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BIBLIOTECA DE JURISPRUDENCIA, FILOSOFIA É HISTORIA

ESCUELA CRTMINOLOGICA
POSITIVISTA
POR

C. LOMBROSO. -E. FERRI

R. GAROFALO. - G. FIORETTI

MADRID
LA ESPARA MODERNA
Cuesta Sto. Domingo, 16.
T e l L f , 860,
Es propiedatl.
(Juatlubccho el tlepbsito que
inarcw l u ley.

AGUST~NAVRIAL, impresor.-San Bernnrdo, 92.


Xeláfono n-,3,074
PREFACIO

-A, los señores Bonghi, Zanardeiii,


D e Renzis,

S dedicamos este libro, porque hasta ahora


sois casi los únicos, entre nuestros hombres
políticos, que habéis reconocido públicamente
la importancia de un propósito que tiende á elevar
el derecho penal desde el silogistico apriorismo juri-
dico á la fecunda amplitud de una ciencia social que
busca las causas naturales y los eficaces remedios de
la criminalidad, tan grave en nuestro pais.
Y os lo dedicamos tambien porque, en vuestro sen-
tir, mientras entrevemos abrirse un nuevo campo
donde pueda discutirse esta reforma y realizarse en
todo 6 eii parte, saludamos, sin embargo, la desapari-
ción de aquella densa niebla de prejuicios que envol-
vi6 hasta ahora nuestras doctrinas, culpables nada
más que de haber preferido también á los infecun-
dos y peligrosos senderos de la metafísica el ancho
camino de las investigaciones positivas y de sus in-
duccioiies mhs seguras en el estudio de los delitos y
de las penas.
6 LA ESCUELA

Basta ahora, m$s bien que & las discrrsiones dia-


léctica~y pol6rnicas, nos habíamos consagrado al de-
tenido estudio de los hechos, porque 5 Bstos fihbamos
y fiamos sobre todo la difusión de nuestras ideas.
Y en la palestra científica fuimos alentados y ayu-
dados poco & poco por una falange cada vez m&snu-
merosa de valientes compaiieros de armas ; ú obtuvi-
mos criticas serias y fecundas, fruto de concienzudos
estudios, de no pocos hombres de ciencia extranjeros,
como Billiakoff, Troyski, Maury, Tarde, Gretener,
Drill, Liszt, Kirchemheim, Beuedikt, Reger, Tauffer,
Pérez, Giuyau y tantos otros, la mayor parte de los
cuales, reconociendo después 18 'verdad de nuestras
fundamentales doctrinas, fueron 6 son mucho más
nuestros eficaces colaboradores que criticús ndversos.
Pues bien; en Italia, salvo raras excepciones (A quie-
nes rendimos pleitohomenaje en este libro), no hemos
encontrado adversarios que quisiesen b pudiesca dar-
nos la batalla, con argumeiitos y no con injurias 6
anatemas.
Pero un ataque, tan superficial como caballeroso
y agudo, publicado por Arístides Gabelli eil la Nueva
AntoZogZa, nos ha convencido de una cosa, y es: que
si los libros de hechos son armas eficaces en el palen-
que cerrado de la ciencia, fuera de esta no llega al
público distraído más que el rumor de la batalla, sin
que discierna bien las armas, los armados y las razo-
nes de la contienda.
En efecto, en el campo de la opinión pública nos
hemos visto envueltos por el acre humo de una leyenda
acerca de impunidad de los malhechores y de tras-
kornos morales y sociales, leyenda que nuestros nd-
versarios crearon en torno nuestro por las malas artes
que nos dejaron en las venas los c6mplices de los an-
CRIMINOL~GICAPOSITIVISTA 7
tiguos dominadores, 6 porque sólo de oidas nos juz-
gaban, sin conocer ni de vista nuestras doctrinas, y
decidiéndose muchos de ellos á, leernos despues de ha-
bernos acusado.
En vano contrapusimos entonces otros volúmenes
de rigurosas indagaciones científicas á, los artículos y
folletos semiclandestinos; l a leyenda continuaba di-
fundiéndose y adquiria formas tan grotescas, presen-
thndonos como otros tantos herejes ingertos en nihi-
listas, que más de una vez hubimos de recordar las
palabras de la escritora Jorge Snnd: «Comprendo que
se discutan y combatan las conclusiones de un adver-
sario, pero no concibo que de propósito se desfigure
su pensamiento para poder condenarlo; y al ver cómo
se repite este hecho en todos tiempos y contra todas
las ideas, siempre me asombro de que el general ho-
rror á, la Iiiquisición no haya bastado para curar á
los hombres de esa mania furiosa de persecución re-
cíproca ; parece que la critica deplora no tener el ver-
dugo á la derecha y la hoguera b la izquierda, para
que la ayuden en sus requisitorias .
Comprendemos que no cultivAndose ya la ciencia,
en los monasterios, aislados del mundo, debe cimen-
tar su vitalidad, no s61o en las vías amplias -y sere-
nas de las observaciones naturales, sino aun entre los
mil senderos tortuosos de la vida cotidiana, añadiendo
los arrojos polémicos de la táctica de guerrilla á, los
mesurados cálculos de l a estrategia.
Por eso, aprovechando la ocasi6n del articulo de
Gabelli (el cual, si bien tiene de c o m h con las otras
criticas italianas un conocimiento harto incompleto
de nuestras doctrinas, por lo menos guarda las apa-
riencias de la seriedad científica, y las seducciones de
l a forma, silogistica), hemos abandonado por un mo-
8 LA ESCUELA CRIMINOLÓGICA POSITIVISTA
- ---

mento las investigaciones severas, para acudir A la


lid contra los menos ingenuos 6 los más respetables
de nuestros adversarios (1).
A los cuales, estrechAndoles la mano cabatlleresca-
mente antes de comenzar el combate, les rogamos
por último que se fijen en un hecho digno de atención
y prueba de la fecundidad de nuestra tendencia cien-
tífica: el hecho bien raro, de que cuatro personas, á
pesar de los diversos lugares y tiempo de su naci-
miento, de la educación científica y hasta de las opi-
niones políticas, estén de acuerdo en la discusión do
arduos y elevados problemas de ciencia social, sin
tener la pretensión (que seria de rigor entre los me-
tafísicos) de haber descubierto cada uno de por sí un
sistemilla filosófico, al cual debiera corresponder el
monopolio de las eternas verdades.-C. LOMBROSO.-
E. FERRI.-R. GAROFALO.-G. FIORETTI.

(1) Por deber de lealtad hemos de decir que, entre los res-
petables adversarios que publicaron criticas antes de impri-
mirse este tomo, se halla tambien Fulci, con s u folleto acerca
de La Nueva escuela penal (Messina, 1885). Pero si no nos he-
mos ocupado de 61, sblo ha sido porque recibimos tarde su
opiisculo.
DE CÉSAR LOMBROSO

Respuestas a Gabetli, Orano, Monti, Tarde, a los juriscon-


sultos y a l a leyenda vulgar.

aUna teoría que teniendo el delito por una enfer-


medad 6 una locura, por natural antítesis hace de la
virtud un delirio, del heroísmo un frenesí, de la cari-
dad no se sabe qué otro procedimiento, mezcla de un
modo confuso las nociones del bien y del mal y los
anula, hace inicua la pena, absurda la recompensa,
bestial la justicia humana 6 imposible la divina; y
poniendo á, la sociedad entera en la necesidad de
cambiar por completo sus cbdigos, leyes, costumbres
y hasta su mismo lenguaje, la conduciría á, una exis-
tencia belicosa, aún míls abyecta que la de las tribus
más salvajes de la tierra conocida,»
Así nos trataba un ex-hbroe, un ex-demócrata, con-
vertido de pronto en tribuno acadbmico 6 eclesiílstico.
Y estas son caricias. Hay el ex-ministro que nos mo-
teja nada menos que de U enemigos de la libertad hu-
mana,. Hay el bueno y virtuoso sacerdote que á. ratos
perdidos, entre una jaculatoria y un serm611, cree
tratar del derecho penal y (jay de mi!) de filosofía, y
10 LA ESCUELA

nos suelta excomuniones mucho m6s tremendas. Hay


el pobre curia1 que cree destrozarnos con signos de
admiración, signos interrogantes y puntos suspen-
sivos.
Pero nosotros no nos damos por entendidos; por-
que responder $ las frases cuando se manejan hechos,
3' á los artículos cuando se publican pensados volú-
menes, es tan poco generoso como si acorazados de
acero y armados de espada nos batiésemos contra
quieri. nos embiste con montones de papeles 6 con
gritos.
Pero es muy diferente el caso cuando se trata de
un escrito que lleva la firma de Gabelli, la cual podia
ser para nosotros prenda de que no nos habria juz-
gado, como aquBllos, sin habernos leido, ni leido sin
comprendernos, por esa especie de cataratas que cie-
gan á los hombres m8s honrados cuando esttin preve-
nidos por una educación 6 convicción adversa, en
particular teológica. Tanto inhs, habiéndose publicado
ese escrito en una de nuestras mejores Revistas y con
toda la apariencia de querer discutir en serio y no
con caricaturas, epigramas 6 excomuniones.
En efecto, hay en 61 una tentativa de esamen que
& primera vista tiene aires de diligente y de iinpar-
cial. Pero, volviendo B leerlo con un poco de aten-
ción, adviertese en seguida con asombro que, inien-
tras que Sommer, Flesch y Kilecizt, en Alemania;
Lacassagne , Letourneau , Bournet , Tarde, Bordier,
Tane, Pavlovski, etc., en Francia ; Drill, Bilikow
y Troyevski , en Rusia, y Ramlot , Warnot, Heger,
Prias, etc., en BBlgica , estudiaron al;O U ~ O Saiios $
muchos centenares de delii~cuentes, antes de criticar
m.-~strosresultados, Gabelli los condena, no s61o sin
coln~robarlo~, sino que sin leerlos, y juzgando de
.-
CRIBIINOLÓGIGA POSITIVISTA
- -
11
oidas por la leyenda que entre los más circula. No
habiendo recorrido bien ni siquiera el índice, olvida
alli por completo los estudios acerca de las gregue-
rfas, de los afectos, de la inteligencia de los reos;
acerca del daltonismo y del zurdismo, acerca de las
causas de los delitos y modo de precaverlos, asun-
tos que tanta parte de mi libro ocupan. Y olvida alli
!as numerosas investigaciones pletismográficas res-
pecto B los suicidios y á los delincuentes pasionales,
y, sobre todo, olvida que toda investigación somática
se confront6 con otras hechas, no s61o en locos, sino
que tambikn en hombres honrados y cuerdos (estu-
(liantes y soldados).
Excepto alguna frase, ignora todos los descubri-
~iientosfisiológicos y psicológicos acerca de las va-
rias especies de reos, descubrimieiitos contenidos en
los seis tomos del Archivo d e Psiquiatria, en la Re-
vista Filosófica, en la Revista Cientifica y en todas las
publicaciones de la Biblioteca A~zt~opoldgico-Ju~~idica
(Barzilai, Pavia, Se tti ,Fioretti, Puglia); y del mismo
Ferri s61o ha visto la edición de un libro redactado
por Bste cuando aiZn era estudiante.
Y lo que todavía nos causa in&s pena es el obser-
var que aún es poca esta negligencia eii comparación
con la que resulta en las conclusiones críticas, en las
cuales olvida Gabelli su mismo inexactísimo resumen
preliminar.
En efecto, despues de haber declarado allí que,
aparte del cráiieo y de la cara, eran otras muchas
inis investigaciones, escribe el resto de la critica
como si Bstas s61o se hubiesen limitado al cráneo;
juicio, á decir verdad, común de todas las personas
que no han leido mi libro y se imaginan que es una
especie de cábala basada en el crrineo. Participa por
12 LA ESCUELA

completo de esta opinión, y cree en serio que he res-


taurado el sistema de Gall; y llega hasta á decir,
como muchas comadres, que yo querria hacer conde-
nar $ los hombres sólo por la forma del cráneo 6 por
las orejas salientes 6 los labios delgados; mientras
que no he creído todo esto ni siquiera digno de discu-
tirse, cuanto menos de aprobarse (1).
No se ha fijado en que hasta mis estudios craneoló-
gicos se basan en la capacidad y en la patología de
los huesos craneales, comparados en los locos, en los
sanos y en los criminales; en la microcefalia, plagio-
cefalia , oxicefalia , platicefalia , etc., que tienen que
ver con el sistema de Gall como la anatomía quirúr-
gica de la mano con la quiromancia. Y que, adem&s
del crhneo, examine las anomalías de las orejas, de
la nariz, etc.
Pero A este propósito, y para justificar la impor-
tancia dada por mi á las orejas salientes, 5 las asi-
metría~ cranea!es, etc., conviene saber que hace
varios años los alienistas descubrieron un hecho que
no habia trascendido aún al mundo profano, á la me-
dicina: el de la degeneración de nuestra raza por
influjo de los alcohólicos, de la herencia, etc. Esta
degeneración termina por la esterilidad, la locura 6
el delito, y se conoce al exterior por una serie de ano-
malías en las orejas, en el cráneo, en los 6rganos
genitales, etc. ; y por eso tenemos como importantes
anomalias que no parecen tener ninguna relación con
los trastornos psíquicos, pero la tieneil con la dege-
neración.
Y lo mismo digo del cerebro, del cual no he estu-

(1) Parara conocer mis opiniones respecto al sistema de Gall,


e estudio acerca de El Crdneo de Volta, Turin, 1876.
~ 6 a s mi
POSITIVISTA
CRI~\~INOL~GIC A 13
diado sino cuanto se refiere á l a histología patol6;ica
y lo poquisimo que se sabe sobre l a arquitectura
anormal de las circunvoluciones de los delincuentes
comparada con la de los honrados.
Opina Gabelli que las investigaciones acerca del
cráneo del reo era preciso hacerlas antes de que éste
cometiese el delito; y no cae en l a cuenta de que uno
que no haya cometido delito no es para los más ni
delincuente, como para los más no es un tisico quien
no hubiere llegado á las Últimas manifestaciones pa-
tol6gicas de su enfermedad; que, por otra parte, pre-
vine esta objeción examinando 5t los sanos, no ya
como lo hace 61 en una sola figura litográfica, sino en
inuchos centenares; lo cual, por añadidura, cuando
se ha expuesto genuinamente al lector, hace imposi-
ble, 6 B lo menos criticable al instante, un juicio par-
cial b prevenido. Pues bien; ¿quién es más precavido
cle los dos, quién se pone mejor en guardia contra los
juicios precoiicebidos : él, que escribe una critica
ignorando 6 Erigiendo ignorar que tenia al alcance de
sus ojos 302 fotografias, con las cuales formar un cri-
terio más fundado que con una sola litografía; 6 yo,
que ofrezco ese modo de comprobar mis observa-
ciones ?
Y también impugna su objeci6n el criterio popu-
lar que se revela en los refranes, el cual hasta va
más lejos que nosotros, precisamente por ser menos
escrupuloso y cientifico. Y por último, sale al encuen-
tro de ella esa especie de presentimiento que recien-
temente he podido comprobar de nuevo.
Habiendo elegido á tres mbdicos para que sin pre-
vención juzgasen entre doscientas fotografias de j6-
venes cuántas presentaban tipo criminal, todos estu-
vieron de acuerdo respecto á una. Entonces Uam6 A
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una niña de doce años, para que, ignorando lo ante-


dicho, emitiese su juicio propio, y estuvo perfecta-
mente acorde con aquél.
Pues bien; ese joven no había cometido delitos;
pero ahora, elevado á una alta posición, ha traicio-
nado de un modo cruel k los que le ayudaron á subir.
No es un criminal juridicamente, pero sí lo es antro-
pológicamente.
Y así se responde á esta otra objeción, que debe
callar ante los hechos : 6 cómo se explica que, con el
mismo cráneo, el loco ó el criminal, antes de serlo,
eran hombres honrados y cuerdos? Antes de ser lo
primero, para el observador no vulgar habían pre-
sentado ya suficientes anomalías para formar su diag-
nóstico. La locura que no se produce por graves cau-
sas conghnitas es un caso bastante raro y se cura,
muy pronto ; y las llamadas causas ocasionales de la
enfermedad no son más que el pretexto para ella.-
Asi, pues, por l o comúi~s61o se declara loco 6 bribón
á, quien se ha excedido en los males y en los vicios,
cuando la sociedad quiere ponerse & seguro de ellos.
Nuchisimos sol1 declarados jurídicamente locos 6 bri-
bones despuks que lo habían sido de hecho mucho
tiempo antes, y con frecuencia desde que nacieron;
en vez de matar, Babrkn firmado letras de cambio
falsas, 6 cometido hurtos en el seno de la familia 6 en
el colegio, 6 sido delatores los políticos, 6 descubierto
los secretos profesionales. Para saber esto, no hace
falta ser alienista; lo saben todos los hombres demundo.
Esta es otra de las razones por las cuales puede
adivinarse.á menudo por la fisonomía y por el craneo
el temperamento moral. En el fondo no es una adivi-
nanza 6 una profecía, como cree el vulgo y con el
vulgo el critico de cortos alcances, sino, como si dije-
ramos, una lectura de un palimpsesto al revés, tanto
m& fácil porque no se limita A la cara, sino que
abarca también la caligrafía, los ademanes, la sensi-
bilidad, pero que nunca se ha pretendido hacer apli-
cable sino á los delincuentes recidivistas.
Pretende el autor que en el cerebro de los locos no
se ha encontrado nada anómalo. Eso creian nuestros
abuelos, 6 mejor nuestros bisabuelos ; pero no es ver-
dad de ningún modo, sino para el ojo no aplicado a l
microscopio. Las pigmentosis, las degeneraciones cal-
cáreas, las cariocinesis, las esclerosis, las adiposis de
las células nerviosas son la regla y no la excepción
en estas enfermedades. Y aunque nada se hubiese en-
contrado en el cráneo de los locos, nada tendria que
ver con el criminal nato, que no está loco, sino que
es más bien un cretino en el sentido moral; y por eso,
como este último, tiene anomalías mucho más nume-
rosas, lo mismo en lo físico que en lo moral.
Nos pregunta cómo es que Robespierre y Marat y
los tiranos famosos de la antigiiedad no tenian rostro
criminal. Pero pasemos por alto que es preciso cono-
cer la historia bien superficialmente para confundir
al primero con el segundo: Robespierre, un teórico
que seguía el propio sistema ; Marat, un loco criminal
desde joven. Pasemos por alto que es necesario no
haber leido las hermosas páginas de Taine para igno-
rar cuántos de los revolucionarios del 89 tenian el
tipo criminal por mi descrito, y Taine lo declara ex-
presamente, dispensándome un honor que yo no me-
recia. Pero basta haber visto una vez el retrato da
Marat (que publicar6 con Laschi en 232 Delito politico),
con la frente deprimida, ojos bizcos, prognatismo,
cráneo oxic6falo y orejas en asa, para, ver cuánto des-
barre é ignora Gabelli en aquella frase.
16 LA ESCUELA

¿Y cómo puede ignorar el sello exactamente aná-


logo 5 nuestras descripciones del criminal de naci-
miento en el tipo de Nerón, Domiciano, Hesalina, etc.?
¿Y cómo puede ignorar la historia de los Césares,
que reproduce con exactitud el llamado tipo degene-
rativo del loco moral y la herencia del delito, y que
por eso precisamente la tomó por modelo Jacoby?
Puede pasar que juzgue mis estudios sin leerlos;
pero que ignore le historia y el aspecto de los Césares
escribiendo acerca de Roma, 61, inspector oficial de
los estudios clásicos, es de veras singular.
Maravillase de que además del cráneo y de la cara
hagamos otros estudios, como si ni siquiera, nosotros
estuviésemos convencidos de su omnipotencia ; pero,
dónde encuentra que hayamos declarado esa omni-
potencia, cuando hemos demostrado que en los reos
no hay sino una diferencia de proporción de las ano-
malías de lo normal? Y adem&s, ¿dónde y cómo es
vituperable nunoa el hombre de ciencia si extiende
las investigaciones hasta donde le es posible? Si acaso,
el vituperio debiera ser en sentido inverso, en el sen-
tido de que no hemos estudiado aún bastante la tem-
peratura, la dinarnografía, la condición de los g16-
bulos sanguíneos, la de le orina. No siendo el crhneo
sino una de las partes del cuerpo, y no el cuerpo en-
tero, es natural que deban ponerse B prueba todo
el cuerpo y todas las funciones, en especial las psí-
quicas.
Mientras que se olvida de los hechos, que son im-
portantes, se aprovecha, como lo haría un curial, de
una frase (en que confieso que no hemos estudiado
bastante B los delincuentes de ocasión, porque no
siendo éstos recidivistas, no teníamos la seguridad de
que hxesen reos, y por eso nos hemos detenido más en
-- - --

el estudio de los delincuentes natos), para hacer creer


que no tenemos ninguna confianza en nuestros mismos
descubrimientos. Pero, ¿de cuándo acá las precaucio-
nes que toma un experimentador para estar más se-
guro, se citan como pruebas de su falta de rigor? Un
químico ensaya sus reactivos antes de emplearlos ; ¿y
se dirá por eso que sus reacciones no son seguras? ¿Y
son cosas éstas que deben decirse en nuestros tiempos?
Pero si no hubiésemos limitado nuestros estudios
s61o á los recidivistas, ¿no hubiera afirmado en segui-
da, como otros lo han hecho igualmente, que estos
reos eran hombres como todos los demás, y que juz-
gábamos anormales sus caracteres por preocuparnos
al verlos en la carcel? Acusaci6n esta que formuló
tairibién, porque ignoraba los descubrimientos de No-
rel, de Rrafft Ebing, Legrnnd de Saulle, quienes fija-
ron mucho antes que yo los signos encontrados des-
pués en los reos como caracteres degenerativos, 6 sea
caracteres de un organismo imperfectamente desarro-
llado, candidato 6 victima de la locura, de la idio-
tez, etc.
Del único escrito mio que ha leido de verdad, esto
es, de un articulillo publicado en El domingo del Fya-
cassa (1))donde he tratado de demostrar c6mo el vul-
go y hasta, los iiiños tienen conciencia, de las fisono-
mías criminales, aduciendo pruebas de ello, intenta
deducir la insiiluación de que sacamos nuestras con-
clusiones deduciéndolas del juicio del vulgo, el cual
(y es certisimo) yerra con frecuencia. Pero nunca
hemos ni soiaado recurrir al vulgo para nuestras coil-

(1) El titulo de la c6lebre novela de Te6filo Gautier El Capi-


tú% Fracasse, sirve de titulo S un acreditado peri6dico de Ita-
lia, en el cual se publica un niimero dominical cientifico y lite-
rario, con firmas de los primeros escritores.-(N, DnL T.)
La E,~cueZa. 2
18 LA ESCUELA

clusiones , tanto es así, que muchas de ellas declará-


bamos no haberlas podido comprobar y por eso no las
adoptamos. Las cithbamos tan sólo para demostrar
que nuestras ideas no estaban tan lejos de la concien-
cia popular como se pretendía (1); antes bien, muchas
habían penetrado en la opinión, hasta en el instinto
de los mhs. Aun cuando muy bien hubiéramos podido
utilizar ese juicio, que nuestros adversarios emplean
con tanta facilidad para demostrar la existencia de
Dios, del libre albedrío , etc., sin embargo, ni si-
quiera hemos hablado de eso sino después de exami-
nar con minuciosidad millares de honl-ados, de locos
y de criminales.
Despues, ignorando por completo la primera par-
te de mi libro, en la cual he tratado con detenimiento
de esta cuestión, pregúntase Gabelli que cómo era el
crhneo de aquellos que en los tiempos bárbaros come-
tían actos castigados entonces por las leyes y que
ahora ya no lo esthn, como la herejía, la blasfemia,
la hechicería.
Pues bien; he demostrado que los delincuentes
contra el uso común y contra las religiones eran en-
tonces los verdaderos delincuentes, mientras que los
reos de homicidio muchas veces no eran considerados
como criminales en las Bpocas salvajes. Pues bien; si
aquellos eran los verdaderos delincuentes (claro es
que excepto los perseguidos sin razón y nada mhs que
por desahogo del odio teológico 6 politico), es natural
que debian de tener los mismos caracteres de los cri-

(1) Es la objecibn que precisamente me hace un agudo criti-


co, Pincco, Gazz. di Venezia, 1885. Respecto A las otras obje-
ciones de Bste, de Brusa, de Staccetti y de Oettingen, vBase mi
libro 1;ocos y Andmatos, 1885. Citta di Castelio Litpi, capitu
os 11 y 111.
- CXXMINOLÓGICAPOSITIVISTA 19
minales de hoy; asi, lo que es más, en la primera
edici6n he descrito doce cráneos de reos de la Edad
oledia que tenian las mismas anomalias que los mes-
tros.
Por lo demás, no es cierto que pretendamos nos-
otros que á toda infracci6n del Cbdigo penal deban
corresponder especiales anomalias; s61o hay de anó-
malo proporciones inferiores al 60 por 100, y casi siem-
pre en delitos gravisimos, como asesinatos, incendios,
estiipros, robos graves y otros por el estilo. Los reos
de delitos de imprenta, incluso los de calumiiia, gran
parte de los políticos, muchas formas de aborto y de
infanticidio, los duelos, las lesiones impremeditadas,
ciertos abusos de confianza, los adiilteros, etc., s6l0
son enteramente ocasionales, y no presentan altera-
ciones somhticas; sblo rara vez se encuentran en los
delincuentes por pasión. Y Bsta es una de las obser-
vaciones criticas más ingeniosas y mhs s6lidas de Fe-
rri, probada, por muchas investigaciones antropoló-
gicas y estadisticas desde 1880 en el A?-chivio de Psi-
chiatria, reproducida y ampliada despues en los AT'e-
vos horizontes del derecho y del procedimiento penal, de
dicho autor.
También me pregunta Gabelli si los cráneos ex-
plican la mayor criminalidad contra las personas,
por delitos de sangre, en Italia y especialmente en
el Mediodia; en comparación con Alemania, Fran-
cia, etc. Pero, jcómo! ¿Ignora, él que es estadistico, l a
influencia del clima chlido, de los meteoros, que, des-
pués de Quetelet y Guerry, he demostrado, no s6lo en
."
mi Hombre delincaente (1 y 2 .' ediciones), sino en un
libro especial, Pensamiento y meteoros, que algunos
correligionarios suyos combatieron precisamente por-
que, fingiendo 6 creyendo (como ahora lo hace él res-
20 LA ESCUELA

pecto del crhneo) que, al manifestar yo l a influencia


de aquel factor climático, daba & entender que rene-
gaba de l a existencia de los demás factores por mi es-
tudiados?
Que una intimidación fuerte y una represibii ex-
cepcional hagan disminuido ante sus ojos el bando-
lerismo en el Polesino, sin mudar los critneos, paré-
ceme fhcil de explicar por la muerte de los más peli-
grosos malhechores (y esto podía saberlo 81 sin que
yo se lo dijese, porque los muertos no delinquen ya)
y por el freno que un pronto castigo pone, no ift los
delincuentes natos, que son imprevisores, sino á los
criminales de ocasibn, que oscilan entre el bien y el
mal, y que entre un mal seguro y un bien lejano pre-
fieren el camino más seguro, la inacción.
En cuanto B BBrgamo, como en Aosta, el creti-
nismo aumenta allí los delitos atroces complicados
con la obscenidad. Y en cuanto 5i, Roma, él, que la ha
estudiado, debía saber que la cansa m&sfrecuente de
los homicidios está en el clima, en el abuso del al-
cohol y en la herencia morbosa que de él se sigue,
convirtiendo en una segunda naturaleza los hábitos
iniciados (1).
Hablando después del pintarrajeo (tatzcaggio), en-
cueiitrcz que he obrado de ligero haciendo de 61 un ca-
rácter de los deliizcueutes, porque, 6, su parecer, hu-
biera debido yo compararlos con los hombres norina-
les y aun con los delincuentes antes (sic) de que iilgre-
sssen en la chrcel. Pasando por alto que esta última
observación seria algún tanto dificil y siempre discu-

(1) En mi laboratorio hace Rossi en la actualidad uu estii-


dio que prueba que en Roma, en estos iiltimos nuevo años, las
lesiones y los desacatos esthn en razón directa de 1%baratura
del vino,
CBIMINOL~GICAPOSITIVISTA 21
tible, lo extraño es que ambos postulados se hallan re-
sueltos hasta harto difusamente en mi libro, en el cual
se comparan presos con militares nada menos que en
un total de 9.234 individuos. Además, previendo su cri-
tica, estudiáronse los menores d e edad pintarrajeados
en las casas de corrección, y se encontraron en una
proporción mayor (32 840 por ciento) de la de los pre-
sos propiamente dichos; y determinóse la época d e
nzceve á diez y seis afios d e edad, que di6 el mltximo de
estos pintarrajeos entre los detenidos. NO le faltaba
a1 buen critico sino exigirme la cifra de los mamon-
cillos pintarrajeados! Pero, ¿es seria esta critica?
Gabe:li no ha leido riuestros libros, ni siquiera h a
'leido tanipoco á los críticos formales de nuestros tra-
bajos, como Tarde, Billiakoff, Ribot, Ramlot, Heger,
Bordier, que manifestaron algunos de nuestros erro-
res, pero confirmando por completo los hechos princi-
pales con aquella imparcialidad y seriedad que tiene
quien critica los estudios ajenos, no siguiendo el crite-
rio de otros 6 por el A B C de nuestra escuela; juz-
gándonos él, no por lo que somos, sino según lo que
imaginaba 61 que éramos, tiene la mayor facilidad
para coinbatirnos; como aquel que después de haber-
se figurado que una ligera cuestecilla es una quebra-
dura de terribles precipicios, creyese haber hecho una
grande hazalia saliendo de alli.
Y para que no piense que en todo esto entre en
juego mi pobre vaiiidad de padre de la esc~~ela, le
diré que, á pesar de aquellas numerosas investigacio-
nes, no creo haber llegado á, la perfección, ni muchi-
simo menos. En verdad, si me hubiese leido, con la
agudeza que le distingue, hubiera encontrado abun-
dante cosecha cle errores y de lagunas, harto grande.
En efecto, 110 he estüdiado
,_ ..
7 . 8
el olfato ni el gusto, poco
22 LA ESCUELA

la sensibilidad muscular y poco los errores sexuales,


que deben de ser frecuentes ; y puede decirse que pc-
cos días ha que pude descubrir la conexión entre el
delincuente nato y la epilepsia larvada.
Y él, que era un insigne estadístico, hubiera visto
que, no nacido yo para esta rama de la ciencia, sino
obligado por la necesidad de expresar y compendiar
en cifras los hechos ? cometí gravísimos yerros, corre-
gidos poco á poco en las ediciones sucesivas, gracias
especialmente á las criticas de Balestrini , Bodio,
Ferri y Beltrani Scalia ; aun cuando no falsean y no
hacen dudosas las conclusiones del trabajo, porque S?
acumulan alli en tanto número las pruebas, que l&
presencia de una suple la falta de otra. Sin embargo
para aquellos que justamente se preocupan de la per-
fecciónde la obra yprefieren las fraccionesdeloshechos
al conjunto de ellos, deben de quedar graves dudas,
que espero desvanecer en la próxiina cuarta edición.
Más tarde, Gabelli no se preocupa del hecho eii
si, como debiera hacerlo un buen naturalista, sino
del momentáneo lamento lanzado por la falsa inter-
pretación que le dan algunos abogados, 5 los cuales
verdaderamente les trae tal vez cuenta sacar partido
de ello en pro de sus poco respetables clientes.
Pero, aparte de que uno no tiene la culpa de las
aplicaciones que otros puedan hacer á pesar SUYO de
sus descubrimientos (porque si todos los descubri-
mientos tienen un lado útil, también tienen otro que
puede ser perjudicial)., tampoco ha pensado que pre-
cisamente el lado clafiino se eliminaría en absoluto el
día en que se pusiesen en práctica nuestras teorías,
con las disposiciones administrativas y judiciales su-
geridas por nosotros, sin lo cual nuestro sistema no
seria compleio y ni siquiera posible.
E1 día en que á la vana retórica de los defensores
sustituya un juicio de especialistas tbcnicos, supri-
miendo asi el jurado, que es una reliquia de la anti-
gua barbarie, previniendo con las leyes acerca del
alcohol y acerca del divorcio muchas causas de deli-
tos de sangre y deshonestos, eliminando con los presi-
dios de incorregibles 6 c o la~ pena de muerte 6 con
el trabajo forzado en terrenos palúdicos aquel grupo
de individuos que constituyen la eterna clientela de
la justicia penal, quedaria extinto todo peligro;
mas hasta que esas medidas que pedimos nosotros no
se lleven á efecto, al acusarnos por ende seria tanin-
justo como quieu, por ejemplo, pretendiera ser perjn-
clicial el sistema hidr~te~ápico y se hubiese dado un
bafio sin provocar la reacción; 6 como quieu asegure
que el gas del alumbrado es un pbrfido descubrimieii-
to, porque no bien cerradas las caiierias puede hacer
explosión y producir incendios.
Además, no piensa que si nuestra escuela, por es-
tar incompleta aún y sin armonizarse con un c6dig0,
da pie para esas artimañas abogadescas, muchi~imo~
mBs se presta para ellas el Código vigente con sus
frases vagas, elásticas y absurdas de fuerza irresisti-
ble, de conciencia libre, de libre albedrfo & mitad, al
cuarto, al infinito, que se han hecho ya proverbiales,
y por las que, en estricto rigorismo lógico, con el
Código que nos rige se podría absolver B todos los cri-
minales; y aun se presta mucho m8s el sistema de la
a abogadocracia * que ha sustituido hoy á, todas las

formas de gobierno, y que (mientras deslumbra los


ojos de los papanatas con un afeminado sentimenta-
lismo contra la pena de muerte y la de cadena perpe-
tua), con el sistema oriental de la regia prerrogativa
de indulto, con el jurado, con la amovilidad de Ics
24 LA ESCUELA

jueces, con los ministros abogados, con la ninguna


concordancia y el desprecio de los peritos, con los
inezquinos gastos en policia judicial, han hecho de la
administración de justicia penal y civil un innoble
semillero de rentas, y para algunos privilegiados un
oficio donde lo último es la justicia y la meta princi-
palísima el interés personal.
Pues bien; ¿quién ha protestado con m8s energía
que nosotros contra todo esto?
Témese que padezca la moral, que falte el eje de
la educaci6n una vez que venga ít menos la estima-
ci6n y el desprecio por actos que no son libremente
queridos (1); pero, aparte de que fundar tan impor-
tante freno en un hecho que no existe (una vez que
esto se halle probado) parece poco serio y poco esta-
ble, siempre acontece ademks que nadie ofende al
inundo de los sentimientos no queriendo ofeiiderlos,
ninguno lo coilseguiria.
Los criterios acerca del mérito y del demérito no
cambian de ningi~nmodo, porque muchas de las vir-
tudes y muchos de los vicios resulten ser efecto de al-
teraciones moleculares. 6 Quien niega su admiracibn
A la belleza, aun cuando crea, como yo y otros mu-
chísimos, que es un fenómeno enteramente material 8
independiente de la voluntad humana? «No es virtud
del brillante el ser más lzermoso que el carbón; pero
ninguna señora tirarít sus diamantes porque en el
fondo son carbono, y para no adornarse con carbo-
nes. Coronamos de flores los sepulcros de los grandes,
y esparcimos al viento la,s cenizas de los malvados,
aun cuando sepamos que el ser criminal 6 héroe de-

(1) Objecibn del distinguido letrado Pincco, do Guezzo-


ni, etc.
- - - -

pende, como la hermosura, de una condición del or-


ganismo. D (Tammeo : Acerca de algunas czcestiones Te-
lativas á Ea libertad, 1884.)
Quien pretenda que negándose ciertos principios
Aticos se arruina la libertad humana, sería semejante
á quien objetase Galileo y Copérnico que al soste-
ner que el sol está quieto y la tierra se mueve tras-
tornan y arruinan todo el sistema solar. Lo mismo
que el sistema celeste, así también permanece siem-
pre el mundo moral, cualquiera que sea el criterio
con que se examine ; de igual modo que ningún buen
libro, dígase lo que se quiera, puede reformar á la
gente y salvar & un pueblo de la decadencia cuando
Asta 11a comenzado. Las doctrinas quedan en los li-
bros, y los hechos siguen su curso. Harto hacemos
todos los días experiencia de e:lo.
¿Cuándo se ha visto nunca que estas nociones y
estos sistemas enteramente científicos hayan salido
del pensamiento de los psicó!ogos y logrado cambiar
el sentimiento público, el sentido del bien y del mal,
de lo útil y de lo perjudicial, ni siquiera el sentir de
aquellos que los crearon? Como ha poco decía Torelli-
Viollier, 4quiBn entre los antropólogos criminalistas
estrecharía la mano ni de un amigo que hubiese co-
metido Lin delito innoble? ¿Quién es el materialista
que estime á un cretino igual que al genio, aun cuando
crea qne la inteligencia del uno y del otro no son sino
efecto del organismo? ¡Adiós, pues, los vulgos en
quienes no penetrarán estas ideas sino al cabo de mu-
chos siglos !
Por el contrario, el desprecio no sigue normal-
mente al delito, ni ayuda á eliminarlo. Si el adulterio
es despreciado en una mujer, de ningún modo lo es en
un hombre. Los robos de los grandes banqueros se
26 LA ESCUELA

llaman buenos golpes. Y asi de lo demás. Ni los delitos


politicos merecen desprecio, y, sin embargo, deben
comprenderse en el Código penal cuando la pena está,
justificada por la defensa social.
Por otra parte, el desprecio puede ayudar B pre-
venir los delitos de individuos no corrompidos aún,
que son la minoria de los delincuentes; pero entre los
delincuentes natos y los habituales los hay por com-
pleto insensibles; por el contrario, excitanles las
muestras de aprobación de los colegas y aquel rumor
que, aun cuando sea en sentido adverso, se produce
en torno de su nombre, pero que aceptan ellos como
gloria suya.
Y además, para un positivista, el hecho debe sub-
sistir en si y por si. Es harto justo que se examine
hasta que punto sea, verdad (no ya como lo hace Ga-
belli, en las páginas ajenas 6 en las leyendas de las
modistas); pero hasta que se reconozca como tal na
so debe ofender por quien no sea movido por ideas teo-
lógicas, que justifican cualquiera moderación 6 cual-
quier exceso, y sin pensar en aquello que podrá dedu-
cirse con suposiciones que casi siempre son equivoca-
das, como acontece con todas las novedades; También
los ferrocarriles, los telégrafos y hasta el tabaco tu-
vihronse por inmorales al principio por quienes pre-
tendían adivinar sus fatales consecuencias, y no hacisn
aino desahogar en nombre de la moral el eterno odio
8 las innovaciones que existe oculto en todos los hom-
bres, pero sobre todo en las rezas viejas y podridas
como la nuestra.
i Oh, no! El motivo de Ira oposición contra nuestra
escuela no debe buscarse en la ofensa moral. Es muy
otra su causa,
Por amor al quietismo, por aquelIa especie de
sueño, de narcotismo senil que á todos nos encadena,
somos arqueólogos de nacimiento, hemos hecho una
especie de dios TBrmino 6 de sancta s~ncto~~unz de al-
gunas fórmulas, de algunas fes, como la indisolubi-
lidad del matrimonio, el libre albedrío, la utilidad do
los estudios clásicos, que nos hacen sordos á las demos-
traciones mfts evidentes. Tanto más en este caso, en
que el interés practico es remoto y no puede alcan-
zarse sin una serie de instituciones y de leyes que se
intercalen entre la meta y el punto de partida.
Pero, á propósito de esto precisamente, si Gabelli
nos hubiera leido, no hubiese incurrido en el extrafio
error de creer que queremos mudar de un tirón en
Italia jueces, códigos, institucioiies, etc.; mientras que
yo y casi todos mis colegas estamos de acuerdo en re-
conocer que vale más un código malo pero antiguo,
que uno nuevo; porque leyes no requeridas aún por
la opinión pública ni se cumplen, ni son serias. Ahora
bien; cuando ciertas ideas no son comprendidas ni si-
quiera por los que se dicen pensadores, ¿cómo espe-
rar que lo sean por los menos cultos? Con tanto mayor
motivo, además, cuanto que no se pueden exigir go-
llerias, mientras no se tiene lo necesario. Pues bien;
antes de las leyes que nosotros proponemos y que Ga-
belli cree mitol6gicas, mientras que, por el contrario,
hace muchos años que están adoptadas en América y
en Inglaterra (como los manicomios criminales, las
leyes acerca de los alcohólicos, etc.), enemigos nos-
otros á la vez de los males de la, barbarie y do los de
la civilizítci6n, necesitamos un procedimiento expedi-
tivo, un Jurado tócnico 6 limitado nada más que & los
delitos políticos, cárceles celulares en los países de
mayor criminalidad, y jueces inamovibles que no de-
pendan de la influencia, de los hombres políticos, que
28 LA ESCUELA

han convertido en Italia la justicia (6 más bien la in-


justicia) en un mercado abierto á todos los cohechos y
á todas las prevaricaciones (1);y, á lo sumo, pedimos
por ahora nada más que la mutación de dos palaabras
del art. 90 del Código penal, que extienda los casos
inás graves y más controvertidos la aplicación de la
custodia de los delincuentes.

2.-Así como Gabelli, para combatir mi Hombív


delincuente, finge que este libro se reduce a iin solo
capítiilo, el de los cráneos y las fisonomias, de igual
manera Orano (2)) al examinar mi obra Peasanziento
y meteo?*os, encuentra 6 cree que s61o del frío y del
calor derivo yo las determinaciones humanas, en es-
pecial los delitos; y como verdaderamente son inúlti-
ples los factores de todos iiuestros actos, y los me-
teoros llo son mAs que uiia parte de aquellos, tiene
fácil juego contra mí y contra quienes en lugar de la
iufluencia de la miseria, de la herencia, etc., ponen
4 0 s caZenda~~~ios»,y fácil modo de hallarme en com-
pleta contradicción, hasta en una especie de eiiinieiidn
y de penitencia, con la obra Inwamelnto del delito, etc.,
en la cual, además de los meteoros (O mejor, conlo
repite él, «los caZe?zdarios»), figuran tambiéil las tan-
tas otras causas de los delitos.
El distinguido adversario olvida que antes publi-
que E l Iríoinbl-e delincuente donde se tenían en cuenta
todos los factores del delito a6n más que en el otro
libro; y que si en aquél he dejado aparte las influen-
cias meteóricas y en el Pensamiento y meteoros he
callado casi todas las demás, ello es que ciiando se

(1) VBaso mi trabajo Incre?nanto del delito e n Italia, 1882.


(2) La Criminalidad en sus 9-elacioncs con el clima, 1883.
CRIMINOIAÓGICA POSITIVISTA 29
escriben libros no se sigue el método abrazado á me-
nudo por 61 de separarse del a,sunto, sino que se trata
de que Bste se halle siempre á l a vista del lector.
Cuando se investiga cuáles son las causas que hacen
predominar el delito en Italia, sobre el promedio ordi-
nariamente seiralado en las razas civilizadas, sobre
nuestro promedio común, á nadie se le ocurre estu-
diar las causas generales de los crimenes que, c.omo
los meteoros, no pueden modificarse. Viceversa, de-
biendo tratar de las influencias meteóricns, es inútil
hacer perder el tiempo al lector exponiéndole las otras
concausas. Pero que no sonaba yo excluir nunca éstas,
hubiera podido comprobarlo con sólo echar una mi-
rada atenta ti, las paginas 191 y 192 del mismo tomo
criticado por Al, donde con toda claridad se afirmac6mo
á las infliiciicias meteóricas se asocian la mala confi-
guraci6i1 del cráneo, la herencia, el alcoholismo, etc.
Lejos de haber olvidado yo mis ideas fundainenta-
les, no he hecho sino su aplicación prcictica en el libro
acerca del Inc?*ernentodel delito; allí proponía, por
ejemplo, el establecimieato de los incorregibles y las
compailias de trabajo para sustituir al domicilio sefia-
lado y S la vigilancia, proyectos basados en el estudio
del hornbrc delincuente, y también los manicomios
criminales, la abolición de la libertad provisional, de
la gracia de indulto, etc.; y aun ti proposito de esto,
al combatir en la phg. 97 & Scelia, que me objetaba
(precisamente lo mismo que 61 hace), que no es cona-
tante la recidiva en el reo, puesto que disminuyen los
crfmenes según el precio de los granos, según las
guerras, escribía yo, explicando esto, con el hecho de
que «A la cifra constante de la criminalidad se ailade
otra variable, 1s de aquellos que siguen sielido inob
centes cuando las circi~iístnnciasno favorecen el des-
30 LA ESCUELA

arrollo de aquélla, y se multiplican en caso contrario,


lo que sucede también precisamente con los naci-
mientos, defunciones y matrimonios*.
No soy, pues, yo quien se ha arrepentido; él es
quien ha omitido la atención al leer.
Más extraiia resulta otra equivocaci8n suya. Ha-
biendo visto que traté con detenimiento de la influen-
cia del frio sobre la inteligencia de los individuos
sanos y enajenados y sobre las razas humanas, ha
creido, de buena fe de cierto, que afirmé la influencia
del frio como determinante de los crimenes ; cuando
más abajo empleounas sesenta páginas parademostrar
cómo el frio puede nada 6 muy poco en comparación
de la miseria. El lector (y quizá 81 mismo) se quedará
maravillado cuando, al releer el libro, encuentre que
la influencia del frio hasta sobre la locura la creo
favorable, y lo mismo en los delitos contra las perso-
nas; y aun el aumento de algunos delitos contra la
propiedad en invierno, lo explico precisamente como
61, por aquellas otras causas que me acusa de haber
suprimido, por ejemplo las largas noches de Octubre á
Enero, la soledad de los campos, la renovación de los
negocios en Noviembre, la época de los arrendamien-
tos y desahucios en Octubre (pág. 141))y, en general,
la mayor miseria en los meses frios, aquella miseria
que concluye por ser para él, erroneamente, la causa
irnica de casi todos los crimenes. aRespecto á los deli-
tos contra la propiedad tenemos un predominio nota-
ble en invierno (por ejemplo, robo y falsificación en
Enero), y poca diferencia en las otras estaciones.
dqui es enteramente diverso el influjo de los meteo-
ros: aumentan las necesidades y disminuyen los me-
dios de satisfacerlas.)) (Véase Bl AonaBgne deJdncuente,
segunda edición, phg. 238.)
El autor, para no detenerse en las cifras, apela a l
sentido común universal, que, según él, juzga que el
clima no tiene influencia ninguna sobre las acciones
de los hombres, especialmente el calor. En verdad,
los científicossaben que quien apelase al pueblo acerca,
de la circulación de la sangre, los movimientos plane-
t a r i o ~y todos los grandes problemas de la vida, no
obtendría una respuesta muy adecuada á la realidad
verdadera. Sin embargo, aceptamos el reto en este
caso, donde el pobre pueblo llega mucho más lejos
que nosotros. Citaré estos proverbios que corren por
todas partes, por ejemplo : .Se le ha metido el sol en
cabeza.»-<Le di6 la l u i l a . ~-«Estar lun8tico.~-
<Quien dice luna dice locura (Brabe).»- soy la luna
furibunda.. . pues presido á. la locura y á los furores
excito » (Nonio).-<En Nayo nacen ladrones B (Gius-
ti, 1279).-<Febrero bebedor, Marzo amoroso» (Idem,
1857).-aAm Norgen geistlich, am Nittag zoeZtlich»
(Eisalen. Die S'richworte. Friburgo, 1840).-Daudet
ha escrito una novela entera (Nzlma Rumestan) para
pintar la grande influencia, del clima meridional en
las tendencias morales (1).<<Elmeridional no gusta
de los licores : siéntese ebrio de nacimiento ; el viento
y el sol destilan para, 41 un terrible alcohol natural
cuyos efectos sienten todos los allí nacidos. Unos no
tienen sino aquel calorcillo que desata la lengua y los
miembros, hace verlo todo azul, redobla la audacia B
incita á decir mentiras; otros llegan al mSts ciego de-
lirio. ¿Quién es el meridional que no ha sentido las

(1) La comedia Rabagas, de Victoriano Sardou, y la novela


,
Xuma Rumestan, de Alfonso Daudet consider8ronse, ya que
no obras de clave, por lo menos como shtiras rrristofanescas
contra, el c8lebre orador y estadista León Bambetta.-(N. Dnc
TRADUCTOR.)
32 LA ESCUELA

momentáneas postraciones de los intoxicados, aquel


abatimiento de todo el ser, consecutivo h la cblera, á
los entusiasmos?*
DespuBs, donde llega al colmo el escándalo dado
h la pudibunda modestia del critico, es en la frase en
que declaro que la educación no tiene influencia sobre
la criminalidad. Encuentra tan enorme la cosa, que
serhficamente se pregunta si no era el caso de disimu-
lar el error i por amor á la patria !
En verdad, el detenerse en una frase (en un libro
de hechos) no puede hacerlo sino quien s61o de frases
es autor y dueño. Pero si hubiera leido bien el pe-
riodo y la cita en que se funda (Guerry, pAg. 12),
habria visto que no es la educación fisica y moral eiz
general la que creo inútil en absoliito, 6 , mejor dicho,
indiferente, contra las causas del crimen 6 de la lo-
cura, sino la instriicci6n a1fabétic.a) acerca de la cual
derrochnn tanta fraseologia los charlatttiles del derc-
cho penal y de la sociolopia, parafraseando el cono-
cido error cle Guizot: « h cada escuela que aumente,
disn~inuirkuna c&rcel».
Pues bien; coino acontece lo contrario y como
ademhs la instrucción nlfabética que se da en las c&r-
celes es la que en parte favorece las iecidivas , por
eso yo, que izo me hago esclavo de las ideas precon-
cebidas, y muc<homenos de las frases que se trans-
formal1 en prejuicios, 1%he coizlbetido k cara descu-
bierta (1).

(1) Tengo el giisto de añadir iin nucro docnnlento 8 propb-


sito, tomado del Informe del Conzisario de las ccirceles i?zglescrs
(1882). aCierto es que han csubiado mucho las circunstancias
desde el tiempo en qite se creia que la instruccibn es la pana-
cea del delito. Reconocibse que este concepto es una exagera-
cibn. Por lo demlts, poco provecho podria sacarso intentando
Pero el distinguido escritor ha encontrado ya el
hábil artificio que disculpa y explica su gazmoñería.
Entiende por educación toda aquella serie de medidas
con que se corrigen, en cuanto está en nosotros, las
aptitudes; y finge que aquéllas son las que creemos
iriiítiles. Y parece EO haber parado mientes en que,
si he combatido las pretensas ventajas de la instruc-
ción alfabktica, por el contrario, nunca pretendí ne-
gar las de los medios educadores. Si me hubiese
leido, hubiera visto que precisamente á estos medios,
muchisimo más que á los códigos, doy la mayor im-
portancia, ya que no para desarraigar por completo
el delito (lo cual es imposible, teniendo en ello ia par-
ticipacióil que tienen el organismo y los meteoros), á
lo menos para disminuirlo, como acontece en Ingla-
terra; hubiera visto cuánta importancia doy á las
ragged schools puestas en lugar de nuestros correccio-
nales, y también á las colonias para los niños, y h los
asilos para la puericia, y & las medidas, preventivas
generales, que precisamente tratan de desviar la
influencia de los climas, de la barbarie, de la des-
equilibrada civilización, etc. ; por ejemplo, templando
con baños frios la acción del calor, y con los caminos
más numerosos, con el desarme, con la abolición de
la regia prerrogativa de indulto, la accióii de la bar-
barie; con las leyes acerca del alcohol, acerca del
divorcio; con les escuelas dirigidas por personas lai-

en el breve tiempo de la detencibn una ensefianza que poco


despuks he de interrumpirse de pronto. D Hay mucha verdad en
el epigrama de lord Norton: a La escuela en la prisibn y la pri-
sibn en la escuela, estan las dos fuera de lugar. (Rev. de
Disc. Carc., 1883, cuaderno 111.) añade el conocido dicho de
Carlyle: aLa cultura es una c8scar.e dentro de la cual puede
arder viya, con su fuego infernal, la pasi6n salvaje del hombre..
Ln Escz~ela. 3
8.1: LA ESCUELA

cas y casadas, con el telbgrafo de alarma, con los


premios á los actos virtuosos y con los impuestos
sobre las relaciones de los procesos escandalosos y
sobre las aguardenterias, los daños de la civilización.
Si hubiera recorrido mi A)*chivode Psiquiatria y cien-
cias penaies, habria visto que aquellas primeras ideas
apenas esbozadas, gracias b Ferri, Garofalo, 11acas-
sagne, etc., han adquirido inmenso desarrollo y un
nombre nuevo, el de sustitutivos penaZes; y están ba-
sadas, no ya en aquellas estadísticas italianas, acerca
de las cuales yo y 61 hemos disparatado en yano por
tanto tiempo, sino en cincuenta anos de estadistica
penal francesa, que es estadistica verdadera y no ilu-
soria.
Es curiosa despubs la refutacibn que pretende 11.3-
cer de un aserto, que eil verdad va implícito eil mi
estudio, pero que no creí de mi iiicumbencia hacer
resaltar: el de la irresponsabilidad humana. Se funda,
no en los hechos sino en las frases del gran maestro
Quetelet, que dice: .De esta regularidad no debe in-
ducirse que todas las acciones del hombre, que todas
sus tendencias estsn sujetas á leyes fijas, y que por
consiguiente suponga yo destruido por completo su
libre albedrío.. . Para poner un ejemplo: si coizsidera-
mos en el hombre su tendencia al delito, observamos
que depende de su organización, de la educación que
ha recibido, de las circuilstaucias , etc. »
Pasemos por alto que no se puede pararse eil las
frases cuando con los hechos (hasta exagerados por
Quetelet, como demostrb Ferri en mi As*chivo) se
prueba el paralelismo de los fenómenos voluntarios y
su indeclinable sucesión en horas, días y meses da,dos;
sin embargo, analizando aquellas frases , se encuen-
tra que, muy lejos de afirmar la independencia de la
voluntad, la refutan. i Oh! concédame una voluntad
que se modifica por la organización, por la educación
y hasta por las circunstancias exteriores, etc., y esa
voluntad, no libre, sino en el fondo esclava de todo,
también la admito yo. Es la llamada volicidn, que
tantos confunden con la voluntad.-Pero él tiene en
su apoyo al ilustre Messedaglia, quien después de
haber dicho que los delitos contra las personas pre-
sentan casi siempre un mínimo invernal y un máximo
estival, y siguen por tanto l a ley de los suicidios y de
las enajenaciones mentales, interpreta esto, no por
efecto físico directo y ni siquiera por la correspon-
diente necesidad, sino por las diferencias que se pro-
ducen en los hábitos sociales. Y hasta aquí ipaciencia!;
pero después afiade que son fenómenos generales de
periodicidad de causa compleja siemp1.e.
Confieso que aquel rubor que sintió el crítico ante
mis frases contra toda influencia de la instrucción, lo
he sentido yo al leer esta frase que en su embrollada
pobreza esconde tanta pequeKiez de miras y tanta re-
pugnancia para acoger hasta la verdad más descu-
bierta. ¿Y qué quiere decir eso de a p l i c a r con la
<tendencia á l a periodicidad (frase que fuera de los
fenómenos biológicos no tiene sentido), aquello que
puede explicarse por la acción general cosmotelúrica,
causa del mayor nilimero de los fenómenos periódicos
de la naturaleza? ¿No es mfis bien un trampantojo
para ocultar B los demás 6 á sí mismo la verdad, como
cuando se hablaba de fiebre pestilente por no decir de
peste? iOh! ¿No seria como decir: cierto es que el pan
se cuece en horno, pero, lejos de nosotros el creer que
al calor del horno se deba esto, débese & cierta pro-
piedad de cocerse que tiene el pan junto al horno?
El bueno de Orano me objeta, además, que si el
36 LA ESCUELA
delito fuese consecuencia del clima tendríamos una
causa física productora de efectos psíquicos, 10 cual
es imposible según 81. Pero, ¿acaso el autor no ha
notado nunca otros fenómenos morales producidos por
causas físicas? ¿Qu8 son la embriaguez, el amor, la
imitación, que admite luego 611
BIAS adelante halla que la edad ejerce principal
influencia en el crimen. Pero Lacaso la edad es un in-
flujo moral? Más abajo habla de la influeucia del sexo,
de la profesión, de la vivienda. ¿Y son acaso causas
morales Bstas?
En cuanto A la influencia del calor, tendría razón
para combatirme porque la admito y mhxirne en los
reos; sólo que no me parecen muy felices los argu-
mentos que emplea. Por ejemplo, no s6 comprender
cómo se empeña en demostrar que no tiene influencia
sobre la locura, porque nuestras dos grandes islas
dan menos locos que el continente.
Pasemos por aIto que mi escuela tampoco confun-
de el delito con la locura. Pasemos por alto que, en
materia de inexactitud, las estadísticas psiquiátricas
aún son peores que las estadísticas criminales. Pero,
aun cuando fuesen atendibles, ¿no cree que la falta
de industria y de cultura intelectual bastarían pare
explicar el hecho?
Niega la influencia del calor porque las tropas en
marcha y los maquinistas debieran ofrecer un mayor
número de criminales y de locos; el argilmento es in-
genioso, pero se retuerce contra 81, puesto que si hu-
biese estudiado con detención aquellos trabajos mfos
hubiera encontrado en ellos que en las marchas con
fuertes calores, como en MosciZ con los grandes frfos,
muchos soldados se volvieron locos; y que, entre las
diversas profesiones, los fundidores y 10s cocineros
dan cuantioso coiitingente á la locura por exposición
al calor, y que precisamente por eso enloquecen muy
A menudo los militares.

3.-En un trabajito acerca de los C?*áneosde los


delincuentes, el Dr. L. Monti (Bolonitt, 1884)nos ataca
con mucho más derecho al respeto, porque se arma
primero de un examen (aunque somero) de muchos
cráneos de criminales, después de haber intentado
además una comprobación.
Pero desde el principio de su estudio revela su
apriorismo, que debe obscurecerle el juicio cuando
sentencia que el tener la nariz más 6 menos larga 6
la órbita oblicua no puede inducir á alguno á delin-
quir, como si contásemos nosotros estas anomalías
cual causas específicas, y no, por el contrario, cual
simples y más 6 menos constantes concomitaucias;
peor es cuando afirma que la sutura témporo-frontal
no puede influir en el cerebro y en la inteligencia,
pues un anatómico no debía ignorar que aquella es
una causa frecuente de estenocrania, y, por tcznto, de
obstáculo para la funcionalidad y el desarrollo del
cerebro.
Importa mucho hacer notar que sus resultados es-
,thn de acuerdo con los de la escuela que pretende
combatir él. Por ejemplo: halló Ia misma capaci-
dad craneal baja (como l a encontré yo), de 1.374
centfmetros cúbicos, mientras que en los sstiios es
de 1.530,
Aun cuando no le di6 importancia, ha116 la misma
esclerosis de los cráneos de los delincuentes, y en la
misma proporci6n del 45 por 100; y también la mi-
crocefalis , las circunferencias pequeaas, de 481,488.
475 milimetros.
38 LA ESCUELA

Me hace decir (como también Messedaglia, Bil-


liakow y Bordier) que en los asesinos y homicidas
predomina siempre la, braquicefalia; mientras que ya
en la primera edición había demostrado yo su fre-
cuencia, si, pero con notables excepciones.
Pues bien; entre 88 criminales, ha116 él 37 braqui-
céfal~s , 22 delicocéfalos y 29 mesocéfalos ; mientras
que en 100 sanos viéronse 61 de los primeros, 14 de
los segundos y 25 de los terceros. Pero, aparte de que
tampoco ha hecho aqui ninguna distinciói~entre los
homicidas y los no homicidas, haciendo sospechnr
que le faltan indicaciones precisas, pues los decapita-
dos pudieron haber sido ladrones y hasta delincuen-
tes políticos nada más, olvida aqui una circunstancia
importantisima, la del país de origen ; el haber sido
decapitado 6 encarcelado en Bolonia un individuo no
prueba de ningún modo que sea boloñ&s,y inuc,home-
nos en los criminales, que con tanta facilidad se ven
obligados á cambiar de residencia. Unos cuantos mo-
deneses 6 luqueses limítrofes bastarian para expli-
car la elevada cifra de dolicocéfalos ; y él, que pare-
ce tan convencido de la ventaja de poder dar los co-
tejos regionales, debía insistir sobre esto y mostrar-
nos los documentos, que, por el contrario, faltan allí
completamente.
Por lo demás, la mucha importancia dada por mi
á la braquicefalia se justifica por el aplastamiento
del occipital, que es tan frecuente en los degenera-
dos, y por el hecho, ya demostrado hoy, de que en los
criminales existe exageración del índice especial de
la raza. Donde domina la braquicefalia, allí hay exe-
geraci6n de Bsta.
En cuanto á, las anomalías, no las encuentra m&s
frecuentes en los criminales que en los sanos; pero á
mf me bastara para poner de manifiesto su error la
siguiente tabla :
Criminales. Locos. Sanos.

Siuostosis de l a s su-
turas..............
Asimetria............
Fosa occipital media..
17 por 100
27
8
*
B
-
4,50
.
15 por 100

>
2 por 100
3,7 *
4,25 w
Sutura témporo-fron-
...............
tal..
Sutura medio-frontal..
Huesos wormianos.. ..
Peso, en gramos.. ....
4.-Ztino, en su Fisiopatologia del delito (Nhpoles,
1884))si es que se le puede entender en medio de sus
excesivas faltas gramaticales y digresiones, parece
como que quiere combatir á la escuela antropol6gica
criminalista. Pero, por el contrario, la confirma á
menudo, por ejemplo: cuando distingue los crimina-
les de los delincuentes por pasi6n, y admite que los
primeros son incorregibles, y admite en ellos la he-
rencia, que no puede tener lugar sin un substrato org&-
nico en los progenitores.
Más adelante escribe que no encontró parientes
entre los reos por 61 examiiiados, cuando al dar un
vistazo &suscuadros hemos podido reunir 35 parientes
entre 179 individuos, y precisamente 10 hermanos,
3 padres, 3 madres, 11hijos, 3 hermanas, 3 tios y
otros 2 parientes en diverso grado; y no anda mBs
acertado a l afirmar que, excepto algunas mujeres
neuropkticas , locas 6 pervertidas por germen here-
ditario 6 adquirido (¿y qué serían si no eran perver-
tidas?), nunca, ha, encontrado los caracteres que la
nueva escuela seiiala en los criminales. Pero tambien
aqui, echando una ojeada sus estados, encontramos
40 LA ESCUELA

entre 188 individuos 90 submicrocéfalos, 29 con ano-


malías en el cihneo y en la cara, y 28 con anomalías
funcionales ; por lo cual, si hubiese leido sus propias
observaciones, la anatema (para él los anatemas son
femeninos, y no v a descaminado) que lanza contra
nosotros los pobres antropólogos , podría volverse
muy bien contra él.
Estudiando también la acci6n de los meteoros
sobre el delito, para negarla se apoya en el estudio
de unos pocos individuos detenidos en las cárceles de
Messina, y hecho sólo durante cuatro nfios, mientras
que yo (con Guerry y Quetelet) me fijaba eii muchos
miles cle observaciones. Peor es cuando luego aduce
el singular argumento de que, admitiendo aquella
influencia, podrían los abogados encontrar en el Bo-
letilz msteo~oíógicol a justificación de sus clientes. No
ha pensado que eso seria poco mks 6 menos como
querer disculparle k 61 de sus muchas faltas grama-
ticales dicieiido que escribía en meses fríos, puesto
que he demostrado, hasta cierto punto, que dichos
meses son desfavorables para las producciones inte-
lectuales. (Pensamiento y meteo~os,1878.)
En efecto, es fácil de comprender que l a influen-
cia meteorológic& explica el hecho, mas 110 por eso lo
excusa ni lo hace impunible; A lo sumo seria un ate-
nuante. Pero entre tanto, como siempre (pues l a ver-
dad siempre es Útil), este conocimiento por 61 desco-
nocido y considerado como un peligro social, sumi-
nistra un precioso medio preventivo, sugiriendo leyes
diversas para algunos delitos (por ejemplo, estupro,
asesinato) en los habitantes de los paises chlidos en
comparación de los fríos, y mejor el uso de las ablu-
ciones frias en los primeros para precaverse de cier-
tos delitos.
5.-Mucho mhs aguda y fecunda es l a crítica pu-
blicada acerca de mi libro por el brioso pensador
Tarde (1).
Por ejemplo: me objeta que si, como yo pretendo,
el criminal fuese alto, robusto y de cabello tirando tt
oscuro, no puede recordar al hombre primitivo, que,
según Spencer, fué pequeño y rubio. Objeción agudi-
sima, como la de Calucci, padre, que á la frecuente
microcefalia de los criminales afirmada por mí obje-
tábame con la gran capacidad craneal tan manifiesta
en los salvajes. A estas agudas objeciones respondo
que hay una estratificación (como observó Sergi) en
el atavismo criminal, quien no siempre reproduce al
salvaje de los últimos estratos, y, ademAs, que no es
cierto que todos los salvajes sean pequeilos, rubios y
macrocéfalos. Altos y oscuros son los negros, los an-
damanos, los papilies ; con cabellera muy espesa, altí-
simos, los patagones , y todos ellos tienen los huesos
pesados, y muchos (como, por ejemplo, los australia-
nos) tienen poca capacidad c.ranea1.
Por otra parte, aquí debe hacerse el parangón con
el epilhptico, que con frecuencia es fuerte y alto; eii
ambos se explica (como tambihn se explicarfa en el
salvaje) esa estatura alta y amazacotada, por la anes-
tesia que deja crecer al cuerpo á pesar de la neurosis.
Es la aplicación del refrán que dice: Mala hiel-ha mu-
cho crece.
No sabe explicarse Tarde por qué la cabeza de los
asesinos es mhs gruesa que la de los ladrones ; pero
eso depende tambihn de la mayor estatura.
Advierte que la marcada asimetría en el 57 por 100

(1) Tarde: El Tipo cvinainal (Revista FiZosOfica, 1885, niime-


+os 6, 7 y 8.)
42 LA-- -ESCUELA
. -- - .
de los reos no puede considerarse como carhcter at&-
vico. Cierto, no lo es; pero si es, en cambio, un prin-
cipalísimo carácter del epiléptico. tipo con el que he
llegado ha poco á fundir los criminales de nacimiento.
A la grande importancia dada por mí & la fosita
occipital media, objeta que es frecuente en los árabes
y hebreos, poco criminales. Dejando aparte & los
judíos, cuya criminalidad latente (encubrimiento y
usura) esconde la verdadera, nosotros no decíamos
que la fosita explique la criminalidad porque sea fre-
cuente en los criminales y hasta en los bhrbaros, sino
que aparece en unos y otros por ser carácter de ata-
vismo, 6 sea (en lenguaje técnico) de degeneración
regresiva; y además, precisamente cuando coinple-
taba mis estudios acerca de la fosita (Revista Cieizfi-
@a, 1883))hacía la observación de que no todas las
anomalías atávicas se encuentran con la misma fre-
cuencia en las razas m&ssalvajes ; sino que siendo allí
más frecuentes que en los pueblos civilizados, varían
singularmente en la proporción y sin que la falta de
una 6 de otra pueda decirse que es uii signo de mayor
inferioridad en la raza. Asi, aquellas dos anomalías
atávicas del hueso de los Incas y de la fosita occipitnl:
encu6ntranse más en razas semicivilizadas, como 18,
americana, y poco en los negros; y viceversa, la este-
nocrotafia bastante más en los negros que en los
americanos.
Y, á prop6sito de esto: fuera también de aquellos
oasos en que una enfermedad, como la paquimenin-
gitis, hace de interferente y pone opaca y anubla toda
huella de atavismo, es necesario recordar siempre
que, á primera vista, las líneas sintéticas parecendes-
aparecer ante un minucioso anhlisis ; hasta cuaildo se
cluiere investigar la ley darwiniana, la ley del ata-
vismo, en aquellos fen6menos humanos en que es mhs
predominante, por ejemplo en la embriologia, se nota
c6mo aquellas líneas que aparecen evidentes vistas
en conjunto y desde lejos, se hacen borrosas si se ana-
lizan demasiado de cerca. Sucede aquí como en cier-
tos cuadros, que llamaría yo holandeses al revés, los
cuales, examinados de cerca, parecen informes man-
chas de colores, mientras h distancia resultan admi-
rables. Tanto en un caso como en otro, existe la línea;
s61o que, para advertirla, hace falta alejar el punto
de vista.
Y que es así, prueba10 el ver cómo adoptando este
criterio se nos abren A miles nuevos caminos, que
aclardndose mutuamente aclaran el asunto; nlieutras
que si se tratase de una ilusión científica, debiera su-
ceder lo contrario, y cada paso seria para nosotros un
obstAculo.
Admitieiido Tarde que hay un tipo fisionómico cri-
minal, declara que también debe haberlo en otros
grupos de hombres, por ejemplo en los literatos; lo
cual es cierto, y lo demostré en Genio y locura (1883,
cuarta edición).
Confiesa que, en comparaci6n con los indicios dados
por el tipo criminal, muchos de los criterios del juez
instructor (por ejemplo, los certificados del alcalde)
valen bastante menos; y hace notar cóino los comen-
tadores de las leyes antiguas, seghn Loiseleur, canta-
ban entre los motivos de sospecha la mala catadura
del acusado, y concluye diciendo que «la necesidad de
una clínica criminal se deja sentir como complemento
de la escuela de derecho, en la cual es harto ligero
bagaje el Digesto y el Código civil.
>Seismeses de frecuentar las carteles valdrian por
diez años de ejercicio., Bueno es que esto lo sepan
44 1.A ESCUELA

aquellos que han impedido la entrada en las cárceles


á los hombres de estudio. Añadir6 que Semal, Bene-
dikt y Hegel se hicieron iniciadores de esta idea en el
Congreso de Amberes, que la aceptó por unanimidad.
También advierte Tarde que la mujer tiene muchr~
inás analogía con el salvaje y con el criminal que el
hombre, y, sin embargo, comete menos delitos; y yo
respondo que su criminalidad verdadera dista mucho
de ser menor que la i~iasculina,si se tiene en cuenta
la prostitución como eqiiivalente del delito ; pero él me
replica respondiéndome que, de todos modos, esa cri-
minalidad está menos desarrollada; y yo convengo en
que tieiie razón, y acaso se deba tener aquí presente,
aún más de lo que lo hemos hecho hasta ahora, la ac-
ción del medio ambiente, y recordar también que son
inucho menos numerosos los signos degenerativos cra-
neales en la inujer .
Además, me objeta que queriendo hacer yo del de-
lincuente un loco moral y un salvaje, un atavico, se
yuxtaponen dos tesis que alternan y se contradicei~,
como que la locura es fruto de la civilización y es railn
en los salvajes. Pero la locura mornl no es la común
locura: es la falta de sentido moral, falta que no puede
decirse rara en los salvajes, puesto que, por el con-
trario, constituye su modo ético de vivir. En los reos,
casi siempre es congénita. Y luego, los hechos aquí
son harto elocuentes.
Pues bien; aparte de los hechos de atavismo (por
ejemplo, la fosita occipital media, los senos frontales),
desde los priineros estudios ensayados á propósito de
esto, vi injertarse en el reo algunos otros que eran
congénitos tambibn, pero que no podían ser athvicos
(como por ejemplo, l a asimetría facial, que no existe
3n el salvaje, el cabalgamiento de algunos dien tea, el
estrabismo, la desigualdad de las orejas, la paquime-
ningitis); y desde entonces, sin pensar en su futura
fusión, ya habia dicho yo que estos eran signos de en-
fermedades fetales. Sólo mucho despues se me ocurri6
que estos caracteres coincidían con los que se atri-
buyen al loco moral y unianse h ellos en las funciones
otros caracteres que eran patológicos y no atávicos
(como la discromatopsia, las paresias unilaterales, la
desigualdad de las pupilas); esto 110 se injertaba arti-
ficialmente, sino que se fué formando poco á poco por
una verdadera serie de sedimentos en los estudios ul-
teriores, entre la primera y la tercera ediciones de
El Horni3i.e delincuente. Aun después de Bsta, mientras
preparaba yo para el segundo tomo el estudio acerca
del delincuente epilhptico, que desde mucho tiempo
atrás habia comprendido que debia estudiarse ente-
ramente aparte, me percaté de que en la misma fami-
lia que Aste entraba por completo el loco moral 6 el
delincuente nato; y así llenaba aquellas lagunas que
aún habia en mi mente para explicar los fenómenas
patol6gicos puros y no athvicos del reo de nacimiento
(por ejemplo, la mayor frecuencia de la discromatop-
sia, la intermitencia y la contradicción de los carac-
teres afectivos, los impulsos irresistibles, la necesidad
del mal por el mal, y aquellos feilómenos de meningi-
tis y de reblandecimiento cerebral que, de seguro, no
eran athvicos). Ni aun así tendria meiios que ver con
eso el atavismo, pues fuera de la epilepsia no hay en
la patología ninguna otra enfermedad que al mismo
tiempo pueda fundir y reunir los fenómmos morbosos
con el atavismo. Los prhcticos habían observado ya
que el epiléptico comete á menudo actos athvicos,
como aullar, comer Garne humana, etc. (1).
(1) Tarde, coi1 una lealtad ;ay! poco coíniin, conviene ahora

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