Yo no hago dieta Dukan ni la he probado nunca como Marcos, pero sí que he probado varios planes de alimentación para intentar encontrar uno que me permitiese perder peso sin pasar hambre y tener buenos niveles de energía. Con este objetivo, estos últimos cinco años he probado a contar calorías, hacer seis comidas pequeñas al día, eliminar por completo los carbohidratos, “ser paleo”… y un largo etcétera. Algunas de estas medidas me han funcionado mejor y otras peor, pero en ningún caso he sido capaz de mantenerlas más de unos meses. El motivo es muy simple, y es el gran fallo que cometen todas las dietas tradicionales: no tienen en cuenta la vida real. Desconozco cuáles son los hábitos del señor Dukan o del resto de gurús de la alimentación, pero a mí además de verme bien delante del espejo me gusta vivir. Ya ves, soy así de caprichoso. Sí, quiero mantenerme en mi peso ideal, pero no si eso implica comer hamburguesas sin pan, renunciar a tomar una cerveza con mis amigos, recordar fases y reglas cada vez que voy a un restaurante, pasarme horas en casa diseñando menús y sumando puntos, cargar con tuppers en la mochila con comida “permitida”, mirar el reloj continuamente para ver si ya me toca comer, o sentirme culpable cada vez que me zampo un postre cuando viajo. Las estrategias que proponen las dietas quedan muy bonitas en el papel, pero parecen diseñadas para personas que nunca van a eventos sociales, nunca comen fuera de casa, nunca viajan, y que no tienen nada mejor que hacer que preocuparse de lo que comen. Afortunadamente, la mayoría de nosotros no somos así, y por eso sólo somos capaces de aguantar unas semanas. A continuación, quiero analizar las cuatro estrategias más comunes que utilizan las dietas, y explicar por qué no funcionan en el mundo real, ese misterioso lugar en el que vivimos. 1. ALIMENTOS PROHIBIDOS La mayoría de las dietas tienen una lista de alimentos no permitidos. Algunas prohíben alimentos o ingredientes concretos, como la leche o el trigo, mientras que otras prohíben grupos enteros de macronutrientes como los carbohidratos. En mi experiencia, es posible seguir estas reglas durante un periodo de tiempo limitado (especialmente al principio, por el plus de motivación), pero si te tocan alguna de tus comidas favoritas o algún alimento que sea muy común en tu cultura, acabarás cayendo tarde o temprano. A mí, por ejemplo, me encanta el pan. AMO EL PAN. Por eso, no soy capaz de hacer dieta si esta incluye la restricción de no comer pan. Era capaz de aguantar semanas; quizá meses con mucho esfuerzo, pero mi imagen de una vida feliz incluye sándwiches y bocadillos de jamón, y no estoy dispuesto a renunciar a ellos toda mi vida. Pongamos ahora el caso del arroz blanco, un alimento que está prohibido en el 99% de las dietas. Puedes resistir un tiempo sin comerlo, hasta que un domingo te invitan a almorzar los padres de tu novia y te sirven un plato paella. ¿De verdad le vas a decir a tu suegra que no te lo vas a comer porque “nuestros antepasados no comían cereales”? Yo no lo haría… O mejor todavía vete un mes a Tailandia o a Japón e intenta no comer arroz blanco. ¡Te deseo mucha suerte! Además de todo esto, ir a un restaurante o a una fiesta se convierte en una odisea. Tienes que repasar mentalmente tu lista de alimentos permitidos mientras miras la carta, y ser capaz de decir no cuando te ofrecen un trozo de tarta de chocolate en el cumpleaños de un amigo. 2. ALIMENTOS ESPECIALES Una estrategia que emplean muchas dietas es ofrecerte una amplia gama de productos propios que ya cumplen las normas del método en cuestión. Su objetivo es facilitarte la vida haciendo que no tengas que preocuparte de los alimentos prohibidos, una dificultad que ellos mismos han creado, y engordar su bolsillo en el proceso, claro. En ocasiones, también te ‘obligan' a consumir algún alimento concreto que es esencial para seguir la dieta, como es el caso de Dukan y su famoso salvado de arena. Prefiero morderme la lengua y guardarme lo que opino de que se vendan botes de kétchup “especiales” por 4 euros, pero sí que quiero hablarte de los inconvenientes de estar atado a un alimento o producto concreto. El inconveniente más obvio es el monetario. Los productos y suplementos especiales no son precisamente baratos, y a lo largo de los meses pueden suponer un gasto extra de cientos de euros. Pero el mayor problema de estar atado a un alimento concreto no es el dinero, sino la manera en que eso limita tu libertad y tus opciones. De pronto estás obligado a comer ciertos productos de ciertas marcas. Tienes que pedirlos por Internet o desplazarte a tiendas especializadas para conseguirlos, y si te vas de viaje necesitas llevártelos contigo porque no están disponibles en cualquier parte. Desayunar fuera de casa se convierte en un drama porque en el bar no tienen pepitas de avena Dukan. 3. SEIS COMIDAS AL DÍA Según la mayoría de nutricionistas, hay que hacer cinco o seis comidas pequeñas al día en vez de tres grandes. El motivo es que, de esta manera, nuestro cuerpo siempre tendrá los nutrientes que necesita, sentiremos menos hambre y quemaremos más grasa porque “se acelera el metabolismo”. No voy a entrar a valorar si la afirmación anterior anterior es verdad o mentira, pero hay algo indiscutible: hacer seis comidas al día es un soberano coñazo. Para empezar, requiere preparación. Tienes que asegurarte de que todos los días tienes tus seis raciones a mano cuando las necesitas, lo cual implica cocinar, preparar tuppers, contar calorías, llevar fruta, frutos secos o barritas de proteínas siempre encima, etc. Además de preparación, hacer seis comidas al día requiere de mucha atención, porque tienes que comer aproximadamente cada dos horas y media. Eso significa estar continuamente pendiente del reloj –o incluso poner alarmas– para no saltarte ninguna de las comidas. Cuando he seguido este ritmo, me he sentido como un pavo en fase de engordamiento, siempre pensando en comer. Por último, comer seis veces por día requiere autocontrol. Al dividir tus calorías en seis raciones, cada ración es muy pequeñita y tienes que tener cuidado con no pasarte y comer más de la cuenta. Si en tu cuarta comida te corresponden diez almendras, son diez almendras, ¡ni una más! Y luego está el problema de ir a cenar con los amigos a un restaurante. Ellos se piden el chuletón con patatas fritas, pero tú tienes que elegir el entrante de humus porque ya has comido otras cinco raciones a lo largo del día. Lo que suele pasar en esa situación es que tú también acabas pidiéndote el chuletón y, después de devorarlo, te sientes culpable por las mil calorías que te acabas de meter entre pecho y espalda.