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En contraste con la postura hobbesiana de que los seres humanos son animales
agresivos, Locke tenía una visión mucho más optimista y liberal de la
humanidad. Él creía que el estado original de la naturaleza de los humanos es la
bondad y que todas las personas nacen con el mismo potencial, es por eso que
proponía una educación crítica. Según él, todos los niños debían tener acceso a
una buena educación. Los planteamientos de Locke acerca de la educación
fueron publicados en 1693 con el título de Algunos pensamientos concernientes
a la educación, un libro escrito con un propósito específico y limitado. Durante
su exilio en Holanda, Locke mantuvo correspondencia con Edward Clarke, un
caballero inglés que le escribía para pedirle consejo respecto a la educación de
su hijo de ocho años de edad. Las cartas de Locke dieron forma al primer
borrador de su libro. De acuerdo con Locke, los niños son lo que son por las
experiencias que han tenido. Cuando son pequeños, los niños son "viajeros que
arriban a un país extraño del que no saben nada" (Locke, 1693/1964, p. 173). En
el momento de nacer las gavetas de sus mentes están vacías, y sólo se llenarán
mediante la experiencia.
Como empirista, Locke negaba la existencia de tendencias innatas,
disposiciones o miedos en los niños. ¿Por qué, entonces, existen tantos niños que
tienen miedo de la oscuridad? De acuerdo con él: "Si a los niños se les dejara
solos no estarían más asustados en la oscuridad que en pleno sol; para ellos, en
cambio, sería tan bienvenida la primera para dormir como lo segundo para jugar"
(1693/1964, p. 149). Pero con frecuencia este no es el caso. Si, por ejemplo, una
niñera insensata le dice a los niños que las brujas, los fantasmas y los duendes
están en la noche afuera de las casas buscando a niños malos, es probable que les
haga sentir miedo de la oscuridad. De forma similar, Locke decía que los niños
están acostumbrados a recibir su "alimento y un trato amable" de únicamente una
o dos personas. Si tuvieran que estar expuestos a mayor número de gente, se irían
a los brazos de un extraño con la facilidad con que lo hacen hacia los brazos de
los padres. De acuerdo con Locke, las únicas cosas a las que de forma innata
tememos son el dolor y la pérdida del placer. A través de la experiencia
aprendemos a evitar objetos que se asocien con cualquiera de estas
consecuencias:
¿Por qué a tantos niños les disgusta la escuela y la lectura de libros? Porque,
dijo Locke, la escuela y los libros están asociados con castigos y palizas,
prácticas que eran rutinarias en algunos salones de clases británicos hasta la
mitad del siglo XX. De esta forma se adquieren los miedos.
Locke también dio instrucciones explícitas de cómo "eliminar terrores
vanos". Para ello usó el ejemplo de un niño que tenía miedo a las ranas, e instruyó
a los padres para tratar este temor de la siguiente manera:
Su niño chilla y huye cuando ve una rana; dejen que otro la atrape y la
suelte a una buena distancia de él; al principio acostúmbrenlo a mirarla, y
a verla saltar sin ninguna emoción; luego a tocarla suave y rápidamente
mientras otro la sostiene en la mano; y continúen
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haciéndolo hasta que él pueda sostenerla con tanta confianza como lo haría
con una mariposa o un gorrión. De la misma forma se puede eliminar
cualquier otro terror vano si se toman precauciones, no vaya usted
demasiado rápido, y no empuje al niño a un nuevo grado de confianza,
hasta que haya confirmado, de manera minuciosa, el previo. Y de esta
forma se entrenará al joven soldado para la guerra de la vida. (Locke,
1693/1964, p. 151)
*Arnold, Winer y Wickens (1982) reportaron que tanto los niños como los
adultos experimentan la ilusión del agua de Locke, pero la interpretan de
diferente manera. Los niños creen que existe una diferencia real en la temperatura
del agua, mientras que los adultos generalmente reconocen que la diferencia
percibida en la temperatura es una ilusión. En una ingeniosa prueba los
experimentadores le preguntaban a los niños y a los adultos qué pasaría si el
recipiente que contenía el agua fuera rotado 180 grados y sus manos fueran
introducidas nuevamente en él. Los niños contestaron que la otra mano se
sentiría más tibia; los adultos mantenían que alterar la orientación del recipiente
no tendría ningún efecto (Arnold, Moye y Winer, 1986, p. 257).
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