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Gilberto Claro Castro

¿Qué es la teología ? 07/05/2018


Revelación y teología. Schille-
beckx

Algunas funciones principales de la teología especulativa


Conocimiento de la fe más profundo, gracias a la investigación del vínculo
recíproco entre los misterios.
La función más importante de la teología especulativa es la de elaborar la
síntesis de lo que nos propone la teología positiva al término de un estudio
que sea lo más exhaustivo posible. Aunque toda la economía de la salva-
ción depende de la libre iniciativa de Dios, no se opone a la búsqueda de
la relación inteligible entre los diferentes misterios de la fe. La voluntad
salvífica de Dios no tiene causa alguna, pero existe una relación orgánica
y estructural en lo que Dios establece libremente. A propósito de esta
función, la teología fue inducida a hablar, en su origen, de las conclusio-
nes teológicas.
Ni los padres ni Tomás de Aquino han utilizado el término conclusio
theologica, aun cuando han conocido un sentido diferente al que le atri-
buyó la escolástica. Las conclusiones fidei es el término usado por santo
Tomás, que son para él en primer lugar verdades de fe que nos proporcio-
nan una visión más profunda en razón de sus relaciones con otras verda-
des de fe. El descubrimiento de las relaciones recíprocas entre estas ver-
dades, constituye lo que Tomás de Aquino llama modus argumentativus
de la teología su función discursiva de la que pone como ejemplo nuestra
resurrección a la luz de la de Cristo. Añade que por ser misterio de fe,
esta relación tendrá que estar rodeada de misterio.
Respecto a este carácter misterioso Tomás de Aquino habla de argumen-
tos de conveniencia. El argumento de congruencia indica la existencia de
relaciones inteligibles. En el tomismo la conclusión teológica está vincu-
lada a la doctrina del articulus fidei: distribuir en artículos la fe cristiana
significa dividirla en ciertas partes con una trabazón mutua. Así el con-
junto de la revelación forma un conjunto de verdades ligadas entre sí.
Llama a la teología ciencia en cuanto que este pensamiento discursivo
trabaja unido con la fe. En esta perspectiva, la verdad de fe que ilumina a
otra recibe el nombre de principio y la que es iluminada, el de conclusión.
Theologoumena (conclusiones teológicas estrictas)
Dentro de esta perspectiva debemos entender ante todo aquella famosa
expresión de la Suma, donde, por otro lado, se recoge el mismo ejemplo:
Esta ciencia no emplea argumentos para probar sus propios principios,
que son los artículos de la fe (y no todas las verdades son para Tomás de
Aquino «artículos de la fe», sino sólo las verdades «cardinales» de la fe),
sino que, partiendo de ellos, procede a demostrar otras cosas.
Estas otras cosas no es ante todo la conclusión teológica estricta, sino otra
verdad de fe que queda iluminada por un «artículo de la fe»: «como lo
hace el apóstol, el cual, apoyado en la, resurrección de Cristo, discurre
ara probar la resurrección de todos nosotros». En todo esto, santo Tomás
no se plantea la cuestión de lo «virtualmente revelado»; sin embargo, no
excluye la posibilidad de ir más allá de la fe de esta manera.
Para Tomás existen también verdades de fe que no son «artículos de la
fe». Por consiguiente, sólo al margen de la actividad teológica tomista
aparecen las conclusiones teológicas estrictas. Cuando Tomas de Aquino
llama a la teología habitus conclusionum ex principiis, está pensando dos
cosas: ante todo, que no quiere precisar con ello más que una de las di-
versas funciones de la teología; y en segundo lugar, que esta función con-
siste en iluminar 1a relación recíproca que existe entre las verdades de.
Sólo en el siglo XIV aparecerá la palabra «conclusión teológica» y se
empezará a distinguir entre la conclusión sacada de dos premisas de fe y
la conclusión teológica estricta a partir de una premisa de fe y otra de
razón. También en esta época se empezará a considerar el pensamiento
discursivo como el método central de la teología.
En el siglo XVII, la conclusión teológica estricta se elevó al rango de
objeto propio de la teología.
A partir de entonces, la antigua visión fundamental de la teología especu-
lativa, cuya tarea principal era la de formular científicamente la síntesis
de la fe, quedo completamente relegada a segundo plano. La teología se
hizo centrífuga en relación con la fe. Situó su reflexión fuera de la fe.
La función discursiva de la teología

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Lo primero que debemos tener en cuenta que según algunos teólogos,
Tomás de Aquino no había concedido ningún lugar a la razón humana en
la teología.
Para Bonnefoy: la razón es una forastera en la doctrina sagrada. Con esto
pone en duda el valor de la conclusión teológica y la legitimidad del es-
tablecimiento de relaciones entre los misterios de la fe.

Sistema y sistemas de la teología


El valor de un sistema teológico no se mide, al menos en primer lugar,
por el valor de la filosofía empleada, sino por la capacidad de la síntesis
propuesta para asimilar el conjunto de los datos de la tradición. Por lo
demás, todo sistema teológico es imperfecto y provisional por naturaleza,
debido al carácter inagotable de la revelación.
Todo sistema teológico es, esencialmente imperfecto, inacabado, suscep-
tible de un progreso intrínseco al que pueden contribuir los demás sis-
tema. Esto no significa que todos los sistemas sean iguales, sino sencilla-
mente que un sistema es superior a otro si, en virtud de su inspiración, de
sus principios o de su método, sigue todavía abierto a un progreso y a un
acabamiento intrínseco. La mejor prueba de la superioridad de un sistema
es que pueda asimilar nuevos puntos de vista, no de una manera ecléctica,
sino de una manera realmente armoniosa. Pretender que todos los siste-
mas sean iguales, equivaldría a admitir el relativismo de todo conoci-
miento humano. Por otro lado, por muy superior que sea un sistema, no
podemos olvidar que lo esencial no es el sistema, sino la realidad. Seguir
la teología de Tomás de Aquino, por ejemplo, es dejarse introducir en el
misterio de la salvación en el sistema tomista y por el sistema tomista,
presuponiendo de antemano, como es lógico, la exégesis fiel de las obras
de Tomás de Aquino, aun cuando esto no sea teología, sino exégesis de
los textos de un teólogo, por muy célebre que sea. Gracias al crecimiento
intrínseco del sistema teológico y de la misma teología, es posible a la
larga conciliar en una visión más amplia, partiendo de un sistema más
abierto, las operaciones entre los diversos sistemas, aun cuando bajo otros
puntos de vista, las opiniones sigan siendo divergentes y den lugar a nue-
vas tendencias de donde surjan nuevos sistemas. Esto es inherente a la
imperfección de todo conocimiento humano en cada etapa de la concien-
cia humana.

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Inteligibilidad teológica a partir del valor de salvación del contenido
de la revelación.
Dios no se reveló como un ser lejano, sino como el Dios de la salvación,
como mi Dios y nuestro Dios, que se inserta personalmente en nuestra
vida. El objeto de la teología es el Dios de la alianza. El aspecto salvífica
pertenece esencialmente al contenido de la fe. Por el hecho de que una
cosa ha sido revelada, esta cosa posee un significado de salvación. Toda
verdad revelada es, pues, una verdad religiosa. Esto demuestra cuán in-
sostenible resulta la postura de la «teología kerigmática» que pretende
limitar el estudio de la teología a las verdades que poseen un valor de
salvación. ¡Como si pudiera haber verdades de fe carentes de este valor y
que habría que mantener en la periferia de la teología y de la predicación!
Sólo alcanzaremos el valor salvífico del dogma en la medida en que nos
sea posible alcanzar la inteligibilidad de la misma fe. Pues bien, esta toma
de conciencia, en virtud de la estructura propia del conocimiento humano,
no puede realizarse fuera de cierta conceptualización. Es lógico que tam-
bién en esta función la teología tiene que apelar a la problemática hu-
mana, tal como se explicita en la filosofía. Efectivamente, aunque el mis-
terio de la, salvación y la teología trascienden el objeto filosófico, este
suscita cuestiones que sólo en la fe reciben una solución, quizás insospe-
chada y trascendente, pero esencial y definitiva. Todo el proyecto filosó-
fico se encuentra de este modo introducido en el contexto de la fe y dentro
de la teología, se expande en eso que se ha llamado «filosofía cristiana».
Las diferentes funciones de la teología especulativa demuestran clara-
mente que esta teología no constituye ni mucho menos una superestruc-
tura de la fe y que no comienza sencillamente una vez que la teología
positiva ha concluido con su trabajo. En todas estas funciones, la teología
es positiva y especulativa a la vez. No es posible ser un buen dogmático
si uno no se dedica a la sagrada Escritura, a la patrística, a la alta escolás-
tica, etc., como también a la filosofía contemporánea. El mismo santo
Tomás puede servirnos aquí de modelo. No se puede ciertamente exigirle
al dogmático o al moralista que sea un especialista en cada uno de estos
terrenos; no obstante, la fecundidad del pensamiento teológico dependerá
siempre en gran parte de la competencia del teólogo en estas materias.
Sin «investigación» no hay teología viva, creciente; y si uno se contentase
sencillamente con estar al día, no haría más que mariposear en torno a la
actualidad teológica, y toda esta construcción se derrumbaría como un

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castillo de naipes bajo el soplo de la primera crítica seria. Muchas veces
se imagina la gente que se puede renovar la teología con la ayuda de unas
cuantas perspectivas bíblicas nuevas y partiendo de unas cuantas catego-
rías existenciales, cuyo profundo significado ni siquiera se llega a com-
prender a veces, por no haber leído ni a Heidegger, ni a Sartre, ni a Mer-
leau-Ponty. Lo que debería ayudarnos a comprender mejor la palabra de
la salvación no es entonces realmente más que una palabrería estéril.

Aspecto encarnado y desencarnado de la teología


Ante el misterio trascendente de la fe, toda teología no es más que un bal-
buceo: «Balbutiendo ut possumus, excelsa Dei resonamus». Pero la humil-
dad no es una cuestión de palabras; ¡es en la manera misma de hacer teología
donde tiene que manifestarse! La teología tiene que centrar su atención en el
misterio de la salvación y no en los medios humanos que nos permiten acer-
carnos a él. Por eso se siente siempre como dividida. El contenido de la fe
manifiesta al mismo tiempo una tendencia a encarnarse en el pensamiento
humano y una resistencia fundamental contra toda racionalización. Paralela-
mente, la teología no puede ni resbalar hacia una especie de «evangelismo»
que sólo se fijase en el misterio y en la «locura de la fe», ni abandonarse en
una encarnación sin recato alguno, preocupada únicamente de su inteligibi-
lidad. La historia de la Iglesia demuestra que el puro «evangelismo», que
rehúsa encarnarse doctrinal e institucionalmente, desemboca en la ruina del
verdadero evangelismo (caso de los Fraticelli). Pero demuestra también que
cuando la fe se encarna demasiado, como si fuese posible trasplantarla por
completo al pensamiento humano, se acerca peligrosamente al naturalismo
y al racionalismo. Una sana teología sólo puede desarrollarse avanzando con
prudencia entre estos dos escollos; será el resultado de una tensión continua
entre la encarnación y la desencarnación, entre la trascendencia y la huma-
nización. En este sentido, la teología constituye uno de los problemas, en el
plano del pensamiento, del «humanismo cristiano» de la relación «natural-
sobrenatural». Y lo mismo que en el plano moral de la vida el equilibrio de
la naturaleza y de la sobrenaturaleza no es algo «dado>>, sino que constituye
para cada uno un deber pesado y cargado de conflictos y peligros, también
en el plano del pensamiento teológico, esta armonía entre la tendencia a la
encarnación y a la desencarnación no puede realizarse sin dramas, sin con-
flictos y sin polémicas, sin pasar por violentos anatemas y por magníficas
síntesis.

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Teología-Iglesia
La teología es una ciencia del contenido de la fe, cuya norma inmediata es
para nosotros la Iglesia. El contenido de la revelación es un bien común para
toda la comunidad eclesial, e incluso la riqueza fundamental de su vida. La
misma autoridad eclesiástica tiene por norma al contenido de la revelación
constitutiva, y por tanto, a la sagrada Escritura. Es precisamente este «depó-
sito», tal como está consignado en la sagrada Escritura y tal como lo vive la
Iglesia, lo que estudia la teología. Así, es ella la que prepara el camino para
la enseñanza y el kerigma de la Iglesia. En este sentido, el magisterio, que
tiene a su vez como norma al contenido objetivo de la revelación, tiene que
escuchar a los teólogos, aunque siga siendo la norma y el juez de las afirma-
ciones teológicas sobre la Biblia, la tradición, y aunque su poder doctrinal
no se apoye en las opiniones de los teólogos, sino en un carisma particular
de la función de maestra. Servir a la Iglesia es igualmente la misión de la
teología especulativa, ayuda con sus luces a la autoridad doctrinal y pastoral
para que dirija la vida moral y religiosa de los fieles en la Iglesia y en el
mundo. Los teólogos son los órganos vivos al lado de los demás órganos no
científicos, somos propiamente religiosos por los que 1a Iglesia toma con-
ciencia, de una manera reflexiva de las riquezas de su fe. La teología al ser-
vicio de la Iglesia es la exigencia crítica humana, falible por consiguiente, de
la vida eclesial, de la predicación, de la vida espiritual, etc, mientras que el
magisterio es la exigencia crítica ministerial, infalible en determinadas cir-
cunstancias. Este servicio a la Iglesia supone determinadas fronteras estable-
cidas por el magisterio, cierta libertad para el teólogo, aunque siempre bajo
las condiciones del contenido de la revelación, ya que la teología no podría
servir a la Iglesia si los intentos de renovación hechos con seriedad no tuvie-
sen ninguna oportunidad para expresarse. Gracias a este carácter eclesial de
la teología, la enseñanza en una facultad oficial requiere una «misión canó-
nica».

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