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Castro Muñoz, Bárbara

Universidad de Concepción
Asignatura: Temas de Historia Medieval y Moderna
Curso: 3º / Año Académico: 2017
Profesor: Sanyar Lagos Vigouroux

Marc BLOCH: “Los Reyes Taumaturgos”. Estudio sobre el carácter sobrenatural


atribuido al poder real, particularmente en Francia e Inglaterra, Fondo de Cultura
Económica, México, 2006, PP. 92- 157.

RESUMEN
El historiador Marc Bloch, en su magnífica obra “Los reyes taumaturgos”, estudia el
carácter sobrenatural que se les atribuía a los reyes de la Edad Media tanto en Francia como en
Inglaterra. A estos reyes se les denominaba taumaturgos, ya que tenían la capacidad para realizar
cosas asombrosas, como la curación de enfermos con sólo tocarlos, y cuyo poder de curación que
tenían estos reyes, provenían del origen divino que constituía cada monarquía. Bloch de este modo,
en el libro I–que analizaremos a continuación–, nos adentra en el milagro que realizaban los reyes
de Francia e Inglaterra de la adenitis tuberculosa de los escrofulosos, por lo tanto, a través de esta
obra es que el autor, da cuenta de la historia de estos milagros y de cómo se propagaba la creencia
en tales milagros o como él la adjudica a la creencia del “tacto real”.
El autor, para llevar un trabajo crítico y metódico, propone un equilibrio entre los capítulos
y los sub-apartados, en los que va explicando y desarrollando cada uno de los puntos en los cuales
se va enfocando; pues, así Bloch en el primer capítulo, antes de introducirse de lleno en el tema de
los reyes franceses e ingleses, entabla que son las escrófulas o la adenitis tuberculosa, que vendría
siendo la –enfermedad– protagonista de tales milagros que realizaron estos reyes taumaturgos, a los
cuales el poder divino les fue encargado. Analiza así, a partir del poder de curación de los
escrofulosos que en multitud se acercaban a estos reyes para obtener la cura de tal fuerza milagrosa.
No obstante, este maravilloso poder no era considerado como personal y exclusivo, ya que –como
profundiza Bloch– iban en una línea hereditaria de tal poder curativo, sobre todo con los primeros
capetos y los comienzos del rito en Francia con Roberto el piadoso, como dueño del poder de curar
las enfermedades. De esta forma, dice Bloch, que sus sucesores heredaron ese poder; sin embargo,
fue Felipe I considerado como el primer soberano francés del que podemos afirmar con seguridad
que tocaba a los escrofulosos. Asimismo ocurrió en Inglaterra con la atribución al rey Enrique II
como su especialidad en las escrófulas, sin embargo, esta capacidad de curar no era personal, ya que
era por la facultad de su función, es decir, sólo una vez rey era taumaturgo. Pues, el tacto real solo
operaba en contra de la enfermedad más extendida: las escrófulas.
En el segundo capítulo del primer libro, Bloch profundiza en la evolución de la realeza
sagrada y en los movimientos de creencias y sentimientos que se propagaron por Europa occidental,
sobre todo en Francia e Inglaterra, que dieron con la instauración del rito del tacto. Así los reyes de
ambos países se convirtieron en “médicos milagrosos”, ya que desde hacía tiempo que eran
considerados personajes sagrados, a manera de justificar sus virtudes milagrosas, que de igual
forma ocurre con el rito fundamental: el rito de la unción. Finalmente, puede que el milagro haya
sido parecido, pero no evoluciono de la misma forma en uno y otro lugar, ya que en el caso de
Francia, este don milagroso como especialidad con el tiempo se le fue otorgado a su rey, en cambio,
en el caso inglés, este rey y este poder para poder curar, lo predeterminaron desde un comienzo.
Pues, así Bloch va dando un análisis histórico, y a la vez crítico de las diferentes políticas y que los
únicos que eran capaces de curar y que tocaron enfermos fueron entonces Roberto II y sus
descendientes en Francia hasta la aparición de Enrique I, quien fue el primero de su dinastía del que
se sabe que toco enfermos y se inicia así una mayor propagación en la creencia de tales milagros.

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IDEAS PRINCIPALES Y SECUNDARIAS

 Las escrófulas: o utilizadas con el término de lamparones, los médicos hoy designan a esta
enfermedad –adenitis tuberculosa– aquella en que las inflamaciones de los ganglios linfáticos son
debidas a los bacilos de la tuberculosis. La mayor parte de las inflamaciones ganglionarias son de
origen tuberculoso; los ganglios que son atacados con mayor facilidad por la tuberculosis son los
del sector del cuello, y en que estos al no recibir los debidos cuidados se producen supuraciones,
que pueden ver afectada a la cara también. De “ahí [dice Bloch] una confusión, que aparece en
muchos textos, entre las escrófulas y diversas afecciones de la cara o incluso de los ojos”. (P. 94)

- Esta enfermedad sin duda, en aquel tiempo estaba sumamente extendida, ya que
predominaban las nefastas condiciones higiénicas altamente inferiores a las actuales –en época de
Bloch–. Así mismo, a través de los distintos testimonios de médicos de la Edad Media o de la Edad
Moderna, las escrófulas en algunas regiones se caracterizaban por ser verdaderamente endémicas;
es raramente mortal, pero es molesta y tiende a desfigurar, por lo que producían horror este tipo se
supuraciones. Sin embargo, “estaban [dice Bloch] dispuestos a recurrir a los remedios que les
indicara el saber común: tal es el telón de fondo del milagro real” (P. 94). A las escrófulas
normalmente en la antigua Francia le llamaban el mal del rey y en Inglaterra eran conocidas por
King´s Evil.

 Tratado de las Reliquias de los Santos: es un manuscrito, cuyo material es farragoso, con
sentido crítico propio del siglo XII. Junto a la multitud de consideraciones desde las reliquias, las
visiones hasta las manifestaciones religiosas, en esta obra, Guibert desarrolla la idea “de [dice
Bloch] que los milagros no son por si mismos indicios de santidad. Tienen a Dios por su único
autor; y la divina sabiduría eligió como instrumentos, “como canales”, a los hombres que convienen
a sus designios, así sean impíos” (P. 96). Guibert, asimismo, agrega que ha presenciado con sus
propios ojos como los enfermos que sufrían de las escrófulas en el cuello u otras partes, acudían en
multitud a para poder ser tocados por el monarca –refiriéndose a Luis VI y Felipe I, su padre–.

- De acuerdo a una singular controversia, es que aparece reflejado en un primer documento el


“tacto” francés, en el cual hacia comienzos del siglo XII, el monasterio de San Medardo de Soissons
pretendía poseer un diente del Salvador, y que para difundir este tesoro habían hecho componer por
los religiosos un opúsculo, el cual “se [dice Bloch] trataba de una compilación de milagros, un
librito para uso de peregrinos, sin duda de fabricación muy tosca. No lejos de Soissons vivía por
entonces uno de los mejores escritores de la época, Guibert” (P.95). Este escritor, sin embargo, no
creía en la autenticidad del diente, por lo que al aparecer el escrito proclamando esa autenticidad, él
a su vez, para convencer a los fieles de que habían sido engañados, escribe así el tratado de
Reliquias de los Santos.

 Luis VI, Felipe I y San Luis: Luis VI –según Guibert– poseía el poder de curar a los
escrofulosos, quienes se acercaban a él –convencido también de su poder curativo– en multitud
para obtener la cura que tal fuerza milagrosa había concebido en el. No obstante, este maravilloso
poder no era considerado como personal y exclusivo del rey Luis, ya que anterior a él se encontraba
su padre y predecesor Felipe I, quien fue excomulgado por sus actos reprobables con Bertrade de
Montfort. Pero que “conviene [dice Bloch] recordar que Felipe I es el primer soberano francés del
que podemos afirmar con seguridad que tocaba a los escrofulosos” (P. 98). Además, dentro de este
texto se encuentran otras curaciones efectuadas por reyes de Francia, como es el caso de san Luis
(1226- 1270). A pesar de transcurridas varias décadas después de los reinados de Luis y Felipe, los
textos que se refieren a san Luis con toda claridad demuestran ese poder como tradicional y
hereditario.

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- Los dos primeros linajes de esta dinastía, “poseían [dice Bloch] ya una virtud medicinal
reivindicada por los capetos no es nueva” (P.99). De tal manera, esta fue tratada en varias ocasiones
por eruditos entre los siglos XVI y XVII, que produjeron varias controversias, las cuales llegaron
hasta los mismos reyes. Al contrario de Luis, Enrique IV quien se supone después de haber tocado
escrófulas, en una cena que procuro, se enfrentó a varios doctos combatientes; por una parte estaba
“el historiógrafo [dice Bloch] y el medico sostenían que el poder de que el rey acababa de dar
prueba se remontaba a Clodoveo. El capellán, en cambio, argüía que nunca los merovingios o los
carolingios lo habían ejercido” (P. 99). Sin embargo, dentro de las pocas fuentes de la alta edad
media es poco abundante y fácil de explorar, así por lo tanto, en ninguna de estas fuentes, no se
encontró alusión alguna al poder de curación de carolingios o merovingios, es decir, “no [dice
Bloch] hay ninguna posibilidad de establecer una continuidad entre […], entre el rey del siglo VI y
el del XI” (P. 102). Pues, en ningún texto merovingio o carolingio, al menos de los que llegaron
actualmente en ninguna parte, muestran que un rey cura escrófulas o no hablan de curaciones por
parte de monarcas.

 Los capetos y los comienzos del rito en Francia: Roberto el piadoso, el segundo de los
capetos era considerado por sus súbditos como dueño del poder de curar las enfermedades, así
mismo, “sus [dice Bloch] sucesores heredaron ese poder; pero al transmitirse de generación en
generación, esta virtud dinástica se modificó o, mejor dicho, se fue precisando poco a poco” (P.
108). Pues, el tacto real solo operaba en contra de la enfermedad más extendida: las escrófulas. Sin
embargo, ya en el reinado de Felipe I –su nieto– esta transformación ya se había completado, ya que
el comienzo autentico del tacto de las escrófulas fue con Felipe I. Roberto II por su parte, puede
haber sido el iniciador de tal rito, y que sus fieles hayan creído que era capaz de curar, y que le
consideraran este don como personal de él. No obstante, sus descendientes y sucesores
reivindicaron el privilegio –hereditario–paterno.

- Las representaciones colectivas desde las que salió esta idea del poder curativo, medicinal
de los reyes son bastante difíciles de esclarecer con detalles, “lo que [dice Bloch] debería
considerarse inconcebible seria que los franceses hubieran creído, de repente, que sus soberanos
eran capaces no de curar a los enfermos en general, sino de curar a los escrofulosos y sólo a ellos”
(P. 107). Quizás, si hubieron escrofulosos que al ser tocados por las manos sagradas de sus señores
y se curaron; “efecto [dice Bloch] de la naturaleza, diríamos hoy; efectos de la virtud del rey, se
decía en el siglo XI” (P. 108).

 Comienzos del rito inglés: Pierre de Blois, era un clérigo que vivía en la corte de Enrique II
de Inglaterra, como muchos letrados eclesiásticos tenía una mente brillante y que de él se posee una
gran recopilación epistolar. A través de él, se obtuvo que Enrique II curaba a los escrofulosos, ya
que en una de sus cartas “pues el rey es santo: es el Cristo de Señor, no en vano ha recibido el
sacramento de la unción, cuya eficacia […] quedaría ampliamente demostrada por la desaparición
de esa peste que ataca la ingle y por la curación de las escrófulas” (P. 110). Igualmente a Enrique II
se le atribuía en su virtud real de la desaparición de una peste que atacaba la ingle –sin exactitud a
cual sería, menciona Bloch–. Según el, y la opinión corriente, Enrique II “había [dice Bloch] curado
milagrosamente, era verosímilmente un caso particular de ese vasto grupo de afecciones
ganglionarias que la edad media reunía bajo la común denominación de escrófulas” (P. 110- 111).
En definitiva, se le atribuía al rey Enrique II esta como su especialidad, sin embargo, esta capacidad
de curar no era personal, ya que era por la facultad de su función, es decir, sólo una vez rey era
taumaturgo.

- Durante gran parte de lo que fue el periodo anglosajón no se encuentra mencionada ninguna
aparente virtud medicinal la cual se le atribuyera a algún rey; solo hasta épocas después, se puede
encontrar a un príncipe del que se piensa que inicia el encabezado de este linaje de reyes curadores,

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este era Eduardo el Confesor, quien aún es considerado como el fundador de tal rito inglés. Fue
considerado un santo en su tiempo y como era santo era considerado taumaturgo. Sin embargo,
encontramos una visión diferente a la de los contemporáneos de tal época, la de Guillermo de
Malmesbury, quien “para [dice Bloch] el monje de Malmesbury sólo los santos pueden hacer
milagros; los reyes los podrán hacer también si son santos, pero no en cuanto reyes. No hay para él
una dinastía taumatúrgica” (P.114). Vemos entonces como Eduardo habría curado en cuanto a su
merced por su origen real y no a sus virtudes religiosas.

 La evolución de la realeza sagrada: los movimientos de creencias y sentimientos que se


propagaron por Europa occidental, sobre todo en Francia e Inglaterra, se dieron con la instauración
del rito del tacto. Así los reyes de ambos países se convirtieron en “médicos milagrosos”, ya que
desde hacía tiempo que eran considerados personajes sagrados, como mantenía Pierre de Blois de
su señor Enrique II a manera de justificar sus virtudes milagrosas; expone Bloch: “el carácter
sagrado de la realeza llego a ser reconocido, antes” (P.123). Así, los Capetos se presentaron como
los auténticos de la dinastía carolingia, y los propios carolingios de Clodoveo y sus descendientes,
los reyes normandos igualmente reivindicaron la sucesión de príncipes anglosajones, produciéndose
una filiación directa y continua. A partir, de las realezas germánicas –ideas y constituciones
arcaicas– a través de algunos vislumbres –ya que se carece de mayor escritura de ellos– es
suficiente, para “asegurarnos de que la concepción de la realeza estaba impregnada de un carácter
religioso, tanto entre los germanos como en todos los pueblos en idéntico estado de civilización”
(P.124). Una diferencia clara –según Tácito– entre los jefes de guerra temporarios y los reyes de los
germanos, es que estos salían únicamente de familias nobles, es decir, de familias dotadas en forma
hereditaria de una virtud sagrada; en el caso de la genealogía anglosajona, la fe en el origen
sobrenatural de los reyes “provenía [dice Bloch] un sentimiento de lealtad general […] la
primogenitura no existía; […] era posible cambiar al soberano, pero con la condición de que el
nuevo perteneciera siempre a la misma dinastía” (P. 125). Por ello, estos linajes eran únicamente
capaces de dar señores eficaces, ya que sólo ellos poseían la virtud misteriosa; la idea de
legitimidad personal era muy débil a comparación de la dinástica que era muy fuerte.

- El milagro de las escrófulas se emparenta con todo un sistema psicológico que puede ser
calificado de primitivo; Bloch lo expresa así: en primer término, “porque lleva la marca de un
pensamiento todavía poco evolucionado y muy sumergido en lo irracional; y también porque se lo
encuentra en estado particularmente puro en las sociedades que hemos convenido llamar
“primitivas” (P.121). Sin embargo, de a poco se habría olvidado el aspecto temible del don real; los
reyes taumaturgos de los siglos XI o XII no rechazaron su herencia ancestral, ya que no había nada
en sus virtudes milagrosas que les viniera de un pasado remoto.

 El rito fundamental: los soberanos de Occidente se habían vuelto sagrados oficialmente a


través de una nueva institución: desde la consagración eclesiástica del advenimiento y de forma
particular con el rito de la unción. Este rito aparece en los reinos barbaros de los siglos VII y VIII, a
diferencia de Bizancio que fue mucho más tarde su introducción debido a que la religión imperial
era la predominante y que estaba muy presente en Roma, por lo que este nuevo rito se hizo inútil;
sin embargo, fue a partir de la Biblia “la que [dice Bloch] proporcionó el medio de reintegrar a la
legalidad cristiana la realeza sagrada de las viejas épocas” (P. 135). Así, se fue dando en primer
lugar en el reino visigodo de España, en la cual la Iglesia y la dinastía vivían en unión intima; esto
alrededor del siglo VII y después surge en el Estado Franco, en que los merovingios jamás habían
sido ungidos como reyes, lo que si era una especie de “bautismo”. Sólo a partir de Pipino –año 751–
es quien da el gran paso y “se [dice Bloch] decidió a desembarazarse de los últimos descendientes
de Clodoveo y adoptar para sí mismo, junto con el poder, los honores reales, sintió la necesidad de
decorar su usurpación con una especie de prestigio religioso” (P. 138). De ese modo, Pipino fue el
primero de los reyes franceses en recibir la unción por parte de los sacerdotes, en forma como lo

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hacían los jefes hebreos. De igual forma, sus sucesores no pararon de seguir su ejemplo, y hacia
fines del siglo VIII, el mismo rito se implanto en Inglaterra y después paso a generalizarse en toda
Europa Occidental.

- Tomando como ejemplo al viejo mundo oriental, los reyes aquí eran considerados
personajes muy sagrados, “su [dice Bloch] carácter sobrenatural quedaba señalado en muchos
pueblos por una ceremonia de sentido muy claro: en ocasiones su advenimiento eran ungidos en
ciertas partes de su cuerpo con un óleo santificado previamente” (P. 136). No obstante, esta unción
no era exclusiva de los reyes, ya que tenían un lugar de primer orden en toda la ceremonia hebraica,
en la que “constituía [dice Bloch] el procedimiento normal para trasladar a un hombre o a un objeto
de la categoría del profano a la categoría del sagrado” (P. 137). Otro caso, se ve en: una vez ungido
rey Carlomagno, no volvió a serlo como emperador, quien precisamente fue el que dio un segundo
rito de origen, que se unió al primero; sobre su cabeza de coloco una “corona” que lo proclamaba
emperador. Con su hijo Luis el Piadoso, quien recibe como título imperial la marca del óleo junto
con la corona, que “desde entonces [dice Bloch], los dos gestos rituales pasaron a ser inseparables”
(P.139). Entorno a estos dos ritos fundamentales, se desarrolló rápidamente en todos los países el
amplio ceremonial.

 El poder de curación: desde los actos, los objetos y los individuos sagrados no eran tan solo
concebidos como un recipiente de fuerzas “para [dice Bloch] ejercerse más allá de la vida presente,
sino también como fuentes de energía capaces de proporcionar ya en esta tierra una influencia
inmediata” (P.146) De tal manera, en aquellas épocas, aquel que se refiriera a lo sagrado, era apto
para poder curar y que a través de las cosas de la Iglesia, los santos oleos, es que se establecía este
vínculo de las consagraciones que le daban particularmente esos poderes fecundos a los reyes.

- ¿De dónde viene esa santidad, de la que habla Pierre de Blois? Sin duda, del rito religioso
de la unción, ya que este era el óleo bendito que parecía ser el más eficaz de los remedios para los
enfermos; asimismo, los reyes “se [dice Bloch] hallaban doblemente designados para el papel de
bienhechores taumaturgos: primero, por su carácter sagrado visto en sí mismo; y más
particularmente por la mas visible y respetable de las que provenía en ellos este carácter” (P. 149).
Sin embargo, estos no curaron inmediatamente establecida la unción real –en toda Europa
occidental fue igual–.

 La política dinástica y los primeros capetos: al primer soberano francés que se le atribuyo el
poder de curar fue a Roberto el piadoso –segundo de la dinastía capeta–, sin embargo, recibió el
título real y la unción en 987, por su padre Hugo, año en que fue la usurpación; esta dinastía se
afirmó posteriormente, ya que el prestigio de los carolingios era grande y desde 936 nadie había
querido disputarles la corona. No obstante, después de la usurpación de esta, el éxito que tuvieron
no les aseguro el porvenir, ya que no contaban con la fidelidad y legitimación por parte de algunos
hacia sus antiguos señores, por lo tanto la familia capeta se vio en un grave peligro; puesto que, la
tarea más urgente para esta dinastía, era reconstituir una legitimidad en su beneficio, por lo tanto
“para [dice Bloch] santificar al candidato triunfante, cualquiera que fuese su origen, se recurría
siempre a la unción” (P.151) Pues, solo a través de este mecanismo de legitimación, se fue
instaurando con fuerza la dinastía capeta y sus soberanos en Francia.

- El poder de curación de Roberto II, no se dio todo calculado, no obstante, este soberano
tenía un gran prestigio personal por su piedad religiosa “probablemente [dice Bloch] por esto el
milagro capeto comienza en él y no con su padre Hugo” (P. 151). Además, el carácter que se le
confería de santidad al rey, era junto con la santidad inherente a la dignidad real, que condujo a los
súbditos con toda naturalidad la atribución de sus virtudes taumaturgas, en que suponiendo que los
enfermos solicitaron ser tocados por Roberto II lo hicieron de un modo espontaneo, a pesar de ser

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una dinastía aun mal consolidada, sin duda Roberto haya tenido fe y con él sus consejeros de las
maravillosas fuerzas que emanaban de su ser, asimismo “los [dice Bloch] sucesores de Roberto no
dejaron que cayera en desuso un don tan valioso; curaron como aquel y se especializaron
rápidamente en un enfermedad determinada: las escrófulas” (P.152).

 El tacto real de Enrique y el supuesto plagio al milagro francés; “las [dice Bloch] creencias
colectivas que se hallan en el origen de los ritos de curación y explican su éxito, frutos de un estado
político y religioso común […] se habían extendido en forma espontánea tanto en Inglaterra como
en Francia, e inversamente” (P. 153). Sin embargo, con la naciente institución: “el tacto real”, lo
que hizo que un país influyera sobre el otro. Pues así, Enrique I fue el primero de su dinastía en
tocar enfermos, pero fue hacia el año 1100, o sea bastante diferencia con quien fue el iniciador en el
otro lado del canal de la mancha que fue Roberto II y que hacía ya setenta y nueve años había
muerto. Por lo tanto, los Capetos no plagiaron, por consiguiente ocurrió en el lado de Inglaterra, ya
que si “el [dice Bloch] milagro real se hubiera desarrollado en Inglaterra con independencia de toda
imitación extranjera, su evolución habría sido la misma que en Francia” (P. 153). Puede que el
milagro haya sido parecido, pero no evoluciono de la misma forma en uno y otro lugar, ya que en el
caso de Francia, este don milagroso como especialidad con el tiempo se le fue otorgado a su rey, en
cambio, en el caso inglés, este rey y este poder para poder curar, lo predeterminaron desde un
comienzo, “la misma [dice Bloch] de la que se habían convertido en médicos antes que ellos [… sus
vecinos de Francia. Enrique I, príncipe mas que por mitad francés, no podía ignorar las curas
realizadas por el Capeto, su señor feudal y su rival” (P. 154).

- La política dinástica inglesa hasta el año 1100, los únicos capaces de curar y que tocaron
enfermos fueron Roberto II y sus descendientes, hasta que aparece el reinado de Enrique I, quien
fue el primero de su dinastía del que se sabe que toco enfermos. Sin embargo, “en [dice Bloch] la
época en que Enrique I comenzó a ejercer su maravilloso talento, un clérigo perteneciente a la
catedral de York escribía esos treinta y cinco tratados, quintaesencia de todo el pensamiento
antigregroriano, donde se proclama la fe más absoluta e intransigente en los poderes de la unción
real, en el carácter sacerdotal y casi divino de la realeza” (P. 154- 155). Así, no sería raro que en ese
momento, él hubiera implantado en sus estados la práctica taumaturga, con la cual exaltaba la
creencia del poder sagrado de los reyes.

CRITICA

Marc Léopold Benjamin Bloch (1886- 1944) fue un Historiador francés, que se especializó
en el medievo francés. Al licenciarse como oficial del ejército francés acabada la Primera Guerra
Mundial, su tesis sobre historial medieval le valió un puesto en la Universidad de Estrasburgo. Allí
conoció a Lucien Febvre, con quien fundó la escuela de los Annales –primera generación– y
difundieron la revista “Annales d'histoire économique et sociale”, que se constituyó en la vía de
introducción de los estudios de historia económica y social en Francia. Entorno a 1936, al pasar a
ejercer la docencia en La Sorbona, sus planteamientos dentro del enfoque de la historia fueron una
total revolución en la visión de la Edad Media –particularmente–.
Esta obra en particular de Bloch: “Los reyes taumaturgos”, sin duda alguna es una de las
obras maestras de la historiografía del siglo XX. El autor, a través de un trabajo metódico y
riguroso, nos instaura en el análisis del estudio de una nueva postura, con ideas y planteamientos
renovados, que en el primer libro analizado nos introducen a conocer los diferentes caracteres
sobrenaturales que eran atribuidos al poder real, específicamente de Francia e Inglaterra. Bloch, no
solamente se encauza en un método histórico, ya que por primera vez se utiliza más de un método;

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en otras palabras, Bloch utiliza un método interdisciplinario desde la psicología colectiva, que se ve
marcadamente en el primer libro, con tintes de enfoque sociológico igualmente. De esta forma, la
investigación histórica que combina Bloch con otras disciplinas, hace de esta obra una totalmente
innovadora, en la que al ser examinada de forma crítica, lo que el autor nos pretende transmitir es
un estudio de forma analítica, compleja, pero a la vez revolucionaria –en cuanto a la época que la
escribe–, en la que de forma detallista y con gran aporte crítico y constructivo a diferencia de
muchos otros textos que se tornan en el pensamiento medieval; Bloch y su obra por lo tanto, son un
magnifico aporte historiográfico para el periodo de la edad media, ya que no sólo se enfoca del
contexto histórico en el cual se desarrollan tales hechos, si no que va más allá de estos, trasciende a
como se propagaban también aquella creencia en tales milagros, es decir, se sumerge en una
psicología colectiva en la cual vivían en el periodo medieval, que caracterizo a tal época en esta
especie de sociedad verdaderamente fervorosa y fiel de los milagros y las cosas maravillosas que
ocurrían. Bloch así, a través de este estudio bastante contemporáneo aun para nosotros –a pesar de
la época que nos encontramos–, es un material de suma importancia en cuanto a contenido para
estudiar la época medieval; también, puede ser visto como novedoso y trascendental por la manera
de plantear tal estudio, que precisamente por ello, dentro de la historiografía medieval la hacen ser
una obra sumamente influyente.
Igualmente destacamos como expone y analiza las ideas de forma un poco más compleja
que obras tradicionales y que realiza sus propios comentarios en cuanto va desarrollando las ideas,
pero que evidentemente es un enorme factor a favor en el momento de interpretar lo que está
queriendo expresar; por lo tanto, al analizar la historia de estos milagros y de cómo se propagaba la
creencia en tales milagros, Bloch logra determinar no solamente la aparición del milagro sino
también explicarlo y comprenderlo en términos de su desarrollo y expansión, y como también
aplica lo mismo para las creencias y leyendas en torno al fenómeno y a la propia naturaleza que se
les confería a los monarcas desde la base jurídica del derecho divino, que actuaron en las diferentes
estados como lo fueron Francia e Inglaterra.
Asimismo, estas habilidades taumaturgas de los reyes europeos son efectivamente una clave
para poder comprender las relaciones colectivas que se dieron en tal periodo, así como las
complejas relaciones que se dieron entre estos y las prácticas de la magia, el poder y la religión, que
realmente fueron el eventual semblante de las sociedades europeas occidentales del medievo. No
obstante, igualmente es necesario destacar la contundente utilización de fuentes bibliográficas por
parte del autor nos muestra un correcto empleo de estas referencias que utiliza en cuanto al
desarrollo de las ideas iniciales; precisamente, podemos destacar aquellas fuentes que son de
carácter epistolar, manuscritos, testimonios y diversas citas a lo largo del texto para apoyarse bajo
una base sólida. Al utilizar aquellas fuentes, además el autor se encumbra en la utilización de
fuentes que se remontan a los antepasados más lejanos como las llamadas sociedades primitivas
como el las denomina, que sin embargo, a pesar de ser muy pocas, las sabe utilizar de buena
manera, ya que en primera instancia deja claro la falta de historiografía por parte de estos pueblos,
pero que a la vez las utiliza de manera precisa, para no tergiversar a lo largo de su obra, y que
hemos podido analizar a lo largo de todo el libro I. A manera de concluir, por lo tanto, Bloch hace
un trabajo cuidadoso y que no redunda en los mismos temas. Sin más preámbulos, la obra de Bloch
definitivamente es un enorme aporte a la historiografía medieval, y del siglo XX indiscutiblemente.

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