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El liderazgo y el poder según Shakespeare

Enrique V

“Todas las cosas están listas si nuestra mente lo está” (Enrique V)

Enrique V es el gran líder heroico de Shakespeare. La clave del liderazgo


de Enrique V es su capacidad para comunicarse efectivamente con las personas.
Es capaz de hablar con las personas y sabe escuchar.

La grandeza de su liderazgo radica en que se da cuenta que nada puede


ser logrado sin las personas que él conduce.

Existen puntos de contacto entre Enrique V y Alejandro Magno. Ambos


eran políticos admirables, brillantes estrategas, valientes guerreros y poseían
una personalidad sumamente carismática.

Enrique era Rey de Inglaterra, conquista Francia, captura a sus príncipes


y muere joven como Alejandro, otro conquistador al que poco le quedaba por
conquistar. Ambos también tienen que tomar decisiones duras con algunos de
sus amigos que los traicionaron.

En la visión de Enrique, su crecimiento personal depende de la expansión


de su reino y Francia es la opción elegida para la conquista.

La obra de Shakespeare refleja profundamente el alma humana: aunque


uno llegue a la cima, derrote a sus enemigos contra todas las probabilidades, y
sea feliz en su matrimonio, siempre existen momentos oscuros. Incluso en el
mayor de los éxitos, hay que esperar angustia y dolor.

El mensaje es duro. Tener poder significa ensuciarse las manos. La


ambigüedad moral, las contradicciones y las soluciones de compromiso son
moneda corriente en el ejercicio del poder.

Enrique oscila entre la luz y la oscuridad. A veces lidera como un


caballero con brillante armadura y otras veces como un salvaje desalmado.
Harold Bloom dice irónicamente que Enrique V es1:

…brutalmente astuto y astutamente brutal, cualidades necesarias para ser un gran Rey.

Enrique es un gran motivador y para lograr sus objetivos utiliza su


profundo conocimiento de las personas que lidera.

Las dos batallas (Harfleur y Agincourt) que aparecen en la obra, son


precedidas por brillantes arengas que tienen por objetivo motivar a sus tropas.

Enrique tenía la expectativa que sus tropas se comportaran


heroicamente en la batalla y asumía que los soldados compartían esa aspiración.
Los discursos de Enrique son ejemplos perfectos de cómo comunicar una visión.

Enrique podía haber apelado en sus discursos a las cualidades técnicas


de sus arqueros y de sus caballeros. Pero lo que realmente le importaba era
conectar la tarea (la batalla) con una visión transformadora que los hombres
fueran capaces de sentir: el valor, la cercanía con el rey, el servicio a la patria.

En el medio de la batalla de Harfleur, Enrique se dirige a los pobladores


que estaba tratando de conquistar, amenazándolos con las peores pesadillas si
no se rendían.

Esta es una lección poderosa: Shakespeare está mostrando cómo la


misma persona en el mismo día, puede desplazarse del punto más alto del
heroísmo a la peor bajeza. En un momento es un gran líder que motiva y
transforma a sus hombres a través de sus palabras. En el momento siguiente es
alguien que amenaza con rapiñas y asesinatos.

Esta dualidad encierra importantes connotaciones morales. Es bueno


tener claro cuáles son los límites que uno está dispuestos a traspasar en aras
de conseguir sus objetivos.

1
Bloom, Harold. (1998). Shakespeare. The invention of the human. Riverhead Books. New York.
USA:
La batalla sigue y los pobladores de Harfleur se rinden. En la victoria,
vuelve el caballero: Enrique le ordena a sus tropas que no cometan ningún acto
agresivo contra la población.

En el ejército de Enrique había varios soldados que habían sido sus


amigos más cercanos solo unos pocos años atrás. Se había divertido y
emborrachado con ellos y había sacado provecho de esa amistad para
comprender las similitudes y las diferencias con la gente común.

Luego de la batalla de Harfleur, uno de sus viejos amigos roba un


crucifijo. Enrique condena a su viejo amigo a la horca. Shakespeare nos deja
otra enseñanza: cada decisión, además de su valor individual como tal, también
es una lección para los demás.

Enrique es un líder con personalidad sumamente compleja: un día es


adorado por su carisma y al otro día, es temido por su dureza.

El pináculo del éxito de Enrique V se produce en la batalla de Agincourt,


una de las tres batallas decisivas de la Guerra de los 100 años, junto con las de
Crecy y Poitiers.

Las tropas francesas sobrepasaban diez veces en número a las inglesas,


las que, además, estaban enfermas y exhaustas. Los franceses pecaron de
vanidad y subestimaron el evento, seguros de obtener una fácil victoria. Pero se
equivocaron.

Durante el desarrollo del encuentro, los franceses percibieron la derrota


inminente y mandaron a su caballería por detrás de las tropas inglesas a atacar
el campamento, matando a todos los jóvenes que habían quedado a cargo del
equipaje. Enrique volvió al campamento, vio a los chicos asesinados y se puso
furioso2.

2
Shakespeare, William. (1996). Obras completas. Edición bilingüe del Instituto Shakespeare
dirigida por Miguel Angel Conejero. Editorial Cátedra. Madrid, España. Acto 4. Escena 7
No estuve enojado desde que llegué a Francia
hasta este instante…
Les cortaremos la garganta a todos los que atrapemos
Ni uno solo de ellos probará nuestra misericordia.

Es evidente que no se recuerda a Enrique porque ordenó matar a


prisioneros desarmados. Se lo recuerda porque fue valiente y noble. Pero
también porque ganó la batalla.

Shakespeare podría haber mostrado a Enrique como un líder heroico y


brillante, omitiendo esta escena. En ese caso, la lección habría sido la siguiente:
cuando se es bueno, noble y valiente hay muchas probabilidades de convertirse
en un gran líder.

Pero no es esta precisamente, la lección que Shakespeare nos quiere


transmitir. Los grandes líderes viven en un mundo difícil, en el que hay que
tomar decisiones comprometidas. La decisión de Shakespeare, incluso cuando
escribió la historia de su héroe más importante, fue la de mostrar a todos los
líderes de una manera mucho más realista, lidiando con sus limitaciones y con
sus propias contradicciones.

No hay que acudir a Shakespeare esperando encontrar lecciones simples,


incluso en los momentos más heroicos. Las lecciones que nos muestra acerca
de las ambigüedades del liderazgo en el siglo 16, encajan perfectamente en
nuestra realidad contemporánea.

Shakespeare estaba convencido que las personas se convertían en reyes


más como consecuencia de las acciones de los hombres, que por una sucesión
divina.

Tanto Enrique V como su padre, llegan al trono luego de asesinar


respectivamente a un rey que lo era por derecho de sangre y a un gran
candidato a serlo. De modo que es bastante difícil de creer que Enrique V haya
pensado que la gente nacía con el derecho a ser rey.
Enrique estaba determinado a ser un gran rey. Para ello se preparó
concienzudamente oscilando entre las tabernas del bajo mundo y la corte real.

Ese comportamiento fue deliberado y era consecuencia de su convicción


acerca de que su “redención” cuando se convirtiera en rey, lo haría aparecer
más atractivo que alguien que hubiera vivido toda su vida en el ámbito de la
monarquía.

El punto aquí es demostrar que para ser un buen líder es muy


importante conocer a las personas que uno va a liderar. Esto trasciende la idea
de ser “popular”. Se necesita trabajar para consolidar la relación con las
personas, no solamente desde el momento en que uno se convierte en líder,
sino mucho antes, desde que uno decide o vislumbra que puede llegar a serlo.

Cuando una persona desarrolla esta relación con los demás, también se
está desarrollando a sí mismo. Shakespeare enseña que pasar tiempo con las
personas que van a ser nuestros colaboradores significa aprender a liderar.

Un líder necesita conocer las necesidades, motivaciones, creencias y


temores de las personas que lidera.

Todos los momentos que el príncipe Enrique pasa en la taberna bebiendo


con sus amigos son momentos de aprendizaje en su etapa de preparación para
convertirse en un líder. El príncipe estaba aprendiendo el lenguaje y la cultura.
Enrique sabía que iba a pasar por momentos difíciles como rey y que, por lo
tanto, necesitaba una profunda comprensión de la cultura a los efectos de
poder transmitir su visión de una manera totalmente clara.

Los líderes que no dominan el lenguaje de sus colaboradores no pueden


comunicarse efectivamente con ellos, y sin comunicación efectiva no hay
motivación.

El punto importante es que no se puede aprender la cultura leyendo un


folleto. Hay que vivir la experiencia. El príncipe Enrique podría haber contratado
a una persona común para que le cuente como vive su gente o a un profesor
de lengua para que le enseñe el lenguaje. Pero no lo hizo. Pasó mucho tiempo
con la gente común. Compartió con ellos experiencias de vida. No hay sustituto
para las vivencias.

Muchas compañías en la actualidad contienen, como en los tiempos de


Shakespeare, considerables desigualdades. Muchos gerentes viven vidas
totalmente distintas de las de sus colaboradores. En estos casos, la
comunicación se dificulta muchísimo.

Dice Peter Senge3:

La capacidad de algunas personas para el liderazgo es el subproducto de una vida de


esfuerzos en pos de desarrollar competencias conceptuales y de comunicación que reflejen sus
valores personales y que alineen el comportamiento con dichos valores, a los efectos de poder
aprender a escuchar y a apreciar las ideas de los demás.

Senge describe perfectamente lo que hizo el príncipe Enrique. Pasó años


aprendiendo a comunicarse, a comportarse de acuerdo a sus valores y, por
sobre todo, a escuchar.

A pesar de que el príncipe Enrique podría haber obtenido el trono


simplemente por el transcurso del tiempo, siempre se sintió compelido a
aprender una y otra vez a ser un mejor líder.

En los momentos previos a la invasión a Francia, Enrique estaba


absolutamente concentrado en los detalles de la operación. En ese mismo
momento, tres de sus generales lo traicionaron con los franceses. Acordaron
asesinar al Rey, a cambio de dinero.

Uno de los tres, Scroop, era su amigo más cercano con el que no tenía
secretos. Obviamente, estaba al tanto de todos los detalles de la invasión.

La traición fue descubierta a tiempo.

3
Senge, Peter. (1998). La danza del cambio. Editorial Granica, Buenos Aires.
Scroop, el amigo íntimo del Rey, actuaba como su confidente, cuando en
realidad lo estaba traicionando y estaba dispuesto a asesinarlo. La apariencia
del amigo enmascaraba la realidad del enemigo.

Aun conociendo la traición, Enrique duda acerca del castigo que merecen,
ya que eran amigos muy queridos.

Reunido con ellos, inventa una historia. Les cuenta que un súbdito que
había bebido en exceso, le había faltado el respeto al Rey. En realidad, estaba
probando a los traidores para ver qué castigo le sugerían para el borracho.

Scroop sugiere que debería ser duramente castigado, ya que era una
falta que no podía quedar impune. En este momento, Enrique alienta a los tres
traidores a que, en función del cariño que le tenían al Rey, le sugirieran un
castigo para el borracho que lo había ofendido con sus palabras.

Los traidores sugieren que el borracho sea condenado a muerte.

Entonces, Enrique les pregunta: ¿si alguien que pierde la cabeza y


profiere palabras fuera de lugar debe ser condenado a muerte, qué habría que
hacer con alguien que comete un crimen deliberadamente?

Con este complejo subterfugio, Enrique consigue que los traidores


afirmen que no debe haber piedad para quien comete un crimen contra el rey.

Este es el punto en el que Enrique sorprende a los traidores, los


desenmascara y los condena a muerte.

En esta escena, Shakespeare nos muestra lo importante que es para un


líder la comprensión de la actuación y del role playing.

En primer término, los traidores interpretan el papel de leales mientras


traicionan al Rey. En segundo término, Enrique inventa la historia del borracho
y la usa para descubrir lo que los traidores realmente piensan acerca de la
justicia y la misericordia.
De alguna manera, Enrique logró que ellos se condenen a muerte a sí
mismos, la aplicación más perfecta de la justicia frente a un acto de traición
que alguien pueda imaginarse.

El role playing es una herramienta habitual en la capacitación gerencial.


Les brinda a los gerentes la posibilidad de experimentar los roles, culturas y
acciones de otras personas.

Muchas veces es una herramienta subestimada porque tiene poca


conexión con el “mundo real”. Shakespeare demuestra que, en muchas
ocasiones, ponerse en el lugar del otro, brinda una visión que puede ser clave
para el futuro de la organización.

La batalla de Agincourt (1415) es el momento clave de la obra, en el cual


Enrique hace gala de su liderazgo, triunfando contra todos los pronósticos.

Una importante lección pasa por el tiempo que insumió Enrique para
prepararse para la batalla. No es solo cuestión de resolver los problemas
logísticos, sino estar preparado personalmente para ser un gran líder en
circunstancias difíciles, de modo que tanto el líder como sus colaboradores
tengan confianza en el logro de los objetivos.

Enrique está orgulloso de ser rey, pero el título por sí mismo no le


garantiza nada. Es el ser humano que usa la corona quien ganará o perderá la
batalla y es fundamental que la persona esté preparada para ese tipo de
situaciones.

La gran lección de Shakespeare en este punto es la siguiente: si uno solo


le presta atención al título que le otorga la organización, o al tamaño de la
oficina o al monto del salario, será incapaz de manejar la situación. Si, por el
contrario, le presta atención a la persona que cada uno es y al aprendizaje que
debe efectuar sobre sí mismo y sobre sus colaboradores, podrá obtener logros
aún en contra de todas las probabilidades.
Dice Peter Drucker4:

En algún punto de la carrera del gerente invariablemente se presentarán tiempos


difíciles, y es vital que la persona esté preparada para liderar bajo esas condiciones: la tarea
más importante de un líder organizacional es anticipar las crisis. Quizás no evitarlas, pero sí

anticiparlas. Esperar hasta que la crisis explote, significa abdicar de su responsabilidad.

Enrique no pudo evitar la confrontación en Agincourt, pero pudo


anticipar las competencias de liderazgo que iba a necesitar en esa crisis en su
proceso de preparación previa.

Continúa Drucker5:

Lo importante en el proceso de desarrollo de un líder es trabajar en las competencias


básicas. En primer término, pondría la disposición, la capacidad y la auto-disciplina para
escuchar. Escuchar no es una habilidad, es una disciplina.

La habilidad de Enrique para escuchar y aprender fue la competencia


que lo salvó, tanto a él como a su ejército.

En Agincourt, Enrique enfrentaba un grave problema: sus tropas estaban


enfermas, cansadas y mal equipadas. Enfrente estaba el enorme y descansado
ejército francés.

Enrique le dice al mensajero del Rey de Francia6:

Tal como estamos, no buscamos la batalla,


Pero tal como estamos, tampoco huiremos.

4
Drucker, Peter. (2001). The essential Drucker. Harper Business. New York, USA.
5
Drucker, Peter. op. cit.
6
Shakespeare, William. (1996). Obras completas. Edición bilingüe del Instituto Shakespeare
dirigida por Miguel Angel Conejero. Editorial Cátedra. Madrid, España. Acto 3. Escena 6.
El ejército de Enrique estaba débil, en inferioridad numérica y en una
localización desventajosa. Para tener alguna chance, debía maximizar el
rendimiento de sus recursos.

Tanto el Rey como su ejército sabían que todas las probabilidades


indicaban que iban a perder la batalla y, como consecuencia de ello, iban a
morir. No es el mejor modelo mental para enfrentar un conflicto.

Enrique tenía una ventaja táctica: sus arqueros podían disparar doce
flechas por minuto, mientras que las ballestas francesas solo podían disparar
dos proyectiles en el mismo lapso. Pero también sabía que era fundamental
levantar la moral de sus tropas, aunque estaba seguro que si mentía acerca de
las posibilidades de ganar la batalla, nadie le creería.

La única manera de hacerlo era conociendo los verdaderos sentimientos


de los soldados. Por eso, la noche anterior a la batalla, dejó a su Consejo de
Guerra y salió a caminar con los soldados, disfrazado para que no pudieran
reconocerlo.

Durante la noche habló con los soldados sobre la batalla y sobre su Rey.
El era capaz de hablar en el lenguaje de los soldados y entendía perfectamente
su cultura.

Gracias a esa preparación previa, pudo conocer lo que sus soldados


realmente pensaban y sentían. Una información realmente invalorable.

En tiempos de crisis, uno no puede obtener información confiable de los


canales formales.

El líder que realmente respeta y conoce a sus colaboradores sabe que no


tiene sentido mentirles.

Gracias a la conversación con los soldados, Enrique llega a las siguientes


conclusiones:
1. Las tropas piensan que no hay modo de ganar la batalla, por lo
que al día siguiente estarán todos muertos
2. Los soldados piensan que, pese a la apariencia de coraje, el Rey
es un cobarde que preferiría no estar con ellos
3. Si el Rey quiere pelear, debería hacerlo solo. De esa manera
salvaría las vidas de sus soldados.

A pesar de estas revelaciones, Enrique no revela su condición de Rey.


Considera seriamente sus puntos de vista y discute con ellos, pero como un
igual.

Esta interacción deja importantes enseñanzas: los gerentes


habitualmente piensan que ellos y sus colaboradores están en la misma
situación frente a una crisis. De hecho, siempre están en posiciones muy
diferentes. Los gerentes siempre tienen mejores redes de protección.

Uno de los soldados le dice a Enrique que seguramente iban a morir, sus
familias quedarían en la pobreza y sus almas serían condenadas por una causa
que no compartían y que todo eso era culpa del Rey.

En realidad, a ese soldado no le importaba lo que le pasara al Rey. Esta


es una visión habitual que tienen los niveles inferiores acerca de la alta
dirección: creen que las dificultades que los acechan son consecuencia de la
incompetencia de sus superiores.

Por supuesto, esta es una posición que pone toda la culpa en el otro lado.
Una de las maneras de ejercer el rol de seguidor es dejar de lado la capacidad
individual de decisión y reemplazarla por las decisiones del líder. En este caso,
no hay posibilidades que los colaboradores tomen la iniciativa ni generen
ninguna innovación. La gente hace las cosas porque se las ordenaron. Si el
resultado no es el esperado, la culpa la tiene el que emitió las órdenes.

En la discusión con los soldados, Enrique afirma que ellos tienen libre
albedrío. Afirma que cada soldado debe hacerse responsable de su posición y
mejorarla en la medida de lo posible. Existe una deuda con el Rey, pero cada
uno tiene una deuda con sí mismo. Los individuos son responsables por sus
propias acciones y por sus propias almas. El rey no es responsable de ello.

La respuesta de los soldados a este argumento era decisiva: si las tropas


pensaban que todo era responsabilidad del Rey y que ellos no tenían ninguna
posibilidad de acción, estaban todos en graves problemas.

Los dos soldados que charlaban con Enrique coinciden con el punto de
vista. De esta manera, justo antes de una batalla en la cual tanto el Rey como
los soldados esperaban morir, el Rey logra convencer a dos de ellos que están a
cargo de su propio destino. Incluso uno de ellos está tan convencido que afirma
que va a utilizar su libre albedrío para luchar a muerte por el Rey.

Es una excelente manera de motivar: las personas son seres libres y


actuarán mucho mejor si toman conciencia de ello.

La jornada de la batalla amaneció lluviosa y gris. Los franceses estaban


listos para atacar. A Enrique le quedaban pocos minutos para levantar el ánimo
de sus tropas y prepararlas para la batalla.

Sabía que sus hombres pensaban que ellos iban a morir y que era
bastante probable que el Rey pudiera salvarse de alguna manera. Para
empeorar la situación, uno de sus comandantes, su primo Westmoreland, en
frente de los hombres, le expresa su deseo de contar con los hombres que
quedaron en Inglaterra.

El discurso de Enrique comienza con la contestación a Westmoreland7:

¿Quién es el que desea eso?


¿Mi primo Westmoreland?. No, mi querido primo.
Si estamos destinados a morir, somos suficientes.
En ese caso, nuestro país saldrá derrotado. Pero si vivimos,
Cuantos menos seamos, más grande será el honor.

7
Shakespeare, William. (1996). Obras completas. Edición bilingüe del Instituto Shakespeare
dirigida por Miguel Angel Conejero. Editorial Cátedra. Madrid, España. Acto 4 Escena 3.
No deseo ni un hombre más…
Ten fe, primo, no desees más hombres de Inglaterra:
No quisiera compartir tan grande honor
Ni siquiera con un hombre más.
Tal es la esperanza que tengo.

En primer lugar, contradice a uno de sus principales comandantes (y


pariente cercano) en frente de sus soldados. Y comienza a explicar su punto: si
ganamos, el honor se repartirá solamente entre nosotros. Al mismo tiempo se
está dirigiendo a sus hombres: estamos frente a una batalla, ustedes son
soldados y esa es su obligación. Lo único que puede quedar al cabo de ella es
el honor.

El honor de los franceses queda devaluado por el hecho de tener muchos


más hombres.

Enrique continúa con su discurso:

¡No desees un solo hombre más!


En vez de eso, Westmoreland, proclama de parte mía
Que aquel que no tenga estómago para esta lucha,
Tiene permiso para partir. Se le dará un salvoconducto
y dinero para el viaje.
No moriremos junto a hombres que
Tengan miedo de morir en nuestra compañía.

El desafío que hace Enrique a sus hombres, lo hace basado en el


conocimiento que muchos de ellos estaban aterrorizados. A todos les ofrece la
posibilidad de la salida. Pero la salida era pública, delante de todo el mundo.

Este desafío también les otorga a los hombres la salida que ellos
suponían que el Rey iba a utilizar para sí mismo. Las tropas creían que el Rey
podía salvarse de la muerte en la batalla, gracias a su posición.

Sabiendo esto, Enrique les hace la misma oferta a todos: váyanse si


quieren, pero sepan que yo me estoy quedando a pelear.
También les dice que no quiere morir con alguien que no quiera morir
con él. Con eso les está diciendo que hay una hermandad en la muerte:
estamos juntos en esto y yo, el Rey, estoy aquí como miembro de esa
hermandad.

El objetivo de Enrique consiste en transformar el miedo a la muerte en


una ventaja y la enorme diferencia social entre el rey y los súbditos en una
hermandad.

Lo único que tenía a mano Enrique era la posibilidad de la muerte. Es


probable que vayamos a morir, pero yo voy a morir con ustedes si ustedes
están dispuestos a morir conmigo.

La muerte es el gran ecualizador que utiliza Enrique para nivelar la


relación con sus hombres: si morimos juntos, ustedes van a morir en compañía
de un Rey.

El día de la batalla es la Fiesta de San Crispin (25 de octubre). Enrique


continúa su discurso puntualizando que, a partir de la batalla, los soldados
celebrarán ese día como un día de gloria:

Este dia es la Fiesta de San Crispin:


Aquel que sobreviva y vuelva a su hogar
Se pondrá de pie cuando se nombre este día…
Quien vea hoy ese día y viva muchos años,
Cada año los vecinos lo invitarán a beber:
Se arremangará el brazo y enseñará las cicatrices:
“¡Son las heridas del dia de San Crispin!”
Los ancianos olvidan; pero cuando todo esté olvidado
recordará las hazañas que hizo ese día.
Entonces nuestros nombres aflorarán en sus labios
De modo fluido: Harry, el Rey, Exeter y Bedford,
Warwick y Talbot, Salisbury y Gloucester.
El hombre honrado deberá educar a su hijo
Para que no pase el dia de San Crispin,
Desde hoy hasta el fin del mundo,
Sin que se acuerden de nosotros

Enrique deja de hablar de la muerte y del honor para describir la vida de


los soldados que sobrevivan. No dice que todos van a sobrevivir, sino de una
manera realista exclama “aquellos que sobrevivan”.

Describe una escena posible en una taberna de Londres en el futuro: un


viejo soldado recordando con orgullo las batallas peleadas. Probablemente los
soldados al escuchar esta parte del discurso habrán sonreído y pensado:
“Enrique realmente nos conoce. Sabe quienes somos y como actuaremos”. Este
es otro claro ejemplo del uso que Enrique hace del conocimiento del lenguaje
del hombre común.

Es importante destacar que en ningún momento del discurso, Enrique


hace referencia a que van a ganar la batalla y van a ser ricos. Esto no hubiera
sido demasiado creíble. Lo que dice es que es posible que algunos sobrevivan.

Concluye el discurso reforzando el concepto de hermandad y volviendo a


hacer referencia al escaso número de hombres:

Nosotros somos pocos, pocos y felices, una banda de hermanos;


Aquel que hoy derrame su sangre junto a mí
Será mi hermano. Por muy humilde que sea, este día ennoblecerá su condición.
Y los nobles en Inglaterra se lamentarán de no haber estado aquí
Y se sentirán inferiores cuando alguien les cuente
Que peleó con nosotros.

Una vez más, Enrique se enfoca en la preocupación de las tropas acerca


de que el Rey podía salvarse por su condición, mientras que ellos estaban
condenados a morir. Por eso puntualiza que él también va a derramar su
sangre y que es su hermano. También les está diciendo: “Imagínense poder
contarle esa historia a sus amigos: yo y el rey contra los franceses con una
desventaja de 10 a 1”

Para poder apelar con éxito a sus soldados como hermanos de sangre,
hace falta un profundo conocimiento del lenguaje y de la cultura.
El éxito también radica en que apela a su orgullo como soldados.
Vinieron a Francia a pelear. No hay motivación más potente que el significado
de la tarea.

Cuando concluye el discurso, Enrique es advertido que los franceses


están a punto de atacar. Concluye diciendo:

Todas las cosas están listas cuando la mente lo está

Las tropas de Enrique tuvieron la oportunidad de abandonar la batalla. Si


eligieron quedarse son “hombres libres” que están en esa situación porque
quieren estar ahí. De hecho, en la batalla, dan lo mejor de sí porque están
altamente motivados.

La motivación la logra mediante la articulación de una visión que tiene


impacto directo en los valores. Involucra a los hombres en la construcción de
esa visión escuchando sus preocupaciones y lidiando inteligentemente con ellas.

Enrique es un líder visible y sus actos refuerzan sus palabras.

Ricardo III

Así como Enrique V no era un héroe perfecto, sino un ser humano con
sus ambigüedades y momentos oscuros, Ricardo III es un villano, pero a la vez
es un mago del poder con gran retórica, una persona brillante, que retiene a
sus seguidores con amenazas terribles y sentimientos de culpa, enredándolos
cada vez más.

El Ricardo III de Shakespeare es un personaje sumamente interesante


que se desenvuelve en una nación sumida en la guerra civil. Todo el país es un
campo de batalla y las distintas familias se combaten mutuamente para obtener
la supremacía.
Ricardo pertenece a la familia York, que lidera uno de los bandos
principales de la contienda. Sus principales enemigos son los Lancaster, familia
a la que pertenece el Rey Enrique VI, hijo del gran Enrique V.

Ricardo está convencido que los que gobiernan en ese momento la


nación, deben ser rápidamente reemplazados.

En los tiempos de Ricardo, dada la velocidad del cambio de un rey a otro,


se hace bastante difícil creer en el derecho divino de los reyes. Lo que hace que
las cosas sucedan es el poder. Ricardo comprende que los actos humanos
pueden modificar la historia.

Ricardo tiene plena conciencia que, si quiere transformarse en Rey,


tendrá que trabajar duro para lograrlo.

Entre Ricardo y la corona se interponen seis personas: El Rey Enrique VI,


Eduardo (hijo del Rey) y en el seno de su propia familia, sus dos hermanos
mayores y sus dos sobrinos, hijos de su hermano mayor.

Seis hombres saludables, de diferente edad, pertenecientes a las dos


familias que están peleando la guerra civil.

Ricardo tenía perfectamente claro que no podía esperar que el destino lo


favoreciera. Tenía que hacer que las cosas sucedan. Era necesario que
sucedieran ciertas acciones para que Ricardo consiguiera lo que quería.

Dejando de lado los métodos que utilizó Ricardo, todas esas


manipulaciones y acciones lo hacen aparecer como algunos personajes
contemporáneos. El mar que mediaba entre él y sus objetivos no iba a secarse.
Para llegar al otro lado, había que nadar.

Ricardo estaba determinado por la ambición y por la emoción del deseo.


Cuando esto sucede, ocurren dos cosas al mismo tiempo: es imperioso ir hacia
delante, pero, al mismo tiempo, a veces no está bien claro cuál es el rumbo. Es
vital actuar, pero cada acción puede ser la equivocada. No es cómodo estar
atrapado en la oscuridad y aguijoneado por las espinas de la acción.

La manera de salir de esa situación es planeando al detalle una


secuencia de actividades complejas.

Ricardo comienza planeando la muerte del Rey Enrique VI y de su hijo


Eduardo. De alguna manera, sus muertes estaban justificadas. Enrique y
Eduardo eran enemigos de Ricardo y este era un guerrero que los iba a matar
en nombre de una legítima disputa entre diferentes facciones del reino.

En realidad, Ricardo ya había planeado que estas dos muertes fueran


solo las primeras de una larga serie, pero aprovecha la disputa con los
Lancaster, en el marco de la Guerra de las Rosas, para justificarlas.

De hecho, gracias a estas muertes, Ricardo gana credibilidad entre su


propia familia, que empieza a percibirlo como un guerrero que está creando un
futuro para todos ellos, cuando en realidad es un hombre, creando su propio
futuro.

Ricardo aparenta ayudar a su familia, cuando en realidad se está


ayudando a sí mismo a conseguir sus objetivos individuales.

Consigue convencer a la princesa Ana para que se case con él, luego de
haber asesinado al suegro y al marido de ella, convenciéndola con el reclamo
de haberlo hecho solo por amor hacia ella.

Dada su condición de naturalista escéptico, Ricardo encuentra un placer


sádico en la manipulación de Ana. Su escepticismo excluye la piedad y su
naturalismo considera a todas las personas como bestias.
En el parlamento inicial de la obra, Ricardo habla del fin de la batalla y
del surgimiento de su hermano Eduardo como el exitoso rey de los York8:

Ya el invierno de nuestro descontento


tornó glorioso estío el sol de York;
las nubes que acechaban nuestra casa
en lo hondo del océano se hundieron.
La victoria enguirnalda nuestras sienes,
nuestras maltrechas armas son trofeos,
trocadas en donaires las alarmas
y en música de gozo aquellas marchas.

Ricardo está celebrando la ascensión al trono de su hermano mayor por


su condición de hijo del Duque de York. Al finalizar el invierno de la guerra, le
da la bienvenida a la calidez generada por el sol de un nuevo rey.

La obra comienza con la promesa de la paz y de colgar las armas. Pero el


lector de Shakespeare sabe que en la obra cronológicamente anterior (Enrique
VI), Ricardo ya había prometido la muerte de sus parientes. De esta manera
queda claro que Ricardo se aparta de la victoria de su familia, debido a su
propia ambición personal.

Esta misma separación de todos los demás, es el hecho que luego


desencadena la caída de Ricardo. No es capaz de disfrutar los tiempos de paz
debido a su naturaleza. Y esto lo demuestra con la continuación de su
discurso9:

¡Vaya! No encuentro en esta paz bucólica


deleites con los que pasar el tiempo
salvo espiar mi sombra al sol y hacer
cien glosas sobre mi deformidad.
Y bien, pues, mi papel no es de galán
en tan corteses, bien hablados días,
dispuesto estoy a mostrarme un villano

8
Shakespeare, William. (1997). Ricardo II, Ricardo III. Ediciones Nueva Visión. Buenos Aires,
Argentina. Acto 1 Escena 1.
9
Shakespeare, William. op.cit. Acto 1 Escena 1
y a odiar los huecos goces de estos días.
Tracé planes, sospechas arriesgadas,
divulgué profecías, ebrios sueños
que al Rey enfrenten con Clarence, mi hermano,
y con odio mortal; si el Rey Eduardo
es tan justo y leal como yo falso,
sutil y traicionero, en este día
será encerrado Clarence.

Minutos después de celebrar que todas las nubes de la guerra se habían


despejado, está tramando poner a su hermano, el Rey Eduardo en contra de su
otro hermano Clarence, para que, al final del día, este último conozca las
mazmorras de la Torre de Londres.

Desde el comienzo de la obra, Shakespeare explica a la audiencia, por


medio de Ricardo, su principal personaje, lo que está sucediendo de manera
dramática. Al compartir esta información con la audiencia, se está separando de
los personajes que lo rodean. La audiencia sabe que es lo que va a pasar, pero
el resto de los personajes no lo sabe.

Esta separación se va acentuando durante toda la obra hasta que


Ricardo consigue la corona. En ese momento, queda completamente solo.

Shakespeare describe a Ricardo III como un líder visionario y muy hábil.


Gracias a dicha habilidad, se organiza a sí mismo y dispone a los demás a los
efectos de poder conseguir sus objetivos. Sin embargo, el liderazgo y la visión
son compartidos por muy pocas personas.

A medida que la obra progresa, y Ricardo se hace cada vez más


poderoso, su visión es compartida cada vez por menos personas.

En realidad, Ricardo le dedica muy poco tiempo a comunicar su visión,


salvo con unos pocos individuos que tiene pensado utilizar a los efectos de
lograr sus objetivos personales.
De hecho, la manera en que Ricardo persigue sus objetivos tiende a
separarlo de los demás. A medida que la separación se agranda, Shakespeare
demuestra, a través de las acciones de Ricardo, qué peligroso puede resultar
estar cerca de una persona tan ambiciosa.

Su hermano Clarence es asesinado en prisión por orden de Ricardo. Sin


embargo, Clarence sigue creyendo que su hermano es su amigo y su abogado.
Al Rey Eduardo, lo elimina con la mala noticia que Clarence (por culpa del rey,
aunque este había retirado la orden de ejecución) está muerto: una palabra
terrible en el momento adecuado puede matar. Al morir el Rey, Ricardo se
transforma en el Lord Protector del reino.

Queda a cargo de la nación, pero no puede ser coronado rey, porque los
dos hijos de Eduardo están vivos. Simplemente tiene que mantenerles el trono
preparado a sus sobrinos.

En una de las escenas siguientes, un grupo de nobles que dependen de


Ricardo, están planificando la coronación del príncipe.

Es una situación típica en las organizaciones: el comité tiene que


preparar la coronación, pero el miembro más importante dentro de ese comité
(Ricardo, el Lord Protector) no está presente. De modo que los demás tienen
que tomar una decisión sin conocer la opinión de Ricardo. En su ausencia,
especulan acerca de sus intenciones10:

Hastings: Bien, nobles pares, nos hemos reunido


para fijar ya la coronación.
Decid, por Dios: ¿cuál es ese real día?
Buckingham: ¿Todo está pronto para el real momento?
Derby: Lo está, solo hace falta fijar fecha
Ely: Mañana, creo, será un día propicio
Buckingham: ¿Quién sabe la opinión del Lord Protector
al respecto? ¿Quién fue su confidente?
Ely: Lo sabría antes que nadie Vuestra Gracia

10
Shakespeare, William. op. cit. Acto 3 Escena 4
Buckingham: ¿Quién? ¿Yo? Nos conocemos bien los rostros,
pero él no sabe más que hay en mi corazón
que yo en los vuestros; ni yo más de su alma
que de la mía vosotros. Lord Hastings, usted se
halla ligado a él por una amistad estrecha
Hastings: Se lo agradezco, y sé cuanto me aprecia,
más qué piensa de la coronación,
ni lo sondeé, ni tuvo a bien mostrar
su graciosa opinión en modo alguno:
pueden fijar ustedes el momento
y yo, en nombre del Protector, daré un voto
que, espero, tomará de buen talante.

Estos son los aliados más cercanos de Ricardo, pero están aterrorizados
de lo que pueda suceder. El Obispo de Ely tiene razón: Buckingham es la
persona más cercana a Ricardo. Pero Buckingham es realista y dice:
“conocemos nuestras caras, pero no nuestros corazones”.

En ese mundo no existía la confianza. Para salir del brete, Buckingham le


pasa la pelota a Hastings.

La realidad indica que, antes del final de ese día, Hastings fue ejecutado
por orden de Ricardo (“¡Que lo maten! ¡Ya encontraremos un motivo!”). El
precio de la proximidad al mundo de Ricardo era demasiado alto.

La ambición de Ricardo lo separó de aquellos que lo rodeaban, en


particular de la familia por la cual había peleado.

Ricardo va creciendo y concretando sus objetivos a lo largo de la obra,


pero cada vez confía menos en las personas que lo rodean.

Ninguno de los que están cerca de él sabe cuál será su próximo paso.
Sea lo que sea, será en su propio beneficio.

En las organizaciones modernas es vital que las personas confíen en lo


que le dicen los que las lideran. Es muy difícil motivar a personas que no creen
nada de lo que les decimos. La construcción de la confianza es una parte
esencial del trabajo del administrador.

A pesar de sus brillantes ideas y de su falta de escrúpulos, Ricardo


necesita de otras personas para poder lograr su objetivo. Necesita personas
comprometidas a las que pueda darles recursos e información.

Cualquier líder depositaría esa confianza en su círculo más cercano. En el


caso de Ricardo, el ambiente de traiciones y asesinatos que creó con sus actos,
deteriora incluso la relación con sus propios aliados.

Una vez que la confianza comienza a evaporarse, se deterioran las


relaciones que son fundamentales para que la organización pueda funcionar
normalmente.

El líder se comunica, pero como nadie le cree, tampoco nadie le dice lo


que realmente está sucediendo. Todo el mundo se mantiene quieto y callado
como consecuencia del miedo.

El último impedimento para la ambición de Ricardo eran sus dos sobrinos.


Cuando los dos príncipes son asesinados en la Torre de Londres por órdenes de
Ricardo, éste se convierte en Rey.

A pesar de haber logrado su objetivo, no fue un momento feliz para


Ricardo. En la historia de Inglaterra, Ricardo III reinó solo por dos años.

Ni bien se corona, comienzan a florecer las conspiraciones en su contra.


Los métodos que utilizó para acceder al poder, le generan el temor acerca de
que otros puedan usar procedimientos similares con él.

Esta es una lección poderosa: si alguien mintió y engañó para llegar al


poder, no podrá reclamarle a los demás que no lo hagan.

Los actos inmorales en orden de obtener poder generan su propia


ansiedad, dado que está claro que otras personas pueden hacer lo mismo.
En el caso de Ricardo, esas conspiraciones se materializan en un enorme
ejército, liderado por el duque de Richmond, el futuro Enrique VII, abuelo de
Elizabeth I, quien reinaba cuando Shakespeare escribió esta obra.

La noche anterior a la batalla entre los ejércitos liderados por Richmond


y Ricardo III, este es visitado en sueños por los fantasmas de todas las
personas que había asesinado. Por supuesto, lo maldicen y le desean lo peor
para el día siguiente. No es la mejor manera de pasar la noche previa a una
batalla decisiva.

Los fantasmas lo atemorizan respecto del futuro y le demuestran que los


delitos que se cometieron en el pasado, nunca permanecen del todo en él.

Ricardo se despierta de sus sueños muy angustiado11:

Ahora es plena medianoche.


Gotas frías de miedo se asientan
en mi carne temblorosa.
¿A quien temo? ¿A mí mismo? Si no hay nadie más…
Los siete pecados cometidos
en algún grado, al tribunal acuden
y me acusan: ¡Culpable, eres culpable!
¡Debo desesperar! No hay quien me ame
y, si muero, no hay alma que se apiade.
¿Por qué habían de apiadarse…si yo mismo
no encuentro en mí piedad para mí mismo?

Este es el resultado final de la historia de Ricardo: cuando está solo,


luego de haber matado a todos los enemigos que se opusieron entre él y sus
objetivos, se encuentra con la persona más peligrosa del reino: él mismo.

Ricardo sabe que los demás han sido asesinados o han desertado. Como
si ese miedo de sí mismo no fuera suficiente, reconoce que, al igual que los
fantasmas de las personas que asesinó, él tampoco se apiada de su propia alma.

11
Shakespeare, William. op.cit. Acto 5 Escena 3
No tuvo piedad de su hermano ni de sus sobrinos, ¿cómo iba a apiadarse
de aquel que los asesinó?. En el momento de su última batalla, Ricardo está
completamente solo.

El día siguiente, pierde la batalla y sus últimas palabras demuestran el


valor que le daba a la corona que consiguió engañando y asesinando. En ese
momento estaba dispuesto a cambiar todo por un caballo. Ricardo muere de
manera humillante, mostrando lo infructuoso de toda esa ambición.

Lo paradójico es que Ricardo se crió en una clase social en donde nunca


faltaban caballos para montar. Al final de toda la trama de mentiras, traiciones
y asesinatos, está dispuesto a cambiar lo conseguido por algo de lo que
siempre dispuso.

Al concluir con la frase “¡Mi reino por un caballo!”, Shakespeare


demuestra la futilidad de la ambición de Ricardo.

El aislamiento de Ricardo, producto de su ambición, es extremo. Es


esencial para cualquier líder entender el proceso que lo condujo hasta esa
situación.

Se podría simplificar la conclusión afirmando que es malo ser ambicioso.


Pero lo que se muestra en la obra es que el aislamiento es fruto de la
combinación de la ambición y el individualismo que excluye a los demás de sus
acciones y de sus esperanzas.

Ricardo demuestra que una clara ambición, combinada con una voluntad
extrema para actuar bajo cualquier circunstancia, puede alcanzar el éxito,
incluso contra todos los pronósticos. Pero en el proceso se pierde la confianza
de todos los que lo rodean.

Shakespeare quiere mostrar que tal tipo de camino hacia el poder puede
“funcionar” pero, en última instancia; se va a volver en contra de la persona
que lo eligió.
El poder, incluso el de un Rey, no puede ser ejercido sin la confianza de
otras personas. La ambición individual llevada al extremo puede lograr el éxito,
pero al mismo tiempo contiene el desastre.

Ricardo III es una clara muestra de lo que ocurre cuando un líder falla
en el lento y meticuloso trabajo de construir relaciones con los demás.

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