Você está na página 1de 12

Cultura de violencia

La cultura de violencia es aquella en la cual la respuesta violenta ante los conflictos se ve como algo
natural, normal e incluso como la única manera viable de hacer frente a los problemas y disputas.
La violencia es un comportamiento que todavía sigue actuando en nuestra sociedad como medio para
resolver los conflictos.
Algunos motivos para la cultura de la violencia son: el maltrato, la intolerancia, la falta de diálogo y el
dejar que los conflictos se solucionen con violencia. En una cultura de violencia, los conflictos se
gestionan a través de la violencia, siendo esta solo la consecuencia de un conflicto mal abordado, en
una cultura de la paz, es a través del dialogo.
El concepto de agresividad es distinto de violencia. La agresividad es innata y connatural al ser
humano, es un mecanismo defensivo ante un peligro inminente, real o imaginario. A través de los
medios de socialización, la agresividad se puede canalizar en tres tipos: la destructiva que seria lo
mismo que la violencia, la indiferencia que seria la pasividad y la constructiva, la cual se considera
como positiva y que sería igual a la no-violencia, es decir, a actuar pero no violentamente. En cambio,
la violencia, es aprendida, por tanto, puede ser desaprendida y reemplazada por otros mecanismos, no
destructivos, de resolución de conflictos.
Aunque cada ser humano está influenciado por una cultura bélica, esto no es irreversible, existe el
potencial y las posibilidades de cambiar la situación forjando una cultura de paz. Uno de los principales
problemas en las sociedades es el hecho de las concepciones de la perspectiva de género y de
la educación, pudiendo estos dos ejercer una influencia muy positiva, pero también muy negativa,
sobre los conflictos, dependiendo de cómo se usen.
Este artículo o sección necesita ser wikificado, por favor, edítalo para que las cumpla con
las convenciones de estilo.
Este aviso fue puesto el 13 de julio de 2015.

Índice
[ocultar]

 1Perspectiva de género vs cultura de violencia


 2Educación y cultura de violencia
 3El papel de los medios de comunicación
 4Conflictos vs Violencia
 5Cultura de violencia vs Violencia cultural
 6Tipos de violencia
 7Cultura de la paz
o 7.1Resolución 53/243
o 7.2Manifiesto 2000 para una cultura de paz y no violencia
 8Véase también
 9Referencias
 10Bibliografía
 11Enlaces externos

Perspectiva de género vs cultura de violencia[editar]


Sobre cómo la perspectiva de género puede contribuir a un proceso de paz debemos entender varias
cosas. Primero que género no es sinónimo de sexo y también de que no existen dos géneros a pesar
de que mucha gente cree en el género femenino y el masculino. El sexismo estructura la sociedad en
géneros, ya que todos los ámbitos de la vida tienen el carácter de un género u otro. El aspecto
fundamental de la estructura social es la interrelación entre la posición del hombre como superior a la
mujer. Esto nos muestra la característica androcentrismo de la humanidad. El concepto de género
enfatiza el carácter social de las diferencias y, tal y como están estructuradas la gran mayoría de las
sociedades actuales, se dan relaciones desiguales. El poder es siempre el resultado de una relación
social en la cual la relación es asimétrica a favor de los hombres sobre las mujeres.
Por tanto, para cambiar el funcionamiento actual de los procesos de paz, en donde las mujeres tienen
un papel mínimo, si más no poco visible, debería darse una mayor participación de estas en todos los
procesos a la vez que atender sus experiencias y necesidades específicas para que pudieran
beneficiarse de forma equitativa de los resultados de los procesos de paz.
Podemos entender que ¿las guerras han sido provocadas por los hombres, mientras que las mujeres
han contribuido más a la construcción de la paz? Esta pregunta pienso que es difícil de responder,
pero podemos plantearnos que, la socialización diferenciada recibida por hombres y mujeres (es decir,
lo que ha ido relacionado con los conceptos de género de mujer y hombre) ha dado como resultado
que las mujeres tengan una mayor predisposición para la paz y los hombres para la guerra. Por tanto,
la unión simbólica de mujer/paz y hombre/guerra no es biológica sino construida.
El porqué de la importancia de la participación de las mujeres en los procesos de paz es sencilla y creo
que evidente: los procesos de paz marcan el futuro desarrollo de la vida en el país a la vez que los
proceso de negociación suministran una oportunidad única de reorganizar las instituciones, estructuras
y relaciones para la construcción de una nueva sociedad. Por tanto, es cuando pensamos en las
negociaciones como un proceso del que depende la estructura social que va a reconstruir la
convivencia, cuando se ve la importancia de la participación de las mujeres en él.
Para finalizar con la cultura de violencia (heroica, patriótica y patriarcal) debemos desmitificar los mitos
masculinos, por tal de eliminar la idea de que la realización masculina se produce mediante la
violencia. Para ello se debe acabar con la relación héroe-guerra.

Educación y cultura de violencia[editar]


La educación es el resultado de un número incalculable de pequeñas influencias, de palabras, de
gestos, de aceptaciones y de rechazos, de actores y de sujetos. Por tanto, es imprescindible que todos
los agentes educativos vayan en una misma dirección. Para ir en contra de una cultura de violencia,
debemos educar a toda la sociedad, pero centrándonos especialmente en los infantes, hacia una
cultura de la paz, la cual consiste en educar, no solo con palabras sino con hechos, se trata de hacer
sentir en la propia piel los problemas, en la medida de lo posible, ponerse en la piel del otro, para sentir
los problemas, para vivirlos, para interiorizarlos realmente, no de una manera teórica o retórica, sino
práctica, personal. Se trata de que los niños se conmuevan para que reaccionen y modifiquen sus
comportamientos, sus actitudes, sus valores, sus conductas. De este modo, irán interiorizando
soluciones no violentas para afrontar los conflictos.

El papel de los medios de comunicación[editar]


El poder simbólico es ese poder invisible que no puede ejercerse sino con la complicidad de los que no
quieren saber que lo sufren, lo viven o que lo ejercen. Lo comunicativo, se refiere a todo aquello con
objetivo expreso de comunicar, transmitir información.
La violencia simbólica es la representación de la violencia por cada vez más medios, difundida
masivamente en las múltiples pantallas, trasladada a la ciudadanía a diario, incluso a las personas más
desprotegidas, los niños y los ancianos, en horarios que debieran ser de especial protección, a
sectores de la sociedad que consumen violencia de muy distinto tipo a través de los medios de
comunicación de masas, que se habitúan a ella, que la banalizan, que no sienten en su propia piel el
sufrimiento, las terribles consecuencias de los actos violentos, que pierden así toda capacidad
empática, que la legitiman porque la perciben como útil, como eficaz, para afrontar determinados
problemas.
Debemos tener presentes a los medios de comunicación y su enorme influencia, tejer complicidades
con ellos para que se conviertan en difusores de los valores de una cultura de paz.1

Conflictos vs Violencia[editar]
Los conflictos son situaciones de disputa en los que hay contraposición de intereses, necesidades y
valores. No debemos confundir conflicto con violencia puesto que hay conflictos que pueden resolverse
sin el uso de la violencia, aunque no es posible que haya violencia sin conflicto La violencia es un
fenómeno social, que se aprende y por tanto también se debería poder desaprender. Por tanto, no se
debe pretender eliminar los conflictos, puesto que estos son positivos en tanto que son oportunidades
de transformación; se debe luchar a favor del no uso de la violencia para resolverlos.
Los conflictos, entendidos erróneamente como algo negativo, son connaturales a las relaciones
humanas y positivos en tanto que implican un cambios. Bien gestionados, pueden ser una excelente
herramienta pedagógica. Ahora bien, esto implica un trabajo, tanto de enseñar como de aprender a
gestionar los conflictos. El problema con el conflicto empieza cuando las necesidades de dos o más
personas/grupos son antagónicas, puesto que esto genera una crisis, difícil de resolver. Por eso, hay
que poder abordar el conflicto antes de que llegue a la crisis.
Necesidad → Problema → Crisis
La violencia, puede ser entendida como el uso o amenaza de uso de la fuerza o de potencia, abierta u
oculta, con la finalidad de obtener de uno o varios individuos algo que no consienten libremente de
hacerles algún tipo de mal (físico, psíquico o moral).2
Cultura de violencia vs Violencia cultural[editar]
Diferenciando la Cultura de Violencia con la Violencia Cultural, entendemos esta última, según como la
definió Johan Galtung, como “aquellos aspectos de la cultura, de la esfera simbólica de nuestra
existencia, ejemplificados por la religión y la ideología, el lenguaje y el arte, la ciencia empírica y la
ciencia formal (lógica, matemáticas), que pueden ser utilizados para justificar o legitimizar la violencia
directa o estructural. Estos rasgos constituyen aspectos de la cultura, no culturas completas” (Galtung,
J. 1990: 289). En cambio, la cultura de violencia es la que, como ya se ha expuesto, cuando una
cultura o sociedad concreta tienen interiorizada la violencia en su razón de ser, es decir, como
mecanismo para hacer frente a los conflictos.

Tipos de violencia[editar]

Triángulo de Galtung.

Triángulo de Galtung (teoría y práctica).


La violencia, según Galtung, es como un iceberg, refiriéndose a que la parte visible es mucho más
pequeña que la que no se ve. Según este tenemos tres tipos de violencia:

 La violencia directa, la cual es visible y se concreta con comportamientos y responde a actos de


violencia.
 La violencia estructural, (la peor de las tres), que se centra en el conjunto de estructuras que no
permiten la satisfacción de las necesidades y que se concreta en la negación de las necesidades.
 La violencia cultural, la cual crea un marco legitimador de la violencia y se concreta en actitudes.
Educar en el conflicto supone actuar en los tres tipos de violencia.

Cultura de la paz[editar]
En el lado opuesto a la “cultura de violencia”, encontramos la “cultura de la paz”.
Resolución 53/243[editar]
La Cultura de la Paz la cual fue definida por resolución de la ONU, siendo aprobada por la Asamblea
General el 6 de octubre de 1999 en el Quincuagésimo tercer periodo de sesiones, Acta 53/243,
consiste en una serie de valores, actitudes y comportamientos que rechazan la violencia y previenen
los conflictos tratando de atacar sus causas para solucionar los problemas mediante el diálogo y la
negociación entre las personas, los grupos y las naciones, teniendo en cuenta un punto muy
importante que son los derechos humanos, así mismo respetándolos y teniéndolos en cuenta en esos
tratados.
Para ser más concretos, el documento titulado Declaración y Programa de Acción sobre una Cultura
de Paz, la Asamblea General hace alusión y énfasis en la Carta de las Naciones Unidas, a la
Constitución de la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura, a
la Declaración Universal de los Derechos Humanos y reconoce que 'la paz no es solo la ausencia de
conflictos'.
Está conformada por nueve artículos, incluye un Programa de Acción con Objetivos, estrategias y
agentes principales y una consolidación de las medidas a adoptar todos los agentes pertinentes en los
planos nacional, regional e internacional, en el cual se habla de medidas para promover una Cultura de
la Paz por medio, principalmente, de la educación.
En dicho documento se hace llamamiento a todos (individuos, grupos, asociaciones, comunidades
educativas, empresas e instituciones) a llevar a su actividad cotidiana un compromiso consistente
basado en el respeto por todas las vidas, el rechazo a la violencia, la generosidad, el entendimiento, la
preservación ambiental y la solidaridad.
Ámbitos de Acción:

 Promover una cultura de paz por medio de la educación.


 Promover el desarrollo económico y social sostenible.
 Promover el respeto de todos los derechos humanos.
 Garantizar la igualdad entre mujeres y hombres.
 Promover la participación democrática.
 Promover la comprensión, la tolerancia y la solidaridad.
 Apoyar la comunicación participativa y la libre circulación de información y conocimientos.
 Promover la paz y la seguridad internacionales.
Manifiesto 2000 para una cultura de paz y no violencia [editar]
Tomando el año 2000 como un nuevo comienzo, se intenta concienciar al mundo sobre la necesidad
de tener una cultura de No Violencia y con esto se exige la participación de todos en este cambio
evolutivo, en el cual 6 parámetros principales nos ayudarán a forjar un mundo más justo, más solidario,
más libre, digno y armonioso, y con mejor prosperidad para todos.
El Manifiesto se encuentra en Internet:3

 Respetar la vida y la dignidad de cada persona, sin discriminación ni prejuicios;


 Practicar la no violencia activa, rechazando la violencia en todas sus formas: física, sexual,
psicológica, económica y social, en particular hacia los más débiles y vulnerables, como los niños y
los adolescentes;
 Compartir mi tiempo y mis recursos materiales, cultivando la generosidad a fin de terminar con la
exclusión, la injusticia y la opresión política y económica;
 Defender la libertad de expresión y la diversidad cultural , privilegiando siempre la escucha y el
diálogo, sin ceder al fanatismo, ni a la maledicencia y el rechazo del prójimo;
 Promover un consumo responsable y un modo de desarrollo que tenga en cuenta la importancia
de todas las formas de vida y el equilibrio de los recursos naturales del planeta;
 Contribuir al desarrollo de mi comunidad, propiciando la plena participación de las mujeres y el
respeto de los principios democráticos, con el fin de crear juntos nuevas formas de solidaridad.
La identidad cultural constituye un proceso que en la actualidad se encuentra muy poco atendido por parte
de las autoridades. A pesar que a primera vista, pudiéramos señalar que dentro de las políticas educativas
se encuentra presente; sin embargo, al analizar la forma cómo se está desarrollando, podemos darnos
cuenta que aún falta mucho por trabajar.
Antes de hacer referencia a los aspectos conceptuales de lo que constituye el proceso de identidad cultural,
resulta necesario analizar lo que se entiende por identidad.
En la actualidad, este constructo psicológico tiene múltiples definiciones, algunos autores como Gissi (1996)
señalan que la identidad es la respuesta a la pregunta ¿Quién Soy? Como podemos ver, este autor pone
énfasis en la importancia del componente cognitivo en el proceso de construcción de la identidad.
Otros autores, consideran la importancia de los componentes cognitivo, afectivo y social conductual, como
es el caso de Fukumoto (1990, citado por Salgado, 1999) quien plantea que la identidad implica dar
respuesta a interrogantes tales como: ¿Qué se es? ¿Cómo se siente uno por lo que es? ¿Con quien se
identifica?
Little (citado por Pezzi, 1996), caracteriza a la identidad de manera dinámica, señalando que es cambiante,
que contiene valoraciones culturales y que constituye una construcción en permanente movimiento,
resultante de las necesidades de los grupos sociales concretos y de las situaciones en las que se plantean
tales necesidades.
Yavaloy (2001, citado por Grimaldo, 2004) señala que la identidad personal está referida a los atributos más
personales y específicos de un individuo, tales como la idea de su propia competencia, atributos corporales,
forma de relacionarse con otros, rasgos psicológicos, intereses individuales, gustos, etc.; es decir, atributos
del individuo en tanto como ser único, le pertenecen exclusivamente a él.
Como se aprecia en la definición anterior, la identidad hace referencia al conocimiento y valoración de
muchos aspectos que se han ido organizando a lo largo de nuestra vida.
Por todo lo anteriormente expresado, podemos decir que la identidad es considerada como un proceso a
partir del cual el individuo se autodefina y autovalora, considerando su pasado, presente y futuro. Es así
como concilia las inclinaciones y el talento de las personas con los papeles iniciales que le fueron dados por
los padres, compañeros y por la misma sociedad.
Respecto a la definición de cultura, Schafer (1980, citado por Nanzer, 1988) plantea que la cultura es todo
aquello que creamos específicamente pasado, presente y futuro, mental, espiritual o material. Comprende
no solo la totalidad de las ideas, invenciones, artefactos, símbolos, valores, creencias y obras de arte,
sistemas económicos, estructuras y convenciones sociales, convicciones morales, ideologías políticas,
códigos legales, todo lo que la mente humana ha creado y creará, cuanto la mano humana ha fabricado o
fabricará.
Gonzáles (s.f., citado por Pezzi, Chávez & Miranda, 1996), señala que la Cultura es el conjunto de
expresiones que objetivan, con mayor o menor plasticidad, el universo de mayor sentido generalizado de
un determinado pueblo.
Aquí se pone énfasis en el elemento material de la cultura, como una expresión de un grupo humano.
Por su parte, Campos (s.f., citado por Pezzi, Chávez & Miranda, 1996) indica que es el sistema integral
(abstracción) de las normas y caracterizaciones de vida mediante la comunicación simbólica, atributo
específico del ser humano. En esta definición, se hace hincapié en los elementos no materiales de la
cultura, los que se organizan de forma abstracta.
Grimson (2001) señala que el concepto de cultura es uno de los más controvertidos y polisémicos de las
ciencias sociales. Es ese sentido, este concepto debe ser potenciado a través del uso sistemático de
dimensiones temporales y espaciales. La cultura es histórica y ninguna sociedad puede comprenderse sin
entender a su historicidad, a sus transformaciones. A su vez, toda sociedad se ubica en un espacio y se
encuentra en Interrelación con otras sociedades.
La cultura común es la que da a la sociedad su espíritu de cuerpo y lo que hace posible que sus miembros
vivan y trabajen juntos, con un mínimo de confusión y de interacción mutua. Además, la sociedad da a la
cultura una expresión pública de su conducta, y la transmite de generación en generación. Sin embargo, las
sociedades están constituidas de tal modo que sólo pueden expresar la cultura por medio de sus individuos
componentes y no pueden perpetuarla más que por la educación de estos individuos (Linton, 1992).
Por su parte, la Declaración Universal de la UNESCO sobre la Diversidad Cultural (2001) plantea que la
cultura debe ser considerada como el conjunto de los rasgos distintivos espirituales y materiales,
intelectuales y afectivos que caracterizan a una sociedad o a un grupo social y que abarca, además de las
artes y las letras, los modos de vida, las maneras de vivir juntos, los sistemas de valores, las tradiciones y las
creencias.
Para el INC (2002) la cultura se refiere a las formas de ser, sentir, pensar y actuar de los seres humanos. La
definición anterior constituye una visión amplia de lo que se entiende por cultura; ya que hace referencia al
componente cognitivo, afectivo y conductual de la persona.
Respecto a la cultura, no debemos olvidar la importancia que ésta tiene en la educación de muchas
generaciones. A partir de la pertenencia a una cultura aprendemos muchos saberes, prácticas, tradiciones y
estilos de vida. Al respecto Giroux (2001), señala que en la actualidad la cultura se ha convertido en la
fuerza pedagógica por excelencia y su función como condición educativa fundamental para el aprendizaje
es crucial para establecer formas de alfabetización cultural en diversas esferas sociales e institucionales a
través de las cuales las personas se definan así mismas y definan su relación con el mundo social. En este
caso, la relación entre cultura y pedagogía no puede abstraerse a partir de la dinámica central de la política
y el poder.
Por otro lado, respecto al concepto de identidad cultural, Gissi (1996) señala que la identidad cultural
supone, a la vez, la identidad del otro o de los otros, donde recíprocamente, y/o nosotros somos otro(s)
para ellos. Es importante señalar que en las definiciones de identidad cultural es necesario tener en
consideración dos nociones fundamentales: la endógena y exógena. Desde esta perspectiva, Batzin, (1996,
citado por Rengifo, 1997), define a la identidad cultural como la manera en la cual un pueblo se autodefine
(influencia del factor endógeno) y cómo la definen los demás (énfasis del factor exógeno). Para Ampuero
(1998) la identidad cultural, se refiere, en líneas generales a la forma particular de ser y expresarse de un
pueblo o sociedad, como resultado de los ancestrales componentes de su pasado, frente a lo cual se
considera heredero e integrado, en tiempo y espacio.
Por su parte, Gorosito (1998) plantea que la identidad es un aspecto de la reproducción cultural; es la
cultura internalizada en sujetos y apropiada bajo la forma de una conciencia de sí, en el contexto de un
campo limitado de significaciones compartidas con otros.
Salgado (1999) señala que la Identidad Cultural está referida al componente cultural que se moldea desde
edad temprana a través de nuestras costumbres, hábitos, fiestas, bailes, modos de vida, todo aquello que
forma parte de nuestro folklore y que es una expresión misma de nuestro pasado y presente con
proyección al futuro.
En la definición anterior, se plantea la importancia que tiene la experiencia previa, ya que esta identidad se
moldea desde edades tempranas. Es así como las distintas expresiones de nuestros padres, hermanos y
familia en general, van a ser de gran importancia en la estructuración de la identidad cultural.
Particularmente, la identidad cultural es entendida como un proceso dinámico a partir del cual las personas
que comparten una cultura se autodefinen y autovaloran como pertenecientes a ella; además, actúan de
acuerdo a las pautas culturales que de ella emanan. Así mismo, implica la definición que las demás culturas
tienen respecto a ella.
Según Hall (1995), la identidad cultural no es simplemente la expresión de la «verdadera historia» de cada
grupo o nación, sino que puede ser entendida, como el relato a través del cual cada comunidad construye
su pasado, mediante un ejercicio selectivo de memoria. (Citado por Fuller, 2002).
Como podemos ver la identidad cultural se va construyendo a lo largo de todo el proceso de desarrollo del
individuo, e incluso involucra todo el pasado histórico del grupo. Es así como, a partir de una adecuada
política cultural, bien orientada, a partir de un atinado diagnóstico de situación, considerando las fortalezas
y debilidades, este factor de identidad podría ser organizado de forma favorable.
Fuller (2002) señala que los estudios sobre identidades culturales deberían ser localizados, contextuales y
centrados en los actores con el fin de respetar tanto el derecho al reconocimiento como la libertad
individual. O, por lo menos, encontrar una salida para cada caso particular que contemple los intereses y las
perspectivas de ambas partes.
Ligado al tema de identidad cultural, desde la visión de las ciencias políticas se encuentra el concepto de
política pública. Según Alvarado (2002) en términos generales este concepto se refiere a la manera como se
organiza el conjunto de decisiones y acciones que confieren orientación a la actividad del Estado y que se
concretizan por medio del aparato administrativo. Analizando dicho concepto, otro autores, puntualizan
que si bien el sentido y la extensión que cabe otorgar al término política estatal (o pública) son
controvertidos, esta se concibe como un conjunto de acciones y omisiones que expresan la modalidad de
intervención del Estado frente a una cuestión (problema) que concita la atención, el interés o la
movilización de otros actores en la sociedad civil. En este sentido el concepto de políticas públicas se refiere
al conjunto de iniciativas y respuestas manifiestas o implícitas que permiten conocer la posición
predominante de un Estado frente a los problemas, necesidades y demandas de la sociedad en su conjunto.
Relacionado a este concepto y dentro de su ámbito, encontramos el de política cultural. Según, Morrison
(1997), la política cultural es el conjunto de operaciones, principios, prácticas y procedimientos de gestión
administrativa y presupuestaria, que sirven de base a la acción del Estado.
En cuanto al desarrollo de la política cultural en el Perú recordaremos algunos hechos que marcaron el
avance o retroceso en este campo.
Cornejo (1993) señala que sobre la Carta Fundamental del 79 se tendría que señalar que sus autores
desaprovecharon una oportunidad única para elaborar un capítulo sobre cultura organizado, coherente y
cabal que consultase por un lado el reto de la realidad nacional en toda su riqueza y en toda su complejidad
y tuviese en cuenta, de otra parte, la abundante reflexión internacional sobre el tema de políticas culturales
y el desarrollo cultural. Las buenas intenciones abundaron, pero hicieron falta meditación o información,
orden y concierto.
Haciendo un balance de la acción cultural del segundo gobierno de Belaúnde cabe afirmar que su mejor
aporte fue la Ley General de Amparo al Patrimonio Cultural y su mayor error de largas y negativas
consecuencias que aún existen- el desmantelamiento del Instituto Nacional de Cultura y la minimización de
sus atribuciones y posibilidades reales de acción (Cornejo, 1993).
Cornejo en 1993, señalaba que en la tarea cultural del gobierno de Alan García, no hubo propiamente una
política cultural orgánica y explícita y lo más interesante e importante del periodo estuvo dado por el CICLA
(Consejo de Integración Cultural Latinoamericana) y por el Concytec (Consejo Nacional de Ciencia y
Tecnología). En suma, se observó poca consistencia (salvo la obra de Concytec), en el campo del desarrollo
y la política cultural entre 1985 y 1990.
Al revisar los lineamientos y programas de Política Cultural del Perú (2002), se señala que el objetivo
institucional del Instituto Nacional de Cultura es estimular la identificación de los peruanos consigo mismos
y con su entorno, de modo que sus pautas de pensamiento, sentimiento y acción, respondan a las
demandas de desarrollo que se propone el país, eliminando los factores negativos que afectan su
autovaloración y su visión de futuro. De esta forma, lograr que sus maneras de ser, sentir, pensar y actuar
permitan el libre desarrollo de su capacidad creativa y de trabajo, con expectativas de bienestar y efectos
positivos en la producción, el desarrollo científico y la creación artística.
En el mismo documento anteriormente citado se señala que el Perú ha mantenido un perfil cultural de
progresivo alejamiento de la universalidad del proceso contemporánea que, nos llega desde todos los lados
como ajeno y exento de nuestra identificación efectiva con la modernidad, creándonos la imagen de que
nuestros valores culturales son sólo del pasado y que lo moderno es sólo copia de los logros de otras
culturas (INC, 2002).
De la misma forma, se propone la creación de una instancia pública, encargada de conducir una política
cultural y científica del Perú, con capacidad para movilizar a los actores y productores del patrimonio
cultural vivo del que dispone el país, y garantizar la preservación y promoción de dicho patrimonio y del
que hemos heredado de nuestros antepasados de todos los tiempo. La propuesta en aquel entonces era de
una instancia de rango ministerial.
Sin embargo, como sabemos esta propuesta solo quedó en ello, en una propuesta más; y luego de cuatro
años, el panorama sigue siendo el mismo. La Cultura continúa separada de la ciencia y la tecnología;
observándose una desarticulación entre las diferentes culturas que conforman el Perú. En donde el Estado
ha tenido una actuación sin protagonismo, sin un verdadero compromiso de cambio, alejándose cada vez
más de la construcción de la identidad cultural.
Por otro lado, al revisar el Diseño Curricular Nacional para la Educación Básica Regular (Ministerio de
Educación, 2005), nos podemos dar cuenta que el tema de cultura constituye un tema transversal que se
reconoce como importante, sin embargo no se observan los lineamientos específicos de trabajo que
permitan el desarrollo del proceso de identidad cultural. Señalando a la letra que la educación intercultural
y ambiental son transversales a todo el sistema educativo.
La Ley General de Educación N° 28044 (Ministerio de Educación, 2005) plantea que uno de los objetivos de
la educación básica es desarrollar aprendizajes en los campos de las ciencias, las humanidades, la técnica, la
cultura, el arte, la educación física y los deportes, así como aquellos que permitan al educando un buen uso
y usufructo de las nuevas tecnologías. Si partimos de las coincidencias en la mayoría de los autores en
señalar que la cultura es todo aquello que el hombre ha creado, está creando y creará, podríamos señalar
que este objetivo se refiere a hacer posible el desarrollo, a partir de una política orientada a la dimensión
cultural. Sin embargo, aún falta mucho camino por recorrer. No basta inaugurar una Biblioteca Nacional
con los adelantos tecnológicos requeridos, hacen falta propuestas viables que permitan realmente
considerar a la persona como centro de la acción cultural, desde una perspectiva intercultural.
Como podemos darnos cuenta, estamos frente a un sistema educativo que descuida el tema de cultura y de
interculturalidad; dejando de lado por tanto, las posibilidades de desarrollo social y económico, que se
generan en torno a ella.
Desde el Congreso de la República, respecto al tema de cultura, existe un dictamen de la Comisión de
Asuntos indígenas y afroperuanos, recaído en el proyecto de ley No. 1011/2001-CR que propone una ley de
pueblos indígenas para la educación bilingüe. De la misma manera, existe un proyecto de ley que impulsa la
interculturalidad y modifica la ley No. 27818, ley para la educación bilingüe intercultural, propuesto por la
congresista Susana Higuchi Miyagawa. Se observan algunos avances en la formulación de políticas. Sin
embargo, todavía no logran implementar actividades orientadas a la protección del patrimonio cultural, al
desarrollo de la creatividad como expresión de nuestra cultura, la participación activa de los medios de
comunicación de masas que permitan el desarrollo cultural, entre otros aspectos fundamentales.
Es así como la Dirección Nacional de Educación Bilingüe Intercultural (Dinebi), ha obtenido algunos logros,
tales como: la creación de una política nacional de Lenguas y Culturas en la Educación, marco para el
desarrollo de las acciones pedagógicas EBI; el diseño del Proyecto de Ley Nacional de Lenguas, realizado en
consulta con las organizaciones representativas de las lenguas y culturas del país, y presentada a la
Comisión de Amazonía, Asuntos Indígenas y Afroperuanos del Congreso Nacional de la República; Inclusión
de la Educación Bilingüe Intercultural en el Proyecto de Reforma Constitucional; la formulación de la
política de tratamiento de lenguas y currículo pertinente considerando los aspectos sociolingüísticos;
generación de lineamientos y el Plan Operativo Anual 2003 de la Dirección Nacional de Educación Bilingüe
Intercultural consensuados con el Consejo Consultivo Nacional de Educación Bilingüe Intercultural, que
tiene representantes de lenguas y culturas originarias, incorporación de la EBI en el Plan Nacional de
Educación para Todos, entre otros aspectos. Como podemos darnos cuenta la mayoría de las acciones
desplegadas se orientan hacia el desarrollo de políticas orientadoras necesarias; sin embargo, todavía hace
falta llevar a la realidad todo lo programado, de tal manera, que nuestras poblaciones más alejadas
principalmente, sean las más beneficiadas, con el respeto y valoración de sus culturas.
Según Alvarado (2002) en el sentido de proceso o acción de las políticas públicas, éstas se organizan en
torno a tres fases: la primera orientada a la formulación de política en una declaración explícita de algún
organismo del poder del Estado que exprese la intención del gobierno de realizar determinadas acciones
(programas y/o proyectos) para solucionar problemas o necesidades. El segundo momento, se refiere a la
implementación y la ejecución de planes, programas y/o proyectos, que determinadas instituciones
estatales realizan para solucionar problemas, demandas y necesidades sociales y concretar los objetivos y
las metas planteadas en las formulaciones de política; y en tercer lugar, se realizan los resultados de
política. Aquí se consideran dos sentidos: como producto y como impacto social. El primero, expresa el
grado de eficiencia de la acción estatal, entendiendo a la eficiencia como el logro de objetivos y metas de
las políticas formalmente explícitas y el segundo, se refiere al efecto de las acciones públicas en el contexto
social.
En ese sentido, al analizar cada una de las experiencias anteriormente citadas respecto a las diversas
acciones que tienen lugar en torno al tema de identidad cultural, podemos señalar que en la mayoría de los
casos se han quedado en la primera fase del proceso de las políticas públicas, en este caso de las políticas
culturales. Ya que se han formulado políticas que están plasmadas en documentos elaborados por el
órgano técnico de planificación y muchos de ellos realizados por equipos de expertos. Sin embargo, todavía
falta concretar objetivos y metas planteadas en dichas formulaciones. Estamos lejos todavía de una etapa
de evaluación de los resultados.
A nuestro entender, hace falta un ente gubernamental, que desde el estado planifique, organice, fomente,
difunda y coordine con las organizaciones comunitarias, locales, regionales, organismos no
gubernamentales de desarrollo, universidades y la iniciativa privada, que participe prioritariamente en la
construcción de la identidad cultural. En todo caso, dicho organismo permitiría la posibilidad de llevar a la
práctica las políticas culturales existentes en torno al tema de cultura. Hay necesidad de considerar las
diferentes realidades sociales de nuestro país, ya que en muchos casos el centralismo existente genera
inequidad, exclusión y hasta discriminación.
Hay algunos sectores de nuestra población, principalmente aquellos que se ubican en las zonas más
apartadas de la capital que por no ser incorporadas al mundo occidental, no son respetadas, ni valoradas.
Al contrario, son segregadas y en algunos casos la relación que tienen con otras comunidades son de
dominio y explotación.
Como se señaló al principio del presente artículo, la identidad, en este caso cultural, responde
definitivamente a la pregunta ¿Quiénes somos? Y en ese intento por dar respuesta a esta sencilla pregunta,
surgen varias alternativas que probablemente tengan como denominador común una idea, un concepto o
una percepción negativa de lo que somos como cultura y si vamos más allá de ello, entendiendo que en
esta respuesta se involucra también, lo que piensan los otros respecto a lo que somos, esa imagen negativa
de nosotros mismos, como cultura, se afianza aún más. Frente a ello, hace falta empezar a trabajar
organizadamente en pro de la construcción de esta ansiada identidad cultural, como un componente
importante de la identidad nacional.
Ya que como señala Salgado (1999) la identidad nacional presenta los siguientes componentes: identidad
cultural, étnica, social e histórica. De tal manera, que para construir la identidad nacional, tendríamos que
empezar por trabajar cada uno de estos pilares, incluida la identidad cultural.
En nuestro contexto, es sumamente necesario trabajar en torno a la política cultural, ya que se evidencian
los indicadores de una cultura de la violencia, de una cultura combi o de una cultura chicha, cada una con
sus particulares características; pero con una misma connotación negativa. Estas diversas formas de
cultura, están ligadas estrictamente con lo mal hecho, inescrupuloso, delictivo; anómico, agresivo, entre
otros aspectos. Es decir, en un sentido negativo, la población peruana, en general, y los niños, en particular,
aprenderán estas formas de vida que van orientando sus decisiones y sus conductas. Es en este ámbito
donde transcurren sus interacciones y en donde las normas y valores se tornan flexibles, donde lo
inescrupuloso y lo informal guían su actuar.
Si consideramos que uno de los elementos esenciales de la cultura no material, constituye el sistema
normativo en donde se ubican los valores, las normas y la moral, se hace necesario considerar este aspecto
en el diseño de un proyecto político nacional. Hace falta de manera urgente proponer lineamientos claros y
precisos, que hagan posible la incorporación de nuevos valores, respeto a la moral y a las normas de
convivencia.
A nivel internacional, Nivón (2004) señala que los Estados han abandonado su intromisión en la orientación
de la actividad artística y popular, y ahora ponen su interés en mecanismos democráticos para tomar
decisiones en materia cultural, ya que suponen valores y estrategias que hacen imprescindible la
intervención pública en la cultura.
En algunos países desarrollados la política cultural forma parte del progreso político, económico y social
que ha alcanzado el Estado, asumiéndola como uno de los componentes más importantes, a partir de la
cual se hace viable el desarrollo.
En los próximos años van surgiendo nuevos modelos de organismos ejecutores y coordinadores de las
políticas culturales, basados en un principio universal que lanza el ideal de la participación y el derecho al
acceso a la cultura de todos los seres humanos, tomando como parámetro para ello, la Declaración
Universal de los Derechos Humanos, la cual en su artículo 27 (inciso 1) dice: Toda persona tiene derecho a
tomar parte libremente en la vida cultural de la comunidad, a gozar de las artes y a participar en el
progreso científico y en los beneficios que de él resulte (Peña, s.f.).
Por ejemplo, en el caso del gobierno de Guatemala, el tema de las políticas públicas y la interculturalidad es
particularmente importante dentro de su agenda política, puesto que toma parte sustantiva de los
compromisos firmados en los Acuerdos de Paz. Específicamente del Acuerdo sobre Identidad y Derechos de
los Pueblos Indígenas. (Alvarado, 2002).
Alvarado (2002) señala que a pesar de las grandes dificultades para potenciar la interculturalidad en el
futuro inmediato, esta es viable en Guatemala siempre que se acierte en su definición y en su
implementación. Para ello es necesario explicarla de manera clara y aceptando que no es una panacea para
todos los problemas socio culturales. Esta debe combinarse con otras acciones y realizaciones. Bajo esta
perspectiva, el fomento de la interculturalidad debe ir acompañado de acciones encaminadas a superar las
causas que dieron origen al conflicto armado interno, como son la alta exclusión del modelo del Estado
guatemalteco, la intolerancia y la discriminación de los grupos, que históricamente han ostentado el poder
económico y político del país; así como los agudos niveles de miseria, extrema pobreza, analfabetismo,
morbilidad, mortalidad, desempleo y sub empleo que vive el 65% de la población guatemalteca.
Sin embargo, el panorama no es el mismo en todos los países; por ejemplo en España, Hernández (s.f.)
señala que la política cultural de los estados democráticos, va con retraso, por ser más recientes
históricamente, en la adopción de las decisiones fundamentales sobre su planificación y gestión. Por ello
hay necesidad de otorgar a la cultura un carácter estratégico entre las políticas públicas que ésta tiña el
resto de planeamientos y no al revés - como principal agente de cambio y transformación social. Plantea
que se necesita, una nueva política cultural activa, que actúe en distintas direcciones: abriendo procesos de
reflexión colectiva para definir prioridades propias y para orientar a otros agentes culturales; buscando la
concertación y la complementariedad entre los distintos actores del sector cultural; corrigiendo las
tendencias no deseables del mercado, asegurando los valores culturales que éste no considera rentables;
promoviendo la vertebración cultural de los territorios y la cohesión social.
Por su parte, Giroux (2002) señala que la crisis actual de la política cultural y de la cultura política a la que
se enfrenta Estados Unidos, está estrechamente ligada a la desaparición de lo social como categoría
constitutiva para expandir las identidades democráticas, las prácticas sociales y las esferas públicas. En este
caso, no se trata tanto de que se esté borrando la memoria, de que se está reconstruyendo en
circunstancias de deterioro de los foros públicos, en los que se realizan debates serios. La crisis de la
memoria y de lo social está empeorada por la deserción del Estado de su cargo de guardián de la fe pública
y su creciente falta de inversiones en los sectores de la vida social que promueven el bien del pueblo.
Además, la crisis de lo social se agrava aún mas, en parte, ante la falta de voluntad por parte de muchos
liberales y conservadores de reconocer la importancia de la educación formal e informal como fuerza para
estimular la participación crítica en la vida cívica y de la pedagogía como práctica cultural, política y moral
crucial para conectar la política, el poder y los sujetos sociales con los procesos formativos mas amplios que
constituyen la vida pública democrática.
Por su parte, la UNESCO y la Organización de Estados Americanos para la educación, la ciencia y la cultura,
plantean dos ejes fundamentales: el respeto a las culturas nacionales, lo que internamente se ha traducido
en el respeto a la pluralidad o diversidad cultural; y la idea a la que no se le ha dado la importancia
suficiente, de que la cultura debe ser un soporte imprescindible del desarrollo (Nivón, 2004). Respecto a
esta segunda posibilidad de entender a la cultura como una fuente fundamental para el desarrollo, en
nuestro país, todavía falta mucho por avanzar. Pero no se trata de un caso aislado, Fuentes (2002) señala
que nuestra extraordinaria continuidad latinoamericana no ha encontrado aún, plenamente, continuidad
política y económica comparables.
Por otro lado, Rey (2003) señala líneas de trabajo en torno a este tema: la promoción de la diversidad
cultural, las relaciones entre cultura y equidad, la importancia de la cultura para los procesos de desarrollo
económico y el fortalecimiento de las instituciones democráticas.
Caetano (2003) plantea que las políticas culturales deben pensarse en tanto políticas sociales. De esta
manera, así entendidas y diseñadas se organizan como una variable importante en el desarrollo de
cualquier sociedad.
Al respecto, hay necesidad en nuestro contexto de considerar a la cultura y a la política cultural como
variables interconectadas e importantes de reconocer en todo discurso sobre desarrollo nacional.
Caetano (2003) señala que hay que trabajar en torno a algunos temas referidos a la política cultural en
Latinoamérica: en primer lugar, la necesidad de realizar estudios con una base empírica respecto a los
temas de cultura. En segundo lugar, en los intentos por intervenir hace falta trabajar desde una perspectiva
acumulativa, pensando en el mediano y largo plazo, lo cual implica, aceptar la existencia de estudios
previos. En tercer lugar, plantea que hay necesidad de generar políticas culturales activas, con impulsos
reformadores con una fuerte reivindicación del espacio de la política. Finalmente, sugiere la necesidad de
trabajar poniendo énfasis en la flexibilidad e innovación.
Quizás, una gran responsabilidad de esta falta de tratamiento del tema de política cultural, es el que no se
considere la real envergadura que tiene el término derecho cultural.
Achugar (2003), plantea que los derechos culturales suelen calificarse como una categoría subdesarrollada
en comparación con los derechos humanos. En un sentido similar, la misma declaración de la Conferencia
Intergubernamental sobre políticas culturales ya había señalado en 1998 que la noción de derechos
culturales tiene cada día más peso de los que son los derechos humanos, pero aún no ha alcanzado igual
importancia en los programas políticos.
Es así como deberíamos aceptar que nuestras sociedades latinoamericanas son multiculturales, en donde
hay necesidad de distinguir dos aspectos: en primer lugar, el derecho a la participación; y en segundo lugar,
el derecho a la propia identidad cultural. Tal como lo señala Achugar (2003) lo primero significa que el
objetivo es que todos seamos iguales y en el segundo, lo importante es la diferencia.
Nos podemos dar cuenta que aún falta mucho por trabajar en torno a este tema de gran envergadura, la
identidad cultural y su relación con la política cultural, en donde deberían reflejarse los derechos culturales,
respetando los elementos materiales y no materiales al interior de cada cultura; así como también las
diferencias entre una cultura y otra. Diferencias que en muchos casos, nos llevan a discriminar y en otros
casos hasta humillar a aquellos que consideramos diferentes en relación a su procedencia cultural.
Hablar de cultura, implica tener presente el tema interculturalidad, considerándola como un proceso a
partir del cual se establecen los contactos, la mutua influencia y la interacción entre los miembros de
diferentes culturas. Sin embargo, en la mayoría de los casos, estas relaciones no se dan en un plano de
igualdad, sino en un sentido vertical, en donde el poder y la dominación de una cultura sobre otra marcan
las diferencias. Ahora bien, aceptar a nivel práctico y cotidiano la interculturalidad, implica reconocer las
diversas Interinfluencias y valorarlas, siendo ello fundamental para la construcción de una sociedad
democrática, ya que los actores sociales que lo acepten asumirían el reconocerse, comprenderse, aceptarse
y valorarse mutuamente con el objetivo de trabajar cohesionadamente en un proyecto político nacional a
mediano y largo plazo.
Según Alvarado, (2002) la construcción de una sociedad intercultural implica un proyecto político que
permita establecer un diálogo entre culturas. Este diálogo debe partir de la aceptación de la propia
identidad y de la autoestima.
Fuller (2002) plantea que es necesario diferenciar la interculturalidad como situación de hecho de la
interculturalidad como principio normativo. El primer caso expresa el dato concreto de que en la mayoría
de las naciones-Estado coexisten culturas diferentes, que pueden convivir armónicamente o, como es el
caso de gran parte de América Latina, pueden rechazarse y discriminarse. El segundo se refiere a una
propuesta éticopolítica que busca perfeccionar el concepto de ciudadanía con el fin de añadir a los
derechos ya consagrados de libertad e igualdad ante la ley, el de reconocimiento de los derechos culturales
de los pueblos, culturas y grupos étnicos que conviven dentro de las fronteras de las naciones-Estado.
Para el primer caso, supone la posibilidad de generar espacios para que cada cultura tenga la posibilidad de
ejercer sus derechos culturales, transmitiendo sus saberes, tradiciones y prácticas culturales. Zúñiga &
Ansión (1997) plantean que se trata de asumir positivamente la diversidad cultural, de generar formas y
canales para entablar un diálogo horizontal que permita reconocer las influencias mutuas en el espacio de
convivencia y aceptar que el intercambio cultural es un proceso abierto que genera constantemente nuevas
formas de expresión y organización. (Citado por Fuller, 2002).
En cuanto a la noción de ciudadanía, muchos estudiosos coinciden en señalar que es posible construir un
sistema político en el que los derechos individuales y sociales estén garantizados. Sin embargo, podemos
señalar que en la práctica cotidiana sería muy difícil de lograr, ya que como sabemos muchas naciones
Estado se construyeron sobre la base de las diferencias, lo cual ha generado enfrentamiento, conflicto y
discriminación entre ellos.

CONCLUSIÓN
Al respecto es importante tener presente que para construir un Proyecto Político Nacional, resulta
fundamental, considerar los siguientes aspectos: la identidad cultural, la interculturalidad y
pluriculturalidad. Todo ello resumido en una política cultural, que sea realmente un componente vital para
el desarrollo de nuestro país. Lo cual implica aceptar la importancia de la cultura en el proceso de
desarrollo económico nacional. A partir de allí, se podrían generar políticas culturales activas, que hagan
posible el fortalecimiento de nuestras instituciones democráticas.
En este proyecto, se tendría que considerar también, la participación de los actores de nuestras diferentes
realidades sociales, a partir de la creación de una instancia pública, encargada de conducir una política
cultural y científica en el Perú.
Los poderes del Estado tienen que asumir una función activa y proactiva, de tal manera que se respeten los
derechos culturales, promoviendo el principio de igualdad, principalmente para aquellos grupos que se
encuentran en las zonas alejadas y en las zonas limítrofes; fortaleciendo la democracia participativa,
permitiendo que aquellas poblaciones que se encuentran dentro de una situación de extrema pobreza
tengan la posibilidad de dar a conocer sus planteamientos; haciendo posible la conservación de nuestros
productos culturales, tanto materiales como no materiales, ello considerando las consecuencias no solo
favorables, sino negativas y perversas de la globalización; dotando a las instituciones públicas de recursos
humanos especializados para implementar y ejecutar planes y programas orientados para este fin. Sólo así,
podríamos hablar de un verdadero desarrollo, valorando, respetando y avanzando a partir del respeto de
nuestras diferencias, pero asumiendo a la vez, que somos parte de una misma nación.
La búsqueda de una identidad nacional peruana ha sido la gran aspiración que políticos, caudillos e
intelectuales han buscado para el país, desde la propuesta criolla hasta el indigenismo más extremo. ¿Qué
somos?, ¿cómo somos?, ¿qué nos identifica como peruanos? Esta búsqueda, en pleno siglo XXI, continúa
sin resultados que satisfagan las expectativas latentes de identidad nacional, pese a que contamos con
mayores elementos de juicio que contribuyen a comprender y perfilar mejor nuestra identidad.

En el Perú existe una tendencia a marcar y subrayar las diferencias culturales y raciales, en contraposición
al hecho que posibilitó la construcción de nuestra historia nacional mestiza y para el que, desde el enfoque
cultural e identitario, resulta difícil encontrar un “término” que involucre y explique ese mestizaje.

Sobre la primera tendencia, es preciso señalar que está fundamentada en verdades de perogrullo. Así, el
Perú es cuna de múltiples culturas como la quechua y aymará, cuya cosmovisión es distinta a la
afroperuana, shipiba o aguaruna, también peruanas, y las de éstas disímiles a la costeña o a la netamente
occidental. En nuestro país existe una apología a la diversidad cultural e identitaria, que subraya las
diferencias de origen y que tiene un prurito racial y cultural muy fuerte. Por ello, no es extraño que
escuchemos contraponer culturas, como la cultura indígena vs. la occidental, o considerar a la nación
aymará como algo distinto y antagónico a las otras culturas. Siendo así, resulta difícil converger en una
identidad nacional que vertebre todas las manifestaciones del ser nacional. Es bueno precisar que no se
trata de sumar la diversidad cultural e identitaria existente en el Perú y tener como resultado una nación
supuestamente cohesionada.

Por otro lado, en el Perú encontramos nuevos procesos de expresión cultural e identitaria que van mas allá
de las diferencias existentes; procesos culturales que empiezan a darle nuevos rostros y formas a eso que
llamamos peruanidad. Desde el siglo pasado se empezó a vislumbrar señales de ello. Los pobladores
andinos no solo han poblado físicamente las grandes y pequeñas ciudades de la costa. Son sus rostros,
vivencias y expresiones culturales los que han dado lugar a un mestizaje que, a las claras, pinta de cuerpo
entero la realidad que se avizora: un país con perspectivas históricas que sintonizan con las aspiraciones de
todos los peruanos y que se expresa en un término que aún tiene cierto lastre despectivo, pero que ahora
cobra valoración social y económica: “lo cholo”. Término peyorativo –como lo sigue siendo la expresión
“serrano” o “indio”– que pone al desnudo un racismo aun insistente en algunos sectores de la sociedad
peruana.

Al respecto el testimonio de José María Arguedas, describiendo al Perú de los años 20 del pasado siglo, es
ilustrativo:
“(…) un ‘serrano’ era inmediatamente reconocido y mirado con curiosidad o desdén; eran observados como
gente bastante extraña y desconocida, no como ciudadanos o compatriotas. En la mayoría de los pueblos
pequeños andinos no se conocía siquiera el significado de la palabra Perú. Los analfabetos se quitaban el
sombrero cuando era izada la bandera, como ante un símbolo que debía respetarse por causas misteriosas,
pues un faltamiento hacia él podría traer consecuencias devastadoras. ¿Era un país aquél que conocí en la
infancia y aún en la adolescencia? Sí, lo era. Y tan cautivante como el actual. NO era una nación” [1].

Esta descripción de Arguedas grafica con mucha claridad el desprecio racial incubado en el corazón y en la
cabeza de muchos peruanos. No hemos terminado de construir nuestra nación y esto no será posible en
tanto exista ese tipo de actitudes excluyentes. Sin embargo, hoy es evidente que el contexto social ha
variado en algo. Los pobladores llamados andinos, amazónicos, etc., han encontrado canales alternos de
expresión más allá de la música o el arte, y participan cada vez en ámbitos como el empresarial llamado
“emergente”.

En este contexto, a tono con las visiones antes reseñadas, existen dos posibilidades que permita cohesionar
a un país desmembrado. La primera es que sigamos solo apostando por fortalecer identidades regionales
en un país que aún no termina por sentirse una nación. Tal postura es una visión errada de la
multiculturalidad, ya que solo afirma diferencias pero que no tiende puentes para reconocer puntos en
común, dejando de lado la posibilidad de construir un proyecto de país.

Otra posibilidad es ir dándole forma a ese proceso que recorre el país de un extremo a otro y que tiene
distintas formas de expresión; eso que podemos llamar la nueva peruanidad, que da cuenta de cómo el
andino y el amazónico que migraron a la ciudad no se separan social ni culturalmente de aquellos que se
quedaron en su lugar, no obstante los elementos de la modernidad que trastocaron su vida, sea la ciudad,
la radio, la televisión, el Internet, entre otros, que deben ser utilizados también como parte de esa
construcción.

¿Es posible entonces hablar de una identidad nacional chola en un país multicultural y diverso como el
nuestro? Al respecto, no se trata de soslayar y dejar de lado la riqueza de la diversidad de culturas
peruanas, sin embargo, es innegable el sincretismo de la cosmovisión andina con la occidental. Y es que el
Perú de hoy se ha forjado a partir de esa fusión andino-occidental. Obviamente, lo que a esta cultura
aporta la cosmovisión andina es invalorable, si bien la modernidad tiene factores más dinámicos; hay
elementos andinos que son sellos de la cultura peruana y nos hacen diferentes a las otras, por lo que el
sistema educativo debería recogerlos y expresarlos, el sistema político atenderlos y el social recrearlos en
nuestra integración nacional e inserción en la comunidad mundial.

La posibilidad de afirmarnos como nación es una decisión colectiva y también individual. Se trata de
reconocer que hay elementos en común, más allá del territorio y nuestra diversidad. Solo podremos
afirmar esta nación si asumimos que nuestro proceso de construcción cultural es parte de un proyecto
común y que el término “cholo”, que sirvió para discriminar, para diferenciarse con el otro y excluirlo, en la
actualidad es expresión de una peruanidad plena de pujanza, esfuerzo, trabajo, arte, cultura, creatividad,
etc. Efectivamente, esa mayoría que estuvo al margen del sueño republicano hoy empieza a tener
protagonismo y la posibilidad de expresar la identidad peruana: “la chola”, término que no zanja, sino que
abre posibilidades para afirmar la construcción de la nación peruana y de nuestra identidad humana, que
nos haga ciudadanos del mundo.

Você também pode gostar