La caridad se refiere a la naturaleza misma de Dios, que es darse a sí mismo sin esperar nada a cambio. La caridad implica un don total de uno mismo movido por la conmoción del amor hacia los demás. Imitar a Dios en la caridad significa vivir no para uno mismo, sino entregándose completamente a los demás a través del amor verdadero y desinteresado, con el deseo de que los demás alcancen su destino.
La caridad se refiere a la naturaleza misma de Dios, que es darse a sí mismo sin esperar nada a cambio. La caridad implica un don total de uno mismo movido por la conmoción del amor hacia los demás. Imitar a Dios en la caridad significa vivir no para uno mismo, sino entregándose completamente a los demás a través del amor verdadero y desinteresado, con el deseo de que los demás alcancen su destino.
La caridad se refiere a la naturaleza misma de Dios, que es darse a sí mismo sin esperar nada a cambio. La caridad implica un don total de uno mismo movido por la conmoción del amor hacia los demás. Imitar a Dios en la caridad significa vivir no para uno mismo, sino entregándose completamente a los demás a través del amor verdadero y desinteresado, con el deseo de que los demás alcancen su destino.
1. La intimidad de una presencia que la fe reconoce.
Sin “razones”. La caridad indica la naturaleza misma de Dios y, por tanto, desvela la naturaleza de todas las acciones que Dios realiza y de las relaciones que Dios establece. Antes de explicar los dos factores que hay que aclarar para empezar a comprender la palabra caridad, quizá sea adecuado recordar que ya la etimología de la palabra es significativa. Caridad deriva del griego caris, “gratis”, “gratitud”. La caridad, por tanto, evoca la forma suprema de expresión amorosa. La gratuidad implica la total ausencia de “razones”, es decir, intereses, de cálculo, de medidas proporcionales a los que se espera: en resumen, de cualquier devolución. Normalmente, la razón de una acción es lo que se obtiene a cambio. Es una contrapartida. La caridad actúa por puro amor, sólo por amor. ¿Y si el otro no me reconoce? No importa, lo hago igual. Y de hecho, ¿qué es el amor sino querer el bien del otro? No para obtener yo algo, sino por el bien del otro; y el bien del otro es la relación con su destino. La relación con su destino es la relación con una Presencia. Esa Presencia es Cristo.
2. Caridad: don conmovido de uno mismo.
a) Puro don de sí. En primer lugar, la relación de Dios con el hombre se muestra como gratitud, esto es, como caridad. Se puede decir con San Juan: la naturaleza de Dios es caridad. La naturaleza de Dios es dar, dar sin nada a cambio, puro don. ¿Qué da? A sí mismo, es decir, el Ser. El Ser, porque sin Él nada de lo que existe habría sido creado: “sin mí no pueden hacer nada” (Jn 15,1). Y luego se da a sí mismo al hombre para salvarlo. Pero aquí encontramos un último matiz: lo que Cristo nos da al morir por nosotros para purificarnos de nuestra traición, lo que nos da, es más grande que lo que se nos debía: donde abundó el delito, sobreabundó la gratuidad. b) Conmovido. La caridad de Dios por el hombre es una conmoción, un don de sí mismo que vibra, que se agita, que se conmueve, que se realiza como emoción: se conmueve. ¡Dios que se conmueve! “¿qué es el hombre para que te acuerdes de él?”, dice el salmo 8. Dios se ha conmovido por nuestra traición, por nuestra tosca pobreza y traidora, por nuestra mezquindad. Ha tenido piedad de nuestra nada, ha tenido piedad de tu odio hacia él.
3. La moral es imitar a Dios en la caridad.
Hasta aquí hemos visto la caridad en su valor original, que se identifica con las entrañas de Dios, con la vida de Dios. La caridad es Dios. Por consiguiente, si la caridad es la ley dinámica, todo lo que naciera de este mar de don y de conmoción, el agua que manase de esta fuente infinita, tendría su misma vibración. Por eso dice San Juan en su primera carta: “si Dios nos ha amado, también nosotros tenemos que amarnos los unos a los otros”. ¿Qué significa para nosotros, nacidos de Dios, qué significa que también nosotros tenemos que amarnos los unos a los otros? Si la caridad se revela como don de uno mismo movido por una conmoción, don de sí lleno de conmoción, lo mismo debe ser para nosotros. Séneca decía “si quieres vivir para ti mismo, tienes que vivir para otro”, es decir, si quieres vivir para ti mismo, si quieres realizarte, alcanzar perfección, tienes que vivir para otro, tienes que darte a otro, conmovido, no a la fuerza. El yo, procediendo de Dios, tiene como ley el amor. Por lo tanto, la ley del yo es el amor, la ley del yo es darse. Que la ley del yo sea amar significa que no existe el yo, que el yo no se realiza, sino en el amor. Y, de hecho, si no se realiza en el amor, como amor, el yo está insatisfecho, rabioso consigo mismo, hostil a los demás, incapaz de beber y asimilar la belleza de la realidad, aburrido, fácilmente irritable, etc. Don de sí hasta el fondo. ¿Cuál es la medida de esta ley? La caridad es don de uno mismo hasta el fondo. Si no existe disponibilidad a darse hasta el fondo, no se aplica la ley. Por eso el amor es verdadero cuando es eterno, cuando se puede concebir, aceptar y desear como eterno: “nadie ama tanto como aquel que da la vida por sus amigos”. Moverse por el otro. Pero el amor al otro no es algo genérico. Es muy concreto. ¿Por qué? Porque el yo vive, no como un nubarrón abstracto, vive como acto; el yo vive como acto, se mueve como acto. Por eso si la ley del yo es darse, el amor es entregarse al otro, darse al otro significa moverse por otro. Para hacer que sea, para salvar. Ahora es más fácil entender la pregunta fundamental: ¿moverse para qué? El hombre existe para afirmar a Otro que se llama Dios. Ésta es la verdad que conmueve el corazón, conmueve y mueve a actuar. El amor verdadero, es decir, la realización verdadera de la ley del hombre, que es la finalidad del vivir, es afirmar al Ser, afirmar a Otro, afirmar a Dios. De manera análoga, dedicarse a un hermano, a otro hombre, existir por otro, actuar por otro, conmoverse por otro, es amor verdadero en cuanto desea que el otro conozca la verdad y viva la verdad de su ser de manera completa. El amor verdadero es mirar al otro y tratarlo con el deseo de que se realice, de que se cumpla su destino. La aplicación de la ley del amor, esta imitación suprema de Dios, determina un tipo de vida distinta. Este tipo de vida distinta no significa impecabilidad: uno se puede equivocar mil veces, pero su vida es distinta. A continuación describo algunos rasgos de la nueva que nace de la fe y de la caridad: 1º. La afirmación del otro porque existe, y tal como es: no por obtener algo a cambio nosotros, no por un cálculo nuestro, o como nosotros querríamos. Afirmación del otro tal como es, porque existe: ésta es la verdadera estima del hombre. 2º. El compartir las necesidades: el hombre es impelido hacia su destino a través de su necesidad; a través de la necesidad aprende que le falta algo. Mientras compartimos la necesidad, nos convertimos en una presencia amorosa a la que le interesa el destino del otro como propio. 3º. Perdón, capacidad de perdón, que significa volver a dar espacio y libertad al otro en uno mismo. Alguien que te ofende queda excluido de tu círculo. El perdón es dejar que vuelva a entrar: le devuelves un espacio y una libertad. 4º. Apego al otro, afecto por el hombre; sea como devoción (respeto), sea como fidelidad (continuidad del respeto). En la medida en que surgen estas actitudes nuevas en el hombre, se dan, otros dos frutos, que constituyen la síntesis expresiva del posible cambio del hombre. 1º. En primer lugar, se produce un cambio de mentalidad. Quien asume estas actitudes nuevas demuestra una mentalidad distinta a los demás. Se realizará una metamorfosis del corazón. 2º. El principal fruto de este cambio de mentalidad – la mentalidad corriente, del mil por mil de los hombres, ¿cuál es? Ganar, acumular, gozar, tener éxito -, el vértice de este cambio de mentalidad es el ofrecimiento de la propia vida: el ofrecimiento de la vida, se el amor es su ley, constituye el culmen del amor.