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1. Tutela preventiva
Uno de los más transcendentales aportes que nos ha legado el Código Civil y
Comercial (en adelante CCyC) es precisamente la regulación del deber de
prevención y la acción preventiva (arts. 1710 a 1714). Tal la notabilidad de ese
instituto que se han aventurado a pronosticar que dicha pretensión preventiva de
daños goza del potencial para abastecer la eficacia procesal, de mejor modo que
el tradicional amparo[31]. Aunque en su regulación civil y comercial se trata de un
remedio general, que, en tanto tal, excede el marco de un medio de tutela
diferencia, se presenta como una tecnología particularmente útil para la defensa
de los consumidores[32], que amerita su especial atención por parte de los
operadores jurídicos.
La Sala II de la Cámara Civil y Comercial de Azul -con un enjundioso voto del Dr.
Galdós- resolvió que era abusiva la exclusión de riesgo en un contrato de seguro
colectivo de accidentes personales que no cubría el siniestro si el asegurado
utilizaba moto o vehículos similares y decretó un mandato de prevención colectivo
dirigido a la autoridad de aplicación, para que presente un estudio detallado
procurando su reformulación o, en su defecto, exprese los motivos que
imposibilitarían tal modificación. Afectando la cláusula abusiva a 11.470 agentes
del Servicio Penitenciario Bonaerense se ordenó notificar a la Superintendencia de
Seguros de la Nación (autoridad de control), a la Caja de Ahorro y Seguros, y al
Servicio Penitenciario Bonaerense para que procedan a notificar a todos los
empleados alcanzados por la póliza respectiva, el carácter voluntario del seguro,
de la cláusula abusiva que contiene y se analice y disponga su reformulación,
considerando todas las implicancias técnicas y económicas pertinentes y –si
correspondiere- su eliminación o replanteo, conforme su incidencia en el precio
final de la prima o, en su defecto, para que argumente y justifique la
razonabilidad de la restricción[36].
2. Competencia
El art. 1109 del CCyC regla que en los contratos celebrados fuera de los
establecimientos comerciales, a distancia y con utilización de medios electrónicos
o similares, se considera lugar de cumplimiento a aquel en el que el consumidor
recibió o debió recibir la prestación. Y allí fija la jurisdicción aplicable,
rechazándose expresamente la cláusula de prórroga de jurisdicción. Una
interpretación literal y aislada de la norma podría conducir a soluciones
seguramente no queridas por el legislador, frente a ciertos tipos de contratos,
como los de turismo. Haciendo una hermenéutica de la referida norma bajo el
prisma del principio protectorio del Derecho del Consumidor e interpretándola en
clave de dialogo “externo” con el beneficio de gratuidad del art. 53 de la LDC e
“interno” con la amplitud de alternativas que, en materia de competencia regula
el art. 2654 del CCyC, se resolvió que una usuaria de servicio de hotelería podía
reclamar una indemnización en la jurisdicción de su domicilio[41].
El art. 2654[42] del digesto sustantivo, para los contratos de consumo en el marco
del Derecho Internacional Privado, regula por separado la situación del consumidor
actor, del caso en que resulta demandado; prescribiendo como regla general
aplicable a ambas hipótesis la no admisión de acuerdo de elección de foro. En el
caso del consumidor demandante atribuye jurisdicción a los tribunales argentinos
cuando alguno de los contactos que allí se indican se localizara en nuestro país,
dando así lugar a la consagración de múltiples foros concurrentes, sin que entre
tales criterios medie relación jerárquica alguna ni de subsidiariedad[43]. En el
supuesto de consumidor accionado, donde la competencia la determina el
domicilio de este último, estamos ante una regla palpablemente protectoria
enderezada a sortear que el consumidor se vea constreñido a defenderse en el
extranjero.
En tanto, llama la atención que el art. 50 de la Ley N° 26.993 haya dispuesto que
la competencia será la del lugar del consumo o uso, el de celebración del contrato,
el del proveedor o prestador o el del domicilio de la citada en garantía, a elección
del consumidor o usuario; prescindiendo de incluir, como apropiadamente lo hace
el art. 58 para los créditos al consumo, el domicilio del consumidor.
Sin perjuicio de lo dicho, lo cierto es que habría significado una técnica de tutela
diferenciada más intensa en favor del consumidor, una reglamentación como la
seguida en el art. 4 del Protocolo de Santa María sobre Jurisdicción Internacional
en materia de Relaciones de Consumo[47], que sienta, como regla general, la
competencia a partir del domicilio del consumidor, sea este actor o
demandado[48]. Por ello, y ante la pregunta acerca de cuál es la competencia en
los contratos de consumo que no encuadran en las normas especiales, nos parece
sumamente interesante el plausible razonamiento de Arias quien propone que,
ante tal laguna, la pauta de competencia del domicilio real del consumidor debe
servir como criterio integrador en el ámbito general de los contratos de consumo
internos[49].
3. Beneficios económicos
B. Asesoramiento
4. Celeridad
A. “Sumariedad” procesal
Un método frecuente para lograr la urgencia requerida por los intereses en juego y
paliar la debilidad de una de las partes es la regulación de procesos cuya
simplificación favorezcan la premura en la solución. El legislador argentino, en la
búsqueda de satisfacer el imperativo constitucional de eficacia procedimental,
concedió al consumidor la posibilidad de acceder al proceso de conocimiento más
abreviado que rija en la jurisdicción del tribunal competente, que corrientemente
será el trámite sumarísimo[88]. Ello a menos que el juez, basado en la complejidad
de la pretensión, valore forzoso un trámite de conocimiento más adecuado,
potestad ésta que se ha respaldado en el mismo imperativo constitucional de
eficacia del art. 42[89], y que se ha patentizado con la reforma introducida por la
Ley n° 26.361 que ha permitido un apartamiento de la regla del proceso más
rápido, cuando la complicación de la pretensión lo amerite. Ahora bien, se ha
prevenido que esa “complejidad” solo puede venir dada por el objeto de la
petición del actor[90]. Ciertamente la “ordinarización” del proceso no debería
acontecer exclusivamente por la dificultad probatoria propuesta por ambas partes
ni por la índole de la defensa, puesto que de lo contrario un ofrecimiento
probatorio amplio o una defensa intrincada, le bastaría al proveedor demandado
para conseguir extraer al consumidor del beneficio procesal de celeridad[91], en
claro detrimento del principio protectorio que la disposición legal ha intentado
robustecer.
Este medio procesal-constitucional del amparo, como vía preferente para la tutela
de los consumidores, se exportó al ámbito provincial. El otrora novedoso Código
Procesal Constitucional de Tucumán, incluso, cuenta con regulación específica del
amparo colectivo en su capítulo V para la tutela de los intereses del consumidor y
de los usuarios de servicios públicos, entre otros bienes que, por su naturaleza
transindividual, merecen estar sujetos a un procedimiento especial[100].
7. “Colectivización” procesal
A. Fundamento
B. Legitimación
C. El procedimiento colectivo
8. Fuero especial
Finalmente, si bien no nos encontramos ante un “Código Procesal para ese Fuero
del Consumo” strictu sensu, como máximo nivel al que la tutela procesal
diferenciada puede aspirar, lo cierto es que la Ley N° 26.993 se avecina bastante,
puesto que regula un específico procedimiento, que pretende satisfacer principios
de celeridad, inmediación, economía procesal, oralidad, gratuidad, de
conformidad a lo establecido en el art. 42 de la Constitución[221]. En este punto,
la técnica legislativa adoptada, de acompañar la creación del nuevo fuero con un
proceso específico, deviene sumamente meritoria.
Ahora bien, hasta que llegue la hora de que tal evolución pueda plasmarse en la
realidad, debe bregarse por incorporar progresivamente la perspectiva
constitucional y convencional de tutela efectiva y diferenciada de los
consumidores, corrigiendo la clásica organización del proceso judicial, a través de
las tecnologías procedimentales e instrumentales enunciadas a lo largo del
presente, en aquellas decisiones que comprometan los intereses de este sector
vulnerable, garantizando el acceso y tramitación en la justicia, para alcanzar la
igualdad real y la preservación de la dignidad de la persona; proclamadas
vehementemente en nuestra Legislación Suprema, en los Tratados de Derechos
Humanos y en el CCyC (arts. 51, 52, 1097, 1098 y concordantes). Y la mencionada
progresividad no debe ser concebida como una mera expresión de deseos, sino
como principio normativo activo y concreto que, proveniente del sistema
internacional de derechos humanos, está destinado a comprender a los aspectos
institucionales, normativos -sustanciales y también procesales, de la defensa de los
consumidores[234].
Notas [arriba] -