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La cultura de violencia es aquella en la cual la respuesta violenta ante los conflictos se ve como algo
natural, normal e incluso como la única manera viable de hacer frente a los problemas y disputas.
La violencia es un comportamiento que todavía sigue actuando en nuestra sociedad como medio para
resolver los conflictos.
Algunos motivos para la cultura de la violencia son: el maltrato, la intolerancia, la falta de diálogo y el
dejar que los conflictos se solucionen con violencia. En una cultura de violencia, los conflictos se
gestionan a través de la violencia, siendo esta solo la consecuencia de un conflicto mal abordado, en
una cultura de la paz, es a través del dialogo.
El concepto de agresividad es distinto de violencia. La agresividad es innata y connatural al ser
humano, es un mecanismo defensivo ante un peligro inminente, real o imaginario. A través de los
medios de socialización, la agresividad se puede canalizar en tres tipos: la destructiva que seria lo
mismo que la violencia, la indiferencia que seria la pasividad y la constructiva, la cual se considera
como positiva y que sería igual a la no-violencia, es decir, a actuar pero no violentamente. En cambio,
la violencia, es aprendida, por tanto, puede ser desaprendida y reemplazada por otros mecanismos, no
destructivos, de resolución de conflictos.
Aunque cada ser humano está influenciado por una cultura bélica, esto no es irreversible, existe el
potencial y las posibilidades de cambiar la situación forjando una cultura de paz. Uno de los principales
problemas en las sociedades es el hecho de las concepciones de la perspectiva de género y de
la educación, pudiendo estos dos ejercer una influencia muy positiva, pero también muy negativa,
sobre los conflictos, dependiendo de cómo se usen.
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Este aviso fue puesto el 13 de julio de 2015.
Índice
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Conflictos vs Violencia[editar]
Los conflictos son situaciones de disputa en los que hay contraposición de intereses, necesidades y
valores. No debemos confundir conflicto con violencia puesto que hay conflictos que pueden resolverse
sin el uso de la violencia, aunque no es posible que haya violencia sin conflicto La violencia es un
fenómeno social, que se aprende y por tanto también se debería poder desaprender. Por tanto, no se
debe pretender eliminar los conflictos, puesto que estos son positivos en tanto que son oportunidades
de transformación; se debe luchar a favor del no uso de la violencia para resolverlos.
Los conflictos, entendidos erróneamente como algo negativo, son connaturales a las relaciones
humanas y positivos en tanto que implican un cambios. Bien gestionados, pueden ser una excelente
herramienta pedagógica. Ahora bien, esto implica un trabajo, tanto de enseñar como de aprender a
gestionar los conflictos. El problema con el conflicto empieza cuando las necesidades de dos o más
personas/grupos son antagónicas, puesto que esto genera una crisis, difícil de resolver. Por eso, hay
que poder abordar el conflicto antes de que llegue a la crisis.
Necesidad → Problema → Crisis
La violencia, puede ser entendida como el uso o amenaza de uso de la fuerza o de potencia, abierta u
oculta, con la finalidad de obtener de uno o varios individuos algo que no consienten libremente de
hacerles algún tipo de mal (físico, psíquico o moral).2
Cultura de violencia vs Violencia cultural[editar]
Diferenciando la Cultura de Violencia con la Violencia Cultural, entendemos esta última, según como la
definió Johan Galtung, como “aquellos aspectos de la cultura, de la esfera simbólica de nuestra
existencia, ejemplificados por la religión y la ideología, el lenguaje y el arte, la ciencia empírica y la
ciencia formal (lógica, matemáticas), que pueden ser utilizados para justificar o legitimizar la violencia
directa o estructural. Estos rasgos constituyen aspectos de la cultura, no culturas completas” (Galtung,
J. 1990: 289). En cambio, la cultura de violencia es la que, como ya se ha expuesto, cuando una
cultura o sociedad concreta tienen interiorizada la violencia en su razón de ser, es decir, como
mecanismo para hacer frente a los conflictos.
Tipos de violencia[editar]
Triángulo de Galtung.
Cultura de la paz[editar]
En el lado opuesto a la “cultura de violencia”, encontramos la “cultura de la paz”.
Resolución 53/243[editar]
La Cultura de la Paz la cual fue definida por resolución de la ONU, siendo aprobada por la Asamblea
General el 6 de octubre de 1999 en el Quincuagésimo tercer periodo de sesiones, Acta 53/243,
consiste en una serie de valores, actitudes y comportamientos que rechazan la violencia y previenen
los conflictos tratando de atacar sus causas para solucionar los problemas mediante el diálogo y la
negociación entre las personas, los grupos y las naciones, teniendo en cuenta un punto muy
importante que son los derechos humanos, así mismo respetándolos y teniéndolos en cuenta en esos
tratados.
Para ser más concretos, el documento titulado Declaración y Programa de Acción sobre una Cultura
de Paz, la Asamblea General hace alusión y énfasis en la Carta de las Naciones Unidas, a la
Constitución de la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura, a
la Declaración Universal de los Derechos Humanos y reconoce que 'la paz no es solo la ausencia de
conflictos'.
Está conformada por nueve artículos, incluye un Programa de Acción con Objetivos, estrategias y
agentes principales y una consolidación de las medidas a adoptar todos los agentes pertinentes en los
planos nacional, regional e internacional, en el cual se habla de medidas para promover una Cultura de
la Paz por medio, principalmente, de la educación.
En dicho documento se hace llamamiento a todos (individuos, grupos, asociaciones, comunidades
educativas, empresas e instituciones) a llevar a su actividad cotidiana un compromiso consistente
basado en el respeto por todas las vidas, el rechazo a la violencia, la generosidad, el entendimiento, la
preservación ambiental y la solidaridad.
Ámbitos de Acción:
CONCLUSIÓN
Al respecto es importante tener presente que para construir un Proyecto Político Nacional, resulta
fundamental, considerar los siguientes aspectos: la identidad cultural, la interculturalidad y
pluriculturalidad. Todo ello resumido en una política cultural, que sea realmente un componente vital para
el desarrollo de nuestro país. Lo cual implica aceptar la importancia de la cultura en el proceso de
desarrollo económico nacional. A partir de allí, se podrían generar políticas culturales activas, que hagan
posible el fortalecimiento de nuestras instituciones democráticas.
En este proyecto, se tendría que considerar también, la participación de los actores de nuestras diferentes
realidades sociales, a partir de la creación de una instancia pública, encargada de conducir una política
cultural y científica en el Perú.
Los poderes del Estado tienen que asumir una función activa y proactiva, de tal manera que se respeten los
derechos culturales, promoviendo el principio de igualdad, principalmente para aquellos grupos que se
encuentran en las zonas alejadas y en las zonas limítrofes; fortaleciendo la democracia participativa,
permitiendo que aquellas poblaciones que se encuentran dentro de una situación de extrema pobreza
tengan la posibilidad de dar a conocer sus planteamientos; haciendo posible la conservación de nuestros
productos culturales, tanto materiales como no materiales, ello considerando las consecuencias no solo
favorables, sino negativas y perversas de la globalización; dotando a las instituciones públicas de recursos
humanos especializados para implementar y ejecutar planes y programas orientados para este fin. Sólo así,
podríamos hablar de un verdadero desarrollo, valorando, respetando y avanzando a partir del respeto de
nuestras diferencias, pero asumiendo a la vez, que somos parte de una misma nación.
La búsqueda de una identidad nacional peruana ha sido la gran aspiración que políticos, caudillos e
intelectuales han buscado para el país, desde la propuesta criolla hasta el indigenismo más extremo. ¿Qué
somos?, ¿cómo somos?, ¿qué nos identifica como peruanos? Esta búsqueda, en pleno siglo XXI, continúa
sin resultados que satisfagan las expectativas latentes de identidad nacional, pese a que contamos con
mayores elementos de juicio que contribuyen a comprender y perfilar mejor nuestra identidad.
En el Perú existe una tendencia a marcar y subrayar las diferencias culturales y raciales, en contraposición
al hecho que posibilitó la construcción de nuestra historia nacional mestiza y para el que, desde el enfoque
cultural e identitario, resulta difícil encontrar un “término” que involucre y explique ese mestizaje.
Sobre la primera tendencia, es preciso señalar que está fundamentada en verdades de perogrullo. Así, el
Perú es cuna de múltiples culturas como la quechua y aymará, cuya cosmovisión es distinta a la
afroperuana, shipiba o aguaruna, también peruanas, y las de éstas disímiles a la costeña o a la netamente
occidental. En nuestro país existe una apología a la diversidad cultural e identitaria, que subraya las
diferencias de origen y que tiene un prurito racial y cultural muy fuerte. Por ello, no es extraño que
escuchemos contraponer culturas, como la cultura indígena vs. la occidental, o considerar a la nación
aymará como algo distinto y antagónico a las otras culturas. Siendo así, resulta difícil converger en una
identidad nacional que vertebre todas las manifestaciones del ser nacional. Es bueno precisar que no se
trata de sumar la diversidad cultural e identitaria existente en el Perú y tener como resultado una nación
supuestamente cohesionada.
Por otro lado, en el Perú encontramos nuevos procesos de expresión cultural e identitaria que van mas allá
de las diferencias existentes; procesos culturales que empiezan a darle nuevos rostros y formas a eso que
llamamos peruanidad. Desde el siglo pasado se empezó a vislumbrar señales de ello. Los pobladores
andinos no solo han poblado físicamente las grandes y pequeñas ciudades de la costa. Son sus rostros,
vivencias y expresiones culturales los que han dado lugar a un mestizaje que, a las claras, pinta de cuerpo
entero la realidad que se avizora: un país con perspectivas históricas que sintonizan con las aspiraciones de
todos los peruanos y que se expresa en un término que aún tiene cierto lastre despectivo, pero que ahora
cobra valoración social y económica: “lo cholo”. Término peyorativo –como lo sigue siendo la expresión
“serrano” o “indio”– que pone al desnudo un racismo aun insistente en algunos sectores de la sociedad
peruana.
Al respecto el testimonio de José María Arguedas, describiendo al Perú de los años 20 del pasado siglo, es
ilustrativo:
“(…) un ‘serrano’ era inmediatamente reconocido y mirado con curiosidad o desdén; eran observados como
gente bastante extraña y desconocida, no como ciudadanos o compatriotas. En la mayoría de los pueblos
pequeños andinos no se conocía siquiera el significado de la palabra Perú. Los analfabetos se quitaban el
sombrero cuando era izada la bandera, como ante un símbolo que debía respetarse por causas misteriosas,
pues un faltamiento hacia él podría traer consecuencias devastadoras. ¿Era un país aquél que conocí en la
infancia y aún en la adolescencia? Sí, lo era. Y tan cautivante como el actual. NO era una nación” [1].
Esta descripción de Arguedas grafica con mucha claridad el desprecio racial incubado en el corazón y en la
cabeza de muchos peruanos. No hemos terminado de construir nuestra nación y esto no será posible en
tanto exista ese tipo de actitudes excluyentes. Sin embargo, hoy es evidente que el contexto social ha
variado en algo. Los pobladores llamados andinos, amazónicos, etc., han encontrado canales alternos de
expresión más allá de la música o el arte, y participan cada vez en ámbitos como el empresarial llamado
“emergente”.
En este contexto, a tono con las visiones antes reseñadas, existen dos posibilidades que permita cohesionar
a un país desmembrado. La primera es que sigamos solo apostando por fortalecer identidades regionales
en un país que aún no termina por sentirse una nación. Tal postura es una visión errada de la
multiculturalidad, ya que solo afirma diferencias pero que no tiende puentes para reconocer puntos en
común, dejando de lado la posibilidad de construir un proyecto de país.
Otra posibilidad es ir dándole forma a ese proceso que recorre el país de un extremo a otro y que tiene
distintas formas de expresión; eso que podemos llamar la nueva peruanidad, que da cuenta de cómo el
andino y el amazónico que migraron a la ciudad no se separan social ni culturalmente de aquellos que se
quedaron en su lugar, no obstante los elementos de la modernidad que trastocaron su vida, sea la ciudad,
la radio, la televisión, el Internet, entre otros, que deben ser utilizados también como parte de esa
construcción.
¿Es posible entonces hablar de una identidad nacional chola en un país multicultural y diverso como el
nuestro? Al respecto, no se trata de soslayar y dejar de lado la riqueza de la diversidad de culturas
peruanas, sin embargo, es innegable el sincretismo de la cosmovisión andina con la occidental. Y es que el
Perú de hoy se ha forjado a partir de esa fusión andino-occidental. Obviamente, lo que a esta cultura
aporta la cosmovisión andina es invalorable, si bien la modernidad tiene factores más dinámicos; hay
elementos andinos que son sellos de la cultura peruana y nos hacen diferentes a las otras, por lo que el
sistema educativo debería recogerlos y expresarlos, el sistema político atenderlos y el social recrearlos en
nuestra integración nacional e inserción en la comunidad mundial.
La posibilidad de afirmarnos como nación es una decisión colectiva y también individual. Se trata de
reconocer que hay elementos en común, más allá del territorio y nuestra diversidad. Solo podremos
afirmar esta nación si asumimos que nuestro proceso de construcción cultural es parte de un proyecto
común y que el término “cholo”, que sirvió para discriminar, para diferenciarse con el otro y excluirlo, en la
actualidad es expresión de una peruanidad plena de pujanza, esfuerzo, trabajo, arte, cultura, creatividad,
etc. Efectivamente, esa mayoría que estuvo al margen del sueño republicano hoy empieza a tener
protagonismo y la posibilidad de expresar la identidad peruana: “la chola”, término que no zanja, sino que
abre posibilidades para afirmar la construcción de la nación peruana y de nuestra identidad humana, que
nos haga ciudadanos del mundo.