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Emiliano Quintana Villalobos

§ 40 La disposición afectiva fundamental de la angustia como modo eminente de la


aperturidad del Dasein

En los parágrafos precedentes, Heidegger ha recorrido los momentos constituyentes del


estar-en-el-mundo. Ha pretendido mostrar que antes de ser la relación de un sujeto con un
objeto, la existencia, eso que en cada caso somos, se muestra como un fenómeno complejo
y unitario en la cotidianidad. Ahora bien, dicha unidad –nos lo dice en el parágrafo 39- no
se obtiene mediante el ensamblaje de sus elementos. Para mostrarla, hace falta atravesar el
todo de las estructuras y dar con el fenómeno originariamente unitario en que éstas se
fundan. De manera que es en el fenómeno de la angustia donde se atisba una posibilidad de
apertura del Dasein que lo haga transparente para él mismo; es decir, que le permita dirigir
la mirada a sí de forma simplificada.

La angustia es en primer lugar una disposición afectiva. Eran tres las características
de la disposición afectiva como existenciario: ésta abre al Dasein para sí mismo, lo abre
como ser-en-el-mundo y permite que el mundo le comparezca. Que lo abra para sí mismo
quiere decir que en el estado de ánimo la existencia se le manifiesta como carga, se le hace
patente que en su ser le va su ser. Propiamente hablando, el Dasein siempre se encuentra en
la disposición afectiva. Ésta muestra, dice Heidegger, “como uno está y como a uno le va”.
Por ello no se trata de un estado interior o subjetivo que modifique nuestra percepción de
un mundo externo. El estado de ánimo adviene, pertenece al mundo porque es desde él que
éste se abre. Así pues, no es primariamente en la intuición que los “objetos” nos aparecen,
sino que éstos ya han comparecido siempre desde cierto estado de ánimo.

No obstante, si el estado de ánimo abre al Dasein para sí en su condición de


arrojado, dicha apertura no es en general explícita para el Dasein. Como escribe Heidegger:
“El estado de ánimo no abre mirando hacia la condición de arrojado, sino que en la forma
de una conversión o una aversión. De ordinario, el estado de ánimo no se vuelve hacia el
carácter de carga que el Dasein manifiesta en él, y menos aún cuando se encuentra liberado
de esa carga en el estado de ánimo elevado”1. Por lo tanto, en la medida en que lo pone
ante sí, lo hace en el modo de la huida. Al estar entregado por completo a la ocupación en
el mundo del “Uno” y la “publicidad” el Dasein se olvida de sí. ¿Pero qué ocurre con la
1
Martin Heidegger, Ser y tiempo, § 29, p.155. Trad. Jorge Eduardo Rivera. Madrid, Trotta, 2012.
Emiliano Quintana Villalobos

angustia? ¿Qué la distingue de la apertura que pueden proporcionar otros estados de ánimo?
La cuestión radica en establecer si la angustia puede ser una disposición afectiva
“eminente” y por qué. O como lo formula Heidegger: “¿De qué modo en la angustia el
Dasein es llevado ante sí mismo por su propio ser, de tal manera que el ente que la angustia
abre en cuanto tal pueda ser determinado fenomenológicamente en su ser, o que esta
determinación pueda al menos recibir una preparación suficiente?”2.

La caída había sido caracterizada como una huida. En el absorberse del mundo del
Uno, las posibilidades del Dasein quedaban delineadas a partir de las habladurías, la avidez
de novedades y la ambigüedad. En su existencia cotidiana, el Dasein no es jamás él mismo.
No obstante, esta caracterización no es negativa. Al contrario, aquello que positivamente
hace manifiesto, aunque de manera no temática, es que a lo que se le da la espalda es a la
apertura. Pues en la huida se muestra de igual forma, que sólo en la medida en que el
Dasein es apertura puede huir de sí, puesto que aquello de lo que huye es de sí mismo. Así
pues, la caída no es algo que hay que apartar teoréticamente para poder encontrar la
“esencia” del Dasein. Sino que es desde ella, como terreno fértil, donde se puede averiguar
ontológicamente algo sobre el Dasein mediante una “vuelta hacia atrás
fenomenológicamente interpretativa”3. No se trata de dar la espalda en la cotidianidad, sino
de sumergirse aún más en ella.

Para lograr esto, es necesario distinguir entre la angustia y el miedo. Existe entre
ellos una afinidad fenoménica –nos dice Heidegger- pero no se confunden. El miedo es
siempre de un ente. Como señala él mismo: “el ante-qué del miedo es siempre un ente
perjudicial intramundano que desde una cierta zona se acerca en la cercanía y que, no
obstante, puede no alcanzarnos”4. Pero en la angustia no se trata de un ente, aquello de lo
que se huye en la caída no puede comparecer intramundanamente, puesto que la caída es un
absorberse en los entes. La cuestión es que aquello de lo que la angustia se angustia es el
propio ser-en-el-mundo. Así en ella “La totalidad respeccional –intramundanamente
descubierta- de lo a la mano o de lo que está-ahí, carece, como tal, de toda importancia.

2
Ibíd., § 40, pp. 202-203.
3
Ibíd., p. 203.
4
Ibíd., p.204.
Emiliano Quintana Villalobos

Toda entera se viene abajo. El mundo adquiere el carácter de una total insignificancia”5.
Tan lejano que no puede comparecer pero tan cercano que corta el aliento, el ante-qué no
está en ninguna parte, es nada, pero no como no-ser, sino como la apertura misma. Aquello
que se manifiesta es pues, la pura posibilidad de todo comparecer y de toda mundaneidad.

No obstante Heidegger nos recuerda que el mundo sólo se concibe propiamente


como ser-en-el-mundo. Así pues, la angustia no sólo tiene un ante-qué, sino un por. En ella
el mundo se desfonda para el Dasein, se vuelve insignificativo. En la medida en que es
indeterminada “la angustia le quita al Dasein la posibilidad de comprenderse a sí mismo en
forma cadente a partir del «mundo» y a partir del estado interpretativo público. Arroja al
Dasein de vuelta hacia aquello por lo que él se angustia, hacia su propio poder-estar-en-el-
mundo”6. De tal manera que aquello por lo que el Dasein se angustia es por su propio ser
como esencialmente proyectivo. Al aislarlo de las posibilidades desde las que siempre se
comprende, la angustia lo muestra como ser posible. Y es así que aquello por lo que la
angustia se angustia resulta ser aquello ante lo que se angustia: el estar-en-el-mundo–señala
Heidegger. Pues se puede señalar que en la angustia se da una identidad entre el abrir y lo
abierto, entre el ante-qué de la angustia y el por, o dicho de otra manera entre el mundo
como mundo y el poder-ser como posibilidad arrojada7. En la angustia el Dasein es llevado
ante el mundo y ante sí en cuanto posibilidad y apertura, se muestra que es el ente al que en
su ser le va su ser. Sólo así, y por lo tanto no como sujeto aislado, es solus ipse.

Según Heidegger cotidianamente damos cuenta de la angustia y decimos que en ella


uno se siente in-hóspito (Un-heimliche). Se indicaría así la indeterminación de esta
disposición afectiva, su no estar en ninguna parte. Pero de la misma manera al no-estar-en
casa. El estar-en como caída tenía el carácter del habitar, de lo familiar. En las habladurías,
la avidez de novedades y la ambigüedad todo se encuentra ya comprendido, no hay
asombro alguno. Pero la angustia, al suspender el absorberse del Dasein en el «mundo» lo
aísla y el estar-en cobra el carácter de- no-estar-en-casa. De manera que con este análisis
queda también explicitado ante qué huye el Dasein en la caída. A saber: “No huye ante un
ente intramundano, sino precisamente hacia él, en cuanto ente en el que la ocupación,

5
Ibíd., pp. 204-205.
6
Ibíd., p.206.
7
Ídem.
Emiliano Quintana Villalobos

perdida en el uno, puede estar en tranquila familiaridad”8. La caída es pues una huida del
no-estar-en-casa que en cada caso es el Dasein como ser-en-el-mundo “arrojado y
entregado a sí mismo en su ser”, hacia el familiar y tranquilizante absorberse en el ente
intramundano. Y si bien en la cotidianidad el Dasein trata de atenuar lo inhóspito de la
angustia, ésta pertenece a la constitución ontológica del propio Dasein, es un modo de ser.
Por lo tanto: “el tranquilo y familiar estar-en el mundo es un modo de la desazón del
Dasein, y no al revés. El no-estar-en-casa debe ser concebido ontológico-existencialmente
como el fenómeno más originario”9.

En este sentido, aquello que hace patente la angustia es un problema ontológico.


Antes de que las interpretaciones teológicas, psicológicas o fisiológicas puedan dar cuenta
de ella, se encuentra el hecho de que la angustia determina de forma constituyente el ser-en-
el-mundo. El miedo, con el que usualmente se confunde, no es otra cosa que una angustia
caída, oculta para sí misma. La angustia es infrecuente, pero esa característica suya le
confiere una especial importancia metodológica. Si se trataba de atravesar el todo de las
estructuras, la angustia lo logra porque –señala Heidegger- ella aísla. Es así que abre para el
Dasein posibilidades que le son fundamentales:

Ese aislamiento recobra al Dasein sacándolo de su caída, y le revela la propiedad e


impropiedad como posibilidades de su ser. Estas posibilidades fundamentales del
Dasein, Dasein que es cada vez el mío, se muestran en la angustia tales como son en
sí mismas, no desfiguradas por el ente intramundano al que el Dasein inmediata y
regularmente se aferra10.

Posibilidades atisbadas aquí, pero que aún necesitan del esclarecimiento del cuidado como
ser del Dasein.

8
Ibíd., p.207.
9
Ibíd., p.208.
10
Ibíd., p.209.

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