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TRABAJO:
Portafolio Académico
ASIGNATURA:
DOCENTE:
ALUMNO:
AYACUCHO - PERÚ
2015
un cambio significativo en la manera de entender la labor pastoral de numerosos
sacerdotes en América latina. En el contexto histórico, la Teología de la Liberación
viene marcada por la eclosión de los movimientos sociales de la segunda mitad
del siglo XX y su proyección abarca hasta principios del S. XXI.
¿Qué es teología?
En 1962, en el Concilio Vaticano II, el Papa Juan XXIII proclamó que la Iglesia
había perdido contacto con el mundo afuera de sus propias puertas y que tenía
que reexaminar su misión para no perder también su relevancia. Su concepto de
una “Iglesia de los pobres” abrió un debate eclesial que amplió la Conferencia
Episcopal de Medellín unos seis años más tarde, esta vez con el enfoque centrado
en la situación latinoamericana. El lenguaje ambiguo del Vaticano II tomó un tono
más fuerte y directo en Medellín, en cuanto a necesidad que la Iglesia mostrara
una solidaridad con los despojados de los países latinoamericanos. Durante esa
época de intenso debate teológico, el sacerdote peruano Gustavo
Gutiérrez publicó Teología de la liberación-Perspectivas (1971). El texto se acerca
a los desafíos enfrentados por la Iglesia con un estudio no sólo desde un punto de
vista teológico, sino también desde una perspectiva histórica, política y socio-
económica. Unos treinta y tres años después de su primera publicación, Teología
de la liberación sigue siendo un texto esencial en el estudio del movimiento de la
teología de la liberación.
El primer capítulo presenta una breve historia de la teología, definiéndola como “el
fruto del encuentro de la fe y la razón”, uniendo lo espiritual con el saber racional.
Para una verdadera reflexión teológica de la situación latinoamericana, escribe
Gutiérrez, hay que presentar un carácter racional y desinteresado. Destaca en
este texto la abundancia de citas de textos filosóficos y del campo de las ciencias
sociales juntos con las citas de otros teólogos (la mayoría de las numerosas citas
de otros teólogos viene de los años sesenta, indicando al lector de este milenio
cómo extenso era el debate sobre la teología de la liberación en esa época). Ya
establecida la perspectiva religiosa y científica, Gutiérrez empieza a desarrollar la
idea de la teología como reflexión crítica sobre la praxis.
Gutiérrez reafirma las ideas de Juan XXIII de una “Iglesia de servicio y no de
poder”, y que la renovada presencia de ella en el mundo contemporáneo sirve
como “punto de partida de una reflexión teológica”. La función de los teólogos
sería, entonces, contribuir con una mayor lucidez a tal compromiso. Citando al
filósofo francés Maurice Blondel y recogiendo las ideas del pedagogo
brasileño Paulo Freire, Gutiérrez dice que esa reflexión debe intentar “capturar la
lógica interna de una acción a través de la cual el hombre busca realizarse,
trascendiéndose continuamente”. Él contrasta este concepto de transformación del
hombre y, por consiguiente, del mundo, con la historia de una Iglesia que se había
preocupado durante siglos en “formar verdades mientras tanto no hacía nada por
conseguir un mundo mejor”. Mientras la Iglesia se enfocaba en sí misma, la praxis
había caído en las manos de los “no creyentes”.
3. Nos conduce a las fuentes bíblicas que inspiran la presencia y el actuar del
hombre en la historia.
Gutiérrez halla falta en el nivel de la reflexión teológica con relación a las nuevas
experiencias pastorales de la Iglesia. “El mundo se va afirmando en su
secularidad” observa él, pero la teología ha reaccionado en una manera “tímida”.
“Ante la afirmación de un mundo cada vez más autónomo, -no religioso- o,
positivamente, un mundo mayor”, Gutiérrez hace la llamada por una renovación
teológica que responda a los cambios enfrentados por la Iglesia.
La tercera parte del libro, “La opción de la Iglesia latinoamericana” revisita los
temas del desarrollo y la teoría de la dependencia. Propugnado por “organismos
internacionales”, el desarrollismo, basado en las sociedades desarrolladas,
distancia más la separación entre las clases sociales. Se alcanza una nueva toma
de conciencia de los efectos negativos del desarrollo cuando éstos se estudian
desde la periferia. Al caracterizar los países latinoamericanos como oprimidos y
dominados desde el exterior, Gutiérrez empieza a pavimentar el camino que los
llevará a su liberación.
Propone así que el único modo de superar a la situación en que se encuentran los
países hispanoamericanos es a través de una revolución social. La acción política
revolucionaria, en la cual la revolución cubana “ha cumplido un papel acelerador”,
no debe limitarse al “ámbito nacional”, sino que “debería envolver todo el
subcontinente”. “Estamos, en América latina, en pleno proceso de fermentación
revolucionaria”. En la opinión de Gutiérrez, el grupo que ofrece “la veta más
fecunda y de mayor alcance” es el partido socialista. Aunque el autor había
lamentado el hecho de que la praxis había caído en las manos de los “no
creyentes”, en su opinión la doctrina socialista ofrece la mejor opción para una
transformación hacia una sociedad más justa. Citando al peruano Mariátegui,
Gutiérrez solicita un socialismo “indio-americano” que pertenezca a la realidad
latinoamericana. Los Sacerdotes Argentinos del Tercer Mundo proponen que esta
senda tendría que ser “un socialismo latinoamericano que promueve el
advenimiento del hombre nuevo”.
Gutiérrez admite que al hablar de los grupos politizados dentro de la Iglesia, está
refiriendo a una minoría. “Pero de minorías crecientes y activas, y que día a día
adquieren una mayor audiencia dentro y fuera de la Iglesia”.
Los obispos son mal preparados para cumplir su función, escribe Gutiérrez, y los
que se atrevan a tomar acción política corren el riesgo personal de ser los blancos
de ataques por la oposición. “Esto ha traído como consecuencia una vigilancia
policial estrecha, y, en algunos casos, amenazas de muerte de parte de grupos de
extrema derecha”.
Esta situación de crisis dentro de la Iglesia exige una reflexión teológica que
responda a la situación, según el autor. La Conferencia episcopal de
Medellín(1968) representa un reconocimiento “de la solidaridad de la Iglesia con la
realidad latinoamericana, la de la violencia institucionalizada. En los ojos de
Gutiérrez, la “educación liberadora” propugnada por Medellín ofrece una
esperanza para superar la situación de dependencia y formar una sociedad más
justa donde pueda florecer el desarrollo de un hombre nuevo. Medellín insiste en
la necesidad para los pueblos oprimidos de “tomar las riendas de su propio
destino.
Una nueva presencia de la Iglesia en la América Latina seguiría, entre otras, las
siguientes pautas, según Gutiérrez:
4. Que la Iglesia exige cambios en el estilo de la vida sacerdotal para que muestre
una solidaridad con los oprimidos. “En la conferencia de Medellín se precisó bien
que la pobreza expresa solidaridad con los oprimidos un estilo de vida sencillo”.
En la última parte del libro, “Perspectivas”, Gutiérrez conecta el concepto de la
salvación con los hechos terrenales. “La salvación no es algo “ultramundano”,
escribe el autor, sino la “comunión de los hombres con Dios y comunión de los
hombres entre ellos”. Después de enfatizar la importancia en los acontecimientos
de “este mundo”, él reexamina los hechos bíblicos para mostrar la naturaleza
política de ellos. “La liberación de Egipto es un acto político. Es la ruptura con una
situación de despojo y de miseria, y el inicio de la construcción de una sociedad
justa y fraterna. Es la supresión del desorden y la creación de un nuevo orden”. “El
éxodo será la larga marcha hacia la tierra prometida, en la que se podrá
establecer una sociedad, libre de la miseria y de la alienación”. Él concluye que
“trabajar, transformar este mundo es hacerse hombre y forjar la comunidad
humana, es también, ya salvar, y que:
Gutiérrez califica esta nueva teología como una teología “de la esperanza” que
“permite pensar la historia en términos revolucionarios”. Nunca lejos de su enfoque
en la praxis, escribe que esta esperanza “vence la muerte” y “debe echar sus
raíces en el corazón de la praxis histórica”.
La introducción del tema de la utopía da al lector una idea de los temas corrientes
de la época. Gutiérrez la ve “como una denuncia del orden existente” y que “se
trata de un rechazo global y que quiere ir hasta la raíz del mal. Él conecta
eficazmente el concepto de la utopía con el concepto propuesto por el hombre
nuevo. Él termina ese capítulo enfatizando la praxis en la creación de una
sociedad utópica: “El evangelio no nos proporciona una utopía, ésta es obra
humana”.
Sin una lucha activa “contra el despojo y la alienación, y en favor de una sociedad
solidaria y justa la celebración eucarística es un acto vacío, carente de respaldo
por parte de quienes participan en él”.
Gutiérrez insiste que la Iglesia latinoamericana tome una clara posición sobre la
situación injusta en que viven sus oprimidos. Para hacerlo, el primer paso sería
reconocer el hecho de que ella “se ha vinculada al sistema social vigente”:
Para desprenderse de esta alianza con las clases dominantes, Gutiérrez sugiere
que el camino es “solidarizarse resueltamente con los oprimidos y despojados, en
la lucha por una sociedad más justa”. Él opina que hasta el presente el lenguaje
teológico no ha sido bastante directo en su denuncia del orden establecido y
anticipa críticas a esta nueva teología, que se la acuse de haber politizado
demasiado la función de la Iglesia: “Los ataques más duros vendrán, sin duda, de
aquellos que temen el surgimiento de una verdadera conciencia política en la
masas latinoamericanas y vislumbran cuál puede ser la contribución del evangelio
en ese proceso”. Gutiérrez responde con las palabras punzantes de J. Girardi: la
“violencia institucionalizada va aliada generalmente con la hipocresía
institucionalizada”, y añade que “la lucha de clases es un hecho y la neutralidad en
esa materia es imposible”.
Aunque Gutiérrez halla limitaciones en la filosofía pedagógica de Freire, es difícil
no ver la influencia que tuvo en este texto. Gutiérrez escribe de cómo la liberación
de los oprimidos liberaría, también, a los opresores. “Se ama a los opresores
liberándolos de su propia e inhumana situación de tales, liberándolos de ellos
mismos”. Hay que amar a los opresores opina Gutiérrez, pero a la vez
reconociendo que son los enemigos en la lucha por una sociedad más justa. “No
se trata de no tener enemigos, sino de no excluirlos de nuestro amor”.
El último capítulo del texto, “Pobreza: Solidaridad y Protesta”, resuena con los
sentimientos de Medellín: que la Iglesia se solidarice con los oprimidos
latinoamericanos. Gutiérrez indica que el término pertenece a la pobreza material,
“es decir, la carencia de bienes económicos necesarios para una vida humana
digna de ese nombre”. Lejos del pensamiento existente de que la pobreza material
sea “una ineludible y necesaria condición en el camino de la santidad”, Gutiérrez la
presenta como algo que prohíbe la autorrealización del hombre como hijo de Dios.
Puesto en un contexto socio-económico, el autor escribe que “hay pobres porque
hay hombres que son víctimas de otros hombres”. Vista desde su visión del
hombre como sacramento de Dios, Gutiérrez escribe que “oprimir al pobre es
atentar contra Dios mismo, conocer a Dios es obrar la justicia entre los hombres”.
Se enfoca así en el significado actual de la frase “bienaventurados los pobres
porque de vosotros es el reino de Dios”, negando lo que se había aceptado en
algunos círculos como su significado: “aceptad vuestra pobreza que más tarde esa
injusticia os será compensada en el reino de Dios”, sino “que el reino de Dios trae
necesariamente consigo el restablecimiento de la justicia en este mundo”. En la
manera que Dios se hizo pobre para solidarizarse con los oprimidos, Gutiérrez
hace una llamada para que la Iglesia siga su modelo. “Sólo rechazando la pobreza
y haciéndose pobre para protestar contra ella, podrá la Iglesia predicar algo que le
es propio: la “pobreza espiritual”; es decir, la apertura del hombre y de la historia al
futuro prometido por Dios”.
Principales representantes de la teología de la liberación
Gustavo Gutiérrez (Lima, 1928)
Premio Príncipe de Asturias 2.003 el jurado destacó:
Gustavo Gutiérrez ha centrado su vida en la Teología, que él, manteniendo
la naturaleza de ésta en cuanto reflexión sobre la fe y desde la fe, entiende, con
una gran riqueza de matices, como un diálogo, nos ha dicho, "con
la cultura contemporánea", como una "aproximación desde la libertad al
Evangelio", "como una manera de hablar de Dios en el mundo de hoy". Desde
esta perspectiva, mantiene viva la fe en los seres humanos, a pesar de los
graves problemas de injusticia y desigualdad que tan profundamente conoce.
Fundamenta su pensamiento en el convencimiento de que la esperanza
transmitida por el mensaje cristiano pervive hoy con toda su grandeza y es
esencial para hacer frente a las situaciones más penosas del mundo en que
vivimos.
En 1971, escribió Teología de la Liberación, dónde sienta las bases del
movimiento. A los principios mencionados anteriormente, Gutiérrez, añade que la
causa de la pobreza es resultado de un sistema social injusto que permite que la
riqueza sea de unos pocos mientras gran parte de la población latinoamericana
vive en la pobreza. El sacerdote señala como responsables de esta situación a las
oligarquías locales. Estas ideas no han sido las que le han generado críticas
dentro de la curia romana. Desde el punto de vista teológico, la Iglesia nunca ha
visto con buenos ojos el hecho de que interprete los evangelios desde el punto de
vista de la pobreza. La interpretación de la Biblia es patrimonio de la Iglesia.
Desde el punto de vista político, son indudables las similitudes entre las ideas de
la Teología de la Liberación y el marxismo. Gutiérrez defiende que su Teología se
sirve de nociones del marxismo pero sólo como una herramienta más de
las ciencias sociales y añade "jamás hemos pretendido una síntesis entre la fe
cristiana y el análisis marxista"
Leonardo Boff (Concordia 1928)
Es el otro gran ideólogo de la Teoría de la Liberación. Nacido en Brasil, se doctoró
en 1959 en teología y filosofía y entró a formar parte de la congregación de los
franciscanos. Ha escrito más de 60 libros y ha sido profesor en diversas
universidades estadounidenses y europeas, actualmente es profesor emérito en
la Universidad del Estado de Río de Janeiro.
En 1984, tras la publicación de Iglesia, Carisma y poder es llamado al orden por
parte del Vaticano. Fue sometido a proceso por parte de la Sagrada Congregación
para la Defensa de la Fe. Sentado en la misma silla que Galileo, fue condenado a
un año de silencio, no pudiendo publicar ni dar clases. La presión internacional
provocó que se suprimiese la sanción.
En 1992, Leonardo Boff se ve obligado a colgar los hábitos ante la amenaza de
una nueva sanción.
En su pensamiento palpita el compromiso con los pobres, y aboga por
la acción social para arreglar las injusticias del mundo. Al igual que Gustavo
Gutiérrez, no es partidario de la violencia y tampoco se reconoce como marxista.
Últimamente, a sus reivindicaciones sociales se le han sumado otras
de carácter ecologista.
Otros representantes
Sin embargo, Ernesto Cardenal es recordado por el incidente con el Papa Juan
Carlos II en el aeropuerto de Managua. Cuando cámaras de todo el planeta
retransmitían el evento, el pontífice regañó al cura por su actitud poco acorde con
la nueva filosofía vaticana.
Ignacio Ellacuria (1930, Portugalete)
Brasileño como Leonardo Boff, fue una de las voces más respetadas dentro de la
Iglesia. Participó activamente en la conferencia de Medellín que, como ya hemos
indicado anteriormente, fue precursora del movimiento de la Teología de la
Liberación.
Jesuita catalán, es una de las personas con gran valor histórico dentro de la
Teología de la Liberación. Fue amigo íntimo de Oscar Romero y se libró por poco
de ser asesinado junto a Ignacio Ellacuria. Su vida y labor es similar a la de otros
compañeros de ideología. Curiosamente, prolonga a lo largo del siglo XXI la
historia de la Teología de la Liberación. El 11 de marzo del año 2007 fue
sancionado por El Vaticano a través de la Congregación para la Doctrina de la Fe.
Se le prohibió enseñar en escuelas religiosas y se le privó de "visto bueno
eclesial" a sus obras.
Sin embargo, considero que este movimiento tuvo su cara más amarga con la
inclusión de la lucha armada.
Otro aspecto muy significativo fue el silencio de la Iglesia, durante más de veinte
años apenas se pronunció y cuando por fin lo hizo, fue de manera rotunda.
- Boff, L.: Teología del cautiverio y de la liberación, Paulinas, Madrid 1978; id.:
Ecología. Grito de la Tierra. Grito de los Pobres, Trotta, Madrid, 1996.