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Lo primero que debemos tener en cuenta que según algunos teólogos,
Tomás de Aquino no había concedido ningún lugar a la razón humana en
la teología.
Para Bonnefoy: la razón es una forastera en la doctrina sagrada. Con esto
pone en duda el valor de la conclusión teológica y la legitimidad del es-
tablecimiento de relaciones entre los misterios de la fe.
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Inteligibilidad teológica a partir del valor de salvación del contenido
de la revelación.
Dios no se reveló como un ser lejano, sino como el Dios de la salvación,
como mi Dios y nuestro Dios, que se inserta personalmente en nuestra
vida. El objeto de la teología es el Dios de la alianza. El aspecto salvífica
pertenece esencialmente al contenido de la fe. Por el hecho de que una
cosa ha sido revelada, esta cosa posee un significado de salvación. Toda
verdad revelada es, pues, una verdad religiosa. Esto demuestra cuán in-
sostenible resulta la postura de la «teología kerigmática» que pretende
limitar el estudio de la teología a las verdades que poseen un valor de
salvación. ¡Como si pudiera haber verdades de fe carentes de este valor y
que habría que mantener en la periferia de la teología y de la predicación!
Sólo alcanzaremos el valor salvífico del dogma en la medida en que nos
sea posible alcanzar la inteligibilidad de la misma fe. Pues bien, esta toma
de conciencia, en virtud de la estructura propia del conocimiento humano,
no puede realizarse fuera de cierta conceptualización. Es lógico que tam-
bién en esta función la teología tiene que apelar a la problemática hu-
mana, tal como se explicita en la filosofía. Efectivamente, aunque el mis-
terio de la, salvación y la teología trascienden el objeto filosófico, este
suscita cuestiones que sólo en la fe reciben una solución, quizás insospe-
chada y trascendente, pero esencial y definitiva. Todo el proyecto filosó-
fico se encuentra de este modo introducido en el contexto de la fe y dentro
de la teología, se expande en eso que se ha llamado «filosofía cristiana».
Las diferentes funciones de la teología especulativa demuestran clara-
mente que esta teología no constituye ni mucho menos una superestruc-
tura de la fe y que no comienza sencillamente una vez que la teología
positiva ha concluido con su trabajo. En todas estas funciones, la teología
es positiva y especulativa a la vez. No es posible ser un buen dogmático
si uno no se dedica a la sagrada Escritura, a la patrística, a la alta escolás-
tica, etc., como también a la filosofía contemporánea. El mismo santo
Tomás puede servirnos aquí de modelo. No se puede ciertamente exigirle
al dogmático o al moralista que sea un especialista en cada uno de estos
terrenos; no obstante, la fecundidad del pensamiento teológico dependerá
siempre en gran parte de la competencia del teólogo en estas materias.
Sin «investigación» no hay teología viva, creciente; y si uno se contentase
sencillamente con estar al día, no haría más que mariposear en torno a la
actualidad teológica, y toda esta construcción se derrumbaría como un
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castillo de naipes bajo el soplo de la primera crítica seria. Muchas veces
se imagina la gente que se puede renovar la teología con la ayuda de unas
cuantas perspectivas bíblicas nuevas y partiendo de unas cuantas catego-
rías existenciales, cuyo profundo significado ni siquiera se llega a com-
prender a veces, por no haber leído ni a Heidegger, ni a Sartre, ni a Mer-
leau-Ponty. Lo que debería ayudarnos a comprender mejor la palabra de
la salvación no es entonces realmente más que una palabrería estéril.
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Teología-Iglesia
La teología es una ciencia del contenido de la fe, cuya norma inmediata es
para nosotros la Iglesia. El contenido de la revelación es un bien común para
toda la comunidad eclesial, e incluso la riqueza fundamental de su vida. La
misma autoridad eclesiástica tiene por norma al contenido de la revelación
constitutiva, y por tanto, a la sagrada Escritura. Es precisamente este «depó-
sito», tal como está consignado en la sagrada Escritura y tal como lo vive la
Iglesia, lo que estudia la teología. Así, es ella la que prepara el camino para
la enseñanza y el kerigma de la Iglesia. En este sentido, el magisterio, que
tiene a su vez como norma al contenido objetivo de la revelación, tiene que
escuchar a los teólogos, aunque siga siendo la norma y el juez de las afirma-
ciones teológicas sobre la Biblia, la tradición, y aunque su poder doctrinal
no se apoye en las opiniones de los teólogos, sino en un carisma particular
de la función de maestra. Servir a la Iglesia es igualmente la misión de la
teología especulativa, ayuda con sus luces a la autoridad doctrinal y pastoral
para que dirija la vida moral y religiosa de los fieles en la Iglesia y en el
mundo. Los teólogos son los órganos vivos al lado de los demás órganos no
científicos, somos propiamente religiosos por los que 1a Iglesia toma con-
ciencia, de una manera reflexiva de las riquezas de su fe. La teología al ser-
vicio de la Iglesia es la exigencia crítica humana, falible por consiguiente, de
la vida eclesial, de la predicación, de la vida espiritual, etc, mientras que el
magisterio es la exigencia crítica ministerial, infalible en determinadas cir-
cunstancias. Este servicio a la Iglesia supone determinadas fronteras estable-
cidas por el magisterio, cierta libertad para el teólogo, aunque siempre bajo
las condiciones del contenido de la revelación, ya que la teología no podría
servir a la Iglesia si los intentos de renovación hechos con seriedad no tuvie-
sen ninguna oportunidad para expresarse. Gracias a este carácter eclesial de
la teología, la enseñanza en una facultad oficial requiere una «misión canó-
nica».