá como inexplicable paradoja de llegar a números ‘reales’ pasando por otros
‘imaginarios’. Por último, el caso excluido por el diorismós arquimediano, aquél en
que be2 > (4/27)a\ se corresponde con el (i), que es el único en que la ecuación (3)
tendría dos raíces complejas.
Observamos así en Arquímedes uno de los más vigorosos esfuerzos de la
razón griega por pensar los propios límites de su episteme, aunque esta empresa no
la acomete sólo en la investigación de los límites de posibilidad de solución de pro­
blemas o diorismoi. La matemática griega clásica es esencialmente estática, ceñida
a la figura/imagen/idea (eidos) de contornos fijos y nítidamente definidos, del todo
solidaria con las precisas determinaciones que perfila la percepción visual (edon =
= ‘yo vi’)1, una matemática que evita cualquier consideración que suponga movi­
miento o indefinición. Pero las consideraciones cinéticas de Arquímedes (como las
que le permiten, en "Sobre la espiral", encontrar la tangente a una curva — cuyo
‘parentesco’ con el cálculo diferencial suele subrayarse— o la misma definición de
la ‘espiral’ como el lugar plano de un punto que, partiendo del punto final de un
rayo o semirrecta, se mueve uniformemente sobre su punto final) parecen querer
rebasar ya, ahora en otro aspecto, su propio cerco cultural. El descubrimiento de
"El Método", perdido durante siglos, en 1906 ha permitido conocer el enfoque
‘mecánico’ que subyace a muchas de sus construcciones. Tal ocurre, p.e., en el cál­
culo de un área por suma de segmentos rectilíneos o en el recurso al equilibra-
miento de líneas, como pueden equilibrarse pesos en una balanza, para el cálculo
de un segmento parabólico. Como el mismo Arquímedes reconoce en esa obra,

1 Véase epígrafe 1II.4.

191
tales procedimientos infringen claramente los requisitos clásicos de rigor. Ciertas
dinámicas y cierta ‘falta de rigor’ serán también dos factores clave que converge­
rán en intentos posteriores para dar razón de la negatividad matemática, pero en
Arquímedes, como hemos visto, ésta queda obturada de raíz por los mismos dio-
rísmoi que, al tiempo que indagan las fronteras de lo impensable y lo imposible,
trazan sus confines — en lo que a la negatividad se refiere— con aún mayor deter­
minación.
La exploración de distintos diorismoi irá jugando un papel cada vez mayor
en la matemática griega. Así, de la importancia que les concede Apolonio (262?-
190? a.C.) da una idea la mención explícita que va haciendo de ellos en los breves
resúmenes con que, a modo de prefacio, comienza cada uno de los libros de sus
"Cónicas". No se trata ya de requerimientos ad hoc, insertados circunstancial­
mente junto a un problem a concreto, para determinar, al hilo de la construcción de
su solución, las condiciones de posibilidad de ésta; ahora se trata de un plan siste­
mático de investigación que incluye, desde un principio, la indagación de los lími­
tes de su posibilidad de solución y del número de soluciones posibles, en su caso.
En el «Prefacio General» que precede al Libro I de las "Cónicas" anuncia:
"El segundo libro contiene las propiedades de los diámetros y de los ejes de las
secciones [cónicas] así como de las asíntotas, con otras cosas general y necesaria­
mente usadas para determinar los límites de posibilidad (diorismoi)"
Y en el «Prefacio» al Libro IV:
"Contiene [este libro] una discusión de la cuestión: en Cuántos puntos como máximo
pueden las secciones cónicas cortarse entre sí y a la circunferencia de un círculo, en el
supuesto de que no coincidan por completo, (...) Estos teoremas son de considerable utilidad
tanto para la síntesis de problemas como para los diorismoi. Nicoteles, en efecto, a propó­
sito de su discusión con Conon, no ve qué utilidad puedan tener los descubrimientos de
Conon de cara a los diorismoi; sin embargo, está equivocado en esto, pues aunque sea posi­
ble. sin usar de ellos en absoluto, llegar a resultados concernientes a los límites de posibili­
dad, en cualquier caso suministran al lector medios para observar ciertas cosas, p.e., que son
posibles varias o tántas soluciones, o que no es posible ninguna solución; y conocer eso con
antelación asegura una base satisfactoria a las investigaciones."1
La investigación sistemática de Apolonio le permite conocer de antemano, no
sólo cuándo un cierto problema tendrá una solución (la solución), sino si puede
haber varias y cuántas serán, lo que se le escapará a Diofanto pese a disponer de
un simbolismo formalmente ‘más potente’. Pero esa misma sistematicidad dibuja
con mayor nitidez los límites de la episteme griega en lo tocante a la negatividad.
El antiguo método de ‘aplicación de áreas’, con su diorismós establecido ad hoc
para cada problem a particular, podía excusar la consideración de otras soluciones

1 Citado por T. H calh(198l: II: 130-1).

192
— y, entre ellas, las ‘imposibles’— toda vez que, encontrada una, se tenía ya la
solución. Pero la exploración exhaustiva de todas las soluciones posibles ya no
puede dejar lugar a duda respecto a la necesaria imposibilidad de las soluciones
‘imposibles’. No hay más soluciones que las ‘posibles’ y de su existencia da cuenta
la posibilidad de su construcción efectiva en términos de contactos entre las dis­
tintas curvas.
No nos detendremos en el estudio de alguno de los muchos problemas en los
que Apolonio recurre a diorismoi que explícitamente ‘excluyen’ soluciones
‘imposibles’ (mejor dicho, que aseguran que ‘no hay’ solución o que ‘no hay más
que’ tantas), pues los límites de posibilidad se siguen estableciendo en los términos
ya conocidos de comparación de áreas o longitudes, posición relativa de varios
puntos, etc. es decir, en términos de construcciones capaces de visualización. De
hecho, la clasificación y estudio por Apolonio de las cónicas tiene su origen en el
método de ‘aplicación de áreas’, que ya expusimos con cierto detalle. Los mismos
nombres de las distintas secciones cónicas, que seguramente se remontan a los
pitagóricos, así lo manifiestan: la ‘elipse’ ( de élleipsis o ‘deficiencia’, ‘falta’)
corresponde a la aplicación ‘por defecto’, la ‘hipérbola’ (de hyperbole o ‘exceso’,
‘exageración’) a la aplicación ‘por exceso’, y la ‘parábola’ (de parabole o ‘com ­
paración’) para la aplicación ‘exacta’.
Para desbordar el cerco perceptual de la razón griega no bastará siquiera
el tratam iento ‘m oderno’ que da Apolonio a las secciones cónicas, utilizando
los que suelen considerarse ‘antecedentes’ claros de la geom etría analítica
cartesiana: ejes coordenados (aunque solidarios a las figuras y no indepen­
dientes de ellas), ‘ecuaciones’ (en términos de m agnitudes) referidas a los
ejes, la consideración de opuestas para referirse a la doble ram a de la hipér­
bola, etc. El espacio, com o bien fundam entó A ristóteles, lo es de los cuerpos
com o las coordenadas de A polonio lo son asim ism o de las figuras, inherentes
a ellas y solidarias con ellas, incapaces, por tanto, de orientar ninguna form a
de negatividad.
Con los diorismoi, efectivamente, el modo griego de razón alcanza en mate­
máticas un techo, en el doble sentido de la expresión. Se alza hasta la mayor altura
posible al explorar de manera sistemática los límites del ámbito de lo pensable, al
convertir en objeto de consideración la posibilidad misma de la exploración: "si lo
que se busca es imposible o posible y hasta dónde y de cuántos modos". Pero el
mismo movimiento de búsqueda naturaliza, como seguramente no podía ser de
otro modo, esos límites, sentando como imposible cuanto no cae bajo el dominio
de su específica forma de racionalidad. Y estos diorismoi bloquean implícitamente
cualquier forma de negatividad, pues imposible es, como hemos visto en los ejem­
plos desarrollados, determinar ciertos puntos cuando ciertas construcciones
geométricas lo impiden evidentemente (una circunferencia cuyo radio no alcanza
una longitud dada, dos curvas que no llegan a cortarse...). No debe olvidarse que
una de las expresiones mas habituales mediante la que se asume la imposibilidad
de algo es la de calificarlo como átopon, sin lugar, sin posibilidad de visualizarse.
El ser procede de su e-videncia, de su ser para la vista. Y el que una solución lo sea

193
depende de su capacidad de mostrarse, de saltar a la vista. No es que el ‘álgebra
geométrica’ griega excluya o evite las ‘raíces imaginarias’ o los ‘números negati­
vos’, como en ocasiones se afirma; lo que se excluye o evita son las condiciones
mismas en las que tales formas de negatividad podrían haberse suscitado. Al
garantizar las condiciones bajo las que es posible una construcción geométrica
efectiva, el diorismós no declara imposibles ciertas soluciones sino ciertos proble­
mas, cuyo planteamiento mismo carece de sentido. Situación del todo diferente a
la que se verán abocados los matemáticos de la Ilustración cuando, al obtener raí­
ces negativas, declaren el sinsentido que se ocultaba en el problem a y alteren los
términos en que éste se enunciaba para — ahora sí— evitar esas soluciones ‘impo­
sibles’. Son dos formas de ‘imposibilidad’ bien distintas: la una, por el carácter
constructivo de su método, no puede siquiera abocar a ciertas situaciones, no puede
ver ciertos caminos, excluidos necesariamente y de antemano en su posibilidad
misma; la otra, por el carácter ‘simbólico’ de su método, sí aboca a esas situaciones
antes ocluidas, y será la dificultad para ‘interpretar’ las soluciones (a las que ahora
necesariamente lleva un cálculo estrictamente formal) la que mueva a concluir la
imposibilidad de algo que, sin embargo, en cierta manera — formal— sí ha sido
posible.

III.6 . Aphairesis: pensar ‘por abstracción’ y operar ‘por sustracción’.


Los primeros principios o los límites del sentido común griego
Cuantos obstáculos a la emergencia de la negatividad hemos considerado
hasta aquí, acaso descansen en sólo dos carácterísticas, aunque íntimamente liga­
das, que marcan de raíz la episteme griega. Se trata de un modo de pensar que: a)
procede ‘por abstracción’ y b) lo hace a partir de las cosas sensibles (lo que Ortega
llama el ‘sensualismo’ griego); un modo de pensar que opera clasificando la reali­
dad y los saberes sobre ella en una sucesión de géneros y especies. De un modo
general, quedan así incomunicadas la.aritm ética y la geometría, como saberes
sobre la magnitud discreta y la continua, respectivamente; y en particular, se exige
tanto de una como de otra un carácter sustancial que, aportando un sustrato común,1
permita tanto sustraer el género de la especie como una magnitud de otra. En el
modo de pensar aristotélico-euclídeo es la misma acción, expresada por el mismo
verbo (aphairéó), la que da lugar a la diferencia específica y a la diferencia de mag­
nitudes. Se sustraen magnitudes como se abstrae el género de la especie: sepa­
rando algo de donde, necesariamente, había más. Para el griego, sustraer es abs­
traer, dos modos de una misma actividad extractiva. Se trata, pues, de una
operación intrínsecamente positiva. No puede sustraerse de donde ‘no hay’, como
tampoco puede sustraerse más de lo que ‘ya hay’. Y la herencia de este paradigma
encaminará la indagación occidental sobre la negatividad en términos de posibili-’
dad/imposibilidad de sustracción.
Si comparamos estos procesos de ordenación del pensamiento y la realidad
con los que en China cumplen funciones análogas, podrían correlacionarse el pro-

194
ceder ‘por abstracción’ con el hacerlo ‘por analogía’ o ‘por equivalencia’. El des­
encadenamiento de génem s y especies (soportadas por un sustrato común) a que el
primero da lugar se correspondería, en el segundo, con las biparticiones (articula­
das por un gozne interpuesto) inducidas por un criterio general ‘de oposición’. El
primero obliga a la negatividad a moverse en el terreno del ‘sustraer’, de lo que
‘falta’, la ‘ausencia’, la ‘nada’ y el ‘menos que nada’; el segundo, prescinde de sus­
tratos y separaciones, y lleva a la negatividad a moverse en términos de oposicio­
nes, analogías (congruencias), simetrías y ejes o ‘goznes’ que las articulen.
En la base de ese modo de pensar por abstracción e imbricación en géneros y
especies está — y volvemos aquí a seguir a Ortega— ése su carácter ‘sensualista’
y ‘cosista’, que, a partir de la percepción sensible de unas supuestas ‘cosas ahí’1,
va extrayendo de ellas los conceptos, construidos por lo que hay de común en ellas.
Un proceso que Ortega llama, no sin malicia, ‘por abstracción comunista’. Tene­
mos ahí un primer momento del papel determinante jugado por la sensación. Pero
¿cómo determinar que lo común a una colección de triángulos es su ‘triangulari-
dad’ y no, por ejemplo, su color? Porque ésa es su comunidad respecto de un
‘punto de vista’, el de la figura, que los distingue de los cuadrados y no de los trián­
gulos de otro color. Otro tanto ocurre con la primera definición de Euclides: "Punto
es lo que no tiene partes o lo que no tiene magnitud". Ninguna de esas dos defini­
ciones permite distinguir el punto de cualesquiera otras cosas que no tengan partes
o magnitud, como el alma. Dios o ‘lo que no hay’. Ambas, observa Ortega (1979:
93), "dan por supuesto, y de puro suponerlo no lo expresan, que vamos a hablar de
lo extenso (...) y más concretamente que lo tenemos delante, que lo vemos', supo­
nen además que eso que vemos lo vemos como un todo, y que lo dividimos en par­
tes; suponen que con una de esas partes medimos el todo, y nos proponen que bus­
quemos una parte tan pequeña que ya no tenga partes y que no pueda ser medida
con ninguna otra porque es menor que cualquier otra", lo cual implica buena parte
de la geometría antes de empezar siquiera. Análogo anclaje en la visión tiene el
axioma VIII de Euclides: "Magnitudes que coinciden entre sí, esto es, que llenan
exactamente el mismo espacio, son iguales". Y también remite igualmente a la pre­
suposición de evidencia de un concepto, el de magnitud, que no ha sido definido
antes. Los ejemplos podrían multiplicarse.
El requisito de visibilidad no es tan sólo un presupuesto implícito en el que
descansa esta forma de pensar. Tal condición se pone explícitamente, incluso en
matemáticas. Así, Aristóteles, en su Physica (II.9. 200*16-19):
"Si la línea es lo que reconocemos que es a partir de nuestra intuición visual,
• entonces el ángulo suma de un triángulo es dos ángulos rectos".
Aristóteles, como subraya Heath (1949: 45), no cesa de referirse al carácter
sensual de la magnitud, asociándola directamente con la imagen del cuerpo que se

1 Sobre el carácter siempre construido de cualesquiera ‘cosas ahí' víase E. Lizcano (1993b).

195
ofrece a la vista y se manifiesta dimensionalmente: la magnitud "es continua de
una, o dos, o tres maneras" (Metaphysica, A. 13.1020*11); "todo cuerpo tiene pro­
fundidad, que es la tercera [clase de] magnitud" (De Anima, 11.11.423*21). Los
"Elementos” de Euclides recogen este mismo espíritu, viniendo también a funda­
mentarse, según J. J. Gray (1990: 651) "en asunciones, a menudo bajo forma de
deducciones, que reflejan creencias sobre el espacio físico".
Desde esta concepción ‘sensualista’ no tiene ningún sentido nada que pudiera
evocar una magnitud negativa. En De Sensu et Sensibili (3.400*26-8) se afirma:
"No es posible que ninguna magnitud pueda ser invisible, sino que toda mag­
nitud es visib le a una cierta distancia".
Así, la manera aristotélica de entender el proceso de abstracción tendrá — a
diferencia, en este respecto, del modo platónico— repercusiones bien directas en
el tratamiento posterior de la negatividad:
"Fuera de las magnitudes sensibles, nada existe separadamente: es en las for­
mas sensibles donde se encuentran los inteligibles, lo que se dice en abstracción,
todos los estados y propiedades de las cosas sensibles" {D e A nim a, II. 11.432*3-6).
O bien, con un ejemplo especialmente plástico:
"Lo que se dice en abstracción se dice como lo chato: si se toma la nariz chata
en tanto que tal, no hay ninguna separación; pero si se piensa en acto su concavidad,
entonces se la piensa separadamente sin la carne en la que se encuentra. Así los obje­
tos matemáticos, aunque no tengan existencia separada, se piensan como separados,
cuando se los piensa en tanto que tales” {D e A nim a, II. 11.43la l2 -17).
En estos y otros textos semejantes, el término utilizado por Aristóles — que
traducimos por abstración— es el de aphairesis, y es el mismo que Euclides usará
también para referirse a la operación de sustracción, ya sea de números ya de mag­
nitudes. Así, en las proposiciones 6 y 7 del libro VII de los "Elementos":
"Si un número es la misma parte (o las mismas partes) de un número que el
número su stra íd o lo es del número sustraído, el resto será la misma parte (o las mis­
mas partes) del resto que el todo lo es del todo".
Y, para magnitudes ahora, al desarrollar la concepción de Eudoxo, la propo­
sición 19 del libro V dice:
"Si una magnitud entera es a una magnitud entera cómo la magnitud sustraída
es a la magnitud sustraída, el resto será al resto como el todo es al todo".
El sustantivo aphairesis proviene del verbo aphairéó, que se usaba en len­
guaje ordinario en las acepciones de ‘sacar’ o ‘extraer’ algo de algo, ‘separar’ algo

196
de una cosa, ‘arrancar’, ‘privar’, etc. Lo que el matemático griego puede sustraer
— y, por tanto, también lo que le es imposible sustraer— se revela así, a través del
lenguaje, anclado en el imaginario social de su cultura, un imaginario que Aristó­
teles sistematiza ejemplarmente. J.-L. Gardies (1989: 66), indagando las implica­
ciones que para la construcción del número tienen las diferencias entre el sentido
moderno y el aristotélico-euclídeo de la abstracción, observa este origen común de
la abstracción aristotélica y la sustracción euclídea, y señala cómo en uno y otro
caso se requieren dos condiciones. Así, la abstracción:
"...permite pasar del concepto de-‘león’ al de ‘cuadrúpedo vivíparo’, de éste al
de ‘animal sanguíneo’, y de éste al de ‘animal’, por la doble razón de que estos con­
ceptos son homogéneos (pues, como diríamos hoy, todos ellos corresponden a con­
juntos de individuos o a predicados de individuos) y que, al tener los primeros una
comprensión más rica que los siguientes, el paso de los unos a los otros resulta cada
vez de una suerte de extracción''.
Del mismo modo, para poder sustraer un número (o una magnitud) de otro (o
de otra) hace falta, en primer lugar, que ambos sean homogéneos, y, en segundo
lugar, que aquél del que se sustrae tenga ‘una comprensión más rica’ que aquél que
es sustraído, es decir, que el primero sea mayor (que comprenda mas unidades o
mayor extensión) que el segundo. Si de la especie ‘hombre’ ( = ‘animal racional’)
abstraigo/sustraigo el género ‘anim al’ queda como residuo o exceso la diferencia
específica: el ser ‘racional’. De igual modo que si de 4 sustraigo/abstraigo 3 queda
como residuo o exceso la diferencia: 1. Esquemáticamente, la analogía podría
representarse así:
m in u e n d o s u s t r a e n d o d i f e r e n c ia
‘c u a t r o ’ - ‘tr e s ’ = ‘u n o ’ o s e a 'c u a t r o ’ = ‘ tres ’ + ‘u n o ’

‘ h o m b r e ’ - ‘an im al’ = ‘ra c io n a l’ o sea ‘h o m b re ’ = ‘a n im a l’ + ‘r a c io n a l’

e s p e c i e género diferencia
específica

Por eso, en el pasaje comentado en III.3 de la Physica aristotélica era impo­


sible que se obtuviera ‘nada’ como exceso resultante de una operación de sustrac­
ción. Sustraer un número (o una magnitud) de otro (o de otra) es así una operación
en todo semejante a la de extraer/abstraer el género de la especie. Y será, por tanto,
el mismo tipo de imposibilidad el que prive de sentido tanto a la operación de sus­
traer un número (o magnitud) mayor de uno (o de una) menor como a la operación
de abstraer la especie ‘hombre’ del género ‘animal’, y no al revés. Pues, en este
caso, el anterior esquema analógico sería:

197
‘tres’ - ‘cuatro’ = ? o sea ‘tres’ = ‘cuatro’ + ?
‘anim al’ - ‘hom bre’ = ?? o sea ‘animal’ = ‘hombre’ + ??

Restar, por tanto, 4 de_3, que tan natural resulta para la antigua episteme
china, es para un modo de pensar que, como el griego, clasifica en géneros y espe­
cies, tan absurdo como intentar obtener el concepto de animal a base de agregar
otro concepto al concepto de hombre. Pues está claro que el ‘hom bre’ (especie) sea
un ‘animal racional’ (género + diferencia específica), pero el ‘animal’ es un ‘hom­
bre ¿qué?’. No hay modo. Ambas operaciones son puros disparates, tanto ‘lógicos’
como de ‘sentido com ún’. No en vano Diofanto, como veremos, intentará evitar
pensar en términos de aphairesis para articular algún tipo de leipsis o ‘falta’,
intentando con ello dar alguna cabida a la posibilidad de cierta negatividad que su
tradición le niega.
Para Aristóteles (Tópica, XI.6.143b8), la especie se constituye cuando al
género se añade la diferencia (específica), el residuo que había quedado cuando
operábamos por abstracción/sustracción. Por eso el movimiento inverso al de
aphai resis (abstracción) es el de prosthesis', si el primero va de la especie al
género, o del concepto más rico al más pobre, el segundo procede del género a la
especie, del concepto más pobre al más rico en determinaciones (la prosthesis
añade al sustrato genérico la diferencia de la que resulta la especie). Y por eso,
análogamente, la operación inversa a la aphai resis (resta o sustracción) es la pros­
thesis (suma o adición)1 (la prosthesis añade al sustraendo la diferencia de la que
resulta el minuendo). En este sentido también, Aristóteles dice que en matemáticas
se habla por aphai resis mientras que en física se hace por prosthesis.
Esta forma de clasificación por géneros y especies está estrechamente unida
al decisivo papel que señalábamos para la percepción visual en la construcción de
la matemática griega. Conviene ahora añadir que ese papel no se agota en la cons­
trucción de conceptos, sino que se extiende a todo el proceso de demostración o
prueba, como ha señalado A. Szabó (1960, 1965, 1977). Para éste (1960: 34), el
origen de lo que se entiende por ‘de-mostración’ es una ‘mostración’, una ‘exhibi­
ción’ o ‘poner a la vista’:
"Uno de los términos técnicos más comunes en el lenguaje matemático griego
es el verbo deíknym i, que aparece como frase final en cada demostración de Euclides.
(...) Sabemos que los griegos conocían el ‘antiguo’ significado del verbo deíknym i

1 J.-L. Gardies (1989: 67, n. 4), aclara que Euclides suele preferir el término syn th esis, por
cuanto el 'poner juntas' dos cantidades hace más patente la conmutatividad de la suma que el ‘añadir’
la una a la otra. El uso de p ró sth e sis como 'adición' o 'suma', y el d ep ro stith ém i como'sumar’, es
sin embargo no menos habitual; así, p.e., cuando Sócrates se pregunta en el F edon (96e 7-10) por e¡
sentido que pudiera tener su m a r uno y uno.

198
como 'visualizar de modo concreto’ ya desde tiempos de Platón. Por otro lado, es
sabido que los primeros pitagóricos consideraban la geometría como istorie, i.e.,
como una ciencia inseparable de la visión".
Un claro ejemplo lo encontramos en el célebre pasaje del Menón platónico
(82b-85e), donde Sócrates plantea cómo el esclavo sabe geometría sin saberlo.
Más explícito, si cabe, lo es aún en el Cratilo (430e), cuando Sócrates se ve en la
necesidad de aclarar que al mostrar un retrato no está utilizando el término deixai
en el sentido de ‘demostración’ sino en el de ‘mostración’: "Y entiendo por deixai
hacer entrar por el sentido de la vista”.
Ciertamente los modos de demostración fueron evolucionando, como estudia
Szabó, en el sentido de un abandono de este carácter empírico-ilustrativo, pero no
tanto para sustituirlo por otro cuanto para ‘ocultar’ su origen directamente percep­
tivo, reconstruyendo a posteriori, con procedimientos indirectos, teoremas que
previamente habían sido enunciados y (de-)mostrados con apoyo visual. Cabe
incluso pensar que, en cierto sentido que precisaremos más adelante, esta evolu­
ción refuerza aún más el crucial papel de la visión en lo que se tendrá por pensable,
por decible y por demostrable en la matemática euclídea.
Procediendo así a partir de extractos sensuales, cuyo carácter común decide
su consideración desde un cierto punto de vista, se van construyendo formas supe­
riores de comunidad — los géneros— respecto de los que las otras — especies— se
determinan por especificación. Es carácterístico, pues, de esta forma de pensar el
hacerlo en géneros y especies que, en relación mutua de continente a contenido, se
van imbricando jerárquicamente. Lo cual tendrá — como advierte Ortega— sobre
el modo euclídeo de hacer matemáticas, y en especial sobre el obstáculo que entra­
ñará para la emergencia de la negatividad, "un influjo sustancial; a saber: un influjo
negativo: el de impedir (...) la expansión de la matemática, obligándole a fingir que
pensaba ‘cosas’ y que las pensaba por abstacción comunista, en géneros y espe­
cies". En lugar de definir ‘la cosa’, y al definirla crearla, este proceder apunta a re­
conocer la supuesta ‘cosa’ como proviniente de un afuera en el que se supone su
existencia y al que tenemos acceso por información sensorial. Aquí radicará la
diferencia decisiva entre este modo de pensar y el modo moderno: "los antiguos
piensan desde el ser, al paso que los modernos, comenzando por Descartes, pien­
san desde el pensar, desde las «ideas»" (1979: 109).
Pero cada especie no puede ser pensada desde el género, pues a éste siempre
le añade algo nuevo: su especificidad, por lo que que necesita sus conceptos — defi­
niciones y axiomas— específicos. Cada ciencia, por tanto, en lugar de arrancar de
principios generales, que lo son del género, habrá de hacerlo desde sus principios
específicos, que así la cierran sobre sí misma y la incomunican de todas las demás.
Es la ‘ley de incomunicabilidad de los géneros’, que establece la estanqueidad res­
pectiva de aritmética y geometría. El abismo entre el lugar del núm ero y el núm ero
del lugar que así se abre determinará también decisivamente la oclusión de la nega­
tividad. Incluso relaciones cuyo nombre es el mismo — como las de ‘igual’,

199
‘mayor’ o ‘menor’— tendrán significados irreductibles en aritmética y en geome­
tría. La prohibición aristotélica es rotunda:
"No puedes, por lo tanto, cuando se trate de probar algo, pasar de un género a
otro; e.g. no puedes probar una proposición geométrica mediante aritmética. Pues
tres cosas se requieren en una demostración: (1) la conclusión que va a demostrarse,
(2) los axiomas, esto es, ios axiomas de los que [parte la prueba], (3) el género o
asunto subyacente, cuyas propiedades y atributos esenciales se clarifican por la
demostración. Ahora bien, las cosas de las que parte la prueba (los axiomas) pueden
ser las mismas (cualquiera que sea el asunto); pero donde el género es diferente,
como en aritmética y geometría, no es posible aplicar la demostración aritmética a
propiedades de magnitudes, salvo si las magnitudes son números. Hay, sin embargo,
casos en los que tal transferencia sí es posible, como se explicará más adelante.
Ahora bien, la demostración aritmética tiene su propio género, al que se refiere, y asi­
mismo lo tienen las demás ciencias. Por tanto es necesario que el género sea el
mismo, bien absolutaménte, bien en algún respecto, si quiere transferirse la demos­
tración; de otro modo la transferencia es imposible, pues los términos extremo y
medio deben tomarse del mismo género" (Analyticaposteriora. I. 6-7.75*35-b17).
La extensión de la cita permite atender a las razones por las que aritmética y
geometría son incomunicables, pero también al enunciado, como de pasada, de una
curiosa salvedad: la demostración arimética no puede aplicarse a las magnitudes
(evidentemente geométricas) salvo que las magnitudes sean números. Si cabe la
posibilidad de que las magnitudes sean números, por ahí se comunicarían ambos
géneros. Heath (1949: 45) ño cree que Aristóteles se plantee la posibilidad de que
las magnitudes puedan ser números y destaca cómo la cantidad (posón) se divide
tajantemente (Categoriae, c. 6) en continua (o magnitud) y discreta (o número).
¿Podría ser entonces ese posón el elemento super-genérico que sirviera de llave de
paso entre los géneros estancos? La cuestión no es baladí pues la emergencia rena­
centista de hnegatividad va a pasar precisamente por la exclusa que esa llave cie­
rra, como también lo hará — aunque por otro camino— la geometría analítica de
Vieta o Descartes.
En ocasiones Aristóteles (Metaphysica, E. 1. 1026*23-7) apunta un puente
donde acaba de prohibirlo:
"Puede plantearse la cuestión de si la filosofía primera es universal o trata con
algún género particular o alguna clase de cosas. Pues ni siquiera en las ciencias mate­
máticas es el método uno y él mismo; geometría y astronomía, p.e., tratan con cierta
clase de cosas, pero la ciencia universal de las matemáticas es común a todas las
ramas".
O también (Metaphysica, K. 7. 1064b8-9):
"Pues cada una de las ciencias matemáticas se refiere a unos géneros distintos,
pero la matemática universal es común a todos".

2 00
Aquí Heath (1949: 223) sí sugiere que la analogía que mejor se ajusta a esta
‘matemática universal’ que "Aristóteles parece tener en la cabeza es nuestro álge­
bra". Pero ése es precisamente un paso que no puede darse desde este modo de pen­
sar. "Existe un concepto de cantidad, y Aristóteles lo define en el libro de la M eta­
física", observa Ortega (1979; 118), "pero este concepto es de por sí inoperante. La
geometría empieza con el concepto de «magnitud — mégethos— o cantidad conti­
nua; por tanto, con una especie, lógicamente hablando. ¿Por qué sólo ésta es hábil
para obtener proposiciones verdaderas? Porque es lo último común en este orden
que en las cosas sensibles puede encontrar la abstracción ‘comunista’. La pura y
genérica cantidad escapa ya a la sensación: la pura cantidad ya no es una «cosa»".
Pero el pásaje más significativo de Aristóteles a este respecto no es el aducido por
Ortega sino el siguiente de los Analíticos posteriores (I. 5. 74*16-b4):
"Otro caso es el teorema sobre proporciones, donde se pueden tomar los térmi­
nos alternativamente; este teorema solía probarse en tiempos de forma separada para
números, para líneas, para sólidos y para tiempos. Pero como no había ningún nom­
bre que comprendiese todas esas cosas como una, me refiero a números, longitudes,
tiempos y sólidos, que difieren en especie unos de otros, eran tratados por separado.
Ahora, sin embargó, la proposición se prueba de modo universal; pues la propiedad
no pertenece a los objetos en tanto que líneas o en tanto que números, sino en tanto
que teniendo un carácter particular que se supone poseen de modo universal".
En este punto roza Aristóteles el límite del cerco de este modo de pensar. Sin
duda se está refiriendo a la nueva teoría de proporciones desarrollada por Eudoxo
para salvar las aporías a que, tras la irrupción de los inconmensurables, conducía
la tradicional teoría de proporciones pitagórica. Ya vimos cómo Euclides presenta
ambas por separado, con diferentes colecciones de definiciones y sin establecer
ninguna conexión entre ellas, ni siquiera cuando — como en X.5— se enfrenta a
una proporción en la que la razón de dos magnitudes es la misma que la que hay
entre dos números.
Aristóteles pone el dedo en la llaga al referirse a cierto ‘carácter particular’
que de ‘modo universal’ poseen tanto magnitudes como números. Pero si la nega-
tividad pertenecía al ámbito de lo innombrable, ahora estamos ante lo innominado:
‘no había ningún nom bre’ capaz de alojar semejante heterogeneidad1. Tampoco
acierta a dar con uno tras la relativa unificación que proporciona la nueva teoría de
proporciones. Heath observa que "Aristóteles no dice qué término general se usaba
en su tiempo para cubrir las cuatro categorías de cosas; posiblemente ningún tér­
mino habría obtenido un acuerdo definitivo (...); si él hubiera sugerido uno presu­
miblemente habría sido posón, cantidad, cuanto". Lo cual no deja de parecer
demasiado aventurado, cuando acaba de rechazar la posibilidad de que Aristóteles
hubiera podido pensar las magnitudes como números. No, ese posón transgenérico

1 No deja de ser chocante que aquí deríve Aristóteles la distinción de géneros de la ausencia de
un nombre común, y no a la inversa.

201
marca un borde cultural que no se reconstruirá hasta finales del siglo XVI. Y, aún
entonces, alguien tan buen concedor de Aristóteles como Suárez seguirá negán­
dose a tratar el concepto genérico de ‘cantidad’, arropándose en que también el
maestro lo evita y nada más mencionarla corre a subdividirla en continua y dis­
creta1.
Junto al decisivo papel de la percepción sensible en el origen del proceso de
conceptualización y en el de-imbricación en géneros y especies, hay un tercer
momento que sobredetermina este modo de pensar no menos profundamente. Es
el del establecimiento de los principios, tanto los específicos como los primeros
principios, que soportan todo encadenamiento deductivo y que esta forma de racio­
nalidad va a justificar por su carácter evidente.
En efecto, cada ciencia, cada especie, ha de partir necesariamente de una
intuición básica, que la determina en su especificidad: la intuición de la magnitud
extensa, en geometría, o la del número discreto, en aritmética. Esta intuición, al
situarse al principio de cada especificidad, que arranca de ella, no podrá definirse
‘en general’ sino que habrá de presentarse como ‘evidencia específica’: ésa su ori­
ginalidad será la que dé origen a la especificidad correspondiente; de ahí la proli­
feración de ciencias. Los principos específicos, definiciones y axiomas, que fundan
cada ciencia quedan así sin otro fundamento que el de su evidencia.
El encadenamiento progresivo en la jerarquía de géneros y especies de las
definiciones y axiomas les remite de continuo, por otra parte, a elementos previos,
cada vez más generales, hasta llegar a los ‘primeros principios’, donde se trunca la
anterior cadena regresiva y de donde descenderá, ahora en sentido inverso, el
mecanismo deductivo en que consiste la prueba. No encajadas ya en ningún
género, estas proposiciones primeras no necesitan — ni, en rigor, pueden— ser
probadas, lo cual no es obstáculo para que paradójicamente, como apunta Ortega
(p. 85), sean "más verdad que las a ellas subsecuentes y en ellas fundadas, puesto
que éstas tienen sólo una verdad derivada de aquélla, que es primitiva e ingénita a
las proposiciones primeras". No es exagerado, pues, concluir que "el pensamiento
con que se piensan las proposiciones primeras [de las que penderá toda verdad
obtenida por medio de prueba] no razona, es irracional por tanto y cuando menos
ilógico" (p. 894).
Pero esto, que — desde Godel— sabemos que es carácteristico de cualquier
sistema lógico, en el caso griego nos permite una nueva vía de acceso a sus pre­
supuestos culturales — literalmente, sus pre-juicios— en el momento mismo en
que se proyectan sobre sus saberes más formales, como lo son sus matemáticas,
que quedan así impregnadas de significaciones inconscientes. Razón por la cual el
esqueleto formal de sus matemáticas, cuando es heredado por sociedades con pre­
supuestos diferentes, se verá imbuido de significaciones distintas que pugnan por
emerger tras las significaciones latentes conservadas. Pues, mientras para el modo
de pensar moderno la justificación de la elección de unos principios primeros en

1 "Statim illam divisit in continuam et discretam”, citado por J. Ortega (1979:1Í9).

2 02
lugar de otros se basa en su capacidad generativa puramente formal1, en su fecun­
didad lógica, el pensamiento euclídeo-aristotélico buscará tal justificación en su
evidencia, en su ser de sentido común, que es una variable cultural de primer orden.
Venir avalados por la ‘opinión pública’, ser estimados como éndoxoi u ‘opi­
niones reinantes’, contarse, pues,entre las creencias, será decisivo para constituirse
en principio: "la validez del principio es un hecho social", concluye Ortega (p.
165), quien conjetura que Aristóteles tuvo su primer encuentro ‘enérgico y vivaz’
con los axiomas cuando estaba reuniendo sus ‘lugares comunes’, con los que se le
presentaron confundidos3. De ahí que no dedique a la cuestión de cómo se obtienen
sino una página escasa, y que apenas preste atención a la cuestión crucial de su
categorización: tan pronto los denomina arché, como proton, o como hóthen (‘de
dónde’). ¿Para qué detenerse en lo evidente? Ahí sólo se para algún ser ‘bicéfalo’,
como Heráclito con el principio de no-contradicción, y ante ésos ya no caben argu­
mentos — ¿desde dónde?— sino descalificaciones ad hominem.
El otro gran principio que, junto al de no-contradicción (cuyas raíces en el
imaginario griego considerábamos en III. 1), dominará este modo de pensar es la
suposición de que en los fenómenos sensibles encontramos la auténtica realidad,
que así viene a identificarse con la presencia, circunstancia a la que hemos venido
llamando positividad. Es tal el grado de evidencia de este principio que Aristóteles
no lo formula explícitamente en ninguna parte ni, por supuesto, se para a discutirlo,
pero — o precisamente por eso— impregna tanto su obra como la matemática de
su tiempo, y lastra terminantemente el pensamiento de la ausencia, sobre el que
habrá de construirse la negatividad matemática. Este necesario sustrato ‘cósico’
para lo pensable se arrastrará, al menos, hasta el Renacimiento, donde la incógnita
de las ecuaciones algebraicas seguirá conociéndose como ‘la cosa’, por lo que
otras soluciones distintas de las ‘positivas’ a fortiori habrán de rozar lo impensa­
ble. ¿No es inherente a ‘la cosa’ su positividad?, ¿qué sentido tiene que ‘la cosa’
sea ‘negativa’, aún en el supuesto de que ‘lo negativo’ mismo pueda tener alguno?
Si — como tan bien vió Aristóteles— el ser les viene a las cosas de su capacidad
para presentarse ¿de dónde habrán de sacarla las ausencias para hacerse un hueco?,
¿y qué otra cosa sino nada podrá ser un hueco para un hueco?
Parece que la propia matemática griega ya habría percibido su excesiva
dependencia de una visión ‘cosista’ de la realidad, iniciando un movimiento de
ocultación de esa particular génesis que la llevará a instalarse en un olimpo de
meras formas separadas de las determinaciones sociales y sensibles que la hicieron
posible. Los pre-juicios, así recubiertos y protegidos, resultan mucho mas resisten­
tes, menos expuestos a cualquier posible crítica. Esta voluntad de negación de la

1 Aquí la perspicacia de Ortega para discernir las particularidades culturales implícitas en las
matemáticas griegas se nubla en el punto de hacer otro tanto con las m odernas. (Véase nuestro cap. I).
2 Ibid., p. 147. Sobre las ralees sociales de la lógica aristotélica puede verse también C. W. Mills
(1939, 1940). donde hace referencia a los estudios de Dewey sobre la impronta que esta lógica arrastra
de las categorías lingüísticas y estéticas dominantes en la sociedad griega.

203
subjetividad social que está en su origen, este esfuerzo por enmascarar el carácter
construido de sus enunciaciones para presentarlas como descubrimientos, está en
el núcleo de lo que W oolgar (1991) llama la ideología de la representación que
carácterizaría a todo el proyecto científico occidental.
Ya antes de Euclides, según Szabó, se habría iniciado cierto tránsito de una
matemática empírico-ilustrativa a otra estrictamente teórica, donde la visión habría
perdido su papel preponderante. Los ejemplos que aduce (p.e. teoremas de los
"Elementos" relativos a números pares e impares) muestran cómo Euclides susti­
tuye los guijarros (psephoi) usados para el cálculo entre los pitagóricos por seg­
mentos de línea, lo que si ciertamente da a los números así representados un carác­
ter más abstracto (al no tener que contener una cierta cantidad de unidades) no
evita en absoluto su representación espacial y, por tanto, visual. Sin duda, "la ten­
dencia era privar de su carácter ilustrativo incluso a los teoremas más obviamente
ilustrativos y verificarlos como correctos mediante pura teoría, sin usar medios
ilustrativos" (Szabó, 1960: 400). Lo cual no permite ir más allá de ‘verificar’ unos
teoremas ya antes formulados y ‘probados’ por el antiguo procedimiento, al que se
ha ‘privado’ de sus rasgos inmediatamente empíricos. De hecho, Szabó no aporta
ningún ejemplo de teorema nuevo que se hubiera probado según criterios ‘anti­
ilustrativos’ y no pudiera haberlo sido ilustrativamente. No pasa de ser una opera­
ción de maquillaje u ocultamiento de una forma de positividad es pacial bajo otra
forma de positividad no menos espacializada (si bien ahora al modo geométrico de
las magnitudes continuas), sin debilitar en absoluto lo que A. Upinski (185: 87)
llama la ‘manía de la localización’.
' Más relevante parece el caso en que las antiguas de-mostraciones se sustitu­
yen por otras que siguen el método indirecto o de reducción al absurdo. Aunque ni
los objetos matemáticos ni las manipulaciones a que se les somete pierden tam­
poco nada de su índole perceptual, sí desaparece lo que de tal había en el carácter
positivamente constructivo de la demostración directa. Suponer negado lo que se
quiere probar, deducir de ahí un resultado contrario a alguna de las condiciones ini­
ciales y concluir ‘por tanto’ la ‘imposibilidad’ de lo que se había negado provisio­
nalmente, no es ciertamente un procedimiento visualizable. Szabó (1965) conje­
tura dos posibles orígenes a la incorporación de este método en matemáticas: uno,
político; el otro, filosófico. Para este matemático húngaro, son los procedimientos
retóricos de la dialéctica al uso en la democracia griega los que reproduce Euclides
al construir lo que, a partir de él, se tendrá como el método matemático. Los pos­
tulados de los "Elementos" corresponden a los presupuestos comunes que compar­
ten quienes se enfrentan en una discusión, aquéllos a partir de los cuales ya es posi­
ble la controversia. Los axiomas ocupan el lugar de las concesiones que el
iniciador de la disputa reclam a de su antagonista. Y la argumentación por reduc­
ción al absurdo es un típico recurso retórico consistente en darle, por un momento,
la razón al adversario, haciendo como si negáramos la nuestra, para derivar de ahí
conclusiones que contradigan alguno de los axiomas o postulados previamente
asumidos como razón común. El método matemático se habría engendrado así por
imitación de las reglas de un discurso no sólo exterior a él sino dotado de una voca­

204
ción bien singular: la de anonadar las razones del adversario al mostrarlas ajenas a
las razones de la polis. Y, ya incorporado este procedimiento a los admitidos en
matemáticas, serán los supuestos compartidos, lo que la colectividad pone antes de
ponerse a razonar, lo que decida sobre qué ha de tenerse como matemáticamente
verdadero o posible.
La otra génesis posible que Szabó (1960: 46) conjetura para este modo de
prueba en matemáticas remite a ciertas maneras eleáticas. Su origen estaría en los
comienzos del poema de Parménides antes citados: la imposibilidad de transitar
por la tercera vía (la de los bicéfalos), que implica ser y no-ser conjuntamente,
obliga a negar lo supuesto en la segunda, el no-ser, de donde resulta afirmado el
ser. La conclusión ‘imposible’ a que llegan las demostraciones por reducción al
absurdo es el ‘indecible’ e ‘impensable’ de Parménides:
"Lo que Parménides describe perifrásticamente en su arcaico lenguaje como ou
phatón oudé noétón [‘ni decible ni pensable’] aparece algo después en la más ele­
mental terminología matemática como átopon o ady'naton."
No deja de ser significativo que el tránsito del ‘arcaico lenguaje’ parmenídeo
al ‘más elem ental’ de las matemáticas lo sea en el sentido de un reforzamiento de
las categorías sensuales aristotélicas de visibilidad y capacidad de hacerse presente
o actualizarse lo que estaba en potencia. En efecto, aunque ya el noéó del eleata
tiene, junto a las acepciones más intelectuales de ‘entender’ o ‘pensar^, las bien
sensibles de ‘observar’ y ‘percibir’, las connotaciones de la versión matemática de
su negación son aún más físicas. Descartar algo como ‘imposible’ o ‘absurdo’ cali­
ficándolo de átopon es tanto como no conceder realidad ni sentido mas que a lo
que ocupa un lugar (descalificación que ha llegado a nuestros días como ‘no ha
lugar’). Y análogo sensualismo traduce la consideración de lo ‘imposible’ como
adynaton, es decir, demasiado ‘débil’ o ‘falto de fuerzas (dynamis)' para hacerse
presente. Así, por ejemplo, en De Cáelo (I. 11.281*4-7) leemos:
"El término ‘imposible’ se aplica a lo ‘no generado’ cuando se dice de lo que
no puede generarse, en el sentido de que no estaba antes pero sí despues, e.g., la pro­
posición de que la diagonal es inconmensurable (con el lado)".
Esta concepción acarreará notables dificultades para los posteriores intentos
de ‘interpretación’ de las raíces cuadradas de ‘números negativos’, pues — como
se reconoce en la Metaphysica (IV. 12. 1019b33-4)— "en virtud de un cambio de
significado, una ‘potencia’ en geometría se llamará de ese modo". Lo que hoy lla­
maríamos ‘cuadrado de la incógnita’ se recibirá como dynamis: hallar, pues, la raíz
cuadrada de una magnitud será hallar el lado capaz de engendrar un cuadrado de
esa magnitud. O, en expresión tan plástica como la de Pero Nunes en el siglo XVI,
se tratará de hallar el "lado criando cuadrado". El significado de dynamis cambia,
efectivamente, respecto a los de la ‘potencia’ física o la ‘posibilidad’ lógica, pero
se mantiene la misma intencionalidad, como bien hace ver Heath: "una línea recta
se dice que dynasthai una cierta superficie cuando tiene la potencia de producir una

205
cierta superficie al hacerse cuadrada"1. Parece significativo que Euclides no use
ese término hasta el libro X, utilizando hasta entonces el de tetrágffnon, cuadrado
cuyo proceder generativo está ausente.
No será entonces de extrañar que veintitantos siglos más tarde Kant (1949:
87, n. a) tenga que seguir discutiendo con sus contemporáneos en términos que
permanecen deudores de la mentalidad euclídea:
"Podría pensarse que 0-A es un caso que hemos omitido aquí. Este caso es
imposible en el sentido filosófico; pues algo positivo nunca puede ser sustraído de
nada. Si, en matemáticas, esta expresión es prácticamente exacta, se debe a que el
cero no modifica en nada el aumento ni la disminución por otras cantidades: A+O-A
equivale a A-A; el cero es perfectamente inútil. La idea que de ahí se ha sacado según
la cual las magnitudes negativas serían ‘menos que nada’ es, pues, vana y absurda”.
No puede dejar de chocar que la expresión ‘0 - A’ sea ‘imposible en el sen­
tido filosófico’ mientras que, en el matemático, sea ‘prácticamente exacta’. ¿Por
qué esa distinción y esa distancia que media entre la exactitud y la imposibilidad
de lo mismo, según la disciplina desde la que se considere? ¿Qué quita ese ‘prác­
ticamente’ a lo exacto de la acepción matemática? En cualquier caso, si Kant se
ve obligado a argumentar lo absurdo de ‘la idea que de ahí se ha sacado’ es porque
esa idea mantiene su vigencia. Y tampoco puede dejar de chocar este tipo de razo­
nes en torno a la posibilidad o imposibilidad de ‘0 - A’ cuando se comparan con
la inequívoca rotundidad de la que hemos designado como regla 1.2.1. del capí­
tulo 8o de los "Nueve capítulos" de los matemáticos Han: "Un número zheng.
[‘positivo’] emparejado con [‘restado de’] wu [‘nada’] se hace/u [‘negativo’]". O
sea, ‘0 - A = -A’. En China esto es evidente en el sentido matemático (sin las
reservas de ningún ‘prácticam ente’), en el filófico y en cualquier otro. Lo positivo
como un ‘algo’, su ‘imposible’ sustracción de ‘nada’, lo negativo como ‘menos
que nada’ y otras suposiciones semejantes presidirán, sin embargo, en la tradición
matemática occidental, los argumentos a favor y en contra de admitir los núme­
ros/magnitudes negativos y los imaginarios. Kant publica su Essai pour intro-
duire en philosophie le concept de grandeur négative en 17632, y en aún en 1796
el matemático inglés W illiam Frend sigue argumentando:
"Las ideas de número son las mas claras y distintas de la mente humana (...). Aunque
el mundo entero sea destruido, uno seguirá siendo uno y tres seguirá siendo tres; y ningún

1 T. H. Heat (1949: 207). Es en este sentido en el que Kircher interpreta el cuadrado mágico
chino de Lo zhou, extrañándose por completo de la episteme china (epígrafe 11.15).
2 En este Ensayo de Kant, junto a sus Historia general de la naturaleza y teoría del cielo
(1755) y los Primeros Principios metafísicos de una ciencia de la naturaleza (1786), cifra E.
Jallcy (1990) el origen de toda la reflexión occidental sobre el concepto de oposición polar como tema
filosófico explícito. En su original trabajo, Jallcy rastrea las huellas del trabajo kantiano en autores y
disciplinas tan dispares como las filosofías de Fichte, Schelling y Hegel, el psicoanálisis de Freud, 1®
lógica de Blanché, la fonología de Jakobson, la antropología de Lévi-Strauss o la psicología de PiageL

206
arte podrá cambiar su naturaleza. Puede ponerse una marca delante de un número, y obede­
cerá a ella: se someterá a ser sustraído de otro mayor que él, pero tratar de sustraerlo de un
número menor que él mismo es ridículo. Y eso es lo que intentan los algebristas, que hablan
de un número menor que nada (...). Eso no es sino jerigonza, que repugna al sentido
común"1

Ese sentido común no lo es, como vemos, por su universalidad, sino pre­
cisam ente por todo lo contrario: por su particularidad, por su atenerse a las
creencias com partidas por una com unidad concreta. Y el sentido del ‘ridículo’
que despierta lo proyecta por igual en el pensam iento de la vida ordinaria de
esa colectividad y en sus construcciones matem áticas. El principio de no-con­
tradicción y los razonam ientos por reducción al absurdo no son sino la racio­
nalización de esa repugnancia en los términos de la lógica y la m atem ática de
herencia griega. Tal principio y tales razonam ientos han m erecido en el pre­
sente siglo notables puntualizaciones, cuando no rechazos, sea desde las pro­
pias m atem áticas (intuicionism o) o la lógica (lógicas modales y vagas), sea
desde la antropología (p.e. Lévy Bruhl) o la filosofía (W ittgenstein). Para este
último (1987: 182), suponen una incapacidad de raíz cultural para convivir con
la contradicción:
"Veremos la contradicción a otra luz completamente diferente si consideramos
su aparición y sus consecuencias antropológicamente, por así decirlo, que si la mira­
mos desde la exasperación matemática. Es decir, la veremos de otro modo si inten­
tamos nada más describir cómo la contradicción influye en los juegos de lenguaje,
que si la miramos desde el punto de vista del legislador matemático”.
No es casual que sea pensando en tom o a la posibilidad de violar este prin­
cipo, no sólo inviolable sino también impensable para la matemática eleático-aris-
totélica, como Wittgenstein (p. 219) se topa con los números imaginarios:
J
"Imagínate que el operar con - 7 hubiera sido inventado por un loco que,
atraído nada más que lo por paradójico de la idea, se dedica al cálculo como si fuera
una especie de oficio religioso o ritual del absurdo. El imagina que pone por escrito
lo imposible y opera con ello."
Para el loco de W ittgenstein, J - i no es menos ‘absurdo’ o ‘imposible’ que
para tantos matemáticos de los siglos XVII y XVIII, pero los supuestos pre-racio-'
nales son distintos. Mientras que en éstos el tabú de la negatividad dice que ‘con­
tradicción implica automáticamente rechazo’, para aquél esa contradicción desata
la ejecución de un ritual (de origen no menos falto de fundamento racional que el
tabú), de un juego de lenguaje... y se pone a operar con ello.

1 W. Frend (1796: x-xi) (las cursivas son nuestras). Pueden verse otros ejemplos de repugnancia
en Nagel (1935), Itard (1969), Glaeser (1881), Sherry (1991).

207
"Quien cree que los matemáticos han descubierto una curiosa entidad,
, que elevada al cuadrado da -1, ¿no puede operar perfectamente con números
complejos y aplicar tales cálculos a la física? ¿Y son por eso menos cálculos?
En un sentido, ciertamente, su inteligencia se apoya en pies de barro; pero
sacará con seguridad sus conclusiones y su cálculo se apoyará en pies firmes" (pp.
219-20).
El barro lo es del humus semántico de las significaciones sensualistas laten­
tes: nada menos que una magnitud negativa tomada como lado de un cuadrado.
Pero si no miramos desde la ‘exasperación matemática’ del modo de pensar euclí-
deo, sí tienen sentido, efectivamente, otras opciones que también apunta Witt-
genstein (p. 211):
"¿Por qué una operación de cálculo, hecha con un fin práctico, de la que resulta
una contradicción, no ha de decir simplemente: «Haz lo que quieras, yo, la opera­
ción, no decido en esto?»".
Hindúes y chinos parecieron tomarse en serio las sugerencias del vienés y sus
dificultades con la negatividad fueron bastante menores, y de índole bien distinta,
que las occidentales. Pues, y ésta es la segunda suposición de la tradición occiden­
tal implícita bajo el método de reductio ad absurdum, de la contradicción de ser y
no-ser, bajo el mismo respecto, tanto puede seguirse la negación del no-ser, al
modo griego, como la del ser, al modo hindú, como ninguna de ambas, al modo
chino. Pero Diofanto no nace en la India ni en China, y su desgarro por pensar
cierto modo matemático de no-ser lo será por tener que hacerlo desde/contra la
tajante exclusión que para la posteridad había dejado establecido el imaginario
social del clasicismo griego. Negociar sentidos, imbuir de significados nuevos vie­
jos significantes vacíos, borrar con una mano lo que se escribe con la otra, es el
drama en que se hace una matemática que, como la suya, suele calificarse de caó­
tica y huérfana de todo método.

208
Capítulo IV
Conflicto de imaginarios en Diofanto:
el decirse de lo indecible
El periodo alejandrino tardío, que se extiende aproximadamente entre los años
250 y 350, asiste a la quiebra definitiva de la racionalidad griega, por lo que sólo
desde ésta — o desde su añoranza— puede juzgarse, como es habitual, mediante
adjetivaciones negativas, como un periodo de decadencia de la razón y de emergen­
cia de irracionalismos y sinsentidos: en las costumbres, en las creencias... y también
en las matemáticas. Es precisamente en un momento que a los espíritus clásicos se
les presenta como momento de negación de la razón cuando tiene ocasión de emer­
ger una razón negativa, tanto en la teología y metafísica neoplatónicas como en la
matemática de Diofanto. Bajo las ruinas del apolíneo edificio de la matemática clá­
sica afloran ahora otras matemáticas reprimidas (logística, misticismo aritmético) a
las que se incorporan eclécticamente otras tradiciones (egipcia, babilónica); pero
tanto unas como otras no pueden albergarse sino en una lengua, el griego, y bajo un
paradigma, el aristotélico-euclídeo, que aún no han sido sustituidos (IV.l.).
De esta ‘oscuridad’ sincrética surge un Diofanto no menos oscuro, cuya
figura histórica y cuya obra, la Arihmetica, son un puro palimpsesto, sin cesar per­
didos y sin cesar reconstruidos (I V.2.). La suya es una matemática típica de encru­
cijada (IV.3.), en la que confluyen tradicones bien dispares, pero entre ellas la
griega clásica: contra ella construirá Diofanto un singular modo de negatividad,
que sin embargo sólo puede construir también desde ella. Cuestiones como el frac­
cionamiento de la unidad, la representación ya no necesariamente extensa de las
magnitudes, o los límites inferiores del campo numérico no se abordan explícita­
mente en su Arithmetica, pero pueden rastrearse en lo que queda implícito en sus
definiciones, reglas, modos de operar y expedientes mediante los que otorga o
quita validez a ciertos resultados. En Diofanto se construyen efectivamente ciertas
formas de negatividad por primera vez en la historia de la matemática occidental,
por lo que no deja de sorprender tanto la escasez de estudios sobre ello como el
silencio de buena parte de las historias de las matemáticas. Y en esa construcción
intervienen todas la tensiones antes apuntadas: la negatividad diofántica se
modela, se asume o se rechaza por el mismo Diofánto según en qué condiciones o
bajo qué formas (IV:4.). Pero no es lo menos significativo el hecho de que ahora

209
ya sí pueda rechazarse, pues para ello ha sido necesario que previamente se haya
hecho perceptible, esto es, que ciertos cambios en la manera de concebir el espacio
de representación, cierta relajación en los criterios de rigor, y cierta emancipación
de los cálculos respecto de la exigencia de abstracción o aphairesis (y no, como
suele decirse, una mayor ‘abstracción’) hayan podido hacer de la negatividad algo
discemible.
La ambigüedad de Diofanto en este asunto presenta dos caras, que hemos
designado como negatividad ‘en proceso’ (IV.5.) y negatividad ‘como producto’
(IV.6.). La primera emerge en el momento, ciertamente efímero, del proceso de
cálculo, pero también, como de pasada, en el escueto enunciado de la ‘regla de los
signos’, que se pierde en el ‘Prefacio’ a la Arihmetica entre un mar de definiciones.
Esta cara de la negatividad transita por el texto como si no llegara a alcanzar nunca
la entidad suficiente que le permitiera sostenerse como un hecho matemático, sea
por construcción explícita sea por su obtención como un cierto producto. Los mis­
mos nombres que recibe (leipsis, leiponta eide) hablan de la insustancialidad de
una mera ‘falta’ o de su indecisa existencia como ‘forma ausente’. Y su inconsis­
tencia aún se acentúa más cuando resulta oponerse a la rotunda positividad de
hyparxis, que lo mismo vale como ‘existencia’ que como los ‘términos positivos’
de las ‘ecuaciones’. Esta localización de la negatividad en la frontera misma de un
cierto cerco cultural, que la hace posible con el mismo gesto que la excluye, no
puede, a nuestro juicio, conferirle la densidad suficiente como para consolidarse
como un producto, con entidad en sí mismo. Esa negatividad ‘como producto’
acaso cabría esperarla, bien formando parte de las soluciones de ciertos problemas,
bien en la formalización de los datos de partida o en ciertos resultados provisiona­
les de operaciones intermedias (situaciones, ambas, en las que sí aparece, p.e., en
el álgebra fangcheng). Pero el carácter adjetivo de lo leiponta no llegará en Dio­
fanto a conseguir remansarse en esa cierta sustantividad de la leipsis. Esta negati­
vidad producida, construida, es rechazada de un modo u otro en los distintos pro­
blemas de la Arithmetica que estudiamos en detalle. Cabe señalar, por último, el
notable paralelismo entre esa cierta cumbre que la negatividad matemática alcanza
en Diofanto y esa otra cima de la negatividad metafísica que construye el pensa­
miento neo-platónico (IV.7.); cada una de ellas, a su manera, parece dibujar el
techo de la episteme griega, pero es precisamente cuando más se asemejan a las
construcciones chinas de la negatividad cuando más se explicitan sus radicales
diferencias.
* * *

En la obra de Diofanto tenemos ocasión de contemplar, por vez primera, de


qué manera concreta los obstáculos epistemológicos implícitos en el modo de pen­
sar aristotélico-euclídeo actúan como determinantes de la emergencia de cierta
form a de negatividad matemática. Esto ocurre en su Arihmetica en dos contextos
bien precisos. Uno, al enunciar intempestivamente la ‘regla de los signos’ (que hoy
enunciaríamos como ‘—x - = +’, ‘+ x - = - ’, ‘- x + = y ‘+ x + = +’). El otro, al!

21 0
descartar explícitamente ciertas soluciones (que hoy diríamos ‘negativas’) de cier­
tas ‘ecuaciones’, que la tradición clásica no podía descartar (sino implícitamente)
por excluir sus diorismoi de antemano la posibilidad siquiera de afrontar su pre­
sencia.
A partir de un conglomerado de pre-supuestos, en parte radicalmente diferen­
tes de los de la matemática clásica, Diofanto puede hacer otra matemática. No obs­
tante, al tener que hacerlo con buena parte del instrumental (conceptual, lingüís­
tico,...) heredado de la tradición clásica, y aun con cierta inercia que todavía
arrastran sus presupuestos, lo nuevo se dirá a menudo en él bajo las formas de lo
viejo, con una expresión a veces balbuciente, ambigua otras, contradictoria incluso
en ciertos momentos^ y siempre con apariencia negativa para la perspectiva de las
diferentes tradiciones, tanto anteriores como posteriores: falta de rigor, ausencia
de sistematicidad, inexistencia de método, inconstancia de procedimiento, priva­
ción de fundamentos...
El periodo de construcción y consolidación de la forma clásica de racionali­
dad en Grecia suele carácterizarse por una serie de rasgos que lo definen positiva­
mente: nacimiento del ‘espíritu científico’, rigor y sistema en la observación, ela­
boración del método axiomático-deductivo como propio de las matemáticas,
emancipación del pensamiento racional respecto de la tradición y el mythos... El
llamado periodo helenístico y, en particular, el que transcurre en tom o a los
comienzos de nuestra era, se viene definiendo, por el contrario, negativamente, en
un doble sentido. Por un lado, por la progresión de crisis, quiebra, decadencia y
pérdida del ideal clásico. Por otro, por la emergencia de fuerzas que, desde ese
ideal, se perciben como negativas: fuerzas que estimulan el auge de la i-raciona­
lidad a través del cultivo de pseudociencias y el resurgimiento de formas mítico-,
mágicas de pensamiento que parecían ‘superadas’.
No puede dejar de llamar la atención la inmediata correspondencia entre el
tipo de calificación —positiva o negativa— de cada uno de ambos periodos por la
historiografía al uso y los tratamientos de la negatividad en sus respectivas mate­
máticas. El periodo, clásico, de racionalidad positiva, levanta, como hemos visto,
una barrera perfectamente razonable al pensamiento negativo. Una barrera que
Bourbaki (1972:75), en clave progresista, resume con toda claridad, haciendo hin­
capié en el carácter externo de las leyes de composición del ‘álgebra geométrica’
y en la imposibilidad que de ahí se sigue para construir un álgebra propiamente
dicha, que ha de pivotar sobre leyes de composición internas:
"El predominio avasallador de la Geometría (para la que está evidentemente
concebida toda la teoría de magnitudes) paraliza todo desarrollo autónomo de la
-notación algebraica, los elementos que aparecen en los cálculos deben siempre ser
«representados geométricamente»; y, por otra parte, las dos leyes de composición
que intervienen no están definidas sobre el mismo conjunto (la suma de dos razones
no siempre está definida, y el producto de dos longitudes no es otra longitud sino un
área), todo lo cual origina una complicación que hace casi imposible el manejo de
relaciones algebraicas de grado superior al segundo".

211
Ese ‘estancamiento’, ‘retroceso’ o ‘parálisis’ q u e — para una visión irresisti­
blem ente a scendente de la historia como la de Bourbaki y tantas otras— sufren las
técnicas algebraicas será el que se invierta, siguiendo con la misma metáfora, con
el declinar del espíritu geométrico y del criterio de rigor que se había ido consoli­
dando. La ‘fluidificación’ de la nueva fo rm a lid a d algebraica (si algún sentido tiene
haberla supuesto ‘estancada’), y la apertura a la negatividad que de ella se va a
seguir, corre pareja con el periodo de avance de las nuevas formas de irracionali­
dad, que así resulta ser un tiempo de racionalidad nega tiva : un tiempo que se abre
a otras formas de razón — bien diferentes, bien som bras de la razón clásica— y que
es capaz, mediante ellas, de dar razón — y razón matemática— de la negatividad
por primera vez en Occidente.
No obstante, la metáfora del ‘rio de la historia’, con sus represas, aceleracio­
nes, bifurcaciones y nacimientos, por más que haya olvidado su condición de
metáfora hasta haber llegado a tenerse como la naturaleza misma de la historia, no
es capaz de dar cuenta de esta emergencia de la negatividad. Ni, en general, como
bien ha visto Michel Serres (1967), de ninguno de los momentos críticos en la his­
toria de las matemáticas. No hay ningún cálculo algebraico que — como pretende
Bourbaki (1972: 76)— hubiera permanecido estancado, ‘avasallado’ por la Geo­
metría, para ser luego liberado en estado puro por un Diofanto que "no complicán­
dose con representaciones geométricas de los «números» que considera, se ve lle­
vado de m odo natural a desarrollar las reglas del cálculo algebraico abstracto (...),
[como, p.e.] la «regla de los signos», primera aparición del cálculo con números
negativos". ¿Qué naturalidad suprahistórica es ésa que permite a una mente en
blanco captar de súbito la esencia de unas reglas puras? ¿Cómo se explica entonces
la p a rticu la r lucha de Diofanto con la negatividad, que empieza con su dificultad
para encontrarle nombre y llega hasta pasar por alto formas de negatividad que el
álgebra, en su puridad, no podría dejar de ver ?
El modo de pensar aristotélico-euclídeo ciertamente constituye un obstáculo
para la construcción alejandrina de la negatividad, como lo será para otras cons­
trucciones posteriores. Pero ese obstáculo no lo es al modo fluvial sino más bien
al bachelardiano; no es un obstáculo externo, acarreado por la ‘complejidad’ del
enmarañamiento geométrico, sino interno, incorporado al propio proceso íntimo
de hacer matemáticas. Diofanto, efectivamente, hace su matemática a distancia
d e la griega, gracias a un marco cultural definido nega tiva m en te respecto de ésta,
lo que le perm ite abordar ciertos aspectos de otra manera, que después se cono­
cerá como algebraica. Sin embargo, no puede dejar de construir su matemática
también a p a r tir de la griega, de la que incorpora buena parte de pre-supuestos.
Su nueva técnica puede decirse, parafraseando a Bachelard (1988: 16), que no es
nueva, "hasta es muy vieja, pues tiene la edad de los prejuicios". No en vano los
días en que trabaja Diofanto se han conocido como ‘edad de plata’ (segunda
mitad del s. III y primera del s. IV) de la matemática griega, pues con él y Pappus
se aprecia un cierto renacer del vigor del ideal clásico.
Desde los comienzos de la era cristiana la crisis que afecta al mundo griego
socava también el carácter hegemónico que en matemáticas mantenía el paradigma

2 12
euclídeo. Por las fallas de su quiebra van emergiendo otras tradiciones, unas ajenas
y otras soterradas. Así, la aritmética neopitagórica, con una carga de renovado mis­
ticismo, o las ‘álgebras’ egipcia y mesopotámica, o un cierto grado de simbolismo
abstracto (en un sentido del término ‘abstracto’ distinto del aristotélico, lo que per­
mite a ese simbolismo escapar a la necesidad de verse interpretado en el modelo
euclídeo), o una logística que, recuperada para la especulación teórica por las otras
disciplinas emergentes, se abrirá a la posibilidad de un juego más libre con núm e­
ros y operaciones. Todos estos factores contribuirán positivamente a perfilar el
modo en ^ u e Diofanto construye la negatividad.

IV. 1. L a quiebra del ideal clásico.


De la creencia en la razón a la razón de las creencias
Antes de pasar a considerar los rasgos positivos de este momento, conviene
apreciar los negativos que, como antes apuntamos, resultan no menos esclarecedo-
res. Además, serán estos mismos rasgos, más que los positivos, los que se repro­
duzcan, con asombrosa fidelidad, en esa otra decadencia del renacer griego en las
postrimerías del s. XVI bajo la cual podrá emerger esa otra forma de la negatividad
que es la ‘imaginaria’. Acaso mayor interés que una descripción forzada ad hoc de
la decadencia alejandrina lo tenga la ofrecida por una cualquiera de las muchas his­
torias de la ciencia en este periodo:
"El esfuerzo racionalista que alimenta el pensamiento científico tiene dos ene­
migos perpetuos: la credulidad y el misticismo, más o menos poderosos y peligrosos
según las épocas. Ahora bien, desde el s. III a.C. y, sobre lodo, desde principios de la
Era cristiana, las fuerzas irracionales se despliegan por todo el mundo griego en las
más variadas formas. Mientras el espíritu de investigación metódica se veía amena­
zado por los progresos del escepticismo (...) las cualidades requeridas para llegar al
«saber» [serán ahora] un.corazón puro, una fe ciega y, por lo menos en los animadores
de esas sectas, una imaginación delirante (...). La magia conquistó los medios ilustra­
dos y dejó de esconderse (...), la astrología compitió con la Astronomía, la alquimia
ahogó los balbuceos de la Química, la Botánica degeneró en una farmacología llena
de recetas ridiculas, la Zoología se convirtió en colección de «maravillas» que porfia­
ban en lo fantasioso (...), se percibe un esfuerzo por sustituir las leyes naturales, es
decir, las relaciones constantes entre los fenómenos, por la búsqueda de una «causa»
misteriosa y universal que actúa a distancia y engendra los fenómenos."1
Al margen del evidente anacronismo que supone esgrimir el prestigio actual
de unas disciplinas entonces aún no constituidas (en el sentido que quieren con­
ferirles esas mayúsculas de ‘Q uím ica’, ‘Biología’, etc.), en menoscabo de las que

1 J. Beaujeu, "El fin de la cicncia antigua", pp. 451-452, en R. Talón (1988: II: 451-4). (La cur­
siva es nuestra).

21 3
— sólo en el texto— se le oponen, y prescindiendo del tono de indignación moral
que suele acompañar a quienes ven su fe en la Ciencia"1 sacudida por la fractura
de un cierto tipo de racionalidad, la descripción acierta — convenientemente
invertida— con los rasgos que carácterizan este momento (y que carácterizarán
no menos el declinar del Renacimiento del s. XVI):
a) la irrupción de ‘fuerzas irracionales’, esto es, de otras formas de raciona­
lidad que, presentándose como caóticas para la matriz de racionalidad en quiebra,
permiten pensar desde otros pre-supuestos. Esa ‘causa misteriosa y universal que
actúa a distancia’ que nuestro moderno lamenta ver sustituyendo a ‘las leyes natu­
rales’ será, p.e., la que moverá a Kepler a formular sus tres leyes sobre el movi­
miento de los planetas.
b) el trabajo negativo del ‘escepticismo’, que agudiza las grietas de una
cierta concepción del ‘método’ por las que emergerán nuevas significaciones ima­
ginarias ‘faltas de rigor’, como son las que llevarán a nuevas manipulaciones
numéricas.
c) la ‘ceguera’ ante el sentido único impuesto por el paradigma hasta enton­
ces dominante, que así se abre a otros sentidos obturados (como es el caso del para­
digm a euclídeo, cuyas de-mostraciones descansaban en el sentido aportado por el
de la visión).
d) la emergencia de una ‘imaginación delirante’ que saca a la luz otras posi­
bilidades de construcción simbólica que, en un primer momento, no parecen sino
delirios, como aquel imposible ‘cero’ aristotélico o esa negatividad que Diofanto
no sabrá concebir sino como una forma de ser que consiste en su falta (lefosis) y se
define por oposición al ser (hyparxis).
e) la sustitución del saber razonado por ‘recetas ridiculas’, en las cuales se
cree tan sólo porque funcionan-, argumento sorprendentemente ‘m oderno’ que
parece, p.e., bastar a Diofanto para presentar, por primera vez en Occidente, la
‘regla de los signos’ como una simple ‘receta’ operatoria sin más justificación
‘racional’ que la de su funcionalidad. Pero no puede hablarse de una funcionalidad
pura, pues ¿por qué creía el pensamiento aristotélico-euclídeo en sus formulacio­
nes si no era porque también funcionaban? El caso es que lo que funciona para
unos no funciona para otros2. Pragmáticos y positivistas proyectan-el criterio de
funcionalidad de su particular cultura como regla universal, con lo que los distinto:
modos de conocimiento les resultan clasificados en ‘racionales’, los unos, y, lo¡
otros, en mera colección de ‘recetas ridiculas’.

1 J. Beaujeu, "La ciencia helenística y romana. Visión de conjunto", p. 345, en R. Taton (1988:
II: 333-4). Esta indignación ante la pureza amenazada es la que Mary Douglas (1975) observa como
característica de la actitud ame lo sagrado. Y sagrado es, para la tradición occidental moderna, el pen­
samiento científico.
2 Sobre la carga simbólica que empapa a toda funcionalidad supuestamente neutra, véase M.
Sahlins (188).

214
0 la pérdida de ‘fe en la Ciencia’, es decir, en las creencias profundas que
como hemos visto— soportan determinada manera de hacer ‘ciencia’ y que,
sustituidas por otras o por la simple falla que ellas dejan, alumbrarán lo que más
tarde se tendrán por otras ‘ciencias’, como es el caso del ‘álgebra’.
g) el cuestionamiento de la naturalidad de las tenidas por ‘leyes naturales’,
manifestada en una nueva sensibilidad hacia lo que — desde aquéllas— no puede
dejar de presentarse como ‘maravilloso’, excepcional o prohibido, cuando no
absurdo o erróneo, para la legalidad anterior. El modo ‘tan natural’ con que a Bour-
baki se le presenta el renacimiento (cual ave Fénix de las formas puras) de los pro­
cedimientos algebraicos es de una flagrante anti-naturalidad plagada de errores
para la naturalidad euclídea. Diofanto podría haberse dirigido a Euclides en los
mismos términos que el Diablo de Dante, príncipe del Error, lo haría al papa Sil­
vestre: "Forse tu non pensari ch’io loico fossi”1.
Para las nuevas formas de pensar, la razón griega clásica debió percibirse en
su arbitraria parcialidad de modo muy semejante al que refleja Morris Kline
(1972: 171):
"Los griegos insistieron en la prueba deductiva (...) Sin embargo, ninguna civi­
lización más que la griega concibió la idea de establecer conclusiones exclusiva­
mente por razonamiento deductivo. La decisión de exigir una prueba deductiva es del
todo opuesta a los métodos que la humanidad ha utilizado en cualquier otro ámbito;
es, de hecho, casi irracional, pues no es menos digno de confianza el conocimiento
adquirido por experiencia, inducción, razonamiento por analogía o experimenta­
ción.”
Para este autor, los lím ites de la matemática griega que, con la ruptura de su
cerco cultural, ahora comienzan a verse rebasados, son principalmente (1972:
172 s s .) : a) la imposibilidad de concebir lo irracional como número, cuya con­
secuente distinción entre número y magnitud (álgebra y geometría) llevará siglos
— pese a cierta m anipulación numérica de los irracionales por Arquímedes,
Herón y Ptolom eo— llegar a saber con-fundir; b) la exigencia de constructibili-
dad mediante ‘regla y com pás’ para el establecim iento de la existencia de los
objetos m atemáticos; c) la obsesión por la precisa y exacta determinación de
conceptos y pruebas, que hizo de su mayor virtud un serio defecto para una m ate­
m ática creativa; d) la progresiva complicación en las demostraciones a que lie--
vaba su exigencia de métodos geométricos; e) la impregnación de sus conceptos'
m atemáticos de presupuestos metafísicos, en tanto que no se tenían por construi­
dos sino pre-existentes; y 0 su incomprensión de lo infinitamente grande, aso­
ciado con la ausencia de forma y determinación frente a la delim itación y deter­
minación que tan sólo corresponde a las cosas. No puede sorprender que el

1 "Acaso no hayas tenido en cuenta que yo también soy lógico". Infierno, Canto XXVII, 122-123.

215
desbordam iento de estos lím ites pueda dar paso a alguna concepción de negati-
vidad aunque sí sorprende mas que tampoco Kline, como tantos otros historia­
dores de las matemáticas, se pare en ello.
Que la emergencia de creencias populares y de formas ‘supersticiosas’ de
religiosidad pueda agrietar de tal modo un edificio tan compacto como el de la
matemática griega no puede entenderse desde las habituales explicaciones que pre­
sentan a la razón derrotada por los embites de la ciega irracionalidad. Unas creen­
cias sólo derrotan, por así decirlo, a otras. Y las que soportan la racionalidad griega
muestran ahora ser no menos irracionales que las que vienen a sustituirlas. Acaso
nada lo exprese mejor que las ‘razones’ que Platón presta al joven Protarco para
combatir la sinrazón que Sócrates — por supuesto, como mera conjetura retórica—
le propone a consideración:
"SOCRATES: ¿Creemos nosotros que esto que llaman universo ha sido dejado
al poder de la sinrazón, del azar y del acaecer ciego, o diremos, como nuestros padres
han dicho, que está ordenado y gobernado por un entendimiento y una sabiduría
admirables?
PROTARCO: La primera afirmación es del todo inadmisible y sorprendente,
Sócrates. Me parece una blasfemia. Mientras que la segunda, la de que una mente
ordena todas las cosas, es conforme al aspecto que ofrecen el mundo, el sol, la luna,
los astros y todas las revoluciones celestes; y yo, por mi parte, no me atrevería nunca
a decir ni a pensar de otra manera."1
Para orientar a Protarco, ya de entrada Sócrates plantea la situación de
manera que la ‘hipótesis’ de la sinrazón caiga del lado de la creencia: ‘¿creemos
nosotros que...?’. La hipótesis alternativa no se presenta como una creencia sino
como un ‘hecho’, el ‘hecho’ del orden, que además resulta predicado del logos:
‘¿o diremos, por el contrario...?’. Pero más allá del sospechoso recurso a la retórica
como principio de racionalidad de lo racional, son aún más significativos los tres
tipos de argumentos, que más bien son reacciones primarias, esgrimidos ante la
efím era puesta entre paréntesis de la necesidad del orden y del gobierno: a) reli­
gioso: la hipótesis contraria es una ‘blasfemia’ a cuyo sostenimiento uno ‘no se
atrevería nunca’, pues en ella no cabe ‘ni pensar’; b) de apelación a la tradición y
la costumbre: lo que ‘nuestros padres han dicho’; y c) de sentido común: ‘el
aspecto que ofrecen’ las cosas no deja lugar a la menor duda. Toda la impresio­
nante reflexión sobre el orden cósmico y la razón autónoma que erige la episteme
griega reposa sobre la sinrazón de sus particulares creencias (religión, tradición,
sentido común) no menos que cualquier otra a la que se tache directamente de ‘aza­
rosa, ciega e irracional’. El mismo concepto de cosmos se construye según el par­
ticular modelo de la polis griega: "el cosmein, el organizar la gente de armas, es

1 Filebo, 28c-e. (La cursiva es nuestra).

216
propiamente la actividad del monarca o del general, y el cosm os, el ordenamiento
tanto militar como político", nos recuerda E. Topitsché (1952: IV: 97). La natura­
leza de la naturaleza griega no sólo es la naturaleza del gobierno sino naturaleza
p ara el gobierno: naturaleza gobernable, naturaleza militarizada. Y esta creencia
será la que ahora entre en conflicto con la emergencia de otras creencias latentes.
Las nuevas creencias, aunque sí propiciarán un ambiente cultural que faci­
lite a las m atemáticas liberarse de las exigencias de rigor, método y constructi-
bilidad que levantaron/bloquearon a las clásicas, no serán ciertamente las más
apropiadas para fundamentar, junto a los restos de las éstas, o tra s matemáticas.
La indiscrim inada m anipulación de técnicas egipcias, babilónicas y otras propias
de la logística, a menudo entreveradas de consideraciones aritmológicas y con
frecuencia sentidas como necesitadas de justificación geométrica, distan mucho
de ofrecer la mínima coherencia que parece exigible a un nuevo paradigma. Por
otra parte, el m odo de pensar romano no se inclinaba precisamente, como suele
resaltarse de continuo, hacia el pensamiento especulativo y formal. "Los griegos
— precisaba Cicerón— concedieron al geométra los más altos honores; y de
acuerdo con ello nada hizo más brillantes progresos entre ellos que las matem á­
ticas. Pero nosotros hemos establecido como lím ite de este arte su u tilid a d para
medir y contar."1
Como consecuencia, el status social del matemático y el rango cultural de los
saberes que cultiva se ven profundamente alterados. Con frecuencia el término
m atem atici se aplicaa los astrólogos, reservándose el de ‘geómetras’ para los que
hoy llamaríamos matemáticos (lo que da también una idea de la permanencia sote­
rrada del ideal geométrico). Y mientras que al saber de éstos se le reconoce una
utilidad pública, la astrología de los ‘matemáticos’ fue a menudo prohibida y per­
seguida, como en la época de Diocleciano (245 -316 d.C), junto a las prácticas de
otras sectas como la cristiana. El "Código de matemáticas y escritos nocivos" se
seguirá aplicando, como señala Klein, durante la Edad Media. Y también análoga
asociación de las matemáticas con los saberes ocultos y peligrosos se reproducirá
durante el Renacimiento.
La ambigüedad, tanto social y cultural como técnica, del nuevo hacer mate­
mático se presta a toda suerte de anacronismos en la valoración, e incluso en la lec­
tura, que desde la actualidad suele hacerse de las obras matemáticas de esta época.
Con el Ptolomeo del Tetrabiblos emerge en toda su pujanza esa otra matemática de
origen mesopotámico que, al parecer, se había mantenido tan impermeable a las
especulaciones geométricas de la Grecia clásica como ésta lo fue respecto a ella.
Una matemática que, sin embargo, debió mantener gran influencia popular en el
mundo helenístico, aunque de ella sólo tardíamente incorporarán ciertos rasgos
algunos autores creativos, como Nicómaco de Gerasa (fl. ca. 100 d.C.), Herón de
Alejandría (fl. ca. 100 d.C.), Ptolomeo (fl. ca. 140 d.C.) y Diofanto (fl. ca. 250

1 Citado por M. Klinc (1972: 179). (La cursiva es nuestra).

217
d.C.?). Una matemática por la que los historiadores modernos — como Boyer
(1968: 190)— expresan el mismo desdén que hubieran manifestado los clásicos:
"El Tetrabiblos de Ptolomco difiere del Almagesto no sólo como la astrologfa
difiere de la astronomía, sino que cada una de ambas obras utiliza diferentes tipos de
matemáticas. El segundo es un trabajo sólido y sofisticado, que hace un buen uso de
la geometría sintética griega; el primero es típico de la seudociencia del momento,
por su adopción de los recursos de la primitiva aritmética babilónica. A partir de las
obras clásicas de Euclides, Arquímedes y Apolonio, uno puede sacar la impresión de
que la matemática griega estaba exclusivamente ocupada con los más altos grados
del razonamiento lógico y geométrico; pero el Tetrabiblos de Ptolomeo sugiere que
el populacho (populace) en general estaba más afectado por el cálculo aritmético que
por el pensamiento racional."
La cita tiene un especial interés pues en ella aparece implícita una doble dis­
tinción que se repite con frecuencia y, en especial, en momentos en los que un rela­
jam iento en el rigor del ideal matemático — y cultural, en general— deja aflorar
nuevos enfoques desde los que cabe pensar algún modo de negatividad. En primer
lugar, la distinción entre una ‘auténtica matemática’, ‘sólida’ y ‘sofisticada’, que
se asocia con el ‘pensamiento racional’, y una ‘m atemática vulgar’ que indefecti­
blemente cae del lado de las ‘seudociencias’, que es — por oposición al anterior—
el de la irracionalidad. Si el sujeto de la primera matemática son los nombres pro­
pios (‘Euclides, Arquímedes, Apolonio’), que suelen merecer un tratamiento más
o menos heroico, el de la segunda es anónimo, ese saber popular al que se hace
referencia un tanto despectivamente (populace) y que, sin embargo, tanto en Occi­
dente como en Oriente, suele estar en la base de las consideraciones sobre la nega­
tividad matemática. Así, en los cuadrados mágicos chinos o en la forma popular de
contar con palillos, instrumentos populares ambos con los que veíamos se constru­
yen diferentes negatividades en China. O bien, esas otras primeras emergencias de
la negatividad en la Europa medieval1, que se encuentran en el Triparty (1484) de
Nicolás Chuquet3 y en el tratado de aritmética de Jean Widman d ’Eger (1489). El
reciente hallazgo de una "Aritmética" medieval en lengua provenzal3, escrita en
tomo al año 1430, no sólo retrotrae la fecha de esa primera emergencia sino que
acentúa su sustrato popular, tanto por la lengua en que se dice como por su propó­
sito y contenido (cálculos comerciales).
La otra distinción que se hace en el texto citado está íntimamente ligada a la
anterior; si algún nombre propio — como el de Ptolomeo— se contamina de mate­
mática ‘vulgar’ o de ‘seudociencias’ alejadas del ‘pensamiento racional’, conviene
entonces establecer una escisión esquizoide que, como la operada entre el Tetrabi­
blos y el Almagesto, corta limpiamente entre unas obras y otras o entre unos auto­

1 Aunque su empleo no será sistemático hasla la Arilhmetica integra de Slifcl, de 1544.


2 Véase, p.e., G. Flegg (ed.) (1985).
3 Véase J. Sesiano (1984).

218
res y otros, para decantar de un lado todo el ‘delirio’ y del otro toda la ‘racionali­
dad’. Es cierto que determinadas épocas, en su conjunto, presentan efectivamente
síntomas esquizoides, como consecuencia del derrumbamiento de un ‘ideal del
saber’ y la irrupción de otros saberes no sabidos. Pero lo que procede en tales casos
es aplicar el ‘criterio de sim etría’ de una sociología fuerte y rastrear — en un
mismo autor, en una misma obra, en una misma construcción singular — tanto los
delirios a que se aferran los restos del ideal racional truncado (los del Almagesto,
por seguir con el ejemplo) como las razones de los nuevos saberes que emergen
como delirantes (como el Tetrabiblos), en lugar de escindir en dos a un mismo
autor y aplicarle a cada una de las mitades un análisis diferente. .
No otra cosa que delirio se les antojaría a Euclides o Apolonio la pregunta de
Herón de Alejandría por las magnitudes del diám etro, el perímetro y el área de un
círculo, conociendo la ‘sum a’ de las tres. Como observa el propio Boyer (1968:
191), "el axioma de Eudoxo hubiera excluido un problema tal de la consideración
teórica, pues las tres magnitudes son de distintas dimensiones, pero desde un punto
numérico acrítico el problema tiene sentido." Paradójicamente, la otra cara del
delirio es la ampliación del ámbito del sentido, donde un pensamiento ‘acrítico’ (o
más libre de la presión del ‘ideal del saber’, mirado desde esa otra cara) desata nue­
vos sentidos, como serán en este caso los que permitan ir construyendo una ‘razón
algebraica’ en oposición a la que, para Kline, había llegado a ser ‘sinrazón geomé­
trica’. Ese sacudirse un sentido común que, como la geometría, ataba opresiva­
mente a la tierra encuentra su expresión en el mismo Ptolomeo:
"Cuando trazo a mi gusto las tortuosas idas y venidas de los cuerpos celestes,
ya no toco la tierra con mis pies: estoy en presencia del mismísimo Zeus y me harto
de ambrosía, alimento de los dioses."1
El arrebato extático que experimenta Ptolomeo al perder contacto con la tie­
rra, poniéndose a trazar ‘a su gusto’ las revoluciones celestes, es una precisa metá­
fora de la pérdida de la primacía geométrica, de la liberación de la sujeción a la
forma/imagen como criterio de racionalidad. Herón, Nicómaco y Diofanto irán
perfilando — pese a sus diferencias— esa autonomía del campo numérico, ya
apuntada en ciertos rasgos de Arquímedes y Apolonio. Para Kline (1972: 144),
esta "emergencia de una aritmética y de un álgebra independientes, sin ninguna
estructura lógica propia, plantea lo que ha llegado a ser uno de los grandes proble­
mas de la historia de las matemáticas".
La aritmética, paradójicamente, al tiempo que se entrega a una especulación
metafísica desenfrenada, irá salvando el foso que la separaba del mero cálculo
utilitario, o logística, con lo que se irá sustrayendo de su servidumbre a las m ag­
nitudes geométricas y encontrando un cierto sentido en sí misma. La indagación
sobre las posibilidades operatorias abiertas en ese campo numérico emancipado

1 Citado por C.B. Boycr (1968), p. 176, aunque con una intención bien distinta.

219
[emancipado del ideal griego, pero arraigado en un imaginario mestizo (egipcio,
mesopotámico, cristiano...)] irá constituyendo lo que — sólo retrospectiva­
mente— podrá llamarse un álgebra. El precio que habrá de pagar será el aban­
dono del afán demostrativo a partir de axiomas, definiciones rigurosas y ‘nocio­
nes comunes’, aunque, por otro lado, con ellos podrá abandonar también los pre­
supuestos en los que, como hemos analizado, éstos se fundaban. En consecuen­
cia, habrá de guiarse tan sólo por una heurística aparentemente infundada y des­
concertante, que realmente lo será en cuanto pérdida de los fundamentos en que
se apoya la matemática clásica y falta de concertación de los conceptos y proce­
dimientos que ésta había llegado a concertar con tanta coherencia. Así, Herón
resuelve problemas de enunciado geométrico por métodos exclusivamente numé­
ricos, sin aportar la menor prueba y limitándose a narrar los pasos que va
siguiendo, que era el procedimiento ‘de recetas’ habitual entre egipcios y babilo­
nios; ya vimos cómo, p,e., no tiene el menor inconveniente en sumar longitudes
y áreas, por más que ello carezca de sentido.
La ruptura del paradigma euclídeo se manifiesta en el pitagórico Nicómaco de
Gerasa en una dirección bien distinta. Éste, a diferencia de Herón, no muestra el
menor interés por las aplicaciones prácticas. Nicómaco en ningún momento visua­
liza los números como extensión, designándolos mediante palabras en lugar de los
pares de letras (del tipo AB, CD, etc.) con que se habían venido denominando los
segmentos correspondientes. En su Introductio aritmeticae mantendrá que la serie
numérica empieza con el tres, excluyendo de ella al uno y al dos, que tienen funcio­
nes generadoras y, por lo tanto, pertenecen a un orden de realidad diferente. Su
‘regresión’ a la aritmética supone una clara alternativa al método axiomático-deduc-
tivo, que había alcanzado su expresión más acabada y su función ejemplar en la geo­
metría euclídea. La ‘naturalidad’ que había llegado a adquirir ésta la reclama ahora
Nicómaco para la aritmética, para lo cual no duda en situarla en un origen que, al
tiempo que garantiza su independencia, le confiere toda una capacidad generadora
de las demás ciencias, a las que aporta universalidad y fundamento:
"...no sólo porque hayamos dicho que existe antes que todas las otras en la
mente del Dios creador, como plan universal y ejemplar, en función de cuyo esquema
y ejemplo arquctfpico el creador del universo ordena sus creaciones materiales y las
hace alcanzar sus propios fines; sino también porque es naturalmente anterior en
nacimiento . . . " 1
En este contexto de quiebra del paradigma dominante, no sólo en muchos de
sus aspectos fundamentales sino también en su mismo carácter fundamentador y
ejemplar, es en el que puede constatarse la primera emergencia explícita de la
negatividad en el seno de una tradición griega que seguirá alimentando, no obs­
tante, toda la matemática occidental durante siglos.

1 Citado por M. Klinc (1972: 137). (La cursiva es nuestra).

2 20
JV.2. Diofanto ‘el oscuro’ y la crispación de los modernos
Contra ese fondo de mestizaje de imaginarios colectivos, la misma persona­
lidad de Diofanto se difumina en un mar de imprecisiones históricas. Apenas sabe­
mos nada de su vida ni del tiempo en que trancurrió. Según un epigrama de \z Anto­
logía Palatina atribuido a Metrodoro de Bizancio, contemporáneo de Constantino
el Grande, sobre la tumba de Diofanto se habría grabado el enunciado de un pro­
blema aritmético en cuya solución quedaba cifrada la duración de su vida: 84 años.
Pero ese lapso de tiempo es el que ya no se sabe dónde situar. Paul ver Eeke (1959),
primer traductor moderno de los seis libros de su Arithmetica al francés, lo precisa
entre finales del s. II a.C. y la mitad del s. IV d.C., lo que deja un margen de casi
cinco siglos en los que podría haber vivido. A esta imprecisión se añade la provo­
cada por haber sido confundido repetidamente con otros autores por distintos estu­
diosos: por Ramus con el autor de las Harmónicas (s. II d.C.), por Bachet de Méri-
ziac con un astrónomo de tiempos de Nerón (s. I d.C.), por M ontucla con un sofista
del s. IV d.C.... Tannery se decide a conjeturar el tiempo de su florecimiento a
mediados del s. II d.C. y actualmente se viene situando en torno al s. III d.C.
La confusión en torno a la época en que vivió y a su propia identidad se pro­
longa en la que rodea a su obra. De los trece libros que anuncia en su ‘Prefacio’ al
libro I de la Arihmetica sólo nos han llegado seis, y la pérdida de los otros siete ha
dado lugar a toda suerte de especulaciones sobre su orden original y su posible
contenido. Y aun esos sólo seis libros conocidos han sido estudiados y han ejercido
su influencia en diferentes versiones mas o menos apócrifas. No ha sido hasta prin­
cipios de este siglo cuando se ha encontrado en la biblioteca de El Escorial un
manuscrito griego, anotado por Pselus, que al parecer reproduciría el texto aún no
alterado de Diofanto (P. Tannery, 1912-24). Y aún hace tan sólo unos años Rosdhi
Rashed (1974, 1975) encontró otros cuatro libros de la Arithmetica, en una traduc­
ción árabe del s. IX, cuya versión en griego se ha perdido. Así, de los trece libros
que Diofanto anuncia en su ‘-Prefacio’ al Libro I, se conocen actualmente diez: seis
en griego [que son los traducidos sucesivamente desde Xilander (1575) y Bachet
de M éziriac (1621) hasta las versiones modernas de Paul Tannery (1893-1895), al
latín, o de Paul ver Eecke (1959), al francés] y otros cuatro en árabe [que son los
recientemente traducidos al francés por Rashed (1984)]. Estos cuatro pertenecen a
una traducción que habría incluido siete libros — de los que los tres primeros, tam­
bién perdidos, coincidirían con los tres primeros de la versión griega— y habrían
de situarse, en el proyecto original de Diofanto, como los que ocupan los lugares
del IV al VII, lo que obligaría a renumerar los seis libros de las habituales versiones
griegas o a partir del griego1.

1 En la medida en que aquí queremos centramos en un análisis lo más íntimo posible de la obra
de Diofanto, en el contexto y lengua en que se construyó originalmente, nos ceñiremos —salvo indi­
cación expresa en contrario— a los libros y a la numeración de las versiones hechas a partir de los lexios
griegos conservados, y en especial a las traducciones críticas de P. Ver Eecke (1959) y T. Hcath (1910).

221
La edición de Rashed incluye unas introducciones en las que se proponen dos
lecturas modernas de Diofanto. La primera, en clave de álgebra elemental, es la
habitual en los fragmentos que las historias más o menos generales de las matemá­
ticas dedican a este autor, y fué la predominante desde finales del s. XVI hasta prin­
cipios del s. XX (hasta el punto de que el cuerpo mismo de la traducción canónica
de Tannery vierte en símbolos algebraicos numerosas expresiones literales grie­
gas). La segunda lectura, en clave de la posterior geometría algebraica, "saca a la
luz, tras la aparente diversidad de los problemas, de las soluciones y de los proce­
dimientos, a menudo denunciada por los historiadores, el bien restringido número
de hecho de los métodos empleados"1. Efectivamente, una lectura de este tipo
habría evitado no pocas desazones entre los lectores posteriores de la A rithm etica
(desazones que, por lo demás, y como veremos, no dejan también de resultar harto
significativas). Pero el 'método oculto’ que así queda revelado, tan oculto que el
propio Diofanto hubiera sido el último en poder sospechar su existencia, incapacita
de raíz cualquier otro intento de comprensión de la obra, escrita en el momento, en
la coyuntura cultural, en el lenguaje y en las matemáticas en que de hecho se escri­
bió. Este ‘de hecho’ y el ‘de hecho’ recién citado de Rashed se excluyen mutua­
mente. También — y acaso de manera muy especial— los ‘hechos’ matemáticos
son constructos, y en particular, constructos de la teoría en que se encajan. Lo cual
no pasa desapercibido al célebre arabista, quien advierte que tanto una interpreta­
ción como la otra — la algebraica y la algebraico-geométrica— son por igual extra­
ñ a s a Diofanto, al que sólo podemos encontrar en su propia obra.
Tanto una como otra, como — en una apreciación más fina— todas las versio­
nes de una supuesta obra ‘original’ que de hecho no pasa de ser el soporte imagi­
nario de versiones de versiones, son fieles muestras de las que Michel Serres
(1974) llama anam nesis matemáticas, las cuales facilitan el conocimiento (en el
momento de su re-construcción) en la precisa medida en que lo impiden (en el
momento de su construcción). El dilema insoslayable que, desde esta perspectiva,
debe afrontar cualquier hermenéutica de la A rithm etica se enfrenta al dilema que
Serres formulaba como ‘principio de indeterminación de la historia de las matemá­
ticas’: cada una de las relecturas de un concepto, un método o un texto matemático
encierra su verdad, o más concretamente, "o bien conozco la posición del concepto
e ignoro su velocidad, su movimiento propio — que es su vericidad— , o bien
conozco su velocidad e ignoro su posición". En la medida en que efectivamente no
quepa una tercera posibilidad, aquí hemos optado decididamente por la primera
forma de conocimiento, aún sabiendo que tiene por som bra una cierta forma de
ignorancia.
En el segundo modo de acercamiento, cabe sin embargo distinguir dos movi­
mientos: uno, a partir de la(s) posteridad(es) de Diofanto y, el otro, partiendo de
la(s) tradición(es) que le alimentan. El primer movimiento lee la A rithm etica desde
cualesquiera de las reconstrucciones posteriores, de modo retroactivo y externo, en

1 R. Rashed (1984), t. III, p. VII. (La cursiva es nuestra.)

22 2
términos del lenguaje algebraico vigente en cada uno de esos momentos; esta lec­
tura, que es la habitual, es sin duda ajena por completo a Diofanto, y si aquí hemos
cedido a ella en ciertos momentos — por no hacer su lectura en exceso farragosa—
no lo hemos hecho sin continuas prevenciones y advertencias (comillas, cursivas,
etc.). El otro movimiento, por el contrario, lee a Diofanto desde los discursos ante­
riores que confluyen en él, es decir, desde aquellos discursos con los que él mismo
ha construido sus métodos y conceptos, por lo que su consideración no sólo no
impide conocer la posición de esos métodos y conceptos sino que viene reclamada
desde el interipr mismo de éstos, que se han constituido como precipitado de ese
movimiento. Por esta razón, tanto la ‘posición’ como este segundo tipo de ‘movi­
miento’ serán los ejes, y los instrumentos, sobre los que descanse nuestra lectura.
Ese doble palimpsesto (histórico y epistemológico) en que así se ha conver­
tido la Arithmetica dificulta un análisis preciso de cuál hubiera podido ser su con­
cepción de la negatividad: no ya sólo por cómo pudiera haberse tratado en los pro­
blemas de los libros perdidos, sino por los propios términos que resultan
seleccionados (en las diferentes versiones conservadas) para nombrarla o nombrar,
en su caso, su imposibilidad. Pero ese mismo palimpsesto también ofrece un
inapreciable material para entender cómo la han reinterpretado épocas sucesivas a
través de sus respectivos traductores, a los que nos referiremos más adelante.
La obra de Diofanto parece ser difícil de juzgar despasionadamente. Entre los
historiadores de la matemática suele suscitar las mas encontradas reacciones:
desde la admiración a la irritación, pasando por el olvido o por interpretaciones
contrapuestas. Las diferencias en la valoración de sus técnicas pueden, por tanto,
ser casi tan significativas como el estudio directo de esas técnicas. Hankel (1874;
158), por ejemplo le considera el ‘padre del álgebra’, expresión que después se
hará tópica, lo cual no impide que la lectura de su obra parezca dejarle al borde de
un ataque nervios:
"Más aún que los problemas, las soluciones [de Diofanto] son de tipos extre­
madamente variados: es del todo imposible hacer un catálogo siquiera aproximativo
de los rodeos que van adoptando. En el autor no hay ninguna traza del menor m étodo
general: para cada cuestión recurre a un método especial que, con frecuencia, ni
siquiera servirá para el problema más"próximo (...) Ño tiene la calma ni la concen­
tración necesarias para entrar en el corazón de un sólo problema importante; y así el
lector pasa de un problema a otro con una p risa feb ril, como si estuviera ante una
serie de adivinanzas de las que nunca consigue sacar autén tico p la c e r (...) Sus pro­
blemas no parecen con struidos p a ra o b ed ecer a ninguna n ecesida d científica sino
tan sólo para poder encontrar la solución, que, por tanto, se nos muestra fra g m en ta ­
ria y superficial

La crispación en que queda sumido el historiador ante una obra agónica como
ésta, una obra que lucha entre lo que quiere decir y el cómo se ve obligada a

1 Citado por T. Heath (1964: 54). (Las cursivas son nuestras.)

223
decirlo, dice mucho de lo que su recepción significa para un espíritu clásico y
metódico. El ‘auténtico placer’ que éste suele encontrar en el sosiego proporcio­
nado por la sujeción a la autoridad de un ‘método general’,.afianzado durante
siglos, salta ‘febrilmente’ en pedazos ante la continua decisión (krisis) que supone
tener que atacar cada problema mediante un ‘método especial’, ante unos juegos
de ‘adivinanzas’ que tanto se apartan de la ‘vía regia’ de la geometría, ante ese otro
extraño placer que parece encontrar Diofanto en ‘no obedecer a ninguna necesidad
científica’ y no atenerse sino al capricho de convenciones ad hoc, huérfanas de
toda fundamentación geométrica o, cuando menos, metódica. Respecto de la tra­
dición, por fuerza sus soluciones han de parecer irritantemente ‘fragmentarias y
superficiales’. Como apunta Bloor (1976: 131), "lo que expresa Hankel es la
prueba fenomenológica de que la obra de Diofanto da testimonio de un pensa­
miento matemático bien diferente del nuestro, tan diferente como puedan parecer-
nos la moral o la religión de otra cultura". De hecho, su ausencia de método no
puede dejar de recordar a las matemáticas wasan japonesas, para las que la gracia
no está tanto en resolver un problema como en hacerlo sin recurrir a ningún
método general. Respecto de esa gracia, que sólo se manifiesta en lo efímero y sin­
gular, el método es una desgracia. No en vano matemáticas como las wasan se han
tenido mas (S. Nakayama, 1981) por una obra de arte (como el waka, el haiku, o
la ceremonia del te) que por un trabajo ‘serio’.
Para Morris Kline (1972: 143), uno de los historiadores de las matemáticas
más sensible a las diferencias y a las fracturas, también en Diofanto la "variedad
de métodos para los distintos problemas deslumbra más que deleita". Parece que
el alejandrino encuentra más placer en considerar en cada problema lo que tiene de
singular e irreductible, al estilo wasan, que en indagar carácterísticas comunes y
arbitrar un método aplicable a cuantos pudieran pertenecer a una misma categoría.
La "variedad de ardides y artificios que emplea en los diferentes problemas" es tan
grande que Heath (1981: II: 462) casi no encuentra otro modo de dar cuenta del
método de Diofanto que reproducir la totalidad de su obra. En ocasiones, no parece
habérselas uno con un matemático sin método sino decididamente antimetódico.
Y esta especie de vocación caótica, de placer en el artificio por el artificio, de pre­
ferencia de lo adjetivo frente a lo sustantivo, del ardid sobre el sistema, de la receta
heurística sobre la fundamentación razonada, parece acompañar tanto, en general,
a los momentos de quiebra de un paradigma matemático y cultural dominante
como, en particular, a las diferentes emergencias de la negatividad. Todos éstos son
rasgos que, efectivamente, volverán a carácterizar la emergencia de los ‘números
im aginarios’ en la quiebra manierista del Renacimiento italiano.
El Diofanto de M ontucla, por el contrario, no es tanto un pensador descon-
certantemente original (aunque, según este pionero en la historia de las matemá­
ticas, no conozcamos otra obra semejante a la suya) cuanto un exponente del
modo de pensar de toda una época: "no nos es posible determ inar si Diofanto fue
el inventor del álgebra", observa con precaución, pero "a partir de su obra pode­
mos hacernos una idea de lo que el álgebra pudo haber sido en época de Diofanto'
(1 9 6 8 :1: 315). También Nesselman (1842: 248 ss.), Tannery (1912-24: III: 158 y

224
357) y Heath (1964: 111 ss.) ponen en duda la excepcionalidad de su obra, pese
a que no haya llegado hasta nosotros otra parangon&ble. Klein (1968: 126), por
su parte, distingue entre el material y la form a utilizados por Diofanto, en un sen­
tido próximo al de la tensión entre los contenidos y su expresión a que hacíamos
referencia: su material puede rastrearse en el Epanthema de Tymaridas de Paros,
en Platón, en el scholium al Charmides, en los epigramas ‘aritm éticos’ de la
"Antología Palatina" o en la obra de Herón, si bien de su form a no nos consta nin­
gún documento anterior a él.
Efectivamente, tanto sus predecesores, como Nicómaco de Gerasa, como aun
muchos matemáticos posteriores, como Jámblico, enuncian sus problemas de un
modo concreto, a menudo al estilo de las narraciones mitológicas típicas de los epi­
gramas de la "Antología Palatina". El modo de presentación de los problemas
típico de Diofanto, en desnudos términos numéricos y de forma abstracta, es insó­
lito en su tiempo, hasta el punto de que suele dudarse de la correcta atribución de
las escasas excepciones (como el último problema del libro IV) que se acercan a
un modo de enunciación más tradicional. Por ello, su manera de hacer matemáticas
es de un singular interés para un estudio concreto de cómo afecta al trabajo mate­
mático la quiebra de un paradigma de racionalidad y de cómo operan los obstácu­
los que ese paradigma, no obstante, ofrece a la emergencia de nuevas formulacio­
nes, de las que nosotros atenderemos en especial las que afectan a la negatividad.

IV. 3. U na Babel m atem ática. ¿Nuevos límites p ara el núm ero?


En Diofanto y su época convergen tradiciones bien dispares, cuando no anta­
gónicas, cuyas influencias respectivas en el autor de la Arihmetica enfatizan de
modo bien diferente los distintos estudiosos. La infuencia babilónica está presente
por doquier, como en el tratamiento numérico — y no geométrico— de casi todos
sus problemas o en la manera de resolver las ‘ecuaciones’ de segundo grado, con
una o dos ‘incógnitas’, cuya solución Euclides construyera al modo geométrico en
el Libro II de sus "Elementos". Esta influencia ha sido destacada hasta el punto de
que J. D. Swift (1956) tiene a Diofanto por el "el más puro exponente del álgebra
babilónica . También Neugebáuer (1969: 146 ss.) le considera el último vástago
de una tradición ‘algebraica’ babilónica que, con los árabes, incorporará tanto
influencias griegas como orientales. Desde esta perspectiva, no cabe decir decir
ciertamente, como a menudo se repite, que Diofanto sea ‘el padre del álgebra’.
Boyer (1968:20), sin embargo, destaca su distancia tanto respecto de la mate­
mática clásica griega como de la babilónica, de la que a su juicio difiere en dos ras­
gos fundamentales: a) Diofanto busca soluciones exactas para los 150 problemas
de su Arithmetica allí donde los babilonios se conformaban con soluciones aproxi­
madas (en verdad, el mismo Diofanto anuncia resolver algún problema, como el
V.9, porparisótes o ‘aproxim ación’); y b) su concepción ‘abstracta’ (aunque mejor
diríamos, y tampoco sin reservas, formal o no-referencial) del número, que supera
tanto las exigencias de dimensionalidad sensible de la matemática euclídea (p.e.,

225
al sumar o restar el área y los lados de un triángulo, o al considerar hasta la sexta
potencia de la incógnita) pero supera también el requerimiento de ‘ser medida de’
(grano, monedas o extensión de terreno) a las que se somete el número babilónico
(aunque también aquí cabe una excepción, la del problema V.30 referido a las can­
tidades de vino de distintas clases empleadas en una mezcla).
Otra tradición presente en la matemática de la época de Diofanto es la egipcia.
Su manipulación de las fracciones unitarias o el recurso a las técnicas hau (‘amon­
tonamiento’) de cálculo, que Cantor (1880-1908:1:446,74 ss.)pone de relieve, así
lo atestigua. Miguel Psellus, en el s. XI, se refiere a su método como el ‘método
egipcio’, calificación al parecer habitual en la escolástica. A pesar de las influen­
cias que puedan haber ejercido estas tradiciones, tan apartadas de las griegas, no
parece haberse hecho, sin embargo, bastante hincapié en una determinación fun­
damental que no puede dejar de filtrar cualquier innovación, sea conceptual o téc­
nica: pese a todas sus heterodoxias formales y pese a esa cierta desvinculación de
la lengua natural que se manifiesta en el empleo de ‘símbolos’, tanto ese lenguaje
primario que es el sistema de numeración, como el lenguaje técnico en que se
hacen sus matemáticas, como el lenguaje ordinario en que se dicen, son los tres
griegos; lo cual resultará decisivo para su consideración de la negativiclad.
Su relación con la tradición geométrica griega no es menos compleja, aun­
que sólo sea por las razones lingüísticas apuntadas. Por un lado, su expresión en
la misma lengua en que Euclides y Aristóteles habían pulido muchos de sus tér­
minos carga semánticamente alguno de los conceptos claves de Diofanto. Por
otro, la ya posible concepción de otros objetos teóricos y de otros procedimientos
deductivos, debida a la incidencia de otras epistemes, habrán de decirse en él con
aquellas palabras pero ahora cargadas de un sentido y una intención diferentes.
Con todo, la falta de una integración coherente de los distintos caminos que con­
vergen/divergen en esta encrucijada cultural salpica la Arithmetica de casi tantas
excepciones, cuando no contradicciones, como conclusiones puedan irse estable­
ciendo, como hemos visto que ocurría, p.e., con los rasgos diferenciales que con­
cluía Boyer.
Así, las potencias de las cantidades desconocidas toman su nombre de las
figuras geométricas ‘correspondientes’ en el ‘álgebra geométrica’: ‘x2’ se repre­
senta por Ar y le llama ‘cuadrado’ (dynamis), ‘x3’ por Kv y le llama ‘cubo’ (kybos)
... pero la serie sigue más allá de toda intuición espacial, y para denominar a las
irrepresentables potencias siguientes se ve obligado a construir una serie de neo­
logismos que no pueden, sin embargo, evitar una connotación espacial ya sin sen­
tido: ‘x4’ se representará por Av A y le llama ‘cuadrado-cuadrado’ (dynamo-
dynamis), ‘x5’ por AKV y le llama ‘cuadrado-cubo’ y, por último, ‘x6’ por K Kv y
le llama ‘cubo-cubo’. La intuición espacial sensible, que había limitado a tres el
número de las ‘potencias’ en la tradición clásica, se ve así rebasada, pero sigue
latente en el lenguaje y en ciertos presupuestos que éste soporta tanto como
expresa. C on frecuencia las cuestiones de lenguaje más que sólo cuestiones de len­
guaje son nada menos que cuestiones de lenguaje, y la pervivencia en él de ciertos
términos, hábitos o estructuras refuerza ciertos pre-conceptos con tanto mayor

226
vigor cuanto más latentes se mantengan1. Desde esta perspectiva, nada más enga­
ñoso, por simple en exceso, que esa habitual consideración de la obra de Diofanto
como el primer ejemplo de un ‘álgebra sincopada’ que, mediante la progresiva
construcción de ciertas abreviaturas y ‘símbolos’, iría permitiendo el tránsito sose­
gado y sin fracturas entre un ‘álgebra retórica’, que todavía sólo usa palabras para
expresarse (como la de Herón o la babilónica), y un ‘álgebra simbólica’ o estadio
final del álgebra, que ya no precisa del lenguaje común, pues sus ‘sím bolos’ nada
simbolizan.
No debe olvidarse que, en época de Diofanto (como tampoco en los siglos
sucesivos, ni seguramente en ningún caso), no cabe hablar de una decadencia lineal
del modo de pensar geométrico al que iría sustituyendo una progresiva implanta­
ción del que Ortega (1979: 45) llama ‘modo de pensar algebraico’. Para una atenta
mirada arqueológica, éste parece un momento especialmente habitado por fractu­
ras, solapamientos, rupturas locales, pervivencias de viejos significados bajo nue­
vas formas de enunciación pero también emergencias de nuevos sentidos bajo for­
mas de expresión ya gastadas; unos sentidos que así se muestran — a los ojos
modernos no menos que a los clásicos— caóticos, fragmentarios, inconexos, sin
saber dar razón de sí mismos o encontrándola en la propia funcionalidad ciega de
las operaciones en tom o a las cuáles se anudan.
De la plena vigencia del más puro espíritu de Euclides y Apolonio, en el pre­
ciso momento en que Diofanto está transgrediendo alguno de sus supuestos funda­
mentales, da testimonio la obra de Pappus, que compone su Synagoge a finales del
s. III d.C. En ella volvemos a encontrar intacto todo el rigor lógico y geométrico
que adornó a los clásicos, distinguiendo con precisión tan sólo entre problemas
‘planos’, ‘sólidos’ y ‘lineales’, resolubles los primeros con sólo rectas y circunfe­
rencias, los segundos mediante secciones cónicas y los últimos por medio de otros
tipos de curvas. Pero ahora el clasicismo de Pappus se ve obligado a sacar a la luz
alguno de sus postulados latentes, mostrando así su otra cara en la condena que
debe hacer de las extra-vagancias de un Herón o un Diofanto: "nada hay que esté
contenido en más de tres dimensiones", aunque "algunos hombres algo anteriores
a nosotros se han permitido interpretar cosas así, que no significan absolutamente
nada comprensible, hablando del producto del contenido de tales y tales líneas por
el cuadrado de éstas o el contenido de aquéllas"2.
Por otra parte, la antigua distinción entre logística y aritmética parece haber
quedado ya abandonada, aunque su fusión diste mucho de haberse articulado en
tom o a una teoría coherente. Por un lado, consideraciones impensables para la
‘ciencia del numero en sí’, como el tratamiento de la unidad o de las fracciones
como números, se incorporan en ocasiones a la especulación aritmética. E inver-

1 Asf, para Diofanto, la primera potencia de un número se seguirá diciendo como 'lado de un
cuadrado' (pleura loü iclrasonfíit), lo que hará de la concepción de ‘raíz cuadrada’ que de ahf se sigue
un obstáculo — como veremos— insalvable, aún desde el eclecticismo diofántico, para cualquier per­
cepción de la negalividael imaginaria.
2 Citado por C. Boyer (1968: 209). (La cursiva es nuestra.)

227
sámente, las reglas prácticas y las tablas de ejercicios útiles , comunes en la logís­
tica, habían abandonado poco a poco su carácter concreto, hasta el punto de que,
según P. V erEeke (1959: XVII), "en la época de Diofanto, el cálculo había adqui­
rido ya una forma abstracta de la que surgía una aritmética lo bastante diferente
como para póder calificarla de ‘logística nueva’ o ‘álgebra de los griegos’". Incluso
es probable que, al calor de la pujante efervescencia religiosa, a esa fusión se aña­
diera también una cierta motivación aritmológica que, si bien en ningún momento
se hace explícita en Diofanto, sí lleva a algunos estudiosos (K. Vogel, 1981: 116)
a preguntarse si entre sus objetivos no se contaría el "investigar las propiedades de
los números y explorar los misterios que han brotado a su alrededor".
A las influencias de las tradiciones egipcia, babilónica, logística y aritmética
que suelen aducirse como explicación del concepto ‘abstracto’ de número en Dio­
fanto, Tannery (1912-24: II: 535-7) antepone el influjo del modo de pensar cris­
tiano, apoyado en la conjetura de que el Dionisio al que se dedica la Arithmetica
es el San Dionisio que fue obispo de Alejandría. Según este autor, ese Diofanto
cristiano habría tratado de desnudar el modo de enunciación verbal que, en tomo
a mitologías paganas, era habitual en los problemas de cálculo, reconvirtiéndolo
en formulaciones ‘abstractas’.
Frente a todo ello, y pese a que el enunciado y el tratamiento de todos los pro­
blemas es exclusivamente numérico1, Klein, por su parte, considera que la incor­
poración de procedimientos ‘algebraicos’ es en Diofanto tan sólo aparente y super­
ficial, por lo que su obra se inscribiría cabalmente en aquella tradición griega que
ya se había propuesto, desde Platón, la elaboración de una ‘logística teórica’. Su
excelente análisis de la Arihmetica se orienta, en consecuencia, a "comprenderla
de la única manera en que parecería comprensible para los griegos" (1968: 127),
con lo que las tensiones internas que atraviesan esa obra se van atribuyendo, no a
la encrucijada cultural en que se escribe, sino a las diferencias entre los presupues­
tos de las tradiciones logística, platónica, aristotélica y neoplatónica, todas ellas
deudoras de una sola ascendencia griega.
Esa encrucijada de sentidos, no menos fragmentarios y contrapuestos que sus
valoraciones actuales, arranca ya en Diofanto de su misma concepción del ámbito
de lo numérico. En el ‘Prefacio’ a su Arithmetica sienta una definición de número
que reproduce casi literalmente la definición VII.2 de Euclides. Según ésta, "el
número es una pluralidad de unidades"; y para Diofanto: "Como sabes, entre otras
cosas, que los números (arithmoi) están formados por una cierta cantidad de uni­
dades..." En el mismo sentido de número concebido como multitud de unidades
apuntaría, según Klein (1968: 130), su uso del signo formado por una M con un
circulito encima (M), que Diofanto coloca siempre antecediendo al ‘número cono­
cido’ (o término independiente de la ‘ecuación’). Este signo se introduce así en el
‘Prefacio’:

1 Aquí, una vez más, se impone otra excepción, la del problema V.10, único caso en que Dio*
fanto, conforme a la tradición euclídea, representa un número por un segmento de Ifnea.

228
"Hay también una marca distintiva [además de las de las potencias y la de la
incógnita o arithm ós] para el invariante de números determinados, es decir, para la
unidad, y esta marca es M que tiene por índice , o sea, M."
Para Klein, esa letra M sería la inicial de monas , y no — como defienden
Nesselmann, Tannery y Heath — un mero signo insignificante, usado para separar
el ‘invariante de números determinados’ (o'núm ero conocido’) del coeficiente de
la incógnita adyacente y evitar así su confusión. Esta concepción del número como
‘multitud’ es la que, unid;1 al concepto platónico del ‘uno’ como ‘lo que no tiene
partes’ (que Euclides recoge en la definición VII. 1: "la unidad es aquello por lo que
cada cosa se dice que es una"), excluiría automáticamente al uno del campo numé­
rico para evitar la contradicción que supondría pensar lo indivisible como multitud.
Sin embargo, Diofanto no parece tener inconveniente en fracturare se uno e incor­
porarlo así al reino del número, de lo compuesto de partes. No sólo opera sin rem il­
gos con la fracción (m órion) de la unidad, tan familiar a los cálculos egipcios, sino
que en algunos problemas se plantea explícitamente la manera en que la unidad
puede partirse: el problema V.31 pide "dividir la unidad (monada) en dos partes
(dyo mória) tales que...". Incluso la incógnita y sus potencias aparecen como deno­
minadores de esas fracciones unitarias, con lo que obtienen sus nombres como
derivados de los de aquéllas: así, si el cubo de la incógnita (‘x3’) es kybos, su
inverso (‘1/x3’) se llama kybostón. El ‘uno’ ha perdido su carácter de arché hasta
el punto de que ahora resulta incluso engendrable: "Todo número multiplicado por
una fracción que tiene ese número como denominador, da la unidad", advierte en
el ‘Prefacio’, lo que supone decir que la unidad, partida en un cierto número de par­
tes, puede ser reconstruida reagrupando tales partes en la cantidad que indica ese
cierto número. Pero la unidad no sólo se puede dividir y engendrar, sino también
multiplicar: "Siendo la unidad invariable y siempre constante, su expresión multi­
plicada por sí misma seguirá siendo la misma expresión".
Pese al atentado que operaciones como ésas suponen para el modo de pensar
platónico, para Klein (1968: 132) no sólo no hay ahí la menor contradicción sino
que tampoco resta un.ápice de rigor teórico, apodeíctico, al trabajo de Diofanto:
basta considerar la unidad al modo peripatético, como mónada obtenida por abs­
tracción y capaz de comportarse como unidad de medida de tamaño arbitraria­
mente seleccionable (y, en este sentido, pero sólo en éste, divisible). De este modo,
el número entendido como ‘cierta cantidad de unidades’ no excluiría de su ámbito
al ‘uno’ ni a las ‘fracciones’ (moría), pues aquél siempre podría entenderse como
‘una cierta cantidad de fracciones’, tomadas éstas ahora como nueva unidad de
medida. Aunque el argumento es formalmente correcto y salva a Diofanto de con­
tradicción,si bien al precio de enraizarle por completo en la tradición aristotélico-
euclídea, no parece que ese objetivo deba anteponerse al de intentar entender una
obra que se hace en el cruce — contradictorio ¿por qué no?— de tradiciones que se
solapan sin llegar a articularse en una teoría coherente. La Atihmetica y su época
más parecen responder a una forma relajada de razón, abierta ahora a la contradic­
ción y a la no-identidad, que a aquella racionalidad seca e identitaria que abomi­

229
naba de la contradicción, y que aquí se ha secado doblemente al haberse perdido
el espíritu que la animaba. De hecho, hay tan sólo un problema (el V.10) en toda la
colección de laArilimetica en el que Diofanto represente, al viejo estilo euclídeo,
un número por un segmento de línea; en todos los demás la concepción subyacente
a los enunciados y a los cálculos se emparenta directamente con las otras tradicio­
nes mencionadas, aunque ello se contradiga abiertamente con ciertas definiciones
explícitas de la propia Aríthmetica y con los presupuestos de otras tradiciones,
como la neoplatónica, en las que bebe.
Jámblico (ca. 240-325) recuerda, en su "Introducción a la «Arithmetica» de
Nicómaco", que ya los estoicos de la escuela de Crisipo habían definido la unidad
como ‘pluralidad una’ en un intento por salvar la contradicción. Y él mismo se
seguirá esforzando todavía por conciliar los conceptos de unidad y de número, para
ló que recurre a una definición indefinida — que atribuye a algunos pitagóricos—
según la cual el uno sería ‘lo intermedio entre el número y sus partes’, una especie
de frontera (methórion) entre la serie (descendente) de los números y la serie
(ascendente, al ir descendiendo los denominadores) de las fracciones:
¿ápeiron?... 4, 3, 2, ¿1? 1/2, 1/3, 1/4 ... ¿ápeironl
De las dificultades para que ambas series se cierren incorporando así a la fron­
tera (el ‘uno’) de la que emanan y a la que abocan, da buena idea la compleja pro­
cesión de hipóstasis, genios, dioses y demonios, tanto de las religiones populares
griegas como de otros misterios orientales, con que se irán densificando las ema­
naciones plotinianas (véase epígrafe 1V.7).
Otra ‘frontera’ problemática se perfila por abajo, al ir aumentando los deno­
minadores, y a ella alude el scholium anónimo de Jámblico, en referencia a Dio­
fanto precisamente: "Así Diofanto en sus ‘partes fraccionarias’, pues las fracciones
progresan en su disminución avanzando hacia el infinito (ápeiron)"1. Nuestro
‘cero’, ahora apuntado como ápeiron, y no como medén ni como oudén, perfila
otro límite del campo numérico, que difícilmente puede, por tanto, identificarse,
como quiere Klein, con el de los ‘racionales positivos’. No obstante, no deja de
chocar la ausencia en Diofanto, pese a la innegable influencia babilónica, de una
marca para la ausencia, que sin embargo ya había hecho en ocasiones su aparición
en el mundo alejandrino tardío. En este punto, la potencia condenatoria de lo ápei­
ron y lo medén de la tradición clásica encontrará un inesperado refuerzo en el
modo de numeración utilizado por la logística, no obstante haberla excluido de la
reflexión teórica.
Como vimos a propósito de las dificultades de Aristóteles con el ‘cero’ (III.3).
en la m atemática griega clásica no hay lugar para un cero aritmético. Tampoco lo
habrá en la logística para un cero posicional. La matemática babilónica, para mar­
car la ausencia de una cifra, o bien deja su lugar en blanco o bien lo marca con un

1 Citado por J. Klein (1968: 137).

230
signo específico. Pero ni el sistema de numeración ático, ni el jónico o alejandrino
(de carácteres alfabéticos) qué le iría sucediendo, son sistemas propiamente posi-
cionales de numeración (salvo en la repetición de ciertas letras para números
mayores que mil). Lo cual también excluye la posibilidad de un ‘cero’ en ese sen­
tido, siquiera meramente notacional, que podría darle el marcar una posición no
ocupada. Heath (1981:1:39), en su defensa frente a Tannery y a Cantor de la mayor
utilidad del segundo sistema respecto del primero, advierte que:
"El único inconveniente real del sistema alfabético era la ausencia de un signo
para 0 (cero); pues el 0 para oudemia o oudén que encontramos en Ptolomeo sólo se
utilizaba en la notación de fracciones sexagesimales y no como parte de un sistema
de numeración. Si hubiera habido un signo, o signos, para indicar la ausencia de un
número de una denominación particular (p.e. unidades o decenas o centenas) los
símbolos griegos podrían haber servido como sistema posicional apenas menos efec­
tivo que el nuestro".
Lo que para Heath es ‘el único inconveniente’, desde una valoración de su uti­
lidad para el cálculo, adquiere sin embargo una relevancia especial cuando lo que
se valora es la posibilidad, para un modo de pensar, ya sea de identificar la ausen­
cia, ya sea de operar con ella de alguna manera. Es la influencia babilónica la que,
ya en plena decadencia alejandrina, introduce esa aberración para la percepción
geométrica, tan cargada de plenitud y significaciones espaciales. Kline (1972: 132)
remonta al s. III a.C. los primeros papiros griegos donde aparecen ciertos signos
para el ‘cero’ — como ÜO, 0 ó ü — , que servirían, como en el periodo seléucida de
los babilonios, para designar cifras ausentes. A diferencia de Heath, este autor atri­
buye a Ptolomeo el uso del signo 0 para marcar la ausencia de una ciña tanto a
mitad como al final de una expresión numérica. En cualquier caso, son de destacar
tanto la emergencia de una nueva forma de percepción, que permite identificar y
marcar la ausencia de cifra, como la imposibilidad, incluso para esa nueva manera
de mirar, de pensar esa marca como número y, en consecuencia, someterla a las
operaciones habituales entre números. El número, pese a todo, sigue siendo
‘número de’, una ‘cierta cantidad de unidades’, por mucho que el rigor en la con­
cepción de tales unidades se hubiera relajado hasta el punto de llegar a incluir entre
ellas sus propias partes o fracciones. El ‘progreso en la disminución’ del nuevo
campo numérico extendido parece encontrar en el cero un mínimo absoluto, más
allá de toda posible reflexión teórica pero más allá también de toda manipulación
operatoria en el interior de una quimérica logística que no consistiera sino en
meros cálculos.
En Diofanto se expresa de modo privilegiado el mito babélico de la confusión
de lenguas, en su versión matemática. Los lenguajes matemáticos de las distintas
tradiciones que convergen en su obra son a menudo incompatibles o intraducibies
los unos a los otros. Incluso la posibilidad misma de una tal traducción supondría
la existencia latente de un lenguaje matemático común que permitiera el trasiego
de unos significados a otros, de lo que no hay la menor evidencia. Ver, por tanto,

231
en Diofanto, como suele hacerse, al padre de un álgebra universal que, a través del
arte llulliana o la mathesis universalis leibniziana, llegaría hasta las formalidades
universales de un Bourbaki o un Chomsky, sólo puede hacerse — como denuncia
Steiner (1988: 77 ss.)— desde la previa creencia mítica en un único lenguaje pri­
migenio que, perdido tras el caos babélico, encontrara en la matemática su posibi­
lidad de reconstrucción ejemplar.

IV.4. Diofanto o la prim era emergencia occidental


' de la negatividad matemática. Una incursión en lo impensable
Por muchas distinciones que hayamos de hacer en cuanto al modo concreto
en que Diofanto trata la negatividad, se imponen de entrada una serie de observa­
ciones que, a modo de anticipación de algunas de las principales conclusiones,
harán innecesaria la posterior insistencia en ciertas precisiones y matizaciones.
(a) En Diofanto, por primera vez en la historia de la matemática escrita en
lengua griega, acontecen ciertas formas de negatividad. Esta primera emergencia es
en sí misma lo bastante significativa y desconcertante como para no quedar en abso­
luto ensombrecida por el rechazo a que Diofanto mismo la somete, aunque tan sólo
sea en ciertas ocasiones bien precisas. Lo relevante es que si Diofanto puede recha­
zarla bajo cierto aspecto — y aceptarla bajo otro— es porque previamente ha podido
tenerla como objeto de consideración. La tradición griega clásica ni siquiera había
podido iniciar el gesto que la apartara, pues había establecido previamente con toda
precaución las condiciones que hacían imposible su emergencia. Para que ahora sí
pueda presentarse, y sólo secundariamente asumirse o negarse (según el aspecto con
que se presente), habrá hecho falta que la crisis que tiene lugar durante los siglos del
periodo alejandrino altere dos marcos fundamentales.
Por un lado, el marco de representación y operación simbólicos, que — en el
caso de las matemáticas— supondrá una cierta sustitución de la figura geométrica
por el número, del aspecto visual de la representación por uno más interiorizado y
menos sensible, del seguimiento continuo — interpretable paso a paso— de la
construcción de la solución a un problema (donde cada paso ha de ser visualizable)
por la separación y autonomía del procedimiento operativo, cuyos pasos parciales
— ahora dentro del campo numérico— no reclaman ser interpretables uno a uno en
ningún modelo concreto: con tal de que el resultado tenga sentido no hay por qué
pedirle otro tanto a cada operación de las que conducen a él, pues éstas no tienen
otro motor que su propia lógica y dinámica internas. Paía ello, evidentemente, ha
sido necesaria una fractura — o, al menos, un debilitamiento— de los lazos que
vinculan al significante con el significado, de modo que esa cierta autonomía del
signo no prive de sentido a su interacción con otros signos también separados
ahora del proceso abstractivo que los mantenía referencialmente ligados.
Por otro lado, aunque en íntima conexión con lo anterior, se altera el marco
perceptual. La cadena de mediaciones inmediatamente aprensibles, a cuya exhaus­

232
tiva construcción se dedica toda la impresionante obra aristotélica, pasa a admitir
lagunas, huecos de sentido. El mismo relajamiento del pensamiento ‘racional’ que
permite volver a admitir, tanto en el proceso del ser como en el del pensar, media­
ciones ‘irracionales’ (como la profusión de emanaciones neoplatónicas o una
acción a distancia que no necesita que la causa del movimiento actúe continua­
mente sobre su objeto) parece permitir también que los lazos intermedios que ligan
el planteamiento de un problema con su solución (las operaciones de cálculo) pue­
dan asimismo mantenerse sin necesidad de ‘dar razón’ de ellos. Ciertamente hay
en esto un notable pragmatismo: no importa demasiado la coherencia teórica de los
pasos que se den para obtener un resultado, si éste resulta ser válido; pero no es
menos cierto que la exigencia de continua interpretabilidad geométrica de estos
pasos no era menos pragmática por el hecho de que la utilidad, o incluso la nece­
sidad, viniera decidida en términos del modelo aristotélico-euclídeo. El fácil expe­
diente explicativo que distingue entre épocas de predominancia teórica y otras de
prioridades utilitarias es demasiado simple: lo relevante es el modo de pensar que
decide qué es práctico en ese momento, el modo de pensar que determina, en unas
épocas pero también en las otras, tanto la reflexión teórica como lo que se tiene por
útil, válido o práctico.
(b) Da toda la impresión de que Diofanto no procede a una construcción
efectiva y explícita de cierta negatividad, en ninguna de sus formas. Mas bien
parece que ésta se le impone, le viene de un cierto afuera que él se limita a asumir,
negociar y dar cauce operativo.
Como veremos a continuación, Diofanto no ofrece definición alguna de qué
cosa vaya a entender por esa leipsis de la que, sin embargo, formula las reglas para
operar con ella, ni argumenta en ningún momento por qué opera con ella del modo
en que lo hace y no de otro; como tampoco da mayores razones en que fundar, o
siquiera justificar, la exclusión de otras particulares formas de negatividad, cuando
así lo hace. Ni siquiera los distintos contextos en que aparece bajo una u otra forma
aportan apenas información adicional. La negatividad es para él un hecho — aun­
que mejor sería decir una acción— ya construido, que se encuentra ahí dado, y que
él se limita a incorporar operativamente a su trabajo matemático.
(c) Es sorprendente el frecuente silencio — sea por ignorancia, olvido o falta
de apreciación— de la historiografía más común sobre esta primera emergencia de
la negatividad en la matemática occidental. Sobre todo si se compara con los ríos
de tinta que se han vertido ante la emergencia de otras cuestiones fronterizas, como
la de los inconmensurables o la de las reformulaciones del ‘postulado de las para­
lelas’. La mayor parte de las historias de las matemáticas, e incluso las del álgebra,
suelen pasar aquélla por alto, y aún numerosos estudios centrados en la obra de
Diofanto no hacen referencia a ella sino de pasada, sin pararse a considerar un
asunto tan — literalmente— extraordinario con un mínimo detenimiento.
Acaso tal olvido no sea sino consecuencia de ese otro más general que sufre
la obra entera de Diofanto. Paul ver Eeke, primer traductor suyo al francés, denun­
cia que, efectivamente, "la doctrina diofántica está completamente ignorada por la
mayor parte de los matemáticos de nuestro tiempo, incluso por los más instruidos";

233
lo que no le impide a él mismo cifrar su admiración en algo tan exterior a su obra
como "haber alumbrado el genio de Fermat (...) e inspirado a Vieta y Euler" (1959:
Prefacio). Boyer (1968: 204) explica tal ignorancia por haber quedado al margen
de la corriente central de la matemática griega, lo que más bien parece que debería
ser un acicate para su estudio. Pero, fuera por lo que fuere, no parece ser tampoco
ajeno a ello tanto lo ferragoso de la Arihmetica como su resistencia a ser analizada
según los estereotipos ya acuñados para la matemática clásica.
(d) Por último, y anticipando la que acaso fuera conclusión más nítida,
podemos distinguir grosso modo en la Aritlunetica dos formas fundamentales de
negatividad, en conexión con lo apuntado en (a): una negatividad dinámica, tran­
sitiva o en proceso, y una negatividad estática, sustantiva o como producto.
Hemos calificado de negatividad ‘en proceso’ a la que se presenta en el ‘Pre­
facio’ a la Arithmetica, al enunciarse la que después se conocerá como ‘regla de
los signos’. Su condición de proceso, frente a la de producto, se dice aquí en un
doble sentido. Por un lado, se trata de una negatividad que no reflexiona sobre sí
misma, que no se detiene a decirse, ni para construirse ni siquiera para enunciarse:
es una negatividad que se ‘usa’ pero no se ‘menciona’; en este sentido, es irre­
flexiva por cuanto irresponsable, no da razón alguna de sí misma ni de su forma de
proceder: ella es precisamente su forma de proceder, nada más que eso, el mero
trascurrir en toda su fluidez; no se encierra en ningún concepto o definición, sino
que se dice en el hacerse/deshacerse de las operaciones a las que se la somete y de
las que apenas puede distinguirse. Este ‘apenas’ se justifica en que esta negatividad
tiene al menos un nombre, lo que ya le presta una cierta sustantividad. Si bien, el
recibir el nombre que recibe (leipsis) y no otro, parece venir a querer sustraerle esa
mínima entidad que el merecer nombre parecía otorgarle.
Esta forma de negatividad lo es ‘en proceso’ también en un segundo sentido:
en tanto que sólo se muestra cuando Diofanto procede a efectuar operaciones. No
aparece nunca al final de un proceso operatorio, como producto producido, por así
decirlo, ni al principio, como producto su-puesto o dato del problema. Tan sólo
aflora, para volver a sumergirse, en el hacerse de los cálculos, pero nunca en su
resultado o producto, en aquello a que el proceso de operar aboca: en la solución
del problema planteado.
La segunda forma de negatividad diofántica a que hacíamos referencia apa­
recería en este momento conclusivo, donde se detiene el irreflexivo fluir de los cál­
culos y el proceso se remansa y cierra en su producto. Un producto que es el resul­
tado de la actividad, entre otras, de la anterior forma de negatividad. Un producto,
sin embargo, sobre el que, ahora sí, ya tiene tiempo de detenerse el pensar
reflexivo. Y, tras pensarlo, lo rechaza. Lo que se pone ahí, ya sea como solución ya
como dato del problema, ya no es la actividad ciega (no olvidemos que ahora los
números no se ven, ni como números figurados ni como segmentos de línea) de las
operaciones numéricas sino un ‘hecho’, que — como todo ‘hecho’— debe poder
ser tenido como tal, o — lo que es lo mismo— debe poder ser construido, tener sen­
tido. Y aquí, de nuevo, ante el hecho consumado, vuelve a tener ocasión de mani­

234
festarse y actuar todo el filtro cultural — racional y a-racional— que determina el
modo de pensar de Diofanto.
Efectivamente, Diofanto no tiene el menor inconveniente en admitir la nega-
tividad en proceso, más aún, como adelantábamos en (b), no tiene siquiera ocasión
de admitirla o no, pues ni se lo plantea: se le impone la evidencia de su funciona­
lidad. Ni siquiera es una negatividad que ya supone, sino que se pone a sí misma
en el mero enunciarse de unas reglas que, al decir cómo opera, dicen todo lo que
puede decirse de ella. Por el contrario, la segunda forma de negatividad, la negati­
vidad producida, aquélla a laque ‘podría’1llevar el curso de las operaciones numé­
ricas, es rechazada explícitamente por Diofanto. Y, en ese rechazo, tan significativo
es el que lo haga — y el modo y los términos en que lo hace— como el que esté en
condiciones de hacerlo: poder declarar como ‘imposible’ o ‘absurdo’ un resultado
requiere la posibilidad previa, bloqueada por el modo de pensar clásico, de su con­
sideración, de esa identidad mínima que le permita sostenerse — al menos por un
momento y aunque sea para declarar inmediatamente su sinsentido—- como objeto
de atención.
Es precisamente en esta doble tensión entre la asunción y el rechazo, por un
lado, y el proceso y su producto (o, en cierto sentido, la operación y el número),
por otro, donde convergen las determinaciones culturales que modelan la negativi­
dad en época de Diofanto. Ahí se perfilan los obstáculos epistemológicos que una
tradición matemática, como la griega clásica, opone a la asunción de una negativi­
dad que se presenta ahora como producto, no de un proceso de abstracción de una
realidad empírica supuestamente exterior al sujeto, sino del propio acontecer de un
cálculo autónomo. Pero también son obstáculos de la misma índole los que aportan
el material con el que se construye esa forma precisa de negatividad que sí se
admite, si bien esta admisión será ahora posible gracias a la interferencia con otros
modos de pensar. Lo que en la episteme aristotélico-euclídea hay de obstáculo para
la construccción de la negatividad está tan presente en una como en otra forma de
negatividad, aunque — a nuestro juicio— la ‘irreflexión’ de la primera, su ‘insus-
tancialidad’ le permite ofrecer menos superficie para ser moldeada por esa epis­
teme, aún dominante. Y en este pasar desapercibida para esta forma de razón pue­
den injertarse otras razones que potencian su emergencia, sea porque valoran esa
forma de transitoriedad insustancial en que ella consiste (la fe en las meras ‘recetas
prácticas’ o la autonomía que llega a alcanzar la proliferación de hipóstasis inter­
medias en el neoplatonismo más barroco, por poner sólo dos ejemplos de los ras­
gos culturales de este momento antes citados) y que no podía ser sino impensable
para el realismo sustancialista clásico, sea porque simplemente han socavado los
fundamentos que le prestaban a este sustancialismo una supuesta naturalidad.

1 Este ‘podría- hace referencia, evidentemente, al ámbito de posibilidad que se abre a cierto
modo de pensar 'moderno', bien distinto del modo en que 'lo posible’ se ofrece a la consideración de
Diofanto, para quien, como veremos, los cálculos ‘no pueden', literalmente, llevar a ciertos resultados
‘imposibles’.

235
Aunque aquí conviene hacer una precisión importante: la quiebra de un paradigma
de racionalidad lo que permite emerger son los sentidos que podían aportar otros
paradigmas y que la hegemonía del primero obturaba, pero nunca ninguna especie
de ‘realidad en sí’ o ‘natural’ (que, en nuestro caso, serían los ‘números negativos’,
idealmente pre-existentes) y tan sólo necesitada de la caída de un cierto velo cul­
tural para poder mostrarse tal cual era. Los matices y torsiones con que se va alum­
brando esa nueva frontera de sentido que es la negatividad, algunos de los cuales
se perderán e irán siendo sustituidos por otros, para sólo recientemente quedar
encerrados bajo un cierto perfil — de los varios que adoptaron— como ‘números
negativos’, es un buen ejemplo de ello.

IV.5. La negatividad ‘en proceso’: el presentarse de la ausencia...


En el ‘Prefacio’ a la Arithmetica1aparece el texto clave de Diofanto sobre la
que aquí hemos llamado negatividad ‘en proceso’. Este párrafo irrumpe intempes­
tivamente en el curso del ‘Prefacio’, intercalado tras una exhaustiva enumeración
de los resultados de los productos de las distintas potencias (hasta la sexta) y sus
inversos, y antes de una serie de recomendaciones prácticas. No viene precedido
por ninguna definición ni mención explícita sobre qué cosa deba entenderse por
esa forma de negatividad que es la leTpsis, que aquí traduciremos por ‘falta’, de la
cual el texto pasa a formular las reglas de su funcionamiento:
"Falta (leip sis) multiplicada por falta hace (p o ie i) presencia (hyparxin), falta
multiplicada por presencia hace falta, y la marca de la falta es una 4* truncada e inver­
tida, esto es. A."
Para saber de qué se habla, es capital intentar un análisis filológico de los tér­
minos que Diofanto elige (o, mejor dicho, recoge del lenguaje heredado, sea ‘alge­
braico’, sea filosófico, sea natural, si bien aquél no puede cotejarse con ningún otro
texto matemático semejante de la época) para nombrar esas formas de negatividad
y de positividad. Ante la ausencia de traducciones al castellano, reproducimos una
al francés y otra al inglés que ¡lustran tanto los problemas de traducción (y, por
tanto, de comprensión de los términos claves del texto) como la pérdida de sentido
original que acarrea el recurso a ciertos términos técnicos que sólo llegará a acuñar
una matemática posterior, y ciertamente desde otros filtros lingüísticos y concep­
tuales bien diferentes. Thomas Ivor vierte al inglés el inicio del párrafo anterior del
siguiente modo:

1 Véase P. Tannery (1893-1895, i. 12.19-21). Reproducido en griego por T. Ivor (1968: II: 524-
5). La edición de Tannery contiene el texto griego de los seis libros de la Arithmetica y del Libro de los
Números Polígonos, acompañados de una nueva traducción latina que incluye notación algebraica
moderna. Está elaborado a partir de los textos de los manuscritos de París, los del Vaticano, los de El
Escorial y el de la Biblioteca Real de Madrid, que es el más antiguo y correcto de todos.

236
"A minus mulliplicd by a minus makes a plus, a minus multiplicd by a plus
makes a minus..."
Como, evidentemente, no puede ser intención de Diofanto incorporar los sig­
nificados de un minus y de un plus que no se usarán hasta la posterioridad renan-
centista y barroca, Ivor se ve obligado a precisar que lo que ‘literalmente’ dice es:
"A deficiency multiplied by a deficiency makes a forthcoming..."
La traducción francesa del mismo párrafo por Paul ver Eeke es:
"Ce qui est de manque, multiplié par ce qui est de manque, donne ce qui est positif...''
Salvando el evidente anacronismo del ‘minus’ por leipsis, destaca en primer
lugar lo que es un mayor acuerdo sobre cómo traducir leipsis que ese opuesto suyo
que es hÿparxis. Leipsis es ‘deficiency’, ‘ce qui manque’: deficiencia, ausencia,
falta, algo que pudiendo estar presente no lo está. Klein (1968: 146) lo traduce
directamente como ‘no present’. Y Heath (1981: II: 459) como ‘a wanting’, sus­
tantivando lo que en inglés es un adjetivo, que viene a significar ‘deficiente’, tanto
en el sentido de ‘que falta’ como en el de que ‘es inadecuado’ (su aclaración de que
‘en realidad’ significa un ‘m inus’ no puede sino ocultar su significación emergente
tras un concepto moderno retroproyectado).
En lenguaje común, el verbo leipó significa, en su acepción transitiva,
‘dejar’, ‘abandonar’, y como intransitivo ‘irse’ y también ‘faltar’, ‘ser insufi­
ciente’, ‘om itir’ o ‘estar incompleto’ '. De la materialidad de ‘e se sustaerse a la pre­
sencia que indica leipó da una una idea su uso por Plotino para referirse al ‘hacerse
invisible’ de la luna. Aristóteles no acuña leipó — ni su equivalente leipetai—
como término técnico; en diversos pasajes de su Metaphysica? se usa de una
manera imprecisa para hacer referencia, precisamente, a lo que aún falta por pre­
cisar: ‘resta’ (la posibilidad de que...), ‘no tiene’ (la potencia...), ‘queda’ (una difi­
cultad)... Desde este fondo de significaciones naturales se van perfilando sus usos
más ceñidamente matemáticos. Polibio acude a él pára referirse a la acción de res­
tar números que indican años: "treinta años menos dos". Apolonio lo utiliza para
sustraer un área de otra. Y éste era también el término empleado para para la ‘apli­
cación de áreas por defecto', método bajo el cual — como vimos— se bloqueba
desde la matemática clásica la emergencia de una forma de negatividad que ahora,
desde otros presupuestos y con otros instrumentos, sí puede irse contruyendo. En
un sentido semejante al de Diofanto, Ptolomeo usa en dos ocasiones5 las expresio-

1 Sobre alguno de los usos y significados de estos términos pueden verse el Dictionnaire Grec-
Français de A. Bailly, Hachette, 1950, y el Greek-Englisli Lexicón de Stuart Jones & McKenzie,
Oxford Universily Press, Oxford, 1968.
2 Metaphysica. 1056a 15, 1066b30, 1075a5,...
3 Véase T.H. Healh (1981 : II: 459).

237
nés leipsan y leipoysan, seguidas de acusativo, y en otra leiphten para significar la
expresión Z r 2 — TA2. Pero sólo en Diofanto, y sólo en ese párrafo (pues en el
curso de la resolución de problemas usa nada más que formas adjetivas o verbales
de leipd ), parece darse este uso sustantivado, donde la leipsis aparece en sí misma,
sin reclam ar que la falta lo sea de ‘algo’ o que sea ‘algo’ lo que falte.
En Diofanto, efectivamente, la acción del verbo leipó se remansa en el parti­
cipio sustantivado leipsis, aunque la sustancia de este sustantivo consista precisa­
mente en su falta de ella, en su insustancialidad. Leipsis es lo que queda cuando la
presencia consuma su ausentarse, el modo de ser más inesencial posible. (No será
casual, por tanto, que para su opuesto emplee, en el párrafo citado, el término
hyparxis, que suele traducirse tanto por ‘presencia’ como por ‘existencia’). Como
adjetivo lo utilizará en expresiones del tipo leiponta eide o, literalmente, ‘forma
faltante’, que en el lenguaje moderno de ecuaciones se corresponderían con lo que
llamamos ‘término negativo’.
Sobre la última parte del párrafo, la referente a una marca especial para la
‘falta’, A no parece haber acuerdo sobre su autenticidad. Ver Eecke y Heath, p.e.,
opinan que fue añadida posteriormente por algún comentarista griego, lo que sin
embargo no comparte Ivor. En cualquier caso, aunque tal marca no se introdujera
aquí por Diofanto mismo, de hecho sí la utiliza en sus expresiones ‘algebraicas’
para marcar los ‘términos’ o ‘formas’ {eide) de las ecuaciones que están afectados
por un ‘signo menos’, dando lugar a expresiones del tipo ‘AT8 A AT(3’ que corres­
pondería a 4x2 — 2x2. Sí hay acuerdo, en cambio, en tom o a la conjetura de Heath
de que el origen de este signo nada tiene que ver con la letra 4* invertida, sino que
está en la letra griega lambda. A, inicial de leipsis, a la que se añade una iota, I , en
medio. El uso de una marca así tampoco se reduce, según este autor, a Diofanto,
pues Herón emplea en su Métrica una marca muy parecida para indicar la sustrac­
ción de números.
Por otra parte, Rodet (1981: 99 ss.) sostuvo la posibilidad de que la marca ^
tenga su origen en un carácter de la escritura hierática egipcia que describe dos
piernas avanzando en el sentido contrario al del acto de la escritura. En el papiro
matemático publicado, por Eisenlohr en 1877, fechado en tiempos del faraón
Ra.a.us, los carácteres empleados para el ‘m ás’ y el ‘m enos’ en las ‘ecuaciones’
representan, respectivamente, dos piernas que se desplazan en el mismo sentido de
la escritura o en el opuesto. Esta idea de direcciones opuestas sí es común a las for­
mas de negatividadque veíamos en China. Y será también la imagen a la que recu­
rra Albert Girard en su Invention Nouvelle en l'Algèbre (1629): "Le moins recule
là où le plus avance". La hipótesis de Rodet introduciría así un elemento direccio-
nal que choca firontalmente con la carga sustancialista con la que se debate Dio­
fanto. De ser éste el contenido que un espíritu griego está tratando de transmitir por
medio de su propia matriz conceptual y lingüística, estaríamos ante un ejemplo
singular de la actuación de un obstáculo epistemológico en la emergencia de un
concepto matemático. Pero, al parecer, la conjetura de Rodet está actualmente des­
cartada, lo que nos lleva a asumir que Diofanto construye su negatividad lejos de
un pensamiento en términos de orientaciones opuestas.

238
El carácter delicuescente, efímero, que revela este somero análisis del conte­
nido semántico directo de la leipsis diofántica se ve confirmado por el papel que
de hecho juega en el curso de las operaciones matemáticas en las que interviene,
marcando una cantidad como ‘faltante’. Este es el modo de negatividad que deno­
minábamos ‘en proceso’ pues Diofanto lo usará exclusivamente para operaciones
intermedias que, también ellas, se van ausentando en el transcurso del cálculo que
conduce a un resultado. Pero nunca una leipsis aparecerá como resultado (el ser
‘resultado* es propio, como veremos, de hyparxis, que es lo opuesto, por construc­
ción, a leipsis). Como si su sustantividad gramatical no tuviera la bástante fuerza
como para densificar su insustancialidad semántica, no encontramos una leipsis ni
siquiera en los resultados parciales, donde el curso del cálculo se remansa de tanto
enlanto.
Ese sesgo inesencial, transitivo pese a su frustrada sustantivación, se ve refor­
zado aún más por la carga indirecta de significado que añade a leipsis el hecho de
usarse como contrapuesta a hyparxis. Pero aquí las traducciones habituales no sólo
no muestran el acuerdo que sí reunían en torno a leipsis sino que los términos a que
vierten ese hyparxis no ayudan en nada a — e incluso impiden— comprender la
tensión conceptual latente bajo la denominación de Diofanto. La versión francesa
de hyparxis por ‘positif’ está a todas luces fuera de lugar. Respecto de la inglesa
por ‘plus’, si se entiende como ‘plus number’ o ‘número positivo’, proyecta con
igual falta de sentido un concepto moderno sobre un contenido que no responde a
él en absoluto. Pero si ese ‘plus’ se entiende como la preposición ‘más’ que se usa,
p.e., en ‘3 más 4 igual a 7 ’, no traiciona menos la intención de Diofanto, aunque
ahora lo haga en términos al menos comprensibles desde la matriz lingüística y
cultural griega.
Diofanto podía haber recurrido, sin la menor dificultad, a la partícula griega
kai que, bien como conjunción ("tres ‘junto a’ cuatro") bien como adverbio ("tres
‘y adem ás’ cuatro" o "tres ‘y también’ cuatro"), era habitual en la matemática
griega clásica, ya para añadir números (treis kai téssares) ya para agregar figuras.
Tanto el propio término ka\ como cualquier variante suya sustantivada podrían
haber dado cumplida réplica a leipsis, tal y como hoy decimos "menos por menos
da ‘más’”. También podía haber recogido el sustantivo prósthesis o el verbo pros-
themi, con los que también solían designarse, respectivamente, la suma y el acto
de sumar. Sin embargo, Diofanto evita una prósthesis cargada de resonancias filo­
sóficas que la oponían a aphairesis'. Si ésta indicaba (además de la sustracción) él
paso de la especie al género, el movimiento de abstracción o generalización, su
opuesta prósthesis alude al paso inverso, al movimiento de concreción o especifi­
cación (mediante la adición de la diferencia específica). Eludiendo uno y otro tér­
mino, Diofanto abandona la médula del modo de pensar aristotélico-euclídeo por

1 Véase epígrafe III.6.

239
encajonamiento de géneros y especies1y abandona, por consiguiente, la necesidad
de pensar lo negativo como una operación de sustracción de donde previamente
hubiera ‘algo’. En lugar de cualquiera de esos téminos que venían usándose para
la suma en la matemática anterior, Diofanto recurre precisamente a hyparxis, uno
de los términos más potentes y más cargados de sentido de toda la lengua griega.
(Lo que parece sugerir, de paso, que si problem ática era ya la consideración de
la ‘falta’, no lo es menos la de aquello que se pone en oposición a ella: ¿la ‘pre­
sencia’?).
Hyparxis se viene traduciendo por expresiones como ‘existencia’ (o ‘medios
para existir’: ‘fortuna’, ‘riquezas’) pero también como ‘realidad’ y ‘sustancia’ (en
este último sentido lo usa, p.e., Sexto Empírico). Las acepciones del verbo del que
procede, hypárchd, hacen todas ellas referencia a la capacidad del ser para hacerse
presente, para presentarse o acceder a algún modo de presencia: ‘comenzar’,
‘nacer’, ‘salir’, ‘resultar’...; y también ‘ser posible’ o ‘estar permitido’; así como
‘ser’, ‘estar’ o ‘haber’. El ‘forthcoming’ inglés puede ser, pues, una buena versión
en lo que tiene de algo ‘por venir’, que ‘va a llegar’ o está ‘por hacerse presente’ o
‘disponible’. Aristóteles, en la Metaphysica2, lo usa en el sentido de ‘pertenecer a’
o ‘ser’ (de un cierto modo), ‘ser causa de’, ‘existir’ o ‘haber’ (las cosas), (algo)
‘que es’,... Y, en su obra sobre lógica, hypárchd es el verbo que conecta entre sí los
términos (sujeto y predicado) de un enunciado que interviene en un silogismo; en
este contexto se ha traducido como ‘es predicado de’, ‘es verdadero de’, ‘pertenece
a’, o simplemente ‘es’. El propio Diofanto le atribuye esa significación existencial
en la Arithmetica cuando no lo usa de modo estrictamente técnico, matemático.
Así, en el ‘Prefacio’, es mediante el verbo hypárchd como atribuye a la multitud de
los números el ‘ser’ ilimitada.
En la medida en que leipsis se define — aunque siempre implícita, elíptica­
mente— no sólo por su campo semántico directo, ni sólo por su modo de proceder
según la regla cuando es sometida a multiplicación, sino también por su oposición
a hyparxis, ocurre que, de un modo derivado, leipsis viene a asociarse semántica­
mente con las correspondientes negaciones de las acepciones de hyparxis antes
mencionadas, con lo que su casi inaprensible concepción directa se hace, si cabe,
aún más evanescente. Leipsis denotaría entonces una reforzada incapacidad para
venir a ser de algún modo determinado, para hacerse presente; una oposición al
cumplimiento de las acciones designadas por ‘comenzar’, ‘salir’, ‘nacer’ o ‘resul­
tar’. No podrá, pues, producir tanta extrañeza que Diofanto no la acepte nunca
como ‘resultado’ de un problema; aunque como, pese a todo, sí es algo, sí pueda
sostenerse en su problemático ser durante el tiempo sin tiempo de un cálculo, y ser
por un momento ‘resultado’ o ‘producto’ de una multiplicación (la suya por
hyparxis), pues ese ‘resultado’ se desvanecerá casi inmediatamente en la opera­

1 Por eso, nada mas impropio que calificar de ‘abstracta’ su álgebra, como suele hacerse. No;
Diofaiilo no abstrac/sustrae/cxtrae a partir de sustratos sensibles, y ahí está el quid de que en su Ariih-
melica pueda ahora construirse cierta manera de negalividad.
2 Metaphysica, 984*75,984b30,982b22,996b20...

240
ción siguiente. Tampoco podrá ahora extrañar que cuando se muestre como ‘resul­
tado’ se rechace por adynaton, es decir, por ‘imposible’ b ‘absurdo’, pues como
opuesta al ‘ser posible’ o ‘estar perm itido’ que denota hyparxis, ella misma es en
sí ‘imposible’, algo ‘prohibido’. Asimismo, por este camino indirecto, leipsis es
‘irreal’, ‘insustancial’, ‘inexistente’, un ‘no hay’ (que también se verá rechazado
explícitamente por átopos, lo que implícitamente ya estaba en su propia concep­
ción directa como lo que se sustrae al lugar, lo que ‘no hay’ o ‘falta’). Su oposición
al uso fuerte del hypárchein en la lógica aristotélica, la condena, por su parte, a ‘no
pertenecer a’ nada,‘no ser predicable de’ nada, ‘no ser verdadero de’ nada. Lo que,
tras todo esto, sí resulta realmente asombroso es que, situada en el filo mismo del
no-ser cuya imposiblidad hemos rastreado en la tradición clásica, sin embargo se
distingue del puro caos y la mera indeterminación para emerger activa, y conducir
su actividad de una manera bien determinada, según reglas. Es más, su actividad
es de tal condición que interactuando consigo misma (‘falta’ multiplicada por
‘falta’: leipsis epi leipsin pollaplasiastheisá) produce (poiei) nada menos que
hyparxis, la determinación misma, ese modo preciso de ser que da acceso a la pre­
sencia! ¿Cómo va a extrañar que todavía Stendhal1 se sintiera escandalizado por
ello?
Estas observaciones se ven reforzadas si atendemos al modo en que Diofanto
marca — en el sentido que a este concepto da la lingüística— o deja de marcar cada
uno de ambos términos. En efecto, Diofanto (o su comentador, si damos crédito a
precisiones como las de Heath o ver Eeke, lo que tampoco es demasiado impor­
tante a este respecto) tan sólo define una marca para leipsis. A , mientras que para
hyparxis no le parece necesario singularizar ninguna marca. De hecho, la súma de
dos términos se indica por su simple yuxtaposición, mientras que para su sustrac­
ción el sustraendo se hace preceder de la marca que lo identifica como ‘término
faltante’. Como han apuntado los análisis fonológicos, morfológicos y léxicos, el
caso marcado presenta el conjunto de las carácterísticas de la forma no marcada
más una, que es la que carácteriza a aquél como una forma no particular del caso
no marcado, que así aparece como genérico. En castellano, p.e., el femenino suele
venir marcado — con una ‘a’— respecto del masculino no marcado, o el plural se
marca — con una ‘s’— respecto del singular no marcado. La ausencia de marca
dice de lo dado por supuesto, del género, respecto de lo cual la marca añade algo,
especifica. En la Arithmetica, el caso no marcado es hyparxis, nombre con el que
se designan los ‘términos positivos', que por supuesto no necesitan marca. Al mar­
car uno de estos ‘términos’ (eidS) mediante la marca A ¿qué es entonces lo que se
le añade a ese hyparxis que denota una ‘presencia’ genérica? ¿qué modo determi­
nado de ‘presentarse’ designa esa presencia marcada? Ninguno; paradójicamente,
la determinación que añade la marca a la presencia es su falta, la incapacidad de la
presencia para hacerse plenamente presente.

1 Véase nuestro Epílogo.

241
Para nosotros, herederos de la tradición griega, acaso no haya en ello
motivo alguno de sorpresa, habituados como estamos a considerar, por ejemplo,
un 3 (no m arcado) como +3, naturalmente; y sólo marcamos el 3 con un signo
cuando querem os especificar que se trata de -3 . Pero esta naturalidad se des­
vanece cuando en otras matemáticas, como la china, la oposición negativo/posi­
tivo (o m ejor leipsis/hyparxis) no se asocia con la oposición m arcado/no-m ar­
cado. En la m atem ática china veíamos cómo ambos extremos ofrecen una
perfecta sim etría, definiéndose cada uno de los dos por su oposición al otro. Ni
en la oposición zheng/fu (en el contexto de la técnica fangcheng), ni en la dúo/
shao (de la técnica jiegenfang), ni en la negro/rojo (de las varillas usadas en el
tablero de cálculo), ni tampoco en l a , (en el contexto del Yijing)
aparece un término no marcado — con toda la connotación de naturalidad que
ello conlleva— respecto del cual una marca específica determ inaría al otro como
su falta. En las oposiciones de los cuadrados mágicos, cada uno de los opuestos
tampoco se distingue del otro por un rasgo especial: la oposición se dice en los
lugares que cada uno ocupa respecto del centro del cuadrado (módulo de la con­
gruencia) y los opuestos se identifican por las relaciones de equivalencia que los
asocian con otras parejas de opuestos: en el cuadrado Lo zhou tan opuesto es 4 de
6 (respecto del módulo 5) como 6 de 4. Para la matemática china, a diferencia de
la griega, la presencia de una ausencia — por decirlo en términos griegos, si bien
no se corresponden precisamente con los chinos— no supone ni mayor ni menor
determinación, sustantividad o naturalidad que la ausencia de una presencia. .
El párrafo del ‘Prefacio’ con que Diofanto prolonga el que enuncia la ‘regla
de los signos’ dice:
"Tras haberte explicado las multiplicaciones de estas formas (ei'de) que hemos
expuesto más arriba, sus divisiones están claras. Es útil, pues, que quien aborde este
tratado se haya ejercitado en la suma, la sustracción y la multiplicación de formas,
así como en la manera de sumar formas ausentes (leiponta ei'dé ) y presentes (hypár-
chonta) no equipolentes1con otras formas que sean ellas mismas presentes, o incluso
presentes y ausentes; en fin, en la manera de sustraer, a partir de formas presentes y
de otras ausentes otras formas, ya sean presentes ya sean también presentes y ausen­
tes. A continuación, si resulta de un problema que ciertas formas son iguales a for­
mas idénticas pero no equipolentes (m i homoplüthé), habrá que sustraer de una parte
y de otra2 las semejantes de las semejantes, hasta que se obtenga una sóla forma igual

1 Para respetar sus resonancias originales heñios traducido eidos por ‘forma’, cuando suele
hacerse por ‘expresión’ (algebraica) o por ‘término’ (de una ecuación). Heath precisa que, en su
acepción primaria, eidos se refiere a una potencia particular de la incógnita sin coeficiente, si bien
Diofanto lo utiliza para referirse a dichas potencias afectadas de un coeficiente o para el ‘término inde­
pendiente'. Esta lectura modernizada vertiría eid l niü hom optlthl no por ‘formas equipolentes’ sino,
como hace ver Eeke, por 'expresiones que contienen términos positivos y negativos afectados por coe­
ficientes diferentes'.
2 ‘Es decir’, en cada uno de los miembros de la ecuación.

242
a una sola forma1. Si se presentan formas ausentes de alguna manera, sea de una
parte sea de ambas, habrá que sumar estas formas ausentes de una parte y de otra,
hasta que las formas se hagan presentes de una parte y de otra, y después sustraer de
nuevo las semejantes de las semejantes hasta que quede una sola forma de una parte
y de otra2.
Aplica esto con destreza a los datos de las proposiciones y, en la medida de lo
posible, hasta que tan sólo quede una única forma igual a una única forma. Ya te
mostraré más tarde cómo se resuelve el caso en que quedan dos expresiones iguales
a una sola.”
Esto es todo cuanto en Diofanto se refiere al modo de operar con las ‘formas
ausentes’ y ‘presentes’; el párrafo siguiente ya es para introducir la colección de
problemas en que va a consistir el resto de la obra. Es de señalar también que, en
lo que al tratamiento de la negatividad se refiere, ya no vuelve a aparecer la forma
sustantiva leipsis sino la variante adjetiva leiponta, que así viene a calificar un
estado representado por el eidos cuya presencia o ausencia se postula. La ‘falta’,
que en su primera utilización formal (en la ‘regla de los signos’ del párrafo inme­
diatamente anterior a éste) pareciera tener una cierta entidad en sí misma como
operación — le ip d — objetivada, se decanta en su uso concreto como ‘falta de’
algo, como determinación negativa de un eidos. Lo que Bachelard calificaría de
‘obstáculo sustancialista’ carga así la concepción diofántica de la negatividad. No
le faltará razón al monje griego Máximo Planudio (¿12557-1310), cuando, enfati­
zando el sustancialismo implícito en Diofanto, advierte que éste "no dice simple­
mente ‘falta’ (leipsin), como si no hubiera una presencia, sino ‘una presencia que
tiene una falta’ (hyparxin échousan leipsin)"*. A sus ojos, la operación sustanti­
vada en la ‘falta’ del primer párrafo citado del ‘Prefacio’ sólo se entiende a la luz
de este segundo párrafo, desde el cual aquélla debe entenderse como determina­
ción de una ‘presencia’ que se hace inexcusable, y nunca como operación capaz de
consistir en sí misma o siquiera como ‘forma ausente’.
No es otra la pre-concepción desde la que razonará Simón Stevin en su
‘demostración’ de la ‘regla de los signos’. En 1625 publica L'Arithmétique, donde
lleva a cabo la primera versión francesa de los cuatro primeros libros de la Arith-
metica de Diofanto, a los que añade sus propias reelaboraciones. Ahí presenta
como ‘teorema’ lo que para Diofanto era tan sólo una regla o conjunto de instruc­
ciones:

1 'Es decir', una ecuación del lipo ax" = b. Aunque al final de este párrafo anuncia que expli­
cará cómo proceder en el caso de que la ecuación resultante conlcnga varias potencias de la incógnita,
suele suponerse que tal explicación — para las ecuaciones de segundo grado— se daría en un porisniós
hoy perdido. De hecho, estas ecuaciones intenta reducirlas bien a una ecuación simple bien a una
cuadrática pura; aunque en varios lugares se supone conocida la forma de resolver ecuaciones
cuadráticas mixtas, esto es, de los tipos ax2 + bx = c, ax2 = bx + c, y ax2 + c = bx.
* Estas instrucciones tienen por objeto hacer desaparecer los ‘términos negativos' de ambos
miembros de la ecuación.
3 Véase P. Tannery (1893-1895: II: 139).

243
"Plus multiplié par plus, donne produict plus, & moins multiplie par moins
donne produict plus, & plus multiplié par moins, ou moins multiplié par plus, donne
produict moins".
El enunciado es tan formal como el alejandrino; ni plus ni moins califican
o determ inan ningún ‘algo’. La primera 'dém onstration' que ofrece no es sino
una justificación, construida sobre un ejemplo numérico. Para que el producto de
‘8 - 5’ por ‘9 - 7 ’ dé ‘6’ (que es el producto de esas diferencias: ‘3’ y ‘2’), es
necesario disponer la multiplicación de esta manera:

8- 5
9- 7
- 5 6 + 35
7 2 -4 5
6
"donques le theoreme est veritable"! Aunque ciertamente no demuestre nada, lo
relevante es que Stevin se hace problema de lo que para Diofanto, y después para
la modernidad, parece ser una mera convención que no necesita de otra ‘demostra­
ción’ que la de su utilidad operatoria.
La ‘demostración’ que sí expresa todo el sustancialismo latente en la interpre­
tación ‘clásica’ del que ahora aparece como ‘teorem a’ es la que Stevin llama "autre
demonstration geometrique":
"Soit AB 8-5 (á f?avoir AD8 - DB5). Puis AC 9 -7 (á f?avoir AE9 - EC7) leur
produict fera CB: ou bien felón la multiplication precedante ED72 - EF56 -DG45 +
+ GF35, lefquelles nous demonftrerons eftre egales á CB en cefte forte.
F 7

10 35

6 21

2 C 7
De tout le ED + GF, soubftraict EF, & DG, refte CB.
Conclusion. Plus doncques multiplié par plus, donne produict plus. & moins

244
multiplié par moins, donne produict plus, & plus multiplié par moins, ou moins mul-
tiplié par plus, donne produict moins; ce qu’il falloit demonftrer." 1
La demostración ahora sí es general, pero al precio de ‘retroceder’ al más
puro estilo euclídeo, donde la negatividad sólo se entiende como sustracción de
una cantidad menor de una mayor y, además, se piensa en términos de figuras espa­
cialmente extensas. Tal demostración, en efecto, corresponde a la siguiente igual­
dad entre rectángulos:
(AD - AB) • (AE - AC) = AD • AE - AB • AE - AD • AC + AC • AB
Con todo, esta interpretación está bastante más cargada de sustancia extensa
que la que pudiera estar latente en las formulaciones de Diofanto. Lo marcádo
como ‘ausente’ por Diofanto no son números asimilados a segmentos o superfi­
cies, a la manera que Stevin recoge del estilo aristotélico-euclídeo, sino ‘formas’
(eid é); unas eidé que ya están también bien alejadas de las eidé de Apolonio.
M ientras que éstas son las ‘figuras’ geométricas de las cónicas, las de Diofanto se
refieren a las potencias de la incógnita afectadas de un coeficiente, de manera que
para él son diferentes eidé M o (doscientas unidades como ‘término indepen­
diente’), s 6 (‘2x’), AY B (‘2x2’), Kv 8 (‘4x3’) , ... s* (‘1/x’), AT^ (‘40/x2’), etc.2 Y
la ‘figuratividad’ de esas potencias de la incógnita que alcanzan hasta el sexto
grado3, o la de sus respectivas inversas, está tan lejos de la figuratividad del eidos
geométrico de Apolonio como de aquel otro eidos pitagórico, también desplegable
espacialmente, que agrupando a los números por ‘especies’ o ‘clases’ hacía posible
que fueran. Las leiponta e id é, por tanto, tal y como Diofanto las concibe no serían
representables al modo geométrico ni, en consecuencia, lá de Stevin sería una
demostración mas que — en todo caso— para algunas de las eidé implicadas, pues
‘la regla de los signos’ se supone definida para todas ellas, incluso las irrepresen-
tables al modo euclídeo.
Parece, pues, pertinente la precisión de Klein (1968: 144) en el sentido de que
"debemos distinguir estrictamente entre el procedimiento y el objeto4; mientras
que el procedimiento se aplica a las eidé que como tales son independientes de

1 Citado por G. Glaeser (1981: 312), que lo reproduce de Les Oeuvres Mathématiques, aug-
mentez par Albert Girará, de Simón Stevin, en su edición de 1634 en Elzevier, Leyde. En la primera
edición, de 1625, citada en la 'Bibliografía', que figura en la Biblioteca Nacional de Madrid no hemos
podido encontrar esa demostración.
2 Conviene, sin embargo, precisar — como bien hace resaltar Klein (1981: 143-6)— que nin­
guna de estas e id t se corresponde con nuestro concepto de ‘variable’ sino que se refieren cada una de
ellas a un número determinado, tanto en la cantidad de unidades (monás). como en la incógnita o
número buscado (arilhmós). como en cualquiera de las potencias de ésta.
3 Conviene también aclarar aquf que, aunque Diofanto define signos diferentes hasta la sexta
potencia, en la práctica sólo aparecen potencias mayores que la segunda en el curso de la resolución de
los problemas pero nunca en los datos de partida.
4 Distinción paralela, en cierto modo, a la que aquf hemos hecho respecto de la negatividad
‘como proceso’ y ‘como producto’.

245
cada ‘multitud de mónadas’ (pléthos monádón), y en este sentido ‘generales’
(kathólou), el objeto buscado es en cada caso un determinado número de móna­
das". Siguiendo esta distinción, sería bajo esa acepción instrumental de las eide
como se podría hablar de ‘formas ausentes’ (leiponta e id e ), pues — como vere­
mos— nunca se admitirá la ‘falta’ como objeto, ya sea éste el buscado ya cualquier
otra ‘multitud de mónadas’ q u e — como ‘multitud ausente’— hubiera de intervenir
objetivada en el curso de las operaciones. En este sentido puede decirse con Klein
(1968: 145) que el rasgo distintivo de las eide diofánticas está en que tan sólo tie­
nen "un significado puramente ‘instrumental’", siempre que a tal instrumentalidad
no se le dé un carácter ‘puro’ y transhistórico que ponga a salvo los instrumentos
matemáticos de toda determinación simbólica (en el sentido cultural) para preten­
der presentarlos como meros símbolos (ahora en el sentido matemático moderno,
diametralmente opuesto al anterior), como si pudieran pensarse desnudos de cual­
quier carga imaginaria. En \aArithmetica no existe un supuesto cálculo puro al que
el derrumbe de un cierto paradigma, como el aristotélico-euclídeo, perm itiera aflo­
rar, ya limpio de toda ganga simbólica. Ni existen, latentes en ese cálculo, unos
‘números negativos’ cuya rotunda estructura de grupo aditivo estuviera esperando
ser des-cubierta tras el humus de significaciones geométricas donde se mantenían
larvados. Precisamente en Diofanto, en quien se quiere ver — enfatizando la
influencia de una ‘logística’ supuestamente intemporal— al padre de estas canti­
dades neutras, se muestra de modo privilegiado la tensión latente entre las distintas
determinaciones culturales que orientan una particular construcción de la negati-
vidad.
Otro aspecto que destaca en este segundo párrafo de Diofanto es la falta de
instrucciones precisas sobre cómo operan entre sí las ‘formas faltantes’ y las ‘for­
mas presentes’. Tan sólo el consejo de que "es útil que quien aborde este tratado se
haya ejercitado en la suma, la sustracción y multiplicación de las mismas". Parece
darse por sabido, o considerarse obvio, lo que Liu Hui, en los Nueve capítulos del
arte matemático, considera inexcusable precisar: los criterios para sumar y restar
entre sí ‘números positivos’ y ‘negativos’. Además, el tratamiento exquisitamente
simétrico que el texto chino da a unos y otros (distinguiendo tan sólo los casos en
que los ‘nombres’ — o ‘signos’— sean los mismos o distintos), contrasta con una
cierta prevención en Diofanto hacia las presumibles dificultades que sus lectores
pueden encontrar al ‘ejercitarse’ en particular con las ‘formas ausentes’: "así como
[habrán de ejercitarse] en la manera de sumar formas presentes y ausentes no equi­
polentes con otras formas que sean ellas mismas presentes, o incluso presentes y
ausentes".
La última parte del párrafo es ya toda una exhortación al evitamiento de la
negatividad ‘como producto’, que aquí habíamos distinguido de la negatividad ‘en
proceso’. Tras instruir sobre cómo multiplicar entre sí las distintas combinaciones
de ‘presencias’ y ‘faltas’, y recomendar a continuación los ejercicios de sumas y
restas de ‘formas presentes’ y ‘ausentes’, las instrucciones inmediatamente
siguientes lo son sobre cómo eliminar las ‘formas ausentes’ que pudieran haber
resultado como residuos de tales operaciones: "si se presentan formas ausentes de
alguna manera, (...) habrá que sumarlas de una parte y de otra, hasta que las formas

246
se hagan presentes de una parte y de otra". La presencia de una ausencia es, lite­
ralmente, insostenible. Tanto Diofanto como el fang cheng van equilibrando térmi­
nos para simplificar las ecuaciones pero, allí donde el objetivo del método chino
era hacer desaparecer (jin) una presencia (la de palillos en las posiciones superio­
res del tablero) y así producir una ausencia o hueco, el propósito de Diofanto es
convocar una presencia que venga a llenar la ausencia que se nombra como lei -
ponta eid S . Así, no será hasta pasados muchos siglos que una expresión del tipo
ax2 + bx = c pueda llegar a escribirse en Occidente como la expresión ax2 + bx + c=
= 0 hoy habitual1.

IV.6. ... y el ausentarse de la presencia:


la imposible negatividad como ‘producto’
Pese a las instrucciones generales para eliminar las ‘formas ausentes’ en el
inicial planteamiento numérico de los problemas, Diofanto se encontrará con ellas
entre las manos en el curso de ciertas operaciones encaminadas a obtener su solu­
ción. Seguiremos con detalle el planteamiento y resolución de algunos — los más
significativos, a nuestro juicio— de tales problemas, para ver en concreto cómo
Diofanto afronta las distintas situaciones en que debe hacer frente a tales emergen­
cias. Destaca, en primer lugar, cómo, a diferencia de otros problemas ‘semejantes’
en China, nunca aparece entre los datos iniciales ningún tipo de ‘falta’ objetivada
como tal dato, sino — todo lo más— como la operación de sustraer. La falta apa­
rece siempre por primera vez en la manipulación inicial de tales datos. Un claro
ejemplo de ello es el problem a 1.9, que reproducimos en su totalidad2.
Problema 1.9
"Quitar un mismo número [x] de dos números dados [a y b], y hacerlo de
manera que los restos tengan entre sí una razón dada ^ _ - = m j .
Es necesario en cualquier caso que la razón dada sea mayor que la razón del
mayor al menor de los números dados [m > a/b].
Proponemos pues quitar un mismo número de 20 y de 100 y hacerlo de manera
que el mayor resto sea el séxtuplo del más pequeño.
Que el número a quitar de cada número sea 1 aritmo3. Si se le quita de 100,
quedan 100 unidades menos 1 aritmo; y si se le quila de 20, quedan 20 unidades.

1 Aunque los numerales hindúes, salvo el cero, ya aparecen mencionados por Gerberto en el s.
X, y aunque Máximo Planudio ya hace referencia también al cero hindú a ñnales del s. XIII, a una
expresión algebraica que iguale 'algo' a ‘cero’ no se le verá sentido hasta el s. XVII.
2 Las ‘transcripciones’ entre corchetes son nuestras. En éste y en los restantes problemas anali­
zados se siguen las indicaciones de Paul ver Eeke, salvo precisión explícita.
3 Traducimos por ‘aritmo’ el término arilhmós, referente al eidos del número buscado o incóg­
nita; así, ‘1 aritmo' se corresponde a ‘x \

247
menos 1 aritmo. Ahora bien, hace falta que el mayor resto sea el séxtuplo del menor;
por tanto, seis veces el menor serán iguales al mayor. Ahora bien, seis veces el menor
dan 120 unidades menos 6 aritmos. lo que será igual a 100 unidades menos 1 aritmo.
Añadamos de una parte y de otra las formas ausentes, y quitemos las semejantes de
las semejantes; los 5 aritmos restantes son iguales a 20 unidades, y el aritmo se hace
4 unidades.
Volvamos al planteamiento: se ha puesto el número a quitar como 1 aritmo;
luego será 4 unidades. Si se le quita de 100, quedan 96 unidades, y si se le quita de
20, quedan 16 unidades; lo que establece que el mayor es el séxtuplo del menor."

En el 4° párrafo se empieza planteando la igualdad 100-x = 6(20-x), de donde


100-x = 120-6x. Y aquí es donde "añadimos de una parte y de otra las formas
ausentes [añadiendo 6x: 100+5x = 120], y quitamos las semejantes de las semejan­
tes", con lo que queda 5x = 20.
El 2o párrafo plantea a priori un diorismós que sin duda Diofanto ha deducido
a posteriori como condición de posibilidad de la solución. Efectivamente, el plan­
team iento inicial del problema pedía un aritmos x tal que - —- = m , de donde se
b m—- pa ; y si. se quiere
. que este aritmos
. sea bpresente
- x , (o. , positivo
. . ,.)
seguiría x = —
es necesario que sea bm > a, esto es, que sea m > a/b, que es la restricción impuesta
por el diorismós. En el párrafo 3o se seleccionan, en consecuencia, 20 y 100 como
‘números dados’ y ‘el séxtuplo’ como razón entre sus restos, pues así se garantiza
que m = 6 > a/b = 100/20 = 5.
Esta es la form a habilual en que D iofanto elim ina el trato con las ‘faltas’
o ‘ausencias’ una vez que han aparecido. Un diorismós (o prosdiorism ós, como
lo llam a D iofanto) que, im puesto a continuación del enunciado, orienta los cál­
culos en el sentido de ir determ inando valores numéricos donde no vuelvan a
aparecer nuevas ‘faltas’. Encontram os diorism ós de este tipo en problem as
com o los 1.6, 1.8, 1.9, 1.14, 1.16, 1.17, 1.19, 1.21, 1.28, II.6, etc. Así en el
siguiente problem a:
Problema 1.5
"Repartir un número propuesto en dos números de manera que, si se suman
fracciones diferentes dadas de cada una de las partes, éstas formen un número dado."
Nada más enunciarlo, se adviene inmediatamente:
"El número dado debe, en cualquier caso, ser tal que esté comprendido entre
los dos números que se obtienen al lomar las fracciones dadas del número propuesto
al principio."
Si a es el número propuesto y x e y los dos números en que se reparte, ten­
dremos el sistema de ecuaciones:

248
a + y= a ■
>
Hb n =b
de donde
x + ------
— a -x
m n
luego

x = ^ (b n -a ) y = a - x = —- — (a - b m )
n- m n- m
y, para que tanto x como y sean ‘presentes’, ha de ser
bn > a y a > bm
es decir
a/m > b > a/n
que es el diorísmós aducido.
Estos problemas indican que Diofanto había emprendido su solución antes de
transcribirlos y, habiendo tropezado con la dificultad de alguna ‘falta’, inserta a
posteriori tras el enunciado las condiciones que hacen posible su solución. Tan
sólo unos pocos problemas no están así orientados previamente para la elusión de
‘faltas’, y éstas irrumpen de improvisto en el curso de la resolución, sin que el autor
se preocupe en ellos de ocultar al lector los pasos que le han llevado a ese callejón
sin salida, ni de reintroducir el diorísmós que evite andar ese camino y preste
mayor elegancia a la presentación del problema. Es en estos problemas donde
podemos seguir con mayor fidelidad el curso de las ‘razones’ que hubiera podido
darse Diofanto para reemprender de otro modo su resolución. Llegado al punto en
que la ‘falta’ se hace ineludible, Diofanto da marcha atrás, y rehace las determina­
ciones iniciales que había supuesto, de modo que — ya con las nuevas precisiones
los cálculos— no encuentren ninguna ‘falta’ en su camino. Así procede, en parti­
cular, en aquellos problemas para cuya resolución emplea el ‘método de falsa posi­
ción’, como es el siguiente.
Problema V.2
"Encontrar tres números en proporción geométrica, y tales que cada uno de
ellos, aumentado en un número dado, forme un cuadrado."

249
Tras poner Diofanto 20 como el número en que se aumenta, las condiciones
del problema son

^ ^ (I); X + 20 = a 2(II); Y + 20 = p 2 (III) ; Z + 20 = 52(IV)


X /- i

Sea X un número cuadrado que satisface la condición II. Y supongamos —


según la regla de falsa posición — que es X = 16. Sea Z = x2. Por (I) será Y = 4x.
Sustituyendo en (III) y (IV) se llega a:
4x + 20 = 4
y advierte Diofanto:
"...lo que es absurdo, pues haría falta que 4 unidades no sean más pequeñas que
20 unidades.”
Lo cual obliga a replantear aquel 16 que se había puesto en ‘falsa posición’.
Así, como 16 ■1/4 = 4, y habíamos cogido 16 = X para satisfacer (II), hemos de
sustituir 16 por otro cuadrado cuyo 1/4 sea > 20; es decir por un cuadrado > 80:
sea éste 81. Y, así reconducidos, los cálculos evitan enfrentar el ‘absurdo’ de que
‘4 unidades no sean más pequeñas que 20 unidades".
Pues bien, la diferencia clave entre los diorismós que establecieran Euclides,
Arquímedes o Apolonio y estos diorismós diofánticos es que ahora lo que se des­
carta con ellos es una negatividad que previamente se ha hecho presente como
‘ausencia’ (leipsis). Entonces se constataba la imposibilidad sensible de una cons­
trucción determinada, lo que impedía la emergencia de ninguna forma de negati­
vidad, siquiera fuera para excuirla como ‘absurda’, mientras que ahora la negati­
vidad emerge efectivamente, se hace ‘presente’, y — ya una vez perceptible — se
decreta su sinsentido. Para ello ha sido necesaria la colisión de dos imaginarios
culturales. Uno, el imaginario ecléctico de la decadencia alejandrina, que aporta un
instrumental (numérico y ‘algebraico’) y unas formas de percepción que alteran las
condiciones de posibilidad en que una ‘forma’ (eidos) puede ser pensada. Otro, el
imaginario clásico aún activo, que inmediatamente arroja sobre la nueva emergen­
cia todo el caudal de interdicciones que, en tom o a la negatividad, había acumu­
lado y racionalizado durante los siglos en que se había mantenido como paradigma
dominante.
Suele afirmarse, entre los escasos autores que se han parado siquiera unas
líneas en estos asuntos, que Diofanto admite los números negativos pero no como
solución final del problema. Lo cual no tiene mucho sentido pues ya advierte nada
más comenzar el Libro I de su Aritlvnetica que:
"Como tu sabes, entre otras cosas, que los números están formados por una
cierta cantidad de unidades..."

250
El número de Diofanto sigue siendo, pues, intrínsecamente positivo. La
leipsis no puede, en consecuencia, ser nunca un número, al menos en el sentido en
que Diofanto pueda entender éste, sino una carácterística o atributo que les acon­
tece a las eidé en el curso de la actividad operatoria que se ejerce sobre ellas. Y
hasta no siendo sino mera actividad, aún ésta se tiene por imposible en cuanto se
remansa un mínimo en el acto en que habría de cumplirse. Tal hemos visto en el
Problema V.2, donde el ‘absurdo’ se refería estrictamente a números, pues en él no
entraban explícitamente en consideración elementos geométricos como sí ocurre
en el siguiente, donde tampoco hay diorismós previo que evite el tropiezo con la
negatividad.
Problema VI.21
"Encontrar un triángulo rectángulo tal que su perímetro sea un cuadrado, y que
este perímetro añadido a su superficie forme un cubo."
La cuestión planteada es ciertamente poco ortodoxa: segmentos que son cua­
drados y que, además, añadidos a triángulos formen cubos. Para resolverla, establece
como lados del triángulo 2x y x2 1, y como hipotenusa x2 + 1; tras lo cual, como
es habitual, fija una serie de determinaciones numéricas con las que emprender los
cálculos. Estos le conducen a que el aritmos ( V ) vale 1/7, con lo que su cuadrado
será 1/49, "del cual hay que sustraer la unidad, puesto que una de las perpendiculares
es 1 cuadrado menos 1 unidad" (x2 - 1 = 1/49 - 1). Y sin más explicación1 procede
a alterar las determinaciones numéricas iniciales para llegar a otro valor del aritmos,
que esta vez es x = 512/217 y ya "podemos sustraer 1 unidad de este cuadrado".
Los elementos geométricos de este problema hacen evidentemente imposible
que pueda restarse 1 de 1/49, pues el resultado habría de ser uno de los lados del
triángulo; aunque ahora, al haber operado con números en lugar de trazar líneas y
figuras, haya podido llegar a una situación que antes no hubiera podido plantearse.
La situación no era la misma en V.2, donde los números no lo eran de objetos espa­
ciales, pero sí se les suponía allí también ese mismo soporte sustancial que hace
absurda su posible negatividad. El número sigue siendo, como para Euclides,
"multitud integrada por unidades" (monádon synkeimenon pléthos). Y ya se
entienda la "multitud" en que consiste el número como compuesta de unidades
arbitrarias de medida, al modo aristotélico-euclídeo, ya como compuesta de móna­
das indivisibles, a la manera pitagòrico-platònica, la exhuberancia de su plenitud
se impone drásticamente a cualquier posible sustantivación de una leipsis que
emerge con mucha menor potencia. La densidad de pléthos es tan incompatible
con la Vacuidad de leipsis como su muchedumbre lo fuera también, en la tradición
platónica, con la unidad (monas). Si ésta no podía ser número, pues lo uno no

1 Sin explicitar en ningún momento nada parecido a "no podemos restar 1 de 1/49" — como
pretenden J. Fauvel y J. Gray (1987:222)— , lo cual da como por supuesto.

251
puede ser muchos, tampoco puede serlo leipsis, pues la ‘ausencia’ no puede estar
llena. La m isma interdicción se levanta para ambas, monás y leipsis. Y si la pri­
mera consigue salvarla mediante la argucia aristotélico-euclídea que consiste en
pensarla como unidad de medida (divisible en tanto que medida, aunque perma­
nezca una en tanto se tom a como patrón), la segunda no conseguirá encontrar otra
solución de compromiso que la articulada implícitamente por Diofanto: ser una
forma de estar pero no un estado, una actividad pero no un acto, un modo de pro­
ducirse pero no un producto.
No es casual que el término con que Diofanto rechaza esa leipsis sustanti­
vada1 — y con el que rechaza también los resultados ‘irracionales’— sea precisa­
mente el de 'adynatos', que al tiempo que ‘imposible’ significa ‘falto de fuerzas’,
‘débil’ o ‘impotente’. La insustancialidad de la ‘ausencia’ en que la leipsis consiste
es impotente ante toda la gravedad sustancial de pléthos y de hyparxis. Tan impo­
tente que tan pronto se tacha de ‘imposible’ (adynatos) como de ‘no decible’ (ou
reté) o 'absurda’ (átopon: ‘no ha lugar’). Aún en Diofanto, pese a su abandono de
la representación espacial como condición de posibilidad, la debilidad de la
‘ausencia’ para hacerse un sitio entre las ‘formas’ se corresponde con una no
menor debilidad para encontrar alojamiento en el lenguaje: mal podría llegar a ser
decible (rete) lo que em pezó formulándose como opuesto a la misma predicabili-
dad (hyparxis).
Los problemas de Diofanto con lo irracional (álogos) no son menores que con
lo negativo (leipsis), y el tratamiento que concede a ambos es de hecho muy seme­
jante. También los irracionales se rechazarán como resultados, aunque sean inter­
medios2. Para su evitamiento avanzará análogos prosdiorismoi o, en caso de
haberlos omitido, rehará — una vez surgidos— las determinaciones iniciales. Y los
calificativos con que se descartan son análogos a los que usa para la negatividad
(átopon, adynatos, ou rete ). Aunque Herón no había tenido mayor inconveniente
en aceptarlos, e incluso en ensayar aproximaciones, el plethos diofántico en que
consiste el número ha de ser tan determinado (o no indefinido) como había de ser
pleno (o no negativo)3.
El rechazo de la irracionalidad-álogos se solapa así con el de la negatividad-
leipsis para constituir una segunda forma de negatividad, que podríamos llamar
negatividad imaginaria, la cual ‘se correspondería’ con las ‘raíces cuadradas de
números negativos’ ( aunque en la conceptualización diofántica habría de decirse

1 Véanse las páginas recopilados por J. Klein (1968: 138-312,17-19; 250,14; 251, nota; 424,
12 ss.; 204,19 ss.; 208,7; 210, 1 ss.; 212,6 ss.; 264,12 ss., 270,4-6), de la edición de Tannery (1893-
1895).
2 El problema 1V.31 parece constituir una relativa excepción. Conducido a la ecuación auxiliar
3x+l 8 = 5x2, aunque su solución es irracional la utiliza para tantear la solución de la ecuación indeter­
minada de la que aquélla era una conjetura particular.
3 Concepción que dominará hasta el Renacimiento. Asf Frater Federicus (ca. 1460): "surdus
numerus non esl numerus; nam numerus cst, quem unitas mensural" (un número sordo [i.e. irracional]
no es un número; pues número es aquello que la unidad mide”). O Stifel en su Arithmetica integra:
"irrationalis numerus non est uerus numerus" (el número irracional no es un verdadero número).

252
propiamente ‘lado de cuadrado ausente’). Eso es lo que ocurre, p.e., en el problema
siguiente.
Problema 1.27
"Encontrar dos números tales que su suma y su producto formen dos números
dados.
Es necesario en cualquier caso que el cuadrado de la semi-suma de los números
buscados exceda en un cuadrado al producto de esos números; cosa que por lo demás
es figurativa."
Si a y b son esos números dados, y x e y los buscados, el problema plantea el
siguiente sistema:
x+y=a
xy =b
y el diorismós será
[(x + y)/2]= — xy = número cuadrado
es decir
(a/2)2 — b = número cuadrado •
Como las soluciones del sistema son a /2 ± 7 ( a /2 ) 2-b , la exigencia del dio­
rismós garantiza tanto que esas soluciones no sean irracionales como que no sean
‘imaginarias’. ,---------
Otro tanto ocurre en el Problema 1.28, que obliga a v 2 b - a a ser un número
cuadrado, eludiendo simultáneamente las raíces imaginarias y las irracionales. En
otros casos, como en los problemas 1.30, IV.9 ó 1V.31 lo que se eluden son sólo
soluciones irracionales.
El problema siguiente es el único en el que Diofanto ofrece la solución de una
ecuación completa de 3“ grado, y acaso uno de los dos únicos —junto con el
VI.22— en que se elimina (aunque aquí no explícitamente) la posibilidad de una
raíz ‘imaginaria’:
Problema VI. 17
"Encontrar un triángulo rectángulo cuya superficie, añadida a la hipotenusa,
forme un cuadrado, y cuyo perímetro sea un cubo."
Tras fijar, como de costumbre, ciertas determinaciones iniciales, llega a la ecuación

253
x3 + 2x + 3 = x3 + 3x-3x2 - 1
a la que da la forma
x3 + x = 4x2 + 4
y habiéndose probablemente dado cuenta que esa expresión equivale a
x(x2 + l) = 4 (x 2 + 1)
concluye sin más que la solución es 4. Las otras dos soluciones ‘posibles’ así
excluidas son precisamente las ‘imaginarias’ ± 7 -1 , si bien no hay prueba alguna
de que Diofanto topara con ellas como sí topó con las ‘negativas’.
De hecho, Diofanto nunca busca ‘todas las soluciones posibles’ para un pro­
blema (o ‘ecuación’). Le basta con encontrar una: el aritmos o ‘número del pro­
blem a’. Paul ver Eeke (1959: XXIII) conjetura que "el rechazo sistemático de las
soluciones negativas no ha permitido a Diofanto reconocer que la ecuación cuadrá­
tica posee dos raíces". Pero el caso es que tampoco ofrece nunca dos raíces positi­
vas. Encuentra lo que busca, que es el arithmós, esto es, un número concreto que
dé solución al problema; y un número concreto nunca son dos números concretos.
Por eso la traducción de arítlimós por ‘incógnita’, y más aún por variable, traiciona
las coordenadas particulares desde las que que Diofanto busca — y encuentra— la
solución a sus problemas, que nunca es general sino.concreta. Diofanto define el
número buscado de la siguiente manera:
"El número que no posee ninguna de las particularidades precedentes [i.e., de
las ‘potencias’], pero que posee en sí mismo una multitud indeterminada de unida­
des, se llama el ‘aritmos’, y su marca distintiva es s"
El sentido concreto de esa ‘indeterminación’ en la multitud de las unidades
deli mita loque Diofanto entiende por ‘aritmos’. Como advierte Ver Eeke, todos los
manuscritos reproducen la que debió ser una alteración del original, y ofrecen la
expresión ‘plethos monádon álogos' para esa ‘multitud indeterminada de unida­
des’. Ciertamente el término ‘álogos’ no parece tener ahí mucho sentido, por su
asociación con el ámbito de la irracionalidad que Diofanto elude tan escrupulosa­
mente. Tras el hallazgo por Tannery de los manuscritos de El Escorial, los estudio­
sos parecen coincidir en la restitución del término 'aóriston', que al menos aleja a
la indeterminación del ámbito semántico de lo irracional. Klein (1968: 139-141)
mantiene la tesis, que aquí suscribimos, de que tal indeterminación es tan sólo
‘indeterminación provisional’, en el sentido de que se trata de un número — y ¡uno
sólo!— bien concreto pero que permanece no precisado hasta que no se haya cal­
culado cuál es con precisión la multitud que lo forma. La denominación por Dio­
fanto del ‘número determinado de unidades', que corresponde al término indepen-

254
diente de la ecuación, con el mismo término — arithm ós — parece reforzar esta
interpretación. Su rechazo, pues, de las ‘soluciones negativas’ no puede impedirle
encontrar lo que sólo tendría sentido desde una interpretación del arithm ós como
‘variable’ que le es del todo ajena.
Por otra parte, el diorism ós de 1.27 termina con una expresión que puede ser
reveladora: "ésti dé toüto p lasm a ticón ", que hemos traducido — siguiendo a ver
Eeke— por "cosa que por lo demás es figurativa". Distanciándose de Heath (1910:
140), que lo traduce por "esto es de la naturaleza de una fórmula”, y de Tannery
(1893-1895: 62), que lo hace por "esto es formativo", ver Eeke elige el término
‘figurativo’ en el sentido de hacerse evidente mediante una ‘figura’ geométrica.
Efectivamente, la condición que impone el diorism ós se reduce a la identidad
[(x + y)/2]2 - xy = [(x-y)/2p, que equivale al enunciado geométrico: ‘el cuadrado
construido sobre la semisuma de dos segmentos, menos el rectángulo que los tiene
por lados, es igual al cuadrado construido sobre la semidiferencia de ambos seg­
mentos’. Según esto, el motivo latente que excluiría la consideración de ‘raíces
imaginarias’ sería la interpretación geométrica que estaría Diofanto haciendo
implícitamente del problema, pese a que su enunciado fuera estrictamente numé­
rico y el modo de resolución ‘algebraico’.
Esta tensión entre un modo de pensar sustancialista, heredero de la episteme
clásica griega, y otro ecléctico, que descarga en ciertos momentos al primero
(como en la admisión de ‘potencias’ no tridimensionales o en la consideración for­
mal de la ‘falta’) de su compulsión por lo pleno, es la que carácteriza el trabajo de
Diofanto. Su ruptura con la tradición clásica lo es desde la tradición clásica, a la
cual incorpora como obstáculo en el momento mismo en que también lo supera. El
dinam ism o propio de ese conservarse el obstáculo en su misma superación lo
hemos intentado seguir en esa dimensión de la negatividad que es la leipsis de Dio­
fanto. Otras dimensiones suyas, sin embargo, permanecen tan cargadas por el para­
digm a clásico que se conservan en toda la plenitud que éste les legó. Tal es el caso
de la que hemos llamado ‘negatividad imaginaria’, con la que — como hemos
visto— Diofanto ni siquiera tiene oportunidad de enfrentarse, pues — ésta sí— se
mantiene del todo bloqueda, sin que la incorporación de nuevos presupuestos y
procedimientos aporte elementos para su percepción/construcción.
Si Diofanto no tiene inconveniente en acuñar neologismos cuando el vocabu­
lario heredado no es capaz de albergar los nuevos conceptos (así, arithm ostón para,
la unidad dividida por el arithm ós o dynam ókybos para la 5* ‘potencia’), por más.
que también éstos revelen su carga geométrica, en otros casos la connotación ori­
ginal determina por completo su significado. Ese es el caso de la ‘raíz cuadrada’,
que Diofanto define — y piensa— como "lado del tetrágono [i.e. del cuadrado]"
(p leu ra to ü tetragónou), tal y como lo define en el ‘Prefacio’ al Libro I de \aA rith-
m etica:
"Entre los números se encuentran especialmente: los cuadrados, formados por
un número multiplicado por sí mismo, el cual se llama lado del cuadrado..."

255
Si la insustancialidad de la leipsis le había permitido ese efímero grado de
objetivación que la fijara por un momento en la actividad de su sustraerse, y ahí
poder pensarla como operación sometida a reglas, la ‘raíz cuadrada’ — por el con­
trario— no es una operación a la que se somete a un número sino un objeto
rotundo: "lado del cuadrado". Así, aunque nuestra expresión V - í ya sí tiene en la
terminología de Diofanto un significante capaz de alojarla (como ‘lado de una
forma ausente cuadrada’), se trata sin embargo de un significante vacío de signifi­
cado: una forma puede ser cuadrada, una forma puede ser ausente ( leiponta eide),
aunque tan sólo sea por unos breves momentos (lo que se tarda en eliminarla al
plantear inicialmente un problema), una forma puede ser, por tanto, cuadrada y
ausente, pero ¿qué podría ser su lado? ¿qué lado puede ser ése sobre el que vaya a
levantarse un cuadrado que falta? Este será el nuevo obstáculo — y ahora del todo
impensado por Diofanto— que la tradición clásica legue en tom o a la negatividad.
Un obstáculo que no podrá enfrentar el renacimiento de la razón griega clásica en
los ss. XV y XVI, pero que sí identificará y resolverá, a su m anera, el juego de
escorzos, trampantojos y sinsentidos que permitirá el imaginario m anierista de
finales del s. XVI. De nuevo aquí, el libre juego de unos significantes que se liberan
del significado que les impone una cierta episteme será el que permita emerger
nuevos significados y abra nuevos campo de sentido.
Sí hay un problema — el VI.22— en que, a diferencia del VI.27, Diofanto se
ve abocado a enfrentarse con raíces ‘imaginarias’. Lo sorprendente aquí es que no
ve en ellas ninguna particularidad que las distinga de las irracionales, tratándolas
como tales.
Problema VI.22
"Encontrar un triángulo rectángulo tal que su perímetro sea un cubo, y que este
perímetro, aumentado en la superficie del triángulo, forme un cuadrado."
Para ello, observa que:
"Antes hay que examinar el asunto de encontrar un triángulo rectángulo tal
que, dados dos números, el perímetro del triángulo sea igual a uno de los números
dados, y su superficie igual al otro número.
Que los dos números sean 12 y 7, y propongamos que 12 sea el perímetro del
triángulo y 7 la superficie..."
Tal y como procede el texto, una vez puestos 7 y 12, si x e y son los lados de
ese triángulo, será:

xy = 7
2
x2+ y2 = ( 1 2 - x - y ) 2

256
de donde, sustituyendo y = 14/x, queda
172x = 336xJ + 24
y resolviendo esta ecuación al modo de Diofanto, resultaría

336x = 172/2 ± 7 (1 7 2 /2 ) - 2 4 -336


por lo que, a continuación, añade:
"lo que no es siempre posible si la mitad de los aritmos [172/2], multiplicada
por sí misma, y disminuida en el número de cuadrados multiplicado por las unidades
[24 • 336] no fuera un cuadrado."
y por tanto procede, como es habitual, a revisar las determinaciones iniciales que
había fijado en 7 y 12.
Diofanto, pues, frente al lado de un cuadrado cuya ‘superficie’ sería - 167
[=(172V/2)2 - 24 • 336] no reacciona de modo diferente a como lo hubiera hecho
ante uno de superficie + 167. Según manifiesta en este problema, la negatividad
‘imaginaria’ pertenece al mismo orden de imposibilidad que la irracionalidad.
Tanto en un caso como en otro se ha visto enfrentado a lados que no pueden engen­
drar un cuadrado, y el que ese cuadrado sea ‘ausente’ o ‘presente’ no añade para
él ninguna dificultad adicional.
Ya Herón había llegado a una situación parecida, por primera vez — al pare­
cer— en la historia de la matemática occidental (D. R. Green, 1976: 99). En su Ste-
reometrica (ca. 75 d.C.), tratando de construir una pirámide, se encuentra con la
necesidad de calcular la longitud 781 - 144 . Como en él no se da esa resistencia
de Diofanto a las soluciones irracionales, no cabe esperar que, como Diofanto
hubiera hecho, rechace esa raíz por irracional. ¿Qué otra salida podía entonces ar­
ticular? Pues no duda en intercambiar entre sí minuendo y sustraendo y proceder
así al cálculo d e7 l4 4 - 81, que aproxima mediante 7 + 15/16. Ante la negatividad
‘imaginaria’ la episteme clásica no parece ofrecer, por tanto, otra alternativa que la
irracionalidad (Diofanto) o el error (Herón); si bien éste, como enseñó a apreciar
Bachelard, siguiendo a Freud, no deja ser también significativo.
Precisar que Herón procede así porque es "antinatural e irreal restar 144 de
81", como suele suponerse en estos casos (S. Lal, 1986: 35), es confinar la natura­
lidad y la realidad a la construcción que de ellas hace un cierto modo de pensar (en
este caso, el moderno). Y, de paso, condenar implícitamente a la irrealidad a otras
epistemes — como la que soporta la matemática fangcheng— cuya forma de racio­
nalidad no duda en restar 144 de 81 con la misma ‘naturalidad’ con que resta 81
de 144. Sí parece significativo, por el contrario, en el intento fallido de Herón, que,
en primer lugar, estuviera en condiciones de poder resolver ‘mal’ el problema, es
decir, de ver que ahí había un problema (lo que no podía ver la matemática clásica)

257
y de apreciar en él una cierta singularidad (que Diofanto no aprecia al considerarlo
un mero caso de irracionalidad). Y, en segundo lugar, que el relajamiento del rigor
interpretativo y demostrativo de la matemática clásica permita a Herón conceder a
los significantes implicados — números y operadores (restar, extraer la raíz cua­
drada)— una notable desvinculación de los significados a que aquélla los había
dejado fijados. La otra cara de este proceso de desfijación será la apertura a nuevos
sentidos que hará posible la incorporación de nuevos significados.

IV.7. El techo de la negatividad en la metafísica neoplatónica.


Impotencia de la voluntad de poder
Al tiempo que en los matemáticos alejandrinos tardíos se está dando esa ten­
sión por incorporar a su obra, desde la tradición clásica, los elementos extraños que
aportan otras tradiciones matemáticas (fraccionamiento del uno, conceptualiza-
ción e instrumentalización de la ‘falta’, superación del sustancialismo...), la misma
tensión está concurriendo en otro ámbito de racionalidad paralelo — pero que se
revelará íntimamente entreverado con el matemático, en especial en tom o a la
cuestión de la negatividad— , como es el de la lógica y la metafísica. El problema
aquí es cómo integrar el nuevo Dios que ha irrumpido en toda su pujanza, proce­
dente de las cada vez más extendidas religiones monoteístas, y en especial del cris­
tianismo, en el seno de un modo de pensar que había perfilado en tomo a una razón
autónoma sus propias señas de identidad. Y será en ese esfuerzo — ¿imposible?—
donde también em ergerá la negatividad con la misma doble faz que se había reve­
lado en Diofanto: como culminación dialéctica de todo un edificio teórico que, al
incorporarla, consigue trascender el sustancialismo en que había quedado blo­
queado, pero también como techo máximo de lo que, desde ese modo de pensar,
puede tenerse por decible, que viene a coincidir con lo pensable.
Del todo paralelas a los equilibrios con que — como veíamos— Jámblico se
esfuerza por conciliar la unidad con las series recíprocamente inversas de los
números y las fracciones de esa unidad, son los de Plotino (205-270), contempo­
ráneo de Diofanto y del propio Jámblico, y, más tarde, los de Proclo (410-485).
También en ellos la cuestión capital es cómo pensar el Uno en relación a la doble
cadena — ascendente (con-versión) y descendente (pro-cesión)— de sus hipósta-
sis, y cómo hacerlo de manera que no quepa contradicción con el mantenimiento
simultáneo de dos principios que no pueden dejarse de darse por sentados: que el
Uno se mantenga como principio radical, mas allá de las determinaciones en que
consisten las cosas, pero que a la vez sea origen de todas ellas, fuente de las deter­
minaciones que las traen a ser, en su multiplicidad y mutación constantes.
Y también en Plotino y Proclo la especulación alejandrina tardía choca — in­
cluso con más nitidez que la especulación ‘estrictamente’ matemática— con esos
dos modos de negatividad que son la ‘nndn’ y la ‘falta’: aquella ‘nada’ (oudén) con
que Aristóteles analogizaba el ‘cero’, para descartarlo por no someterse a razón
alguna, y aquella ‘falta’ (leipsis) que Diofanto sólo podrá manipular — que no con­

258
cluir— como ‘formas faltantes’ o ‘formas ausentes’ (leípom a eide). La reflexión
en tomo a la negatividad deriva así, en diferentes ámbitos intelectuales, de una
misma presión que unos nuevos objetos de reflexión (procedentes de tradiciones
orientales en las que el lógos no decidía el criterio último de existencia) ejercen
sobre una episteme ajena a ellos pero que intenta incorporarlos a su específica
forma de razón.
En una última vuelta de tuerca a aquel dilema parmenídeo del que arrancaba
nuestro estudio de la negatividad griega, Plotino ( E nneadas . VI, 9, 3 [9]) carácte-
riza al Uno por su carencia, por su puro no ser, por la ausencia en él de toda forma
o esencia, es la ‘forma ausente’ por excelencia:
"La maravilla, anterior a la inteligencia, es el Uno, que es no ser (me ón)'.
Si del Uno pudiera decirse ‘es esto’ o ‘es aquello’, el Uno quedaría "prisio­
nero" de las determinaciones que al sujeto aportan los predicados; por lo que "debe
ser de manera que el Uno no sea aquí el predicado de otra cosa; no tiene, a decir
verdad, ningún nombre verdadero"1. El Uno, de la misma manera que el resultado
de la acción del leipd diofántico (la leipsis ‘como producto’), rebasa el ámbito del
lógos para adentrarse en el reino de lo indecible, de lo ou rete , ante el cual también
Diofanto se sentía imposibilitado para seguir hablando — es decir, haciendo mate­
máticas, en particular— y se veía forzado a volver sobre sus pasos para orientarse
de nuevo hacia una ‘solución positiva’ o ‘decible’, esto es, hacia una solución a
secas. A diferencia del discurso clásico, que no podía ni verla, tanto los matemá­
ticos como los filósofos de este periodo sí topan con la negatividad, y hacen de ella
objeto — y objeto central — de su discurso. Aunque ciertamente, herederos tam­
bién ambos discursos de los presupuestos de aquel otro, una vez que la entreven,
reaccionan con el mismo gesto: expulsándola de todo discurso posible.
Sólo fuera del lenguaje puede Plotino garantizar que algo se libre de quedar
sujeto a los límites que en su tom o inmediatamente vienen a poner los predicados2.
Sólo más allá de lo decible puede asegurarse la ausencia — en el Uno — de forma
o esencia, esto es, de determinación, sin que por ello quede excluida su existencia

1 E. Bréhier (1919: 450). Seguimos aquí su excelente análisis que, aún prescindiendo por com­
pleto del discurso matemático, se centra precisamente en aquellos temas y procedimientos nuevos
incorporados por el pensamiento neoplatónico que son también los que perfilan la novedad — y los
límites— de la matemática diofántica: la negación como ausencia de determinación pero no por ello
determinante de inexistencia, la posible idea de la nada, o la suposición de direccionalidad y revers­
ibilidad en la procesión de las hipósiasis del uno (y, paralelamente, en la procesión de la serie
numérica).
‘ Habría que precisar que esto es rigurosamente cierto para una lengua que — como la griega—
se construye sobre la estructura fundamental determinada por la cadena sujeto-verbo-predicado, lo
que no ocurre necesariamente en toda lengua ni, por tanto, en toda matemática. Tal es el caso de la
china, que no comparte, como vimos, este tipo de dificultades con la dccibitidad de la negatividad.
Pero, como no puede ser de otro modo, es en griego como Plotino hace teología y Diofanto matemáti­
cas.

259
y pueda incluso ponerse como principio radical. Plotino inaugura así una ‘teología
negativa’ que recogerán tanto las vertientes paganas como cristianas del neoplato­
nismo: "Del Uno, decimos lo que no es, no decimos lo que es" ( E nneadas , V, 3 ,1 4
[48]). Pero este ‘no-ser’ es también carácterístico de la materia, también ella pri­
vada de cualquier determinación concreta, lo cual define otra orientación en la
cadena de abstracciones que conducen al no-ser: el Uno está m ás allá del ser, así
como la nada está m ás acá del ser. Por eso su no-ser está preñado de necesidad de
determinación, de anhelo por acceder al ser. Así, sólo entre dos nadas, es todo lo
que es: con-vergiendo desde la nada insostenible de la materia sin forma hacia la
nada del Uno, y pro-cediendo entonces de ésta todo cuanto va accediendo a ser por
determinación progresiva. Con lo cual, observa Bréhier (p. 553), "llegamos a una
noción extraña al intelectualismo estático de los idealistas helenos; es la noción de
dirección, lo que el neoplatonismo ha llamado procesión y conversión".
A diferencia de la direccionalidad peripatética (teleológica, orientada a con­
cluir en lo que ya estaba dado desde el principio), la direccionalidad plotiniana es
reversible: la multitud se des-pliega desde el origen y vuelve a re-plegarse en él.
De modo en todo análogo a como la multitud en que consiste el número se des­
pliega indefinidamente a partir del uno (su formación se extiende al infinito, dice
Diofanto al comienzo del ‘Prefacio’ al Libro I de la A rithm etica), y se repliega en
él de nuevo al ir disminuyendo los denominadores de las fracciones en que el uno
se había partido.

Nada
Los dos sentidos marcados por una direccionalidad reversible son la clave de
otras interpretaciones de la negatividad, bien sea bajo la forma de una doble orien­
tación geométrica en tomo a un origen (que se hará posible por el cambio en la per­
cepción del espacio que se manifestará en los ejes coordenados a partir del s. XVII
europeo), bien bajo las formas aritméticas o simbólicas que hemos observado en
China, o bien — sencillamente— bajo la mera composición escrita egipcia, donde
la orientación de las dos piernas andantes (que significan la suma y la resta de can­
tidades) es opuesta según se quiera indicar una operación u otra. El neoplatonismo
introduce un elemento de reversibilidad direccional que ciertamente es extraño al
modo de pensar griego, pero de ahí tampoco llega a emerger una forma propia de
negatividad porque la nueva inserción se ve forzada a mantenerse dentro del cerco
de ese modo de pensar tanto como le fuerza a éste a acogerla en su seno.

260
Efectivamente, la identificación neoplatónica de la ‘nada’ o el ‘no-ser’ con el
Uno obliga a que el doble movimiento de despliegue/repliegue ocurra todo él den­
tro del ámbito de la positividad. Sea por descenso positivo (progresiva determina­
ción), sea por ascenso negativo (sucesión de residuos o abstractos), es el ser posi­
tivo el que gana o pierde atributos en su extenderse/contraerse entre la nada y la
nada. El uno — y no un ‘cero’ impensable — es el elemento fronterizo sobre el
que pivota toda posible contracción/distensión de lo múltiple, que así flota en
medio de una nada que, como frontera, lo circunda por doquier. Por decirlo en tér­
minos algebraicos modernos, es el grupo multiplicativo de los racionales positivos,
con el uno como elemento neutro, la estructura formal que subyace a — y refleja
en las matemáticas de su tiempo — la especulación neoplatónica:
...4 3 2 1 1/2 1/3 1 /4 ...
Una especulación que está bien lejos de poder reflejarse en una estructura de
algún modo análoga al grupo aditivo de los enteros, con el cero como elemento
neutro:
... + 4 + 3 + 2 + 1 0 -1 - 2 - 3 - 4 ...
que es la estructura propia del álgebra zheng/fu.
Para acercarse a ésta, habría sido necesaria una concepción del ‘nó ser’ que
lo situase como gozne de determinaciones opuestas, y no en el vértice de un proj
ceso de abstracción (aphai resis) progresiva al que se llega por sustracción (aphai-
resis) sucesiva de determinaciones, como ocurre en un neoplatonismo que, incluso
en su teología negativa más radical, sigue siendo deudor de la plenitud de las for­
mas, por más que, como en Diofanto, tales formas se piensen ausentes.
Con Proclo la potencia de la negatividad alcanza el máximo punto con que
permite pensarla la tradición helena. A diferencia de la preocupación explícita­
mente religiosa que animaba a Plotino, sus razones son propiamente metafísicas
y lógicas. En él la negatividad, lejos de esa cierta impotencia a que la condenaba
el no poder decirse sino como el ‘esto no es aquello’ plotiniano, irrumpe con
auténtica fuerza generadora. Una vez establecido que "es más bello, como hace
Platón, atenerse a las negaciones" (In Parmenides: 1108:19), Proclo se plantea el
valor de conocimiento de las proposiciones negativas. Atendiendo a la cualidad
lógica de la proposición, sin duda "la negación es una privación y la afirmación
es la presencia de una forma". Pero si nos centramos en las carácterísticas del
sujeto de la proposición, éste puede definirse por sus cualidades positivas — en
cuyo caso la afirmación se impone sobre la negación— o bien puede no serle per­
tinente ningúna atribución positiva — caso en el que ni la afirmación ni la nega­
ción le convienen— . Así, si el ponerse como sujeto es quedar prisionero de una
esencia o forma (la que de él se predica), para éste mencionado sujeto no-positivo
— que Proclo llamará el Primero— la inconveniencia de la afirmación es ruptura
de la sujección a cualquier esencia; y la predicación negativa respecto de él no

261
puede entenderse como privación sino, muy al contrario, como liberación de las
determ inaciones y apertura a las posibilidades indefinidas: como una auténtica
‘voluntad de poder’, en términos de Bréhier1.
Pero de esa negatividad recién libertada así de la condena a no ser sino ausen­
cia, privación o falta, de esa negatividad que llega por fin ahora a adquirir toda la
fuerza necesaria para presentarse positivamente, nada puede decirse. Para Damas-
cio, el Primero se llama Inefable. De los últimos intentos de la episteme griega por
pensar la negatividad, asumimos la conclusión de Bréhier (p. 474), que bien se
puede extender — como hemos procurado m ostrar en detalle— al ámbito de las
matemáticas:
"E l intelectualismo griego admite, como único criterio de realidad, los carác-
teres positivos susceptibles de entrar como elementos de una definición; el ‘ser’ es el
conjunto de notas positivas que determinan lo que las cosas son (...) La idea de la
nada del primer principio, que atormenta siempre su pensamiento, no es más que el
símbolo de su fracaso en esta tentativa por querer expresar los conceptos nuevos".

La cadena de abstracción (aphairesis) ascendente que va privando sucesiva­


mente al ser de sus determinaciones no consigue, en la tradición filosófica griega,
salir de la positividad. Su límite está en el Uno, en el ‘género generalísimo’ o
‘género últim o’, sea éste la sustancia o el ser mismo. A lo más — en la cumbre del
pensamiento negativo -, la frontera de este cerco cultural se alcanza en el mero ‘no’
que, en Proclo, carácteriza al Primero. De igual modo, la cadena de sustracción
(iaphairesis) progresiva llega también hasta el ‘uno’ (... 4, 3, 2, 1 ). O, a lo más,
cuando ese ‘uno’ llega a fraccionarse (sea al modo peripatético de espacializarlo y
reducirlo así a una unidad de medida arbitrariamente pequeña; sea por incorpora­
ciones de otras culturas, como las fracciones egipcias de la unidad: 1/2,1/3, 1/4...)
es en la ‘nada’ de un imposible ‘cero’ donde topa con su límite.
Por vía de aphairesis, ni los esfuerzos matemáticos de Diofanto ni los meta-
físicos del neo-platonismo pueden rebasar un ‘no’ que, sin embargo, en China
(pero ahora pensando no ‘por abstracción’ sino ‘por oposición’ y ‘por analogía’),
en vez de verse progresivamente elevado o degradado hasta constituirse en límite
último, se sitúa desde un principio en el centro que sirve de quicio para la interac­
ción de determinaciones opuestas.
Ninguna civilización ha mostrado el terror a la nada/cero que manifiesta la
civilización occidental, de herencia griega. Para E. Severino, esta civilización se
distingue por su nihilismo radical: todas las cosas devienen de la nada y a la nada
vuelven. Para ponerse al amparo de esa angustia abisal, dispara tres mecanismos
que, a la larga, no vendrán sino a reforzar aún mas el pánico del que pretendía
zafarse. Uno es el establecimiento de ‘los inm utables’ — entre los que se encuén-

1 E. Bréhier (1919:459). Obsérvese lo próximas que están esta concepción del Primero en Pro­
dao.
clo y la concepción taoísta del

262
tran, de modo ejemplar, los inmutables matemáticos— , mediante los que aspira a
sosegar el vértigo del aniquilamiento a que todo está abocado. Por eso, la aspira­
ción griega a la epistém e, a un saber incontrovertible que ‘está’ ( -stém e ), quieto,
‘sobre’ ( ep í •) todo lo que sobreviene desde la nada, tiene un propósito terapéutico,
una motivación religiosa: la epistém e es un saber de salvación. Pero esta función
de la epistém e se volverá contra sí misma. Los inmutables libran al hombre de la
amenaza del devenir en la precisa medida en que lo niegan, lo que supone "la nega­
ción de la evidencia de todas las evidencias" del hombre griego. La otra cara de la
erección de los inmutable será así la de su necesaria destrucción sistemática, la per­
manente crítica con que occidente, negándose, se afirma a sí mismo.
Un segundo mecanismo de defensa se dispara en la voluntad de poder, en el
afán de dominio del hombre sobre las cosas y su devenir, en el espíritu de previ­
sión. Pero también aquí el remedio es peor que la enfermedad, pues el terror que
despierta la voluntad de dominio se hace mayor que el que alentara el devenir que
pretendía aplacar. La evolución de la ciencia expresa a la perfección la impotencia
de la voluntad de poder: el angustioso sosiego que provocan sus rígidos determi-
nismos universales llevarán a la ciencia a abrirse a la mera probabilidad, localidad,
relatividad y transitoriedad de sus propias explicaciones. Hasta aquí, la tesis de
Severino parece ser justo la opuesta a la que hasta aquí hemos mantenido: no que
el modo de pensar griego establezca una distancia insalvable entre el ser y la nada/
cero/magnitudes negativas (que haría impensable estos últimos contenidos) sino
que ser y nada coinciden. Pero ambas tesis se reconcilian mediante la explicitación
del tercer mecanismo citado, que el pensador italiano menciona como de pasada y
que, sin embargo, se nos antoja decisivo. Este otro mecanismo de defensa sub­
sume, negándolos, a los dos anteriores. La insoportable creencia en que las cosas
son nada sólo puede sobrellevarse afirmando hasta la exasperación su contrario:
que la distancia entre lo que es (los entes) y nada es absoluta:
"El nihilismo es el inconsciente de Occidente, el inconsciente que se expresa
en forma inversa en los diferentes modos con los que Occidente rechaza la identifi­
cación del ente y la nada; y sobre todo se expresa en esa forma de rechazo de la nade-
dad del ente que se denomina ‘principio de contradicción’. (...) Es justamente en el
modo con el que la cultura occidental afirma la oposición del ente a la nada, es ahí
justamente, donde se esconde la extrema locura, esto es, la persuasión implícita,
inconsciente, de que el ente es nada." (1991:166)
Es precisamente porque el griego está íntimamente convencido de que el ente
es nada (y, en esto, la creación ex nihilo del cristianismo no viene sino a reforzar
esa creencia) por lo que pone todo su empeño en negarlo. Ahí se cifra la vehemen­
cia con que el pensamiento griego abomina de cualquier forma de negatividad,
cuando ésta se le llega a presentar de algún modo, o bien construye todo un muro
de interdicciones que hagan imposible su percepción. Las cosas se piensan en su
rotunda positivid a d y plenitud, a una distancia insalvable de lo ápeiron o lo kenón,
del mismo modo que el número se piensa en su no menos rotunda p ositivid ad y

263
plenitud, a una distancia insalvable de lo m édén y lo oudén. Los entes, como los
números, oscilan entre el Uno y el cero, sin alcanzarlos nunca, sin saber bien qué
hacer con el primero (C.V. Jones, 1978) y sin posibilidad dé percibir nada que
pueda asemejarse al segundo. Del Uno diverge — por multiplicación— hacia lo
ápeiron la procesión de los enteros positivos', al Uno converge — por fracciona­
miento— desde lo ápeiron — la procesión de las fracciones positivas — . En los
extremos el griego oculta— y se oculta— lo impensable, lo indecible: el tabú de la
negatividad. Algo como un cero o unas magnitudes negativas no cabe en su epis-
tém e porque ello sería tanto como instalar la angustia de la nada en el cielo de las
fortnas inmutables, en ese refugio que se ha construido y donde las matemáticas
ofrecen un abrigo ejemplar. Muchas civilizaciones han prescindido de lo que hoy
llamaríamos un cero, casi ninguna ha construido unos números negativos, pero
sólo la greco-europea se ha acorazado contra ambos, sólo ella se ha defendido con
uñas y dientes — mediante principios primeros como el de no-contradicción o el
del tercero excluido— contra la posibilidad de tránsito o mediación entre el ser y
la nada, entre el número y el cero, entre la positividad y la negatividad.

264
Conclusiones
Toda conclusión queda determinada por los pre-supuestos de los que parte
una investigación, por lo que — de algún modo— está ya implícita en ellos. Si ésta
era una de las principales hipótesis que nos proponíamos contrastar en un ámbito
que se suele suponer tan poco permeable a presupuestos externos como es el de la
investigación matemática, justo es que la reconozcamos satisfecha también en
nuestra misma investigación. Así, estas conclusiones no pueden sino prolongar las
hipótesis que en un comienzo esbozábamos.
a) En cada uno de los tres ámbitos culturales seleccionados (el de la Grecia
clásica, el de la China de los Han y el del último alejandrinismo), los respectivos
imaginarios sociales orientan maneras de hacer matemáticas que son irreductibles
entre sí y llegan a determinar radicalmente los propios contenidos del trabajo mate­
mático. Sólo desde un imaginario como el moderno imaginario ilustrado puede,
por tanto, hablarse de sucesivos grados de progreso en el descubrimiento o cons­
trucción de unos objetos matemáticos — como los supuestos ‘números negativos’,
el ‘cero’ o el espacio de representación— que gozaran de alguna suerte de identi­
dad previa o exterior. Hay tantas matemáticas como formas de pensar y de hablar
en las que los diferentes imaginarios sociales se expresan y se comprenden a sí
mismos. .
b) En la China ya anterior a los Han, la negatividad emerge en términos de
oposiciones respecto de un centro o hueco; y encontramos diversas formalizacio-
nes suyas proliferando, de un modo natural, tanto en la práctica matemática como
en construcciones cosmogónicas, explicaciones míticas o técnicas adivinatorias.
Estas negatividades formales (no todas estrictamente matemáticas) se manifiestan
determinadas por: i) ciertos complejos simbólicos, como el que se anuda en tom o
a la tem a yinJyang/dao, que dispone a su razón a operar en términos de oposicio­
nes que pivotan sobre un ‘hueco’ que actúa como ‘quicio’ o ‘centro’ en tom o al
cual las oposiciones se equilibran; ii) una concepción cualitativa y simbólica del
espacio de representación, que distingue lugares (lugares que así significan) y se
hace solidario con el tiempo; iii) ciertos procesos de racionalización asociados a la
singularidad de su lengua (evocación frente a definición, simetría e inversión frente
a linealidad...) y las connotaciones que los términos técnicos arrastran de su signi­
ficado en el lenguaje ordinario; iv) un modo de pensar que descansa en los criterios
pre-lógicos ‘de oposición’ y ‘de equivalencia’.

265
c) En el extremo opuesto, en la Grecia clásica, cuantos caminos posibles
para una construcción de la negatividad hemos escrutado resultan bloquear su
emergencia; ésta nunca llega a adquirir la suficiente entidad como para siquiera ser
susceptible de verse rechazada. Aquí no es un criterio básico de oposición sino uno
de ‘determinación’ el que orienta el pensamiento. En el ámbito de la oposición, la
primacía de oposiciones del tipo ‘ser/no-ser’ o ‘determinado/indeterminado’ sub-
sumirá lo que en China son determinaciones negativas en el caos indistinto de la
indeterminación: lo vacío como no-ser dibuja en Grecia la frontera de lo impensa­
ble, mientras que para la episteme — y la matemática— china juega el papel de
gozne que articula las determinaciones opuestas. Otros dos factores que contribu­
yen a conducir esta matemática por desarrollos ajenos a una forma propia de nega­
tivid ad son: uno, una reflexión teórica sobre el número, en términos de ‘multitud
determinada de unidades’, que exigirá naturalm ente un espacio de representación
concebido como extensión delimitada; el otro, una manera de pensar fundada en
procesos de abstracción e imbricación de géneros y especies (diferencia especí­
fica). La exigencia de un sustrato del que sustraer o diferenciar pondrá así en la su s­
tracción o diferencia el límite griego para la negatividad, como en China la exigen­
cia de oposición lo que ponía era un punto de arranque.
d) Tanto en un caso como en otro, lo que se decide como posible o imposible
goza de una estabilidad que le viene dada por la estabilidad de sus respectivos para­
digmas de conocimiento y estructuras socioculturales. Muy diferente es la situación
social e intelectual del alejandrinismo tardío en que se hacen las matemáticas de
Diofanto. Aquí nos encontramos con un imaginario mestizo e inestable, en el que el
saber — y, en particular, la negatividad — se construye a tientas, y se rechaza en
cierto sentido lo que se asume en otros. La matemática alejandrina — y, en particu­
lar, la de Diofanto— construye la que podríamos llamar propiamente primera forma
occidental de negatividad. Y lo hace en un momento de decadencia del ideal mate­
mático aristotélico-euclídeo y de incorporación ecléctica de otras tradiciones mate­
máticas relegadas (egipcia, babilónica, pitagórica, logística). Su construcción de la
negatividad en ese momento singular, tanto le permite emerger contra el anterior
modelo dominante como le obliga a hacerlo desde él: antes que de la formalización,
como en China, de un juego de oposiciones, surge de tratar de pensar matemática­
mente una ‘ausencia’ (casi impensable en la tradición clásica) que no se deja sus­
tantivar ni en los datos ni en los resultados de los problemas, sino tan sólo — casi
como un lapsus — en el efímero discurrir de las operaciones intermedias.
e) Así, las principales diferencias entre las matrices fundamentales de los
imaginarios griego y chino son: i) pensar por abstracción (aph airesis ) y de-termi­
nación, en términos de géneros y especies, vs. pensar por analogía, simetría o equi­
valencias; ii) asumir principios como el de identidad o no-contradicción como
principios primeros (tanto del ser como del pensar) vs. una matriz preconceptual
que pre-dispone (la realidad y el pensamiento) según criterios de alternancia de
contrarios y oposiciones en tomo aun un hueco (wu) o centro; iii) suponer un espa­
cio (y, en particular, un espacio de representación) que es extensión de-limitada v j .
un espacio simbólico marcado por la oposición, en el que los lugares significan;

266
esto es, un espacio extenso vs. un espacio tenso; iv) la negatividad se ve así obli­
gada a pensarse, en una tradición, en términos de sustracción (aphai resis) y del
posible sentido de expresiones como ‘nada’, ‘menos que nada’, ‘lado de un cua­
drado de superficie menor que nada’, ‘sustraer una magnitud mayor de una menor’,
etc., mientras que, desde la otra tradición, se piensa en términos de opuestos arti­
culados en tom o a un quicio que, rigiendo su enfrentamiento, rige también su anu­
lación recíproca (jin).
f) La razón de estas diferencias radicales la encontramos en las que obser­
vamos entre sus respectivos modos de pensar (construir conceptos, razonamientos,
métodos y técnicas), que a su vez arraigan en sus respectivos imaginarios sociales:
ese entramado de nudos simbólicos, articulaciones lingüísticas, recursos instru­
mentales y esquemas pre-conceptuales que en cada cultura resultan convocados al
focalizar un problema para el que sus saberes instituidos — y, en particular, su
matemática— aún no tienen respuesta.
Este anclaje en lo simbólico de la actividad matemática actúa — al menos en
las emergencias de la negatividad aquí investigadas— no de un modo ‘externo’,
sino íntimamente ligado a sus procesos más propios: técnicas de cálculo, estructu­
ración del espacio de representación, supuestos de rigor demostrativo y operatorio,
construcción lingüística de sus conceptos y expresiones matemáticas, modos de
argumentación, criterios para la asunción o rechazo de ciertos datos como datos o
de ciertas soluciones como soluciones, etc.
g) El entrelazamiento de distintos enfoques disciplinarios y metodológicos
(sean antropológicos, sociológicos, lingüísticos, filosóficos o estrictamente mate­
máticos), aunque pueda haber sido fuente de algunas imprecisiones, ha permitido
establecer vínculos, rupturas o bifurcaciones que sin su concurso hubieran pasado
desapercibidos. Más allá de la renuncia a dar otra razón de las emergencias mate­
máticas que no sea la de su supuesto universal dinamismo, pero más acá de esas
explicaciones externas que apenas alcanzan el interior de las construcciones mate­
máticas concretas (una y otras consideradas en un primer capítulo), el modo de
acercamiento que aquí hemos ensayado parece revelarse útil para dar razón simul­
tánea de su íntimo irse haciendo y de cómo en ese hacerse se entreteje con otros
discursos y prácticas sociales.
En particular, la voluntaria imprecisión inicial de la categoría central de este
estudio (la que llamábamos ‘negatividad') se ha revelado bien útil pues, al no ceñir
estrictamente el campo de investigación a los ‘antececedentes’ de unos ideales
‘números negativos’, ha permitido establecer conexiones — y fracturas— entre
objetos teóricos, campos del saber, niveles de discurso y técnicas matemáticas que,
en un principio, no parecían mantener relación inmediata alguna; unas conexiones
— y fracturas— que, al cabo, han ido atribuyendo sentidos no evidentes a los ele­
mentos así relacionados.
h) La inexistencia de un estudio global, siquiera fuera meramente descrip­
tivo, sobre la historia de los ‘números negativos’ o ‘imaginarios’, si bien nos ha
obligado a empezar por el principio (reconstrucción de los ‘hechos’, indagaciones
infructuosas...) también nos ha brindado la ocasión de empezar por el principio: ir

267
directamente a los textos, carecer de una elemental pre-visión de lo que pudiera
esperarse de ellos, extraviamos en indagaciones directamente inútiles pero que, al
cabo, daban en aportar otras perspectivas y sentidos... Muchos factores han tenido
que ir quedando al margen o meramente apuntados: sean las conexiones con otros
saberes co-incidentes con los estudiados (en particular, algunos saberes sobre la
naturaleza y ciertos aspectos de las construcciones lógicas respectivas), sea el aná­
lisis comparativo con otros ámbitos culturales (en especial, el tratamiento de la
negatividad en la India y, dentro de la tradición europea, en el manierismo pos­
renacentista, en el racionalismo y en la Ilustración). De haberse podido extender a
ellos esta investigación, seguramente algunas de estas conclusiones se habrían
visto reformuladas; ¿ntiéndanse, pues, como unas conclusiones necesariamente
inconclusas.
El mito de la razón enterró la razón de los mitos. Al cabo, el propio mito de
la razón ha dado en devorarse a sí mismo destruyendo los ilusorios refugios que él
había erigido. En nuestros días, tan sólo las matemáticas parecen resistir al general
descrédito. En su pretendida pureza, necesidad y universalidad se alberga la última
posibilidad de un saber absoluto, digno de fe: saber de salvación. Entre nosotros,
las matemáticas son el último nombre del destino, de lo que necesariamente ha de
ser y no puede ser de otra manera. Contra este postrera creencia de la modernidad
se ha levantado este libro. A través del estudio minucioso de las matemáticas —
irreductibles entre sí— de tres culturas distintas (la china antigua, la griega clásica,
y la del alejandrinismo tardío), hemos querido mostrar cómo tampoco las matemá­
ticas están por encima de las gentes concretas, de sus diferentes prejuicios, tabúes
y ensoñaciones. A la postre, las matemáticas hunden sus raíces en los mismos
magmas simbólicos en que se alimentan los mitos que aspiraba a desplazar. Cada
matemática echa sus raíces en los distintos imaginarios colectivos y se construye
al hilo de los conflictos que se desatan entre los varios modos de representar/inven­
tar esa ilusión que cada cultura llama realidad. La desmitificación de las matemá­
ticas que ha animado estas páginas niega así los nuevos nombres del destino, al
tiempo que afirma otros modos posibles de realidad.//

268
Epñogo
Mussil y Stendhal:
Razones para no entender
Hay dos relatos, ambos significativamente autobiográficos, que narran sendos
encuentros juveniles con la que hemos llamado negatividad matemática. Aunque
separados por casi un siglo de distancia, en ambos se palpa la misma exultante
desazón producida al topar con una matemática que, de repente, se muestra viva,
precisamente en dos de sus principales formas de negatividad: los ‘números ima­
ginarios’, cuya imposibilidad tanto excita al joven Torless/Musil, y las ‘cantidades
negativas’, que llenan de desconcierto al bachiller Brulard/Stendhal.
A ambos jóvenes frustró por igual la decepcionante respuesta de sus respec­
tivos maestros y, para ambos, esos ‘entes imposibles’ siguieron vivos en la forma
de deseo de saber no satisfecho. Análogas excitación, desazón y frustración acom­
pañaron también nuestro encuentro con esos ‘centauros ontológicos’, como los
calificó Leibniz. Pero, a diferencia de ellos, acaso por haber sufrido el encontro­
nazo en días menos necesitados de verdades absolutas, nosotros hemos procurado
aliviar la desazón evitando esmeradamente matar al agente, como intuyendo que
cualquier ‘respuesta verdadera’ a las ficciones ‘ «P-I ’ y ‘menos por menos igual
m as’ acabaría asimismo con la vivacidad que, gracias a ellas, aquellos dos adoles­
centes habían descubierto en ese "helado museo de formas petrificadas” que eran
para ambos, como también para Sábato, las matemáticas. Intuimos, por el contra­
rio, en esa singular vitalidad un signo cuyo rastro, a través de las épocas, las cultu­
ras y los diferentes modos de pensar, tanto podía decir de éstos como de la propia
actividad matemática. Aunque el precio fuera instalarse en la desazón, en la mul­
tiplicación incluso de las diferentes desazones que la negatividad matemática ha
ido provocando. Pues en esa diferencia en los modos de desazón intelectual se per­
filaba un instrumento privilegiado de conocimiento. No nos interesaba ya la
muerte del problema en la respuesta, sino su vida en el entramado de preguntas y
respuestas que en su tom o los hombres se han dado y que, presumiblemente, se
seguirán dando.
En los dos relatos, por otra parte, se apuntan algunos de los principales sínto­
mas de cuyo sentido — sus diversos sentidos— se ha propuesto dar razón este estu­
dio, lo que permite aprovechar doblemente la longitud de su cita. Así se atribulaba
el joven Tórless:

269
' "Durante la clase de matemáticas TOrless concibió un súbito pensamiento. (...)
A l terminar la clase se sentó junto a Beineberg, porque era el único con quien podía
hablar de semejante cosa.
— Dime, ¿entendiste bien todo eso?
-¿ Q u é ?
— Ese asunto de las cantidades imaginarias.
— Sí, no es tan difícil. Lo único que hay que tener presente es que la raíz cua­
drada de menos uno es la unidad de cálculo.
— De eso precisamente se trata. Tal cosa no existe. Todo número, ya sea posi­
tivo, ya sea negativo, da como resultado, si se lo eleva al cuadrado, algo positivo. Por
eso no puede haber ningún número real que sea la raíz cuadrada de un número nega­
tivo.
— Completamente cierto. Pero, ¿por qué, de todos modos, no habría de inten­
tarse aplicar también a un número negativo la operación de la raíz cuadrada? Desde
luego que el resultado no puede tener ningún valor real; por eso el resultado se
llama imaginario. Es como cuando uno dice: aquí, antes, siempre se sentaba
alguien; pongámosle entonces también hoy una silla. Y aun cuando la persona haya
muerto, obramos como si todavía pudiera acudir a nosotros.
— Pero, ¿cómo puede hacerse tal cosa, cuando se sabe, con toda precisión, que
es imposible ?
— A pesar de ello se hace precisamente como si fuera posible. Quizá pueda
obtenerse algún resultado. ¿ Y qué otra cosa ocurre, a fin de cuentas, con las cantida­
des irracionales? Una división que nunca termina, una fracción cuyo valor nunca
puedes agotar, aun cuando te pases la vida haciendo la operación. ¿ Y qué piensas de
las líneas paralelas, que se cortan en el infinito? Creo que no habría matemáticas si
pretendiésemos saberlo todo tan a conciencia y exactamente.
— En eso tienes razón. Cuando uno considera las cosas así, todo parece bas­
tante correcto; pero lo curioso está precisamente en que se pueden hacer cálculos
reales con semejantes valores imaginarios, que de alguna manera son imposibles.
— Sí, y para ello los factores imaginarios deben anularse recíprocamente en el
curso de la operación.
— Sí, sí, todo lo que dices lo sé muy bien; pero de todos modos, ¿no queda algo
muy extraño? ¿Cómo podría decirlo? Imagínate sólo esto: en una de esas operacio­
nes al principio hay números, por decirlo así, completamente sólidos. Una medida
de longitud o de peso, o algo que podamos representamos de manera concreta. Y que
por lo menos son números reales. A l terminar la operación son también números rea­
les; pero esos dos extremos, el comienzo y el final, están ligados por algo que no
existe. ¿No es acaso como un puente que sólo tiene pilares a una y otra orilla, y que,
a pesar de ello, puede uno atravesar como si los tuviera en todo el recorrido? Ope­
raciones de esa naturaleza me dan vértigo. Son como un trozo de camino que va Dios
sabe adónde. Pero lo que me parece inquietante es la fuerza que hay en esas opera­
ciones, y el hecho de que uno pueda llegar con seguridad al otro lado.
Beineberg sonrió irónicamente.
— Hablas ya casi como nuestro catequista. (...) Por lo demás, me interesan muy
poco todas esas cosas.
— Yo pensaba que, por el contrario, debían interesarte; por lo menos pensé
inmediatamente en tí porque esto (si verdaderamente es tan inexplicable) viene a ser
casi una confirmación de tus creencias.

270
—¿Por qué no iba a ser inexplicable? Considero muy posible que aquí los
inventores de las matemáticas hayan dado un traspiés. Porque, en efecto, ¿por qué
aquello que está más allá de nuestro entendimiento no podría permitirse gastarle
precisamente semejante broma al entendimiento? Pero la cuestión no me preocupa
mucho, pues sé que todas esas cosas no conducen a nada.
El mismo día Türless manifestó al profesor de matemáticas su deseo de ir a
verle a su casa (...). Sentía ahora un respeto completamente nuevo por las matemáti­
cas que, habiéndole parecido antes una disciplina muerta, de improviso se le habían
convertido en algo vivo.
(...) Advirtió que el profesor llevaba un par de bastos calcetines blancos de lana
y que, además, el borde de los pantalones estaba ennegrecido por el betún de los boti­
nes. El pañuelo, en cambio, era de un blanco resplandeciente y la corbata, si bien per­
fectamente anudada, era de abigarrados colores, como los de una paleta de pintor
— Su preocupación demuestra seriedad. Realmente..., pero no es tan sencillo
darle la explicación que usted desea. (...) No sé cómo se imagina usted esas cosas;
lo que está más allá de los estrictos límites del entendimiento es algo muy especial.
(...) Pero en lo tocante a las matemáticas, (...) es absolutamente seguro que se trata
de una cuestión sólo natural y matemática. (...) Además, no tenemos tiempo. Sepa
usted que me doy cuenta de que, por ejemplo, esos valores numéricos imaginarios,
que realmente no existen, son un hueso duro de pelar para cualquier estudiante
joven. (...) Afortunadamente sólo muy pocos sienten verdadera curiosidad por estas
cosas; pero cuando viene uno, como usted hoy (aunque, como ya le dije, me ha com­
placido mucho), a plantear estas cuestiones, entonces lo único que puedo decirle es:
Querido amigo, aquí no cabe otra cosa que creer.”1
M enos arrebatado, m ás pragm ático, no por ello el estudiante B rulard perse­
guía con m enor vehem encia una razón verdadera, una razón que quedará no m enos
frustrada:
"Cuanto más despreciaba a mis maestros, M. Dupuy y M. Chabert, más amaba
las matemáticas. (...) A mi entender, la hipocresía era imposible en matemáticas y
pensaba, en mi simplicidad juvenil, que ocurría lo mismo con todas las ciencias a las
que había oído decir que se aplicaban las matemáticas. Cuál no sería mi desconcierto
cuando vi que nadie podía explicarme que menos por menos da más ( - x - = +). (Una
de las bases fundamentales de la ciencia llamada ‘álgebra’).
Había algo peor que no explicarme esta dificultad (que seguramente es expli­
cable, pues conduce a la verdad): me lo explicaban con razones evidentemente
poco claras para quienes me lo enseñaban.
M. Chabert, acosado por mí, se embarullaba, repetía su ‘lección’, precisamente
aquélla a la cual ponía yo objeciones, y acababa por desentenderse como diciendo:
«Pero si es la costumbre; todo el mundo admite esta explicación. Euler y Lagrange,
que creo que valían tanto como usted, la han admitido (...)».

1 R. Musil, Las tribulaciones del estudiante TOrless, Scix Banal, Barcelona, 1985, pp. 108-114.
Las cursivas son nuestras. '

271
(„.) Yo tenía a los quince años sensaciones vivas, pero era mucho más incapaz
que cualquier otro niño de juzgar a los hombres y de adivinar sus diversas comedias.
(...) Recuerdo claramente que cuando yo hablaba a un ‘listo’ de mi dificultad
con el ‘menos por menos’ se reía en mis narices; todos eran más o menos como Paul-
Emile Teyssére y aprendían desmemoria. Les veía decir con frecuencia en la pizarra,
al final de la demostraciones: «Es evidente, pues...»
(...) Tardé mucho tiempo enconvencerme de que mi objeción sobre el - x - = + no
podría penetrar en la cabeza de MI Chabert, de que M. Dupuy no contestaría nunca mas
que con una sonrisa altanera, y de que los ‘listos’ a los que yo hacía preguntas se burlarían
siempre de mí.
Me vi reducido a lo que todavía me digo hoy: sin duda el ‘menos por menos da
más’ es cierto, puesto que empleando a cada momento esta regla en el cálculo, se
llega a resultados verdaderos e indudables.
Mi gran desgracia era esta figura:

C
A
B

Supongamos que RP sea la línea que separa lo positivo de lo negativo: todo lo


que está sobre esa línea es positivo, y todo lo que está debajo es negativo. ¿Cómo, al
tomar el cuadrado B tantas veces como hay en el cuadrado A, puedo llegar a hacer
cambiar de lado el cuadrado C?
Y, siguiendo una comparación torpe, que el acento soberanamente grenoblense
de M. Chabert hacía todavía más torpe, supongamos que las cantidades negativas son
las deudas de un hombre. ¿Cómo multiplicando 10.000 francos de deudas por 500
francos tendrá este hombre, o llegará a tener, una fortuna de 5.000.000?
¿Es que M. Dupuy y M. Chabert son unos hipócritas como los curas que vienen
a decir misa a casa de mi abuelo, y mis queridas matemáticas no son más que un
engaño? No sabía cómo llegar a la verdad.”1
En estos pasajes se manifiestan algunas de las principales dificultades que
acompañan al tratamiento matemático de la negatividad en Occidente durante casi
veinticinco siglos. Pero también se manifiesta, con toda la explicitud que permite
el discurso literario, cómo — y ello ha sido nuestro foco latente de atención, más
que las dificultades en sí mismas— tales obstáculos actúan como catalizadores en
tom o a los que va precipitando todo un complejo de pre-supuestos, de simbolismo
inconsciente, de pre-conceptos latentes, de significaciones imaginarias, de cons-

1 Stendhal, Vida de Henry Brulard, Alianza, Madrid, 1975, pp. 226-230. Las cursivas son nues­
tras.

272
tracciones textuales... que hace de esas dificultades un instrumento privilegiado
mediante el que ir explorando las movedizas orillas donde nuestra cultura se
detiene ante el océano de lo que ella misma construye como su propia imposibili­
dad.
Ni Stendhal ni Musil descollaron por sus aportaciones matemáticas, aunque
el francés se interesara por la lógica a través de su lectura de los ‘ideólogos’ y el
austríaco iniciara con su súbita pasión por las matemáticas esa magnífica indaga­
ción de lo posible que es El hombre sin atributos, al margen de que también se
licenciara en ingeniería tras abandonar, como Stendhal, la carrera militar. Pero el
matemático profesional no es mucho menos ingenuo que nuestros dos aficionados
cuando, como ellos, se enfrenta a situaciones paradójicas o carentes de una con-
ceptualización inequívoca. En momentos así también él recurre a intuiciones
extraídas de su sentido común, a las analogías que se le antojan más ilustrativas, a
explotar las connotaciones latentes en su lengua materna... Los continuos desliza­
mientos semánticos que, a propósito de la negatividad, ocurren en unos y otros se
irán repitiendo, con significativas variantes, en los mejores matemáticos de las más
diversas épocas.
Oposiciones como ‘real/imaginario’ o ‘positivo/negativo’ tan pronto se refe­
rirán, en su búsqueda analógica de algún tipo de sentido, a objetos matemáticos
tratados más o menos formalmente (‘cantidades reales / cantidades imaginarias’
o ‘números positivos / números negativos’, cualquiera que sea el significado que
tales conceptos puedan tener en un momento dado) como a objetos de experiencia
común descritos literariamente (‘seres reales / seres im aginarios’ o ‘algo exis­
tente / algo inexistente’). Cuando no ocurre que la analogía con-funde ambos
tipos de discurso, matemático y literario, y cada uno de los polos de cualquiera
de los pares anteriores toma referentes pertenecientes a ámbitos heterogéneos de
realidad (‘seres reales / números imaginarios’, ‘magnitudes positivas talgo inexis­
tente’, etc.).
Beineberg, el ambiguo compañero de Torless, intenta tranquilizarle, al
comienzo del diálogo, asemejando la pareja matemática ‘valor real / resultado ima­
ginario’ con la oposición literaria ‘aquí-antes-alguien / como si’. La analogía es
bien precisa. Al primer término del p ar— ‘valor real’— se le hace corresponder no
ya con un objeto material sino, más aún, con una serie de partículas deícticas o pre-
sentativas — ‘aquí’, ‘antes’, ‘alguien’— con el marcado fin retórico de cargar con
un efecto de realidad a los puramente matemáticos ‘valores reales’. Frente a ellos,
los ‘resultados imaginarios’ se asocian implícitamente con lo que se opone a toda
posibilidad deíctica o de mostración (deixis), indicando así su imposible referencia
empírica; y, explícitamente, se hacen corresponder con con un ‘como si’ ("como si
todavía pudiera acudir a nosotros"), partícula que marca, por antonomasia, la fic-
cionalidad.
Porque Henry Brulard también lo percibe así es por lo que está plenamente
justificada su atribución de este tipo de ‘razones poco claras’ a ‘diversas comedias’
que él vive como ‘un engaño’ en el corazón mismo de un discurso, el matemático,
del que esperaba le llevara derechamente a ‘la verdad’. El carácter ficticio

273
mediante el que se quiere hacer creíble y mostrable la negatividad se extiende así
al propio proceso de argumentación o demostración (también deixis para la tradi­
ción griega), confiriendo al hacer matemático en su totalidad los rasgos de una obra
de ficción, de una comedia, en la que la necesidad que parecía seguirse de sus rigu­
rosas demostraciones se revela como un mero efecto retórico destinado a persuadir
al lector oyente1. Ese empeño en hacer razonable el discurso matemático es el que
desliza en él toda una serie de recursos literarios que le impiden asumir que frases
del tipo *- x - = + ’ o ‘raíz cuadrada de menos uno’, al igual precisamente que "las
frases de que se compone el discurso literario, no tienen referente: se manifiestan
como expresamente Acciónales y el problema de su «verdad» no tiene sentido"2.
No es de extrañar que el ‘engaño’ de los ‘números imaginarios’ se acepte por pri­
mera vez en pleno auge manierista de los trompe-l’oeil, monstruosos grutescos y
arquitecturas imposibles.
En otras ocasiones, la analogía entre la pareja matemática y la literaria, no es
limpia y externa, sino híbrida y supuesta, lo que refuerza aún más el efecto del des­
lizamiento semántico. Cuando Torless considera paradójico que "se pueden hacer
cálculos reales con semejantes valores imaginarios", el término ‘imaginario’ tiene
un preciso sentido matemático previamente definido (‘aplicar a un número nega­
tivo la opreración raíz cuadrada’) mientras que el término ‘reales’ se usa como
sinónimo de ‘efectivos’ o ‘posibles’: cálculos que realmente pueden hacerse (‘cál­
culos reales’ no tiene otro sentido matemático que el de ‘cálculo con números rea­
les’, lo que no es aquí el caso). Los ‘valores imaginarios’ quedan así afectados de
esa sombra de irrealidad que les confiere su oposición retórica (verosímil gracias
a su oposición formal, en cierto sentido, a los ‘números reales’) a lo que realmente
puede calcularse. Y, recíprocamente, este efecto de irrealidad o comedia carga a la
realidad en la que se hacen los ‘cálculos reales’ con ese atisbo de sospecha que está
en el origen del ‘vértigo’ del estudiante Torless. El mismo tipo de desplazamiento
semántico como operación retórica tiene lugar en la decepcionante respuesta de su
profesor de matemáticas: "Esos valores numéricos imaginarios, que realmente no
existen...". O en el consuelo que poco antes él mismo había intentado procurarse:
"Una medida de longitud o de peso por lo menos son números reales"; ¿qué nueva
determinación añade ese ‘por lo menos’ al ser de unos números reales que ya se
suponen cabalmente determinados? Se trata evidentemente de incrustrarles en esa
sólida realidad donde las cosas pesan y frente a la cual los ‘valores imaginarios’ se
tom an ingrávidos y delicuescentes.
Es precisamente esa in-definición e in-derminación de lo que acabarán siendo
— para ese asidero dogmático que es la teleología en matemáticas— los ‘números
negativos’ e ‘imaginarios’ la que hace posible que sobre ellos vaya precipitando el
magma semántico inconsciente que subyace a cada modo de pensar. Las valoracio­

1 Véase lo que apuntábamos, en la Introducción, sobre los análisis retóricos de los textos
matemáticos.
2 O. Ducrot y T. Todorov (1972: 301).

274
nes de lo posible o imposible, lo real y lo ficticio, lo existente o lo inexistente, lo
verdadero o lo engañoso... no sobrevuelan los carácteres individuales, los tiempos
y las culturas, ajenas a sus determinaciones; por el contrario, son estas determina­
ciones las que veremos revelarse con inusitada precisión al dar esas ‘razones poco
claras’ con que, cada una a su manera, intenta ceñir esa desconcertante y persis­
tente indeterminación. En su forcejeceo por hacer significar lo que otros prefieren
despachar por insignificante, los Diofanto, Cardano, Descartes, Leibniz o D ’Alem­
bert no incurrirán en menos desplazamientos semánticos que los ingenuos Brulard
o Torless. Pero no por ello puede decirse — como resuelve el amigo de éste y asu­
men acríticamente tantos historiadores— que sean ‘los inventores de las matemá­
ticas’ los que así dan un ‘traspiés’; son más bien los modos de pensar de sus cul­
turas respectivas los que tropiezan con ocasión de tales ‘inventores’. En sus textos
se desparraman, a la vista del observador atento, los diferentes idola que habían
procurado mantenerse ocultos, en ese esfuerzo de toda formación cultural — y
matemática— por presentarse en su naturalidad, como mero trasunto de la natu­
raleza misma.
El traspiés y el error son fuentes inapreciables de conocimiento, como bien
apuntó Bachelard. Y esas ‘cantidades negativas* y ‘valores imaginarios’ que, para
Tories, "de alguna manera son imposibles" resultan ser imposibles de distinta
manera en unos matemáticos y en otros, según el particular cerco que al ámbito de
lo posible y lo pensable ponen sus respectivas creencias. ‘La costum bre’ o ‘la evi­
dencia’ (Brulard) y ‘la confirmación de tus creencias’ (Torless) parecen ser deter­
minaciones más decisivas que las formales a la hora de aceptar o rechazar unas
soluciones u otras, aunque también será contra ellas — en anticipación de las que
serán posteriores costumbres, creencias y evidencias — como se irán construyendo
las nuevas significaciones.
La descripción que hace Musil del joven profesor de matemáticas de Torless
no puede simbolizar mejor el tipo de análisis de las matemáticas que aquí — y tam­
bién a propósito de la negatividad— nos hemos propuesto. Esa m atemática que,
como el tal profesor, se presenta en su mitad superior "perfectamente anudada" y
de un "blanco resplandeciente", es la misma que en sus fundamentos calza "bastos
calcetines de lana" y tiene "el borde de los pantalones ennegrecido por el betún de
de los botines", embadurnado por el humus de latentes significaciones imaginarias.
Una matemática que cuanto más se ofrece como "sólo natural" en sus credenciales
de objetividad transhistórica, con más celo oculta que "querido amigo, aquí no
cabe otra cosa que creer”.
Ambas escenas se cierran con sendas remisiones a autoridades últimas en la
materia, que resultan tan frustrantes para sus protagonistas como significativas
para nosotros. El profesor del joven Torless le remite, en un desesperado intento
por eludir el asunto, a "un célebre libro de Kant (que) contiene un análisis del tema
de nuestra conversación" a través de "las necesidades del pensar”. El chico no
entendió una palabra, pero de haberlo hecho en nada habría ayudado a su com pren­
sión de los ‘valores imaginarios’ la catalogación kantiana de la geometría euclídea
entre las "necesidades del pensar" (es ese modo de pensar euclídeo el que lleva a

275
Stendhal a intentar pensar los ‘números negativos’ según el modelo de la ‘desgra­
ciada’ figura que antes reprodujimos). Y aún se habría sentido más desconcertado
si el Kant esgrimido por su profesor hubiera sido el Kant más adecuado, el del
Ensayo para introducir en filosofía el concepto de magnitud negativa, donde las
razones'por las que dice descartar el caso ‘0 - A’ habrían sumido al ávido estu­
diante en nuevas perplejidades: "ese caso es imposible en el sentido filosófico, pues
algo positivo nunca puede ser sustraído de nada".
El bachiller Brulard no podía ser más afortunado. En su consulta a los artícu­
los matemáticos de la Enciclopedia de Diderot y D ’Alembert, que su padre y su
abuelo tenían en casa, observa que "su tono de fatuidad,-~4a ausencia de culto a la
verdad me chocaron mucho, y además entendí poco". Más le valió. ¿Cómo hubiera
podido entender (en el artículo Négatif, que seguramente ojeó) que, para multipli­
car *—a’ por *—b ’, "estas cantidades - a y - b no se encuentran precedidas del signo
— , sino que hay un error tácito en la hipótesis del problema o de la operación: si
el problema hubiera estado bien enunciado, esas cantidades - a y - b deberían
encontrarse cada una con el signo +"? Para la razón ilustrada, "la enunciación sim­
ple y natural del problem a debe ser, no multiplicar - a por - b, sino + a por + b, lo
que da el producto + ab”. Todo el problema con la negatividad, que la episteme
ilustrada zanjará de modo tan natural, parece cifrarse en que no se trataba con la
suficiente naturalidad. De cómo esa naturalidad es un constructo cultural y de
cómo sus determinaciones han ido afectando a la — para unos tan 'natural como
para otros anti-natural— matemática es de lo que han querido dar razón estas
páginas.

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S o cio lo g ía /A n tro p o lo g ía
BR?

Imaginario colectivo
y creación matemática
El mito de la razón enterró la razón de los mitos. Al cabo,
el propio mito de la razón ha dado en devorarse a sí mismo des­
truyendo los ilusorios refugios que él había erigido. En nuestros
días, tan sólo las matemáticas parecen resistir al general descré­
dito. En su pretendida pureza, necesidad y universalidad se
alberga la última posibilidad de un saber absoluto, digno'de fe:
saber de salvación. Entre nosotros, las matemáticas son el último
nombre del 'destino,.de lo que necesariamente ha de ser y no
puede ser de otra manera. Contra esta postrera creencia de la
modernidad'se,levanta este libro.
A'través del; estudio minucioso de las matemáticas —irre­
ductibles entre sí— de tres culturas distintas (la china antigua, la
griega clásica y la del alejandrinismo tardío), se muestra cómo
tampoco las matemáticas están por encima de las gentes concre­
tas, de sus diferentes prejuicios, tabúes y ensoñaciones. A la
| postre, las matemáticas hunden sus raíces en los mismos mag­
mas simbólicos en que se alimentan-los mitos que aspiraba a
desplazar. .Cada matemática echa sus raíces en los distintos ima­
ginarios colectivos y se construye al hilo de los conflictos que se
desatan entre los varios modos de representar/inventar esa ilu­
sión que cada cultura llama realidad.
it Emm ánuel Lizcano es licenciado en matemáticas, doctor
en filosofía y profesor de sociología. El texto ensaya una conver­
gencia de análisis antropológicos, lingüísticos, sociológicos y
hermenéuticos de diferentes matemáticas —ninguna de ellas de
difícil comprensión— que se abren así al interés de un amplio
abanico de especialistas. Pero tampoco puede’dejar de llamar la
atención del profano que busque una crítica radical del corazón
mismo de la moderna cultura occidental.
ISBN 84-7432-501-3

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Código: 2.402 , Ö T T ed toä 9 788474 325010
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