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Universidad de Santiago de Chile

Magíster de Literatura hispanoamericana y chilena


Cátedra: Literatura siglos XX y XXI
Profesora: Marcela Orellana
Año: 2018

Felipe Pérez Liberona


1er Año

Convenio 169: sobre los pueblos indígenas y sus relaciones con los estados

El presente texto tratará de sintetizar los principales acuerdos suscritos en el convenio 169
de la Organización Mundial del Trabajo (ILO en adelante), que regula las relaciones entre los estados
y los pueblos indígenas y tribales. Asimismo, se intentará interpretar alguno de los principios
generales de la ILO a través de un poema de Jaime Huenún “Huachihue” (Huenún, 1999: 26), con el
fin de reconocer los aciertos del documento prescrito por el organismo internacional.

Los principios generales establecidos por la ILO buscan sentar bases jurídicas para la
creación de una legalidad adecuada para los pueblos indígenas. Grosso modo, en la primera parte
se encuentran los lineamientos generales que prescriben las definiciones de los pueblos indígenas
y las formas de vinculación entre estos y los estados. Principalmente, se reconoce a los pueblos
según tres tópicos esenciales: a) pueblos indígenas existentes en los diversos países, quienes se
gobiernan parcial o totalmente bajo su tradición. b) Las personas que descienden de habitantes
indígenas exterminados o mezclados con colonizadores o conquistadores. c) Estos grupos poseen
un autoreconocimiento identitario, una especie de conciencia de sí, de quienes son y de su cultura
(ILO, 1989: 2). En la parte II se habla sobre una condición elemental para la vida de los pueblos
originarios, a saber, el territorio. La tierra es el espacio donde la cultura indígena se realiza; al mismo
tiempo, es la fuente de supervivencia económica. Por lo tanto, los estados que suscriben este
acuerdo deben hacer uso de la prudencia, en especial ante el diseño de políticas públicas aplicado
sobre el territorio ocupado por las etnias reconocidas.

El resto del documento aborda (partes III a VIII) las responsabilidades que los estados deben
asumir con los pueblos indígenas, una defensa de los derechos humanos y sociales. La parte III
concentra el cumplimiento de ciertos parámetros formativos en la relación capital-trabajo que los
estados deben considerar en sus legislaciones laborales. En la parte IV, el foco está puesto en la
educación profesional y en el desarrollo de actividades económicas. La parte V se encarga de la
seguridad social y de la salud de las poblaciones aborígenes, a través de una recomendación
transversal: sentar jurisprudencia sobre el aseguramiento del bienestar de los grupos indígenas
reconocidos. El apartado VI encara los derechos a la educación de los pueblos indígenas, se enfatiza
la incorporación de las tradiciones y de los saberes de cada etnia a los currículos educativos de
trabajo; además, se permite a estos grupos minoritarios poder crear sus propias instituciones
educativas. Asimismo, la educación se extiende hacia el uso del idioma, pues se induce a la
enseñanza de la propia lengua –particular- y una segunda lengua de uso nacional –general-, con el
fin de integrar a las comunidades indígenas como parte de la comunidad nacional. Por último, se
aconseja a los estados suscriptores elaborar órganos mediáticos cuyo objetivo sea difundir
informaciones de uso público para los pueblos aborígenes. Las partes VII y VIII describen las
instancias que los estados deben emprender para la vida de las poblaciones indígenas más allá de
sus fronteras, así como incentivar la creación de una entidad que administre los programas
orientados a beneficiar a los aborígenes.

Si nos detenemos en la parte II, sin lugar a dudas el problema crucial de los pueblos
indígenas, la definición que presenta el organismo internacional respecto de la tierra y del territorio
tiene cercanías concretas con el valor que asigna un pueblo a su espacio de vida. Un ejemplo es el
caso mapuche. La dimensión espiritual forjada entre los sujetos y la tierra es constitutiva. La
experiencia repetitiva de las actividades económicas de subsistencia, la agricultura, la ganadería, la
pesca, pueden ser captadas por experiencias literarias-intelectuales y ser sublimadas. Una
ceremonia incrustada en el poemario de Jaime Huenún es suficiente para entender tal sublimación.
En el “Huachihue” se encuentran el nomadismo con el sedentarismo; la siembra es metamorfoseada
a través de sutiles transformaciones metafóricas; el final del ciclo-poema es un doble corte de rama:
por un lado, es segar el lazo que el individuo mantiene con la tierra, mientras su alimento crece; por
otro, es el acto de corte mismo, el acto práctico de la extracción. Si revisamos el poema de Huenún
nos damos cuenta de esto:

“En los bosques nublados de la Gran Tierra del Sur


graznan los choroyes.
El paso sobrevuelan del viajero humilde
que busca el árbol sagrado, el árbol de la luz.
A mar huele ese viento de montes y espesuras,
a silencio hundido en los arroyos altos.
(Silencio ha de tener el paso, caminante,
silencio ha de entregar el corazón cansado).
La mañana anuncia pájaros adivinos
ocultos en las sombras húmedas del monte.
Por eso tú caminas al filo de los aires,
por eso botarás un poco de comida.
Sólo así se llega al laurel despierto,
sólo así podrás cortar una ramita.
Con ella harás el arco del tiempo y el destino,
la suerte de tu andanza bajo la luz del sol” (Huenún, 1999: 26).

En síntesis, esa dimensión espiritual de cercanía, esa proximidad que Occidente sólo ha
concebido entre prójimos, entre humanos, es la que la tierra produce con los pueblos indígenas, en
el caso de este escrito, los mapuche. Con este simple ejercicio se puede refrendar esa idea
enunciada por la ILO, concebido en el siguiente principio “(…) los gobiernos deberán respetar la
importancia especial que para las culturas y valores esperituales de los pueblos interesados
[indígenas] reviste su relación con las tierras y territorios” (ILO, 1989: 5).

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