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Herejías medievales

Introducción a la herejías en la Edad Media

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La existencia de distintas corrientes de pensamiento e interpretación de la doctrina cristiana fue cosa
habitual durante los primeros siglos de existencia de la Iglesia, hasta que en el Concilio de Nicea (325)
quede fijada la ortodoxia cristiana, convertida en religión oficial del Imperio por el Edicto de Tesalónica
(380), auténtica carta de ciudadanía frente al paganismo y las herejías.

A partir de entonces, la Iglesia, con el brazo secular como medio ejecutor, mantendrá una lucha continúa
contra la heterodoxia, adquiriendo mayor fuerza y eficacia conforme aumente el poder del Papado y su
influencia en los territorios cristianos, y funde hacia 1200 una nueva institución cuya función principal será
combatir la herejía: la Inquisición.

Sin embargo, ni la conversión del Papado en una monarquía teocrática, que redujo la unidad de la Iglesia
no cuestionada por ningún cristiano, a pura y simple uniformidad, ni el desarrollo del aparato represor,
impidieron que a lo largo de toda la Edad Media continuaran apareciendo movimientos fuera de la
ortodoxia.

Muchos de ellos surgieron en el seno de la propia Iglesia y, en un primer momento, buscaban reformas
que la devolvieran a los orígenes lejos de la riqueza y la corrupción. En otros casos, el aspecto reformador
incluía reinterpretaciones de los dogmas de la Iglesia, o de la liturgia, o rompía directamente con los
principios en los que asentaba la Iglesia, enfrentándose a la jerarquía.

La herejía del priscialinismo y otras

Algunos movimientos unieron reivindicaciones religiosas y sociales, galvanizando así las inquietudes de
una población empobrecida y sometida. Así ocurrió con el priscialismo, surgido en el siglo IV, que basado
en los ideales de austeridad y pobreza, condenaba la institución de la esclavitud y concedía una gran
libertad e importancia a la mujer.

También es el caso de las revueltas urbanas de la pataria milanesa y la dirigida en Roma por Arnaldo de
Brescia, ambas ya en la Plena Edad Media: la primera fue una rebelión popular contra el clero corrompido,
que en principio fue vista con simpatía por los Papas, hasta que tomó un cariz grave de ataque a los
mismos sacramentos; la segunda fue una revuelta comunal antipapal y antiaristocrática que se propuso
entre sus objetivos la secularización de los bienes eclesiásticos y la vuelta a la pobreza evangélica.

La Baja Edad Media también conoció estos movimientos, como el protagonizado en Roma por Rienzi en el
siglo XIV, que pretendía la restauración de la "República Romana" dentro de una mezcla de espiritualismo
franciscano y arnaldismo que traería el "reino del Espíritu Santo sobre la ciudad", o la vertiente social que
dentro del wyclifismo constituyó el caso de los lollardos.

Adopcionismo

En la Alta Edad Media las herejías tienen un carácter fundamentalmente doctrinal, herederas en muchos
casos de controversias surgidas en los siglos anteriores, y con frecuencia de un marcado carácter local.
Junto al priscilianismo ya mencionado destacan: el donatismo, movimiento de carácter rigorista que dejaba
fuera de la comunidad a los pecadores, y que tuvo gran fuerza en el norte de África durante los siglos IV y
V; el pelagianismo, que se extendió por Oriente y el Norte de África en el siglo V, y que sobrevivió hasta el
siglo VI en la Galia y Gran Bretaña., y que afectada a cuestiones relacionadas con la gracia y el pecado
original; el rebrote del adopcionismo, que consideraba a Jesús un hijo adoptivo de Dios, en la península,
en la diócesis de Urgel y la ciudad metropolitana de Toledo, a los pocos años de la irrupción musulmana,
rápidamente sometido por la Iglesia.

Arrianismo

Sin embargo, será el arrianismo la herejía más problemática, ya que cuando ya había desaparecido
prácticamente en la zona oriental del Imperio, el asentamiento de los pueblos germánicos en la parte
occidental la hizo sobrevivir hasta el siglo VI, en el que visigodos y burgundios se convirtieran
definitivamente al catolicismo, como decisión de Estado en la búsqueda de la asimilación con la población
y estructuras autóctonas.

Hasta entonces la adscripción al arrianismo, doctrina que niega la consubstanciación del Padre y del Hijo y
a la que habían sido convertidos por el Obispo Ulfilas durante su asentamiento al otro lado del Danubio,
había funcionado como elemento de cohesión ideológica y social de la minoría germánica, erigida en
superestructura política y militar en la parte occidental del Imperio.

A partir del año 1000, y durante la Plena Edad Media, las nuevas condiciones de vida, el desarrollo
urbano, y la centralización pontificia contribuyeron a crear un clima favorable a los nuevos movimientos
heréticos que cabría conceptuar como herejías de masas, en algunos casos vinculados a movimientos
mesiánicos, proféticos y milenaristas, en otros a los movimientos de pobreza voluntaria. De entre los
primeros cabe destacar el milenarismo joaquinita, surgido a finales del siglo XII, por su proyección
temporal, ya que sus enseñanzas aparecen en brotes heréticos del siglo XV, como los Herejes de
Durando (1445). Proclamaba la llegada de la "Era de Espíritu Santo", en la que la historia llegaría a su
plenitud: el reino del amor y el fin de la estructura jerárquica de la Iglesia.

Dentro de los movimientos de pobreza voluntaria el de mayor trascendencia fue el valdense, fundado por
Pedro de Valdo, rico comerciante que abandonó sus bienes para fundar una comunidad de predicadores
regidos por un rígido principio de pobreza voluntaria. Excomulgados en 1184, los moderados volvieron a la
iglesia, mientras que los más radicales adoptaron posiciones heréticas y permanecieron aislado hasta su
desaparición.

Albigenses y cátaros

Caso aparte es el de albigenses y cátaros. Fue la más importante de todas las herejías de su tiempo, no
sólo por su arraigo y extensión territorial - afectó a todo el Mediodía francés - , sino por sus repercusiones
políticas, y por ser la única que realmente supuso un grave peligro para la unidad de la Iglesia.

Los cátaros, herederos de los movimientos dualistas basados en los principios del maniqueísmo, creían en
dos principios el Bien y el Mal, organizándose en una iglesia aparte, en la que los fieles se dividían en
perfectos, minoría de consejeros, y fieles, masa de creyentes. Abolieron los sacramentos, que fueron
sustituidos por el consolatum, que se administraba antes de la muerte. Tolerada por las autoridades
políticas, la herejía se extendió con rapidez y tras diversos intentos del Papado, se proclamó la Cruzada,
que dirigida por Simón de Monfort, se inició con la matanza de Beziers (1209) y terminó con la batalla de
Muret (1213), con la que no sólo se erradicó la herejía de la zona, sino que se ahogó en sangre la
independencia del Midi, vinculando la zona definitivamente a Francia.

Por último, durante la Baja Edad Media los deseos de reforma de la iglesia se hacen generales, y, junto a
las corrientes ortodoxas, surgen movimientos de carácter heterodoxo que anuncian ya lo que va a ser la
gran eclosión protestante en los comienzos de la Modernidad.

Wiclyfismo
El wiclyfismo representó una ruptura total con la Iglesia, ya que afirmaba que existía una relación directa
entre los hombres y Dios, sin la intromisión de la iglesia. Juan de Wyclif consideraba además que las
Escrituras eran suficientemente claras y no necesitaban la interpretación de la Iglesia, por lo que favoreció
la traducción de la Biblia.

Tras su muerte sus enseñanzas se expandieron con rapidez: su Biblia apareció en 1388 y sus doctrinas se
matizaron en tres corrientes, la académica, la política - grupos de parlamentarios y nobles deseosos de
que la monarquía se sacudiera la tutela del pontificado -, y la popular que habría de proyectarse en el
movimiento de subversión social ya referido de los lollardos.

Las obras de Juan de Wyclif influyeron de manera inequívoca en el fundador del otro gran movimiento de
la época, el husismo. Juan Hus añadió a los preceptos de Wyclif la denuncia de los vicios del clero y la
corrupción del Pontificado. Hus fue condenado por herejía en el Concilio de Constanza y quemado el 6 de
julio de 1415 junto a su compañero Jerónimo de Praga.

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