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LA MIRADA DEL SUJETO EDUCABLE

La pedagogía y la cuestión del otro

(Armando Zambrano Leal)

...”La escuela es aquella mirada desgarrada y alegre, el camino que recogemos en


nuestras manos y lo guardamos dulcemente entre sollozos y risas” (…)”Es el sitio
donde las miradas se cortan entre líneas oblicuas, entre horizontes que se abren
al atardecer o al finalizar una prueba. La escuela es un ir por entre piedras
doradas y ventanales cerrados, donde la oscuridad cae de las tumbas del saber,
para darle paso a la certeza de las ignorancias. Es la mirada del otro que cae con
el tiempo y se vuelve amiga”…

(Zambrano, p. 63).

Hablamos de la presencia del fracaso cuando nos negamos la posibilidad de


acceder al mundo y su historia, lo que conlleva a que el individuo permanezca en
un estado de desconocimiento generado por el hecho de no poder hacer parte de
la humanidad y de sus saberes. “Probablemente, fracasar signifique no tener la
oportunidad de reconocerse en tanto que sujeto actor de la propia historia”.
(Zambrano, p. 33).

Quizás el lector se esté preguntando ahora la causa por la cual se aludía de forma
somera al tema del fracaso en el párrafo anterior. Pues bien, para centrarnos en
el campo que nos convoca que es la educación, se hace necesario abordar en
primera instancia el fracaso para su posterior contextualización al ámbito escolar.

Fracasar escolarmente tiene serias implicaciones, destacando el hecho de


someter al individuo en proceso de formación a un estado de silencio
inconmensurable. No obstante, fracasar es el punto de partida del conocimiento,
dado que al basarnos en el error se estimula el fracaso; en tanto que todo fracaso
conduce a los aprendizajes. Así, el error tiene la virtud de acercarnos a las metas
y permitirnos esclarecer la realidad. En definitiva, fracasar es mirar el saber como
algo ajeno a nuestro ser.
Ahora bien, después del anterior preámbulo nos enfocaremos al campo educativo
como tal. Se menciona el fracaso como referente inicial, dado que una de las
responsabilidades que acecha al docente y las que debe acarrear la escuela es el
desafío de permitir y contribuir a que un gran porcentaje de alumnos; por lo menos
en un 80%, obtengan resultados positivos en su proceso académico y logren
terminar su escolaridad de manera satisfactoria.

Vemos entonces que sobre el educador recae un reto de garrafal magnitud y, de él


depende en una parte el fracaso o no del individuo en formación. Por otra lado, se
puede vislumbrar claramente una relación existente entre el fracaso y el
aprendizaje, puesto que permanentemente nos exigen intentar una y otra vez
llevar a cabo determinada actividad o actividades que nos encontremos realizando
y de la(s) cual(es) no obtengamos el éxito esperado, hasta que al fin accedamos a
el. Esta idea se sustenta y sintetiza en el principio ético de la educabilidad: “todo
sujeto es educable, y en tanto esto es, el pedagogo debe hacer todo lo que esté a
su alcance para que el otro tenga éxito en su empresa educativa”. Meirieu
Philippe, 1 envers du tableaux,: quelle pédagogie pour quelle école? Paris, Esf, 3
édición, 1997. El fracaso escolar, subyace entonces en la incapacidad del maestro
por hacer que el otro pueda tener éxito en el recinto escolar, pese a que el
estudiante sea victima del error.

Lo anterior, nos lleva a pensar que el fracaso escolar, entendido como la forma en
que un sujeto deja de pertenecer a la institución escolar, tiende a legitimarse e
instaurarse en las prácticas pedagógicas. El indicador más común y utilizado para
medir dicho fracaso ha sido la nota.

Más allá de las asignaciones numéricas, las disposiciones pedagógicas de los


docentes ejercen un papel determinante en el logro o el fracaso escolar como ya
se había mencionado. Sin embargo, independientemente de las rotulaciones
cuantitativas que implementa la escuela, el fracaso escolar también encuentra
explicación en las anomias familiares, pues la familia es el primer espacio en el
que tiene lugar la socialización del ser humano.
Con relación a la labor del docente, es necesario que éste se integre y a su vez
comprenda y reconozca la heterogeneidad característica de las aulas de clase;
empezando con la diferencia socioeconómica, racial, religiosa, cultural entre otras,
y en cuanto a la diferencia en los ritmos de aprendizaje de los alumnos se refiera.
Desconocer esto es condenar al sujeto educable al fracaso y alejar a muchos de
ellos de sus centros de interés. El docente tiene la obligación y responsabilidad
ética de fomentar en los esfuerzos de su ejercicio pedagógico un espacio de
encuentro y de aceptación. Lo contrario, significa que los alumnos se alejen de la
escuela o la vivan como un lugar de indiferencia y exclusión, aproximándolos al
fracaso escolar.

El educador usualmente tiende a asumir a todos los alumnos por igual, se olvidan
de las historias, necesidades, competencias y capacidades particulares del
educando. Es importante anexar que tanto el maestro como el alumno representan
la expresión de diferentes culturas.

A partir del génesis de la historia de la humanidad hasta nuestros días, la


diversidad de culturas no ha sido considerada relevante dentro del proceso escolar
que inicia el individuo desde edades tempranas y que se extiende
aproximadamente a la adolescencia, esto genera y permite que los alumnos se
desenvuelvan dentro de registros metodológicos y didácticos de forma igualitaria.

Las expresiones culturales propias de cada sujeto educable entran a cumplir un rol
determinante en la conformación de las comunidades educativas dentro del aula,
es decir, las diferencias del estudiante se materializan en las maneras cómo éste
accede a las representaciones propias del saber.

Todo sujeto educable termina por poner al descubierto sus diversas formas y
ritmos de aprendizaje, sus actitudes frente a la escuela, la interacción y
comportamiento con sus compañeros de clase, con el docente, con respecto al
saber que se le imparte; así mismo, evidencia cómo es su dinámica familiar y su
relación para con los demás miembros de ese núcleo social.
Lo anterior representa una serie de oportunidades que obligan al maestro a
acceder y por consiguiente comprender mundos diferentes a los que pertenece
cada estudiante, igualmente, le permitirá innovar y valerse de nuevas estrategias
metodológicas en pro del éxito de su actividad docente, las cuales se convertirán
posteriormente en una puerta de ingreso a la multiplicidad de universos. De esta
manera, la escuela constituye un cosmos de culturas que a su vez debe fomentar
espacios que acerquen las diferencias.

Los aprendizajes escolares según lo plantea Armando Zambrano, deberían ser la


garantía de un despertar a la cultura del otro, al reconocimiento de sus propios
límites y al establecimiento de un balance sobre aquellas fragilidades humanas
que expresa el sujeto educable.

En cuanto a la escuela, se afirma que es un lugar donde se prepara a los sujetos


en formación para que se desenvuelvan en la sociedad y por consiguiente formen
parte de la misma. Durkheim así lo expresa: “educar es introducir a las nuevas
generaciones en los patrones culturales de la sociedad”. (Durkheim Emile,
Education et socialogie, Paris, Quadriage, Puf, 4 edition, 1994). De acuerdo a
esto, la educación permite introducir al alumno dentro de patrones de
comportamiento socialmente establecidos, lo que supone la presencia de agentes
formados y sólidamente socializados. La actividad social de estos entes permitirá
contribuir y tener incidencia en la construcción de tales patrones y en la
educabilidad de las personas más jóvenes.

Se ha entendido la educación como la incorporación de saberes concretos en el


devenir escolar. Para ser educado basta con aprehender una conjunto de
conocimientos necesarios provenientes de un campo disciplinar concreto.

Kant, definía la educación como una acción de desprendimiento que tiene lugar a
través de la acción racionalizada. La única criatura que necesita ser educada es el
hombre y a través de la educación éste logra desprenderse de su estado de
animalidad. (Kant Emmanuelle, Réflexions sur 1’Education, Paris, Vrin, 1974).
Gaston Mialaret afirma que la educación es una actividad que permite que un
individuo sea extraído de su condición inicial y llevado a estados de realización
permanente.

Oliver Reboul, concibe la educación como aquella acción que hace que un ser
humano desarrolle sus aptitudes físicas e intelectuales, así como sus sentimientos
sociales, estéticos y morales, con el fin de cumplir en cuanto sea posible con la
obra de hombre. (Reboul Oliver, Philosophie de l’Education, Paris, Puf, Que
saisje?, 1989).

De acuerdo a lo que nos dice Edgar Morin, la educación es la acción que consiste
en ayudar a un ser humano a formarse, a desarrollarse, a crecer. (Morin Edgar, la
compléxité, Paris, Puf, 1992).

Los anteriores postulados nos llevan a referir la educación como una actividad
racional y modificadora del ser humano, la cual únicamente tiene lugar en las
prácticas culturales que desarrollan las diferentes instituciones sociales en su
conjunto. La primera y más fundamental es la familia, puesto que es el primer
espacio en el que se dan los encuentros humanos.

Cada miembro de la familia determina el sentido de ser social, y la construcción de


aquel se encuentra sujeta tanto a la relación directa con la presencia del otro,
como a partir de la configuración de la lengua primera. La lengua nos permite
referirnos al otro como sujeto de comunicación. Así, la familia contribuye al
desarrollo y al proceso de socialización del infante.

En este mismo sentido, es importante que la familia acompañe y oriente al alumno


en sus procesos académicos, debido a que relegar esta labor únicamente a la
escuela, generará en el estudiante mayores dificultades en el momento de
acceder al mundo del conocimiento.

Además de la familia, encontramos la escuela como un espacio donde se fortalece


la socialización del educando. Al término del proceso escolar, la socialización se
materializa en la inserción en un campo profesional específico. (Arendt A, La crise
de la culture, Paris, Gallimard, Collection folio Essais, 1989).

En últimas, es válido y pertinente afirmar que la socialización en el espacio escolar


se transversaliza por la incorporación de conocimientos, es decir, la socialización a
través de la enseñanza nos conduce a la educación y a la formación.

Enseñar constituye un espacio de encuentro, donde los sujetos dan cuenta de sus
relatos individuales; a partir de los cuales el maestro considera que se propicia
tanto el encuentro como el saber entre los estudiantes.

Lo que se entiende como enseñanza, ha prevalecido a lo largo de la historia como


un canal de reproducción y transmisión de saberes, asumiéndose
conceptualmente como un acto pedagógico. Es de esta manera que la pedagogía
queda encubierta bajo prácticas de control y vigilancia estructuradas por discursos
transmisionistas.

La enseñanza entonces, reúne los criterios de encuentro, evaluación y control de


las prácticas de transmisión de saberes; anulando por completo el verdadero y
legitimo sentido de lo pedagógico.

A este respecto, cabe resaltar el sentido de lo pedagógico y el de la enseñanza,


los cuales serán expuestos a continuación desde la perspectiva de Armando
Zambrano Leal.

Lo pedagógico debe anteceder la reflexión sobre el otro, antes que estar en


relación directa con el hacer: “las intenciones formuladas con anterioridad en el
espíritu del docente buscan, a través de un acto de reflexión sobre el otro,
organizar un espacio para el encuentro con el otro”. (Zambrano, p.74).

En la enseñanza por el contrario, “el docente que actúa sobre la base de la


transmisión del conocimiento y que en la antesala del encuentro no se pregunta
por la importancia y trascendencia de los saberes, tiende a colegir su actuación a
través de la imposición, donde cualquier intento de acercamiento y reconocimiento
del otro termina por desvanecerse”. (Zambrano, p. 74).
Antes de implementar los métodos didácticos, el maestro deberá preguntarse y
reflexionar sobre los aspectos positivos y negativos de su labor pedagógica. Esto
es lo que le permitirá reconocerse como un pedagogo y no como alguien ceñido a
impartir un saber.

El postulado de educabilidad exige una variedad de recursos didácticos que le


permitan-en términos de Armando Zambrano- a la empresa pedagógica llevar a
cabo su finalidad. “Yo puedo ofrecer lo mejor de mis saberes, si todo esto no es
atravesado por una ética como lugar para pensar mis actos y mis acciones, nunca
podré ser mejor, ni más humilde frente al otro”. (Zambrano, p. 77).

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