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EL PROBLEMA DE LA VERDAD EN LA CIENCIA EMPÍRICA

Andrea Torrijos Suárez1


La ciencia se presenta ante el hombre, como la manera de asegurar verdades, el conocimiento del
mundo se vuelve verídico en la medida en que sea comprobable por la ciencia y esta comprobación
mantienen la mayoría de sus aciertos en la práctica empírica. En este texto pondré en duda la idea
de la veracidad, desde las pretensiones objetivistas de la ciencia y los resultados subjetivistas de la
sociedad, mostrando de qué manera las verdades, no son más que la fabricación del mundo que
alcanzamos a percibir, en vista de que gran parte de dicho mundo se escapa de nuestra comprensión
cognoscitiva, principalmente por las limitaciones naturales que tiene nuestro cuerpo, remplazadas
en este caso, por maquinas que superan las condiciones normales y asegurando que la ciencia así
como se nos presenta, solo pueda darse en condiciones ideales imposibles de alcanzar por medios
naturales. Para este cometido me valdré de la crítica realizada por Quine al empirismo, las
apreciaciones de Allan Chalmers sobre la ciencia y un artículo de Mario Laserna, sobre Kan y su
teoría de la verdad.
Esta problemática de la ciencia le compete de manera estricta a la filosofía analítica, en parte por
su llamado positivismo lógico que, desde la lógica aplicada según como lo explica Rudof Carnap,
nos permite aclara el contenido propositivo de las proposiciones científicas, al igual que el
significado de las palabras que surgen en dichas proposiciones, obteniendo así dos posibilidades,
una en donde la ciencia empírica establece conceptos particulares de distintas ramas de la ciencia
y otra en el que el campo de la metafísica en vista de la falta de sentido de sus proposiciones queda
descartado como objeto de estudio, asegurando que la filosofía analítica ciña sus teorías a los
resultados meramente empíricos.
Uno de los que objeta ante esto es Quine, quien realiza una crítica a las presuposiciones del
empirismo moderno al sostener que éste ha sido condicionado por dos dogmas. El primero es la
creencia de que existe una distinción entre verdades que son analíticas (basadas en significaciones,
con independencia de consideraciones fácticas) y verdades que son sintéticas (basadas en los
hechos). El segundo dogma es el reductivismo, esto es: “la creencia de que todo enunciado que
tenga sentido es equivalente a alguna construcción lógica basada en términos que cuentan a la
experiencia inmediata”. Éste dogma, afirma que para comprobar que una oración es significativa
es necesario reducirla a la oración correspondiente del lenguaje de la experiencia. Contraria a esta
consideración, para Quine nuestros enunciados acerca del mundo externo se someten como cuerpo
total al tribunal de la experiencia sensible y no individualmente, asumiendo que ninguna
experiencia concreta y particular se encuentra ligada a un enunciado concreto, sino que la unidad
de significación empírica es el todo de la ciencia. En este caso en particular, me referiré
principalmente al primer dogma.
Para comenzar es necesario aclara esa idea que tenemos sobre la verdad. Como lo evidencia Quine
en Kant podemos encontrar dos tipos de verdades, las analíticas y la sintéticas, gracias a la
distinción que realizó Hume entre relación de ideas y cuestiones de hecho, en compañía de Leibniz

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Estudiante de IV semestre de la Maestría en Filosofía Latinoamericana. Licenciada en Filosofía y Lengua Castellana
de la Universidad Santo Tomás. Integrante del SEMEyON: SEmillero de MEtafísica y ONtología.

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que diferenció entre verdades de razón y verdades de hecho. Para este último autor las verdades
de razón son verdades en todos los mundos posibles, por lo que no podrían ser falsas de ninguna
manera; de igual forma los enunciados analíticos, son enunciados cuyas negaciones son
autocontradicciones, lo cual no es del todo convincente para Quine.
Ahora bien, Kant “concebía un enunciado analítico como aquel que no atribuye a su sujeto más de
lo que ya está conceptualmente contenido en dicho sujeto” (Quine, 1985: 50) dichos enunciados
de forma en el orden de sujeto-predicado, demandando al contenido, como si se tratara de una
metáfora, además tienen el carácter de verdad en virtud del significado e independiente de los
hechos. De acuerdo a Allan Chalmers el término “hechos”, es ambiguo en sí mismo, pues puede
referirse “tanto al enunciado que expresa el hecho como al estado de cosas al que alude el
enunciado” (Chalmers, 2000:22), por ejemplo, en el enunciado –es un hecho que hay montañas y
cráteres en la luna- el hecho se puede estar refiriendo a las montañas y cráteres, pero el enunciado
como tal, es el que constituye el hecho. De modo que, el que la ciencia se base en los hechos y se
derive de ellos, el conocimiento de la superficie lunar no se basa en las montañas y la superficie
lunar, sino que parte de enunciados facticos realizados anteriormente sobre las montañas y la luna,
que permiten que se puede realizar un enunciado de este talante.
Esto nos introduce necesariamente en la idea de la significación, aclarando que significar y
nombrar no pueden identificarse, es menester remitirnos al ejemplo que nos enuncia Frege al
hablar del “lucero de la tarde” y “el lucero del alba” en conjunto con el ejemplo de Russell sobre
“Scotto” y “el autor de Waverley” que muestran que diversos términos puedes nombrar o denotar
la misma cosa y definir por su significado o sentido. Por lo cual es necesario distinguir los hechos,
entendidos como enunciados de los estados de cosas descritos por los mismos enunciados, entre
enunciados de hechos de las percepciones, que permiten la aceptación de dichos hechos. Así que
no basta con la experimentación del hecho como tal, sino que el enunciado es el que le permite
prevalecer e instalarse en la ciencia, por ello “quienes pretenden aseverar que el conocimiento se
deriva de hechos deben tener enunciados en la mente, y no percepciones ni objetos como montañas
y cráteres” (Chalmers, 2000:22).
Por supuesto, como lo explica Quine, la verdad se encuentra en aquellos términos que pretendan
generalidad o universalidad de las entidades, “la clase de todas las entidades de las que es
verdadero un término general se llama extensión del mismo” (Quine, 1985: 51), opuesto al
contraste que se presenta entre la significación o el sentido de un término singular, frente a la
entidad denotada por él, en donde es necesario mostrar la evidente distinción entre el sentido de
un término general y su extensión, de manera que es posible tener términos generales iguales en
extensión, pero no en significado (criatura con corazón/criatura con riñones).
Dado que los hechos que pueden hacer parte de la ciencia deben presentarse en forma de
enunciados, es difícil creer que los hechos se adquieren directamente por los sentidos, pues pensar
que los enunciados de hechos, se introducen en el cerebro gracias a los sentidos, termina siendo
un absurdo. Antes de que un observador sea capaz de validar un enunciado observacional, se debe
prever que se encuentra en la posesión conceptual adecuada, para que dicha apreciación sea
verídica. En este sentido se puede llegar a pensar que la racionalidad está incluida en la
significación, por ello existen palabras que sólo se refieren a una representacion en la realidad,

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mientras que existen enunciados que pueden funcionar de manera verídica, tanto para unos como
para otros, como es el caso de la palabra hombre y el enunciado “tiene dos piernas”, por ello la
significación se da cuando la esencia se separa del objeto de referencia y se adscribe a una palabra.
“Las cosas, según Aristóteles, tienen esencia, pero sólo las formas lingüísticas tienen significación.
Significación es aquello en que se convierte la esencia cuando se separa de su objeto de referencia
y se adscribe a la palabra” (Quine, 1985: 52) Para realizar las significaciones es necesario tener en
cuenta la naturaleza del objeto, por supuesto la referencia no es sinónimo de la significación, las
referencias son imágenes y las significaciones palabras, por supuesto al realizar esta separación
necesaria es evidente que el objeto primario de la teoría de la significación es “la sinonimia de las
formas lingüísticas y la analiticidad de los enunciados; las significaciones mismas, en tanto que
oscuras entidades intermediarias, pueden abandonarse tranquilamente” (Quine, 1985: 52)
Las significaciones aparecen para nosotros, como la forma de estructurar nuestro bagaje lingüístico
y por lo mismo conceptual, la apreciación de la diferencia entre el significado y la realidad es
evidente para un experto, pero no para un amateur, por ejemplo, las tonalidades en una pieza de
piano, pueden llegar a ser hermosas para un sujeto cualquiera, pero aparte de la relación con la
belleza o la hermosura, no le es menester realizar un apreciación más profunda del hecho en
cuestión, sin embargo si fuese un músico estudiado el que estuviera de oyente, encontraría incluso
las sutilezas que posiblemente la obra original no tendría y mostraría su agrado o desagrado frente
al hecho, por supuesto la calificación de un experto no hace que dichas notas dejen de ser notas,
pero de alguna manera pueden llegas a generar la relación tan esperada de representacion y
significado, produciendo un enunciado que se acomode a lo que la realidad sonora de la pieza pudo
llegar a mostrarle.
En este sentido, es más que evidente que los hechos deben preceder a la teoría, la adecuación de
la ciencia se da en la medida en que se ajusta al hecho en cuestión, sin embargo, esto no es del
todo cierto, pues sin importar que tanto observemos, si el hecho se nos es extraño aparte de la
observación, no es posible lograr mayor cosa, pues se requiere por lo menos un entramado de
concepciones y conocimientos previos, para llegar a dictaminar cualquier enunciado y aún más
para darlo como cierto.
Según esta posición, se puede decir “que la formulación de enunciados observacionales presupone
un conocimiento significativo, y que la búsqueda de hechos observables relevantes se guía por ese
conocimiento” (Chalmers, 2000: 25), sin embargo, esto no es del todo cierto en todos los casos, ta
que la lógica de enunciados simples, puede llegar a permitir una construcción proposicional
verídica a partir suposiciones evidentes. Lo que nos quiere decir que la idea de que el conocimiento
deba basarse en los hechos que resulten confirmados por la observación, no estropea el
reconocimiento de que la formulación de los enunciados que describen dichos hechos dependan
del conocimiento. Es decir, no se necesita ser un experto para reconocer el proceso que realiza el
agua para subir a la atmosfera y volver a bajar en forma de lluvia, pero se requiere un poco más de
imaginación y conocimiento si se tratase de que lo que lo que cae es lluvia acida.
Refiriéndose al problema de la Verdad, el cual es una propiedad de juicios o proposiciones en el
sentido lógico-gramatical de estos vocablos, volvamos a lo que Kant propone en su dualismo: el

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idealista trascendental, puede ser un realista empírico, o como se le llama generalmente, un
dualista, es decir alguien que admite la existencia de la materia sin por ello salirse de su conciencia,
lo que nos indica que aprueba la existencia de aquello que sea brindado por el campo físico y por
el ideal. Pensar en "salirse de la conciencia" se da porque el realista empírico refiere las
percepciones al espacio, asegurando la existencia de la materia como algo externo, lo que no lo
hace un noumenon, puesto que el espacio mismo se encuentra dentro de nosotros, por supuesto,
según como lo entiende Kant desde el principio, está declarada dicha adhesión al idealismo
trascendental, confirmando su postura dualista frente a la teoría de la verdad.
Ahora, si pensásemos en el realismo aristotélico tomista, la cuestión es evidente, ya que las cosa
existirían independiente del sujeto pensante, entonces la verdad sería una adecuación entre una
proposición y un evento espacio-temporal. “Naturalmente existe un sujeto a quien corresponde
verificar si determinada proposición "A" corresponde o no a un evento, y consiguientemente
declarar: " A" es verdad; o "A" es falso” (Laserna, 1985: 22). Por supuesto está apreciación,
constituye parte del dualismo realista en donde "nada se da en la mente que no estuviese
previamente en la realidad", principio que Kant niega radicalmente
Para comprender mejor esta postura de Kant, es necesario saber que los dos términos que se deben
confrontar en la teoría de la verdad como adecuación, se presentan como contenido de la
conciencia y es allí donde se vinculan, así todo se desarrolla como en el realismo, sólo que el
espacio, aquello que da externalidad al evento con relación al sujeto que piensa la proposición,
también es interno a la conciencia. Lo que implica que en la conciencia se alberguen en un mismo
momento la idea y el espacio mismo que representa dicha idea, para hablar de una lógica-
gramatical.
Sin embargo, el sujeto que realiza el acto psicológico de pensar una proposición, no es el mismo
que juzga la existencia de la adecuación. Pues al Yo-psico-somático, no es el que compara y
verifica la adecuación, sino el Yo epistemológico para el cual el Yo psico-somático tiene también
carácter de evento empírico. Según como lo explica Laserna el Yo epistemológico hace que las
proposiciones planteadas expresen en su significado validez inter-personal, sin reducirla al sujeto
que emite la proposición. “Así desaparece en nuestra doctrina, toda objeción contra la aceptación
de la existencia de la materia basándose en el testimonio de la conciencia, igual que la
demostración de mi existencia como un ser presente. Evidentemente yo soy consciente de mis
representaciones: por lo tanto, existen estas, así como existo Yo quien las tiene” (Kant en Laserna,
1985: 23).
Pero Kant encuentra que existen representaciones que no pertenecen a la realidad, puesto que son
mero producto de la conciencia, en ese sentido se puede hablar de la existencia de objetos
exteriores respecto a un Yo, expuestos en el testimonio de la conciencia se da en la multiplicidad
de veces en las que los objetos aparecen, las representaciones de mí mismo cómo Yo pensante
están referidas al sentido interno (la temporalidad); en cambio las representaciones referidas a
eventos con extensión, quedan también referidos al sentido externo (la espacialidad), así no existe
relación alguna entre la realidad de los eventos externos, frente a la forma en que estos se registran
en mi sentido interno, en vista de que ambos son simples representaciones y la conciencia de estos
a través de la percepción es prueba de su realidad.

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o sea que, para el Entendimiento humano en oposición al divino, pensar no produce
percepciones pues si ello ocurriese, cada proposición produciría su evento y no habría
problema de adecuación puesto que, en analogía con el realismo aristotélico o el
sensualismo de Locke en donde el evento imprime a la mente la idea, la adecuación es
automática: La mente es una máquina de retratar: Si existe el retrato por fuerza tiene que
existir lo retratado y el problema de adecuación no se presenta. (A lo menos a este nivel de
representaciones simples). Para Kant, la mente divina sería una máquina, no de retratar
sino de generar, tanto el pensamiento como automáticamente el objeto pensado. En
contraste con estas dos teorías, el kantismo establece la posibilidad de eventos por un lado
y proposiciones por otro, sin que exista la garantía absoluta de su coincidencia puesto que
la mente crea proposiciones a priori, referidas ciertamente a una posible experimentación,
pero no surgidas, como un retrato mental, de una experimentación (Laserna,1985 :24).

Este es un problema que ha sido evidente para muchos desde que se habla del mundo y sus
“verdades”. Por ello cuando se habla de un conocimiento científico se puede decir que el realismo,
le adjudica a la ciencia la descripción del mundo observable y el que está detrás de las apariencias,
mientras el antirrealista, considerará que lo realmente duradero en las ciencias es aquello que
proceda de la observación y la experimentación, dejando las teorías como meros instrumentos de
utilidad circunstancial.
Pues según la teoría de la verdad como correspondencia, los primeros ven que las proposiciones
verdaderas viven, siempre que exista un sustento real que las fundamente, lo que quiere decir que
se puede hablar de hechos y enunciados verdaderos. Esto gracias a que “Tarski demostró que la
idea de verdad del sentido común puede emplearse de modo que esté libre de las paradojas […].
Desde este punto de vista, una teoría científica dice [la] verdad acerca del mundo si el mundo es
de la manera que dice la teoría” (Chalmers, 2000:228), entonces la verdad tendría un sustento
apoyado de igual proporción en el lenguaje y en la realidad.
Para los segundos hablar de la verdad o falsedad de las teorías es inapropiado, ya que lo que se
busca es encontrar la utilidad de la teoría, por supuesto esto es problemático, pues se estaría dando
por sentado que la ciencia llegue a tener caracteres universalistas, poniendo en tela de juicio la
persistencia de algunas teorías carentes de sustento empírico, pero validas en el mundo de las
ciencias, pues “la teoría no puede ser tomada por una descripción literal de la realidad porque las
descripciones teóricas están idealizadas, mientras que el mundo no” (Duhem en Chalmers,
2000:238) como es el caso de la física y las matemáticas, en donde todos los supuestos se dan a
partir de condiciones ideales, difíciles de contrastar con la realidad. No está de más reconocer que
algunos supuestos teóricos desaparecieron en el tiempo por falta de sustento empírico, lo que en
parte permite dar un poco de razón a los antirrealista.
Por supuesto ante esta postura, los realistas se sostienen de aquellas teorías, que no solamente son
vigentes en la actualidad, sin bases empíricas, sino que han permitido la explicación y
sostenimientos de otras tantas teorías científicas con sustentos reales “Así, por ejemplo, la ciencia
ha descubierto que existen cosas tales como los electrones y los agujeros negros y que, aunque
algunas teorías anteriores acerca de estas entidades han sido mejoradas, estas teorías eran
aproximadamente verdaderas, como se puede demostrar al derivarlas como aproximaciones a las

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teorías actuales” (Chalmers, 2000: 235) en este caso, las comprobaciones de las ciencias yacen en
la historia, como lo evidencia Richard Boyd (1984), según Chalmers.
Entonces el conocimiento científico en este caso se valida e invalida dependiendo de la historia,
cosa que puede llegar a dudarse por las exigencias que la misma ciencia tiene frente a la
confirmación de las teorías. Finalmente se podría decir que estar totalmente de lado de alguna de
estas posturas realistas y antirrealistas sería coartar a la propia ciencia de su progreso y perder en
cualquiera de los dos casos la oportunidad de llegar a algo que en nuestros términos podamos
llamar conocimiento, pues si hay algo verídico es que el hombre se ve en un afán por conocer el
mundo que lo rodea, aunque sólo pueda llegar a hacerlo en sus términos.
Ahora bien, si se tratara de hablar desde los antirrealistas, nos encontraríamos con que el contenido
de una teoría científica alcanza únicamente el conjunto de afirmaciones que pueden ser verificadas
mediante la observación o la experimentación, hasta aquí estaríamos hablando de lo mismo, sin
embargo ellos también muestran el “deseo de restringir la ciencia a las afirmaciones que puedan
ser justificadas por medios científicos, para evitar así la especulación arbitraria” (Chalmers,
2000:230) lo que implica que la falsedad de una teoría por la comprobación empírica, no indica
necesariamente que dicha teoría haya sido obsoleta, pues en su tiempo pudo haber servido de
sustento teórico para otras afirmaciones, lo que hace invaluable su existencia en la historia de la
ciencia.
“En vista de esto, parece plausible evaluar las teorías únicamente en términos de su capacidad de
ordenar y predecir fenómenos observables. Las propias teorías pueden ser desechadas tan pronto
como han dejado de ser útiles mientras que pueden mantenerse los descubrimientos experimentales
que han propiciado” (Chalmers, 2000:230), lo que quiere decir que la preocupación del
antirrealista, no está centrada en encontrar la verdad de las teorías, sino más bien en la
productividad de las mismas para el mantenimiento del mundo observable y experiencial.
Dejando en claro que, si se quiere hablar de verdades, lo mejor sería recurrir a los realistas o a
antirrealistas como Bas van Fraassen (1980) que no era instrumentalista, puesto que consideraba
que las teorías son realmente verdaderas o falsas, pues para él, el éxito de una teoría se juzga en
términos de su generalidad y su simplicidad, además de la medida en que está soportada por la
observación llevando a nuevos tipos de teorías. Fuera de este ámbito recurrir al antirrealismo como
postura de verdad puede ser un error.
Como se puede ver, el problema real se encuentra en que la ciencia asegura que sus teorías son
verdaderas, cosa que en este caso se escaparía de los antirrealistas que no basan necesariamente
todos sus sustentos en los hechos, pues de alguna manera, la verdad está relacionada con la
demostración, por lo que de no ser demostrable una teoría científica o de cualquier carácter, no es
viable. Por eso, una de las principales consideraciones al hablar de la verdad, es saber desde que
sustento se está fundamentando, es decir si se está tomando en cuenta las necesidades de los
realistas o las de los antirrealistas.
Por supuesto, este problema es un poco más amplio que distinguir entre realistas y antirrealista, la
cosa es que la realidad se nos es dada, de manera particular, se entiende en la medida que se
interactúa con ella y la primera forma de hacerlo es desde la corporalidad, la experiencia brinda

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las verdades que el mundo físico ofrece. Lo que termina encerrando un problema mayor, en vista
que si la interacción se da de forma corporal, se deben tomar en cuenta que el cuerpo que se nos
fue dado no es perfecto y como alguna vez Descartes lo pudo evidenciar, puede que los sentidos
nos engañen y es aquí donde la ciencia nos da una mano, creando herramientas que rompan las
limitaciones corporales, pero arrojándonos a un problema aun mayo pues si las maquinas
funcionan en condiciones controladas, en verdad lo que se estudia no es la realidad, sino una
maqueta de esta, lo que terminaría resultando en un sin sentido para nosotros como hombres,
porque nuestros mayores aciertos científicos, se dieron en condiciones que no pertenecen al mundo
y que responden por este.
Lo anterior implica que las verdades que presentamos, son verdades solo verdaderas
circunstancialmente, o para ser más precisos, son verdades humanas, se vuelven verdad en la
medida en que las avalamos como verdad, pero eso no implica que en todos los mundos esto sea
así, como alguna vez lo quiso Leibniz, nuestro conocimiento está limitado por nuestra misma
naturaleza, saber teóricamente cómo un ave vuela, no es igual a verla volar, ni mucho menos
implica el poder hacerlo. El falsacionismo ya advertía que en vez de hablar de verdades, la ciencia
más bien se ocupaba de los problemas, solo cuando un hipótesis es falseada y supera con éxito una
variedad de pruebas rigurosas, no surge una verdad, sino un nuevo problema y esa es la labor del
científico, por lo que “nunca se puede decir que una teoría es verdadera […] pero,
afortunadamente, se puede decir que una teoría actual es superior a sus predecesoras en el sentido
de que es capaz de superar pruebas que falsaron éstas” (Chalmers, 2000: 78)
Finalmente y a modo personal, pienso que es un poco atrevido de cualquier ciencia humana hablar
de una verdad, las verdades no existen en sentido estricto, son solo un producto de nuestras
aceptaciones que acomodamos a lo que llamamos verdadero, pero incluso en esa acomodación,
tenemos dificultades para entender lo que nosotros mismo creemos, por ello no es de más que
existan postura como las de los realista y los antirrealistas, que haya un Derrida o un Popper; pues
si en algo estuvo bien Descartes, fue en el hecho de decir que dudáramos de todo y no porque sea
un gran método, sino porque es nuestra forma de ser.
Como humanos dudamos de todo porque sabemos de antemano que el mundo no está acabado y
que lo que conocemos de él es apenas una pequeña parte de lo que posiblemente pueda existir,
entonces dudar se convierte en el día a día del hombre racional, que comprende que así como el
“Dios” católico y cristiano, nuestra idea de verdad, hace al mundo a nuestra imagen y semejanza,
porque no sabemos cómo superarnos a nosotros mismo desde nuestras más ínfimas limitaciones y
mucho menos si la superación de estas alcanza para comprender la enormidad de nuestro mundo.
Claro está, que eso no puede ser algo por lo cual alarmarse, simplemente es la prueba efectiva, de
que la verdad, así como la perfección, no existen, son solo ideas que nos permiten no estancarnos
en las dudas y crear hipótesis del mundo en el que vivimos, para continuar conociéndolo un poco
más cada día, a nuestra forma humana de ser.

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Referencia Bibliográfica
Laserna, M., (1985) La teoría de la verdad en Kant, deas y Valores Ideas Valores, Volumen 34,
Número 66-67, p. 21-36. ISSN electrónico 2011-3668. ISSN impreso 0120-0062 Universidad de
los Andes
Chalmers, Alan. (2000b) ¿Qué es esa cosa llamada ciencia?, (3ra ed., versión digital), Siglo
Veintiuno Editores, S.A., Príncipe de Vergara, 78,.28006 Madrid, España.

Quine, W., (1985), Desde un punto de vista lógico; dos dogmas del empirismo (1950), pp. 49-81,
Orbis, Barcelona, Recuperado de: https://philpapers.org/archive/COLATE.pdf

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