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UNIVERSIDAD NACIONAL

“SANTIAGO ANTÚNEZ DE MAYOLO”

FACULTAD DE ECONOMÍA Y CONTABILIDAD

ESCUELA PROFESIONAL DE ECONOMÍA

TEMA:

BIENES PÚBLICOS

PRESENTADO POR:

CAMONES HUAMÁN, Elmer César


ROPA MINAYA, Kennedy
MARCELIANO PALMA, Guadalupe
POMA VALERIO, Areli Basti

DOCENTE:
BELTRAN CASTILLO, Karina del Pila

Huaraz – 2018 – Perú


UNIVERSIDAD NACIONAL
“SANTIAGO ANTÚNEZ DE MAYOLO”

ÍNDICE
INTRODUCCIÓN

I.TIPOS DE BIENES
1.1.Bienes públicos
1.2. Características de los bienes públicos
1.3.La eficiencia y los bienes públicos

1.4. Los bienes públicos y los fallos del mercado

1.5.El problema del parásito (free rider)

1.6.La provisión de bienes públicos

1.2.Bienes privados
Las preferencias privadas por los bienes públicos
Análisis costo beneficio

1.3. Bienes comunes

La tragedia de los bienes comunales

Algunos recursos comunes importantes

El problema excesivo de los bienes públicos

El uso eficiente de los recursos comunes

CONCLUSIONES.
BIBLIOGRAFIA

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INTRODUCCIÓN

El proceso de asignación de bienes de forma general se produce en el


mercado, donde a través de la fuerza de éste, oferentes y demandantes
equilibran sus pretensiones, a través de precio llegando a un punto de
equilibrio donde quedan reflejados los gustos y preferencias.
Al introducirnos a hablar del concepto de bien público, hay que señalar que la
asignación de este tipo de bienes no se produce de igual forma que
anteriormente.
El proceso de asignación de bienes públicos se encuentra vinculado al ámbito
de la política. Por tanto, al referirse a los bienes públicos hay que referirse al
político como persona que se asemejaría al individuo que actúa
independientemente en el mercado para la satisfacción propia; pero en este
caso con la búsqueda de un interés general y en ningún caso particular.
Ahora bien, de esta consideración, del político como persona encargada de la
toma de decisiones públicas, surge un problema; el problema de cómo gastar
el dinero, si bien esta forma difiere en un único individuo, a una institución
como el Parlamento. Además en el proceso de decisión se plantea un
problema de tipo subjetivo; ¿deja el representante de los votantes sus
convicciones personales a un lado, para manifestar exclusivamente la de los
propios representados?, además ¿en qué medida debe satisfacer a una parte
del electorado u otra, ante la disparidad de opiniones? Para intentar responder
a las preguntas anteriores, haremos un recorrido por las distintas formas de
organización y articulación de un gobierno, en el proceso de toma de
decisiones que atañan a la asignación de bienes públicos.

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I. TIPOS DE BIENES PUBLICOS

1.1. BIENES PÚBLICOS

Es un tipo de bienes muy especial que no son susceptibles de

comprar ni vender en ningún mercado, puesto que tienen la

característica de ser ‘colectivos’ y cuyo uso y disfrute puede llevarse

a cabo por cualquier ciudadano sin distinción, con independencia de

que este deba respetar la jurisdicción aprobada al respecto para

protegerlos.

La gestión y/o provisión de los bienes públicos no es exclusiva

del Estado

sino que también pueden ser provistos por el sector privado. Un


ejemplo de bien público provisto por el Estado sería el alumbrado de
las calles, ya que, si no se sufragase entre todos los ciudadanos de
un municipio, nadie tendría incentivos privados como para
poder hacerlo. Y otro de un bien público gestionado por una
institución privada sería una señal de radio o unos fuegos artificiales
sufragados por una empresa en una convención anual, ya que
podríamos disfrutar de ellos sin pagar y sin poseer la invitación para
dicha convención.

1.2. CARACTERÍSTICAS DE LOS BIENES PÚBLICOS


La esencia de un bien público, es decir, la característica que le
distingue de otro que no lo sea son dos propiedades, que sea
no rival y no excluyente. Que sea no rival significa que el uso
y/o disfrute por parte de un usuario adicional no suponga una
limitación para el uso y/o disfrute de un usuario que ya hace uso
de él, como por ejemplo una señal de radio, que permite a
distintos usuarios escuchar la sintonía en el mismo momento.

Un ejemplo de bien rival sería un coche, puesto que cuando lo


usa uno de nosotros, otro usuario no puede hacerlo al mismo
tiempo, o el consumo de una porción de tarta cuando solo

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contamos con una, ya que al comerla uno de los comensales,


disminuye la cantidad disponible para el resto.

Que sea no excluyente, quiere decir que no es posible


discriminar qué usuarios lo disfrutarán y quiénes no mediante
los precios, puesto que estos no tienen precio, y cualquier
usuario que lo desee puede acceder al uso y disfrute del mismo,
con independencia de que estos contribuyan o no a su
mantenimiento y/o protección. Algunos ejemplos son el viento,
la arena de la playa o el olor de un exquisito pastel al pasar por
una panadería.

1.3. LA EFICIENCIA Y LOS BIENNES PUBLICOS

La eficiencia se logra cuando el beneficio marginal y el coste


marginal son iguales. Estos mismos principios se aplican a los
bienes públicos, pero el análisis es diferente. En el caso de los
bienes privados, el beneficio marginal se mide por medio del
beneficio que recibe el consumidor. En el de los bienes
públicos, debemos preguntarnos cuánto valora cada persona
una unidad más de producción. El beneficio marginal se calcula
sumando los valores de todas las personas que disfrutan del
bien. Para averiguar el nivel eficiente de provisión de un bien
público, debemos igualar la suma de estos beneficios
marginales y el coste marginal de producción. La Figura 18.13
muestra el nivel eficiente de producción de un bien público. D1
representa la demanda del bien público por parte de un
consumidor y D2 la demanda de otro consumidor. Cada curva
de demanda indica el beneficio marginal que obtiene el
consumidor consumiendo cada uno de los niveles de
producción. Por ejemplo, cuando hay 2 unidades del bien
público, el primer consumidor está dispuesto a pagar 1,50
dólares por el bien y el beneficio marginal es de 1,50. Asimismo,
el segundo consumidor recibe un beneficio marginal de 4,00.
Para calcular la suma de los beneficios marginales de las dos
personas, debemos sumar las curvas de demanda
verticalmente. Por ejemplo, cuando se producen 2 unidades,
sumamos el beneficio marginal de 1,50 dólares y el beneficio
marginal de 4,00 y obtenemos un beneficio social marginal de
5,50. Cuando se calcula esta suma en el caso de todos los
niveles de producción del bien público, obtenemos la curva de

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demanda agregada del bien público D. La cantidad eficiente de


producción es aquella con la que el beneficio marginal de la
sociedad es igual al coste marginal. Se encuentra en el punto
de intersección de las curvas de demanda y de coste marginal.
En nuestro ejemplo, como el coste marginal de producción es
de 5,50 dólares, el nivel de producción eficiente es 2. Para ver
por qué es eficiente producir 2, obsérvese qué ocurre si solo se
suministra 1 unidad de producción: aunque el coste marginal
sigue siendo de 5,50 dólares, el beneficio marginal es de 7,00
aproximadamente. Como el beneficio marginal es mayor que el
coste marginal, se ha suministrado una cantidad excesivamente
pequeña del bien. Supongamos que se produjeran 3 unidades
del bien público. En ese caso, el beneficio marginal de 4,00
dólares aproximadamente es menor que el coste marginal de
5,50; se suministra una cantidad excesiva del bien. El bien
público solo se suministra eficientemente cuando el beneficio
social marginal es igual al coste marginal

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1.4. LOS BIENES PÚBLICOS Y LOS FALLOS DEL MERCADO

Supongamos que queremos ofrecer un programa de


erradicación de los mosquitos a nuestra comunidad. Sabemos
que el programa vale para la comunidad más de los 50.000
dólares que cuesta. ¿Podemos obtener beneficios ofreciéndolo
a través del sector privado? Cubriríamos los costes si
cobráramos una tasa de 5,00 dólares a cada una de las 10.000
familias. Pero no podemos obligarlas a pagar la tasa, y no
digamos idear un sistema en el que las familias que más valoren
la eliminación de los mosquitos paguen más.
Desgraciadamente, la eliminación de los mosquitos no es
excluyente: no es posible ofrecer el servicio sin beneficiar a todo
el mundo. Por tanto, las familias no tienen incentivos para pagar
lo que realmente vale para ellas el programa. Los individuos
pueden comportarse como parásitos y subestimar el valor del
programa con el fin de poder disfrutar de sus beneficios sin
pagarlos. En el caso de los bienes públicos, la presencia de
parásitos hace que sea difícil o imposible que los mercados los
suministren eficientemente. Tal vez si el programa beneficiara
a pocas personas y fuera relativamente barato, todas las
familias podrían acordar voluntariamente repartirse los costes.
Sin embargo, cuando hay muchas familias, los acuerdos
privados voluntarios suelen ser ineficaces, por lo que el bien
público debe ser subvencionado o suministrado por el Estado
para que se produzca eficientemente.

EJEMPLO:

La demanda de aire limpio


En el Ejemplo 4.5 (página 150), utilizamos la curva de demanda
de aire limpio para calcular los beneficios de la reducción de la
contaminación del medio ambiente. Examinemos ahora las
características de bien público del aire limpio. Son muchos los
factores —entre los cuales se encuentran la meteorología, los
hábitos de conducción de los automovilistas y la contaminación
industrial— que determinan la calidad del aire de una región.
Cualquier intento de reducir la contaminación generalmente
mejora la calidad del aire de toda la región. Por consiguiente, el
aire puro no es excluyente: es difícil impedir que una persona
disfrute de él. Tampoco es rival: el hecho de que yo disfrute de
él no impide que disfruten los demás. Como el aire limpio es un
bien público, no hay un mercado ni precios observables a los
que los individuos estén dispuestos a intercambiar aire limpio
por otras mercancías. Afortunadamente, podemos deducir la
disposición de los individuos a pagar el aire limpio a partir del

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mercado de la vivienda: las familias pagarán más por las


viviendas situadas en las áreas en las que la calidad del aire
sea buena que por las que se encuentren en las áreas en las
que sea mala. Examinemos las estimaciones de la demanda de
aire limpio realizadas a partir de un análisis estadístico de los
datos sobre la vivienda del área metropolitana de Boston 24. El
análisis correlaciona los precios de la vivienda con la calidad del
aire y con otras características de las viviendas y de su entorno.
La Figura 18.14 muestra tres curvas de demanda en las que el
valor que se concede al aire limpio depende del nivel de óxido
de nitrógeno y de la renta. El eje de abscisas mide el nivel de
contaminación del aire expresado en partes por cien millones
(pphm) de óxido de nitrógeno en el aire y el de ordenadas mide
la disposición de cada hogar a pagar una reducción del nivel de
óxido de nitrógeno de una parte por cien millones. Las curvas
de demanda tienen pendiente positiva porque en el eje de
abscisas estamos midiendo la contaminación en lugar del aire
limpio. Como sería de esperar, cuanto más limpio es el aire,
menor es la disposición a pagar por una cantidad mayor del
bien. Estas diferencias entre los grados de disposición a pagar
por el aire limpio varían significativamente. En Boston, por
ejemplo, los niveles de óxido de nitrógeno iban desde 3 hasta 9
pphm.

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Una familia de renta media estaría dispuesta a pagar 800 dólares


por una reducción de los niveles de óxido de nitrógeno de 1 pphm
si estos son de 3 pphm, pero la cifra ascendería a 2.200 dólares
por una reducción de 1 pphm si los niveles son de 9 pphm.
Obsérvese que las familias de renta más alta están dispuestas a
pagar más que las de renta más baja para conseguir una
pequeña mejora de la calidad del aire. En los niveles bajos de
óxido de nitrógeno (3 pphm), la diferencia entre las familias de
renta baja y las de renta media es de 200 dólares solamente,
pero en los niveles elevados (9 pphm), la diferencia aumenta a
alrededor de 700. Con la información cuantitativa sobre la
demanda de aire limpio y otras estimaciones de los costes de
mejora de la calidad del aire, podemos averiguar si los beneficios
de la normativa medioambiental son superiores a los costes. En
un estudio de la National Academy of Sciences sobre las normas
relativas a las emisiones de los automóviles se hizo
precisamente eso. Según el estudio, los controles reducirían
alrededor de un 10 por ciento el nivel de contaminantes, como el
óxido de nitrógeno. Se calculaba que el beneficio que reportaría
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a todos los residentes de Estados Unidos esta mejora del 10 por


ciento sería de 2.000 millones de dólares aproximadamente. En
este estudio, también se estimó que costaría algo menos de
2.000 millones de dólares instalar equipo de control de la
contaminación en los automóviles para cumplir las normas sobre
sus emisiones. El estudio llegó, pues, a la conclusión de que los
beneficios de las normas son superiores a los costes.

1.5. EL PROBLEMA DEL PARÁSITO (FREE RIDER)

¿qué es un free rider (colado, viajero sin billete, gorrón, parásito,


polizón, etc.) ?
Un free rider es una persona que recibe un beneficio por utilizar
un bien o un servicio pero evita pagar por él. De ahí, que los
ingleses le denominen también “viajero sin billete”. En una
estructura de interacción colectiva los free riders son aquellos
jugadores o actores que bajo diversas circunstancias, se ven
beneficiados por las acciones de los demás, sin ellos mismos
cargar con el coste de esas acciones. En economía pública un
free rider es aquel individuo que tiene interés en beneficiarse de
un bien público, el ejército, la policía, el alumbrado público, pero
no está dispuesto a pagar por él.

Los bienes público se definen como aquellos bienes en que


nadie puede quedar excluido. Precisamente y debido a esta
propiedad de no exclusión, los bienes públicos generan el
problema del free rider. Para evitar la existencia free-riders y los
agravios comparativos que generan el que unos paguen (por
ejemplo el cuerpo diplomático) y otros no, los bienes públicos
deben ser siempre provistos por el gobierno ¿por qué? Porque
de un bien público nadie puede quedar excluido y si el gobierno
no provee ese bien, el mercado no lo produciría o, si lo hiciera,
sería a niveles sub-óptimos.

Es decir, la existencia de free riders hace que la provisión


privada de un bien público sea ineficiente por que al no haber
suficientes “pagadores voluntarios” los productores no podrían
continuar ofreciéndolo. Por tanto la existencia de free riders
hace que la provisión privada origine una provisión subóptima
del bien público.

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Si trasladamos esta dinámica al caso particular de la evasión


impositiva, tendremos una situación de free rider cuando los
evasores se aprovechen de los servicios y bienes públicos
financiados por los que efectivamente cumplen con sus
obligaciones tributarias (pagan sus impuestos). Aunque la
calidad de los servicios (autobús urbano) se deteriore por el
incumplimiento de los free riders (que por definición no pagan
billete), para éstos el resultado final no es ineficiente porque el
perjuicio que les genera el deterioro del servicio público
(autobús urbano), casi con seguridad no muy significativo, es
menor que el beneficio que obtienen evadiendo el pago de la
tarifa. Posiblemente puedas encontrar una explicación mejor en
Gregory Mankiw. Principios de Economía, 3ª edición. Edit.: Mc
Graw Hill. Capítulo 11 “Los bienes públicos y los recursos
comunes”. Por cierto, en el mes de febrero aparece en castellan

1.6. LA PROVISIÓN DE BIENES PÚBLICOS

Una de las principales características de las economías


modernas es el peso y papel que el sector público ocupa en
ellas. Definir qué es exactamente el sector público resulta una
tarea sumamente compleja, más allá de intuiciones o ideas
preconcebidas. En lo que nos concierne, entenderemos el
sector público como aquél sector de la economía encargado de
la provisión de bienes públicos. La defensa nacional es el
ejemplo más recurrido. Otros bienes, tales como la educación o
la sanidad, y en general los bienes denominados preferentes, si
bien son provistos por el sector público, no son en sí mismos
bienes públicos, y por tanto no entran dentro de nuestra
consideración.

Aunque la disponibilidad de tales bienes públicos se da por


sentada en cualquier economía, su provisión constituye un
verdadero problema económico, y teniendo presente que las
economías actuales destinan alrededor de un tercio de su renta
nacional al sostenimiento del sector público, puede verse
claramente que no se trata de una cuestión irrelevante. De ahí
la necesidad de entender, primero, qué entendemos por bienes
públicos; segundo, qué podemos decir de su producción y

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distribución; y por último, cómo evaluamos la eficiencia de todo


el proceso. Enlazando con lo anteriormente dicho, plantearse
que un tercio de la renta nacional se destina a procesos no
eficientes supone una pérdida considerable en términos
de costes de oportunidad, con lo que una vez más se refuerza
su importancia.

No obstante, ¿qué es un bien público? La definición canónica


ha sido bien expresada por Elinor Ostrom: "Un bien que está
disponible a todos y del cual su uso por una persona no
substrae de su uso por otros". En términos técnicos, decimos
que un bien público puro es no saturable, no excluyente y no
rival. No saturable porque todos pueden consumirlo sin importar
su cuantía o número. No excluyente porque no se puede
impedir a nadie su consumo. No rival porque su consumo por
parte de un individuo no afecta o perjudica su consumo por
parte de otros. Obviamente, existen muy pocos bienes públicos
que puedan considerarse puros, principalmente debido a que
no cumplen la condición de ser no saturables. Pensemos por
ejemplo en un parque municipal. El parque cumple las
condiciones de un bien público puro en tanto el número de
personas que transiten por él no exceda cierto límite, a partir del
cual, la aglomeración o saturación provoca que el bien deje de
ser público y, por tanto, pueda ser susceptible de someterse a
discriminación bajo un sistema de precios. Esta situación, como
decimos, es susceptible de darse para la mayoría de bienes
públicos en determinadas circunstancias. De ahí que por lo
general se asuma como característica de los bienes públicos
que únicamente sean no excluyentes y no rivales.

Esta problemática nos lleva a una segunda definición que,


aunque quizá menos elegante, resulta más precisa. Decimos
así que un bien público es aquél cuyo coste no puede
repercutirse sobre sus consumidores. Éste sólo puede
sufragarse de forma indirecta y aun así resulta imposible
determinar cuál sería la contribución de cada individuo, dada la

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dificultad de distinguir la frecuencia y proporción de cada


individuo en cada caso. Una de las razones que explican la
imposibilidad de repercusión sobre los consumidores es el
problema del free-rider, esto es, dado que un bien público es no
excluyente, un consumidor racional tenderá a evadir al pago de
dicho bien, del que por otra parte no puede excluírsele. Este y
otros problemas son los que hacen que la solución más efectiva
sea obligar a todos los consumidores a su sostenimiento, y por
tanto, de ahí que su provisión se encargue a la única institución
que posee la potestad de ejercer la coacción, es decir, el
Estado. Su función no solamente consiste en proveer y sostener
los bienes públicos existentes, sino también recaudar y
gestionar las contribuciones que se sustraen a los
consumidores para su financiación a través de los impuestos.

A pesar de todo, queda pendiente la cuestión sobre la eficiencia


de esta provisión de bienes públicos. Samuelson (1954) y
Musgrave (1939), economistas ambos que analizaron en
profusión la función del sector público, terminaron ante la
disyuntiva inexorable de un trade-off entre eficiencia y equidad.
La existencia de un mecanismo de precios que organizarse un
mercado para los bienes públicos resulta imposible, y en tales
condiciones, tan sólo individuos u organizaciones con elevados
niveles de renta pueden permitirse la provisión de bienes
públicos, tales como protección y defensa, de forma que, a
pesar de los costes derivados de la apropiación por parte de
terceros o de la no remuneración de las externalidades positivas
generadas, aún obtuviesen una utilidad positiva por el consumo
de dichos bienes. La única provisión posible a gran escala
únicamente puede así descansar sobre el Estado, al margen de
cualquier sistema de precios, y soportando la inefiencia que
dicho proceso conlleva para la economía. En todo caso, la labor
del sector público sería adaptativa, es decir, el sector público
trataría de "adaptarase" en la medida de lo posible a las
preferencias de los consumidores principalmente a través de un
método de ensayo y error y confirmación a través del sistema
electoral, con todas las deficiencias que pueden achacarse a

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este procedimiento. Además, podríamos considerar un "tamaño


óptimo" del sector público, en el que la garantía de una provisión
óptima de bienes públicos se conjugue con la menor ineficiencia
posible para la economía. El problema de la eficiencia en la
provisión de bienes públicos se reducía pues a una ineficiencia
lastrante pero necesaria e inherente al desarrollo de toda
economía.

Cabe aclarar que, con respecto a la provisión de bienes


públicos, diríamos que la provisión es eficiente si tanto dicha
provisión como la distribución que de ella se efectúa coincide
con las preferencias de cada uno de los consumidores, o en su
defecto, con el agregado vertical de las mismas. No obstante,
se hace patente que al Estado le resulta imposible realizar esta
labor, ya que la única manera de poder obtener una información
medianamente fiable a tal respecto sería forzar a los
consumidores a que declarasen tales preferencias, pero incluso
así, un consumidor racional tendería a declarar unas
preferencias menores a las que realmente posee, a fin de pagar
menos por el bien público en cuestión y aun así seguir
beneficiándose del mismo. El problema del free-rider vuelve a
aparecer. En tales circunstancias, y como decíamos, tan sólo
los consumidores particulares, que conocen perfectamente sus
preferencias, serían capaces de efectuar para sí mismos una
provisión de bienes públicos que resultase eficiente, pero sería
necesaria una elevada renta para soportar los costes de no
exclusión, tal y como reza el razonamiento que se ha expuesto
más arriba.

El problema, como decíamos desde un principio, se muestra


francamente complicado, y hasta el momento, la única solución
posible parece ser la resignación ante una ineficiencia que,
aunque no deseada, es imposible de evitar en la provisión de
bienes públicos. No obstante, ¿es ésta la única
posibilidad? ¿No hay ninguna solución? La respuesta, en la
próxima entrada.

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LA CANTIDAD QUE DEBE DE OFRECERSE DE UN BIEN PÚBLICO

Llamado de otra forma la condición de samuelson

Por Condición de Samuelson o Condición Samuelson-Mishi o Condición de


Lindahl-Bowen y Samuelson o, incluso, Condición de eficiencia de Bowen-
Lindahl-Samuelson se entiende en el contexto de la Economía del bienestar la
relación óptima de producción y distribución entre bienes privados y bienes
públicos (entendidos como aquellos proveídos por la autoridad pública).
Cuando esta relación se satisface, la condición implica que subsecuentes
substituciones de bienes públicos por privados (o viceversa) resultarían en una
disminución de la utilidad común o social o general. La condición fue propuesta
por Samuelson en su influyente “Teoría del gasto público”. Se puede expresar
así:

En la cual:

“n” es el número de consumidores.

Es la Relación marginal de sustitución para un individuo (i) cualquiera

MRT es la Frontera de posibilidades de producción entre los bienes públicos y


bienes privados.

La fórmula implica que el beneficio o bien común (entendido como la suma de


los beneficios individuales de los consumidores) es igual a la situación en la
cual la “curva de transformación” de la producción de bienes se maximiza. La
interpretación intuitiva -generalmente aceptada en economía - de la condición
es que establece que la provisión de un bien público deberá llevarse hasta el
punto en el cual la cantidad de bien privado que los consumidores están
dispuestos a ofrecer o “pagar” a fin de obtener una medida adicional de bien
público y el coste de proveer ese bien sean iguales. En otras palabras, hasta
que la relación marginal de transformación se iguale a la suma de las
relaciones marginales de sustitución, para los "n" agentes, entre el bien público
y el bien privado.

Debe ser tenido en cuenta que la condición no establece un punto único,


permanente y universal acerca de la proporcionalidad en la relación de
provisión entre bienes privados y bienes públicos, debido tanto a que los
individuos no necesariamente están dispuestos a pagar lo mismo por los
bienes como a que esas preferencias no son necesariamente estables en el

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largo plazo Esto, junto a otros problemas más técnicos, ha llevado a algunos
autores a observar que: “"Podemos comparar dos óptimos, uno sin
interdependencia de utilidad y otro con interdependencia. Si ambos tienen la
misma distribución de la renta, <p, la proporción de bien privado y de bien
público diferirá. Paralelamente, si los dos óptimos deben tener la misma
proporción de bien privado y de bien público, la distribución de la renta debe
diferir. De ello se deriva que un observador imparcial que tenga que escoger
el mejor óptimo eficiente de Pareto u Óptimo Social, en presencia de utilidad
interdependiente, puede preferir sin embargo un óptimo con la misma
distribución de la renta como en ausencia de utilidad interdependiente, aunque
esto implicará una diferente proporción de bien privado y bien público.
Concluimos que en The Puré Theory of Public Expenditure, de P. A.
Samuelson, ni el óptimo eficiente de Pareto, ni el óptimo social (el mejor de
todos los óptimos de Pareto) son invariables a la interdependencia de la
utilidad. Esta interdependencia cambia la naturaleza de ambos"

Así, se puede entender la propuesta de Samuelson simplemente como que el


máximo de bienestar se encuentra cuando la sociedad produce el máximo de
bienes que puede producir utilizando los medios existentes - mezclándolos
como sea conveniente. Qué es exactamente lo que se puede o quien los debe
producir no es una cuestión que la economía puede o debe responder más
allá de proveer los mecanismos que permiten establecer los límites de
eficiencia entre esos sistemas de producción en un momento dado (es decir,
que un bien puede ser producido por el Estado hasta el punto que su costo
supera al que los individuos están dispuestos a pagar por su producción). Esto
podría ser visto como una aserción de lo obvio, pero en realidad ha tenido gran
influencia en que se ha visto como estableciendo bases firmes para la
percepción que la solución a problemas socio-económicos se encuentra en la
maximización de la producción y que tal maximización se logra cuando se
utiliza tanto la producción privada como la pública o estatal en proporciones
que dependen de consideraciones sociales más amplias: 7 es posible, de
acuerdo a la fórmula, encontrar varias posibles soluciones o relaciones entre
bienes privados y bienes públicos, y todas satisfacen el requerimiento de
maximizar la utilidad común.

"El verdadero debate hoy en día gira en torno a encontrar el balance correcto
entre el mercado y el gobierno. Ambos son necesarios. Cada uno puede

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complementar al otro. Este balance será diferente dependiendo de la época y


el lugar".

Problema del polizón (free rider)

El problema del polizón es un problema económico que surge cuando un


individuo (polizón) trata de recibir un beneficio por usar un bien o servicio pero
evita pagar por él. También se conoce por su nombre en inglés, problema del
free rider.

El gobierno trata de hacer frente frente a los problemas de polizones mediante


normas fiscales y reglamentos, sobre todo para prevenir el impacto al medio
ambiente y un uso excesivo de los recursos. Por eso a los polizones también
se les conoce como consumidores parásitos, porque en muchas ocasiones
consumen bienes y servicios financiados por otros, de los que ellos no pagaron
nada.

Ejemplos del problema del polizón

Cuando existen bienes públicos, como por ejemplo parques, fuerzas armadas,
alumbrado público o policía, los polizones se aprovechan de que no es posible
excluirlos del consumo y se niegan a pagar por ellos. Esto crea un problema
de provisión ya que aunque muchos consumidores valoran los servicios que
estos entregan, habrá quienes los utilicen pero no contribuyan a su
financiación.

Dado lo anterior, la gran parte de los bienes públicos son proveídos por el
gobierno y financiados por impuestos obligatorios aplicables a todos los
consumidores.

Otro ejemplo de polizones ocurre cuando los vendedores hacen esfuerzos


entregando información valiosa de los productos a los potenciales clientes. Así
por ejemplo en el caso de productos más o menos complejos como
ordenadores o teléfonos. Este esfuerzo implica un costo ya que se requiere
contratar vendedores capacitados o imprimir folletos.

No obstante, una vez obtenida la información, el consumidor se dirige a la


tienda de otro vendedor que no hace ningún esfuerzo por entregar información
y por ende puede ofrecer precios más bajos. En este caso, estos distribuidores
que no hacen esfuerzo de venta actúan como polizones ya que se aprovechan
de los esfuerzos que han hecho otros y se quedan con los clientes.

Para evitar la existencia de polizones en este caso se pueden


utilizar restricciones verticales tales como: precios mínimos de reventa o
territorios exclusivos.

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Bienes Privados:
Estos bienes son excluibles y rivales. Entonces son excluibles porque basta
con no darle a una persona el bien. Y son rivales porque si lo utiliza una
persona no puede utilizarlo otra. Son ejemplos de bienes privados: un helado,
la ropa, un lápiz.

Las preferencias privadas por los bienes públicos


Una economía de mercado es un formidable sistema para generar de forma
eficiente bienes y servicios. Pero no puede ofertar de forma eficiente esos
bienes a no ser que sean privados; esto es, excluyentes y rivales en el
consumo.
Para ver por qué es crucial que un bien sea excluyente, suponga que un
granjero tuviera solo dos elecciones: o bien no producir trigo ,o bien producir
trigo pero dar a cada residente del pueblo a alrededores un saco de trigo,
independientemente de si estas personas pagan o no por él .Parece poco
probable que alguien siembre trigo en esas condiciones.

Los operarios de mantenimiento del sistema municipal de cloacas se


enfrentan a un problema muy parecido al del hipotético granjero. El sistema
de cloacas hace que la ciudad esté más limpia y más saludable y ello
beneficia a todos los residentes, independientemente de si estos han pagado
o no por el establecimiento de tal sistema. Esta es la razón por la que ningún
empresario privado se habría hecho cargo de la realización de un sistema de
cloacas como el que se hizo en Londres para erradicar e gran hedor.

El punto principal es que, si un bien es no excluyente, los consumidores


racionales no querrán pagar por ese bien y se aprovecharán de los que sí
pagan. Esto genera una situación que se conoce como el problema del free-
rider o problema de gorrón.

Ejemplos de free-rider son familiares en la vida diaria. Uno es cuando los


estudiantes tienen que hacer un trabajo en grupo. A menudo algunos
miembros del grupo se desentienden y confían en que sus compañeros
realizaran el trabajo que deberían hacer todos.

Cuando los bienes no son excluyentes, el nivel de producción que se alcanza


no es eficiente por el problema del free-rider. Aunque los consumidores se
benefician de un incremento en la producción de ese bien, ningún individuo
querría pagar por ello, y por tanto ningún productor estará dispuesto a
ofertarlo. En una economía de mercado el resultado es una producción

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eficientemente baja de los bienes no excluyentes, en el sentido de que la


cantidad producida es menor de lo que sería deseable por la sociedad. De
hecho, debido al problema de free-rider es posible que la búsqueda del propio
interés no asegure que se produzca alguna cantidad de bien, y mucho menos
la cantidad eficiente.

Los bienes que son excluyentes y no rivales en el consumo, como por


ejemplo las películas que se ven en un canal de pago, o televisión por cable,
por las que hay que pagar ,presentan otro tipo de ineficiencias. En la medida
en que un bien sea excluyente se puede ganar dinero produciendo ese bien
y poniéndolo a disposición de la gente que esta dispuesta a pagar por él.
Pero el coste marginal de permitir a una persona más que vea la película en
una televisión de pago es cero, porque es un bien no rival en el consumo.
Por eso el precio eficiente para los consumidores es también es cero, o, dicho
de otra forma, los individuos deberían ver películas de televisión hasta que
su ingreso marginal sea cero. Pero si la televisión privada cabra 4€ por
película, los consumidores solo verán una cantidad de películas tal que su
ingreso marginal sea igual a 4€. Cuando los consumidores tienen que pagar
un precio mayor que cero por un bien que es no rival en el consumo, el precio
que pagaran será mayor que el coste marginal del bien que consumen, que
es cero. Por eso, en una economía de mercado los bienes que nos son rivales
en el consumo experimentan un consumo ineficiente bajo, en el sentido de
que se consume menos de los que sería eficiente.

Ahora veremos por qué los bienes privados son los únicos bienes que pueden
ser producidos y consumidos eficientemente en un mercado competitivo.
(Esto es, los bienes privados serán producidos y consumidos eficientemente
en una economía donde no haya poder de mercado, externalidades o
información privada.) Debido a que los bienes privados son excluyentes, los
productores pueden cobrar por ellos y por eso tienen incentivos para
producirlos. Y debido a que este tipo de bienes son rivales en el consumo, es
eficiente para los consumidores paga un precio positivo: un precio igual al
coste marginal de la producción. Si una o ambas características faltan, la
economía de mercado no producirá ni consumirá una cantidad eficiente de
ese bien.

Afortunadamente para la economía de mercado, la mayoría de los bienes son


privados. Comida, ropa, vivienda y casi todos los bienes que deseamos en
nuestra vida son excluyentes y rivales en el consumo; por eso los mercados

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pueden proporcionarnos la mayoría de esos bienes .Pero hay algunos bienes


importantes que no cumplen estas características, y por eso el gobierno tiene
que intervenir.

Análisis costo beneficio

El análisis coste-beneficio (ACB) es una metodología para evaluar de forma


exhaustiva los costes y beneficios de un proyecto (programa, intervención o
medida de política), con el objetivo de determinar si el proyecto es deseable
desde el punto de vista del bienestar social y, si lo es, en qué medida. Para
ello, los costes y beneficios deben ser cuantificados, y expresados en unidades
monetarias, con el fin de poder calcular los beneficios netos del proyecto para
la sociedad en su conjunto. Esta metodología muestra además quién gana y
quién pierde (y por cuánto) como resultado de la ejecución del proyecto. El
ACB se utiliza en la evaluación ex ante como una herramienta para la selección
de proyectos alternativos o para decidir si la implementación de un proyecto
concreto es socialmente deseable. También puede ser empleado ex post para
cuantificar el valor social neto de un proyecto previamente ejecutado.

Los poderes públicos tienen que tomar decisiones acerca de la inversión de


recursos cuyos beneficios para la sociedad no son evidentes, dado que buena
parte de estos no se capturan a través de los mecanismos de mercado y se
obtienen, además, distribuidos en un horizonte temporal que puede ser largo.
Así, por ejemplo, si bien las inversiones públicas en carreteras proporcionan
beneficios a la sociedad en un periodo relativamente corto después de haberse
puesto en funcionamiento, las inversiones en educación requieren un periodo
superior a veinte años para que puedan proporcionar los beneficios derivados
del aumento del capital humano de la población. Incluso, en el caso de
proyectos medioambientales, los beneficios del proyecto se obtienen a muy
largo plazo. En todas las circunstancias, más si cabe ante la existencia de
restricciones presupuestarias, este tipo de decisiones deberían de tomarse, de
alguna forma u otra, comparando los costes del proyecto con sus beneficios
esperados a lo largo del horizonte temporal en el que dicho proyecto produce
sus impactos. Con este propósito, el aná- lisis económico ha desarrollado un
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instrumento útil para evaluar proyectos de inversión, de forma que puede servir
de guía en las decisiones públicas para canalizar los recursos hacia aquellos
proyectos que proporcionen un mayor beneficio neto a la sociedad. Este
instrumento es el análisis costebeneficio social (ACB). El ACB tiene su
fundamento teórico en la Economía del Bienestar, rama del análisis económico
que se ocupa de la formulación de proposiciones éticas útiles para determinar
la conveniencia de una política concreta o de una particular asignación de
recursos. Es por ello que la aplicación del ACB como herramienta de
evaluación persigue como objetivo maximizar el bienestar social, promoviendo
la asignación eficiente de los recursos. Sobre estas bases, el ACB desarrolla
un marco metodológico que, muy resumidamente, consta de las siguientes
etapas (de Rus, 2010; European Commission, 2008):

1. En primer lugar, es necesario identificar claramente el proyecto y obtener


un profundo conocimiento de cómo se va a ejecutar. Esto implica una precisa
definición de sus objetivos socioeconómicos y de la población cuyo bienestar
debe ser considerado. Este paso es muy importante para asegurar la viabilidad
técnica del proyecto y también para presentar las alternativas relevantes al
mismo.

2. También es ineludible asegurar la viabilidad financiera del proyecto. Con


este fin, es necesario definir en primer lugar el ciclo de vida del proyecto y la
distribución de los ingresos (I) y gastos (G) en el periodo relevante. Ello
permitirá utilizar el método de descuento del flujo monetario, empleando la tasa
de descuento financiero (i) apropiada para expresar los flujos futuros en
valores monetarios actuales, con el propósito de calcular el valor actual neto
financiero (VANF) del proyecto. A efectos prácticos, y suponiendo que la
inflación afecta a los ingresos y gastos por igual, (i) es un tipo de interés
nominal. El VANF se calcula entonces restando el valor presente de los gastos
del valor presente de los ingresos generados por el proyecto, de acuerdo con

la siguiente expresión:

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Si el VANF es negativo, o incluso si para un solo año el flujo de caja generado


es negativo, la viabilidad financiera del proyecto no está garantizada. En este
caso, sería necesario modificar la estructura financiera del proyecto, para
cubrir el resultado negativo, mediante la utilización, por ejemplo, de tarifas a
los usuarios o la búsqueda de fuentes de financiación adicionales.

3. El siguiente paso es la identificación de los costes y beneficios sociales del


proyecto y su distribución en el tiempo. Estos costes y beneficios deben de
reflejar todos los recursos empleados y los resultados obtenidos, incluyendo
los impactos que afectan indirectamente a otros mercados, en particular en el
mercado de trabajo, además de los posibles efectos externos directos. Estos
efectos externos (o externalidades) son beneficios y costes reales del
proyecto, que afectan al bienestar de los agentes económicos (individuos o
empresas), pero que no son capturados por los mecanismos del mercado. Por
ejemplo, entre estos, pueden mencionarse los daños ambientales causados
por la congestión del tráfico (externalidad negativa), o los beneficios para la
sociedad originados por la reducción de accidentes o de las emisiones de CO2
debido a, por ejemplo, la construcción de una nueva autopista (externalidades
positivas).

4. Una vez identificados y cuantificados en términos físicos, los recursos


empleados y los resultados generados por el proyecto deben de ser
expresados en términos monetarios. Al estimar los valores monetarios de
bienes y servicios en mercados imperfectos (es decir, cuando el precio de
mercado no refleja el coste de oportunidad de los bienes y servicios, es decir,
su valor monetario en su mejor uso alternativo) o en el caso de bienes o
servicios que no tienen mercado (es decir, bienes que no se intercambian en
el mercado y, como consecuencia, para los que no existe precio), el analista
tiene que estimar los costes y beneficios sociales en términos monetarios
estimando los denominados precios sombra (o contables). En el caso de
mercados imperfectos, los precios sombra a menudo difieren de los precios de
mercado porque tienen que reflejar los costes y los beneficios reales para la
sociedad de los recursos y los resultados del proyecto. Por ejemplo, el precio
sombra del trabajo puede ser más bajo que los salarios de mercado si el
proyecto utiliza mano de obra expuesta al desempleo. Sin embargo, si el
proyecto desvía mano de obra de regiones o sectores más productivos, el
precio sombra del trabajo puede ser mayor que los salarios vigentes en el
mercado local/sectorial. En el caso de bienes que no tienen mercado

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(externalidades, bienes públicos...), el analista tiene que reconstruir el


mecanismo de mercado para estimar la disposición de los individuos a pagar
para evitar el coste o disfrutar del beneficio. Además, dado que los impuestos
son transferencias de dinero entre unidades económicas, es necesario
eliminar todos los efectos de la fiscalidad sobre los precios.

5. Posteriormente, hay que calcular el valor actual neto económico (VANE)


del proyecto, descontando todos los costes (C) y beneficios (B) futuros
(expresados a precios constantes) mediante la utilización de una tasa social
de descuento (r) y la expresión (2):

La tasa social de descuento refleja la preferencia social por los beneficios y


costes en la actualidad frente a los beneficios y costes futuros y, en general,
no coincide con la tasa de descuento privada. La cuestión de la selección de
la apropiada tasa social de descuento en la evaluación de proyectos ha sido
objeto de una gran controversia. Es este sentido, por ejemplo, se espera que
las tasas sociales de descuento sean distintas en los países desarrollados y
en desarrollo: una mayor tasa de descuento para los países en vías de
desarrollo refleja la necesidad en estos países de invertir en proyectos que
sean más útiles socialmente. Se considera entonces que el proyecto es
socialmente deseable si el VANE calculado es positivo. Este criterio también
es adecuado para elegir entre proyectos alternativos, mutuamente excluyentes
(cuando sólo es posible llevar a cabo uno de ellos). Sin embargo, cuando
varios proyectos obtienen un VANE positivo y no son mutuamente excluyentes
(es decir, es posible implementar más de uno), la ratio coste-beneficio (RCB),
según la expresión (3), establece un criterio de decisión que complementa al
VANE y permite jerarquizar los proyectos.

Es importante señalar sin embargo que la RCB no es aconsejable para elegir


entre proyectos mutuamente excluyentes y que es sensible a la clasificación
de los efectos de los proyectos como beneficios en lugar de costes. Sin

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embargo, dado que es deseable otorgar más peso a una unidad extra de
bienestar que beneficia a un individuo pobre que la que beneficia a una
persona que ya está disfrutando de un alto nivel de bienestar (Pearce y Nash,
1981), es necesario convertir las medidas monetarias de los beneficios netos
de los proyectos en una medida del bienestar social aplicando un sistema de
ponderaciones que permita asignar diferentes pesos a los beneficios netos que
pueden obtener los diferentes grupos de población considerados. Loomis
(2011) ofrece un amplio estudio de los diferentes sistemas de ponderaciones
distributivas empleados en la literatura empírica del ACB. Finalmente es
necesario realizar un análisis de sensibilidad recalculando los VANE de los
proyectos sobre la base de escenarios alternativos para las variables clave del
análisis. En suma, el ACB debe ser considerado como una ayuda para la toma
de decisiones, no una práctica mecánica para la toma de decisiones. Una de
sus principales fortalezas es que permite la creación de una ordenación de los
proyectos (incluyendo la alternativa no hacer nada y hacer lo mínimo). Sin
embargo, los problemas vinculados a la previsión y la valoración monetaria de
los efectos externos son serias limitaciones de esta técnica. Por esta razón el
ACB requiere una gran precisión y consistencia en su aplicación. No obstante,
estos problemas no deben de ocultar el hecho de que el ACB es el mejor
evaluador disponible para evitar la asignación ineficiente de los recursos
públicos.

RECURSOS COMUNES

Estos son de libre acceso (no se puede restringir su uso, pero son limitados
porque su uso por parte de una persona si limita o reduce el uso por otros
interesados). Los recursos comunes son rivales, pero no excluibles. Son
ejemplos de recursos comunes: la pesca, la caza, los baños de las playas.
Tanto en el caso de los bienes públicos como en el de los recursos comunes,
surgen externalidades porque algo que tiene valor carece de precio. Si una
persona suministrara un bien público, como la defensa nacional, aumentaría
el bienestar de otras y, sin embargo, no podría cobrárseles por este beneficio.
Asimismo, cuando una persona utiliza un recurso común, como los peces del
océano, empeora el bienestar de otras y, sin embargo, no se les compensa
por esta pérdida.

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Los recursos comunes al igual que los bienes públicos, no son excluibles,
están gratuitamente a disposición de todo el que quiera utilizarlos. Sin
embargo, los recursos comunes son rivales, su uso por parte de una persona
reduce su uso por parte de otra. Por lo tanto, los recursos comunes plantean
un nuevo problema. Una vez que se suministra el bien, las autoridades tienen
que ocuparse de ver cuánto se utiliza. Como mejor se comprende este
problema es con la parábola clásica llamada la tragedia de los bienes
comunales.

La tragedia de los bienes comunales

Es la parábola que muestra por qué los recursos comunes se utilizan más de
lo deseable desde el punto de vista de la sociedad en su conjunto. Se refiere
a la vida en un pequeño pueblo medieval en el que una de las numerosas
actividades que se realizan en él es la cría de ovejas. Las familias tienen
rebaños de ovejas y viven de la venta de lana. Estas ovejas pastan en los
llamados Terrenos Comunales, los cuales no pertenecen a ninguna familia,
sino que colectivamente a los residentes del pueblo. Pasan los años, la
población crece al igual que las ovejas que pastan en esos terrenos. Pero la
cantidad de tierra es fija, por lo cual esta comienza a perder su capacidad de
reponerse. Es tal la cantidad de ovejas que pastan en ella que comienza a ser
estéril. Al no quedar hierba en los Terrenos Comunales, es imposible la cría
de ovejas, por lo que desaparece la próspera industria lanera del pueblo, y
como consecuencia muchas familias pierden su fuente de ingresos.

La tragedia de los bienes comunales ocurre debido esencialmente a una


externalidad. Cuando el rebaño de una familia pasta en las tierras comunales,
reduce la calidad de las que quedan para otras familias. Como no tiene en
cuenta esta externalidad negativa cuando decide el número de ovejas que va
a tener, el resultado es un excesivo número de ovejas.

Si se hubiera previsto la tragedia, el pueblo podría haber resuelto el problema


de varias formas. Podría haber regulado el número de ovejas de los rebaños
da cada familia, internalizando la externalidad por medio de impuestos sobre
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las ovejas o sacando a subasta un reducido número de permisos para pastar.


Es decir, el pueblo medieval podría haber resuelto el problema del excesivo
pastoreo de la misma forma que la sociedad moderna aborda el problema de
la contaminación.

La tragedia de los bienes comunales es una historia que tiene una lección
general: cuando una persona utiliza un recurso común, reduce su uso por parte
de otra. Como consecuencia de esta externalidad negativa, los recursos
comunes tienden a utilizarse excesivamente. El Estado puede resolver el
problema reduciendo su uso por medio de la regulación o de impuesto. A veces
también puede convertir el recurso común en un bien privado.

Esta lección se conoce desde hace miles de años. Aristóteles, filósofo de la


antigua Grecia, señaló el problema de los recursos comunales: “Lo que es
común para todos recibe menos cuidado, pues todos los hombres cuidan más
lo que es suyo que de lo que poseen en común con otros”.

Algunos recursos comunes importantes:

En casi todos los casos, surge el mismo problema que en la tragedia de los
bienes comunales: los individuos utilizan excesivamente el recurso común. El
estado suele regular la conducta o imponer tasas con el fin de atenuar el
problema del uso excesivo.

a) El aire y el agua limpios: Como hemos visto los mercados no protegen


debidamente el medio ambiente. La contaminación es una externalidad
negativa que puede resolverse con la regulación o con impuestos pigouvianos
(denominados así en honor al Economista Arthur Pigou, uno de los primeros
que defendió el uso de impuestos aprobados para corregir los efectos de las
externalidades negativas. Podemos considerar que este fallo del mercado es
un ejemplo de un problema de recursos comunes. El aire y el agua limpios son
recursos comunes como los pastizales abiertos y la excesiva contaminación
como un excesivo pastoreo. La degradación del medio ambiente es una
tragedia moderna de los bienes comunales.

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b) Las carreteras congestionadas: Las carreteras pueden ser bienes


públicos o recursos comunes. Si no están congestionadas, su uso por parte
de una persona no afecta a nadie más. En este caso, el uso no es rival y las
carreteras son un bien público. Sin embargo, si están congestionadas, su uso
genera una externalidad negativa. Cuando una persona conduce por una
carretera, aumenta la congestión, por lo que otras personas deben conducir
más despacio. En este caso, la carretera es un recurso común. El estado
puede resolver el problema cobrando un peaje a los conductores. Un peaje es
esencialmente un impuesto pigouviano sobre la externalidad de la congestión.
En Uruguay las carreteras en general son bienes públicos que muchas veces
son intervenidos y es cuando hay concesiones por parte de un privado que
realiza la obra (por ejemplo, un puente) y a través del cobro del peaje es que
se va recuperando el gasto. Generalmente son concesiones entre el MTOP
(Ministerio de Transporte y Obras Públicas) y algún privado.

c) Los peces, las ballenas y otras especies salvajes: Muchas especies


de animales son recursos comunes. Por ejemplo, los peces y las ballenas
tienen un valor comercial y cualquiera puede ir al océano y capturar cualquier
especie. Cada persona tiene pocos incentivos para conservar las especies
para el año que viene. De la misma manera que un excesivo pastoreo puede
destruir los terrenos Comunales, la excesiva pesca y la excesiva caza de
ballenas pueden destruir poblaciones marinas comercialmente valiosas. Los
océanos siguen siendo uno de los recursos comunes menos regulados. Son
dos los problemas que impiden encontrar una fácil solución. En algunos países
existen leyes que aspiran a proteger la vida salvaje. Por ejemplo, el Estado
cobra por las licencias de pesca y caza y restringe la duración de las
temporadas en que se puede pescar y cazar. Estas leyes reducen el uso de
un recurso común y ayudan a mantener la población animal. En Perú el
SERNANP (Servicio Nacional de Áreas Naturales Protegidas por el Estado),
es el organismo público técnico especializado adscrito al Ministerio del
Ambiente.

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EL PROBLEMA EXCESIVO DE LOS BIENES PUBLICOS

Puesto que los recursos comunes son bienes no excluyentes, no se pueden


cobrar a los individuos por su uso. Pero, como los bienes son rivales en el
consumo, si un individuo consume una unidad de estos bienes hace que esa
unidad no pueda ser consumida por ningún otro individuo. Como resultado, los
recursos están sujetos a sobreexplotación: los individuos continuaran
utilizando eso bienes hasta que su ingreso marginal sea igual a cero,
ignorando el cose que este tipo de acciones ocasiona a la sociedad en su
conjunto. La pesca es ejemplo clásico de recurso común. Cuando un pescador
captura un pez impone un coste al resto de pescadores ya que reduce la
población de peces y se hace más difícil la captura de otro pez. Pero un
pescador en particular no tendrá incentivos para tener en cuenta este coste,
ya que no le cobraran nada por pescar. Como resultado, desde el punto de
vista de la sociedad de pescadores tenderán a pescar mucho, es decir, a
sobreexplotar dicho recurso. La congestión del tráfico es otro ejemplo de
exceso de utilización de un recurso común. Por una carretera principal solo
puede circular un determinando número de vehículos a una hora punta. Si yo
decido ir a trabajar en transporte público, le facilita la circulación a otros coches
que usan es vía, pero tendré incentivos para tener en cuenta la consecuencia
de mi acción.

En el caso de recurso común, el coste marginal social de utilizar dicho recurso


es más alto que mi coste marginal individual, el coste que tiene para mi utilizar
una unidad adicional de este bien.

La ilustración 20-3 nos aclara este hecho. Dicha ilustración muestra la curva
de demanda de pescado, que mide el ingreso marginal de pescado. Esta curva
nos indica cómo cambia el ingreso de los consumidores cuando se captura y
se consume una unidad adicional de pescado. La ilustración muestra también
la curva de oferta de pescado, que mide el coste marginal de la industria de
producir por unidad adicional de pescado. Se sabe que la curva de oferta de

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la industria es la suma horizontal de cada una de las curvas de oferta de los


pescadores; lo que es equivalente a sus curvas de coste marginal individual.

Para cada precio, la cantidad de pescado ofertado por la industria es aquella


que iguala el precio con el coste marginal de pescarla. El equilibrio de mercado
se encuentra en aquel punto donde la curva de oferta de pecado de la industria
corta la curva de demanda. La cantidad intercambiada en el equilibrio, que
demostramos por QEQ, no es eficiente. La cantidad eficiente es QOPT que es
aquella donde el coste marginal social de producir dicha cantidad es igual al
ingreso marginar de producirla. Dado que QEQ es mayor que QOPT es fácil ver
que se está produciendo una utilización excesiva de la pesca.

Recursos comunes

La curva de oferta S, que es la curva del coste


marginal de la industria de producir pescado,
es igual a la suma de las curvas de oferta
individual de todos los pescadores individuales.
Pero la curva de coste marginal de los
pescadores individuales no incluye los costes
que sus acciones imponen sobre otras
personas: el agotamiento de los recursos
comunes: como resultado, la curva de coste
marginal social, CMgS, está por encima de la
curva de la oferta; en un mercado que no esté
regulado, la cantidad de recurso común que se
utiliza o se consume es QEQ, que es mayor que
la cantidad que será eficiente, QOPT.

Como ya hemos comentado anteriormente hay un estrecho paralelismo entre


el problema que plantea la existencia de recursos comunes y el que genera
las externalidades negativas. En el caso de una actividad que genere una
externalidad negativa, el coste marginal social de producción es mayor que el

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coste marginal de la industria. La diferencia entre ambas viene dada por el


coste marginal externo que la producción impone sobre la sociedad. Aquí, las
pérdidas para la sociedad aparecen porque el recurso común se agota y eso
genera un coste a la sociedad. Este coste juega el mismo papel que las
externalidades negativas. En efecto, muchas externalidades negativas (como
la contaminación) pueden ser pensadas como un recurso común (como aire
puro).

EL USO EFICIENTE DE LOS RECURSOS COMUNES

Debido a que los recursos comunes poseen problemas similares a los creados
por las externalidades negativas, las soluciones a este problema son también
similares. Para hacer que la utilización de los recursos comunes sea la
eficiente hay que encontrar una forma de que los individuos que utilizan ese
recurso tengan en cuenta el coste que su uso impone sobre el resto de los
individuos en la sociedad. Este es básicamente el mismo principio que se
utiliza cuando se quiere que los agentes internalicen las externalidades
negativas que generan sus acciones. Hay tres formas de hacer que los
agentes internalicen los costes derivados de la utilización de un recurso
común.

- Establecer impuestos que regulen la utilización de ese recurso.


- Crear un sistema de licencias negociables para garantizar a utilización
de la propiedad a algunos individuos.
- Hacer que los recursos comunes sean excluyentes asignando derechos
de propiedad a algunos individuos.

Al igual de las actividades que generan externalidades negativas, para


conseguir que la utilización de los recursos comunes sea igual a la eficiente,
se puede establecer un impuesto pinguviano. Por ejemplo. Para evitar la
congestión del tráfico, algunos países han establecido impuestos a las
personas que hacen uso de las carreteras en horas punta. En este ejemplo, el
recurso común es el espacio para la circulación. Otro ejemplo son los parques

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nacionales, para evitar que se deterioren por la excesiva afluencia de público


se han establecido tarifas de entrada y se ha limitado el número de visitas.

Una segunda forma de corregir el problema de la sobreexplotación de los


recursos comunes es crear un sistema de licencias negociables para
utilizarlos, un sistema muy parecido a los diseños de para las externalidades
negativas. El gobierno emite el número de licencias al igual al nivel eficiente
de utilización de ese recurso. Al permitir que esas licencias sean
intercambiables se consigue una distribución eficiente de los permisos, en el
sentido de que las personas que más uso hace de ese recurso ( que son
aquellas que estarían dispuestas a pagar más por los permisos) son los que
obtienen mayores ingresos de ese uso.

No obstante, cuando se trata de un recurso común la solución que suele


adoptar es la asignación de derechos de propiedad. Básicamente los recursos
comunes tienden a ser sobre explotados porque nadie es dueño de estos
recursos comunes tienden a ser sobre un recurso común, la persona o
personas que poseen esos derechos pueden limitar el número de personas
que lo van a utilizar y las cantidades que pueden consumir. Cuando un bien
no es excluyente, en el sentido estricto, puede poseerlo porque un derecho de
propiedad no se puede imponer, y nadie tendrá incentivos para utilizarlo
eficientemente. Por eso una forma de corregir el problema de sobreexplotación
de los recursos comunes es hacer que sean excluyentes y conceder derechos
de propiedad a algunas personas. Las personas que poseen derechos de
propiedad se conviertan en propietarios de ese recurso, y en ese caso sí
tendrán incentivos para protegerlo haciendo un uso eficiente del mismo.

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CONCLUSIONES
 El equilibrio de un mercado maximiza la suma del excedente del
productor y del consumidor. Cuando los compradores y los vendedores
de un mercado son las únicas partes interesadas, este resultado es
eficiente desde el punto de vista de la sociedad en su conjunto. Pero
cuando hay efectos externos, como la contaminación, para evaluar un
resultado del mercado hay que tener en cuenta también el bienestar de
las terceras partes. En este caso, el mercado puede no asignar
eficientemente los recursos.

 En algunos casos los individuos pueden resolver por sí solos el


problema de las externalidades y cuando no pueden resolverlo a
menudo interviene el Estado. Sin embargo, incluso en este caso la
sociedad no debe abandonar totalmente las fuerzas del mercado, dado
que estas debidamente reorientadas, suelen ser la mejor solución para
resolver las fallas del mercado.

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BIBLIOGRAFÍA

 Robert S. PINDYCK, D. L. (2009). Microeconomia. Madrid:


PEARSON EDUCACIÓN, S.A.

 Krugman,paul r. (1983)

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