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Rostro de mujer

26 de enero 2018
Mancilla Flores Karla Gabriela
Bases teórico-metodológicas de la investigación
Examen extraordinario
Mtro. Cuauhtzin Alejandro Rosales Peña Alfaro
Universidad Autónoma de Querétaro
Introducción

Siempre me he sentido atraída hacia los rostros. El rostro es el reflejo de nuestra


identidad, y a su vez refleja nuestra personalidad y nuestros sentimientos. Es por
eso que capturar estos elementos en una obra artística es tan complejo y a la vez
tan fascinante.

Tanto en el retrato como en el autorretrato hay una búsqueda de identidad, pues


se quiere lograr una imagen que transmita la identidad de la persona a la que se
está retratando. La sonrisa característica de alguien, los lunares, las pecas, los
ojos negros, todo lo que compone el rostro nos da indicios para buscar nuestra
propia interpretación de ellos, ya sea de una forma fiel a la realidad o de una
abstracción de estos rasgos.

Pienso el retrato (y autorretrato) como una forma de reivindicar las identidades de


aquellos a los que les ha sido arrebatada. Por medio de plasmarla en una obra de
arte y crear una imagen “adherida al tiempo”, la identidad de una persona vuelve a
surgir de entre las cenizas para no perderse de nuevo.

Yo veo la realidad que me rodea, tanto en mi propio círculo social como en el resto
del mundo, y veo una sociedad machista la cual se esfuerza en quitarle a la mujer
su rostro para despojarla de su identidad y verla como un mero objeto de consumo
más, como un cuerpo hipersexualizado más, como un número más víctima de ella
misma. Es por eso que para mí es de gran importancia reivindicar el rostro e
identidad de la mujer. Porque no es un objeto, es una persona que vive, ríe, llora,
siente. Y es el rostro el que nos ayuda a expresar nuestros pensamientos y
emociones. El rostro es reflejo de nuestra identidad.

En este ensayo trataré los temas del retrato y el autorretrato e intentaré dar una
idea general de sus orígenes, su historia y su significado. Posteriormente ligaré
estos temas con la búsqueda de una identidad y como estos nos pueden ayudar el
en ámbito feminista para reivindicar la identidad de las mujeres.
Retrato

I. Una breve historia

El retrato ha sido sin duda uno de los géneros protagonistas dentro del arte.
Podemos apreciarlos desde los inicios del arte hasta nuestros días. Al principio
eran un símbolo de poder, de estatus social; con el avance y los cambios sociales,
políticos y económicos, el retrato es ahora accesible para todos, pero no por ello
ha perdido su importancia o su significado.

La aparición del retrato es paralela al nacimiento de las grandes civilizaciones y de


su forma de entender el arte desde sus orígenes […] las primeras manifestaciones
del retrato que podemos encontrar se remontan a la cultura mesopotámica y egipcia
[…] Aunque parece claro que las primeras representaciones humanas tenían un
carácter mágico o sagrado, podemos pensar que ya se unía la imagen al ser
humano y al ser vivo, y era algo que podía combatir las incertidumbres de lo
negativo, como la muerte. (Cano, 2011)

Las representaciones antropomórficas se remontan a los inicios del arte, y es


encontrada en varias formas como la pintura o la escultura. Tenían connotaciones
mágicas y sagradas, pues en varias culturas se utilizaban estas esculturas para
rituales y en actos funerarios. Florencia Deisen (2014) nos dice que el antecedente
del retrato en el antiguo Egipto está relacionado con los “rituales sagrados
egipcios del culto a la muerte y la creencia en una vida más allá de la Tierra”. Se
reconocía la imagen del ser humano, y para ellos ésta era sagrada.

Sin embargo, estos retratos estaban reservados solamente para los que estaban
en el poder:

En el antiguo Egipto sólo los faraones tenían derecho al retrato –aunque fuera más
alusivo que realista y personal-, privilegio que fue extendiéndose a sacerdotes y
altos dignatarios, los únicos aspirantes a la inmortalidad, que se consideraba ligada
al “doble” o al retrato mágico. (Priego, 1985)

Si bien estos antecedentes se pueden clasificar como parte de la historia del


retrato, es en Grecia, en el periodo helenístico, en donde éste es reconocido como
tal y considerado un género artístico:

El retrato como género, en la escultura, comienza a existir, según el historiador


Martín González, durante el periodo Helenístico, pues se comienza a tratar temas
de la vida diaria, comunes; se comienza a representar lo feo, la vejez o lo grotesco
incluso, y con ello se busca la realidad, más naturalista y más alejada de lo
idealizado. (Cano, 2011)
El arte del retrato fue expandiéndose poco a poco, llegando a Roma y alcanzando
una gran importancia: “fueron ellos quienes, a partir del culto a los antepasados,
explotaron y desarrollaron las posibilidades expresivas del arte del retrato;
funcionando como la autoafirmación de la persona retratada, que intenta así pasar
a la posteridad” (Miranda, 2004). Ellos, al igual que en el periodo helenístico,
buscaban el parecido con la realidad y con la persona retratada.

La llegada del Cristianismo hizo que el arte del retrato se viera afectado, pues
algunos filósofos y Padres de esa época veían al cuerpo humano como “cárcel del
alma” y “receptáculo del pecado” (Priego, 1985). El retrato estaba ahora reservado
para los “últimos emperadores romanos y a los bizantinos por la supuesta fuente
divina de su autoridad” (Priego, 1985).

Es hasta que aparece el arte románico y el gótico en dónde el retrato vuelve a


aparecer poco a poco, esto gracias al “ascenso de la cultura ciudadana y una
religión algo menos asfixiante” (Priego, 1985). Paso de ser un género poco
reconocido a uno de los más importantes y reconocidos.

En el Renacimiento el retrato “comienza a tener una función social, teniendo


acceso a la nobleza, clero, comerciantes, humanistas y artistas” (Miranda, 2004).
De aquí en adelante el retrato se posiciona como uno de los géneros
protagonistas dentro del mundo del arte, siendo incluso requisito en varias
academias de arte. En la actualidad el retrato es un tema que atrae a numerosos
artistas por las posibilidades que representa.

II. Significado del retrato

¿Qué significa la palabra retrato? Cano (2011) nos dice que “la palabra retratar, la
acción, viene, a su vez, del latín retrahere, retraer, volver a traer. La traducción
exacta del latín indica la acción de sacar fuera, de recuperar la imagen de la
realidad. Retrato es volver a traer la presencia de quien está en ese momento o
quien ya no está entre los vivos.”

Esta definición nos abre un camino bastante extenso, pues un retrato busca
“recuperar la imagen de la realidad”, busca “traer la presencia” de lo que retrata.
Pero, ¿de qué manera? La forma de realizar un retrato dependerá de lo que se
quiera transmitir, de lo que se quiera recuperar de la realidad, por lo que un retrato
puede ser objetivo “cuando se trata de una imagen con rasgos reconocible en un
contexto decorativo, arquitectónico, político, religioso o social determinado”; o
puede ser subjetivo “cuando hay una relación entre el pintor y el modelo de
carácter personal, sentimental o íntima, y trasciende formal y psicológicamente de
los comúnmente denominado como objetivo” (Cano, 2011). En este ensayo dejaré
de lado el retrato objetivo y me enfocaré en el retrato subjetivo.
El retrato es una interpretación y transcripción, elección para ofrecer la apariencia
exterior de una persona, cualquiera sea el grado de realismo. El retrato es una
descripción […] exige que el artista sea observador, incluso psicólogo, para penetrar
en la personalidad del modelo […] Las ideas de la época sobre un ideal estético
humano se transparentan frecuentemente en el retrato. El retrato viene siempre a
señalar que se atribuye importancia a la identidad personal […] El retrato apunta al
parecido, lucha contra el tiempo en busca de una suerte de inmortalidad de su
modelo. El retrato está adherido al tiempo. (Cano, 2011)

Un retrato subjetivo va más allá de solamente reproducir la imagen de una


persona sobre el lienzo. El artista tiene que tener la sensibilidad y la habilidad de
capturar la personalidad de la persona para lograr una buena representación, para
traer su presencia al lienzo. Y existen muchas maneras de realizarlo, ya sea de
forma hiperrealista, realista o incluso de forma abstracta. El retrato ya no se trata
solamente de la mimesis exacta de la persona, sino que se trata de plasmar en la
obra la personalidad de alguien, su esencia, su identidad. Importa qué es lo que
hace a una persona ser ella, y no alguien más.

Un retrato nos puede decir mucho de una persona. Se puede ver la felicidad, el
enojo, la tristeza, el sufrimiento e incluso el pasado de alguien con solo ver su
rostro; el artista logra plasmar todo esto en un retrato para contar la historia de una
persona y así lograr un dialogo entre la obra y el espectador, en donde el
espectador lee el lenguaje de la obra, del rostro retratado. Lo interpreta, lo
reinterpreta y lo hace suyo, identificándose con la obra y con la persona retratada
en ella.

Los retratos que han permanecido a través del tiempo no solo nos cuentan la
historia de la persona retratada, sino que nos cuentan parte de la historia, un
contexto social, económico y cultural de la época en la que fueron realizados.

Autorretrato

I. Una brevísima historia

El autorretrato está ligado con la aparición del espejo, sin embargo éste no es de
gran relevancia por un buen tiempo hasta que “se le considera un sub género del
retrato en el siglo XIV, cuando se lo asocia con una imagen de introspección
donde se manifiesta el conocimiento de una singularidad. Este adquiere mayor
importancia a finales del Renacimiento, cuando el ser humano presenta nuevas
preocupaciones de carácter humanista” (Deisen, 2014).

Es entonces cuando el autorretrato empieza a tener poco a poco cierta


importancia, hasta que en el siglo XX, el autorretrato “es la identificación suprema
del artista con su arte, reflejo a la vez de sus aspiraciones personales y estéticas.
Una nueva identidad, la figura pintada se convierte en el espejo de su alma”
(Miranda, 2004).

Cabe destacar que el papel de la mujer en la historia del arte es casi nulo por la
gran mayoría del tiempo, y no es hasta fechas recientes que la mujer ha tenido un
mayor reconocimiento en el arte. Siendo esto así, dentro del autorretrato las
mujeres casi no son reconocidas:

Otro factor sociológico es la escasez de autorretratos femeninos en comparación


con los masculinos. Es consecuencia del corto número de mujeres que ejercieron
las Artes en una sociedad patriarcal que las relegaba al placer, la maternidad y los
trabajos domésticos, y las excluía de la cultura. A pesar de todo hubo algunas
miniaturistas y pintoras medievales […] Pero tendrían que pasar siglos para que se
incremente el género. Los autorretratos de Rosalba Carriera, Vigée-Lebrun, Marie
Laurencin, Leonor Fini y tantas otras serán el resultado de la progresiva conquista
de los derechos sociales por los movimientos de liberación femenina. (Priego, 1985)

II. Significado del autorretrato

Si en el retrato el artista busca recuperar la imagen de la persona retratada de la


realidad, en el autorretrato el artista busca recuperar su propia imagen de la
realidad. Y aunque es nuestro rostro, muchas veces es el que más
desconocemos, pues permanece oculto a nuestros ojos (a menos que tengamos
una superficie reflejante a nuestro alcance). Vemos muchos rostros pasar, menos
el nuestro.

Autorretratarse puede ser presentarse ante los demás como uno se ve o quieren
que lo vean, pero también es una forma de estar con uno mismo. Puede ser un acto
meramente descriptivo hacia los demás o hacía sí mismo, en un acto interior […]
uno de los primeros motivos para realizar un retrato, y un autorretrato, sería el amor
[…] el amor sería el móvil de toda imitación, el motor de todo arte, junto con el
egocentrismo, como Leon Battista Alberti esgrimió en su Tratado de Pintura de
1435, donde, por ello, ve en Narciso (y el narcisismo pues) como el comienzo del
autorretrato. (Cano, 2011)

Al igual que el retrato, un autorretrato puede ser objetivo o subjetivo, dependiendo


de la intención del artista, sin embargo lo que a mí me interesa es analizar el lado
subjetivo de éste.

El autorretrato se suele encasillar como un acto narcisista en donde el artista solo


representa el amor que le tiene a su propia imagen. Aunque no descarto esta
posibilidad, al contrario, sé que existen este tipo de autorretratos, también están
los artistas que están en la búsqueda de algo más allá que su propia imagen:
Se dice que el autorretrato es un acto narcisista, pero a mi parecer es más bien una
constante búsqueda de la propia identidad. El autorretrato nace cuando el artista
decide ser su propio objeto de estudio, es la respuesta a la necesidad de conocerse
físicamente, y de saberse de memoria. En la historia del arte el rostro ha sido uno
de los mayores y más complejos objetos a estudiar, y en el caso del autorretrato,
este se considera un ejercicio profundo de autoanálisis, en donde interviene la
mirada subjetiva del artista. (Deisen, 2014)

El autorretrato es “una forma de estar con uno mismo”. Cuando un artista quiere
plasmar su identidad en una obra de arte debe de realizar un ejercicio de
introspección, de auto-reconocimiento. Debe analizar su rostro hasta un punto en
donde sepa con exactitud la ubicación de cada arruga, de cada lunar, los
centímetros que separan una ceja de otra, los pequeños tintes cafés en sus ojos.
Tiene que darse el tiempo de conocerse físicamente, pero también debe darse el
tiempo de conocerse psicológicamente: conocer su ánimo, sus sentimientos y sus
pensamientos para poder plasmarlo con fidelidad en la obra. Tal vez el
autorretrato sea fiel a la realidad y tenga una técnica hiperrealista impecable, o tal
vez es tan abstracto que con solo unas manchas a lo largo del lienzo logra
plasmar su identidad. Pero aquí está el truco: plasmar la identidad. No es cuestión
de la técnica, es cuestión de conocer cada rasgo que hace de nosotros ser como
somos, tanto físicos como psicológicos, para reinterpretarlo y llevarlo a la obra. Es
por eso que el artista debe convertirse en “su propio objeto de estudio”, pues se
necesita conocer en detalle para lograr plasmar su identidad.

Realizar un autorretrato es un proceso en el cual el artista está en búsqueda de su


propia identidad, y al verse reflejado en su obra es cuando puede analizarse y
verse desde la mirada del otro. Así el artista redescubre su identidad:

La función del autorretrato, como lo entendemos tradicionalmente, no es


simplemente un acto de auto-manifestación pues, sino que, al exteriorizarse, el
autor pretende verse a sí mismo a través de la mirada del otro, como los demás le
ven o lo han de ver. En el momento en el que el pintor aísla, de forma independiente
a su semejanza, su rosto, la convierte en “una obra de arte”, está implicando un
grado alto de autoconciencia que supone que el comitente del mismo es el propio
artista, en primera instancia. (Cano, 2011)

Para terminar mi análisis sobre el autorretrato, Alonso Cano (2011) nos dice que
éste “representa también una de las mayores formas de autoafirmación y
reivindicación del propio trabajo y del artista en sí” y representa una especie de
“aquí estuve yo” o “fui yo quien lo realizó”. Es una forma de reivindicar la identidad
del artista, traerla de la realidad y dejarla plasmada en el tiempo.
Retrato y autorretrato como reivindicadores de la identidad

El retrato y el autorretrato tienen entonces la intención de plasmar la identidad de


quien se está retratando. Pues bien, al plasmar la identidad de una persona en
una obra de arte, ésta se deja en evidencia. El espectador observa la obra de arte,
la interpreta y reconoce en ella los códigos de la persona retratada, los códigos de
su identidad. Probablemente se identifique con ella, y puede que no sea así, pero
en todo caso la obra abre en quien la mira una nueva forma de apreciar a la
persona retratada: la reconoce y reconoce su identidad, reivindicándola.

Mediante el retrato también nos podemos referir a una sensibilidad específica y a un


modo de mediar con el mundo, pues el gesto y la actitud, la movilidad o la
inmovilidad, la indumentaria, el color, la mayor o menor complejidad, o la moda, son
elementos que sirven de mediación entre la persona y su entorno. A través de él,
cada uno se pone en relación a los demás, afirma su condición social y su
personalidad, hace gala de valores que defiende, muestra o esconde sus
emociones, es decir, afirma su estar en el mundo. (Cano, 2011)

Andrea Miranda (2004) nos explica un poco más como es que el retrato y en
especial el autorretrato tienen relación con la identidad de una persona:

Este rostro nos diferencia de los demás, creando así un sentido de observación y de
introspección hacia nosotros mismos […] Nuestro rostro nos reafirma como
individuos, de allí la búsqueda de la identidad a través de él, de conocernos y
descubrirnos como individuos […] el autorretrato es asumido como equivalencia del
mismo ser, una analogía de sí mismo. Y el enfrentamiento de unidad y reflejo del
artista y su modelo que son la misma persona. Como conclusión en este sentido: el
autorretrato es identidad.

Desde que somos pequeños asociamos nuestra identidad con nuestro cuerpo, y
aún más con nuestro rostro. Es el rostro el que tiene características tan únicas que
nos diferencian de las demás personas. Pero además, el rostro es el medio por el
cual podemos expresar con mayor facilidad como nos sentimos, nuestras
emociones y nuestros pensamientos. En el autorretrato tratamos de plasmar todos
estos rasgos del rostro que nos hacen únicos, es por eso que el autorretrato es
identidad.

Sin embargo, y como ya dije anteriormente, nuestra identidad no está solamente


en los rasgos físicos que nos caracterizan, sino que también está en nuestra
personalidad, nuestros sentimientos, pensamientos y vivencias; estos se juntan
para formar la identidad de un ser único. Esto no quiere decir que nuestra
identidad no pueda sufrir cambios, al contrario, nuestros rasgos físicos y
psicológicos están en constante evolución, y también lo está nuestra identidad:
La identidad está en constante evolución, y existen grandes revoluciones […] se
dice que la identidad cambia cuando el individuo tiene que pasar por experiencias
dolorosas de periodos de desorganización que lo llevan a configurar una nueva
identidad […] a través del autorretrato, la persona puede encontrar su identidad, y
también el poder entender que un suceso traumático como es la muerte, puede
cambiar los conceptos de identidad y que una persona puede reconsiderarse en el
mundo como un individuo que “renace”.

Esto es aplicado a nivel individual, pero al existir una violencia sistemática hacia
un sector de la población ¿no le deja esto una marca a un conjunto de personas?
Pienso que las mujeres como género han pasado por momentos de pérdida de
identidad al ser oprimidas, violentadas y humilladas por una sociedad machista, y
también al ser representadas en el Arte siempre en relación a la mirada masculina.
Veo en el arte del retrato y del autorretrato la oportunidad de reivindicar nuestra
identidad como mujeres en el arte al transmitir por medio de la obra nuestra
realidad y nuestra identidad no como objetos, sino como sujetos.

Mujeres, sus identidades en el arte

Noelia Domínguez (2014), en su trabajo Frida Kahlo: el autorretrato como


salvación, nos dice:

Tradicionalmente, las mujeres en la cultura patriarcal han sido objeto de la


representación, no sujeto. Lo absoluto ha sido entendido como lo masculino,
mientras que lo relativo como femenino. Desde la antigüedad la mujer ha sido
definida por el hombre, medida en relación con él; la humanidad, por lo tanto, ha
sido entendida como universalmente masculina.

Han existido mujeres artistas a lo largo de la historia, las cuales representaban su


realidad y su identidad, pero estas son una minoría. De esta minoría solo unas
pocas han llegado a ser reconocidas y no han llegado a tener el mismo
protagonismo que muchos de sus contemporáneos hombres. La historia del arte
es realizada y protagonizada por hombres, y no es hasta épocas muy recientes en
donde la mujer por fin empieza a tener voz y reconocimiento como artista.

Avanzado el siglo XX, mujeres artistas plásticas se pronuncian frente a esta visión
unitaria creando imágenes desde su propio punto de vista, rompiendo con el ideal
que representaron –y siguen representando– los artistas que reproducen
estereotipos femeninos de virgen, santa, ángel, musa que obvian al cuerpo real y la
biología, aquellos que para la interpretación masculina de lo que debe ser y hacer
una mujer no son agradables, como la menstruación, el parto, la gordura, la vejez,
etc. (Caldera, 2013)

Existe la necesidad de forjar una identidad de la mujer en Arte que sea no como
objeto, sino como sujeto. Como sujeto capaz de crear la obra, de reflejar en ella su
realidad, su identidad, qué es lo que piensa, qué es lo que siente. No en función
de los cánones masculinos, sino en función de las inquietudes de cada mujer
artista para romper con los estereotipos por los cuales seguimos siendo
representadas, reivindicando nuestra identidad como mujeres.

El autorretrato es una representación de una persona hecha por ella misma, que
implica escudriñarse y conocerse de tal manera que los conceptos personales, la
emocionalidad y el contexto histórico, social, cultural y político del o la artista se
traduzcan reflejándose en su creación […] la experiencia reflexiva nos introduce en
los procesos de conciencia de nuestro propio ser y otredad, al ver la misma realidad
con un rostro diferente o viceversa, el mismo rostro con diferentes realidades […]
cuando se trata de autorretratos hechos por mujeres la empatía que buscan las
artistas gira en torno a la mirada hacia una feminidad real. (Caldera, 2013)

El retrato y el autorretrato permiten la reivindicación de la identidad de la mujer


también a ser “obras espejo”: obras en donde el espectador pueda verse reflejado.
Hablando más específicamente del autorretrato, la auto-representación abre un
canal entre autor-obra-espectador, o en el caso del retrato un canal de la persona
retratada-obra-espectador. El espectador reconoce lo que está plasmado en la
obra, pues descifra los códigos que la artista usó para representar la identidad, lee
la obra. Comparte los sentimientos, reconoce las experiencias plasmadas y, al der
parte de esta dialéctica con la obra, el espectador se refleja en la obra. Se
identifica con la persona detrás de la representación, generando empatía. “Las
artistas que vuelven la mirada sobre sí mismas, permiten a quien ve la obra,
explorar en lo más próximo de su intimidad, ésta se transforma en una imagen
reflectante del o la espectadora, en una imagen especular, una obra espejo”
(Caldera, 2013).

En el retrato y en el autorretrato las mujeres tenemos la oportunidad de reivindicar


nuestra identidad al tener el poder de liberarnos de los cánones patriarcales y
machistas que se nos han impuesto. Reivindicar nuestra identidad contando
nuestra realidad, nuestros pensamientos y nuestro sentir. Esta forma de
representación tiene un gran alcance, pues el rostro oculta un lenguaje que todos
sabemos leer: podemos notar cuando una persona esta triste, enojada, feliz.
Incluso se ven las marcas de su pasado, podemos ver si han sufrido, si tienen
arrepentimientos o han vivido una vida plena.

“El arte es una expresión política, y si lo personal es político, entonces lo personal


también es objeto y contenido para el arte” (Caldera, 2013). Cada vez son más las
artistas que toman este camino y toman su propia vida y sus experiencias para
llevar a cabo un arte en donde utilizan su identidad para romper estereotipos,
para salirse se los cánones y empezar a tener protagonismo dentro del mundo del
arte. Utilizando el su producción como arma de lucha, se dirigen a cualquier
espectador que “requiera una nueva visión del mundo, capaz de subvertir los
amarres socioculturales ya caducos, capaz de conocerse, de disfrutarse sin
complejos y capaz de superar la marginación al sexo femenino, permitiendo la
creación de la propia identidad de las mujeres, para que cada ser sea dueño o
dueña se sí –tanto biológica como psicológicamente- y para que cada mujer sea
sujeta activa y activadora de su propia realidad” (Caldera, 2013).
Conclusiones

Por medio del retrato y del autorretrato, las personas tienen el poder de transmitir
su propia realidad a los demás, generando empatía y reivindicando su identidad.
Esto es de gran ayuda para las mujeres, pues en México vivimos en un contexto
social bastante grave, bastante machista y violento. Pienso que el arte nos va a
ayudar, pues es el reflejo de una sociedad. Si producimos obra que nos permita
reflexionar sobre la realidad e identidad del otro, estaremos un paso más cerca de
crear empatía y eliminar tantas injusticias.

Rostro de mujer. Mi rostro, mi autorretrato, mi reflejo. Porque no soy un número,


no soy un objeto, soy una persona. Con identidad. Con nombre. Una boca: tengo
palabra, tengo una mente, ideas, sueños, pasiones, risas, sabiduría. Unos oídos:
escucho, pienso, siento la música y siento los gritos. Unos ojos: veo, lloro, miro las
cosas hermosas y miro con llanto, enojo y frustración la violencia. Una nariz: huelo
las flores, la sangre, la pintura, el fuego, el amor. Una nariz: yo respiro, estoy viva.
Bibliografía

Caldera, E. (julio-diciembre 2013). La mirada de las otras, autorretratos de artistas


plásticas contemporáneas. Revista venezolana de estudios de la Mujer, 18 (41),
209-224.

Cano, A. (2011). El retrato y el autorretrato contemporáneo tras las huellas de


Durero, Rembrandt y Goya. (Tesis Doctoral). Universidad de Granada, España.

Cid Priego, C. (1985). Algunas reflexiones sobre el autorretrato. Liño: Revista


anual de historia del arte, (5), 177-204.

Deisen Manhey, F. (2014). Autorretrato. Consecuencia del entorno. (Memoria para


optar por título profesional de fotografía). Universidad de Chile, Santiago de Chile.

Domínguez Romero, N. (2014). Aportación a la investigación sobre Mujeres y


Género, Frida Kahlo: El autorretrato como salvación. Sevilla, España: rea digital.

Miranda Ibarra, N. (2004). Video y autorretrato: una estrategia expresiva en busca


de identidad. (Tesis de Licenciatura). Universidad Católica de Temuco, Chile.

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