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Unidad 2: Ética y crecimiento personal

Objetivo de la unidad: Comprender la práctica de las virtudes como el corazón de una


vida ética.

Semana 6: ¿Quién soy y quién quiero ser?

“¿Qué es carácter? En las condiciones más hostiles, ser capaz de dar de sí.
¿Y falta de carácter? En las condiciones más favorables, recibir lo que se necesita y
quedárselo para sí”
Alexander Solzhenitsyn

1. Por qué soy como soy. La personalidad: temperamento y carácter.

En la unidad anterior, reflexionamos sobre la naturaleza de la ética, el papel que juega en


nuestra vida y en nuestra formación personal y llegamos a la conclusión de que vale la pena
actuar bien, pues lo que está en juego es muy grande: nuestra felicidad. La felicidad tiene
estrecha relación con los buenos hábitos que vamos incorporando en nuestra vida, tema que
nos convoca en esta clase.

Hagamos una revisión y vamos poco a poco. El conjunto de rasgos que diferencian a una
persona de otra se denomina personalidad. Habremos experimentado a lo largo de nuestra
vida que hay aspectos de nuestra personalidad que son positivos y otros no tanto y
seguramente muchas veces hemos soñado con ser un poco mejores o con eliminar los
aspectos negativos de nuestro modo de ser. ¿Estamos hablando de un sueño imposible?
Definitivamente, no. La respuesta viene dada por los factores que componen la personalidad:
temperamento y carácter. El temperamento es innato, es decir, “viene” en y con nosotros, por
factores principalmente genéticos. Por otro lado, el carácter se va formando o modificando a
través de nuestras acciones del día a día.

Lo que veremos a continuación es cómo ir orientando nuestra actuación con el fin de tener
un carácter sólido, maduro y que nos haga ser personas plenas y felices.

1
2. ¿Cómo se construye el carácter?

Algo de verdad tienen los dichos populares: “lo que se hereda no se hurta” o “de tal palo,
tal astilla”. El factor genético -mencionado anteriormente como temperamento- es un
componente de la personalidad, y tiene elementos positivos y otros defectuosos. Nos encanta
considerar los aspectos satisfactorios de nuestra forma de ser, pero ¿qué hacer con los
defectos? ¿Nos tendremos que quedar tranquilos pensando que varios integrantes de nuestra
familia tienen los mismos defectos? ¿No será un poco triste pensar que nuestros defectos no
tienen solución y permanecer como seres inactivos ante nuestra situación?

La respuesta es alentadora, ¡hay mucho por hacer! De hecho, ya cada uno de nosotros
hemos hecho bastante en lo que llevamos vivido. Ya hemos tomado muchas decisiones sobre
aspectos más o menos relevantes: la elección de la carrera, salir o no a una fiesta el
día anterior a un examen, ser leal a un amigo, quedarnos con el dinero de más que nos dio el
cajero en el supermercado, etc. La enumeración de éstas y otras acciones han ido dando forma
a nuestro carácter. Más allá de los aspectos básicos o innatos de la personalidad, la hemos ido
construyendo o destruyendo con nuestra libertad. El buen carácter se construye mediante la
práctica constante de acciones buenas libres, que se traducen en virtudes.

3. Yo soy lo que hago. Los hábitos hacen al hombre: virtud y vicio.

La pregunta sería, entonces, ¿hemos cultivado el carácter o sólo nos dejamos llevar por el
temperamento? En primer lugar, sólo podemos cultivar aquello que hemos adquirido y
realizado libremente; en segundo lugar, tendríamos, entonces que responder si es que hemos
adquirido hábitos que se traduzcan en un buen carácter. Por ejemplo, podemos tener
la tendencia a distraernos con facilidad y a perder la concentración en el estudio, para superar
este defecto del temperamento tendríamos que realizar acciones que nos permitan
mantenernos concentrados, tales como: apagar el celular y/o la televisión, establecer metas y
objetivos en el estudio, buscar un espacio adecuado, etc.

El elemento más importante de la personalidad lo constituye el carácter, que está


compuesto por un conjunto de buenos y malos hábitos, producto de un conjunto de acciones
realizadas libremente. La repetición de un mismo acto conforma un tipo de conducta estable
y fácil. Gracias a los hábitos no es necesario que comencemos siempre desde cero 1,
2
por ejemplo, si ya tenemos el buen hábito de lavarnos los dientes después de cada comida, el
hacerlo cada vez no será una tortura –como suele ser para los niños pequeños-, sino que será
una actividad grata y sencilla. Es muy probable que hayas escuchado la frase: “una
golondrina no hace verano”. Para tu conocimiento, la dijo Aristóteles en el Libro de la Ética,
refiriéndose a que realizar una sola acción no constituye un hábito. Sólo el conjunto
de acciones en el tiempo, no esporádicas, puede formar el carácter.

Advertimos entonces, que los hábitos que hemos adquirido conforman parte esencial de
nuestra personalidad. Una personalidad bien definida se forja a base de hábitos y vale lo que
valen éstos. El que tiene el hábito de la vagancia, es un vago; el que tiene el hábito del trabajo
es laborioso. El primero es un desgraciado, el segundo es honorable y seguramente bastante
feliz2. En este sentido, podemos afirmar que, de algún modo, “somos” lo que hacemos.

La palabra virtud se conecta con la expresión griega areté que se traduce como
“excelencia”. La virtud es una acción buena permanente en el tiempo (hábito) que

1
Cfr. José Ramón Ayllón, Ética Razonada, Palabra, Madrid, p.66.
2
Pbro. Dr. OROZCO, Antonio, http://es.catholic.net/imprimir.php?id=7133

perfecciona la naturaleza humana. Practicar las virtudes hace buena la acción y al que la
ejecuta, pues la acción virtuosa es buena en sí misma y hace de la persona alguien
de excelencia, por tanto, “la virtud humana es un hábito que perfecciona al hombre para obrar
bien”3. Así la virtud no es un fin en sí misma, sino un medio para alcanzar la felicidad. Tal
como lo señalamos en la clase anterior, la ética está al servicio de la persona para que alcance
la excelencia moral. Lo anterior viene a dejar claro que la ética no está para cumplir con un
listado de normas básicas, sino para orientar nuestro acto humano mediante el mayor bien
que podamos hacer.

El crecimiento personal, el cultivo y la perfección de la personalidad solo se logra


mediante la práctica libre de un conjunto de acciones buenas, no de una acción aislada, “el
que siembra actos, recoge hábitos, el que siembra hábitos cosecha su propio modo de ser”4.
En efecto, las virtudes morales fortalecen nuestra voluntad, nuestra capacidad de amar (pues
tal como lo vimos en Antropología, el objeto de la voluntad es el amar) en cambio los vicios,
empobrecen y estropean la voluntad, y por tanto, disminuye su capacidad de amar5. Ser una
3
persona feliz no es algo espontáneo, sino que implica una pregunta profunda “¿quién quiero
ser?”, y que seamos felices va a depender en gran parte de la práctica de las virtudes.

4. Virtud, felicidad y libertad.

El fin natural del hombre es la felicidad. Lo anterior implica que la plenitud o perfección
del hombre no es algo que se vaya logrando por fuera o por sobre la ética. Si suponemos que
podríamos ser felices realizando acciones malas, el estudio de esta asignatura no
tendría sentido, y tampoco lo tendría el esfuerzo por adquirir virtudes mediante del ejercicio
correcto de la libertad6. Las virtudes aumentan el ejercicio de la libertad7. Ejercer bien la
libertad va teniendo un efecto multiplicador, nos hace más libres, personas más plenas en la
acción y
también en nuestras relaciones con los demás. Por ejemplo, con nuestra familia, amigos y en
3
Santo Tomás de Aquino, Suma Teológica I-II, cuestión 58, artículo 3.
4
José Ramón Ayllón, Op. Cit., p. 67.
5 Leonardo Polo, Ética, Unión Editorial, Madrid, 1997, p. 116.
6
Para profundizar este tema, revisar las clases de Antropología.
7
Leonardo Polo, Ética, Unión Editorial, Madrid, 1997, p. 11

nuestro trabajo ¡verás que la vida será todo un gusto vivirla! Las virtudes permiten que todas
las acciones buenas sean más fáciles de realizar, pues han pasado a ser parte de nosotros.

En síntesis: la personalidad está formada por dos componentes importantes:


el temperamento y el carácter. El primero es involuntario e innato, mientras que el segundo
es voluntario y adquirido libremente. ¿Por dónde comenzamos la tarea de ir formando un
buen carácter? La adquisición de las virtudes nos permite perfeccionar nuestra naturaleza
humana, logrando con ello la plenitud o la felicidad, la cual todos aspiramos a tener.

4
Clase 7: ¿Por dónde comienzo?

“Es más fácil escribir diez volúmenes de principios filosóficos que poner en práctica uno
solo de sus principios”
Tolstoi

1. Las virtudes cardinales. La excelencia al alcance de todos.

La semana anterior estudiamos cuáles son los componentes de la personalidad y cómo


se cultiva un buen carácter. Ya dijimos que el verdadero desafío de la personalidad no está en
el temperamento (involuntario e innato), sino en la formación de nuestro carácter
(voluntario y libre) mediante la práctica de las virtudes. La felicidad o plenitud se
logra ejerciendo bien la libertad, es decir, practicando las virtudes.
Hay diferentes tipos de virtudes, un grupo son las cardinales y otras son las
teologales. En esta ocasión nos detendremos en el estudio de las cardinales, pues son propias
de este curso. Las virtudes cardinales son naturales, esto significa que tenemos las
capacidades (inteligencia, voluntad y libertad) para adquirirlas, sin embargo, para hacerlas
“realidad” se requiere practicarlas. Distintas, por ejemplo, son las virtudes teologales, pues
pertenecen a un ámbito sobrenatural: la fe, la esperanza y la caridad. Son un regalo de Dios
que el hombre puede acoger y practicar libremente. Las virtudes teologales serán parte del
curso de Formación Cristiana.
Volvamos a las virtudes cardinales o fundamentales. Se llaman cardinales porque son
el quicio (cardo, en latín) sobre el cual gira toda la vida moral del hombre, cumplen la misma
función de un gozne o bisagra de una puerta en la cual ésta se apoya. Se les llama también
fundamentales, pues en ellas se realizan perfectamente los cuatro modos generales del actuar
humano: la determinación práctica del bien (prudencia); su realización en la sociedad
(justicia); la firmeza para defenderlo o conquistarlo (fortaleza); y la moderación para
no confundirlo con el placer (templanza)1. Las virtudes cardinales o fundamentales son
entonces: la prudencia, la fortaleza, la templanza y la justicia. Las tres primeras son virtudes
individuales, pero que de todos modos repercuten en las demás personas. En tanto, la virtud
de la justicia es una virtud eminentemente social, ya que se relaciona directamente con los
demás. No hay que olvidar que las virtudes son hábitos, en ese sentido, no basta con hacer
una acción aislada o esporádica, sino que requiere una práctica constante y que, en todos los
5
casos, son acciones conforme a la recta razón2. La recta razón es el dictamen obtenido cuando
la razón procede de modo correcto, sin error de razonamiento. Comencemos el estudio de las
virtudes. En esta semana veremos la prudencia y la fortaleza.

2. Hacer bien lo que se ha de hacer. La prudencia.

Bien sabemos que no basta con tener la intención de querer obrar bien, sino que hay
que saber y aprender a hacerlo3. Probablemente más de alguna vez habrás estado en
problemas por no haber pensado antes de actuar o por haber elegido un camino equivocado
para realizar una acción. Ya estarás recordando alguna acción de la que seguramente estás
arrepentido y que ciertamente no la volverías a hacer. Supongamos que estás ante una
situación en que se está faltando a la verdad y te corresponde aclarar las cosas. Ciertamente,
no bastará con que digas la verdad, sino que te convendrá evaluar muy bien cómo decirla, en
qué momento y circunstancia: el no y el sí son breves de decir, pero a veces se debe pensar
mucho para saber cómo decirlos4. En otras palabras, para poder decidir bien, se hace
fundamental ser una persona prudente, vale decir, que tenga en cuenta la situación concreta y
todas las circunstancias5 y sea capaz de deliberar rectamente sobre lo que es bueno6. Es una
virtud que se requiere no solo para situaciones particulares, sino para toda la vida en general7.
La virtud de la prudencia es la que facilita una reflexión adecuada antes de enjuiciar cada
situación y, en consecuencia, tomar una decisión acertada de acuerdo con criterios que

1
Cfr. José Ramón Ayllón, Ética razonada, Palabra, Madrid, 2010, p. 71.
2 Cfr. Aristóteles, Ética a Nicómaco, II, 6, 1106 b 36.
3
Cfr. lbídem, Ética General, Eunsa, Navarra, p. 273.
4
Cfr. José Ramón Ayllón, Ética razonada, Palabra, Madrid, 2010, p. 74
5 Cfr. Ibídem., p. 239
6
Cfr. Aristóteles, Ética a Nicómaco, 1140a 25.
7
Cfr. Aristóteles, 1140a 30

6
entrega la recta razón ¿Qué significa deliberar? Consiste en analizar las distintas alternativas
antes de decidir; y luego la inteligencia práctica ilumina la voluntad para elegir el mejor
camino8.

En efecto, la prudencia es un modo de ser racional y práctico, respecto de lo que es


malo y bueno. Nos ayuda a establecer un “puente” adecuado entre lo teórico y lo práctico.
Es decir, es una virtud especial, pues pertenece a la inteligencia y a la voluntad9. La prudencia
se denomina como inteligencia práctica. Si la inteligencia tiene como finalidad desvelar la
verdad de las cosas, que sea práctica implica que esa verdad ahora se realiza en la acción
misma del ser humano. La prudencia te hace capaz de repensar acciones realizadas en el
pasado con el fin de sacar provecho de las situaciones vividas; también te ayudará a analizar
el presente; y además proyectar el futuro anticipándote a ciertos hechos que puedan ocurrir si
es que tomas una u otra decisión. La prudencia se dice que perfecciona el acto del
entendimiento práctico. Esto quiere decir que te hace saber cómo actuar: aquí, ahora, en lo
concreto. En este sentido, el sabio no es el que tiene más información o sabe mucho sobre el
mundo o la historia, sino el que sabe hacer bien el bien.

La persona prudente es la persona que ha adquirido habitualmente la capacidad de


discernir los modos y medios adecuados para realizar un acto, conforme a la verdad. Ya te
estarás dando cuenta, con todo lo que hemos dicho, de que la prudencia tiene un
papel primordial en nuestras vidas y no por nada ha llegado a ser denominada como la
“madre” de todas las virtudes. Si la prudencia nos permite saber cómo hacer el bien, eso
significa que nos ayudará a saber cómo ser fuertes, templados y justos. Las tres [virtudes] son
mediante la
prudencia10. Así, la virtud de la prudencia nos permite “hacer vida” las demás virtudes.

8
Para profundizar en el proceso de deliberación, consultar clase de la semana 6 del curso de Antropología.
9
Para profundizar respecto a las Facultades humanas, consultar la clase de la semana 6 de Antropología.
10
Cfr. Josef Pieper, Las virtudes fundamentales, Rialp, 1988, p. 194
7
3. El dominio de sí mismo. La templanza.

Tal como lo estudiamos en Antropología, el hombre es una unidad de cuerpo y de


espíritu11. En este sentido, el hombre, por su naturaleza, piensa y siente; razona y busca lo
que desea. No existen personas que no estimen los placeres, porque tal insensibilidad no es
humana12. Ciertamente sentir placer por algunas cosas no es en sí mismo malo. Pero tampoco
podríamos decir que es bueno en sí mismo, pues vemos con frecuencia cómo la búsqueda
desenfrenada del placer lleva a las personas a una verdadera esclavitud.
La vida buena es la vida virtuosa. Controlar u ordenar los placeres no significa dejar
de sentirlos, sino que deben ser mediados por la razón, de tal manera de hacer las cosas con
placer y no por placer. Ya que, lo propiamente humano es buscar la verdad y conducir nuestra
vida por medio de la razón para lograr una vida buena: “sería absurdo no elegir la vida de
uno mismo”13. El hedonismo (del griego hedoné que signifca placer) es precisamente
lo contrario: hacer todo por el placer, es decir, “la buena vida y la poca vergüenza”, dice el
dicho popular. En algunos casos tenemos que luchar por un bien que no es placentero, por
ejemplo el esfuerzo en los estudios o en el trabajo; pero también es verdad que hay placeres
que no necesariamente se identifican con el bien, por ejemplo la pornografía. Luego, el placer
no es el fin del ser humano, incluso siendo natural sentir el gusto por algunas cosas. Con todo
lo anteriormente señalado, podemos decir entonces, que la templanza es un hábito que
permite moderar y ordenar los placeres por medio de acciones repetidas en el tiempo. De esta
manera vamos conduciendo nuestra vida a una vida buena.
Educar el placer es propiamente humano. Tal como lo estudiamos en Antropología,
educar los sentimientos no es reprimirlos, sino dirigirlos ordenadamente, por medio de la
razón hacia objetos adecuados14. Ser virtuosos implica educar las pasiones y los placeres
mediante acciones repetidas en el tiempo (hábitos). Si comparamos, por ejemplo, a
una
persona que vive sólo para los placeres de la comida o de las bebidas alcohólicas con una

11
Para mayor profundidad en este tema se puede revisar la clase de las semanas 2 y 3 del curso de
Antropología.
12 José Ramón Ayllón, Ética Razonada, p. 75
13
Aristóteles, Ética a Nicómaco, X, 7, 1178 a 4.
8
14
Curso de Antropología, Duoc UC 2016, semana 4

persona que ha adquirido la templanza, ciertamente la primera se convierte en un esclavo de


sus propios deseos, mientras que la segunda es libre.
El autoconocimiento es el primer paso para practicar la virtud de la templanza, y el
dominio de uno mismo es fruto del esfuerzo de una persona templada. Hemos visto, entonces,
la necesidad de integrar inteligentemente esos dos elementos que conforman nuestra
naturaleza humana: el placer y la razón. Todos sabemos qué cosas son las que nos producen
más placer, por tanto en éstas conviene poner más atención, pues podría ser que el placer nos
termine conduciendo nuestra voluntad si es que no practicamos la virtud de la templanza, por
ejemplo, en el uso desmedido del celular o de alguna bebida alcohólica.
Cabe destacar que, una vida virtuosa no está acompañada solo de disgustos y
sufrimientos. A medida en que se van adquiriendo las virtudes, la acción se acompaña
paulatinamente de más placer; es el placer profundo y estable que otorga el trabajo serio y
esforzado, el ponerse metas e ir lográndolas, en definitiva, el placer de tener una vida lograda
y plena. Cuando se adquiere la virtud la acción es fácil, rápida y agradable. Por ejemplo,
cuando uno tiene que reconocer un error por primera vez (honestidad), puede ser
difícil, vergonzoso, etc. La persona honesta, es la que dice la verdad casi espontáneamente,
no tiene que deliberar tanto, se siente bien diciendo la verdad y tiene cargo de conciencia al
mentir. Señalamos que la virtud más importante es precisamente la prudencia; en efecto, no
puede haber templanza si no hay prudencia, pues ésta nos permite saber cómo ser templados
en una situación particular. No basta con saber qué es la templanza, sino que es necesario
saber cómo serlo en “esta” circunstancia particular: ello es lo que posibilita la virtud de la
prudencia.
En suma, la virtud de la templanza unida a la prudencia nos permite hacer las cosas
con placer y no por placer; conducir u controlar nuestros impulsos y dirigirlos al bien.
Resumamos lo visto en esta clase. Vemos la importancia de las virtudes cardinales,
pues nos permiten ir formando nuestro modo de ser para lograr la felicidad. La prudencia nos
permite establecer un puente entre lo teórico y lo práctico, nos permite establecer los medios
para practicar las demás virtudes. La templanza nos permite ir moderando y controlando el
placer, así también diferenciar el bien del placer. Además, la prudencia es considerada la
“madre” de todas las virtudes, la que nos permite saber cómo vivirlas en el momento que
corresponde, incluyendo la de la templanza.

9
Clase 8: ¿Por dónde continúo?

“Cualquiera puede enfadarse, eso es algo muy sencillo. Pero enfadarse con la persona
adecuada, en el grado exacto, en el momento oportuno, con el propósito justo y del modo
correcto, eso, ciertamente, no resulta tan sencillo”

Aristóteles

1. Resistir a la dificultad. La fortaleza.

La semana pasada vimos la importancia de las virtudes cardinales. Éstas nos permiten
ir formando nuestro modo de ser para lograr la felicidad. La prudencia es la virtud que nos
permite establecer un puente entre lo teórico y lo práctico, nos permite establecer los medios
para practicar las demás virtudes. La templanza es la capacidad y el modo de ser habitual que
nos permite moderar y controlar los placeres. Nos permite distinguir entre lo que es
placentero y lo que es bueno realmente. Esta semana seguiremos con el estudio de
las virtudes.

En nuestra vida tendremos dificultades ¡qué duda cabe! Ya sea en nuestros estudios,
en nuestro trabajo o en la familia. Las influencias perjudiciales, el desánimo, las injusticias,
las enfermedades pueden afectarnos hasta el punto de desviarnos de nuestro fin natural: la
felicidad. Para enfrentar estas situaciones hace falta la virtud de la fortaleza: conjunto de
disposiciones estables y permanentes en el tiempo que permiten resistir y superar las
dificultades. Recordemos que una acción será más fácil de hacer si es que se ha convertido
en hábito. La virtud de la fortaleza nos permite la práctica del bien; resistir a las tentaciones
de realizar acciones malas y controlar el apetito irascible1. Por ejemplo, ante la posibilidad de
ser coimeados por una persona que necesita la revisión técnica de su automóvil, la virtud de
la fortaleza nos permite estar firmes ante la tentación de ceder por dinero. Haber llegado a la
enseñanza superior, sin duda, es un gran paso, pero eso no significa que esté exento de
dificultades. En este sentido, si suponemos que una de esas dificultades es la complejidad de
los estudios, habrá que tener la fortaleza para, en un primer momento resistir al desánimo.

1
0
Pero, además, en un segundo momento, habrá que superar esa dificultad, por ejemplo,
adquiriendo hábitos de estudio.

La voluntad es una de las facultades del ser humano y una de sus finalidades es querer
el bien y amar2. Por lo mismo, y sin perjuicio de lo señalado anteriormente sobre esta virtud,
podemos mirarla también desde otra perspectiva: la fortaleza es el amor que soporta todo
fácilmente por aquello que ama3. En este sentido, el fin de la fortaleza no es solo superar o
resistir los problemas, sino que seguir amando lo que hacemos pese a los obstáculos y las
dificultades.

La fortaleza nos permite lograr objetivos y metas con valentía. Si la esencia de la


virtud de la fortaleza consiste en aceptar el riesgo de ser herido en el combate por
la realización del bien, se está dando por supuesto que el que es fuerte o valiente sabe qué es
el bien y que él es el valiente por su expresa voluntad del bien. Lo que constituye la esencia
de la fortaleza no es el exponerse de cualquier forma a cualquier riesgo, sino solo una entrega
de sí mismo que es conforme a la razón. En efecto, la virtud de la fortaleza no tiene nada que
ver con una actitud impulsiva y ciega. Para que aquello no ocurra es necesario ser prudente.
En suma, solo el prudente puede ser valiente, pues sabe afrontar libremente los riesgos,
después de haber pensado mucho lo que hay que hacer […]4.

1
Cfr. Curso de Antropología, Duoc UC, semana 4.
2 Cfr. Ibídem., semana 6.
3
Cfr. Etienne Gilson, Introducción al Estudio de san Agustín, Marietti, Génova, 1989, p.159.
4
Cfr. Tacídides, Guerra del Peloponeso, libro 2.

1
1
2. A cada cual lo que le corresponde. La justicia.

Supongamos que estás en busca de tu primer trabajo. Con esfuerzo, tus padres te han
dado la educación y están orgullosos de tener, quizás, al primer profesional de la familia.
Después de haber pasado todas las etapas del proceso de selección te encuentras junto a otro
postulante en la etapa final, pero por el solo hecho de vivir en una población de bajos recursos
y estigmatizada por la delincuencia, los dueños de la empresa deciden seleccionar a
tu competidor. Ciertamente, estamos ante una situación de injusticia.

La justicia es una virtud social, eso quiere decir que siempre afecta a los demás, en
otras palabras, está referida a las diferentes relaciones que establece la persona en su diario
vivir. En rigor, nadie puede hacer justicia con uno mismo. Por lo mismo, el objeto de la virtud
de la justicia son las demás personas, pues somos seres sociales por naturaleza5. La
convivencia humana se ordena mediante actos externos, es por eso que la justicia es parte
esencial de las relaciones humanas y con todo lo que rodea al ser humano, también con las
leyes.

Es muy probable que en alguna ocasión hayamos calificado un hecho como justo o
injusto, por ejemplo, si recibimos una mala atención en un hospital o nos hacen trampa en un
negocio, con toda razón podemos decir que ahí hay una falta de justicia, pues no nos han dado
lo que nos correspondía. Por otro lado, decimos justo que un niño reciba cariño,
cuidados y una buena educación por parte de sus padres. La justicia hace que respetemos
mutuamente nuestros derechos fundamentales, y tiene dos aspectos: el exigir los propios
derechos y el deber de respetar y procurar los ajenos. Lo vemos en el diario vivir, por ejemplo,
exigimos que se nos pague un sueldo justo, de acuerdo a nuestro aporte a la empresa, a nuestra
preparación y situación personal, pero, por otro lado, tenemos el deber de cumplir con el
contrato de trabajo, lo que implica cumplir el horario, ser leal con la empresa y trabajar con
seriedad. En este sentido, podemos decir que la virtud de la justicia nos permite derribar los
obstáculos para cultivar una sociedad en paz.

5
Clase de Antropología, Duoc, semana 13

1
2
Ya que hemos hecho una introducción, nos encontramos en condiciones de enunciar
la definición de esta virtud. La justicia es el hábito según el cual se da a cada uno lo que le
corresponde6. La definición se ve muy sencilla, pero ¿será fácil su aplicación? Ciertamente
no. Para ser justos es necesario conocer cada situación con objetividad, implica la verdad.

Hay diferentes tipos de justicia y todas comparten el mismo principio: dar a cada uno
lo suyo. La justicia conmutativa consiste en dar a cada uno lo que le corresponde entre las
personas. Por ejemplo, un acto justo entre personas sería atender de manera adecuada a un
enfermo o cobrar lo que corresponde a la hora de prestar un servicio. La justicia distributiva
es dar, por parte de la sociedad, lo que le corresponde a cada persona. Por ejemplo,
la distribución proporcional de los bienes o un bono para ayudar a familias de escasos
recursos. Mientras que la justicia legal es dar lo que corresponde por parte de las
personas a la sociedad, por ejemplo, cumplir con las leyes básicas de convivencia.

Una mirada reducida de la virtud de la justicia conlleva peligros. Hay que dejar claro
que la justicia no se puede reducir a una cuestión meramente material o al simple
cumplimiento de la ley, pues ante todo es un principio moral. Reducir la justicia al
cumplimiento de la ley es lo que se llama ética legalista7, este modelo ético tiene
complejidades, pues algunas veces las leyes son injustas. Por ejemplo, en algún momento de
la historia la esclavitud fue legal, pero objetivamente era una injusticia. De la misma manera,
acotar la justicia a cuestiones meramente materiales, podría tener consecuencias peligrosas
para la sociedad, pues las relaciones interpersonales se pueden ver reducidas a lo material y
todos sabemos que las cosas materiales valen lo que valen, pero a las personas no les podemos
asignar un precio.

La virtud de la justicia ante todo es un principio moral al que estamos llamados a


practicar diariamente, en nuestro trabajo, en nuestra casa, en el club deportivo, etc.
¿Reconozco los derechos de las personas con quienes me relaciono? ¿Nos
informamos
respecto a nuestras obligaciones y derechos que tenemos que respetar? Para responder esas

6
Cfr. Santo Tomás de Aquino, Summa Theologiae II-II, q.58, a.1
7
Cfr. Clase Semana
1
3
preguntas y saber cómo y con quién ser justos, la virtud de la prudencia es vital, sin ella es
imposible de poder hacer bien la justicia. Sin prudencia, un acto que en su intención es recto,
puede terminar siendo injusto si es que no tomamos en cuenta los modos ni los medios. En
suma, solo hay virtud de la justicia si es que se ha adquirido la prudencia.

3. La excelencia moral y las virtudes.

El espíritu de la ética, ya lo hemos señalado, no se limita solo a trazar una línea entre
lo bueno y lo malo, ni nos interpela solo al cumplimiento de normas, sino que logremos,
mediante nuestros actos, ser felices. En efecto, la excelencia moral mucho tiene que ver con
este logro de la felicidad. Así la excelencia moral, no es el típico mediocre, sino el que es
virtuoso, eso implica hacer siempre todo el bien que está a nuestro alcance. Pero no solo saber
qué es lo bueno, sino hacerlo, es decir, practicar el bien. El modo habitual y que nos van
configurando nuestro ser son precisamente las virtudes. Es decir, las virtudes, nos
permiten el logro de la excelencia moral y, por tanto, la plenitud y perfección de la naturaleza
humana.

Resumamos lo visto en esta clase: la virtud de la fortaleza nos permite perseverar en


el bien pese a las dificultades. Mientras que la justicia es una virtud social que nos permite
relacionarnos de manera adecuada con las personas, con las leyes y la sociedad. La virtud de
la justicia ante todo es un principio moral y no se puede reducir a una cuestión meramente
legal o material. Una sociedad justa permite la paz en la sociedad y armonía en sus relaciones.
Así el conjunto de virtudes nos permitirán el logro de la excelencia moral.

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