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Nuestra cultura consumista soporta y justifica en buena parte nuestro actual modelo de sociedad. Así, en
este modelo social se considera que una mayor oferta de bienes de consumo puestos al alcance de la
ciudadanía es fundamental para lograr un mayor bienestar, y que un nivel de consumo más elevado nos
reporta, a su vez, un grado superior de felicidad individual y colectiva. La condición que se antoja necesaria
para conseguir satisfacer nuestras ingentes necesidades de consumo es el crecimiento económico.
Sólo una actividad económica en continua expansión será capaz de satisfacer esa ilusión de conseguir el
bienestar a base de consumir cada vez más. Estas creencias y valores están muy arraigados entre nosotros,
hasta tal punto que uno de los indicadores clave para medir nuestro estado de bienestar suele ser el
incremento del consumo.
Sin embargo, cada vez son más las voces de expertos, de científicos y de políticos que demandan la
necesidad de replantearse seriamente nuestro modelo de consumo porque se considera insostenible desde el
punto de vista ambiental, económico y social.
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La necesidad de imprimir un cambio de rumbo al consumo ya fue destacada en la Cumbre de la Tierra de Río
de Janeiro del año 1992. Se marcaron objetivos de alcance internacional como:
"(...) promover modalidades de consumo y producción que reduzcan la presión sobre el medio ambiente y
satisfagan las necesidades básicas de la humanidad" y "Mejorar la comprensión de la función que desempeña
el consumo y la manera de originar modalidades de consumo sostenibles (...)" .
Las llamadas 'Agendas 21' locales son fruto de esta cumbre. Según se recoge en los acuerdos de la Cumbre
Mundial celebrada en Johannesburgo (2002):
“(...) el modelo actual de desarrollo, que ha dado privilegios y prosperidad a aproximadamente el 20% de la
humanidad, también ha cobrado un precio alto en deterioro del planeta y agotamiento de sus recursos
(...)”.