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Eutanasia: Visión científica

VISIÓN CIENTÍFICA DE LA EUTANASIA

Desde un punto de vista científico la eutanasia en nuestra sociedad actual la


iremos descubriendo siguiendo los puntos que trataremos a continuación.

Un primer punto es el aumento numérico de los casos de eutanasia. En los últimos


años miles de personas han recurrido a la eutanasia para acabar con su vida. En
su inmensa mayoría han sido enfermos terminales de cáncer los que recurrieron a
esta forma de acabar con sus vidas.

Otro punto característico de hoy es el incremento de las formas de eutanasia. De


aquellas más clásicas, para los enfermos terminales, atormentados por el dolor,
pasamos ahora a las formas más modernas de eutanasia: se da por ejemplo la
eutanasia de los niños nacidos con deformidades, la eutanasia a enfermos
parapléjicos, también una eutanasia prenatal, que interviene sobre el feto antes de
su nacimiento; así como la eutanasia de los ancianos inválidos.

Pero hay un tercer punto con aún más relevancia: la actitud que se asume en
relación a estos casos de eutanasia. Hemos pasado de una actitud de condena y
rechazo muy clara, precisa y fuerte, a una actitud de tolerancia con relación a los
casos más graves; más aún, hemos ido más lejos y la actitud más difundida
parece ser la de la aceptación. No faltan personas que extienden más esta actitud
y se empeñan en favorecer y promover la eutanasia. Es cierto que usualmente se
apresuran a decir que se trata de los casos más graves, pero luego la gravedad se
define en las formas más elásticas o contradictorias.

Otro punto de la eutanasia hoy se relaciona con las motivaciones interiores que
mueven a solicitar la eutanasia. Una de las más difundidas es la así llamada
piedad ante los sufrimientos indecibles e insoportables. Pero hay otra motivación
más: la de quien habla de una vida que en algunos casos no tiene valor. Otros van
más lejos y piensan que los enfermos y los ancianos significan un problema muy
grave para nuestra sociedad, porque constituyen un peso, no sólo económico, sino
también psicológico.

Quisiera señalar también esta otra motivación. En una sociedad capitalista como
la nuestra nos encontramos con personas que piensan que con su vida ellos
pueden hacer lo que quieran. Es un pensamiento muy extendido en las economías
más avanzadas.

Actualmente la eutanasia se encuentra legalizada en algunos países, los enfermos


terminales pueden pedir que se les someta a una muerte asistida sin dolor alguno.
Estos deben encontrarse con plenas capacidades mentales y ejercer este
“derecho” libremente. En definitiva, la ley les autoriza a ser “ejecutados”.
2. Este es el rostro actual de la eutanasia, estos son algunos elementos que lo
pintan. Sería interesante, a este punto, investigar las diversas causas que explican
esta perspectiva cultural, cada vez más presente en nuestra sociedad.
Sintetizándolo en una palabra, podremos hablar de una banalización extrema de
un valor fundamental de la existencia humana, tal como es el de la vida y de la
muerte. Todo esto puede parecer muy lejano a nosotros y en cambio es mucho
más cercano de lo que se piensa. Para demostrarlo quisiera mencionar una noticia
muy reciente, de mitad de enero: el nacimiento en Turín de una asociación, que se
llama Exit y que toma el nombre de una asociación nacida en Holanda y que tiene
como objetivo legalizar la eutanasia.

Quien ha hecho surgir esta asociación es un funcionario de la Iveco, Emilio Coveri,


de 45 años. En dos meses, esta neonata asociación ha recibido el pedido de
adhesión de 364 personas. Ya ha sido anunciada para el 1 de abril una
asociación, que se llamaría Ocaso feliz (Tramonto felice). Es aún más
preocupante leer las declaraciones de estos turineses: "Soy católico, aunque no
practicante" y "Para mí la eutanasia es una obra de caridad".

Ante este fenómeno, quisiera brevemente trazar un cuadro en relación a la moral


de la eutanasia. ¿Qué dice la moral humana y racional, y qué dice la moral
cristiana? El mío es un juicio muy preciso, es el juicio ético y moral. Quisiera
presentar tres momentos de este juicio moral sobre la eutanasia.

Ante todo, debo distinguir con mucha claridad la eutanasia del ensañamiento
terapéutico. En segundo lugar, me detendré de manera específica en la eutanasia
verdadera y propiamente dicha. Finalmente, concluiré con algunos compromisos
morales prácticos.

3. Hay que distinguir con mucho cuidado dos problemas: el de la terapia de un


enfermo que se encuentra en fase terminal y el de la eutanasia verdadera y
propiamente dicha. Esta distinción no sólo es legítima, sino necesaria, porque los
dos problemas responden a dos lógicas tan diversas entre ellas, que son
irreductibles. El problema de la terapia del enfermo en fase terminal está
comprendida en la lógica del sí a la vida; a veces, esto sí tiene a ser demasiado
exagerado: nos encontramos en el caso del ensañamiento terapéutico. El
problema de la eutanasia está comprendido más bien en el problema del no a la
vida. He aquí por qué el argumento de esta tarde ha sido titulado: "Eutanasia hoy:
un desafío a la cultura de la vida". Hoy, se habla mucho del así llamado
ensañamiento terapéutico. Quien ha tenido familiares enfermos terminales, más
de una vez se ha encontrado ante este dilema: "¿debemos continuar con la terapia
o ha llegado el momento de renunciar a estas terapias sofisticadas?", dejando que
el pariente muera en santa paz.

El ensañamiento terapéutico es un intento de retardar lo más posible la muerte,


gracias a una intervención médica. Debo decir que respecto a algunos años atrás,
cuando el ensañamiento terapéutico era deseado, hoy la impresión que se recibe
es que se es más bien pronto a declarar el ensañamiento terapéutico y a renunciar
a la terapia, sobre todo si es muy gravosa. Ante este problema, extremadamente
padecido y delicado para los familiares y, en primer lugar, para los médicos,
preocupados por afrontarlo y resolverlo en ciencia y en conciencia, pienso que son
dos las exigencias que debemos aclarar y tratar de respetar hasta el fondo. La
primera es definir cuándo hay un ensañamiento terapéutico: a mí me parece que
hay unos criterios objetivos, que no dependen sólo del familiar o del médico; son
criterios que se encuentran dentro de la realidad y que, por lo tanto, están
arraigados en la realidad misma. A la luz de la reflexión bioética, parece que son
tres, en base a los cuales podemos decir que estamos ante un ensañamiento
terapéutico. El primer criterio es el de la inutilidad, cuando se trata de una cura que
resulta del todo ineficaz e inútil: "podemos continuar, pero incluso continuando no
obtenemos resultados". Cuando nos encontramos ante una situación de
irreversibilidad, generalmente definida por la muerte cerebral, es verdaderamente
inútil continuar.

Un segundo criterio es el de la gravosidad, o sea de la pena excesiva a la que


estaría expuesto el enfermo,

el cual terminaría por sufrir de más sea físicamente, sea moralmente.

Un tercer criterio es el de la excepcionalidad, o sea cuando se interviene con


medios que son desproporcionados. Este es un criterio muy relativo, que cambia
con el tiempo. Cuando se verifican juntos estos tres criterios, nos encontramos
ante el ensañamiento terapéutico y, desde el punto de vista moral, podemos,
algunos dicen debemos, renunciar a proseguir con el tratamiento.

Solo que este aspecto que parece fácil, lo es en teoría. No se trata de enunciar los
criterios, sino de verificar si estos criterios se dan en el caso concreto. He aquí la
segunda exigencia: la aplicación correcta de estos criterios. Al respecto el
interesado es el médico y, cuando el médico permanece en la duda, la prudencia y
la moral quieren que no sea sólo el médico quien juzgue, sino que el juicio sea
formulado colegialmente. Hay un asunto particular al que se debe prestar
atención: incluso cuando nos encontrásemos en esta situación, debemos
continuar suministrando los cuidados ordinarios, como dar de beber y de comer.
Sobre todo, no debe jamás faltar el cuidado humano fundamental, que es el de
estarpresentes y de compartir de algún modo el momento de la muerte. También
la reciente encíclica "Evangelium vitae" de Juan Pablo II, que tiene algunos
números dedicados a la eutanasia, claramente afirma que cuando estamos ante
un ensañamiento terapéutico verdadero y propiamente dicho es lícito renunciar a
esta terapia. Es más moral recurrir a las curas paliativas. Ya con Pablo VI en 1970
hubo una intervención muy importante en este campo: excluir la eutanasia "no
significa obligar al médico a utilizar todas las técnicas de supervivencia, que le
ofrece una ciencia infatigablemente creadora. En tales casos, ¿no sería una
tortura inútil imponer la reanimación vegetativa en la última fase de una
enfermedad incurable? El deber del médico consiste más bien en esforzarse por
calmar el sufrimiento, en vez de prolongar los más posible, con cualquier medio,
con cualquier condición, una vida que ya no es plenamente humana y que va
naturalmente hacia su conclusión".

4. El punto centra concierne a la eutanasia verdadera y propiamente dicha, que


podremos definir como "apoderarse de la muerte", "decidir el momento de
realizarse de la muerte misma": por medio de la intervención médica es posible
darse a uno mismo o a otros la muerte dulce. Esto puede suceder tanto

suministrando como suspendiendo determinados fármacos. El interrogante más


importante, que concierne

a todo problema relativo a la vida, es éste: ¿la vida del hombre es una realidad
disponible que puede ser

usada por los hombres o más bien es una realidad de la que no se puede
disponer? Este interrogante

conduce a una pregunta aún más radical: ¿el hombre pertenece a sí mismo o
pertenece a otro? Debemos

escoger entre dos visiones del hombre: según la elección, será lícito aceptar o
será necesario refutar la

eutanasia. La primera visión del hombre la llamo antropología de la inmanencia; la


segunda, antropología

de la trascendencia.

5. La antropología de la inmanencia parte de esta idea fundamental: el hombre es


un ser absoluto, y por lo

tanto fuera y en contra de toda dependencia y de toda relación. El hombre se


siente dueño de todo valor,

porque se siente el creador de todo: el hombre como absoluto. "Si Dios ha muerto,
todo está permitido",

decía Dostoijewski: si el absoluto ya no es Dios, sino que es trasladado al hombre


como tal. No debemos

olvidar que esta es propiamente la primera tentación de la que nos habla la Biblia,
y es la tentación

perenne, la más satánica, más diabólica, la que introduce el ateísmo, en teoría o


de hecho, en el mundo
humano, porque Dios como Absoluto viene destituido y se pone sobre el trono al
hombre. "Ciertamente

no moriréis, sino que Dios sabe que, cuando comáis de se abrirán vuestros ojos y
seréis como Dios,

conocedores del bien y del mal". Un teólogo amigo mío ha escrito: "La primera
tentación de Satanás es

muy instructiva: Dios no es Dios; por lo tanto, el hombre decide lo que está bien y
lo que está mal y así

finalmente será liberado de su relación de dependencia de Dios". Muchas veces el


hombre cede a esta

tentación.

Si el hombre es el absoluto, la vida del hombre pertenece al hombre, es de su


propiedad. Así como con la

vida, el hombre puede disponer también de la muerte a su gusto o según sus


intereses. De aquí se sigue la

programación de cuándo y cómo morir. Como con la fecundación in vitro es el


hombre quien decide el

momento del surgir de una nueva vida, así también con la eutanasia es el hombre
quien decide el

momento de morir. Hay un último paso en el razonamiento de la antropología de la


inmanencia: la libertad

del hombre se agota al responder sólo por sí mismo. No tiene sentido una
responsabilidad religiosa ante

Dios y no tiene sentido una responsabilidad social ante los otros, porque esta es
una concepción

desintegradora de la convivencia: cada uno es un mundo en sí, cada uno es un


rey. Si la libertad se separa

de la religión, se reduce a la voluntad de la persona; pero la voluntad de la


persona, ya no más iluminada

por la razón, se torna una fuerza ciega, que convierte peligrosamente la libertad en
puro arbitrio. El
culmen de tal proceso es la afirmación de la libertad del individuo sobre todos y
contra todos. La

conclusión es que que no se pueden considerar como valores positivos el sufrir y,


sobre todo, el morir.

Entonces, el sufrir y el morir deben ser eliminados. En una cultura, que adora y
sirve como sus ídolos el

tener, el poder y el placer, no pueden sentirse en casa los sufrientes y los


moribundos. ¿No es lógico,

entonces, en esta visión del hombre, pedir e insistir en que venga legalizada la
eutanasia?

6. Ante esta antropología está, sin embargo, la antropología de la trascendencia:


ésta afirma que el hombre

es ante todo un ser esencialmente relativo, relativo al Absoluto por excelencia, que
es Dios. La

dependencia de Dios, la relación con Dios, no son algo engorroso, mortificante


para el hombre, sino, por

el contrario, están impresas dentro como notas esenciales del ser humano. La
visión cristiana de la

existencia es la de Dios que crea al hombre a su imagen y semejanza. Se trata de


una dependencia, de una

relación, que hacen existir al hombre, que dan al hombre su mismo ser. Se sigue
que el hombre en todo su

ser y existir, en su vida, en su sufrimiento, en su muerte, no se pertenece a sí


mismo, sino a Dios.

Entonces la vida y la muerte son propiedad de Dios, porque el hombre como tal es
propiedad de Dios, en

el sentido liberador y exaltador del término. Esta es la luminosa conciencia que


tenía San Pablo cuando en

la Carta a los Romanos escribía: "sea que vivamos, sea que muramos, somos del
Señor". La conclusión es
que la identidad del hombre es la del ser un don; proviene de Dios, que es amor
donante, y su ser más

profundo es ser un don. He aquí por qué Juan Pablo II en el Angelus de ayer ha
recordado el concepto de

que la vida humana es un don de Dios, completamente en la lógica del hombre


que pertenece a Dios y

que se estructura como un don viviente que emana continuamente de Dios.


Entonces, la libertad del

hombre consiste en aceptarse a sí mismo y en vivir la verdad más profunda que


tiene dentro de sí, la de

ser un don: su vida, su sufrimiento, su muerte son las expresiones concretas de


esta su realidad de fondo.

En este concepto, la vida humana es un gran bien, pero no el mayor bien. Estas
dos expresiones tan

simples son formidables, porque tienen unas consecuencias concretas muy


cotidianas y de gran interés. Si

la vida es un gran bien, es lícita, incluso es obligatoria la lucha contra la


enfermedad y contra el dolor.

Nosotros los creyentes no estamos por un victimismo. La vocación del hombre no


es al sufrimiento; Dios

destina al hombre a la alegría. Es necesario luchar con todas nuestras fuerzas


contra la enfermedad y el

dolor. Ya Pío XI decía que era lícito el uso de los narcóticos, incluso si pudiesen
acortar el tiempo de la

vida. La vida, sin embargo, no es el bien más grande: en ciertos casos es lícito, e
incluso obligatorio,

sacrificar la propia vida: es el caso del mártir. Por otra parte, todos nosotros de
hecho cada día gastamos

nuestra vida en el deber, en el empeño, en el sacrificio: en un cierto sentido, de


este modo abreviamos
nuestra vida. Puesto que mayor es el amor, porque somos llamados a donarnos,
es lícito, es necesario

gastarnos. Me viene a la mente San Carlos Borromeo, muerto a los 46 años: se


consumió. Es lícito y

necesario morir de manera humana; en la medida de lo posible, la muerte debe se


digna del hombre,

conocida, acogida responsablemente, tal vez hasta con fatiga, con sacrificio; como
somos responsables en

los diversos momentos de la vida, tampoco la muerte debería ser una algo que
sucede, sino algo que se

vive. Paradójicamente, se dice que es necesario aprender a vivir la propia muerte.

Es posible, necesario, renunciar a un verdadero y propiamente dicho


ensañamiento terapéutico. La

renuncia no sólo es lícita, sino que es necesaria.

7. En fin, quisiera recordar un compromiso cultural práctico. Tomo la inspiración de


una intervención de

Juan Pablo II en la Universidad Católica del Sagrado Corazón, al término de una


semana de estudio sobre

el tema de la vida ante el dolor, la vejez y la eutanasia. El Papa dijo lo siguiente:


"El compromiso que se

impone a la comunidad cristiana en este contexto socio-cultural es más que una


simple condena de la

eutanasia o el simple intento de obstaculizarle el camino hacia una eventual


legalización; el problema de

fondo es cómo ayudar a los hombres de nuestro tiempo a tomar conciencia de la


inhumanidad de ciertos

aspectos de la cultura dominante y a redescubrir los valores más preciosos por


ella ofuscados. El perfilarse

de la eutanasia, como un nuevo puerto de muerte luego del aborto, debe ser
tomado como un dramático
llamado a todos los creyentes y a todos los hombres de buena voluntad a moverse
con urgencia para

promover con todos los medios una verdadera opción cultural de nuestra
sociedad", es decir la cultura de

la vida.

En este sentido, la moral no es solamente la valoración del bien y del mal,


implicados en el

comportamiento, sino, en última instancia, es la promoción de una cultura, de una


mentalidad. El

moralista no se limita a juzgar, pero se empeña en conseguir que la mentalidad y


las costumbres estén de

acuerdo con los valores del hombre.

Dos pilares de este edificio que estamos llamados a construir: la primera


responsabilidad es la de volver a

dar sentido al sufrir y al morir, volver a dar sentido y valor al sufrimiento y a la


muerte. Sólo conociendo

el por qué, podemos presentarnos como hombres en estos encuentros. En el


contexto en el que estamos

insertos, nos encontramos ante la corriente hedonista, que excluye a todos los que
no son capaces de

placer. Encontramos la corriente eficientista: quien cuenta es el hombre que hace,


que tiene, que rinde.

Los enfermos y los que sufren se tornan un peso a la sociedad y por lo tanto se
decide su sacrificio. Otra

característica es la de la tecnocracia, por la cual el hombre de hoy tiende a


manipular toda realidad, si

existe una realidad que no puede ser programada, es justamente la muerte. A


menudo, somos nosotros

quienes hablamos del sufrimiento y de la muerte; deberíamos callar y dejar que


sean el sufrimiento y la
muerte quienes hablen. Quien sufre, quien muere, verdaderamente, nos dice
cosas de extrema

importancia, que corren el riesgo de no ser acogidas.

La segunda responsabilidad es la de no abandonar solo a quien sufre, sino sobre


todo a quien muere.

También quienes piden la eutanasia, excavando más a fondo, no piden que se


ponga fin a su vida, sino

que piden que en aquellos momentos dramáticos no sean dejados solos. La


responsabilidad de no dejar

solos es de todos y, en particular, de los familiares, que a menudo tienen miedo;


de los médicos: no basta

dar una ayuda técnica, ¡sino que sobre todo es necesario saber dar una ayuda
humana!

Concluyo recordando que somos solidarios con cuantos sufren y mueren: hay una
solidaridad con el que

sufre y con el está muriendo inevitablemente. ¿Cómo es nuestra solidaridad? Hay


la solidaridad de la fuga:

ante el enfermo desahuciado, el médico huye lejos, psicológicamente, más que


espacialmente: huir y dejar

en soledad significa alimentar una desesperación: cuando uno está desesperado,


es propicio a todo, incluso

a pedir la eutanasia. La solidaridad de la fuga es una contribución a la cultura de la


muerte.

Entonces, hay una otra solidaridad que nos debe interpelar: la solidaridad de la
presencia, que se expresa

con la palabra, pero también, y no menos, con el silencio. Sólo esta solidaridad
abre a la esperanza y da la

fuerza para enfrentar el momento de la última prueba, superando no sólo el dolor,


sino también el miedo.

La medicina puede incluso eliminar el dolor, pero la solidaridad de la presencia


puede eliminar el miedo.
Que el Señor nos obtenga comprometernos más en esta solidaridad de la
presencia y nos conceda que en

el momento de nuestro sufrimiento y de nuestra muerte podamos gozar de la


solidaridad de la presencia

de otras personas

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