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UNIDAD III

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Etapa posrevolucionaria de México 1921-1940

Introducción.

Tras el enfrentamiento revolucionario entre 1910-1919, el proceso de transformación del país en los años inmediatos posteriores y el papel
de los gobiernos revolucionarios jugaron un papel importante en esta transformación, que determino todo una etapa de del desarrollo
nacional, en la que se sentaron las bases institucionales para el establecimiento de un nuevo sistema político mexicano. El ascenso de
Lázaro Cárdenas a la presidencia de la República de México no sólo significó el fin de la dinastía sonorense, sino también la
implementación de una nueva forma de gobernar. El cardenismo se caracterizo por incentivar una política económica orientada en el
adelanto de las clases trabajadoras, apoyo al desarrollo de las organizaciones de trabajadores, reformas de la política tributaria, reparto de
tierras y fomento de ejidos. Su política fue orientada a la independencia económica y la progresiva nivelación de las clases sociales.

ACTIVIDADES DE APRENDIZAJE

3.1. Realiza la lectura del material que se presenta en esta unidad.


3.2. Elabora un resumen de los efectos de las crisis posrevolucionarias de México.

Objetivos particulares

Analizar a la luz de las crisis mundiales la conformación de la Economía, la Sociedad y el Estado Mexicano.

CONTENIDOS

3.1 Institucionalización del movimiento armado.


3.2 Nueva conformación socio-económica.
3.3 La guerra cristera.
3.4 Efectos en México de la crisis de 1929-1933.
3.5 Consolidación revolucionaria del Cardenismo.
3.6 Análisis de la estructura económica 1934-1940.

Fichas bibliográficas de los documentos


Documento Ficha
3. A. HAMILTON, Nora
México: los límites de la autonomía del Estado
Ediciones Era, México 1983
Págs. 72-103
3. B. THORP, Rosemary
América Latina en los treinta. El papel de la periferia en la crisis mundial
Edit. F.C.E., México 1988
Págs. 260-279, 281-310
3. C. ANGUIANO, Arturo
El estado y la política obrera del Cardenismo
4ª edición, Ediciones Era, México 1980
Págs. 11-105, 127-139

3. A. HAMILTON, Nora
México: los límites de la autonomía del Estado
Ediciones Era, México 1983
Págs. 72-103
[…]

Subtemas: 3.1, 3.2, 3.3

[…]

1
3. EL ESTADO Y LA FORMACIÓN DE CLASES EN EL MÉXICO POSREVOLUCIONARIO: 1920-1934
Una de las condiciones hipotéticas, sugeridas en el primer capítulo, que facilitan la autonomía estatal es una revolución en que la
clase dominante es destruida o considerablemente debilitada y en la que el mismo modo de producción puede ser amenazado. Al
mismo tiempo, como señalamos, las opciones del nuevo Estado revolucionario son históricamente restringidas por el desarrollo previo
de las fuerzas productivas y los remanentes de las estructuras prerrevolucionarias. Muchas de las restricciones que afectaron al
Estado mexicano posrevolucionario fueron señaladas en el capítulo anterior. Aquí analizaremos los esfuerzos de quienes contro laban
el aparato estatal para que operase dentro de esas restricciones y como esos esfuerzos, a su vez, coadyuvaron a establecer las
opciones de los gobiernos sucesivos.
La consolidación del nuevo Estado mexicano tuvo lugar bajo los auspicios de grupos regionales que subieron al poder con la derrota y
asesinato de Carranza. Conocidos algunas veces corno la dinastía de Sonora, consistían en oficiales revolucionarios del Estado
norteño de Sonora, dos de los cuales dominaron la política mexicana durante los siguientes catorc e años: el general Obregón,
presidente de 1920 a 1924, y el general Plutarco Elías Calles, presidente de 1924 a 1928. Obregón fue reelegido en 1928 (después
de una enmienda constitucional permitiendo la reelección, tras un periodo intermedio, durante un periodo más) pero fue asesinado
antes de ocupar su cargo. En los seis años siguientes hubo tres presidentes: Emilio Portes Gil, presidente interino de 1928 a 1930;
Pascual Ortiz Rubio, quien fue elegido en 1930 y renunció presionado por Calles en 1932; y el general Abelardo Rodríguez, quien
completo el periodo de Ortiz Rubio entre 1932 y 1934. Sin embargo, el general Calles siguió gobernando el país entre bastidor es y
este periodo se conoce generalmente como maximato, en honor de la designación de Calles como Jefe Máximo.
La era de la dinastía de Sonora puede dividirse en dos fases. La orientación política inicial del grupo de Sonora estaba dete rminada
en gran parte por sus orígenes pequeñoburgueses como pequeños agricultores, maestros de escuela y empleados del gobierno y
contemplaba un programa de desarrollo económico basado en pequeños y medianos propietarios, en oposición a los privilegios
monopolistas disfrutados por grupos extranjeros y algunos nacionales durante el porfiriato. Al mismo tiempo, esta conc epción
pequeñoburguesa incluía una progresión natural de pequeño propietario a capitalista, una progresión que de hecho se hallaba
ejemplificada en la carrera de Obregón como propietario de un pequeño rancho de 1.5 hectáreas que con el tiempo se expandió h asta
incluir propiedades por 3500 hectáreas (Bartra, 1975: 15-16). Al mismo tiempo, el Estado seguía dividido y económicamente débil, y
las estructuras de dominación del periodo prerrevolucionario seguían existiendo a pesar de que las clases y grupos porfirianos
dominantes -terratenientes tradicionales y comerciales, la burguesía comercial, financiera e industrial- habían sido considerablemente
debilitados. Aún más importante era que el capital extranjero seguía controlando los principales sectores de la ec onomía. En sus
esfuerzos por contrarrestar las presiones de estos grupos, el gobierno confiaba en una alianza con la clase obrera y el campesinado y
tenía que responder a sus demandas de mejoras en las condiciones de trabajo y distribución de tierras. El c oncepto de desarrollo
basado en la pequeña propiedad coincidía con las ideas de ciertos exponentes del movimiento de la reforma agraria; durante la
décadas de los veintes los programas de distribución de tierras se concentraron en la pequeña propiedad, vie ndo la propiedad
comunal o ejido como etapa preliminar para preparar a los campesinos de las aldeas a convertirse en pequeños agricultores
(Córdova, 1973: 339). 1 Al mismo tiempo, el gobierno federal también intentaba controlar los movimientos obrero y campesino
mediante la formación 0 cooptación de sindicatos laborales y confederaciones, ligas campesinas y partidos obreros y agrarios.
Para fines de 1926 el gobierno central estaba relativamente seguro económica y políticamente y empezaba a buscar un
acercamiento con los grupos dominantes y a abandonar a sus antiguos aliados. Aunque los principios de la pequeña burguesía
seguían prevaleciendo en las declaraciones políticas, las acciones del gobierno se caracterizaban por sus esfuerzos para esta blecer
condiciones para un desarrollo capitalista en gran escala, incluyendo garantías para el capital nacional y extranjero. Aquí, las causas
existentes detrás de este aparente cambio político se examinaran en términos de la relación del Estado con el capital extranj ero, la
burguesía doméstica y la clase trabajadora y el campesinado. Este examen tomara en cuenta cuestiones ya planteadas antes acerca
de la continuidad entre el México prerrevolucionario y el posrevolucionario, así como la cuestión más amplia de las restricciones que
limitan la autonomía estatal en una sociedad posrevolucionaria.
EL ESTADO Y EL CAPITAL EXTRANJERO
El período de formación del Estado coincidió en México con la creciente hegemonía de los intereses de Estados Unidos en Améri ca
Latina y los esfuerzos del gobierno norteamericano por impulsar sus exportaciones industriales, "Las industrias de la nación se han
expandido a tal punto", exclamó el presidente Wilson en 1912, "que estallarán sus chaquetas si no hallan alguna salida libre hacia
el mundo" (Meyer, 1973: 66). La primera guerra mundial había acelerado la transformación de Estados Unidos de nación deudora
en nación acreedora, y fue seguida por un nuevo interés en las oportunidades ofrecidas por América Latina y otras áreas
"atrasadas" del mundo para el comercio y las inversiones norteamericanas (Hammond, 1919: 155-56; Kies, 1920: 145-48). Como
afirmó un observador: "Nuestra política exterior ideal sería una que diera a Estados Unidos el grado más elevado de
independencia comercial y que impusiera la mayor dependencia al resto del mundo" (Hammond, 1919, 153). Pero si bien la guerra
mundial forzó a los intereses europeos a una retirada parcial en América Latina, facilitando así la expansión del comercio
norteamericano, los funcionarios del gobierno de Estados Unidos temían un resurgimiento de la penetración europea en América
Latina después de la guerra. En el caso de México, esto iba acompañado de preocupación respecto a garantías para las
propiedades norteamericanas, amenazadas por los ejércitos revolucionarios y posteriormente por el artículo27 de la constitución.
La intervención del gobierno de Estados Unidos en México durante la revolución misma había sido constante, si bien no

1 EI ejido consiste en una forma de tenencia de la tierra basada en la propiedad comunal tradicional de los pueblos indios prehisp ánicos (Aunque el término es
español y se refiere a las tierras de pastoreo y bosques de propiedad. comunal en las municipalidades españolas). La propiedad pertenec e a la comunidad, pero
la tierra se puede trabajar individual 0 colectivamente; en el primer caso se distribuye como lotes individuales o familiares entre los miembros de la comunidad
(Chevalier, 1963: 159).
2
particularmente consistente, en parte debido a su confusión respecto a los objetivos y la complejidad de las fuerzas en conflicto. 2
Después de la revolución, la crítica situación financiera del gobierno mexicano constituyó una palanca para los funcionarios
norteamericanos que negociaban con sus homólogos mexicanos respecto a las reclamaciones de propietarios estadounidenses
por pérdidas o daños sufridos durante el conflicto así como garantías futuras para las propiedades norteamericanas en México
(Smith, 1963: 576, 578-79). Un elemento importante de la presión norteamericana sobre el gobierno de México en la década
posrevolucionaria fue el reconocimiento o no reconocimiento del gobierno, un factor crucial en aquel periodo falto de estabilidad
dado que determinaba si los Estados Unidos ayudarían al gobierno 0 bien a los insurgentes (por ejemplo, mediante la
manipulación de los embarques de armas para ayudar a uno u otro partido) en la eventualidad de una revuelta militar (Stuart,
1938: 25). Pero la intervención de Estados Unidos no se limitaba a presiones sobre el gobierno mexicano; la dependencia de las
firmas locales de las importaciones de Estados Unidos constituía un poderoso mecanismo para influir o manipular su política. 3
Uno de los instrumentos más eficaces para la presión financiera de Estados Unidos sobre México durante este periodo era el
International Bankers Comité, formado en 1918 bajo la dirección de Thomas A. Lamont de J. P. Morgan and Company para
representar a los propietarios de bonos mexicanos en Estados Unidos y en Europa en las negociaciones con el gobierno
mexicano. Para el Departamento de Estado norteamericano, esto tenía numerosas ventajas. Como vehículo para negociaciones
de créditos con el gobierno mexicano, estaría en una posición apta para promover salvaguardas para la propiedad extranjera en
México así como reclamaciones de deudores extranjeros. Al mismo tiempo, obligaría a los principales banqueros inversionistas de
Europa a tratar con un comité dominado por norteamericanos y extraoficialmente bajo instrucciones del gobierno de Estados
Unidos: una ventaja obvia para establecer la hegemonía norteamericana sobre los intereses extranjeros en México (Smith, 1963:
579-81).
A raíz de la derrota y asesinato de Carranza, el gobierno de Estados Unidos rehusó su reconocimiento al gobierno de Obregón
debido a la falta de garantías para el petróleo y las compañías mineras norteamericanas. La producción de petróleo se había
acelerado durante el periodo revolucionario; a principios de la década de los veintes México era el segundo productor en el mundo
y el petróleo representaba tres cuartas partes de las exportaciones mexicanas. En 1921, Obregón elevó al doble el impuesto sobre
las exportaciones de petróleo, a lo que las compañías respondieron deteniendo la producción, dejando a 20 mil trabajadores sin
empleo. El Departamento de Estado norteamericano apoyo a las compañías petroleras, y Obregón se vio obligado a reducir el
impuesto. Entre tanto, las compañías petroleras empezaron a recortar su producción en México, pasándose a Venezuela. En una
serie de entrevistas entre funcionarios gubernamentales norteamericanos y mexicanos en 1923, se alcanzó un acuerdo, aunque
aparentemente nunca fue formalizado, según el cual el gobierno mexicano afirmaba que el Artículo 27 no sería retroactivo y establecía una
comisión de quejas para ocuparse de las pérdidas norteamericanas antes y durante la revolución, a cambio de lo cual Washington
reconocía al gobierno de Obregón (Córdoba, 1973: 304-05). Este acuerdo fue seguido de un renovado interés por los mercados mexicanos
de parte de los exportadores e inversionistas de Estados Unidos (Wyeth, 1925).
Pero las relaciones mexicano-norteamericanas volvieron a hacerse tensas en los primeros años del gobierno de Calles. En diciembre de
1925, el gobierno de Calles promulgó leyes sobre tierras y sobre el petróleo, que fueron interpretadas como una amenaza a los intereses
extranjeros en México, especialmente los norteamericanos. La legislación sobre tierras establecía que los extranjeros no podían poseer
tierras a menos de cincuenta kilómetros de cualquier frontera, y que las compañías extranjeras no podían tener mayoría de acciones en
empresas de bienes raíces. La Ley del Petróleo exigía a las corporaciones extranjeras que solicitasen “la confirmación de sus concesiones”
sobre las propiedades anteriores a 1917 en el plazo de un año; se daban concesiones por cincuenta años a las propiedades en las que se
hubiesen ejecutado actos positivos; y se podían presentar demandas para concesiones de treinta años sobre propiedades inexplotadas
(Smith, 1973: 345). Las compañías petroleras, respaldadas por el embajador de Estados Unidos en México, James Sheffield, y el
Secretario de Estado Frank Kellog, impugnaron la legislación petrolera en la Suprema Corte mexicana y organizaron una campaña
destinada a forzar una confrontación -militar de ser preciso- entre el gobierno de Estados Unidos y las autoridades mexicanas.4
Durante la primera mitad de 1927, cuando este conflicto alcanzó un punto crítico, Lamont, cabeza del International Bankers Committee, y
otros empleados de J. P. Morgan, se entrevistaron regularmente con representantes de México, incluyendo a Alberto Pani (secretario de
Hacienda hasta febrero de 1927), Luis Montes de Oca, su sucesor, y Agustín Legorreta del Banco Nacional de México (el principal banco
privado en México), y también organizaron entrevistas de estos funcionarios con miembros del Departamento de Estado norteamericano y
con las compañías petroleras, incluyendo a Palmer Pierce de la Standard Oil (Smith, 1973: 367, 373).

2 Véase Gilly, 1975: 203-06. La política de Estados Unidos respecto del conflicto revolucionario fue dictada por la preocupación por 1a extensa propiedad
estadounidense en México y estuvo orientada a evitar o terminar el conflicto lo más pronto posible y asegurar la protección de las propiedades estadounidenses
bajo los gobiernos posrevolucionarios. En 1914, el presidente Woodrow Wilson envió una fuerza naval al puerto de Veracruz para bloquear los envíos de armas al
gobierno contrarrevolucionario de Victoriano Huerta; una intervención que antagonizó a todas las facciones de la revolución. Después de la derrota de Huerta, el
gobierno de Estados Unidos trató de reconciliar a los constitucionalistas con las fuerzas de Zapata y Villa y, cuando fracasó, ofreció su apoyo a e stos últimos
puesto que la orientación nacionalista de Carranza y los constitucionalistas era vista como una amenaza a los interese s estadounidenses en México. Pero cuando
resultó evidente que la reforma agraria de los ejércitos campesinos afectaría a las propiedades estadounidenses tanto como a las de mexicanos, el gobierno de
Estados Unidos dio su apoyo a Carranza, cortando los envíos de armas a Villa y Zapata. Una segunda intervención militar ocurrió en 1916 cuando, a raíz de una
incursión de las fuerzas de Villa en Estados Unidos, donde atacaron la ciudad de Colombus, el gobierno estadounidense envió al general Pershing a la cabeza de
una fuerza de 12 mil hombres a México y contra Villa (Womack, 1968: 185, 211; Gilly, 1975: 216; Cockcroft, 1979: 62- 66).
3 Un ejemplo del tipo de presiones ejercidas por Estados Unidos es un incidente en Monterrey durante la primera guerra mundial, cuando numerosos empleados

de la fundidora de acero, Fundidora Monterrey, fueron acusados de participar en una manifestación en contra de los aliados. El director administrativo de la
Fundidora fue convocado al consulado norteamericano en Monterrey, donde le aconsejaron que tomara cualquier medida de modo que "no· fuese necesario
llevar el asunto a la atención de la Embajada y del Departamento de Estado, lo que podría tener desagradables consecuencias para su empresa, mediante la
posible acción del War Trade Board" (Gracey, 1918).
4 Véase Smith, 1973: 349-53 y Stuart, 1938: 166-68. Una historia detallada del conflicto petrolero durante este periodo puede encontrarse en Lorenzo Meyer,

México y los Estados Unidos en el conflicto petrolero (1917-1942), y Meyer, Los grupos de presión extranjeros en el México revolucionario.
3
Las negociaciones de los banqueros de Nueva York y 1os funcionarios mexicanos con el Departamento de Estado pudieron haber sido
decisivas para la resolución, señalada en un comunicado del secretario de Estado norteamericano a las compañías petroleras el 9 de
agosto de 1927, de no romper relaciones con México ni considerar una intervención armada debido a la cuestión del petróleo (Smith, 1973:
371). A largo plazo, fueron indudablemente eficaces para estructurar las cordiales relaciones entre Estados Unidos y las autoridades
financieras y gubernamentales mexicanas que persistieron durante toda la crítica fase de nacionalismo mexicano en las décadas de los
treintas. La crisis conc1uyó en 1927 cuando la Suprema Corte mexicana decidió a favor de las compañías petroleras, declarando
anticonstitucional la legislación de 1925, y cuando se promulgó una nueva legislación que suavizaba considerablemente las exigencias de
la Ley del Petróleo de 1925.5 Las cordiales relaciones fueron confirmadas por la eliminación de Sheffield y la designación de Dwight
Morrow como embajador de Estados Unidos en México. Morrow consideraba que su misión consistía en establecer las finanzas mexicanas
sobre una "base sólida" y ejerció gran influencia sobre Calles y por consiguiente sobre la política del gobierno.
Hacia finales de la década la política gubernamental había cambiado al punto de proporcionar garantías a los sectores modernos de la
burguesía, inc1uyendo a grupos del porfiriato y de los intereses extranjeros (Bartra, 1975 18). Las compañías extranjeras que ya se
encontraban en México expandieron sus operaciones: la red de ferrocarriles de propiedad extranjera y las instalaciones mineras fueron
reconstruidas en los veintes y el valor de la producción minera aumentó en un 14% en relación a su valor de 1910. La industria eléctrica,
que había sufrido pocos daños físicos pero graves pérdidas financieras debido a la falta de pago de las compañías mineras paralizadas y
las municipalidades en bancarrota durante el conflicto, inició importantes programas de expansión en las décadas de los veintes (Nacional
Chamber Fdn., s.f., 17-18).
EL capital norteamericano se fue haciendo cada vez más dominante. Entre 1923 y 1926, la American Foreign Power Company compró
todos los principales generadores e instalaciones de transmisión en México, aunque las instalaciones eléctricas de la ciudad de México
permanecieron en manos de la Compañía Anglo-Mexicana de Luz y Fuerza Motriz. El capital norteamericano representaba
aproximadamente un 80% de la producción mineral y el 95% de la producción petrolera en 1929 (Lewis and Achlotterbeck, 1938: 206).
Durante la décadas de los veintes, las exportaciones mexicanas a Estados Unidos constituyeron del 65 al 85% de sus exportaciones
totales, principalmente en minerales y productos agrícolas. En 1929, las exportaciones norteamericanas a México constituyeron
aproximadamente el 75% de todas las importaciones mexicanas, y consistieron principalmente en productos de hierro y acero, maquinaria,
herramientas, automóviles y materiales de construcción, especialmente madera (Council on Foreign Relations, 1931: 54-55).
Los funcionarios gubernamentales y hombres de negocios mexicanos estimulaban también las inversiones extranjeras sí en México ,
aunque con la esperanza de canalizarlas hacia las necesidades del capital mexicano (J. Meyer, 1977: 286-87). En 1925 se dieron los
primeros pasos para establecer la planta de ensamblado de la Ford Motor, que comenzó sus operaciones en 1926 (Smith, 1973:
348). Esto constituyó la realización de uno de los objetivos de ciertos grupos dentro del Departamento de Estado norteamericano,
que ya en 1918 había alentado a la Ford Motor Company y otras firmas a construir plantas en México como un medio para atarlo
económicamente a los Estados Unidos, expandiendo en consecuencia las oportunidades para los intereses norteamericanos y
limitando la penetración europea (Smith, 1963: 579). Durante los veintes, Palmolive Peat, Simmons, Dupont, International Matc h,
British American Tobacco y United Shoe and Eláter empezaron también a invertir en México. En algunos casos las compañías
extranjeras establecieron vínculos con el capital nacional. Un ejemplo es la subsidiaria de B. F. Goodrich en México, que en 1930
firmó un acuerdo con la compañía hulera Euzkadi, propiedad de mexicanos y españoles; posteriormente ambas compañías se
fusionaron.
A finales de la administración Calles, el Estado mexicano y el de Estados Unidos establecieron una nueva base de cooperación, que
incluía la libre operación y protección del capital extranjero en México a cambio del reconocimiento formal de la soberanía mexicana.
La nueva era de cooperación entre el Estado mexicano y los intereses norteamericanos resultó evidente en una declaración del
embajador Morrow en el sentido de que los residentes extranjeros consideraban a Calles “el mejor presidente que ha tenido el país
desde Díaz” (Smith, 1973: 376).
CENTRALIZACIÓN DEL ESTADO
Como ya señalamos, uno de los efectos inmediatos de la revolución fue un resurgimiento de la relativa autonomía regiona1 que
había caracterizado a México durante los primeros años del régimen de Díaz. Durante la revolución, Carranza autorizo a sus
generales a colectar fondos para el mantenimiento de sus fuerzas en las regiones que controlaban, lo cual fue ejecutado media nte el
establecimiento de impuestos, la impresión de papel moneda y la toma de propiedades. Mientras Carranza fue presidente, los
comandantes militares gobernando sus zonas como feudos regionales, restableciendo impuestos regionales y en algunos casos
negociando directamente con os intereses extranjeros. Carranza no tenía' control sobre sus generales y sobornaba a los oficiales
para conservar su lealtad; los gobernadores de 1os distantes estados occidentales y septentrionales a menudo ignoraban las
órdenes y solicitudes del gobierno central (Greuning, 1938: 313; Lieuwen, 1968: 36-39). Finalmente Carranza provocó la oposición
de los militares con la reducción de los gastos del ejército, así como por su fracaso en llevar a cabo lo que muchos de los oficiales
revolucionarios consideraban reformas necesarias.
La subsiguiente administración de Obregón se caracterizó por una inestable tregua con los generales regionales que habían sid o sus
aliados en el conflicto con Carranza pero que ahora buscaban fortalecer sus propias bases políticas. Como muchos de ellos se veían
a sí mismos como presidentes potenciales, representaban una amenaza militar para el gobierno central, así como una barrera
política y económica para la unificación nacional. En algunos estados, como los de Veracruz, Yucatán y Michoacán, donde

5La legislación de diciembre de 1927 establecía que se dieran concesiones confirmativas ilimitadas a todas las propiedades en las que se hubiesen realizado
actos positivos (por ejemplo, exploración) antes del 1° de mayo de 1917; los propietarios o arrendadores que no contaran con tales actos positivos recibirían
consideración preferencial para concesiones de treinta años (Smith, 1973: 373).
4
movimientos agrarios, apoyados por gobernadores partidarios de las reformas, estaban intentando instituir programas de reform a
agraria, los generales regionales a menudo se aliaban con los terratenientes tradicionales en sus esfuerzos por suprimir estos
movimientos, con la aparente aquiescencia si no es que el apoyo directo del gobierno central (Bartra, 1975: 17; Huizer, 1970: 43-50).
La tregua entre el gobierno central y los generales regionales terminó cuando el general Adolfo de la Huerta, antes presidente
interino y posteriormente secretario de Hacienda con Obregón, encabezó a cerca de la mitad de los generales en una revuelta
contra el gobierno central con el apoyo de la Iglesia y los terratenientes. Igual que con Carranza, la oposición militar a Obregón se
debía en parte a las reducciones gubernamentales de los gastos militares; Obregón había reducido también el número de militar es
en puestos del gobierno. En contraste con Carranza, sin embargo, Obregón se había asegurado el apoyo de los obreros
organizados y de los campesinos; y la rebelión fue derrotada en abril de 1924 por el gobierno central apoyado por los campesi nos
armados.
El gobierno trató de conservar el apoyo campesino mediante programas de distribución de la tierra, y al mismo tiempo procuró
impedir la formación de movimientos campesinos independientes mediante la formación de organizaciones y partidos campesinos
centralizados. El gobierno también recompensó a la CROM, principal confederación obrera, que se habí a formado en 1918
apoyando a Obregón en la rebelión contra Carranza así como en la rebelión de De la Huerta, respaldando los movimientos
huelguísticos de la CROM y sus esfuerzos por conquistar el control de los obreros organizados (Tardanico, 1979: 22 -23, 27-29). La
ratificación de los tratados de Bucareli con Estados Unidos puede haber sido otro factor en la victoria de Obregón, puesto qu e
Estados Unidos envió armas al gobierno y estableció un embargo sobre los embarques de armas a las fuerzas de De la Huerta
(Stuart, 1938: 116-17).
La derrota de la rebelión de De la Huerta constituyó un paso importante en los esfuerzos del gobierno por controlar a los militares.
Muchos de los generales disidentes fueron eliminados en el proceso o purgados posteriormente, y el gobierno central emprendió
una serie de medidas para controlar a los restantes. Bajo la sucesiva administración de Calles, asistido por su secretario de la
Guerra (general Joaquín Amaro), estas medidas fueron aceleradas e incluyeron, entre otras cosas, esfuerzos para quebrantar la
lealtad de los ejércitos regionales a sus comandantes mediante la frecuente asignación de estos últimos a nuevos puestos,
alejándolos de sus tropas; medidas para crear una orientación más profesional entre los oficiales del ejército (por ejemplo,
volviendo a abrir el Colegio Militar que había estado cerrado desde 1914); y el uso de incentivos materiales para persuadir a los
generales inquietos de satisfacer sus ambiciones en empresas privadas (Córdova, 1973: 368 ss.)
Estos esfuerzos fueron evidentemente eficaces para controlar las amenazas militares contra el gobierno central; posteriormente se
produjeron nuevas revueltas de oficiales disidentes, pero fueron relativamente reducidas y aisladas y rápidamente controlada s por
las fuerzas leales al gobierno. Los generales de los ejércitos revolucionarios –particularmente aquellos vinculados a los grupos
sonorenses- siguieron dominando posiciones políticas; se ha estimado que la mitad de los gobernadores estatales entre 1920 y
1935, así como una proporción importante de miembros del gabinete, senadores y diputados, eran oficiales del ejército (J. Meyer,
1977: 76). Pero quizá la causa más importante del subsiguiente papel desempeñado por este grupo de oficiales revolucionarios
consistió en las oportunidades de enriquecimiento proporcionadas por sus posiciones militares y políticas, en muchos casos
alentadas por el gobierno central. El enriquecimiento real y potencial de los oficiales revolucionarios engendró en estos gru pos un
creciente interés en el mantenimiento de la estabilidad política, y un interés cada vez menor en las reformas.
Los ambiciosos generales constituían la más peligrosa amenaza para la hegemonía del gobierno central, pero también había
otras. Los gobernadores de los estados y otros líderes regionales trataban de construir sus propias bases políticas,
frecuentemente a través de las organizaciones campesinas y obreras de sus regiones. El gobierno central buscaba neutralizar a
estos líderes -así como controlar los movimientos obreros y campesinos- mediante la formación o control de las organizaciones
obreras y campesinas centralizadas y la supresión de las organizaciones o partidos regionales que amenazaban convertirse en
vehículos de los gobernadores u otros poderes locales. Las funciones previamente desempeñadas por los gobernadores
estatales fueron gradualmente asimiladas por el gobierno central; proceso que culminó en la década, de los treintas y se refl ejó
en una legislación que daba al gobierno federal la jurisdicción definitiva sobre la reforma agraria y la implantación de una
legislación laboral. Al mismo tiempo, las luchas de facciones entre grupos y camarillas del propio gobierno federal a menudo
organizadas en bloques del congreso o facciones dentro del gabinete continuaron durante toda la década.
El instrumento más importante para el control de los grupos regionales y facciones disidentes fue el Partido Nacional
Revolucionario (PNR), formado a instigación de Calles a principios de 1929; poco después de la muerte de Obregón. Los
anuncios iniciales de la formación del PNR afirmaban que la autonomía de otros partidos existentes sería reconocida, y casi
todos los grupos políticos, incluidos partidos regionales y locales como los de Tamaulipas, Veracruz y Yucatán, fueron invitados
a la primera convención nacional en 1929. Pero aunque el partido se proyectó como una débil confederación de los partidos
estatales y nacionales, en la práctica era centralizado y autoritario: las carreras políticas se institucionalizaron den tro del PNR y
la base organizativa cambió para dar énfasis a la membresía individual, reduciendo la influencia de los grupos políticos y
eliminando finalmente a los partidos locales y regionales., Su dependencia del Estado fue establecida a través de un sistema de
financiamiento basado en la retención de una parte de los salarios de los empleados del gobierno federal.
El propósito ostensible del partido era el de institucionalizar la transferencia del poder político; su propósito latente era el de
centralizar el poder político, convirtiéndose en el proceso en un instrumento para el control político ejercido por Calles. En 1929, al
mismo tiempo que se formaba el partido, Calles consiguió lo que Carranza no fue capaz de lograr una décadas antes: imponer pa ra
la presidencia a un candidato civil virtualmente desconocido, Pascual Ortiz Rubio. Su opositor era un candidato relativamente
popular: José Vasconcelos, que había sido rector de la Universidad Naciona1 y después secretario de Educación con Obregón. La
victoria de Ortiz Rubio demostró las capacidades de la maquinaria del PNR; el poder de Calles quedó demostrado dos años más
5
tarde cuando Ortiz Rubio intentó oponerse a su supremacía y fue obligado a renunciar. 6
Si el principal impedimento a la centralización y consolidación del Estado consistía en los poderes regionales, el principal obstáculo
a la hegemonía era la Iglesia. Desde el periodo de la conquista española, el papel, de la Iglesia fue ambiguo. Si bien párroc os
locales encabezaron los primeros movimientos indios y mestizos a favor de la independencia y la justicia social, la jerarquía de la
Iglesia era básicamente conservadora y se identificaba con la clase terrateniente, de la que de hecho formaba parte, habiendo
acumulado inmensas propiedades durante el periodo colonial. Gran parte de su riqueza se perdió a causa de las expropiaciones
durante la reforma liberal, pero seguía teniendo un importante papel ideológico, en parte a través de su control de la educac ión, pero
quizá aún más gracias a la asimilación del catolicismo en la cultura del campesinado. Si los precursores de la revolución y los
"jacobinos" de los ejércitos constitucionalistas veían en la Iglesia una influencia perniciosa, éste ciertamente no era el ca so de los
ejércitos campesinos (particularmente en el sur y centro de México) que liberaron a los sacerdotes, volvieron a abrir las iglesias y a
menudo incluían capellanes entre sus tropas (J. Meyer, 1976: 11-12).
En los años veinte la resistencia ante los esfuerzos gubernamentales por hacerse cargo de la educación dieron por resultado el
hostigamiento e incluso el asesinato de los maestros enviados a las áreas rurales. Durante el régimen de Calles, y luego del apoyo
de la Iglesia a la rebelión delahuertista, se introdujeron disposiciones que im pedían seriamente el funcionamiento de la Iglesia en
tanto institución religiosa. Los intentos por implementarlas se encontraron con la resistencia de algunos grupos de población ,
particularmente en los estados del Bajío, donde la influencia de los curas y los terratenientes tradicionales seguía siendo fuerte. Se
formaron ligas de resistencia, compuestas sobre todo de campesinos y en 1926 el conflicto llevó a una guerra civil en que los
ejércitos campesinos del Bajío -los cristeros- combatían a las tropas federales, a las que asistían campesinos que se habían
beneficiado, o esperaban beneficiarse de la reforma agraria. La rebelión cristera tocó a su fin con una tregua en 1929; el gobierno
declaró su intención de mantener la seguridad de la Iglesia y de no intervenir en sus funciones espirituales. Sin embargo, la revuelta
cristera fracasó en su intento de desafiar los esfuerzos del Estado por ampliar su influencia ideológica, específicamente med iante el
control de la educación. Por lo demás, el fuerte antagonismo engendrado por la rebelión contra el gobierno central siguió teniendo
repercusiones en esta región. 7
EL ESTADO Y EL CAPITAL DOMÉSTICO PRIVADO
Naturalmente, la centralización del Estado fue un factor importante en su habilidad para establecer condicion es para la
acumulación de capital. El control de los generales y políticos regionales limitó la posibilidad de inestabilidad resultante de las
revueltas de estos grupos y/o de su habilidad para movilizar a campesinos y trabajadores urbanos.
Fue también durante este periodo, cuando se estableció gran parte de la maquinaria institucional para la intervención del gobierno.
Se formaron numerosas dependencias gubernamentales para complementar a las firmas privadas existentes, especialmente
firmas extranjeras, en sectores clave. Una Comisión Nacional de Fuerza Motriz fue establecida en 1922, y en 1926 se adoptó un
código eléctrico nacional para la regulación gubernamental de las tarifas eléctricas con el propósito general de expandir el control
federal de los recursos hidroeléctricos (Wionczek, 1964: 37 ss.). El gobierno estableció también la Comisión Nacional de Carreteras
y comenzó a imponer bonos de carreteras (pagaderos mediante un impuesto sobre la gasolina) para financiar la construcción de
carreteras y autopistas, y estableció la Comisión Nacional de Riego para construir obras hidráulicas (García Díaz, 1953: 91).
La institucionalización de la intervención estatal en la economía requería de un fortalecimiento de los recursos fiscales y d e su
control. Esto se consiguió en buena parte cuando Alberto Pani fue secretario de Hacienda, de 1924 a 1927. Además de crear el
banco central (que se discutirá más abajo), Pani ensanchó la base impositiva, estableciendo un impuesto sobre utilidades que
complementaba a otras fuentes de ingreso existentes (impuestos sobre exportación, impuestos sobre producción mineral e
impuestos sobre ventas), y fortaleció a la Secretaría de Hacienda, en relación a otros ministerios, al dotarla de jurisdicció n sobre las
decisiones presupuestales (Haynes, 1981: 13).': Así, la centralización del poder político en el ejecutivo federal se acompañaba de
una centralización del control financiero dentro del ejecutivo en la Secretaría de Hacienda.
Estas iniciativas se tomaron para complementar el capital privado, para promover condiciones para la acumulación de capital y en
algunos casos para canalizar la dirección del capital, pero no para sustituirlo. De hecho, la reconstrucción económica
posrevolucionaria de México implicó considerable cooperación entre el Estado y el sector privado. En ninguna parte fue más
evidente esta cooperación que en la reconstrucción del sistema bancario.
Los bancos porfirianos eran considerados centros de la reacción y fueron los principales blancos del gobierno de Carranza. Ya en
1913 Carranza se declaraba en contra de los privilegios disfrutados por los bancos privados como consecuencia de su derecho a
imprimir papel moneda, y afirmó que ese derecho debía ser privilegio exclusivo de la nación, un principio posteriormente ra tificado
en el Artículo 28 de la constitución. Pero la critica escasez de fondos del gobierno y el fracaso de los esfuerzos por obtener

6 Información detallada acerca de los conflictos políticos internos de este periodo puede encontrares en J. Meyer, 1977, y L. Meyer, 1978b. Sobre las relaciones
entre el gobierno los militares, véase J. Meyer, 1977: 60-76. Sobre la formación del partido y la elección de Ortiz Rubio" véase Furtak, 1974: 26 ss. y L. Meyer,
1978b: 22-24, 36-46, 85-104. Sobre el conflicto entre Calles y Ortiz Rubio, véase L. Meyer, 1978b: 146-56. otras fuentes sobre estos temas incluyen a Leal, 1975a:
52-53; Córdova, 1973: 368; y Brandenberg, 1964: 63-67.
7 Pocos episodios en la historia del México posrevolucionario han provocado tantas controversias como la rebelión cristera. La opinión oficial del gobierno era que los

cristeros fueren conducidos a una guerra fratricida contra los campesinos por los terratenientes y los curas de las haciendas tradicionales del centro y sudoeste de
México. Otros han culpado al gobierno de Calles por una guerra trágica que pudo haber evitado, sugiriendo en algunos casos que Calles sustituyó una reforma
significativa social y económica por un fuerte anticlericalismo (Medin, 1971: 4). La obra en tres tomos de Jean Meyer, La cristiada (1973-74) impugna muchos de los
supuestos existentes referentes a la rebelión cristera y se centra en los campesinos que fueron sus protagonistas y víctimas: Meyer ve la cristiada como el último
levantamiento espontaneo de la revolución. González sugiere que los miembros de la clase trabajadora urbana asó como el campesinado rechazaban el
anticlericalismo del gobierno y los dirigentes obreros (1979: 61).
6
financiamiento extranjero retrasaron el establecimiento de un banco de emisión único hasta 1925 (Moore, 1963: 35; Torres Mejía,
1975).8 También, mientras que los banqueros estadounidenses, y aparentemente los funcionarios de la Secretaría de Hacienda de
México, querían que la banca fuese privada, Calles y otros funcionarios gubernamentales quería que estuviese controlada po r el
gobierno Jones, 1925).
Por lo tanto, no fue sino hasta la consolidación del sistema fiscal estatal, en parte a través del establecimiento del impues to
sobre el ingreso, que el gobierno pudo contar con fondos para un banco central controlado por el gob ierno. En febrero de 1924
Pani organizó una convención de banqueros -principalmente banqueros porfirianos- quienes en colaboración con funcionarios
del gobierno expertos en finanzas establecieron los principios para la reconstrucción del sistema bancario, que fueron
incorporados en la legislación para fines de aquel año. Pani designó también una comisión mixta de especialistas en finanzas
gubernamentales y privadas (Fernando de la Fuente; director del departamento de crédito de la Secretaría de Hacienda, El ías S.
A. de Lima, banquero privado, y Manuel Gómez Morín, joven abogado que había colaborado en las reformas fiscales y
administrativas de Pani), a fin de proyectar la legis1ación para una banca de emisión única (Krauze, 1976: 22 -23) y la ley
orgánica y estatutos del nuevo banco central, el Banco de México, que fueron promulgados en agosto de 1925.
Según el nuevo sistema, sólo el banco central podía imprimir billetes y los bancos privados serían regulados por el Estado a
través del banco central y de la Comisión Nacional Bancaria, formada dentro de la Secretaría de Hacienda para supervisar su
funcionamiento. Aunque el banco central era técnicamente independiente del Estado y sus entradas provenían tanto del sector
privado como del gobierno, este último tenía la mayoría de las acciones y controlaba cinco de las nueve posiciones clave en el
directorio. Estaba sometido también a la dirección política del Estado para asegurar que la política del banco central fuese
compatible con los intereses públicos, y el secretario de Hacienda tenía poder de veto sobre las resoluciones del directorio que
fuesen de importancia nacional o referentes a la política general del gobierno (Koch, 1941: 436-37; Córdova, 1973; 361). En
resumen, a través del banco central y de la Secretaría de Hacienda, el Estado ejercería el control del nuevo sistema financiero.
Uno de los principales objetivos del reconstruido sistema bancario era el de promover el desarrollo canalizando fondos de los
bancos hacia la inversión productiva en 1a agricultura y la industria; En la época en que se promulgó la legislación bancaria de
1924, el secretario de Hacienda Pani hizo una distinción entre "capitalistas tradicionales" y "capitalistas revolucionarios",
señalando que los fondos obtenidos dentro del nuevo sistema bancario serían utilizados para aumentar la riqueza nacional y no
para crear monopolios para ciertas industrias e individuos (Bennett, 1965: 40). Este tema -que el principal objetivo de los bancos
era el de financiar el desarrollo económico- fue reiterado por funcionarios y agencias gubernamentales, incorporado en la
legislación bancaria y promovido con diversas medidas (Moore, 1963: 78-79; México, SHCR, 1957: 26; 1964: 11). Los préstamos
del Banco de México eran proporcionados a bancos establecidos para financiar bienes específicos, particularmente aquellos
destinados a la exportación (café), sustitución de importaciones (azúcar) o industria nacional (algodón). La legislación bancaria
de 1932 exigía que tanto los bancos extranjeros como los nacionales se asociaran con el Banco de México e invirtieran en
negocios que operasen en México. Un resultado secundario de esta ley fue que la mayoría de los bancos extranjeros, que
habían sido acusados de exportar fondos a sus países de origen al tiempo que re husaban sus créditos a México, abandonaron el
país, dejando el campo abierto para el establecimiento de bancos nacionales privados, que proliferaron en la década de los
treintas (véase Apéndice A). En 1928 se formó la Asociación de Banqueros Mexicanos (ABM); uno de sus objetivos era facilitar
las comunicaciones entre los intereses bancarios privados y e1 gobierno.
Finalmente, el Estado creó sus propias instituciones financieras para complementar las actividades de los bancos privados: el
Banco Nacional de Crédito Agrícola, creado en 1926 para proporcionar préstamos a pequeños campesinos y ejidatarios que
habían recibido tierras a través de la reforma agraria; el Banco Nacional Hipotecario Urbano y de Obras Públicas, para financ iar la
infraestructura municipal así como la construcción de carreteras mediante los bonos de carreteras; y Nacional Financiera, un
banco de desarrollo que posteriormente tendría un papel importante en el financiamiento de la inversión pública y privada. 9
Había también una amplia colaboración entre los banqueros mexicanos, del gobierno y privados, con círculos financieros de
Nueva York y Washington. Aunque el banco central fue aparentemente establecido con fondos nacionales, más adelante recibió
préstamos de la Casa Morgan y, cuando el banquero de Morgan, Dwight Morrow, fue designado embajador en México en 1927, se
hizo cargo directamente de las finanzas del gobierno de México. El peso mexicano estaba atado al dólar y los funcionarios de
hacienda mexicanos frecuentemente afirmaron la importancia de vincular el sistema financiero mexicano al de los Estados Unidos.
El Banco de México trabajaba en estrecha colaboración con el Federal Reserve Bank estadounidense, el cual en varias ocasiones
envió representantes para aconsejar al banco central mexicano (Krauze, 1977: 59,70; Lockett, 1934).
Un ejemplo especial de colaboración entre el Estado, el capital extranjero y la burguesía nacional es el Banco Nacional de Mé xico,
uno de los dos principales bancos privados que sobrevivieron a la revolución. Bajo la dirección de la familia Legorreta, que era

8 La Conferencia Internacional de Finanzas celebrada en Bruselas en 1920 bajo los auspicios de la Liga de las Naciones recomendó la formación de bancos centrales
en cada país, en parte motivada por una preocupación de los grupos financieros poseedores de créditos e inversiones en Latinoamérica y otras áreas en cuanto a
establecer los necesarios mecanismos para el pago de las deudas y la repatriación de ganancias. Durante este periodo la misión Kemmerer, encabezada por Edwin
W. Kemmerer, profesor de economía y finanzas en Princeton, tuvo un papel decisivo en el establecimiento de bancos centrales en Bolivia, Chile, Ecuador y Perú
según las líneas trazadas por el Sistema de Reserva Federal. Aparentemente, el establecimiento de estos bancos a través de una comisión de Estados Unidos fue
utilizado por los bancos de Nueva York para imponer préstamos caros a aquellos gobiernos. En contraste, el banco central mexicano fue establecido sin ayuda
extranjera directa, aunque sobre la base de estudios del sistema norteamericano, del Banco de Francia y del Banco de Inglaterra, y posteriormente obtuvo
préstamos de la House of Morgan (Tamagna, 1965: 39-40; Furtado, 1969: 81; Wood, 1961: 130; Krauze, 1976, 225).
9 El Banco de Obras Públicas fue creado en realidad para promover el desarrollo industrial así como para financiar obras urbanas, pero en 1935 la función de

promoción industrial fue cedida a la Nacional Financiera. La Asociación Hipotecaria Mexicana fue establecida por iniciativa del Banco de Obras Públicas para
subvenir a las necesidades de crédito para construcción de edificios y para el pago de 1a deuda, fue innovador al introducir los certificados hipotecarios garantizados
por bienes raíces, que tuvieron más éxito para atraer la inversión pública que los valores intangibles.
7
también importante accionista (aunque la propiedad era aún predominantemente francesa), el Banco Nacional consiguió recuperar
su posición como intermediario especial entre el gobierno mexicano y el capit al extranjero. Como antes señalamos, Agustín
Legorreta participó en las negociaciones con el International Bankers' Committee y con el gobierno de Estados Unidos y los
banqueros Morgan cuando la crisis del petróleo; también intentó (sin éxito) obtener fond os extranjeros para el establecimiento del
nuevo banco central. Posteriormente, cuando el banco central abandonó sus operaciones comerciales traspasó todas esas ramas
al Banco Nacional (BNM, 1900-1975; lnforme 1934). EL Banco Nacional colaboró también estrechamente con representantes de los
intereses extranjeros en México y aparentemente instruyó a sus filiales para proporcionar información confidencial a los
representantes del gobierno de Estados Unidos en México acerca de firmas mexicanas, condiciones com erciales, viabilidad para
las inversiones y otras cuestiones (Hillyer, 1929).
Legorreta también parece haber cooperado con grupos extranjeros intentando presionar a Calles para que abandonase, sus
políticas más radicales. En una carta a Thomas Lamont, E, R. Jones de la Wells Fargo Company de México (y representante del
International Bankers' Committee) describió una entrevista entre el presidente Calles, el secretario de Hacienda Pani y Legor reta tal
como fue referida a Jones por Legorreta. Supuestamente, Legorreta había sido persuadido por Calles para que expusiese sus
puntos de vista exactos sobre la situación en México, y había respondido que los problemas de México no eran económicos sino
políticos, y debidos específicamente a la política del gobierno; que esta política debía ser modificada para proteger tanto al capital
mexicano como al extranjero; y que las leyes sobre la tierra, las del petróleo y las de minería debían cambiar en la medida
necesaria para alentar al capital extranjero a venir a México con la sensación de estar plenamente protegido. Según Legorreta, Pani
estuvo de acuerdo con esta opinión señalando que él había aconsejado a Calles en un sentido similar (Lamont, 1926 )
En general, la política del gobierno con respecto al sector privado reflejaba actitudes contrastantes hacia diferentes segmentos del
capital, así como los cambios en la orientación del gobierno durante los años veinte. De los grupos porfirianos, los terraten ientes
tradicionales eran considerados los más prescindibles, pero si bien algunos terratenientes experimentaron pérdidas considerables
durante la revolución 0 durante la rebelión cristera, comparativamente pocos fueron directamente afectados por las políticas de
expropiación del gobierno durante la década de los veintes. Con respecto a otros grupos porfirianos, la ambivalencia inicial hacia los
terratenientes comerciales, industriales e intereses comerciales y financieros se transformó en apoyo a medida que estos grup os
alcanzaban un acomodo con el Estado revolucionario, un acomodo que al mismo tiempo implicaba un papel del Estado mucho más
directo en la economía que el prevaleciente durante el porfiriato.
Tanto, las iniciativas que aumentaban la intervención estatal en la economía (como la creación de comisiones y dependencias
gubernamentales específicas), y la promoción estatal de la acumulación de capital privado, se proponían al menos en cierta me dida
compensar y en última instancia obstaculizar la dominación extranjera de sectores clave de 1a economía. Al mismo tiempo,
importantes sectores de la clase dominante, y en medida creciente el gobierno mismo, preveían un papel importante para el cap ital
extranjero en el desarrollo futuro de México.
LOS CAPITALISTAS DE LA REVOLUCIÓN
Las presiones del capital extranjero y de miembros de la clase capitalista mexicana, y la colaboración entre el Estado y la burguesía
en la reconstrucción económica, no son la única explicación para el cambio en la política del gobierno a mediados de la décad as de
los veintes. Un factor importante fue indudablemente la transformación de Calles y muchos de sus asociados en capitalistas. De
hecho, el cambio más significativo en la clase poseedora en el periodo entre 1910 y 1934 fue su expansión mediante la
incorporación de nueva riqueza. El conflicto revolucionario mismo proporcionó numerosas oportunidades para el rápido
enriquecimiento de los generales victoriosos, además del fácil acceso a las tierras expropiadas a los anteriores terratenient es
(Lieuwen, 1968: 39). Los jefes militares en las zonas fronterizas hicieron fortunas con la operación de casas de juego, como fue el
caso de Abelardo Rodríguez, presidente de México de 1932 a 1934, cuya fortuna, inicialmente acumulada durante su actuación
como jefe militar de la zona norteña de Baja California, fue posteriormente invertida en viñedos, empacadoras de pescado,
propiedades urbanas y rurales, y diversas industrias, fundiciones e instituciones financieras (Naranjo, 1943: 31 de julio). No sólo los
militares revolucionarios se beneficiaron económicamente de la revolución. Se podían hacer grandes ganancias en la compra-venta
de bienes raíces, incluso comenzando con una base muy pequeña (Espinosa Porset, 1958: 41-42). Uno de los ejemplos más
afortunados de autoengrandecimiento posrevolucionario fue el de William Jenkins, anteriormente cónsul de Estados Unidos en la
ciudad de Puebla. Al concluir la revolución se dedicó a prestar a los propietarios de plantaciones de caña en el estado de Puebla,
que estaban intentando reconstruir los ingenios azucareros y los equipos destruidos o dañados durante la revolución. Muchos de
estos fueron incapaces de pagar sus deudas y Jenkins se quedó con sus propiedades, convirtiéndose así en dueño de once
haciendas con las mejores tierras de labor del valle de Matamoros (Ronfeldt, 1973: 20 ss.)·A continuación, Jenkins se interesó en
otras áreas, incluyendo el control virtual de uno de los principales bancos del país.
Los ministros de gobierno, senadores, generales y gobernadores estatales conseguían su mejoramiento económico a tra vés de
medidas tales como el control de las empresas constructoras que recibían contratos del gobierno para nuevas carreteras, o
asociándose con intereses nacionales o extranjeros (J. Meyer, 1977: 310).
También se hicieron fortunas en industrias relacionadas con el turismo, que los gobiernos posrevolucionarios trataron de estimular
como medio de atraer fondos a México. EI breve gobierno de Abelardo Rodríguez se caracterizó por la aceleración de la
construcción de modernos hoteles y edificios públicos, así como de edificios de oficinas y departamentos, especialmente en 1a
ciudad de México (Naranjo, 1948: 10 de septiembre). Los políticos locales y nacionales podían uti1izar su posición para vender
favores a miembros de la elite porfiriana amenazados por las reformas del nuevo gobierno, particularmente a terratenientes, en
favor de los cuales los funcionarios posponían o prolongaban indefinidamente los trámites de expropiación o hacían que los
"beneficiarios" de la reforma agraria recibieran áreas no cultivadas y permitían a los anteriores propietarios conservar las mejores
8
tierras de sus haciendas (Mendieta y Núñez; citado en Córdova, 1973: 378 n.). Otras formas de corrupción se institucionalizaron a
nivel local, donde las autoridades municipales, miembros del ejército y caciques utilizaban sus posiciones para obtener el control de
concesiones lucrativas (como la venta de alcohol), establecer impuestos y otras formas de pago en perjuicio de las comunidades
bajo su control, y evitar la organización de los campesinos y mantener el orden en beneficio de los grupos y clases dominantes (J.
Meyer, 1977: 307; Greuning, 1929: 289-334). Según afirmó un funcionario de la Comisión Nacional Agraria en 1924, uno de los
hacendados de su región era “lo bastante rico para ‘comprar’ a todas las autoridades locales, tanto civiles como militares, desde el
presidente de la municipalidad hasta el último policía, y desde el comandante en jefe de la guarnición local hasta el último soldado,
como en efecto lo hizo en el pasado y lo está haciendo ahora" (citado en Simpson, 1937: 467).
Como antes señalamos, los generales revolucionarios eran activamente alentados por el gobierno central para que se dedicasen a
los negocios como medio de canalizar sus ambiciones políticas en direcciones menos peligrosas. Esto fue particularmente cierto
durante el gobierno de Calles, cuando el proceso de autoenriquecimiento fue "pacíficamente regularizado" y los "capitalistas
Revolucionarios" se convirtieron en uno de los sectores más dinámicos de la clase d ominante (Córdova, 1973: 30, 379). Los
dirigentes Revolucionarios -generales, funcionarios gubernamentales y sus socios-"'- entraron también en las filas de la oligarquía
terrateniente, vinculada en muchos casos a los terratenientes porfirianos, un proceso facilitado mediante préstamos otorgados por
el Banco de Crédito Agrícola, por ejemplo para la compra de haciendas por parte del general Joaquín Amaro (secretario de la
Guerra con Calles) y de Luis León (secretario de Agricultura) y la compra de la Cía. Richardson, productora de garbanzos, por el
general Obregón. 10
En este sentido, el Estado era una fuente importante de la clase capitalista en el México posrevolucionario. EI "reclutamient o" del
Estado para el sector privado es ejemplificado por la carrera de Aarón Sáenz, funcionario gubernamental posrevolucionario y
estrecho colaborador de Calles, cuyas conexiones oficiales le abrieron el camino para su rápido ascenso hasta una posición cl ave
en la industria azucarera.
Durante la revolución, Sáenz sirvió como miembro del Estado Mayor en el ejército de Álvaro Obregón, con quien siguió
estrechamente asociado hasta el asesinato de Obregón en 1928. En 1917 fue elegido para la Cámara de Diputados como
representante del estado de Nuevo León, y en 1919 y 1920 representó a México como embajador en Brasil. Tuvo numerosos
puestos en los gabinetes de Obregón, Calles y los tres presidentes del maximato: subsecretario de Relaciones Exteriores ( 1920-
1924); secretario de Relaciones Exteriores (1924-1927); secretario de Educación Pública (1930); secretario de Industria, Comercio y
Trabajo (1930-1931); y jefe del Departamento del Distrito Federal (1932-1935) (Hefley, 1970: 53, 60-70). Fue elegido gobernador de
Nuevo León en 1927 y, con una interrupción en 1928 para fungir como organizador de la campaña presidencial de Obregón,
conservó dicho puesto hasta 1930, lapso durante el cual aparentemente consolidó sus relaciones con los intereses económicos
conservadores de Monterrey. De hecho, el carácter abierto de su respeto a los negociantes de Monterrey fue la causa de su
eliminación como candidato presidencial “Revolucionario" para las elecciones de 1929, aunque había sido considerado sucesor
lógico de Obregón en los círculos políticos mexicanos y aparentemente él esperaba ser el candidato del nuevo Partido Nacional
Revolucionario que había ayudado a establecer (Portes Gil, 1954: 150, 155-57)
Como miembro del gabinete de Calles, Sáenz se aprovechó de los estímulos ofrecidos a los funcionarios políticos y militares p ara
convertirse en empresarios. Fundó la compañía constructora FYUSA, aparentemente fuerte inicial de su fortuna (y de la cual se
supone que fue también una importante fuente de riqueza para Calles), la cual se multiplicó en varias otras empresas (Córdova,
1973: 376- 77). Calles, con quien Sáenz estaba emparentado por matrimonio (tenía una hermana casada con el hijo mayor de Calles)
estaba también asociado con Sáenz en la construcción de un ingenio de azúcar en El Mante, en Tamaulipas. Las tierras fueron
tomadas por funcionarios del gobierno de Calles (los propietarios anteriores habían sido chinos) cuando se iniciaron las
negociaciones para la construcción de una presa en el río Mante para establecer un sistema de riego. La presa y los canales d e
riego fueron construidos por la J. G. Engineering Corporation a un costo de 4.5 millones de pesos, pagados por el gobierno federal.
Cuando las obras se concluyeron en 1929, las tierras fueron vendidas, quedando su mayor parte bajo el dominio de tres familias: las
de Calles, Sáenz y Lamberto Hernández (otro funcionario público) (Treviño Sillar, 1944: 22-23). Posteriormente, en la propiedad de
Sáenz en EI Mante se construyó una moderna refinería de azúcar con ayuda de un importante préstamo del Banco de México
(Hefley, 1970: 85, 93).
Sáenz supo también sacar ventaja de los esfuerzos de los gobiernos de Obregón y Calles para promover la producción de azúcar, la
cual había declinado drásticamente como consecuencia de la revolución y particularmente de la ocupación de las plantaciones d e
azúcar de los estados sureños por los ejércitos campesinos de Zapata, que las habían convertido a la producción de subsistencia. 11
EI presidente Obregón incorporó al Código Agrario un artículo declarando que la propiedad dedicada a la producción y el
procesamiento de caña de azúcar no podía ser afectada por la reforma agraria, lo cual fue un factor importante en el resurgimiento
de la industria azucarera, pero en condiciones sumamente desorganizadas. En 1926, la sobreproducción empezó a ser un problema ,
teniendo como resultado el descenso de los precios y los esfuerzos del gobierno por obligar a los productores a asociarse. Esto s

10 Véase Gómez Jara, 1970: 42, y Krauze, 1977: 120-22, 156·57. En sus dos primeros años de operación, el Banco de Crédito Agrícola, otorgó Créditos por valor
de 19 millones de pesos, de los cuales 17 millones constituían préstamos individuales a aproximadamente mil grandes propietarios, mientras que dos millones
fueron a sociedades de Crédito para beneficiar a 10 mil pequeños agricultores. Una acusación detallada de la forma de funcionar del banco puede encontrarse
en la carta de renuncia de Eduardo Villaseñor, director del departamento de sociedades del banco al director de éste, Elías S. A. de Lima (Villaseñor, 1974: 214-
21). Véase también Krauze (1976: 232-37), según el cual la corrupción del banco y la desilusión con el gobierno en general fueron factores decisivos en la
decisión de Manuel Gómez Morín –quien había diseñado gran parte de la legislación bancaria de ese periodo, incluyendo la del Banco de Crédito Agrícola- de
dejar el servicio del gobierno para trabajar en la empresa privada.
11 Véase Ganem, 1967: 165. En efecto, Zapata intentó animar a los campesinos a utilizar al menos parte de la tierra para cultivar, caña de azúcar, indicando que la

región seguiría en la pobreza si confiaba únicamente en la producción para el consumo local. Pero aparentemente tuvo poco éxito, y la reanudación de la guerra
posteriormente en esta región impidió la producción comercial de caña (Gilly, 1975: 242)
9
esfuerzos fueron exitosos Durante un tiempo, pero a principios de los años treinta un aumento acelerado en la producción,
combinado con una disminución de la demanda debido a la depresión, tuvo como resultado un brusco descenso del precio de treinta
centavos por kilo en 1928 a catorce centavos en 1930 (Maturana y Restrepo, 1970: 38). A instancias del secretario de Hacienda,
Montes de Oca, y de Sáenz, que era entonces secretario de Comercio, Industria y Trabajo, a principios de 1931 se estableció la Cía.
Estabilizadora del Mercado del Azúcar, asociando a la mayoría de los productores con el fin de regular la producción y estabi lizar los
precios. La preocupación del gobierno por la estabilización de la industria quedó indicada por las setenta acciones suscritas por el
banco agrícola del gobierno.
Sin embargo, la Estabilizadora no incluía a todas las refinerías (especialmente, las de Jalisco) y carecía de un mecanismo para
imponer cuotas de producción y precios. Aunque se llegaron a tomar medidas tales como la quema de cosechas excedentes, la
producción de azúcar siguió aumentando (Maturano y Restrepo, 1970: 38; Ganem, 1967: 168). A finales de 1931, muchos cañeros
privados, incluyendo a Sáenz, estaban convencidos de la necesidad de formar un cartel de todos los propietarios de ingenios
azucareros, con medidas obligatorias para controlar la producción y la venta (Redo, 1931). Los productores de azúcar estarían
obligados a celebrar contratos con la Organización de ventas, a entregar a ésta toda la producción y a reducir sus cosechas a
cuotas establecidas por el Estado.
En enero de 1932 una compañía independiente, Azúcar, S. A., inició sus operaciones y pronto incluía a todos los ingenios del país.
Su propósito era el de estabilizar los precios del azúcar a través de la distribución y venta de todo e1 azúcar producida en el país y,
de ser necesario, establecer cuotas para limitar la producción. Al mismo tiempo, se estableció el Banco Azucarero para asumir una
responsabilidad parcial por la financiación de la producción de azúcar; sus accionistas incluían a casi todos los propietarios de
ingenios del país así como al Banco de Crédito Agrícola del gobierno.
Aparentemente, Azúcar, S. A., tuvo éxito durante algún tiempo en estabilizarla producción y venta del azúcar. En mayo de 1932,
Aarón Sáenz, quien era presidente de Azúcar, S. A., así como del Banco Azucarero, afirma que esta nueva organización
seguramente carecía de precedentes en la historia de la industria del azúcar, no sólo en México, sino en todo el mundo. Recon oció
el apoyo y estímulo del gobierno y del Banco de México (el cual tenía una importante función al orquestar el financiamiento de la
industria azucarera por varios bancos oficiales y privados y expresó su confianza en que esta organización para la producción de
azúcar podría servir de precedente para organizaciones similares en otras industrias (Sáenz, 1932). A continuación, Sáenz
incrementó sus propiedades con otras plantaciones e ingenios azucareros y también diversificó sus posesiones con hoteles, lín eas
aéreas, productos de acero y productos alimenticios. Consiguió el control del Banco Azucarero (rebautizado Banco de Comercio e
Industria). Hoy día las propiedades de Sáenz constituyen uno de los mayores grupos económicos del país (Cordero y Santín, 197 7:
51).
EI interés de la carrera de Sáenz radica en que no sólo fue capaz de utilizar su posición política para ampliar sus inter eses
económicos, sino que también se, benefició de las políticas del gobierno que afectaban a la industria azucarera, incluyendo su papel en la
formación de un cártel para racionalizar la producción de azúcar (y garantizar las utilidades). Sáenz fue también beneficiario de la
promoción gubernamental de la industria turística y de préstamos de bancos del gobierno -inicialmente del Banco de México, más tarde, de
Nacional Financiera- para empresas y proyectos específicos.
Así, el Estado no sólo fomentó las condiciones para la acumulación privada, sino que también tuvo un importante papel en la formación de
las clases en el México posrevolucionario: indirectamente, mediante la promoción de industrias específicas (como las del azúcar y del
turismo), y directamente, a través de oportunidades (incluyendo subsidios directos) que permitieron a los militares y funcionarios del
gobierno convertirse en capitalistas de la revolución. La carrera de Sáenz, quien se benefició de la cartelización de la industria azucarera
bajo los auspicios del Estado, de la promoción gubernamental del turismo y de la financiación estatal directa del sist5ema de riego y del
ingenio de El Mante, constituye un notable ejemplo de la compleja relación entre el Estado y el sector privado que seguiría caracterizando al
México posrevolucionario.
EL ESTADO Y LOS TRABAJADORES
El establecimiento de condiciones para la acumulación de capital implicó no sólo la consolidación e institucionalización del poder del
Estado, y el acomodo (y expansión) de los intereses privados, sino también bajo la guía de la colaboración de clase, el control del
movimiento obrero y del campesinado. Al mismo tiempo, la victoria de Obregón sobre Carranza y posteriormente sobre las fuerzas de De la
Huerta, así como la derrota de la rebelión cristera, se debieron al menos en parte al apoyo de los trabajadores organizados y de los
campesinos armados. Por consiguiente, la política central del gobierno con respecto a ambos grupos durante este periodo consistía en
conservar su apoyo y a1 mismo tiempo fortalecer su control sobre ellos.
Su estrategia consistía en evitar una organización unificada e independiente de obreros y campesinos, cooptando a las organizaciones
existentes y/o estableciendo instituciones dirigidas y controladas por el gobierno. Estos esfuerzos chocaban con la oposición de las
organizaciones independientes de obreros y campesinos y en cierta medida con intentos de los gobernadores de los estados por organizar
a los trabajadores urbanos y rurales bajo sus propios auspicios. Así, las luchas básicas de la fuerza laboral contra los dueños de fábricas,
minas, yacimientos petroleros, y las de los campesinos contra los terratenientes, se veían complicados por conflictos entre el gobierno
central y los gobiernos de los estados a medida que el primero consolidaba su control del país, y entre las organizaciones laborales
independientes y el movimiento laboral controlado por el gobierno.
Durante la mayor parte de este periodo, la confederación del trabajo dominante era la CROM, Confederación Regional de Obreros
Mexicanos. La CROM fue establecida en 1918 como organización independiente, y su declaración de principios refleja la influencia de los
delegados anarquistas presentes en su congreso constitutivo. Sin embargo, su secretario general, Luis N. Morones, y otros líderes
instituyeron muy pronto una política de “oportunismo creativo” (es decir, colaboración con el Estado), justificada con el argumento de que
10
los trabajadores estarían indefensos sin la protección del Estado (Carr, 1981: 87-93). Al tiempo que rechazaba los esfuerzos de Carranza
por controlarla, la CROM apoyó la rebelión de Carranza en 1920 y colaboró estrechamente con las administraciones de Obregón y Calles.
El rápido giro de la CROM desde una posición independiente y anarquista a una reformista fue probablemente provocado por la temprana
asociación de la CROM con la American Federation of Labor, que buscaba utilizar al movimiento laboral mexicano para establecer una Pan
American Labor Federation a fin de implementar una "Doctrina Monroe" para los trabajadores, "salvaguardando" a los trabajadores
latinoamericanos de la intervención extranjera (Levenstein, 1971: 90). En el lapso de dos años, los miembros anarquistas abandonaron la
nueva confederación como protesta contra las maniobras políticas de sus dirigentes.
Durante el régimen de Calles, la CROM cosechó los beneficios del pleno apoyo del gobierno. Morones fue designado secretario de
Industria, Comercio; y Trabajo, y otros dirigentes de la CROM recibieron puestos menores en el gabinete o fueron nombrados senadores o
diputados. El gobierno federal sancionó los esfuerzos de 1a CROM para poner a los trabajadores mexicanos bajo su control centralizado,
amenazando a las empresas con la confiscación si no reconocían a los sindicatos de la CROM (Basurto, 1975: 245-48; Ashby, 1965: 11-
12; Levenstein, 1971: 131).
Inicialmente 1a CROM era capaz de asegurar ventajas genuinas -reconocimiento y beneficios económicos para los sindicatos más débiles,
a cambio de su 1ealtad- particularmente contra las empresas nacionales, relativamente pequeñas y dispersas. Su base más fuerte estaba
entre los trabajadores textiles en los estados de Puebla y Veracruz. Con el cambio de orientación de1 gobierno de Calles hacia un apoyo
abierto a la clase dominante, el gobierno empezó a permitir lock-outs, reducciones en la producción y el despido de trabajadores por parte
de los patronos, y la CROM utilizó su control del movimiento obrero para desalentar las huelgas y promover la colaboración de clases: La
CROM también intentó apoderarse de los sindicatos independientes y destruir el movimiento obrero independiente, a menudo por medios
violentos, en colaboración con los patronos y funcionarios de los gobiernos locales (Carr, 1981: 136-41). La relación que llegó a darse entre
la CROM y los líderes de los sindicatos locales facilitaba el control vertical de los trabajadores en los sindicatos afiliados a la CROM. En la
CROM misma, las decisiones eran tomadas en secreto, generalmente por el pequeño Grupo Acción, compuesto por Morones y sus
asociados de confianza. Así, el desarrollo de la CROM en el México posrevolucionario ayudó a reforzar dos tendencias básicas
dentro del movimiento laboral mexicano: el control autoritario de los cuadros por la burocracia laboral, y la dependencia de los
trabajadores organizados respecto al gobierno.
EL dominio de la CROM sobre el movimiento laboral en los años veinte no careció de opositores. Algunos funcionarios de gobiernos
locales respondían a las demandas de los campesinos y los obreros, bien fuese por un interés genuino o como medio de edificar su
propia base de poder. En muchos estados, los movimientos laborales lograron establecer su independencia de la CROM, pero sólo
aumentando su dependencia de1 gobernador estatal u otros funcionarios locales. Un ejemplo es el de Emilio Portes Gil, gobernador
de Tamaulipas (1925-1928), quien tuvo éxito en mantener al estado libre de la influencia de la CROM mediante el establecimiento de
organizaciones obreras y campesinas rivales. (Huizer, 1970: 52-53).
La hegemonía de la CROM sobre el movimiento obrero fue también disputada par organizaciones obreras rivales; particularmente
por el Partido Comunista Mexicano y por los anarquistas. Como ya indicamos, la influencia anarquista en México data del periodo
prerrevolucionario a través de la influencia de inmigrantes europeos y de la IWW, que estaba muy activa entre los mineros de los
estados del norte y entre los petroleros del área de Tampico en la costa oriental (ambos relacionados con industrias dominadas por
el extranjero). En 1921, los anarquistas y comunistas mexicanos unieron sus esfuerzos para formar la Confederación General del
Trabajo, la CGT. (Los miembros comunistas fueron posteriormente expulsados.) La CGT representó un papel militante en los
movimientos huelguísticos de principios de los años veinte y en defender a los sindicatos independientes contra la intervención de la
CROM. A finales de la década, sin embargo, había perdido su dinamismo y a gran parte de sus afiliados; para los treintas su
influencia se hallaba considerablemente debilitada, en parte a causa de las luchas contra la CROM (que contaba con el apoyo
estatal) y en parte por rupturas internas (Basurto, 1975: 196-98; Fuentes Díaz, 1959: 330; L. Meyer, 1978a: 125-26).
Como en otros países latinoamericanos, el Partido Comunista Mexicano fue formado a raíz de la revolución rusa par influencia de la
Tercera Internacional. Inicialmente concentró sus esfuerzos entre el campesinado y ayudó a establecer numerosas ligas agrarias a
principios de los años veinte, las cuales intentaron unirse en una confederación nacional en 1926. En 1929, a resultas del sexto
congreso del Comintern, que había llamado a una lucha de clase revolucionaria contra el imperialismo y la burguesía nacional, el
Partido Comunista formo la Confederación Sindical Unitaria de México, la CSUM. El Partido Comunista y la CSUM atrajeron muchos
seguidores entre los trabajadores rurales y urbanos debido a la militancia de sus líderes en defensa de los intereses de los
trabajadores, pero su influencia ideo1ógica fue limitada (Anguiano et al., 1975: 77). El apoyo del Partido Comunista a la rebelión
militar de 1929 fue causa de que el partido fuese declarado ilegal y del encarcelamiento de muchos de sus líderes (Fuentes Díaz,
1959: 329).
Aparte de los gobernadores de los estados y de las organizaciones comunistas y anarquistas, la hegemonía de la CROM entre la
clase trabajadora era combatida por las confederaciones de trabajadores industriales independientes, entre ellas las confederaciones
de ferrocarrileros, el Sindicato Mexicano de Electricistas y los sindicatos locales de petroleros. Pero a pesar de a corrupción y
oportunismo de Morones y la mayoría de los líderes de la CROM, para no hablar de las tácticas gangsteriles empleadas contra los
sindicatos independientes, la CROM siguió dominando el movimiento obrero mexicano mientras contó con el apoyo del gobierno. Los
obreros no especializados en las industrias tradicionales estaban en una posición, más precaria que los obreros calificados en los
sindicatos antes mencionados, y la justificación de la CROM de sus relaciones con el Estado mexicano como debida a la debilidad de
la clase obrera en aquellas industrias puede tener cierta base en la realidad. De cualquier modo, eran los menos capaces resistir la
intervención de la CROM.
La pérdida del apoyo gubernamental fue lo que provocó la desintegración de la CROM como organización nacional a principios de los
años treinta, aunque conservó cierto número de seguidores en algunas localidades, particularmente entre los trabajadores textiles de
11
Puebla y Orizaba (Veracruz) (Basurto, 1975: 273). El rompimiento entre la CROM y el gobierno ocurrió como resultado del asesinato
de Obregón, presidente electo en 1928, en el que Morones estuvo indirectamente implicado. Aunque la CROM había disfrutado de
ciertas prerrogativas en el primer gobierno de Obregón, la campaña de este como candidato presidencial en contra de la corrupción
indicaba que su elección acabaría con los privilegios disfrutados por los líderes de la CROM. La antipatía de Morones por Obregón
era bien conocida, y cuando este último fue asesinado par un fanático religioso Morones fue acusado por los obregonistas de ser
autor intelectual del crimen (Basurto, 1975: 263-65; Medin, 1971: 20). Al retirar su apoyo a la CROM, el gobierno también debilitó su
propio control sobre el movimiento obrero, pero para entonces su alianza con el capital había disminuido la importancia del apoyo de
los trabajadores.
Durante este periodo en que la organización laboral estaba fragmentada el control estatal de los trabajadores era relativamente débil,
fue cuando el congreso mexicano promulgó la Ley Federal del Trabajo para implementar las disposiciones del Artículo 123 de la
constitución. Esto también constituyó parte del proceso de centralizaci6n del poder estatal en el gobierno federal; la anterior
legislación laboral habla sido implementada solamente a nivel de estados. Entre los factores inmediatos a la promulgación de la ley
estuvieron las complicaciones resultantes de las diferencias entre las leyes estatales, así como las presiones por parte tanto de los
intereses de los trabajadores como de las empresas que objetaban la intervención política local en los conflictos laborales. Quejas
similares, de trabajadores y patronos referentes a la intervención política en los procedimientos de las dependencias 1abora1es
estatales y locales tuvieron como resultado esfuerzos por parte del departamento federal del trabajo por unificar procedimientos para
el arbitraje de conflictos laborales (Krauze, 1977: 205; Clark, 1979: 196 ss.) Al mismo tiempo, algunos sectores empresariales
estaban recelosos ante los esfuerzos por implementar el Artículo 123 de la constitución a nivel nacional. Los grupos empresariales
de Monterrey tomaron la iniciativa de formar la Confederación Patronal de la República Mexicana (COPARMEX) en 1928, para
asegurar la aportación patronal a la nueva legislación labora1. En contraste con otras organizaciones similares formadas en los
primeros años posrevolucionarios, la COPARMEX es una organización clasista explícita que representa los intereses de la clase
propietaria en sus conflictos con los trabajadores.
Aunque Aarón Sáenz, entonces secretario de Industria, Comercio y Trabajo, sugirió que la Ley Federal del Trabajo introduciría una
era de orden y cooperación para el capital y el trabajo, la legislación final no gustó ni a los patronos ni a los trabajadores. Por una
parte, restringía la capacidad de los patrones para despedir obreros, permitía las huelgas excepto cuando implicaban violencia o la
suspensión de servicios gubernamentales durante una guerra (aunque en la práctica se introdujeron muchas otras limitaciones, por
ejemplo, que una huelga no podía ser "contraria al interés general"), y prohibía los lock-outs de los patronos excepto cuando fuesen
justificados por la sobreproducción y aprobados por el departamento del trabajo. Por otra parte, institucionalizaba el poder del Estado
sobre los sindicatos obreros, exigiéndoles registrarse con las autoridades gubernamentales para ser reconocidas legalmente,
entregar información confidencial (listas de miembros, monto y empleo de las cuotas, etcétera) a los funcionarios gubernamentales
locales y someter los conflictos al arbitraje de las juntas de conciliación, en las que el gobierno tenía voto. Implícita en la ley del
trabajo, como en el Artículo 123 de la constitución, se hallaba una relación paternal entre el Estado y los trabajadores en la que el
Estado garantizaría la protección de los derechos de los obreros, como también el concepto de conciliación de clases, esto es, las
huelgas deberían tener el objetivo de equilibrar los factores de la producción, armonizando los derechos de los trabajadores con los
del capital (Middlebrook, 1977: 6-7; Iglesias, l1 1970: 103; L. Meyer, 1978a: 153-54).
Los grupos laborales lucharon por la inclusión de las cláusulas de exclusión en los contratos, es decir, que los trabajadores no podían
ser empleados a menos que perteneciesen al sindicato y que si se separaban de éste debían ser despedidos de sus empleos. En la
ley, esta estipulación resultó ambigua, pero posteriormente fue defendida mediante huelgas, incluyendo una huelga de petroleros
contra El Águila (de la Royal Dutch Shell, controlada por británicos) en 1934, lo que tuvo como resultado un decreto del presidente
Rodríguez a favor de las cláusulas de exclusión, lo que concluyó la cuestión. Como antes señalamos, esta cláusula se convirtió
posteriormente en un instrumento de primer orden para el control y manipulación de los trabajadores por líderes sindicales
corruptos.12
En resumen, la Ley Federal del Trabajo reflejaba los ambiguos efectos de la alianza posrevolucionaria Estado-trabajadores para el
movimiento obrero mexicano. Por una parte, la ley del trabajo (como el Artículo 123 de la Constitución, que en efecto implementaba)
proporcionaba potencialmente beneficios sustanciales para la clase trabajadora a través de la protección de un Estado paternalista al
facilitar la organización y las huelgas de los trabajadores y restringir las acciones arbitrarias de los patronos (Carr, 1981: 264-65). Por
la otra, establecía el marco legal para el control de los trabajadores por parte de los líderes sindicales y funcionarios del gobierno, y
constituía un paso más en el proceso de centralización de las instituciones gubernamentales y el control de la clase trabajadora.
EL ESTADO, LA ORGANIZACIÓN CAMPESINA Y LA REFORMA AGRARIA
Aunque la revolución trajo algunos beneficios inmediatos en términos de distribución de la tierra, grandes sectores de la población
rural siguieron inafectados por el conflicto mismo y por los programas de expropiación de los gobiernos inmediatamente
posrevolucionarios. Durante su campaña en Chihuahua y estados vecinos, Francisco Villa expropió las inmensas posesiones de los
terratenientes dominantes, pero la mayor parte de aquellas, cayó en manos de los generales de Villa, quienes constituyeron un
nuevo grupo terrateniente, celebrando frecuentes alianzas con empresas norteamericanas. Las comunidades campesinas que
conquistaron tierras con la fuerza de las armas, como en el estado de Morelos, pudieron retenerlas, y las tierras podían ser

12Numerosos observadores previeron los efectos de las cláusulas de exclusión. Rosendo Salazar señaló: "El sindicato será un tirano cuando la cláusula de
exclusión se utilice en toda su amplitud, puesto que el trabajador sindicalizado no podrá levantar su voz contra el líder [...] todo será arreglado burocráticamente,
mediante órdenes, sobornos, miedo, servilismo" (Salazar, 1956b: 52). Lucio Mendieta y Núñez advirtió también que si bien la cláusula de exclusión constituía un
arma poderosa del movimiento obrero, podía convertirse en un terrible instrumento para la dictadura de los líderes sindicales sobre los obreros (Mendieta y
Núñez, 1942: 189).
12
reclamadas por quienes tuvieran títulos claros sobre ellas. Pero esto no afectaba a la mayoría de la población rural, y solamente en
Morelos se transformó la estructura agraria anterior (Wolf, 1980: 47, 57; L. Meyer, 1978a: 174-75).
Durante la década de los veinte, la política agraria del gobierno fue dictada por' diversas consideraciones, en muchos aspectos
contradictorias. Por una parte, la movilización de los campesinos y el creciente nivel de sus expectativas significaba que ciertas
reformas eran necesarias como válvula de seguridad. Además de esto, los gobiernos revolucionarios necesitaban el apoyo
campesino para reprimir diversas rebeliones, incluyendo la insurrección de De la Huerta en 1923-24 y la rebelión cristera de 1927-
29, lo cual implicaba dar armas a los campesinos y obviamente requería la aceptación gubernamental de sus demandas. Al
mismo tiempo, los terratenientes ineficientes constituían el grupo más "prescindible" de la elite porfiriana; los gobiernos
posrevolucionarios los atacaron consistentemente como social y económicamente retrógrados (Labastida, 1972: 104 -06; Córdova:
1973:277, 333-34).
Por otra parte, el bajo nivel de los recursos económicos y financieros del país impulsó a los líderes gubernamentales a dar prioridad
a la elevación de los niveles de producción, incluyendo la producción agrícola, y los hizo reacios a destruir las: haciendas agrícolas;
especialmente las propiedades relativamente competentes orientadas a la producción comercial.
La política inicial de los presidentes sonorenses estaba orientada a la creación de una pequeña burguesía de pequeños agricultores
que constituiría un estrato intermedio entre los ejidos (que en su mayor parte eran considerados una medida temporal hasta que los
ejidatarios adquiriesen la experiencia y capacidades necesarias para convertirse en pequeños agricultores) y los terratenientes
comerciales, incluyendo a los terratenientes tradicionales expropiados por la reforma agraria, quienes serían forzados a cultivar más
eficientemente la tierra que aún conservaban (Krauze, 1977: 120, 136). Un enfoque alternativo fue sugerido en una circular lanzada
por la Comisión Agraria en 1922 que proponía la formación de cooperativas para la producción colectiva en haciendas expropiadas
puesto que la pequeña propiedad no podía utilizar la maquinaria y otros implementos eficazmente. Pero la política cooperativa no fue
puesta en práctica (excepto en medida muy limitada) durante este periodo y después de tres años se decidió que las políticas
recomendadas por la Circular 51"no funcionaban" (Simpson, 1937: 322; Eckstein, 1966: 48-51). A finales de la década, la primitiva
orientación hacia la pequeña propiedad dejó lugar a la idea de que en el sector agrícola las metas sociales y las económicas eran
incompatibles; ni la pequeña propiedad ni el ejido eran económicamente rentables.
Aparte de las ambigüedades y cambios en la política gubernamental, la reforma agraria padecía por la incapacidad y corrupción
burocrática. Como ya indicamos antes, las comisiones agrarias estatales generalmente se inclinaban más del lado de los
terratenientes que del lado de los campesinos; la comisión nacional agraria era lenta e ineficiente; y sus decisiones podían ser
anuladas por la Suprema Corte. Además, los terratenientes podían azuzar a los peones acasillados, que no podían recibir tierras
según la ley existente, en contra de los jornaleros y campesinos de los pueblos cuyas demandas de expropiación podían privar a los
peones de la poca seguridad que aún tenían (L. Meyer, 1978a: 281-82). Las tierras distribuidas solían ser de inferior calidad,
mientras que los terratenientes tenían la opción de conservar la mejor tierra. En algunos casos, la reforma de la tierra afectaba a
propiedades de los pequeños campesinos, quienes, en contraste con los terratenientes, carecían de recursos financieros y políticos
para defenderse; situación que inevitablemente provocaba confrontaciones entre grupos diferentes de trabajadores rurales y que fue
un factor en la rebelión cristera (Krauze, 1977: 132).
Durante la mayor parte de este periodo la jurisdicción final sobre la reforma agraria perteneció al gobierno estatal, y el nivel de apoyo
para la distribución de la tierra y la organización campesina variaba notablemente de un estado a otro y en algunos casos de un
periodo a otro en un mismo estado. Mientras que la mayoría de los gobernadores estatales era conservadora, numerosos
gobernadores progresistas (la mayoría en los estados sureños o centrales) se convirtieron en portavoces de los derechos de los
campesinos y obreros y emprendieron programas de reforma adrarla en colaboración con los campesinos organizados. Sin embargo,
su tarea era frustrada a menudo por los comandantes militares regionales, que actuaban generalmente asociados con los
terratenientes (y a menudo con la aquiescencia del gobierno federal); los mercenarios armados (guardias blancas) de los
terratenientes; o por los gobernadores que los sucedían, más conservadores.
Así, como gobernador de Michoacán a principios de los años veinte, el general Francisco Mújica consiguió, no obstante la fuerte
oposición, distribuir 23 mil hectáreas a los ejidos, pero fue depuesto por el comandante militar de la región, Enrique Estrada, aliado
con los terratenientes. Posteriormente, e1 general Lázaro Cárdenas, quien asumió el cargo de gobernador de Michoacán en 1926,
distribuyó tierras a 15373 campesinos, armando a las ligas femeninas para guardar los campos donde sus maridos trabajaban, en
contra de los ataques de los terratenientes; el gobernador que lo sucedió volvió a intentar invertir el proceso de distribución de la
tierra.
En el estado de Yucatán, dominado por la producción de henequén, la estructura de la producción fue alterada con la ocupación del
estado por el ejército constitucionalista en 1915 bajo el mando de Salvador Alvarado. Se acabó con le peonaje acapillado, se
establecieron ligas campesinas y obreras y el control del mercado del henequén pasó de los agentes de firmas extranjeras,
especialmente de la Internacional Harvester, a una comisión dependiente del ejército constitucionalista y posteriormente del
gobierno del estado, pero no se puso en práctica ninguna medida referente a la distribución de la tierra. Más tarde, como gobernador
de Yucatán, Carrillo Puerto organizó a los trabajadores rurales de las plantaciones en el Partido Socialista del Sureste (PSS) y
distribuyó 210 mil hectáreas a 36 comunidades. Sin embargo, con el levantamiento de De la Huerta, Carrillo Puerto fue fusilad, el
PSS desintegrado y la tierra fue devuelta a los terratenientes. En Nuevo León, también fueron restituidas las propiedades urbanas y
rurales confiscadas en razón de que los propietarios habían sido partidarios o simpatizadores del régimen de Victoriano Huerta
(Wolf, 1980: 63; Huizer, 1970: 43; Joseph, 1980: 55-60; Vizcaya Canales, 1969: 142-44).
EL centro más importante de movilización campesina y radicalismo agrario durante los años veinte fue el estado de Veracruz, donde

13
los sindicatos de trabajadores e inquilinos y el Partido Comunista organizaron ligas agrarias respaldadas por Adalberto Tejeda,
gobernador de Veracruz de 1920 a 1924 y nuevamente de 1928 a 1932. Das ligas fueron armadas por Tejeda para defenderse de
las guardias armadas de las haciendas, que eran apoyadas por el comandante militar del estado Guadalupe Sánchez, hasta su
derrota en el levantamiento de De la Huerta en 1923-24. Bajo la dirección de Úrsulo Galván, miembro del Partido Comunista
Mexicano, las ligas se radicalizaron cada vez más, exigiendo la total socialización de todos los medios de producción. Entre 1915 y
1933 unas 614 763 hectáreas fueron distribuidas a 88584 beneficiarios en algunos casos bajo la forma de ejidos colectivos. A
través de las ligas agrarias y del movimiento sindical, Tejeda estableció una nueva base de poder, con líderes obreros y
campesinos controlando los principales puestos políticos y administrativos del estado (Huizer, 1970: 46 -57; Salamini, 1976:278-88;
Gómez Jara, 1970:46-47; Falcón, 1978: 347).
Pero el creciente poder y las ambiciones políticas de Tejeda se veían como una amenaza para la fracción que controlaba e1
gobierno central, Tejeda había propuesto que el nuevo Partido Nacional Revolucionario (PNR) se estableciese sobre una base de
clase obrero-campesina, y demostró poca inclinación a apoyarlo cuado aquel adoptó la forma de una organización de estratos
políticos. La implementación de la reforma, agraria en Veracruz significó cada vez más ignorar las directivas del gobierno central.
También, a finales de 1931, Tejeda había comenzado a extender su influencia fuera del estado ya mostrar ambiciones,
presidenciales. La facción de Calles empezó a moverse contra el gobierno de Veracruz, interviniendo en las ligas agrarias y
organizaciones, estatales para provocar fracturas y la creación de facciones, poniendo término al programa ejidal y finalmente, a
comienzos de 1933, desarmando a las milicias agrarias. Esto debilitó al movimiento campesino más militante, de la década de los
veinte y al mismo tiempo eliminó la más importante amenaza para la hegemonía del gobierno central.
El gobierno central, a través del PNR, intentó también conseguir el control de la Liga Nacional Campesina, que había sido formada
en 1926 bajo los auspicios de la Liga Veracruzana de Comunidades Agrarias y que había unido a las ligas campesinas en
numerosos estados. Este intento sólo tuvo un éxito parcial; el PNR trató de dominar a la Liga Nacional Campesina en su sexta
convención (en febrero de 1930), pero sólo consiguió dividirla en tres facciones, con dos grupos minoritarios que se unieron al PNR
y al Partido Comunista, mientras que la mayoría siguió al líder independiente Úrsulo Galván (tomando posteriormente el nombre de
Liga Nacional Úrsulo Galván a raíz de la muerte de éste aquel mismo año).
Los resultados de los diversos programas de reforma agraria de los años veinte fueron escasos. En 1930, e1 70% de la población
rural no ejidal que poseía tierras, representaba menos del 1 % de las tierras privadas, en propiedades de menos de cinco
hectáreas, mientras que el 2.2% de los terratenientes tenía más del 33% de todas las tierras privadas en propiedades de quinientas
hectáreas o más. Entre 2.5 y 3 millones de campesinos, básicamente peones acasillados y jornaleros, carecían de tierras, mientras
que los ejidatarios, que significaban el 15% de la población agrícola, a menudo tenían pequeñas propiedades de menos de una
hectárea.
En junio de 1930, Calles declaró que la reforma agraria era un fracaso y sugirió que cada gobernador estableciera un periodo
limitado para concluir la distribución de tierras en su estado con el fin de dar garantías a los pequeños y grandes propietarios.
Aparte de las presiones de los terratenientes comerciales, la defensa de los nuevos terratenientes de la revolución era
indudablemente tomada en cuenta, particularmente en el estado de Sonora, que mediante la asistencia del Estado y préstamos de
bancos neoyorquinos se había convertido en un moderno y próspero centro agrícola.13
Así, la política agraria del gobierno constituía un caso particular dentro del giro global de su orientación a favor de una producción
capitalista en gran escala.
Pero aunque el gobierno había logrado destruir los centros independientes de poder, basados en el apoyo organizado de los
campesinos y obreros en varios estados, y fragmentar las organizaciones campesinas, aún seguía existiendo la posibilidad de una
nueva movilización y organización de los campesinos. Además, las necesidades de los campesinos iban siendo articuladas por un
creciente grupo agrario dentro del Estado mismo, incluyendo miembros de Liga Nacional Campesina que se habían unido al PNR.
La importancia de estos grupos se reflejó en la legislación de principios de los treintas, que amenazaba ciertas prerrogativas de los
terratenientes y los privaba de las garantías que esperaban obtener de la terminación de la reforma agraria. Los esfuerzos de la
facción de Calles por acabar con la reforma agraria simplemente pospusieron la resolución de la cuestión agraria.
CONCLUSIONES
La revolución de 1910-1917 destruyó el aparato estatal porfiriano, debilitó a la burguesía nacional y encaminó a las masas del
campesinado y la clase obrera mexicana a la vida política nacional. Los líderes del victorioso ejército constitucionalista -extraídos
principalmente de la pequeña burguesía provinciana- tuvieron la tarea de construir el nuevo Estado mexicano y de restructurar el
sistema económico. Pero sus opciones se vieron limitadas por el nivel anterior de desarrollo de las fuerzas productivas en México y
los restos de las estructuras prerrevolucionarias. Aún más importante fue que, si bien la burguesía nacional quedó debilitada, la
estructura económica dominante del porfiriato, basada en el control por parte del capital extranjero de sectores clave de la
economía, permaneció virtualmente intacta.
El desigual desarrollo de las fuerzas productivas en el México prerrevolucionario, y la importancia del capital extranjero en su
desarrollo, restringieron gravemente los recursos nacionales disponibles para el nuevo Estado en formación y aumentaron la
atracción del capital extranjero. Los esfuerzos de los gobiernos posrevolucionarios para controlar y canalizar el capital extranjero
tuvieron por lo tanto poco éxito: la soberanía del Estado sobre el territorio y los recursos nacionales encontró inicialmente la

13Las fuentes sobre la reforma agraria durante este periodo incluyen a Reyes Osorio, 1974: 56; Shulgovski, 1968: 24; L. Meyer, 1978a: 197-200. Sobre las
razones: de los esfuerzos del gobierno para poner fin al programa, véase L. Meyer, 1978a: 213, 215; Krauze, 1977: 162; Medin, 1972: 26, 33; Anguiano, 1975: 14.
14
oposición de las corporaciones y los gobiernos extranjeros y posteriormente fue subordinada por el mismo Estado mexicano a una
alianza con el capital extranjero.
Además de las limitaciones resultantes de las estructuras prerrevolucionarias había nuevas restricciones a la acción del Estado
resultantes de la revolución. En algunos aspectos, los problemas confrontados por los gobiernos posrevolucionarias eran similares
a aquellos enfrentados por Díaz, en el sentido de que el país se había dividido nuevamente en centros regionales de poder político
y económico, controlados en esta ocasión por los generales revolucionarios. En contraste con el gobierno de Díaz, la Constitución
de 1917 dio legitimidad al concepto de un Estado centralizado e intervencionista, pero fue sólo a través de la lucha militar -en la que
los líderes revolucionarios que constituían el gobierno central dependían de la ayuda de la milicia campesina y de la asistencia de
Estados Unidos- que pudieron superarse las sucesivas amenazas a su predominio. La hegemonía del ejecutivo federal fue
posteriormente reforzada mediante varias tácticas para controlar al ejército y la eliminación de las bases de poder organizadas de
los gobernadores estatales y autoridades militares regionales, y la incorporación de estos grupos al Partido Nacional Revolucionario
controlado por la facción dominante del gobierno central.
Un segundo paralelo entre el México prerrevolucionario y el posrevolucionario se encuentra en la cambiante orientación estatal
respecto de la naturaleza del desarrollo capitalista en México. La Ley de Reforma de 1857 y la revolución de 1910 constituyeron
sendos ataques contra los privilegios monopolistas disfrutados por una pequeña élite: la Iglesia y los terratenientes tradicionales en
el caso de la Reforma, los terratenientes, los intereses extranjeros y las élites porfirianas en el caso de la revolución. El gobierno de
Juárez y (en menor medida) la dinastía sonorense de los años veinte vieron a México inicialmente como una nac ión de pequeños
propietarios. En el caso de la Reforma este concepto fue invertido bajo el gobierno de Díaz, convencido de que México sólo po dría
desarrollarse mediante la ayuda extranjera, incluido no sólo el capital sino también los ideales y valores extranjeros. Las
instituciones productivas dominantes se convirtieron en empresas capitalistas en gran escala: haciendas y plantaciones
comerciales, o empresas controladas por extranjeros en la minería y el petróleo. En los años posrevolucionarios, esta transición
tuvo lugar en un periodo relativamente breve: la base estructural de la empresa capitalista sobrevivió a la revolución y volv ió a
dominar la economía. En el proceso, muchos de los grupos dominantes del porfiriato –terratenientes comerciales, industriales,
incluso banqueros- consiguieron reinstalarse en el sistema económico, aunque con una mayor reglamentación por parte del Estado,
y a éstos se sumaron los “capitalistas de la revolución”, oficiales del ejército y funcionarios gubernamentales que se aprovecharon
de sus posiciones para hacerse parte de la burguesía. La ideología del gobierno y del nuevo Partido Nacional Revolucionario s iguió
siendo nacionalista y antimonopolista, pero la posición económica de muchos líderes del gobierno reforzaba una creciente
orientación hacia un desarrollo económico basado en la empresa en gran escala, extranjera tanto como nacional.
Pero si la dependencia del capital extranjero y la centralizaci6n del poder estatal tuvieron precedentes en el porfiriato, la extensión
de la movilización del campesinado y la clase obrera industrial constituyeron una nueva limitación a la autonomía estatal en el
México posrevolucionario. Al mismo tiempo, el hecho de que el gobierno central buscaba controlar más que responder a aquellos
grupos impidió su consideración de modelos económicos alternativos al del capitalismo dependiente que emergía. Incluso el papel
paternalista asignado al Estado por la Constitución y la legislación subsiguiente como la Ley Federal del Trabajo, fueron limitados
en su implementación. Por el contrario, el Estado posrevolucionario trató de utilizar a estos grupos para consolidar su propio poder
e intentó controlarlos y cooptarlos mediante reformas limitadas. Las bases para la organización obrera y campesina independiente
del gobierno central fueron e1iminadas o debilitadas, pero el Estado fracasó en sus intentos por incorporar a estos grupos a las
organizaciones obreras y agrarias dominadas por el Estado. Los objetivos de aquellos que combatieron en la revolución no habían
sido alcanzados, pero tampoco fueron eficazmente obstaculizados.
Las restricciones dentro de las que operaba la dirección del nuevo Estado limitaban sus opciones aunque no determinaron la
dirección que adoptó en realidad. Pero para fines de los años veinte, esta dirección habría reforzado ciertas estructuras
preexistentes y establecido otras nuevas, que en cierta medida fijaron los parámetros dentro de los cuales los gobiernos
posteriores, podrían actuar. La efectividad de estas restricciones estructurales sería puesta a prueba en la siguiente década,
cuando el gobierno de Lázaro Cárdenas estableció una nueva base para la acción estatal mediante una alianza con el
campesinado y la clase obrera movilizados.

3. B. THORP, Rosemary
América Latina en los treinta. El papel de la periferia en la crisis mundial
Edit. F.C.E., México 1988
Págs. 260-279, 281-310

Subtema: 3.4

[…]
IX. LA GRAN DEPRESIÓN Y LA INDUSTRIALIZACIÓN: EL CASO DE MÉXICO
ENRIQUE CÁRDENAS 


Las ideas básicas de este capítulo fueron tomadas de mi tesis doctoral. Estoy profundamente agradecido a Carlos Díaz Alejandro, Albert Fishlow, Leopoldo Solís y a los
participantes de las dos conferencias acerca de "Los efectos de la Gran Depresión en Latinoamérica". Naturalmente, no son responsables de ningún error posterior que pueda
15
INTRODUCCIÓN
NI LOS efectos de la Gran Depresión sobre la economía mexicana ni el desempeño general de tal economía durante los años treinta han
sido claramente establecidos dentro de la bibliografía. Es probable que uno de los pocos acuerdos de la historiografía de este periodo sea
que la estructura de la economía experimentó un cambio fundamental y que se establecieron las bases del desarrollo de la posguerra.
En particular, se afirma que los cambios estructurales se realizaron mediante un proceso de "reforma y reconstrucción” (Reynolds, 1970).
"Reforma", porque se reconoció un papel económico más activo del gobierno y su mayor compromiso explícito con la meta de la
redistribución del ingreso. "Reforma" también porque tuvo lugar una considerable redistribución de la riqueza gracias a la expropiación de la
industria petrolera y el proceso de la reforma agraria. El término "reconstrucción'' se ha usado para denotar los esfuerzos de restauración de
las características económicas de la época anterior a la revolución, desde la industria y los ferrocarriles hasta la confianza en el papel, y el
comienzo de proyectos de infraestructura, desde las carreteras y las obras de riego hasta los cambios legales y bancos de desarrollo.
También se ha sostenido que durante estos años se sentaron las bases del crecimiento económico de los años cuarenta, o sea que se
establecieron un conjunto adecuado de leyes, instituciones financieras, infraestructura y derechos de propiedad, como condiciones
necesarias para el desarrollo económico.
Por lo que toca al proceso de industrialización, se ha sugerido que se inició en respuesta a la segunda Guerra Mundial, cuando la carencia
de los bienes que provenían de las naciones beligerantes constituyó un gran incentivo para la sustitución de importaciones. Se cree que en
los años treinta hubo cierta sustitución de importaciones, pero tal proceso se ha considerado poco importante e irrelevante (Villarreal,
1976). Es decir, a diferencia de lo que ocurrió en otros países latinoamericanos tales como Argentina, Colombia y Brasil, donde la Gran
Depresión proveyó el impulso para la sustitución de importaciones, este proceso debió esperar hasta la Segunda Guerra Mundial para
iniciarse en México. Se ha afirmado que la razón más importante de esta demora fue la gran incertidumbre prevaleciente en el país en esa
época, a causa de la intención del gobierno de aplicar la Constitución de 1917, sobre todo en lo tocante a la propiedad del subsuelo del país
(Hansen, 1971, pp. 29-40). Estas condiciones se agravaron más tarde -según este argumento- por las políticas socialistas de Cárdenas y el
gran interés del gobierno por el sector agrícola.
El proceso de la industrialización mexicana durante los años treinta es el tema principal de este capítulo. Consideraremos el cambio
fundamental que experimentó la estructura de la economía: el sector industrial empezó a adquirir preponderancia así como un dinamismo
relativamente independiente, características que habrían de madurar en los decenios siguientes. Es decir, el de 1925 a 1940 fue de hecho
un periodo de restructuración y reconstrucción en medio de la crisis. Pero tales cambios estructurales no se relacionaron sólo con las
instituciones, las obras públicas, las leyes y cosas así. La propia economía se transformó, y empezó a cobrar forma un proceso de cambio,
con un desarrollo y crecimiento, del exterior al interior. La Gran Depresión contribuyó a esta transformación facilitando la mayor duración de
las instituciones y creando condiciones económicas que promovieron la industrialización nacional. En consecuencia, y debido en parte al
estancamiento de otros sectores (agricultura, minería y, hasta cierto punto, el petróleo), la industria se convirtió en el motor del crecimiento
durante los años treinta.
En este capítulo trataremos de mostrar cómo fue posible que el sector industrial se desempeñara tan bien en este periodo, y explorar el
papel particular desempeñado por la política gubernamental y por la Gran Depresión misma en la obtención de este resultado. En especial,
consideraremos el vigor y el mecanismo de transmisión de la crisis, así como el proceso por el cual promovió la maduración de una
institución importante: el Banco de México. El capítulo ha sido estructurado cronológicamente. La sección siguiente considera la conmoción
que trajo la Gran Depresión prestando atención especial a los canales de transmisión de la crisis y a las políticas macroeconómicas
aplicadas. La tercera sección se ocupa de la recuperación y el resto de los años treinta. Aquí se hace hincapié en la distinción entre las
políticas aplicadas y las fuerzas exógenas que aceleraron recuperación a partir del choque. Además, veremos cómo maduraron las
autoridades financieras durante los años treinta, en términos de su capacidad para responder a las crisis extranjeras. En la última sección
concluiremos que la experiencia mexicana se asemeja bastante a la de los otros países estudiados en este volumen y analizaremos las
implicaciones de nuestro examen de la industria para las interpretaciones habituales del desarrollo industrial de México.
EL CHOQUE DE LA GRAN DEPRESIÓN
Ni el auge de Wall Street ni su correspondiente derrumbe un año después fueron las causas inmediatas de la depresión mexicana. De
hecho, la repercusión de varias fuerzas depresivas se había hecho sentir en la economía mexicana desde 1925 aproximadamente, y en
1927 se agravó por la recesión de los Estados Unidos. Los términos de intercambio se habían deteriorado en un 4% en el periodo de 1926-
1929, a pesar de que el volumen de la demanda de las exportaciones minerales mexicanas había permanecido elevado después de la
recesión de1927.La otra exportación principal -el petróleo- había visto decrecer sostenidamente su importancia desde principios de los años
veinte, de modo que la Gran Depresión sólo aceleró su caída.
Las fuerzas que propiciaron la Depresión se robustecieron por la acción de las políticas económicas procíclicas, ortodoxas, aplicadas por el
gobierno. Como la mayoría de los países en esa época, México se regía oficialmente bajo el patrón oro y tomaba las medidas económicas
correspondientes. Sin embargo, el peculiar sistema monetario mexicano le daba en efecto un régimen de tasa de cambio flotante. Tal
situación era peculiar en el contexto latinoamericano y amerita cierta explicación antes de que podamos examinar el papel de la política
económica durante la Gran Depresión.
El hecho es que México se encontraba de facto bajo un régimen de tasa de cambio flexible porque el sistema monetario se componía
esencialmente de monedas de oro y plata, y porque la única moneda de curso plenamente legal era el peso de oro. Sin embargo, dado que
la mayoría de las transacciones se realizaban con moneda de plata, básicamente debido a la antigua tradición del uso de la plata, la tasa de

haber sobrevivido a sus comentarios. También agradezco a Rosemary Thorp por haberme invitado a participar en las conferencias y al Consejo de investigación de ciencias
sociales por brindar el apoyo financiero para lograrlo. Mi agradecimiento va también a Elia Solís, quien mecanografió el manuscrito con destreza y rapidez.
16
cambio pertinente era la del peso de plata frente al dólar, y no con respecto al peso de oro. Naturalmente, el valor relativo de las monedas
de oro y plata variaba con las fluctuaciones del precio internacional de ambos metales y con su oferta y demanda internas relativas. Por
tanto, el peso de plata se depreciaba cuando aumentaba el precio internacional del oro en relación con el de la plata o cuando surgían
presiones sobre la balanza de pagos que hacían salir al oro y lo volvía escaso en el país, de manera que también subía su precio en
relación con el precio de la plata. El gobierno pudo contrarrestar este proceso reduciendo la acuñación de monedas de plata y aumentando
la de monedas de oro, generando así una disminución del precio del oro en relación con el precio de la plata y una apreciación
consiguiente, del peso de plata. En consecuencia, el hecho de que la mayoría de las transacciones internas se realizaran con plata coloca-
ba de hecho a México bajo un sistema de tasa de cambio flexible.
Pero a pesar de tal régimen de tasa de cambio, el gobierno trató de mantener la paridad oficial del oro y un presupuesto equilibrado, por lo
menos desde la segunda mitad de los años veinte hasta el punto más bajo de la Gran Depresión, a principios de 1932. En consecuencia,
cada vez que la balanza de pagos se encontraba en posición desfavorable, el oro tendía a salir Y la oferta monetaria tendía a disminuir; Así
se observaría una tendencia hacia la depreciación del peso, dado el sistema de tasa de cambio flexible, que las autoridades tratarían de
impedir deteniendo la acuñación de plata, lo que reduciría más aún la oferta monetaria. Además, el gobierno aumentaría los impuestos
cuando un menor nivel del ingreso redujera el volumen de las recaudaciones fiscales. Tal incremento de la tributación reduciría más aún el
nivel de la demanda agregada.
Como señalamos antes, las crecientes dificultades de la balanza de pagos a partir de mediados de 1926 fueron provocadas en gran medida
por el frenamiento de la economía estadounidense y el valor decreciente de las exportaciones minerales y petroleras. La situación se
agravó por las remisiones hechas al Comité Internacional de Banqueros entre 1926 y mediados de 1928, por concepto de pago de la deuda
en acatamiento del acuerdo Pani-Lamont (Ortiz Mena, 1943, p. 283, y Simpson, 1932, pp. 6-7). Por lo tanto, la tasa de cambio se depreció y
el gobierno federal reaccionó acelerando la acuñación de oro y deteniendo la acuñación de pesos de plata en febrero de 1927, e
interrumpiendo finalmente el servicio de la deuda externa a mediados de 1928. Esta política redujo en 10% la oferta monetaria en 1927, 14 e
hizo que la tasa de cambio se apreciara 10% entre febrero de 1927 y abril de 1928. Naturalmente, esta medida tuvo un nuevo efecto
depresor, además del que provocara la baja de la demanda de exportaciones, de modo que el PIB en términos reales bajó 4.4% en 1927 y
apenas aumentó en 1928. A su vez, la declinación del ingreso redujo el volumen de las importaciones en esos años. En consecuencia,
todas estas fuentes de recaudaciones fiscales -exportaciones, importaciones e ingresos- bajaron al igual que el monto de la recaudación.
Con una política de presupuesto, equilibrado, tal reducción implicaba un efecto contractivo adicional. Sin embargo, no se podían reducir los
gastos en la misma proporción, de modo que aparecieron déficit en 1926 y 1927. Pero el hecho de que tales déficit se financiaran sobre
todo mediante la acumulación de deudas redujo considerablemente su repercusión expansivo potencial.15
En general, el periodo que precedió al derrumbe de Wall Street presenció un conjunto de políticas contractivas que continuó cuando Luis
Montes de Oca remplazó a Alberto J. Pani como ministro de Finanzas en 1927. De hecho, los gastos bajaron 15% entre 1926 y 1929, en
buena medida mediante la reducción de la nómina gubernamental, y se recaudaron impuestos adicionales. Los nuevos impuestos, aunados
a la recuperación de la economía, permitieron un incremento de las recaudaciones fiscales, pero sólo para financiar un nivel decreciente del
gasto hasta 1929.
Tal tendencia económica restrictiva se vio considerablemente reforzada por la Gran Depresión. Tanto los términos de intercambio de
México como el volumen de las exportaciones bajaron drásticamente, sobre todo debido a la repentina baja de la demanda extranjera al
disminuir el ingreso en el exterior, pero en parte debido también a la elevación de los aranceles estadounidenses en 1930. El PNB de ese
país bajó a una tasa media anual de 8.2% en términos reales entre el punto más alto (1929) y, más bajo (1933) del ciclo. Por otra parte, los
términos de intercambio de México se deterioraron en 21%, mientras que el volumen de las exportaciones se contrajo 37% en 1929-1932,
lo que implicó una reducción de 50% en el poder de compra de las exportaciones (véase el cuadro IX.l).
El resultado del choque externo sobre la demanda agregada operó a través de varios canales. En primer lugar, el propio sector exportador
se vio inmediatamente afectado por la reducción de los precios y la baja absoluta de la demanda. Sin embargo, el hecho de que una parte
considerable del sector se encontrara en manos extranjeras, con la consecuente disminución en el valor de retorno de las exportaciones -
66% en 1926-, moderaba el choque externo en términos de sus repercusiones sobre el resto de la economía. De hecho, sólo el 3% de la
fuerza de trabajo no rural trabajaba en el sector petrolero y minero, el que a su vez representaba aproximadamente el 65% del total de
exportaciones (Cárdenas, 1982, pp. 22-30). La experiencia contrasta marcadamente con la de Brasil o Colombia, cuyo principal producto de
exportación –el café- es una actividad que requiere una intensa mano de obra, de modo que el choque se difundió con amplitud mucho
mayor.

14 El concepto de la oferta monetaria usado en este capítulo se define como M1, es decir, la suma de los billetes y monedas del Banco de México en circulación, más las
cuentas de cheques. La fuente oficial es el Banco de México, la que no especifica si las cifras aparecen en pesos de oro o de plata. Tengo la impresión de que las cifras
mostradas fueron revaluadas del oro, de modo que se expresan en pesos de plata.
15 Resulta interesante observar que el aumento de los gastos de 1927 se debió esencialmente a los programas de inversión en caminos y obras de riego y no a las situaciones de emergencia

(Secretaría de Hacienda y Crédito Público, 1963, p. 84).


17
La conexión fiscal fue otro canal, relacionado con el anterior, por donde se transmitió el choque externo. El hecho de que casi el 50% del
total de los impuestos se relacionara con el sector externo hacía que el nivel de la recaudación fiscal dependiera en gran medida de las
fluctuaciones económicas extranjeras. Por lo tanto, no es sorprendente observar que la recaudación bajó de 231 millones de pesos en 1929
a 155 en 1932, mientras que 63% de la reducción provenía de la baja de los impuestos relacionados con el sector externo (Nacional
Financiera, S. A., 1978, p. 355). Esta reducción del flujo de ingresos fiscales ocurrió a pesar de los esfuerzos que hizo el gobierno por
aumentar los impuestos. El nuevo arancel general aplicado en 1930, y más aún el impuesto extraordinario de 1% que se implantara en
1931 sobre la producción bruta de las actividades agrícolas, industriales y comerciales, deben verse como medidas de emergencia que
trataban de detener la declinante tendencia de los impuestos. Los gastos también disminuyeron considerablemente en 1931. Como era de
esperarse, estas medidas generaron superávit presupuestarios, de magnitud considerable que superaron los planes del gobierno para
estabilizar la posición neta de la Tesorería. De hecho, los superávit acumulados en el periodo de 1937-1940, durante el gobierno
expansionista del presidente Cárdenas (Cárdenas, 1982, pp. 131 y 280).
Al elemento extranjero y a los elementos fiscales de reducción de la actividad comercial se unió un tercer mecanismo de transmisión: el
canal monetario. Como mencionamos antes, la balanza de pagos sufrió otra conmoción proveniente de la Gran Depresión, de modo que el
superávit de la balanza comercial continuó su tendencia descendente. El nivel de las reservas internacionales empezó a disminuir a
principios del segundo trimestre de 1930,16 debido en parte al empeoramiento de la balanza comercial y en parte al hecho de que el
gobierno pagó 10 millones de pesos oro a los acreedores extranjeros a fin de negociar la reanudación del servicio de la deuda pública
externa. La tasa de cambio continuó su tendencia descendente, de modo que a fines de julio de 1931 se habían agotado virtualmente las
reservas internacionales, llegando al nivel mínimo de 6.1 millones de dólares. El gobierno no tuvo más remedio que reformar la Ley
Monetaria de 1905 y desmonetizar el oro.
La creciente depreciación de la plata frente al oro, observada durante los meses anteriores, había hecho surgir expectativas de una
devaluación, de modo que el sistema bancario sufrió una demanda general: más de 20 millones de pesos fueron retirados de los bancos y
cambiados por oro o divisas durante la semana anterior a la promulgación de la nueva Ley Monetaria (Simpson, 1932, p. 67). Sin embargo,
las autoridades se resistían a abandonar lo que consideraban el patrón oro. Además de aportar 15 millones de dólares para defender la
tasa de cambio, la Tesorería ordenó el retiro de la circulación de 10 millones de pesos (plata) y un incremento del requerimiento de reservas
(Departamento de Comercio de los Estados Unido, 1932, p. 451; Banco de México 1931, p. 27).17
El deterioro de la balanza de pagos, aunado a estas medidas monetarias restrictivas y a las condiciones de pánico prevalecientes durante
la mayor parte de 1931, hizo que la oferta monetaria bajara marcadamente en ese año. M1 llegó a 272 millones de pesos, el nivel más bajo
de todos los tiempos, lo que representaba una declinación de más de 60% en términos nominales y 54% a precios constantes. Los recursos
totales del sistema bancario bajaron 21% en términos nominales, y por ende bajó también el volumen del crédito otorgado, aunque en
menor proporción. Dado que los precios de mayoreo bajaron casi 20% en 1931, los recursos financieros bajaron 37% en términos reales y
las tasas de intereses reales se fueron por las nubes, lo que agravó más aún la depresión económica. 18
Resumiendo hasta aquí el argumento diríamos que la Gran Depresión afectó a la economía nacional esencialmente a través de tres

16 La baja de las reservas ocurrió relativamente tarde en relación con la experiencia latinoamericana. Sobre todo la de Brasil, donde las salidas de capital y la reducción de las
reservas internacionales empezaron a ocurrir en respuesta al auge de Wall Street que precedió al derrumbe de 1929. Aparentemente; la continuación de la acuñación del oro
para estabilizar la tasa de cambio demoró la baja de las reservas internacionales en el caso mexicano hasta mediados de los años treinta. Entre enero de 1929 y julio de 1931,
cuando se abandonó el llamado patrón oro, las autoridades monetarias acuñaron 48.3 millones de pesos oro (Secretaría de Hacienda y Crédito Público, 1932, p. 108)
17 La decisión de continuar la contracción de los medios de pago de plata para impedir una nueva depreciación del peso indica claramente que no hubo ninguna modificación

de la política de tasa de cambio, a pesar de la desmonetización del oro


18 Sin embargo, el nivel de la producción agregada aumentó más de 3%, gracias a un año agrícola extraordinariamente bueno en 1931. Pero la producción industrial bajó 6% a

resultas de la contracción monetaria y las altas tasas de interés, además de una considerable acumulación de inventarios. (Véase Cárdenas, 1982, pp. 284, 294, 302 y 306,
para las fuentes de las cifras).
18
canales. Primero, redujo la demanda y los precios del sector exportador. Segundo, redujo el nivel de la recaudación fiscal, y por ende los
gastos, a resultas de la declinación del comercio exterior. Por último, la política monetaria restrictiva y la exportación de oro que se
implantaron en respuesta a los dos procesos anteriores provocaron una disminución de la oferta monetaria. Sin embargo, estos elementos
contractivos se vieron contrarrestados en alguna medida por la depreciación de la tasa de cambio y sus efectos sobre el precio relativo de
las importaciones y los productos nacionales que competían con las importaciones. A medida que se imponía este precio relativo, los
consumidores empezaron a sustituir las importaciones con bienes nacionales, de modo que la demanda interna tendió a aumentar. Este
efecto de precios habría de ejercer una repercusión perdurable sobre el desempeño del sector industrial durante los años treinta.
Finalmente, un elemento autónomo que agravó los efectos de la depresión de 1929 fue la malísima cosecha de ese año, por condiciones
climáticas adversas. Que la supervivencia de una gran parte de la población dependiera de la agricultura y de que la mayoría de este grupo
perteneciera al mercado de bienes y servicios industriales, hizo que el fracaso de la cosecha de 1929 redujera más aún el nivel de la
demanda agregada en los primeros años de la depresión.
La resultante contracción de la demanda dejó ociosa una parte de la capacidad instalada. Al principio, el gobierno prohibió el cierre de las
fábricas a fin de impedir un nivel de desempleo mayor, pero esto ya no fue posible a mediados de 1931. Las ventas disminuyeron, los
inventarios se acumularon, y finalmente se redujo también el volumen de la producción. Las ganancias de la industria tendieron a disminuir,
debido en parte a la capacidad ociosa y en parte al lapso que mediaba entre la producción y las ventas. La continuación de la producción
forzada en medio de la declinación de las ventas implicaba probablemente una reducción de la nómina salarial, pero no en términos
proporcionales. Es decir, los salarios nominales se reducían pero ello no impedía la declinación de las ganancias. Además, había otros dos
factores que presionaban también los salarios a la baja. Por una parte, un total de más de 310 000 mexicanos que trabajaban en los
Estados Unidos fueron repatriados entre 1920 y 1933,19 lo que representaba casi el 6% del total de empleados en 1930 (Carreras de
Velasco, 1974). Por otra parte, el movimiento laboral se había debilitado con el retiro del apoyo gubernamental a fines de los años veinte, lo
que afectó el proceso de la contratación colectiva y la defensa de la ocupación, los salarios y otras prerrogativas.
La incapacidad de las autoridades financieras para manejar la situación económica cada vez más difícil hizo inevitable la renuncia del
ministro Montes de Oca a fines de diciembre de 1931: Alberto J. Pani, quien había sido ministro de Hacienda bajo el mandato del
presidente Calles, volvió a dirigir el ministerio en febrero de 1932 y poco después implantaba varias políticas económicas que modificarían
significativamente el rumbo de la economía.
RECUPERACION Y DESEMPEÑO DURANTE LOS AÑOS TREINTA
Como ocurrió en otros países latinoamericanos, la economía mexicana pudo recuperarse relativamente pronto de los efectos contractivos
de la Gran Depresión. Para 1932, el ciclo económico había tocado fondo, probablemente antes de que terminara la primera mitad del año, y
durante el resto del decenio se observó una tendencia de crecimiento sostenido. Dos grandes factores del lado de la demanda fueron
responsables de la temprana recuperación de la economía Mexicana: un incremento rápido del valor de las exportaciones y una serie de
políticas monetarias y fiscales expansionistas. Consideremos estos dos elementos con cierto detalle.
El aumento relativamente rápido del valor de las exportaciones se debió al incremento de los precios de algunas exportaciones y a la
explotación de un nuevo campo petrolero, elementos fortalecidos por la rápida devaluación nominal y real del peso desde 1929. En efecto,
el valor de las exportaciones empezó a subir en 1933 sólo porque el precio en dólares del total de la exportación aumentó 8.5% en ese año,
mientras que el volumen sólo lo hizo en 1934. Año en el cual por la elevación del volumen y el precio de las exportaciones, el valor de la
exportación experimentó un incremento considerable de 68% en términos de dólares y de 73% en términos de pesos.
La elevación fue particularmente fuerte en los sectores de la minería y el petróleo, lo que permitió que estos productos superaran en 1934 el
valor en dólares de sus ventas externas de 1929, contribuyendo en gran medida a la recuperación temprana de las exportaciones totales.
En efecto, 77% del aumento de 82 millones de dólares logrado en las exportaciones entre 1932 y 1934 provino del oro, la plata y los
productos petroleros (Cárdenas, 1982, pp. 298, 319 y 322). En consecuencia, la posición privilegiada de México por la posesión de plata y
petróleo posibilitó la aceleración de la recuperación al incrementar la demanda y la capacidad de importación, lo que permitió la compra de
materias primas extranjeras que, en vista de la capacidad ociosa, condujo a la rápida reanudación de la producción. Esta experiencia
contrasta con la de otros países que dependían de una sola exportación principal, cuyos precios no se elevaban con rapidez suficiente. Así
ocurrió en Chile, por ejemplo, cuya exportación principal -el cobre- sólo pudo superar su precio de 1929 en los años cuarenta. Un caso
similar, aunque menos marcado, es el del café, la exportación principal de Brasil y de Colombia. Es decir, mientras que la recuperación
lenta del precio de los metales industriales afectaba significativamente el comportamiento de las exportaciones mexicanas, tal efecto se vio
contrarrestado en gran medida por la elevación de los precios de otros productos. Según la alegoría de Díaz Alejandro, México tuvo mucha
suerte en la “lotería de las Exportaciones”.
El segundo elemento de la recuperación rápida de la Gran Depresión, el de la política económica expansionista, tiene quizá mayor interés
porque implicó un cambio de curso fundamental. En lo tocante a la tasa de cambio, el nuevo ministro Pani abandonó de hecho la política de
estabilización, o de defensa de la tasa de cambio, y en este sentido también abandono el patrón oro. El gobierno tomo implícitamente la
decisión de colocar la meta del pleno empleo por delante del objetivo del equilibrio externo, dejando flotar libremente al peso, por lo menos
en los primeros meses siguientes a la reforma monetaria de marzo de 1932.20 Sin embargo, tal decisión no se tomó de manera exógena,
sino que se vio forzada por el nivel extremadamente bajo de las reservas internacionales del banco central. Como era de esperarse, el
peso·continuó depreciándose después de la reforma, experimentando amplias fluctuaciones hasta mediados de 1933, cuando la tasa de

19 Una implicación -adicional de la deportación fue la baja de las remisiones de divisas enviadas a México; lo que redujo la oferta de moneda firme con los mismos efectos
contractivos implicados por una disminución de las exportaciones.
20 De hecho, las autoridades monetarias trataron de fijar la tasa de cambio a fines de 1932, pero debieron abandonar este propósito con gran rapidez (Martínez Os tos. 1941,

pp. 432·433; Banco de México, 1934, pp. 21-22).


19
cambio se estabilizó de nuevo. La recuperación de las exportaciones había aumentado para entonces la oferta de divisas y el nivel de las
reservas internacionales, de modo que las autoridades monetarias decidieron fijar la paridad del peso en noviembre de 1933. EI nuevo valor
implicaba una depreciación de 35% respecto del valor vigente en febrero de 1932, y de 67% respecto del nivel de 1929. Esta paridad se
mantendría hasta marzo de 1938, a pesar del abandono del patrón oro por parte de los Estados Unidos en 1934.
En lo tocante a la política monetaria, las medidas tomadas en 1932 por el ministro Pani fueron en esencia expansionistas. En cuanto tomó
posesión de su cargo en marzo, ordenó la reanudación de la acuñación de monedas de plata y, más discretamente, el uso de billetes del
Banco de México para pagar a los empleados públicos a fin de aumentar los medios de pago. Desde el momento en que se inició la reforma
monetaria hasta fines de 1933, la acuñación de plata ascendió a 89 millones de pesos, mientras que la emisión de billetes en exceso de los
redescuentos ascendió a 53 millones.21 Además, el Banco de México redujo la tasa de descuento y el encaje legal pocas semanas después
de la reforma. Naturalmente, estas políticas tuvieron un efecto general muy expansionista. De acuerdo con las cifras oficiales, la oferta
monetaria aumentó 31% en 1932 y 15% en 1933. Se estima que en más de 80% del crecimiento de la oferta monetaria fue provocado por
el gobierno federal por la vía de los aumentos del gobierno de alta potencia. Como era de esperarse la tasa de interés nominal bajó de 12 a
8 % entre 1931 y 1932, mientras que en términos reales fue mucho mayor la disminución (Banco de México, 1981, p. 117, y Banco de
México, 1933, pp. 19-20).
En el campo fiscal, que dado el sistema financiero sencillo estaba estrechamente relacionado con la política monetaria, la tendencia
declinante del nive1 de las operaciones públicas había continuado hasta el fondo de la depresión con un presupuesto equilibrado en 1932.
Además, los excedentes obtenidos en los años anteriores se transformaron en reservas monetarias (oro) que se evaporaron parcialmente
con el deterioro de la balanza de pagos. Para 1932 habían reaparecido los retrasos, y en 1933 se observó un déficit. Retrasos y déficit se
cubrieron indirectamente con las ganancias del señoreaje resultantes de la extraordinaria acuñación de plata y la correspondiente emisión
de bil1etes de esos años.
Debe mencionarse que estas ganancias de señoreaje fueron considerables durante 1932 y 1933, y que en efecto implicaron déficit fiscales
de una magnitud relativamente importante en ambos años. Aunque las cifras oficiales muestran un presupuesto equilibrado en 1932, el
hecho de que se obtuvieran 33 millones de pesos por concepto de ganancias de señoreaje revela que tal era la magnitud del déficit
pertinente, igual a 1.1% del PIB. El déficit ajustado para 1933 asciende a 46 millones de pesos, o sea 1.3% del PIB. Esto implica que cerca
de 17% de los gastos públicos se financiaron efectivamente con ganancias de señoreaje en esos dos años. Además, dado que lo
importante son los cambios relativos y no los niveles absolutos, podemos afirmar que entre 1931 y 1932 hubo un cambio muy significativo.
Partiendo de un superávit de 0.75% del PIB en el año anterior, el presupuesto brincó a un déficit de 1.1% en 1932. La política expansionista
logra así casi dos puntos de porcentaje del PIB, una proporción nada despreciable. De hecho, estos déficit fueron mayores, como
porcentaje del PIB, que los observados durante los años expansionistas del gobierno de Cárdenas. En consecuencia, puede afirmarse que
en el fondo mismo de la depresión se aplicó una política fiscal marcadamente expansionista que aceleró el proceso de la recuperación y
complementó las políticas de expansión de tasa de cambio y monetaria antes mencionadas. 22
Por último, resulta interesante observar que varios indicadores sugieren que el sistema económico reaccionó con gran rapidez ante estas
medidas expansionistas. Primero, el índice de precios al mayoreo empezó a subir en abril de 1932, de modo que para diciembre había
aumentado 18% respecto del nivel de marzo anterior. Otro indicador de la rápida respuesta puede inferirse de la diferencia entre la
recaudación fiscal esperada y la efectiva en 1932. Esta diferencia, que ascendió a 13.3 millones de pesos en el primer trimestre, había
desaparecido para agosto. El 95% de la disminución de 16.2 millones de pesos registrada en la recaudación fiscal durante 1932
correspondió al primer trimestre (Pani, 1941, p. 167).
Pero si nos concentramos en la recuperación económica olvidaremos las consecuencias importantes y más profundas de la Gran
Depresión: el proceso intenso de desarrollo industrial ocurrido en los años treinta y el papel más adecuado del gobierno en el manejo de la·
política económica. Es en este decenio que el crecimiento basado en la exportación cedió su lugar al basado en el mercado interno. La
producción industrial real creció a un tasa media de 6.1 % anual desde el punto más bajo de la Depresión en 1932 hasta 1940, y por
primera vez constituyó el motor de crecimiento de la economía durante los años treinta. La producción por trabajador aumento 37% durante
el decenio, y la industria representó 38% del crecimiento del PIB, mientras que sólo tenia, en promedio un peso relativo de 17% en el PIB.
Es en este sentido que afirmamos que la industria fue el “motor del crecimiento".
¿Cómo pudo tener la industria un desempeño tan destacado en medio de las difíciles circunstancias económicas? En términos generales
podemos decir que el crecimiento de las ganancias y el nivel ascendente de la demanda agregada fueron los factores esenciales de tal
proceso. Por lo que toca a la oferta, hubo un incremento de 86% en los términos de intercambio internos entre 1929 y 1940, de los precios
urbanos en relación con los precios rurales, lo que indujo una transferencia de recursos hacia el sector moderno. Además, el programa de
la reforma agraria, que se aceleró considerablemente durante los años treinta, introdujo un elemento de incertidumbre que redujo las tasas
de la ganancia esperada en la agricultura y, por ende, la inversión en ese sector. Por lo tanto, se reasignaron los recursos de otras áreas de
condiciones más favorables, por ejemplo, la industria. De igual modo, el precio relativo de los bienes (industriales) que competían con las
importaciones, comparado con el precio de los bienes y servicios que no competían en el comercio internacional, también aumentó durante
los años treinta (38%), y los recursos pendientes a desplazarse consiguientemente.

21 Un interrogante muy interesante que surge en este punto es el porqué el público empezó a aceptar los billetes del Banco de México tras más de quince años de repudio.
Afirmé en otra parte (Cárdenas, 1982, pp. 102-105) que en 1931 surgió una considerable demanda excedente de dinero, provocada por una baja de la oferta monetaria
aunada a una demanda de dinero relativamente estable, hasta el punto de que empezaron a aparecer transacciones de trueque. En consecuencia el púb1ico estaba dispuesto
a aceptar un nuevo medio de pago en cuanto apareciera. El Banco de México indujo también la aceptación de sus billetes pagando con papel moneda a los empleados
públicos.
22 Sin embargo, en términos comparativos, en realidad uno no puede hablar de una política fiscal vigorosamente contraccionista o expansionista durante el periodo 1925-1940.

En cuanto a los excedentes o déficit como porcentajes del PIB, se puede demostrar que la administración de Roosevelt no tenía la intención de ser tan expansionista como
llegó a ser (Brown, 1956, y Peppers, 1973).
20
Otros elementos que desempeñaron un papel importante en las crecientes ganancias de la industria fueron la disponibilidad de capacidad
excedente en algunas industrias estratégicas tales como la energía eléctrica y el cemento, y la inversión pública en varios tipos de obras
públicas. En particular, se aceleró la construcción de la red de carreteras uniendo a la mayoría de los centros industriales y urbanos. Esto
redujo los costos del transporte y ensanchó considerablemente el mercado disponible, incrementando así la productividad global. Algunas
estimaciones revelan un efecto considerable sobre la productividad, ya que su crecimiento aportó cerca de 27% del crecimiento de la
producción industrial durante los años treinta (Cárdenas, 1982, pp. 252-258 y 289). En conjunto, la creciente rentabilidad del sector
moderno se reflejó pronto en un fuerte proceso de acumulación de capital, y en vista de que también hubo cierta inversión pública en la
agricultura, el coeficiente de la inversión se duplicó virtualmente durante los años treinta.
Del lado de la demanda, la devaluación de 67% experimentada por el peso en e1periodo de 1929-1933 cambió los precios relativos de las
importaciones y los productos que competían con ellas, lo que alentó la sustitución de los bienes importados por los bienes de fabricación
nacional. De hecho cerca de 37% del crecimiento de la demanda industrial observado en el decenio provino de la sustitución de
importaciones, un proceso que alcanzó mayor intensidad en las industrias de bienes de consumo y no fue tan marcado en la categoría de
los bienes intermedios. Además, la sustitución de los productos importados por los productos nacionales parece haber sido en realidad muy
rápida, como lo sugieren las elevadas estimaciones de las elasticidades de sustitución a principios de los años treinta.
La contribución de la sustitución de importaciones al crecimiento de la demanda es elevada en los años treinta, comparable a la observada
en Brasil, cuya industrialización se vio inducida en ese periodo en medida considerable por la sustitución de importaciones (Cárdenas, 1982,
pp. 166 y 181; Fishlow, 1972). En efecto, los observadores extranjeros estaban conscientes de la magnitud y el vigor de ese proceso:
Joseph Pike, escribiendo para el Departamento de Comercio Exterior de Gran Bretaña en 1936, dijo que el país se encaminaba claramente
hacia la autosuficiencia y que las importaciones mexicanas tendrían que concentrarse en las materias primas y el equipo antes que en los
bienes de consumo. Pike listó muchas industrias abastecidas normalmente por la producción nacional, a excepción “de una pequeña
demanda en las ciudades más grandes provenientes sobre todo de residentes extranjeros” (Departamento de Comercio Exterior, 1936, pp.
9-17).
Además del proceso de sustitución de importaciones, las políticas públicas expansionistas se combinaron con una tasa de cambio fija
durante la mayor parte de los años treinta para sostener un alto nivel en la demanda agregada. Como antes vimos, la expansión monetaria
financió cerca de 17% del gasto público total durante 1932-1933, lo que impulsó el proceso de la recuperación económica. Los dos años
siguientes se caracterizaron básicamente por una política monetaria acomodaticia y un tipo de cambio fijo. El crecimiento de la demanda
externa reflejaba la recuperación económica en el exterior, mientras que la economía nacional se aproximaba a un alto nivel de empleo. Los
precios internos permanecieron virtualmente constantes en esos años, mientras que los precios externos se elevaron. En virtud de que la
tasa de cambio se mantenía fija, el peso fue valuado en menos de su valor real y la tasa de cambio real bajó 19% entre 1933 y 1935. Este
efecto de precio ayudó a la diversificación de las exportaciones y continuó fortaleciendo el proceso de sustitución de importaciones.
Desde 1936 hasta 1940, sobre todo en 1938, los gastos públicos se financiaron en menor grado (7% en promedio) con la expansión
monetaria y los déficit presupuestarios correspondientes. Esta cifra no es particularmente elevada, pero hubo un importante cambio
cualitativo: el gasto público se desplazó de los proyectos administrativos a los proyectos sociales y económicos. Además de los efectos del
lado de la oferta, estos gastos públicos implicaron ciertas consecuencias para la demanda que afectaron al sector industrial. En particular,
la construcción de obras públicas aumentó la demanda de ciertas materias primas de producción nacional, sobre todo las relacionadas con
la industria del cemento y la industria siderúrgica. Además, la construcción de caminos unía a las comunidades pequeñas con los pueblos
más grandes o las ciudades. En la medida en que ocurrió una integración efectiva de algunas áreas previamente aisladas, creció la
demanda de varios productos sencillamente porque e1 mercado se ensanchó. De hecho, este fenómeno tuvo una dimensión internacional,
además de una nacional. Se ha afirmado que el turismo internacional estuvo fuertemente impulsado después de la depresión par la
disponibilidad de caminos que conectaban a Texas con México, D. F. (Banco de México, 1941). Además del efecto del turismo sobre la
oferta de divisas, esta actividad demandó otros bienes industriales, sobre todo la construcción de hoteles y otras instalaciones de servicios.
En la terminología del desarrollo económico, la construcción de caminos tuvo repercusiones directas e indirectas que afectaron
particularmente la industria de la construcción.
Hemos visto que una consecuencia importante de la Gran Depresión fue la aceleración del proceso de sustitución de importaciones y de la
industrialización nacional mediante el cambio de los precios relativos. Este resultado fue influido también por una política macroeconómica
expansionista y por el mantenimiento de un alto nivel de la demanda agregada durante el resto de los años treinta. Este hecho se relaciona
estrechamente con la segunda consecuencia económica más importante de la Gran Depresión: el papel más amplio que pudo desempeñar
el gobierno en el manejo de la política macroeconómica. En particular, las autoridades pudieron aplicar por primera vez una política
monetaria relativamente autónoma.
En efecto, fue solo en los años treinta que el banco central pudo financiar efectivamente el déficit presupuestario mediante la impresión de
dinero. Se podría afirmar que la política económica gubernamental fue esencialmente ortodoxa desde mediados de los años veinte hasta
1935, en el sentido de que las autoridades trataron de tener un presupuesto equilibrado, financiado con recursos fiscales, mientras que en
la segunda mitad del decenio se obtuvo de manera consciente y congruente un déficit presupuestario financiado con la emisión de dinero.
Es decir, los déficit presupuestarios observados en 1926-1927 y en 1932-1933 tuvieron una naturaleza completamente diferente de la
observada después de 1936. Los primeros déficit fueron impuestos por las circunstancias; en el caos específico de 1932-1933, el gobierno
se sintió aparentemente justificado para pagar a sus empleados y hacer otros gastos con billetes respaldados con la plata ganada a través
de los derechos de señoreaje. En cambio los déficit de la segunda mitad de los años treinta derivaron de medidas de política económica
explícitas. Hubo una determinación de elevar el nivel de la demanda agregada, aunque fuese financiada con dinero de nueva emisión. Y
para ese momento, el banco central había adquirido finalmente el monopolio de facto de la emisión de papel moneda, un poder adquirido

21
más que nada a resultas de la Gran Depresión.23
Tal cambio de la política económica resultó muy útil durante la recesión de 1937-1938. De hecho, puede afirmarse que el gobierno
mexicano estaba mucho mejor preparado para afrontar una crisis externa en 1937 que pocos años atrás, de modo que pudo mantener en
crecimiento la actividad económica, así fuese a una tasa menor. Una comparación de la Gran Depresión con la recesión de 1937-1938
plantea algunas dificultades porque este último año agrícola no fue tan malo como el de 1929-1930; sin embargo, convendrá hacer un
sencil1o ejercicio de comparación para verificar la validez de la aseveración anterior. El cuadro IX.2 indica el comportamiento de varias
variables durante la Gran Depresión y la recesión de 1937-1938. Destaca el hecho de que, mientras la crisis externa fue por lo menos tan
severa en 1938 como en el periodo de 1929-1932, el efecto sobre el nivel de la producción fue considerablemente más favorable en 1938
que durante la Gran Depresión. En efecto, las exportaciones y los términos de intercambio bajaron en tal medida que la reducción del poder
de compra de las exportaciones fue prácticamente igual en ambos periodos. Además, la reducción del nivel de las reservas internacionales
fue mucho más severa en 1938 que durante la Depresión de 1929. En cambio, el PIB y la producción industrial tuvieron tasas de
crecimiento positivas y mucho mayores en la última recesión que en la primera.

Es posible que la variable más importante para esta diferencia haya sido la oferta monetaria. Durante 1929-1932 bajó la oferta monetaria a
un promedio anual de 18.4% (y 25.4% durante 1929-1931), mientras que en 1938 aumentó 10.8%. El gobierno ayudó a impedir que la
oferta monetaria bajara en 1938, ampliando el crédito interno en la mayor medida posible. Por lo tanto, quizá podamos afirmar que las
autoridades monetarias desempeñaron un papel fundamental contrarrestando los efectos de la crisis externa. ¿Cuáles instrumentos tenía
en 1937 el gobierno, y en particular el Banco de México, que no existían en 1929 y que ayudaron a contrarrestar la última recesión con
mayor rapidez y eficacia? Lo más importante de todo fue la voluntad política y la capacidad para ampliar la demanda agregada
directamente mediante los déficit presupuestarios. Al revés de lo ocurrido en el primer periodo, el público aceptaba ahora de buena gana los
billetes del banco central, y existían algunos arreglos institucionales que permitían el financiamiento deficitario. Además, la tasa de cambio
se había convertido en un instrumento de la estabilización y ya no era una meta de la política económica: el gobierno no estaba dispuesto a
sacrificar una elevada tasa de desarrollo en aras de una tasa de cambio fija. Es decir, el Banco de México en particular, y el gobierno en
general, se volvieron mucho más capaces de manejar la política macroeconómica en los años treinta, en parte como resultado de la Gran
Depresión.
CONCLUSIONES
Se ha dicho aquí que la experiencia de México no difirió mucho de la observada en otros países latinoamericanos en cuanto a la crisis, la
reacción y las consecuencias que ocasionó la Gran Depresión. De hecho, varios otros países implantaron políticas macroeconómicas
expansionistas en respuesta a la crisis, y experimentaron un fuerte proceso de sustitución de importaciones durante los años treinta. México
no fue una excepción, sino que confirma la teoría de Díaz Alejandro acerca de los países más grandes. 24 En particular, podemos afirmar
que el rápido proceso de industrialización observado en México y otros países latinoamericanos se debió, en última instancia, a una política
económica de fuerte respuesta, a la posibilidad de sustitución de importaciones, y a un dinámico sector industrial interno (y externo) que
pudo reaccionar con rapidez ante las nuevas oportunidades del mercado. Resulta interesante advertir en este sentido que el proceso de
sustitución de importaciones no respondió a una política gubernamental explícitamente protectora.
Es cierto que el cambio de los precios fue causado por una devaluación de la tasa de cambio, que es en último grado una variable de la
política económica. Pero por lo menos en el caso de México, el gobierno no devaluó el peso a fin de promover la sustitución de
importaciones. Este hecho contrasta marcadamente con la estrategia de desarrollo de la posguerra, la cual recurrió en gran medida a los
aranceles y otras restricciones de las importaciones para promover la industrialización interna.
Por último, es importante que comentemos algunas de las implicaciones de esta investigación para la interpretación del proceso mexicano

23 Véase la nota 8 anterior.


24 Véase su capítulo II en este volumen.
22
de desarrollo industrial. En primer lugar, ya no se puede afirmar que la segunda Guerra Mundial haya sido el punto crítico en la
industrialización moderna del país. Espero que la historia narrada en estas páginas haya demostrado que tal punto data, por lo menos
desde 1929 o la Gran Depresión. En otra parte (Cárdenas, 1982, pp. 168-176) hemos demostrado que varias industrias, responsables del
35 a 40% de la producción manufacturera, no recurrieron a las importaciones para abastecer el mercado interno incluso en 1929, lo que
sugiere que ya había ocurrido un desarrollo considerable en algunas industrias; algunos datos parecen indicar que tal proceso surgió en los
años veinte, basado en parte en la capacidad instalada excedente heredada del Porfiriato.
Enfocando de esta nueva forma los años veinte y treinta, e incluso al propio periodo revolucionario, podremos tener una perspectiva a largo
plazo del proceso de1a industrialización mexicana. Es muy posible que tal proceso haya sido mucho más continuo de lo que suele creerse,
de modo que el periodo de entreguerras no haya roto la tendencia del desarrollo a largo plazo. De hecho, quizá pudiera afirmarse que el
periodo de la perturbación revolucionaria fue muy breve y moderado en lo tocante a sus efectos destructivos. En esta forma podríamos unir
el crecimiento industrial del Porfiriato con el ocurrido después de la RevoIución.
Una segunda implicación se relaciona con el desarrollo de la posguerra. Se ha llamado "milagro mexicano" al crecimiento económico
logrado por México desde los años cuarenta hasta los sesenta. Ello se debe al rápido crecimiento de la economía durante ese periodo y al
hecho de que hasta ahora no se ha podido aclarar cómo ocurrió una actuación tan destacada o de dónde provino. Nuestra historia
proporciona una explicación del rápido crecimiento experimentado durante los años cuarenta, el que pudo ocurrir casi sin ninguna inversión
adicional. En realidad, la fuerte acumulación de capital lograda en los años treinta posibilitó el crecimiento intensivo en mano de obra de los
años cuarenta, de modo que el "milagro" resulta mucho menos sorprendente.
Una implicación final, también relacionada con el periodo de la posguerra, deriva del hecho de que el proceso de sustitución de
importaciones había avanzado considerablemente para 1940, sobre todo en las industrias de bienes de consumo perecederos; ello implica
que ya no había mucho margen para nuevas sustituciones de importaciones. Más bien había lugar para una regresión de tal proceso, de
modo que la mayor parte del crecimiento debió provenir de una expansión del mercado interno o de la demanda externa, lo que contrasta
con lo que suele creerse. Para que la economía presenciara una considerable sustitución de importaciones en los años cuarenta, como se
cree ahora, tal proceso debió haber ocurrido en las industrias de bienes de consumo duraderos, de materias primas o de bienes de capital.
La teoría tradicional no lo cree así.
[…]
X. LA RESTRUCTURACIÓN A TRAVÉS DE LA DEPRESIÓN: EL ESTADO Y LA ACUMULACIÓN DE CAPITAL EN MÉXICO, 1925-
1940
E. V. K. FITZGERALD
MÉXICO Y LA DEPRESIÓN
LA OLEADA de la Depresión que brotaba en Nueva York en 1929 asestó un golpe severo a una economía que se encontraba todavía en
medio de la reconstrucción tras el primer gran movimiento revolucionario del continente americano: entre 1928 y 1932 bajaron los términos
del intercambio externo en 50%, el valor real de las exportaciones disminuyó 75% y el de la producción 21 %. Sin embargo, para 1935, se
había recuperado la producción y, a pesar de una capacidad de importación de cerca de la mitad de su nivel anterior, el crecimiento
económico y la acumulación iniciaron la larga tendencia ascendente de la que sólo recientemente se alejaron. Como lo indican otros
capítulos de este volumen, ni el grado del choque ni la rapidez de la recuperación fueron singulares, pero la extensión de la "apertura"
mexicana en el comercio exterior, el financiamiento y la propiedad de los Estados Unidos por una parte, y la escala de la restructuración de
la economía bajo la dirección estatal por otra parte, hacen de México un caso extremo, si no es que especial.
Se ha escrito relativamente poca historia económica acerca del periodo 1925-1940, aunque suscita un debate acalorado entre políticos e
historiadores sociales,25 sobre todo porque la continuidad del Estado mexicano implica una relevancia contemporánea para los eventos que
rodearon su fundación. Sin embargo, resulta interesante advertir que el efecto económico de la Depresión no se cita en la mayoría de los
estudios como una causa importante del cambio sociopolítico; otros factores tales como la formación del Estado, la reforma agraria, la
negociación con inversionistas extranjeros y los movimientos laborales organizados después de la Revolución se consideran
predominantes; la Depresión interviene, si acaso, como un elemento exacerbante. La concepción tradicional de los historiadores
económicos ha sido que, aunque el efecto fue severo sobre la balanza de pagos y la actividad interna no condujo a la industrialización con
sustitución de importaciones por los 1ineamientos de1 "paradigma de la CEPAL”; más bien, el periodo 1925-1940 fue un periodo de
construcción de instituciones económicas tales como los bancos, y de establecimiento del control nacional sobre los recursos nacionales
como preludio de la campaña de industrialización a partir de 1940. 26 Algunas investigaciones recientes han tendido a confirmar esa
concepción por lo que toca a las manufacturas.27 Sin embargo, el trabajo realizado en otras áreas de la economía ha producido una imagen
diferente: una creciente participación estatal en la administración macroeconómica como resultado directo de la Depresión28 por una parte, y


Estoy particularmente agradecido con Eugenio Rovzar por su colaboración en las etapas iniciales de la elaboración de este capítulo; por desgracia, Rovzar no pudo concluir
el trabajo, pero gran parte de la perspectiva histórica ha sido inspirada por él. Estoy también muy agradecido con el Instituto de Estudios Latinoamericanos de Austin por las
facilidades de investigación que me otorgó durante el semestre de otoño de 1981. Este capítulo forma parte de un proyecto más amplio sobre el Estado y la acumulación de
capital en México entre 1925 y 1980.
25Córdova (1974), Hansen (1971) y Cline (1963) son ejemplos típicos de opiniones opcionales.
26Solís (1970) y Reynolds (l970); éstas son todavía las fuentes tradicionales de la historia económica posterior a la Revolución.
27Villarreal (1976) y Kate (l980), por ejemplo.
28Cavazos Lerma (1976) es un buen ejemplo de la percepción que tiene de este período el Banco de México, donde la política monetaria desempeña naturalmente un papel

decisivo en el ciclo.
23
una restructuración deliberada del sector exportador en contra de los minerales y a favor de la agricultura por la otra. 29 Estos dos aspectos
se perciben como la culminación de tendencias de más largo plazo en la reconstrucción de la economía después de la Revolución, pero su
contribución relativa a la rápida recuperación de la economía sigue siendo motivo de controversia. 30
En este capítulo analizaremos algunos datos empíricos disponibles sobre la intervención estatal, la producción, el comercio exterior, la
inversión y la distribución del ingreso durante este periodo, para evaluar la repercusión de la Depresión norteamericana sobre este proceso
de restructuración económica entre 1925 y 1940. En primer término, examinaremos la cambiante estructura de la economía durante el
periodo total y el progreso logrado hasta 1929; luego analizaremos, el efecto de la Depresión sobre ese proceso, y finalmente discutiremos
el surgimiento de la administración estatal de la economía después de 1930. La implicación es que aunque el año de 1929 no fue en sí
mismo un punto de inflexión en la historia económica mexicana, la Depresión desempeñó un papel importante en el desarrollo del modelo
mexicano de acumulación, pero un papel que contrasta notablemente con el que desempeñara en otras economías latinoamericanas (véase
el apéndice de este capítulo, donde se analiza ese papel).
LA ECONOMÍA POSREVOLUCIONARIA
El preludio económico inmediato de la Depresión no fue, como en otras partes de América Latina, el ciclo de los productos primarios que
siguió a la primera Guerra Mundial, sino una revolución; y el proceso de reconstrucción de una economía capitalista nacional es el tema
central del periodo 1925-1940. Por lo tanto, el efecto económico de la Depresión no debe analizarse en términos de su repercusión sobre el
crecimiento económico, o incluso sobre la industrialización, sino sobre ese proceso de restructuración que involucra el cambio de los
patrones de la producción, el comercio exterior, la acumulación, la distribución del ingreso, la propiedad y la intervención estatal. Sin
embargo, aquí sólo podremos bosquejar los aspectos pertinentes de este proceso, en particular para el periodo 1925-1935.
La secuela de la Revolución había dejado cierto "vacío" en la estructura de poder, dentro de la cual disfrutaba el Estado (sostenido por su
propia burocracia y por el Ejército, el que sería sustituido en 1940 por los trabajadores organizados) de una autonomía considerable frente a
una burguesía debilitada por la agitación agraria.
El "Grupo de Sonora" que dominaba este Estado naciente parece haber implantado un proyecto basado en la modernización agrícola, la
industrialización y cierto grado de nacionalismo, aunque la forma de estos tres elementos habría de ser determinada por la presión de los
hechos subsecuentes.31 Los grandes pasos de la reforma agraria, la incorporación de los trabajadores, la nacionalización de los recursos
minerales y la consolidación de los grandes grupos empresariales, que habrían de definir la naturaleza de la estrategia de desarrollo
después de 1940, sólo aparecerían hacia el final de nuestro periodo. Los primeros años, dominados por Calles antes que por Cárdenas,
presenciaron la reorganización del Estado mismo y de sus relaciones con los intereses extranjeros por una parte y con el sector privado
nacional por la otra.
La reorganización del Estado en la esfera económica, entre 1925 y 1930, supuso un nuevo sistema fiscal, en su mayor parte implantado
para 1928,32 la expansión de la inversión pública en infraestructura,33 y los cimientos de un nuevo sistema bancario estatal, con el Banco de
México como banco central;34 como veremos, son estas actividades las que se desarrollaron con mayor rapidez tras la Depresión. Al mismo
tiempo se iniciaron negociaciones con el capital extranjero, en particular con los intereses norteamericanos. La comisión de reclamaciones
sobre la deuda externa y los daños había iniciado sus trabajos en 1924, tras el reconocimiento de Obregón por el gobierno norteamericano
en 1923, pero en realidad el gobierno mexicano no parecía capaz o deseoso de pagar gran cosa. 35 Se ejerció una presión creciente sobre
las compañías mineras y petroleras; aunque con mayor éxito en el primer caso. 36 En las manufacturas, a pesar de que se dio el primer paso
hacia el control nacional de la energía eléctrica, la inversión extranjera se vio activamente alentada en las ramas de tecnología nueva tales
como el ensamblado de automóviles; también se alentó el uso de contratistas extranjeros en las obras públicas.37 En esta etapa, por lo
tanto, la política seguida hacia los inversionistas extranjeros se asemejó a la que seguirían cerca de 40 años después los países del sur.
Por último, como tercer elemento de esta restructuración del control de la economía se estableció una relación nueva con el sector privado
interno. Se logró un entendimiento mutuo con los bancos más grandes, se estimuló una concentración de los bancos más pequeños,38 y se
promovió la gran empresa agrícola en los predios reasignados (en 1930, los ejidos ocupaban sólo 13% de la tierra), los que recibieron
además el apoyo de grandes obras de riego.39 El desarrollo de los tres grandes grupos de empresarios nacionales que más tarde formarían
el núcleo de la industria privada se basó en la tutela estatal y la injerencia burocrática personal. 40 El patrón resultante se asemejaba en
1929 nada menos que a la clase de "triple alianza" que más adelante se identificaría como una característica del capitalismo
latinoamericano de la posguerra. Como veremos, este patrón habría de experimentar nuevas tensiones, pero el resultado fue un
fortalecimiento del sistema.

29Meyer (1978) y Krauze (1977), que forman parte de la importante historia nueva de la Revolución mexicana, en varias partes, dirigida originalmente por Daniel Cosío
Villegas, de El Colegio de México. Véase también a Rovzar (1975, 1978), quien aportó muchos de los datos económicos de Krauze (1977).
30Véanse las “observaciones finales” de este capítulo.
31Glade y Anderson (1963), Rovzar (1975), Krauze (1977) y Leal (1972). Todos estos autores describen la nueva relación entre el Estado reformista y los capitalistas

modernizadores desde diferentes puntos de vista.


32 Iturriaga (1976) presenta el único estudio detallado de las reformas fiscales de Calles; Wilkie (1970) coloca tales reformas en el contexto de los patrones de gasto;

FitzGerald (1978) las analiza en relación con la movilización de recursos.


33 Reynolds (1970), pp. 156-157.
34 Moore (1963) hace una buena reseña de los cambios institucionales.
35 Sherwell (1929) fue enviado al sur para que presentara un .informe independiente a los banqueros en vísperas de la Depresión; Cline (1963) coloca la deuda en el contexto

de consideraciones geopolíticas más amplias.


36 Krauze (1977), pp. 253-268.

37 Wionczek (1967), parte 1; Krauze (l977), pp. 289-294, por lo que toca a la electricidad y las manufacturas, respectivamente.
38 Hamilton (1978-1982), Cordero (1979) presentan datos nuevos sobre la relación entre los banqueros porfirianos y el nuevo régimen.
39 Hewitt (1978) y Stavenhagen (1968) destacan el surgimiento de la agricu1tura capitalista durante este periodo.
40 Mosk (1950) fecha en este periodo los orígenes de su "nuevo grupo" de industriales, como lo hace Fragoso (1979), aunque desde un punto de vista diferente.

24
A pesar de la visión contraria que hemos recibido, 41 el periodo terminado en 1929 presenció también un cambio estructural considerable,
estrechamente asociado con los cambios de la propiedad que acabamos de mencionar, lo que condujo a cierta internacionalización de la
economía. La minería tradicional había sido el “sector líder” de la economía mexicana, ya que aportaba las divisas necesarias para la
importación de bienes de productores y de consumo lujoso, y para grandes proyectos de las empresas extranjeras. Pero las ramas
principales, la plata y el petróleo, ya habían sido afectadas por la crisis antes de 1929: el precio mundial de la plata se derrumbó en 1926
(bajando de 80 centavos de dólar a 62 centavos en Nueva York), lo que creó algunos problemas no sólo para el propio sector minero, sino
también para los bancos, fuertemente interesados en el sector, y para el valor de la propia moneda, basada en la plata. También declinó la
producción petrolera, de su nivel máximo de 143 millones de barriles a 64 en 1927 (también se debilitaron los precios internacionales),
debido en parte a dificultades con las compañías, pero también el rápido agotamiento de los campos y otras fuentes más de Venezuela, de
modo que declinaron los ingresos fiscales.42 El resultado, como se indica en el cuadro x.2, fue el principio de la caída de las exportaciones
mucho tiempo antes de que se dejara sentir el efecto de la Depresión a través del deterioro de los términos de intercambio en 1930. En
cambio, la agricultura daba considerables señales de dinamismo, por lo menos en el sector capitalista norteño, donde las comunicaciones,
las condiciones del crédito (impulsadas por el Banco Nacional de Crédito Agrícola, fundado en 1926) y el riego mejoraban de continuo; pero
en el centro y en el sur parecía declinar la agricultura de subsistencia, que mantenía al grueso de la población rural y había sido el
escenario del levantamiento agrario; según Meyer,43 mientras que la producción agrícola per capita se quintuplicó entre 1907 y 1929 en el
norte, bajó un tercio en el sur y en el centro. En particular, la producción de maíz, que había llegado a siete millones de toneladas en 1910,
bajó a tres millones en 1924 y todavía declinó más en nuestro periodo (véase el cuadro x.3). Así pues, para los trabajadores de los sectores
extractivos y los agricultores de subsistencia, la crisis estaba ya bien avanzada en 1929; las compañías extranjeras y los bancos nacionales
se encontraban también en grandes dificultades. El único sector que prometía algo, aparte de la agricultura comercial, era el de las
manufacturas. Aquí, el índice general de la producción industrial (véase el cuadro x.3), que se encontraba en 15 en 1920, ascendió a 24 en
1925 y a 29 en 1930;44 cerca de 30% del incremento de la producción material logrado entre 1921 y 1929 se debió a la industria (mientras
que 60% correspondía a la agricultura y la ganadería);45 la mayor parte de la producción correspondía al procesamiento de alimentos y los
textiles sobre la base de un mercado urbano en expansión y de la reducción gradual de las importaciones. Así pues, aunque el PIB
estimado permaneció aproximadamente estable entre 1925 y 1929 (véase el cuadro x.3), y por ende bajó en términos per capita, esto no
representa un estancamiento; más bien representa un desplazamiento de la economía de la minería y la agricultura de subsistencia hacia la
agricultura comercial y la industria: el inicio de la modernización.
El comercio exterior era fundamental para la economía, ya que las exportaciones de minerales (que constituían 70% de las exportaciones
en 1925 y todavía representaban 60% en 1929, mientras que la mayor parte del resto eran productos agrícolas) permitían la importación de
plata y equipo (50% de las importaciones en 1929), de insumos productivos (18%), y también gran cantidad de bienes de consumo (33%),
porque la ''temprana'' sustitución de importaciones no había avanzado mucho, y en efecto no lo haría antes de 1940.46 Pero el coeficiente
del comercio exterior era relativamente bajo: apenas llegaba a 11%, en términos nominales, tanto en 1923 como en 1929. El comercio
exterior había declinado efectivamente en los años veinte: las exportaciones bajaron de 425 millones de dólares en 1920 a 336 millones en
1925 y a 285 millones en 1929 por las razones ya mencionadas; las importaciones habían bajado también de 242 millones de dólares en
1921 a 193 millones en 1925 y 185 millones en 1929; por lo tanto, es probable que el coeficiente del comercio exterior estuviese
disminuyendo. La implicación es que, aunque el comercio exterior era fundamental para la acumulación y para el sector "moderno", puede
haber quedado intacto para gran parte de la economía y más particularmente para la población. El comercio exterior se concentraba
también, desde luego, en los Estados Unidos: 80% de las exportaciones y 73% de las importaciones en 1924, aunque estas proporciones
habían bajado a 61 y 69% en 1929 debido al derrumbe de los minerales.
CUADRO X.1 Balanza de pagos, 1926 y 1940
(millones de pesos)
1926 1940
1. Balanza comercial:
Exportaciones 677 778
Importaciones -381 -669
Ajustes -13 -39
282 71
2. Monedas y lingotes 15 82
3. Intereses y dividendos
Servicios de la deuda pública -27 -10
Beneficios de las compañías extranjeras -221 -316
Dividendos pagados a extranjeros -69 -74
-317 -400
4. Otras transacciones corrientes:
Ingresos 36 79
Gastos -34 -42
2 37
Cuenta corriente -17 -110
5. Movimientos de capital:
Industria petrolera 12 -15
Otras ramas 4 125
16 110

41 Reynolds (1970), Solís (1970), capítulo 3.


42 Meyer (1978), capítulo l.
43 Meyer (1972) presenta la mejor reseña del conflicto petrolero.
44 Nafinsa (1977), p. 156.
45 Calculado con datos tomados de Solís (1970), p. 90.
46 Villarreal (1976), capítulo 1.

25
6. Errores y omisiones 1 -
Cuenta de capital 17 110
FUENTES: Olmedo (1942); sus cifras de 1926 fueron tomadas de Sherwell (1929); las de 1940 fueron
estimadas por el Banco de México.

CUADRO X.3 Producción, 1925-1940

26
No hay estimaciones sólidas de la balanza de pagos para nuestro periodo, pero como lo indican los datos del comercio exterior en el cuadro
X.2, incluso tomando en cuenta ciertas Importaciones no registradas a través del Río Bravo, la balanza comercial tenía un superávit
considerable en los años veinte, y en efecto durante el decenio siguiente. La única estimación disponible (véase el cuadro X.l) parece
basarse en una información detallada y abundante, e indica que el superávit de la balanza comercial se balanceaba con una salida masiva
de beneficios, no sólo de las compañías mineras y petroleras (aunque éstas constituían la mayor parte), sino también de los servicios
públicos, las compañías de seguros, el algodón y la lana, las plantas algodoneras y las empresas comerciales, así como las exportaciones
de capital de residentes mexicanos. En efecto, Sherwell (l929) sugiere que en el periodo 1921-1927 salieron en promedio 290 millones de
pesos por año (mientras que las exportaciones alcanzaban un promedio de 655), lo que "representa en gran parte los intereses y beneficios
del capital extranjero invertido en México, quizá complementados por una salida neta, o exportación, de capital mexicano". 47 Debe
advertirse que, por lo menos en 1926, el servicio de la deuda pública representaba menos de un décimo de la salida total. Por lo tanto, la
presión sobre la balanza de pagos, a medida que declinaban las exportaciones en los años veinte, no provenían de las importaciones sino
de la salida de beneficios, principalmente hacia los Estados Unidos.
A pesar de esta salida de los beneficios, el deterioro de la posición comercial, y de la reorganización institucional en los años veinte, hubo
una acumulación de capital. La razón media de la formación bruta de capital fijo al producto interno bruto (PIB) en el periodo 1925-1930
(véanse los cuadros x.5 y x.6) ascendía a cerca de 5.3%; de esta cantidad, cerca de dos quintos correspondían al transporte y el comercio
(es decir, caminos y vehículos de motor) y un quinto a la infraestructura de la vivienda urbana, mientras que el resto se invertía en
agricultura e industria. También era considerable la participación del Estado (38%), lo que reflejaba los grandes programas de obras
públicas en riego y en caminos, en beneficio particular de los capitalistas norteños. 48 La tasa de inversión no era elevada por comparación
con los años de auge de los decenios de 1950 y 1960, pero tampoco era insignificante cuando se compara con el promedio de 10% de los
años cuarenta. Cuando se toma esta tasa de formación de capital en unión del superávit comercial (equivalente a 4.7% del PIB en 1925 y a
4.5% en 1929), se conc1uye que la tasa implícita del ahorro bruto (antes de las salidas de beneficios) sería del orden de 10% del PIB. No
está del todo claro cómo se generó este superávit en última instancia. Es probable que la mayor parte se haya generado en el sector
extractivo, basado en la renta de los recursos naturales y en los salarios extremadamente bajos; pero aunque esto explicaría la salida de
los beneficios (que en opinión de Sherwell era en realidad un "valor no devuelto" de los ingresos de las exportaciones), presumiblemente no
habría fluido hacia otros sectores; además, los bancos se concentraban en este periodo en el financiamiento del comercio exterior.49 La
inversión pública se financiaba principalmente con el presupuesto (destinada a carreteras y ferrocarriles) y por ende con los impuestos que
gravaban los bienes de consumo importados y de producción nacional, o sea por los consumidores urbanos. Himes 50 sugiere que en efecto
operaba también un "modelo de Lewis", en el que los salarios reales se mantenían bajos por el excedente de mano de obra proveniente de
la agricultura de subsistencia, lo que proveía beneficios suficientes para el autofinanciamiento del "nuevo" sector moderno: ciertamente, los
datos anteriores sobre los salarios reales y la proletarización en la agricultura y la industria parecerían apoyar esta idea.51
En suma, entonces, no es correcta la concepción ortodoxa del decenio terminado en 1929 en México como un periodo de estancamiento
económico e institucional, que esperaba las reformas de los años treinta y el crecimiento económico de los años cuarenta. Es en efecto un
periodo de cambio considerable: se echaron las bases del Estado moderno; estaba bastante avanzada la crisis de los sectores
exportadores; la agricultura comercial y la manufactura estaban surgiendo como nuevos sectores líderes, y estaba aumentando la presión
sobre los ingresos de campesinos y trabajadores, Es en este marco que deberá evaluarse e1 efecto de la Depresión.

47 Sherwell (1929), p. 18.


48 Redfern (1980) subraya la importancia de la política de riego en el auge agrícola subsecuente.
49 Moore (1963).
50 Sólo Himes (1965) parece haber abordado el problema de las "fuentes de la acumulación durante este periodo, pero adopta una postura muy "dualista".
51 Stavenhagen (1968) sugiere que la mitad de la fuerza de trabajo rural carecía de tierra en 1930, antes de la reforma agraria de Cárdenas, pero es probable que esta cifra

sea demasiado elevada porque no toma en cuenta la mano de obra estacional propiamente dicha. No hay índices de los salarios urbanos antes de 1934 (a partir de 1934
véase Nafinsa [1977]), pero De la Peña (1934) presenta algunos datos para la industria textil; el anónimo "R. F. E." presenta algunas cifras para los salarios rurales.
27
EL EFECTO DE LA DEPRESIÓN SOBRE LA ECONOMÍA MEXICANA
No es una tarea fácil el rastreo del efecto de la Depresión norteamericana sobre la economía mexicana a partir de 1929. En la
paradigmática economía latinoamericana se siente la repercusión de la baja de los precios mundiales y la demanda de productos a través
de la escasez de divisas y la reducción de las importaciones; esto impone a su vez una devaluación sustancial y promueve eventualmente
la sustitución de importaciones.52 En México, sin embargo, aunque las exportaciones declinaron, el efecto se dejó sentir por medio de la
reducción de los precios transmitida a la economía y de la escasez de divisas; la producción total se recuperó con gran rapidez, pero no
como resultado de un estímulo a la demanda interna, y la sustitución' de importaciones no avanzó mucho a pesar de la reducción del
coeficiente de importación. Estos fenómenos peculiares derivan en efecto de las características que tenía a la sazón la economía mexicana:
su extrema apertura y el proceso de cambio estructural que acabamos de mencionar. La apertura de la economía (entonces como ahora)
iba más allá del hecho de que el comercio y la propiedad de los activos productivos se concentraban en los Estados Unidos: por una parte,
la apertura de la frontera significaba que los bienes podían moverse libremente entre los dos países, y por lo tanto que la reducción de los
precios se transmitía directamente de los Estados Unidos a la economía mexicana, deprimiendo los negocios mediante los márgenes de
beneficio y del volumen de la actividad; por otra parte, la posibilidad de grandes flujos financieros líquidos entre las economías, sin
problemas de convertibilidad durante el periodo, generaban un escaso control nacional sobre la oferta monetaria. En otras palabras, a pesar
del surgimiento de las ideas "estructuralistas" en otras partes del continente, el modelo analítico más apropiado para México, por lo menos
entre 1925 y 1935, puede ser el "enfoque monetario de la balanza de pagos". 53 Bajo esta perspectiva, el efecto de la Depresión sería la
reducción de los niveles de precios y la falta de liquidez, no una escasez de divisas como tal. A esto debemos añadir otras dos
características de la economía, la que se encontraba apenas en las primeras etapas de la transformación estructural: primero la naturaleza

52 Véansela Introducción a este volumen y el Apéndice a este capítulo.


53Jo Love me ha informado que gran parte del trabajo inicial sobre lo que se conoce ahora como el "enfoque monetario de la balanza de pagos" se elaboró en efecto en El
Banco de México en los años cuarenta.
28
"dual" de la producción, con un pequeño sector minero de "enclave" que proveía divisas para las ganancias, y un sector campesino grande,
pero empobrecido, que proveía alimentos para los salarios; y segundo, la incertidumbre que rodeaba a las grandes empresas extranjeras a
medida que se fortalecía el esfuerzo del gobierno mexicano por ganar el control nacional.
Naturalmente, el efecto inmediato de la Depresión se sintió en el sector minero. Los volúmenes habían venido bajando durante algunos
años, y los precios de la plata se habían derrumbado ya, pero estos factores se veían reforzados ahora: el índice global de los precios de
las exportaciones bajó 32% entre 1929 y 1932, y el valor en dólares bajó de 275 a 97 millones de dólares. Los precios de las importaciones
parecen haber declinado sólo 14%, a pesar de una caída mucho mayor (32% en los precios de mayoreo) en los Estados Unidos; el efecto
fue la reducción del poder de compra de las exportaciones mexicanas en 50% en el espacio de tres años. En consecuencia, el "valor" real
del sector extractivo para la economía se redujo más que lo indicado por las cifras de la producción; sin embargo, el volumen estimado de
la producción minera en 1932 llegó a 55% del volumen de 1929, mientras que en el caso del petróleo llegó a 83%.54 Pero ambas ramas se
recuperaron rápidamente, por dos razones externas en gran medida: primero, el valor de las exportaciones de plata aumentó como
resultado del Acuerdo de la Plata celebrado en Londres en 1933 y de la Ley de Compras de Plata de los Estados Unidos, promulgada en
1934, mientras que el plomo se recuperaba por asociación; segundo, el descubrimiento de un nuevo campo petrolero en Poza Rica permitió
que la producción aumentara de 33 millones de barriles en 1932 a 40 millones en 1935, mientras que un mercado interno que crecía
gracias a los vehículos de motor podía absorber 40% de la producción en 1934, por oposición a 21% en 1928. 55 Este mejoramiento de los
resultados del sector extractivo, a pesar de la incertidumbre que rodeaba a la propiedad, explican la rápida recuperación de las
exportaciones, las que aumentaron a más del doble, en términos de su valor en dólares, entre 1932 y 1935, cuando llegaron a 208 millones
de dólares, mientras que su poder de compra aumentaba 62%.56 Los términos de intercambio, estimados en pesos corrientes, que habían
llegado a 137 en 1925 (1929=100) y a 79 en 1932, se elevaron a 87 en 1935 (véase el cuadro x.2).
Las importaciones bajaron también drásticamente, de 178 millones de dólares en 1929 a 57 millones en 1932, una baja 63% en términos
reales, aproximadamente. Sin restricciones sobre las importaciones, y la devaluación un tanto moderada del peso (de 2.26 en 1930 a 3.16
en 1932, una devaluación "real" de sólo 29% cuando se ajusta por los precios al mayoreo en México y los Estados Unidos), 57 esta
declinación no puede atribuirse al efecto de los precios como tal ni a las restricciones de las importaciones: la respuesta debe buscarse del
lado de la demanda. El valor de las exportaciones y el ingreso nacional se recuperaron rápidamente, y eran bastante "normales" en 1935;
pero las importaciones permanecieron al nivel de 113 millones de dólares en ese año, y en términos reales durante el resto del decenio a
cerca de la mitad de su nivel antes de la Depresión. El elemento desconocido, por supuesto, era lo que estaba ocurriendo durante este
periodo en la cuenta de "invisibles". El pago de la deuda se suspendió virtualmente entre 1929 y 1935,58 pero ésta no era la mayor parte de
la salida, como hemos visto. Sin embargo, a juzgar por la balanza comercial (la diferencia entre las exportaciones l.a.b., y las importaciones
c.i.f., bajó de 97 millones de dólares en 1929 a 40 millones en 1932) y el mejoramiento de la posición de reservas (véase el cuadro x.2) es
probable que la salida de beneficios bajara en cerca de la mitad, y presumiblemente las compañías mineras sintieron gran parte de la carga.
Sin embargo, una vez que mejoraron las exportaciones, aunque la balanza comercial (así definida) aumentó de nuevo en 95 millones de
dólares en 1935, la posición de reservas mejoró por un aumento similar, lo que implica que los beneficios no estaban saliendo de nuevo a
escala tan grande, a pesar de que, como lo indica el cuadro X.1, las salidas recuperaron su vigor anterior para 1940. Por lo tanto, hay razón
para sugerir que el "valor de retorno” de las exportaciones no declinó tanto como el "valor bruto", de modo que gran parte del choque
financiero fue absorbido por las empresas extranjeras que controlaban los enclaves extractivos. Éste fue posiblemente un factor decisivo
para su relativa falta de resistencia ante las políticas del gobierno mexicano y para la recuperación relativamente rápida de la economía en
conjunto, que de todos modos se estaba alejando de la minería.
Mientras tanto, la agricultura -el otro pilar de la economía mexicana- atravesaba también por un periodo difícil. El valor agregado en el total
del sector (cuadros x.3 y x.4) fue en efecto muy estable entre 1929 y 1932, pero mientras que aumentaba la producción de alimentos (sobre
todo los de consumo interno), la producción de materias primas bajaba en cerca de 30%. El producto decisivo para el ingreso de los
campesinos y el consumo proletario era el maíz, el que se vio severamente afectado (véase de nuevo el cuadro x.3) no sólo por la
tendencia descendente a largo plazo sino también por la sequía de 1929-1930, que redujo la producción de 2.7 millones de toneladas en
1928 a 1.50 millones en 1929; el resultado fue la reducción del consumo nacional aparente (incluso con el aumento de las importaciones),
de 136 a 83kilos per capita, lo que constituyó una baja repentina en un elemento esencial (junto con el frijol, que corrió una suerte
semejante) del ingreso de los pequeños agricultores y del salario real. La recuperación de este sector en 1932-1935 fue así natural y ayudó
a sacar la economía de la Depresión, y absorbió aparentemente una gran parte de los trabajadores inmigrantes desempleados del "sector
moderno" expulsados de los Estados Unidos. Así pues, este ciclo agrícola se superpuso al choque externo. La agricultura comercial se vio
severamente afectada por la baja de los precios norteamericanos transmitida a través de la frontera (en particular el azúcar, para el que se
estableció un programa especial de apoyo gubernamental); los precios de los cultivos alimenticios y de la materias primas bajaron cerca de
una cuarta parte entre 1928 y 1932 y se vieron afectados también por grandes inundaciones ocurridas en la costa del Pacífico en 1932,
aunque este sector exportaba menos de un tercio de su producción y no se vio muy afectado por la declinación de la demanda
norteamericana.59 Entre 1932 y 1935 el total de la producción agrícola aumentó 13% y la ganadería aumentó 26%; la producción de
alimentos se mantuvo estable, y la producción de materias primas aumentó 42%, lo que reflejaba la recuperación del sector comercial, pero
también la continuación del estancamiento de la agricultura de subsistencia a medida que se recuperaban los precios y mejoraban las

54 Solís (1970), p. 91; también el cuadro x.4, p. 276


55 Meyer (1972), pp. 51-56.
56 Véase el cuadro x.2; estamos usando aquí el índice ponderado de Paasche elaborado por el Banco de México y explicado en Cárdenas (1982). El índice que aparece en

CEPAL (1951) no parece muy confiable, sobre todo porque señala que los precios de las importaciones en dólares aumentaron marcadamente entre 1932 y 1935.
57 Villarreal (1976), p. 34.
58 Bazant (1968); volveremos sobre este punto más adelante.
59 Meyer (1978), pp. 26 y ss.

29
condiciones del tiempo.60
El sector industrial estaba expuesto a la Depresión principalmente a causa de los efectos sufridos por otros sectores. No hay ningún registro
de que la escasez de insumos importados fuese un problema de modo que los efectos principales se dejaban sentir mediante el precio y la
demanda, y posiblemente a través de la oferta interna de materias primas. El índice de la producción (véase el cuadro X.3) no registra una
declinación inmediata, sino hasta 1932; desde el nivel máximo (1930) hasta el mínimo (1933) hubo una caída de 20% pero esto se recuperó
fácilmente para 1936; el valor agregado fluctuó de manera similar (véase el cuadro x.4); y con mayor violencia, con una declinación de 31%,
pero con una recuperación muy rápida en adelante. Este ciclo parece haberse distribuido por todo el sector; la producción de cemento bajó
de 227 000 toneladas en 1930 a 138 en 1933, pero se recuperó a 252 en 1935; la producción de cerveza bajó de 72 millones de litros en
1930 a 42 millones en 1932, y aumentó a 83 en 1935; la producción de textiles de algodón bajó de 37000 toneladas en 1930 (y 36 en 1925)
a 32000 en 1932, y luego aumentó a 42000 en 1934; la generación de electricidad aumentó efectivamente de 1.46 millones de Kwh. en
1930 a 1.53 millones en 1933 y a 2.06 millones en 1935, a pesar de la declinación de la demanda de su mejor cliente: las minas.61 Así pues,
el efecto de la Depresión fue solo temporal y la tendencia ascendente continuó durante el resto del decenio. Aunque el sector textil parece
haberse visto afectado hasta cierto punto por la falta de oferta de materias primas derivada de la declinación de la producción de algodón
(debida a la baja de los precios “importados”), el efecto principal sobre las manufacturas se dejó sentir sin duda a través de la demanda, por
el consumo de los asalariados en los sectores exportadores62 y por la declinación temporal de la inversión. Una vez recuperada la
demanda, había una capacidad suficiente para absorberla. ¿Cómo bajó la demanda? A medida que bajaba el PIB en 21% entre 1928 y
1932, pero recuperaba en 1935 el nivel de 1928 (como resultado combinado de los ciclos sectoriales que hemos examinado), tenía que
haber una fluctuación drástica, pero también varió la composición, En primer lugar, en lo tocante al consumo, el volumen del gasto de los
asalariados de la minería y la agricultura comercial no bajó tanto por las reducciones del salario real como por el desempleo; pero
igualmente importantes parecen haber sido las reducciones de los precios transmitidas a la economía desde los Estados Unidos, las que
aparentemente estaban reduciendo los márgenes comerciales y obligando a los comerciantes a reducir sus inventarios para satisfacer sus
obligaciones financieras con los bancos.63 A medida que se recuperaban las exportaciones y la agricultura se expandía también la demanda
de consumo, pero el abandono de la paridad fija y la emisión de papel moneda en gran escala (véase la cuarta sección, más abajo)
permitieron de nuevo la elevación de los precios: el índice de precios al mayoreo de la ciudad de México, que había caído en una quinta
parte entre 1929 y 1933, recuperó su nivel anterior en 1936. El comercio revivió, lo que generó tal vez una reposición de inventarios que se
sumaba a la expansión de la demanda de consumo propiamente dicha; en otras palabras, tenemos aquí el efecto de un ciclo de inventarios
superpuesto al ciclo de la producción.
La formación de capital fijo sólo declinó en 1931, sin duda debido al retraso de las decisiones de inversión, pero en 1933 había bajado a la
mitad de su nivel de 1930; para 1935, sin embargo, tanto la inversión pública como la privada se habían recuperado por encima del nivel de
1930; el resurgimiento de la inversión pública se debió a una política gubernamental deliberada, pero el de la inversión privada resulta
notable64 bajo las circunstancias. En la industria, además, no hubo ningún proceso acelerado de sustitución de importaciones; las medidas
arancelarias impuestas (véase la Sección cuarta, más abajo) tenían sobre todo propósitos fiscales, y relativamente moderados, mientras
que la composición de las importaciones no se alteró de manera importante; pero la recuperación hasta cierto punto rápida de1sector
exportador, y sobre todo la ausencia de toda restricción real de las importaciones durante el periodo, significaba que había un estímulo
relativamente escaso para la sustitución de importaciones fuera de la devaluación real. El estudio más confiable de este proceso concluye
que el efecto fue diferente: “la Depresión significó, en el caso de México, algo más que un estímulo efectivo para la industrialización y la
sustitución de importaciones, lo que revela las contradicciones y limitaciones de una economía de enclave”. 65 A pesar del crecimiento
sostenido de la industria durante el resto del decenio, el indicador de la sustitución de importaciones para las manufacturas elaborado por
Villarreal sólo baja de 0.567 en 1929 a 0.486 en 1939.66 La inversión en las manufacturas y la agricultura comercial parece haberse
destinado a la modernización en las ramas existentes, más bien que para competir con las importaciones. Sin embargo, toda una serie de
ramas conectadas con los transportes (cemento, ensamblado de automóviles) y la agricultura (insumos, procesamiento) habrían de
expandirse a medida que se restructuraba la economía, mientras que las ramas de bienes de consumo absorbían la mayor parte de la
demanda interna. La razón de las importaciones al PIB, a precios corrientes, llegaba en 1935 a 14.3%, mientras que en 1930 había llegado
a 12.5%, y en 1940, sólo bajó a 13.3%. La drástica reducción del valor en dólares corresponde a un cambio en la composición del consumo
y la inversión, de los bienes importados a la producción nacional; esto pudo haberse debido al desplazamiento de sueldos y salarios de la
minería a la agricultura comercial y la industria, lo que involucraba diferentes patrones de gasto, mientras que el desplazamiento de la
inversión hacia la infraestructura y la urbanización favorecía claramente a los bienes de inversión nacionales (la construcción).
El efecto de la Depresión sobre la distribución del ingreso no está del todo claro, aunque tiene gran importancia, no sólo para la
composición de la demanda, sino también para los desarrollos políticos subsecuentes. El PIB per capita medio67 había bajado ya de 2447
pesos (a precios de 1960) en 1925 a 2251 en 1929; para 1932 había bajado otro 12%, a 1763; pero luego subió sostenidamente, aunque
en 1940 no alcanzaba todavía el nivel de 1925. Resulta difícil determinar el efecto sobre el empleo y los salarios en ausencia de
estadísticas agregadas. En la agricultura, el sector campesino padecía por el ciclo de los granos básicos que hemos mencionado; también
parece haber absorbido la mano de obra desempleada de los sectores exportadores y los inmigrantes expulsados de los Estados Unidos.68

60 Nafinsa (1977), p. 106.


61 Ibid. Pp. 73. 185, 203 y 214.
62 De la Peña (1934).
63 E. E. N. (1948) y HMSO (1933) afirman que este fue el principal efecto específico, fuera de la repercusión sobre el valor de las exportaciones y los impuestos.
64 En efecto, esta rápida recuperación de la acumulación se observó también en otras partes de América Latina; véase el apéndice de este capítulo.
65 Villarreal (1976), p. 36.
66 Ibid., p. 44; La razón es la de las importaciones a las importaciones más el valor agregado en la producción nacional. Se avanzó sobre todo en los bienes de consumo pero

incluso aquí hubo una declinación de 0.353 a 0.222.


67 Nafinsa (1977), p. 19.
68 Meyer (1978), p. 83, basado en Informes Consulares de los Estados Unidos.

30
Las tasas de desempleo registradas son poco confiables y principalmente urbanas, pero éstas se triplicaron entre 1930 y 1932, volviendo al
nivel anterior en 1934.69 En el sector textil el empleo declinó 11 % entre 1929 y 1932, pero esto se debió sobre todo a la modernización; los
salarios reales bajaron en grado notable,70 sin embargo, y esto ocurría presumiblemente en el resto de las manufacturas. La burocracia
soportó una reducción de su salario nominal, pero en vista de que estaban bajando también los precios de los bienes de asalariados, no
parecen haber bajado los salarios reales.71 En la agricultura comercial, donde hay algunos datos, se sintió el efecto más drástico, ya que los
salarios reales bajaron 46% entre 1928 y 1930.72 A partir de 1934 existen algunos datos sobre los salarios, pero aunque el empleo se
recuperó presumiblemente junto con la producción en el total (aunque no en la minería), los salarios reales permanecieron bastante
estables en la segunda mitad de los años treinta.73 En general, podríamos concluir muy preliminarmente como sigue: los campesinos (cerca
de la mitad de la fuerza de trabajo en este momento) vieron caer sus ingresos reales, los que permanecieron bajos en adelante, debido a
las características estructurales de su sector; los trabajadores rurales asalariados (que constituían cerca de la cuarta parte de la fuerza de
trabajo) experimentaron una drástica declinación en su salario real y escasa recuperación; los asalariados urbanos experimentaron una
declinación menor, pero tampoco se recuperaron. Por lo tanto, esto tendería a apoyar el argumento de que, por lo que tocaba a los nuevos
"sectores líderes", los beneficios se recuperaron de la Depresión con mayor rapidez aún que el valor agregado.
En suma, tenemos la imagen de un ciclo agudo pero corto, entre 1930 y 1935, relacionado con la transmisión de los precios más bien que
con la escasez de divisas, y agravado por un ciclo de inventarios, cuyos factores causales principales no son los movimientos de la
demanda agregada: las circunstancias especiales de·la minería y el efecto ambiental sobre la agricultura. Hemos sugerido también que los
salarios bajaron y permanecieron bajos como resultado del choque. Sin embargo, la experiencia del intento de administración de la
economía produjo ciertos cambios que habrían de tener un efecto considerable en años posteriores; de esto debemos ocuparnos ahora.
EL SURGIMIENTO DE LA ADMINISTRACIÓN ECONÓMICA
El efecto de la Depresión sobre la producción y la acumulación pudo haber sido más severo que en otras partes de América Latina; pero las
consecuencias experimentadas por el sistema financiero fueron posiblemente mayores: a pesar de su brevedad, el ciclo demostró de tal
manera las deficiencias de las estructuras bancarias y fiscales, y de los instrumentos de la administración macroeconómica, que entre 1932
y 1936 se echaron las bases de un sistema nuevo el que sobrevivió más o menos intacto durante casi medio siglo. De este modo no sólo se
estableció una política monetaria estabilizadora, sino que se fortaleció también la posición del Estado en el proceso de acumulación.74
Por supuesto, el principal problema económico de los años treinta no era la reorganización de los sistemas fiscales y monetarios, sino la
disputa sobre la propiedad extranjera de algunos sectores económicos básicos. 75 En 1928, Calles se había visto obligado a hacer ciertas
concesiones a las compañías petroleras extranjeras a fin de estimular la exploración, pero la presión nacionalista aumentó y en 1933 se
fundó Petróleos mexicanos una empresa mixta; el conflicto se agudizó bajo Cárdenas, hasta llegar a la nacionalización en 1938. La minería
estaba declinando de todas maneras, pero los controles gubernamentales se estaban fortaleciendo y las compañías extranjeras se
retiraban continuamente del sector. En 1933 se creó la Comisión Federal de Electricidad para controlar a las compañías eléctricas
extranjeras, las tarifas: emitieron bajas y el gobierno empezó a planear la expansión de modelos que declinó el interés de los inversionistas
y se inició un proceso sostenido de nacionalización, el que se complementaria afines de los años cincuenta. Por último, el rápido avance de
la reforma agraria en la segunda mitad de los años treinta involucró no sólo la creación de los ejidos, sino también la expropiación de un
número considerable de plantaciones de propiedad extranjera. Sin embargo, parece ser que tales nacionalizaciones no se debieron
realmente a la Depresión misma, de modo que no nos interesan aquí, excepto en la medida en que fortalecieron la posición del Estado
en·relación con el sector privado, aunque podría argüirse76 que el efecto de la Depresión sobre los Estados Unidos (la preocupación por los
problemas internos, el cambio de las actitudes hacia las grandes compañías y las políticas del Nuevo Trato) redujo la oposición
norteamericana hacia tales medidas.
A pesar de las medidas tomadas para fortalecer el sistema financiero antes de 1929, y de las concesiones otorgadas a las empresas
mineras que habían eliminado virtualmente los impuestos a la exportación como fuente del ingreso público, el efecto de la Depresión sobre
el comercio exterior se reflejó rápidamente en la recaudación de impuestos a través de la caída del ingreso arancelario. El presupuesto de
ingresos del Gobierno Federal bajó cerca de un tercio entre 1929 y 1932, aunque la declinación simultánea de los precios mantuvo su valor
real y la declinación de la producción elevó en efecto la presión fiscal (el ingreso público como proporción del PIB), de 6.5% en 1929 a 7.0
en 1982. En ese año, mientras que la economía se encontraba todavía reprimida, el gobierno emprendió nuevos programas que elevaron
ligeramente el gasto en 1933 (véase el cuadro x.5); a partir de esta fecha, el gasto público aumentó con rapidez. Sin embargo, hasta 1936
no era técnicamente posible la presentación de déficit presupuestario: -y todavía a fines de los años treinta, cuando tal cosa ya era posible,
el déficit sólo llegaba en promedio a la mitad de 1 % del PIB modo que no hubo ningún efecto macroeconómico real del presupuesto
estabilizador o no, durante ese periodo. Los aranceles se habían usado antes de 1929 para estimular la producción nacional, sobre todo la
producción de textiles; pero el Código Arancelario de 1930 elevó los niveles y la cobertura a fin de mantener el ingreso fiscal y proteger
hasta cierto, punto la balanza de pagos, en lo que parece haber sido relativamente eficaz. 77 Sin embargo, los nuevos aranceles no parecían

69 Meyer, loc. Cit., cita a la Dirección General de Estadística, donde el desempleo abierto llega a 1.7% en 1930, 6% en su nivel máximo de 1932, y de nuevo a 1% en 1934. Esto:
es obviamente demasiado bajo (como observa Meyer), pero sería muy plausible como una representación del empleo del "sector moderno" (quizás la cuarta parte del total de
la fuerza de trabajo).
70 De la Peña (1934).
71 Meyer (1978), p. 87.
72 R. F. F. (1935).
73 Nafinsa (1977), p. 414.
74 Véase a Moore (1963) y a Cordero (1979), quienes adoptan posturas contrastantes.
75 Sobre el petróleo, véase Meyer (1972); sobre la minería, Meyer (1978), sección I.4; sobre la electricidad, Wionczek (1967); sobre la agricultura, Stavenhagen (1968). En

Gordon (1941.) se encuentra una visión general, aunque favorable, del otro lado de la frontera.
76 Cline (1963) correlacionó el cambio de actitud de los Estados Unidos con el cambio de las administraciones presidenciales en ambos países.
77 Kate (1980); véase también FiltzGerald (1978).

31
haber, sido diseñados, ni haber actuado efectivamente, como un instrumento de estímulo a la·industria como tal. Como ocurrió con el
código aduanero de 1935, la protección era relativamente baja y cubría a las industrias existentes y a las nuevas. Sólo con la “Ley de
Saturación Industrial” de 1936, que clausuró la entrada a ramas que ya tenían una capacidad excedente, los códigos empezaron a
promover efectivamente a la industria. En efecto, en virtud de que los aranceles eran impuestos específicos, la tasa ad valorem bajaba a
medida que los precios se recuperaban, declinando de 29% en promedio para el periodo de 1930-1934 a 22% en 1935-1939.78
Por lo tanto, todo efecto del gasto público habría provenido más de los cambios de la composición que de alguna adición a la demanda
agregada. En la cuenta corriente, el desplazamiento identificado por Wilkie en contra de la administración (sobre todo la defensa) y en favor
del gasto económico y social no es realmente discernible en este periodo; así pues, el efecto principal debe de haberse dejado sentir a
través del gasto de los salarios burocráticos, aunque la repercusión puede haber sido considerable sobre el comercio y la industria porque
tales burócratas llegaban quizá a la cuarta parte de la población de la capital. 79 Sin embargo, la inversión pública sí influyó sobre la
recuperación económica en términos reales se estancó en lugar de bajar entre 1929 y 1933, y luego se elevó (véase el cuadro x.5),
reflejando el retraso del programa de obras públicas y ferrocarriles de la administración de Calles. A precios de 1960, la inversión pública
aumentó de un promedio de 1 060 millones de pesos en 1925-1930 a 1 220 millones en 1931-1935 y 1 860 millones en 1936-1940; como
parte de la inversión total, pasó de 39 a 47 y 42% en los tres subperiodos; y como proporción del PIB, de 2.0 a 2.6 y 3.2%, respectivamente.
Aunque la inversión se hacía predominante en los transportes (90%) en 1929-1934, se estaba desplazando de los ferrocarriles a las
carreteras, y en el periodo de 1935-1940 aumentarían las obras de riego de 10 a 20% del tota1.80 A su vez, el efecto de la expansión del
gasto público debe de haber sido un estímulo para el resto de·la economía (en particular las manufacturas, la construcción y el comercio),
aunque en sí misma no fuese anticíclica ni incrementara la demanda agregada.
Los créditos públicos externos habían sido en el pasado, y serían en el fututo; una fuente de financiamiento del déficit. Durante los años
veinte se habían hecho varios esfuerzos para pagar la deuda vigente con los Estados Unidos (que en efecto representaba sólo 21 % del
total, por oposición a 33% de Francia y 22% del Reino Unido), precisamente para recuperar el acceso al mercado de capitales de Nueva
York. Montes de Oca, el secretario de Hacienda, casi había concluido el asunto en 1929; pero se atravesaron los acontecimientos de Wall
Street; en 1931 se obtuvo una nueva prórroga de dos años, y contando con el apoyo del sector bancario privado (Banamex) se restructuró
la deuda; pero poco o nada se había avanzado en la renegociación para 1935, y se había puesto en claro que México no podía ni quería
pagar; sólo en 1940 se llegó a un entendimiento con los Estados Unidos. 81 En general, por lo tanto, el efecto de la deuda externa sobre el
balance fiscal y macroeconómico fue neutral.
En suma, aunque el gasto público era una característica decisiva de la restructuración de la economía, ni el gasto ni la tributación eran
instrumentos suficientemente flexibles o fuertes para usarse en la administración de la demanda.
El sistema bancario mexicano, había sufrido considerablemente durante la Revolución (en buena parte por la falta de pago de los
préstamos otorgados al gobierno), pero los banqueros porfirianos más grandes se las habían arreglado para sobrevivir, de modo que
aunque la razón de los activos bancarios al PIB había bajado de un tercio a un quinto entre 1910 y 1925 y no habría de retornar a los niveles
prerrevolucionarios antes de 1940,82 había todavía un alto grado de concentración (tres bancos privados tenían las tres cuartas partes del
crédito en 1928) y una considerable propiedad extranjera.83 Se habían hecho algunos esfuerzos para controlar el sistema bancario con la
fundación del Banco de México en 1925, pero con escaso éxito porque los bancos privados se opusieron fuertemente a los requerimientos
de reservas y al papel moneda,84 a pesar de la estrecha asociación existente entre el Banco de México y la Reserva Federal de los Estados
Unidos el único avance fue la fundación de la Asociación de Banqueros Mexicanos bajo el patronazgo estatal en 1928. Sin embargo, la
salida masiva de dinero (plata) de México tras la Depresión redujo repentinamente la oferta monetaria (la que disminuyó a la mitad entre
1930 y 1932; véase el cuadro x.5) y arrojó a los bancos a una crisis aguda. 85 El gobierno mantuvo una política monetaria muy ortodoxa
hasta 1932, pero empezó a buscar dos objetivos: la restauración de la confianza en los bancos y la canalización de los recursos restantes
hacia la inversión productiva.86 Sobre el primer objetivo, la ley orgánica del Banco de México cesó sus operaciones con el público y redujo
los requerimientos de reservas (equivalentes a una confiscación gubernamental) para 1os bancos, de modo que resultaba más aceptable,
mientras que la afiliación obligatoria “mexicanizada” efectivamente las acciones del sector financiero, y a fin de cuentas la escasez de
monedas de plata hacía aceptable en general el papel moneda: los billetes aumentaron de 11 % de la oferta monetaria total en 1932 a 18%
en 1934 y 35% en 1935.87 A pesar de este entendimiento entre el Estado y los banqueros, no se pudieron canalizar sus fondos en contra
del comercio y a favor de la·producción. 88 En 1926 se había creado el Banco Nacional de Crédito Agrícola para apoyar a los grandes
agricultores comerciales; en 1933 se crearon la Nacional Financiera (para la industria), el Banco Nacional de Obras Públicas, el Banco
Ejidal (para la reforma agraria), el Banco Nacional de Comercio Exterior, el Banco Nacional Azucarero y el Banco Algodonero
Refaccionario. Aunque el volumen de sus operaciones, no fue grande antes de 1940, estas instituciones formaron la base de un nuevo
sistema financiero estatal que, en combinación con el Banco de México, pudo proveer financiamiento para la inversión del sector público y

78 Villarreal (1976),' p, 29; también calcula Villarreal una tasa de cambio "real” (basada en la paridad nominal ajustada por las tasas relativas de la inflación de los precios de
mayoreo en México y los Estados Unidos), el índice para el cual (1930 = 100) representa aproximadamente la devaluación real; el índice llegó a 114 en 1931 y a 129 en 1932,
ascendiendo rápidamente a 161 en 1935, lo que representaría un considerable efecto del precio relativo a favor de los bienes nacionales, excepto que el índice bajó a 137 en
1937.
79 Wilkie (1970), capítulo 4, "(The Rise of the Active State", Banamex (1978), p. 134.
80 Véanse las notas del cuadro x.6, p. 292.
81 Bazant (1968).
82 Goldsmith (1966).
83 S. H. C. P. (1930).
84 Mosk (1950).
85 Meyer (1978), pp. 67-73.
86 Moore (1963), Bennet (1965).
87 Fernández Hurtado (1976), p. 142; esta razón se ha mantenido aproximadamente hasta la fecha.
88 Bennet (1965) y Moore (1963) señalan este problema, el que sigue siendo un aspecto decisivo de la banca mexicana, de acuerdo con FitzGerald (l981).

32
ejercer cierto impulso sobre la acumulación privada.89
Así pues, mientras que el surgimiento de los bancos estatales debe atribuirse principalmente a los cambios estructurales a largo plazo que
hemos identificado, la libertad de acción que adquirieron, el establecimiento de una oferta de moneda nacional y la creación de una relación
satisfactoria entre el Banco de México y los bancos privados pueden atribuirse a la Depresión, aunque estos objetivos hubiesen sido
oficiales por lo menos desde 1925. Sin embargo, debe advertirse que la "frontera abierta" para el financiamiento no se había cernido, de
modo que las autoridades no podían controlar los grandes flujos de fondos (en particular las salidas, como ocurrió en 1938) a través de las
divisas.
Se acepta generalmente que los años posteriores a la Depresión marcaron el nacimiento de la administración macroeconómica en México,
en el sentido del uso de la política monetaria para afectar el nivel económico mediante el nivel de la demanda agregada. 90 Además, en
ausencia de un sistema fiscal o presupuestario suficientemente flexible, y del control de cambios, este sistema operó durante cerca de
medio siglo.91 En este capítulo no nos ocuparemos de la operación de la política monetaria en detalle, porque se examina con lucidez en
otra parte de este volumen;92 aquí sólo examinaremos su relación con la restructuración de la economía.
Bajo Montes de Oca como secretario de Hacienda, la política monetaria fue muy ortodoxa después de 1929, apegándose a lo que eran en
efecto las reglas del "patrón oro", manteniendo la paridad del peso al reducir la oferta monetaria con el déficit de la balanza de pagos entre
1929 y 1932.93 Como hemos visto, esto generó graves dificultades en el sector comercial al reforzar la declinación "importada" de los
precios, ya que los bancos retiraron sus créditos revolventes a los comerciantes y obligaron a vender el total de existencias el mercado; la
presión política en favor de la reflación, proveniente sobre todo del sector comercial, creció durante 1931, aparentemente con el objeto de
restaurar los márgenes de beneficio tanto como el volumen de las ventas: 94 un enfoque "clásico", antes que "keynesiano". La designación
de Pani, el secretario de Hacienda de Calles, (quien había ocupado ese puesto en los años veinte y había reorganizado las finanzas
públicas), marcó un cambio importante de la política; Pani no sólo estableció la hegemonía del Banco de México, sino que inició además
una política monetaria activa, al principio basada en la acuñación de plata; pero más tarde en emisiones de papel.
La oferta monetaria aumentó rápidamente entre 1932 y 1936 y le permitió la devaluación del peso, balanceando el aumento de 1a demanda
de dinero a medida que se expandía la economía, aunque fue sólo en 1936 cuando el banco central pudo servir como instrumento del
financiamiento deficitario del gobierno. Así pues, aunque la nueva política era probablemente una reacción ante los acontecimientos de esta
etapa, cuando el choque externo siguiente se generó en forma de una declinación de la economía norteamericana en 1937, seguida por la
masiva salida de capital conectada con las expropiaciones de 1938, 1a política monetaria se usó conscientemente para mantener la
actividad económica, aunque con consecuencias inflacionarias y una nueva declinación de la paridad.95 La política monetaria expansiva
permitió también que el Estado financiara gran parte del incremento de su inversión, permitido por las leyes monetarias de 1936, sin recurrir
a nueva tributación. Sin embargo, resulta difícil sostener que el Estado haya adquirido el control macroeconómico, ya que el nivel de la
actividad dependía de la estructura de la producción y del comercio exterior antes que de la demanda agregada, mientras que la oferta
monetaria total era todavía sensible a los flujos de capital a corto plazo a través de la divisas, en respuesta a factores esencialmente
políticos.
En suma, el efecto principal de la Depresión se hizo sentir en el sistema financiero, cuya restructuración consiguiente incrementó el control
estatal de la economía, aunque no llegaba realmente a un "manejo económico” en el sentido keynesiano. Durante los años treinta, los
gobiernos trataron de extender este control introduciendo cierta "planeación", para la que en efecto había cierta provisión en la Constitución
de 1917. En 1928, Calles había promulgado ya la Ley Nacional de Planificación, pero con escasos resultados; vino luego un Consejo
Nacional de Economía en 1933; por último, Cárdenas formuló un Plan Sexenal en 1934; pero en ningún caso se dispuso de los
instrumentos, o se propusieron siquiera.96 Sin embargo, puede sostenerse que la Depresión, al destacar la vulnerabilidad de la economía
ante las fluctuaciones externas, estimuló directamente (aunque no haya originado) los intentos del control estatal de la economía. 97
OBSERVACIONES FINALES
Ya deben estar claras las conclusiones principales de este capítulo, las que pueden resumirse como sigue: Primero, el efecto de la
Depresión norteamericana sobre los precios y el comercio exteriores se dejó sentir principalmente sobre el sector minero de propiedad
extranjera y sobre la cuenta de invisibles (salidas de beneficios) de la balanza de pagos, lo que amortiguó el choque en la agricultura y la
industria. Segundo, la Depresión aceleró el desplazamiento posrevolucionario hacia la agricultura comercial y las manufacturas como
motores del crecimiento, aunque la sustitución de importaciones no fue una característica de este periodo, ni la escasez de divisas
restringía la producción. Tercero, la banca y el comercio soportaron la carga principal del choque, recuperándose rápidamente a medida
que se expandía la producción real. Cuarto, en lo tocante a la distribución del ingreso, es probable que se hayan estabilizado los salarios,
reducido los salarios reales y deprimido severamente los ingresos de los campesinos, lo que produjo una participación mayor de los
beneficios. Quinto, la consecuencia principal de la Depresión fue la provisión de las condiciones necesarias para el fortalecimiento del
control estatal sobre la acumulación de capital y un acomodo perdurable con el sector privado nacional. Aunque este resultado refleja la
experiencia latinoamericana general, según se revela en este volumen, la Depresión fortaleció las tendencias existentes hacia la
restructuración de las economías nacionales. Pero la experiencia mexicana fue muy diferente del paradigma cepalino de una

89 Bennet y Sharp (1979).


90 Cavazos Lerma (1976).
91 FitzGerald (1979) hace esta observación al analizar la ineficacia de la política monetaria de los años sesenta y setenta.
92 El ensayo de Cárdenas que aparece en este volumen constituye un análisis excelente. Sobre el propio Pani, véase Rovzar (1978).
93 Cavazos Lerma (1976)
94 S. E. N. (1948), HMSO (1933).
95 Cavazos Lerma, (1976), Cárdenas (1982).
96 Proel (1973), Solís (1975), pp. 11-26, 106-120; en efecto, apenas en 1976 se creó la Secretaría de Programación.
97 Velasco (1981).

33
industrialización forzada con sustitución de importaciones bajo la restricción de las divisas: una diferencia surgida de la apertura de la
economía mexicana y la naturaleza posrevolucionaria del Estado mexicano.
Nuestro examen del efecto de la Depresión se ha confinado a la “economía política”, donde hemos sugerido que hubo una continuidad
sustancial, por lo menos de la lógica estratégica. Sin embargo, hubo claramente un considerable cambio político, e incluso […]

3. C. ANGUIANO, Arturo
El estado y la política obrera del Cardenismo
4ª edición, Ediciones Era, México 1980
Págs. 11-105, 127-139
1. LA CRISIS ECONOMICA
El sistema capitalista es un sistema internacional en el que todas las naciones que lo integran se encuentran interrelacionadas y
en mutuo condicionamiento. De ahí que la gran crisis que estalló en los Estados Unidos en octubre de1929 se extendiera de
inmediato, como una "tempestad económica" (W. Churchill), a todo el mundo, excepto la Unión Soviética. La universalidad que la
crisis alcanzaría estaba determinada por la universalidad del sistema: "Centros industriales y áreas coloniales a la vez, sin tieron el
impacto de la declinación general." 1
La crisis se desencadenó con la caída estrepitosa del mercado de valores de Nueva York 2, pero en el trasfondo estaba el comienzo
de la depresión económica que se percibía desde el verano: la sobreproducción superaba ya las posibilidades de d emanda del
consumidor y de la inversión, lo que conducía necesariamente a la reducción de la actividad productiva, aunque aún esto en un
grado mínimo. El derrumbe de la bolsa de valores sería, justamente, el catalizador que precipitaría la crisis: la produ cción se
contrajo y en los tres años siguientes la situación económica se agravó de una manera sin precedentes; 3 cientos de fábricas
cerraron sus puertas o redujeron sus turnos, y lanzaron a la calle a cientos de millares de obreros. El número de desocupa dos, ya
en 1923, superó la increíble cifra de 13 millones. En los países de Europa y en Japón las proporciones de la crisis fueron similares.
El comercio internacional se redujo a menos de la mitad de lo alcanzado en 1929. El mercado mundial estaba al bord e del colapso.
En América Latina la crisis se produjo de inmediato, asumiendo "dimensiones catastróficas" motivadas por la estrecha dependen cia
respecto a los países dominantes, como los Estados Unidos, y por la consiguiente integración en el mercado mund ial. Sin embargo,
la crisis provocaría también un cambio en la estructura de la dependencia, al entrar en crisis la economía exportadora y reci bir
impulso la industrialización. 4
Crisis general
En México, la mala situación económica que se manifestaba desde antes de 1929, sobre todo por haberse reducido la producción
petrolera, 5 vino a agravarse considerablemente, y el catalizador determinante de esta situación fue la caída de los precios de la
plata y la consiguiente crisis minera.
La minería era esencial en la economía. Controlada casi en su totalidad por los capitalistas extranjeros 6 y orientada hacia la exportación,
constituía, junto con el petróleo, el elemento fundamental que daba al país el carácter de proveedor de materias primas con el que se le
integró al mercado mundial. La producción minera era considerada una de las principales riquezas del país y "la cuerda que mueve a las
ruedas de la industria y el comercio, así como a la agricultura, con el concurso de otras fuerzas”. 7 Mediante los impuestos a la exportación,
el Estado obtenía buena parte de sus recursos financieros, y los trabajadores percibían de la industria minera salarios que, aunque
raquíticos, permitían al comercio vender sus productos, y estimulaban la producción rnanufacturera y la agricultura, con lo cual la débil
economía nacional podía sostenerse.
La crisis minera, sobre todo la crisis de la plata, de la que México era productor esencial en el mundo, significaba, pues, una crisis nacional.
8 Con la caída del precio de la plata en el mercado mundial, la industria minera sufrió una crisis sin precedentes. Pronto el oro, el cobre, el

plomo, el cinc, los principales metales y minerales producidos, siguieron a la plata en su declinación. Desde principios de 1930, la
Secretaría de Industria, Comercio y Trabajo empezó a recibir solicitudes de paro de algunas empresas y en mayo había ya unos 14 mil
obreros despedidos. Durante los meses que siguieron, muchas empresas mineras pararon y otras redujeron considerablemente su
producción, lo cual significó un enorme aumento de trabajadores lanzados a la calle. El gobierno de Ortiz Rubio concedió facilidades
excepcionales, suprimiendo muchos trámites establecidos en las Juntas de Conciliación y Arbitraje, para que las compañías mineras
efectuaran el reajuste obrero. 9 Asimismo, los salarios de los trabajadores mineros se redujeron, y la capacidad de consumo de un
importante sector de la sociedad se limitó de modo considerable, con las consecuencias naturales en la industria, el comercio y la
agricultura.
La situación de la minería se agravó más aún cuando, por las medidas proteccionistas que los países consumidores de la materia prima
impusieron, grandes cantidades de metales tuvieron que almacenarse. La sobreproducción minera no se eliminó fácilmente con los
reajustes y paros, sino que, en los años de crisis, hubo momentos en que incluso aumentó o por lo menos se mantuvo en un nivel
estacionario, debido al progreso técnico, a los procedimientos selectivos de explotación de la industria, al descenso de los salarios obreros,
a la disminución del valor de la moneda e incluso a cierta ayuda (reducción de impuestos) que la Secretaría de Hacienda otorgó a las
empresas mineras. 10 En realidad, la producción minera dependía estrechamente de las oscilaciones de los precios en el mercado mundial.
Tomando la menor elevación como señal de que el panorama iba a mejorar, los empresarios mineros impulsaban la producción. Sin
embargo, el valor de la producción, expresado en los precios, era el que no subía e incluso iba en descenso.
El petróleo era otro de los productos esenciales que vinculaban a México al mercado mundial como productor de materias primas.
34
Dominada por el capital extranjero y, por lo mismo, explotada en función de las necesidades e intereses de los países imperialistas, la
industria petrolera disminuyó progresivamente su producción a partir de 1922 cuando los yacimientos petrolíferos de Venezuela empezaron
a ser explotados. Las condiciones políticas de México, particularmente la actitud de los gobiernos posrevolucionarios en relación con las
empresas petroleras, también fueron determinantes en la actitud que éstas asumieron: despreocuparse de: impulsar la producción en
México. La crisis de 1929 agudizaría el descenso de la producción petrolera, trayendo consigo consecuencias similares a las de la crisis de
la minería, es decir: desempleo, reducción de los salarios y de los impuestos que el Estado percibía. Ello debilitaba la capacidad de consumo
de un importante sector de la población y, por lo mismo, afectaba el comercio, la industria y la agricultura. 11
A la crisis de la minería y el petróleo se aunó la crisis de la agricultura. En 1929 las cosechas se perdieron a causa de fenómenos naturales
(heladas, sequías, inundaciones); los principales productos alimenticios, el maíz y el frijoI, se redujeron extraordinariamente. La cosecha del
primero dio un 71% de lo recogido en 1928, y la del segundo sólo el 58%. En relación al año citado las pérdidas del maíz fueron de 629 mil
toneladas y las del frijol de 73 mil. Tal situación hizo necesario que se importaran los productos mencionados en grandes cantidades. De
esta manera, la crisis repercutió más duramente en las masas trabajadoras. La crisis minera, al reducir el poder adquisitivo de los
trabajadores de las minas, afectó considerablemente el mercado de los productos agrícolas y si a esto se agrega la crisis de la agricultura,
la crisis general se agrava, pues al mismo tiempo que las masas pierden sus ingresos el costo de la vida aumenta, por lo que su
alimentación se vuelve más cara. En la zona algodonera de La Laguna, que se caracterizaba como un sector esencialmente capitalista y
orientado hacia la exportación, la crisis se manifestó en la quiebra de, varias empresas comerciales y en el desempleo de miles de
trabajadores. A principios de 1930 se calculaban ya en 20 mil los jornaleros empujados al ejército de reserva. 12 Durante los dos años
siguientes la agricultura se mantuvo en una situación crítica, agravada por la reforma monetaria de junio de 1931, que trajo como
consecuencia la reducción de los precios de los principales productos agrícolas, tanto los de primera necesidad como los destinados a la
exportación. Esto disminuyó las ganancias de los hacendados, quienes algunas veces, ante la perspectiva de mayores gastos, prefirieron
abandonar sus productos sin cosecharlos.13
La situación del campo era de las más críticas, y esto se debía sobre todo a la estructura agraria prevaleciente. Podemos decir que existía
una situación de compromiso, cuya característica esencial era la persistencia del latifundio y de millones de campesinos reducidos a la
condición de jornaleros, con un salario raquítico, incapaces, por su miseria, de convertirse en una amplia base del mercado nacional que
impulsara el desarrollo de la industria y, con ello del comercio. Los campesinos sin tierra, convertidos en jornaleros durante épocas de
cosecha o siembra, y los campesinos sin empleo y por lo mismo, sin ingresos, envueltos en la miseria, difícilmente podían constituir un
factor económico positivo. Junto con sus famillas constituían las dos terceras partes de la población del país, de modo que pesaban
enormemente y eran un muro de contención para el desarrollo industrial de México. No obstante que la reforma agraria había sido uno de
los principales objetivos de la revolución mexicana, en realidad la estructura del campo no había sufrido cambios decisivos. En 1930
existían 13 444 hacendados que monopolizaban el 83.4% de toda la tierra "disfrutada en propiedad", mientras que 60 mil pequeños y
medianos propietarios usufructuaban el resto.
La tierra que poseían 668 mil ejidatarios representaba 1/10 de la que estaba en manos de los latifundistas, y en la base de la pirámide
social se encontraban 2 332 000 peones sin tierras. 14
No obstante tal situación, en 1930 el gobierno consideró que era necesario terminar el reparto agrario, y pronto esto se convirtió en la
política oficial. 15 El secretario de Agricultura y Fomento afirmó en la Cámara de Diputados que el objetivo de tal política era rehabilitar el
crédito agrícola, estabilizar los valores de la tierra, procurar el incremento de la producción y combatir la crisis económica. 16 Esta política
beneficiaba directamente a los hacendados y legalizaba la situación de compromiso entre los interese económicos, sellando el destino de la
industria nacional. Era una respuesta a la campaña que los diversos sectores capitalistas habían intensificado con la crisis económica.
Éstos consideraban la reforma agraria como un instrumento político mediante el cual los líderes manipulaban a los campesinos con fines
electorales, y hacían hincapié en la “incertidumbre” que el reparto de tierras creaba entre los propietarios, tanto los que temían que sus
tierras fueran repartidas, por lo cual no sabían qué parte podían sembrar sin peligro de perder sus cosechas, como los ejidatarios que, por
la manipulación de los políticos, no entraban en posesión definitiva de sus tierras. Esta situación se traducía en la ausencia de crédito para
las labores del campo. De lo anterior se llegaba a la conclusión de que era necesario dar "garantías" a los propietarios agrícolas para que
éstos trabajaran sus tierras. Las diversas organizaciones empresariales de agricultura, y comercio, sobre todo, eran las que impulsaban la
campaña para dar por terminado el problema agrario. 17 Pronto los gobiernos de los estados empezaron a considerar terminado ese
problema en su región, o declaraban que en un plazo de dos o tres meses estaría resuelto. En diversas entidades federativas, los trabajos
de la Comisión Agraria fueron clausurados. Los viejos latifundistas y los nuevos, creados por la revolución, se mostraban realmente
satisfechos con la política que el gobierno había dictado en su favor. 18
De haberse proseguido tal política agraria, las consecuencias a largo plazo podrían haber asestado un golpe de muerte al desarrollo
industrial del país, por lo cual, con Abelardo Rodríguez en la presidencia, el reparto de tierras se reanudo débilmente. La consecuencia
inmediata no se hizo esperar, los campesinos habían sido vencidos en la revolución, en parte por la promesa de tierras que el Ejército
Constitucionalista había hecho, y se mantuvieron en calma durante los años siguientes, gracias a la misma política y al reparto que los
gobiernos de Obregón y Calles realizaron en las regiones en las cuales la situación agraria era más explosiva. Al dar por terminado el
problema agrario en una coyuntura en la que imperaba el latifundio y había dos millones y medio de campesinos sin tierra, el gobierno
renunciaba a la poderosa arma que había blandido para impedir la vuelta de la insurgencia campesina, y los hombres del campo, que ya no
se sentían obligados a apoyar al régimen, empezaron a manifestar su descontento.
La crisis de la minería y el petróleo y la crisis de la agricultura influyeron gravemente en la crisis de muestra incipiente industria. Como en
otros países de América Latina, en México, desde muchos años antes de 1929, se había venido desarrollando la industria de
transformación, principalmente en su rama textil. Durante los años veinte se produjo un flujo de capitales hacia la industria, se establecieron
nuevas empresas (montaje de automóviles, empacadoras, fabricación de llantas, etcétera) que desarrollaban su estructura, y esto se
reflejaba en la producción: en 1930, a la industria alimenticia correspondía el 33% de la producción, el 28% a la textil, el 26% a las
35
industrias de construcción, electricidad, madera y muebles, papel, vidrio, etcétera y el 13% a las industrias química y siderúrgica. En 1929
había 21 506 fábricas y talleres registrados en la Secretaría de Industria, Comercio y Trabajo, de los cuales 7 759 pertenecían a la industria
alimenticia, 1 896 a la textil, 1 967 a las “industrias de los metales” y 1 953 a la química.l9 Sin embargo, la mayor parte de la industria de
transformación, al igual que la minería, el petróleo y la agricultura de exportación, estaba en manos de capitalistas extranjeros e incluso
algunas dependían, para su actividad, de la importación de materias productivas. 20 El gobierno tenía como una preocupación esencial el
desarrollo de la industria, por lo que concedió todas las facilidades necesarias para que se instalaran nuevas empresas, e inclusive les
proporcionaba ayuda.
El debilitamiento del poder de compra de grandes masas trabajadoras, provocado por el desempleo, los bajos salarios y el aumento del
costo de la vida, este último motivado principalmente por la crisis de la agricultura, afectó de modo considerable a la industria del país, la
cual se vio envuelta de lleno en la crisis. No obstante la pequeñez de la industria, y su reducida capacidad productiva, la crisis se expresó
mediante la sobreproducción de mercancías que, ante la restricción de su mercado habitual, se vieron acumuladas a las puertas de las
fábricas o en los almacenes de los comerciantes. Los industriales intentaron resolver la crisis cerrando unos sus puertas, reduciendo otros
su actividad productiva de tres a dos turnos o a un solo turno, lo que acarreó el aumento del número de miles de obreros lanzados a la calle
y la reducción de salarios a los que continuaban trabajando:21 La industria textil, destinada principalmente a las grandes masas, sufrió la
crisis de sobreproducción al grado de que a mediados de 1930 apenas si alcanzaba a vender la mitad de sus productos; la natural caída de
los precios agravó la crisis y aumentó el desempleo. 22 La reducción del tiempo de trabajo en las fábricas, con la reducción consiguiente de
la producción, agravaba la crisis de la minería, pues el consumo de metales del proceso productivo industrial se redujo considerablemente,
por lo que aumentaron las cantidades de productos mineros almacenados. Al mismo tiempo, la industria textil dejaba de consumir grandes
cantidades de algodón, perjudicando así a la agricultura. También la electricidad y los transportes, principalmente los ferrocarriles, eran
afectados por la crisis industrial, la crisis minera y la crisis agrícola, pues la reducción de las actividades productivas en estos campos
llevaba consigo la disminución del consumo de energía eléctrica y un descenso de actividad en los ferrocarriles.
Sin embargo, en México, como en Brasil y Argentina, la crisis suscitó un proceso que impulsaría el desarrollo de la industria: la sustitución
de importaciones. Ante el cierre virtual del mercado internacional, debido a la reducción de la capacidad para importar, es natural que una
economía dependiente de las múltiples mercancías extranjeras para su subsistencia buscara los medios para sostenerse y salir adelante en
la obtención de productos de los que no podía prescindir. La industria instalada en el país empezó a producir nuevos productos que antes
se importaban, con lo cual al mismo tiempo que utilizaba más sus equipos productivos, penetraba en sectores del mercado nacional que
antes estaban reservados a las mercancías provenientes del exterior, sobre todo de los: Estados Unidos. 23 Asimismo, la crisis de
sobreproducción intensificó la competencia entre las diversas empresas, lo que hizo que algunas de ellas mejoraran su organización y sus
métodos productivos. Esto les permitió reducir sus costos y situarse ventajosamente en relación a aquellas que no tenían más "capacidad
de competencia" que la rebaja de los salarios y el desempleo.24 Este fenómeno era en realidad muy incipiente.
Ese proceso sustitutivo de las importaciones se puede observar con más claridad examinando el comercio exterior a través del cual la crisis
económica mundial penetró en el país. El mercado internacional vivió en grave crisis al reducirse el intercambio de productos entre las
diversas naciones a menos de la mitad de lo que había sido hasta el momento de estallar la crisis. Los países productores de materias
primas fueron los más afectados. Como en México los sectores fundamentales de la economía –petróleo, minería, agricultura de
exportación- estaban destinados a los países industria1es metropolitanos, de los cuales se dependía estrechamente, era natural que
la debacle económica .se introdujera a través de tales sectores, con la amplitud y las características que hemos analizado. El
comercio exterior del país disminuyó lo suficiente para hundirnos en una aguda crisis económica. Durante los años de crisis l as
exportaciones y las importaciones se redujeron. En ello fue determinante la política proteccionista que los Estados Unidos reforzaron
en 1930 con la ley Hawley-Smoot, que elevó los impuestos a la importación. 25 Y esto se entiende si se toma en cuenta que durante
los seis años que siguieron a 1929, para tomar cifras globales, más del 60% del total de importaciones y el 58'% de exportaciones de
México se hacían con los Estados Unidos. 26
Durante algunos meses de 1930 se elevaron las importaciones -aunque sin alterar el bajo resultado final-, siendo las más
importantes las de máquinas y vehículos tales como maquinaria para pozos petrolíferos, máquinas de escribir, de coser y sumar,
locomotoras, carros de carga para ferrocarril, que no significaron mucho en el desarrollo de la industria, pues no implicaron la
instalación en gran escala de capital fijo que renovara los métodos de producción. También se importaron productos manufacturados
utilizados en la construcción (fibras textiles, hierro y acero, etcétera). 27 En realidad, lo que habría de impulsar el desarrollo de la
industria no era tanto la instalación de nuevas empresas o el mejoramiento técnico, sino la, producción para el mercado nacional. No
se trataba de un fenómeno puramente mexicano, pues adquirió proporciones continentales, más precisamente latinoamericanas. En
México como en Argentina, en Chile como en Brasil, el proceso de sustitución de importaciones se desarrolló conforme a las
características particulares que la penetración del imperialismo y la dependencia habían adquirido en cada país. 28
En México, el gobierno favoreció e impulsó la sustitución de importaciones, convirtiéndola en una política de fomento a la
industrialización. En su informe del primero de septiembre de 1931, Ortiz Rubio decía:
Comienza a acelerarse el proceso de desenvolvimiento de la industria nacional. La Secretaría de Industria ha incitado, fomentado
y protegido esta actividad de industrialización. 29
Y en efecto, los aranceles y otras facilidades beneficiaron a la industria. Sin embargo, la situación contradictoria se expresaba en el
raquítico mercado interno, agravado por la crisis: la industria del país tenía ante sí enormes posibilidades para su desarrollo: la crisis
mundial y los aranceles cerraban el paso a los productos extranjeros que estaban muy por encima (en calidad y costo) de los que en
México podían fabricarse, las necesidades de las masas eran enormes y requerían cada vez una mayor producción. Sin embargo, las
masas trabajadoras eran las que más habían sufrido la crisis, viendo extraordinariamente reducido su poder adquisitivo, por lo que la nueva
y la vieja producción industrial no podían encontrar compradores en el mercado, Además, debido a la situación de compromiso que existía
36
en el campo, había muchas regiones del país que se encontraban al margen de las actividades productivas del mercado, etcétera;
El escaso poder de absorción de nuestro medio es el mayor obstáculo para el desarrollo de nuestro sistema industrial y para la
consolidación de nuestra economía. Hay millares de famillas para quienes podrían desaparecer radicalmente del mercado la mayor
parte de los artículos de consumo, sin que su vida fuera afectada en lo más mínimo. 30
De esta manera, no obstante las grandes posibilidades que se le abrían a la industria con el proceso sustitutivo de las importaciones, la
ruda realidad de la miseria de las grandes masas trabajadoras se levantaba como un obstáculo imponente que era indispensable vencer.
El Estado y la economía
La crisis financiera estaba estrechamente ligada con la política monetaria del Estado. Los bancos constituyeron uno de los sectores
capitalistas que más fácilmente se adaptaron a la situación posrevolucionaria para aprovecharla en su beneficio. Con la convención
bancaria de 1924 y la legislación que de ella resultó, los bancos y las instituciones de crédito entraron en estrechó contacto con el Estado y
se desarrollaron. 31 Durante el primer año de la crisis, los bancos fueron un sector económico poco afectado, en relación con los demás. La
crisis de la economía redujo cada vez más los campos de acción de las instituciones de crédito, pues la atmósfera económica no prometía
muchos beneficios y por ello se dedicaron a especular con la moneda. Esta especulación se fue intensificando hasta que “se abrió una
brecha en sus trincheras” y los banqueros fueron lanzados, con la depreciación de la moneda, al vórtice de la crisis. 32
Desde mediados de 1930, la moneda de plata empezó a depreciarse. Esto era un efecto directo de la crisis de la minería, la industria,
agricultura y el comercio, que disminuyó considerablemente las operaciones mercantiles. Como consecuencia cierta cantidad de moneda
de plata no pudo seguir circulando, pues ya era innecesaria para el mercado y fue acumulándose. La situación se agravó por la demanda
de dólares para la importación de los productos agrícolas que la pérdida de las cosechas hicieron necesaria y por la reducción de la entrada
de esa divisa, motivada por la crisis de todo el sector de la economía orientado hacia la exportación. Como los dólares se compraban con la
plata, que en esos momentos abundaba, se produjo la baja de la moneda. Para detener esa baja, el gobierno creó, a principios de 1931,
una Comisión Reguladora de Cambios, cuyo objeto era mantener el valor del peso. Sin embargo, esta pronto se vio obligada a abandonar
tal labor, y a partir de entonces la moneda cayó progresiva y aceleradamente.
La crisis de la moneda de plata estaba íntimamente relacionada con todo el sistema monetario imperante el país. Existía un bimetalismo –
oro y plata- según el cual la moneda de plata se consideraba complementaria de la de oro. Como cada uno de esos metales tenía su propio
va1or estaban sometidos a las oscilaciones del mercado mundial, era inevitable que existieran constantes disparidades en la expresión de
los precios de un metal al otro y en la expresión de los precios de las mercancías. El descenso de la plata y las grandes acuñaciones de
moneda de plata que caracterizaban la política inflacionista de los gobiernos posrevolucionarios, destinadas a cubrir el presupuesto
gubernamental, así como los gastos impuestos por las rebeliones militares contra los gobiernos de Obregón y Calles, transformaron a la
moneda complementaria, de manera progresiva, en fundamental, desplazando al oro en las transacciones del mercado, aunque éste
seguía utilizándose. Así la plata quedaba en desnivel en relación con el oro.
Durante el mes de mayo de 1931, la moneda de plata bajó más aún en relación con el oro, lo que se tradujo en la precipitada sustitución de
aquélla por la moneda de oro y en el consiguiente atesoramiento de esta. La Secretaría de Hacienda adoptó medidas de emergencia
consistentes en acordar con los bancos un sistema de cotizaciones uniformes de la moneda que serían respaldadas por el gobierno, y en la
compra, a partir del 30 de abril, de grandes cantidades de plata, con el propósito de disminuir el volumen circulante innecesario. Al mismo
tiempo, los bancos mas importantes de la Ciudad de México formaron una "liga" para defender a la moneda de plata y, al igual que el
gobierno, iniciaron compras de este metal.35 Sin embargo, tal acción no fue suficiente para detener la irremediable caída de la moneda de
plata y, en los dos meses siguientes, los bancos sufrirían una acometida despiadada por parte de la gente, que exigió la devolución de sus
depósitos en oro. La designación del ex-presidente Calles como presidente del Consejo Directivo del Banco de México fue el prólogo que
anunció la reforma monetaria del 25 de julio. Ésta dio poder deliberatorio a la plata, prohibiendo sus acuñaciones, y declaró libre la
importación y exportación del oro que, según la nueva ley, perdía su función monetaria y se cotizaba como mercancía. Al mismo tiempo se
reestructuraba al Banco de México, suprimiendo todas sus actividades comerciales y destinándolo tan sólo a sus funciones de banco
central.
La reforma monetaria no sólo no. mejoró el estado de cosas existentes, sino que hundió a la economía nacional en una profunda deflación
monetaria, que desde fines del mismo año se dejó sentir. De la inflación se pasó a la deflación, y los efectos económicos de esta última
fueron de una gravedad extrema, a tal grado que según Pani “causó a la nación mayores daños que […] las dos últimas rebeliones
militares”. 36
A causa de la desmonetización del oro, la moneda de plata fue requerida para las operaciones del mercado, pues todas las que antes se
hacían en oro ahora debían hacerse en plata. Al mismo tiempo, las deudas que se habían adquirido en oro también se saldaban con plata.
De esta forma, al intensificarse la necesidad de la moneda de plata, y con la prohibición de acuñar más, ésta empezó a escasear, lo cual
provocó la reducción de los precios, de los salarios, etcétera. La moneda empezó a ser atesorada, con lo que el faltante de medios de pago
se acentuó. Todo esto restringía el crédito que, a su vez, provocaba “una epidemia de bancarrotas y una intensificación del
empobrecimiento general” (Pani) y también más paros que incrementaban el desempleo y afectaban los ingresos fiscales del gobierno,
aminorando el poder de compra y agudizando la crisis económica general. Inclusive, se dio el caso de que en varias regiones del país -
según las Cámaras de Comercio-, ante la falta de dinero, los comerciantes volvieran al trueque, es decir, al intercambio directo de
mercancías. 37
Esta aguda crisis deflacionista se había de superar con la reforma monetaria del 9 de marzo de 1932, llevada a cabo por el nuevo
secretario de Hacienda, Pani, que había iniciado su gestión el 14 de febrero. Pani había estado en esa Secretaría durante los gobiernos de
Obregón y Calles; el fue quien realizó la reforma hacendaria de 1924, que proporcionó al Estado los recursos necesarios para impulsar su

37
labor de construcción de la infraestructura económica, imprescindible para el desarrollo industrial del país. 88 De esta manera, con su
experiencia, Pani pudo realizar una reforma que detendría la agravación de la crisis monetaria y permitiría mejorar la situación económica
general.
El objetivo de la nueva reforma era, en términos de Pani, "hacer cesar la deflación sin caer en la inflación", para lo cual se inició la
acuñación de monedas de plata y de billetes de banco, que fueron puestos en circulación con la esperanza de que también el dinero
atesorado volviera a circular. Con estas medidas la situación económica cambió de inmediato: ·los precios de las mercancías aumentaron,
las quiebras comerciales disminuyeron, los .paros en la industria redujeron su frecuencia, la base del crédito se ensanchó y el gobierno,
aliviado, percibía sus ingresos fiscales con menos dificultad. La máquina económica reanudó, su marcha, el mercado se revitalizó. 39 Como
lo anterior no era suficiente para superar la inestabilidad de la moneda, también se ordenó la constitución de la reserva monetaria, que con
la reforma de junio de 1931 era meramente simbólica. Para lograr esto, se acordó que con la diferencia obtenida mediante la acuñación de
monedas de plata (es decir: la diferencia entre su valor metálico y el que se le asignaba), se comprara el oro necesario para integrar la
reserva.
La política monetaria, seguida por el Estado, al devaluar la moneda respecto al dólar, fue un factor importante para atenuar los
efectos de la crisis en los capitalistas. Al abaratarse la moneda se cierra el paso a la importación, la cual tiende a reduci rse, pues la
capacidad de consumo en el mercado mundial se limita. Esto permite que se efectúe un mayor consumo de los productos
fabricados en el país y constituye un estímulo para la industria, que se refuerza con la limitación de la·competencia extranj era.
Asimismo, los costos de producción se reducen al disminuir más aún los salarios de los trabajadores. Esta situación permite que
toda la economía orientada hacia el exterior pueda ofrecer sus productos en el mercado internacional a precios reducidos. Al bajar
el valor de la moneda, los precios de todos los productos se elevan, con lo cual se incrementan las ganancias de los capitalistas. 40
Este mecanismo que el Estado utilizó, puede muy bien definirse como de "socialización de las pérdidas", lo que en palabras má s
claras y directas significa que todo el peso de la crisis económica se hizo recaer en las masas trabajadoras del campo y la ciudad. Éstas
habían sufrido duramente la crisis: los despidos masivos, la reducción de los turnos de trabajo, los salarios insignificantes , aunados
a la carestía de la vida, las lanzaron a una situación extraordinariamente miserable. La reforma monetaria de 1932 sería un éxito y
adelantaría la recuperación económica, pero las masas trabajadoras se verían cada vez más empobrecidas.
La crisis de la economía mexicana fue producida esencialmente por la crisis de la economía mundial, aunque antes de que ésta
estallara se percibía ya un descenso general en la economía del país. Puesto que los principales sectores de la economía eran
dominados por los capitalistas extranjeros, quienes producían según sus intereses particulares, sin importarles el desarrollo del
país,41 la economía nacional estaba deformada por su dependencia al capital extranjero, es decir, al imperialismo. El Estado
mexicano, surgido de la revolución de 1910, se esforzaba por impulsar el desarrollo industrial del país y hacía todo lo que estaba de
su parte para ello. Las comunicaciones, las obras de riego, todo lo que constituye la infraestructura económica, esencial par a el
desarrollo, fue una tarea que los gobiernos de Obregón y Calles se encargaron de impulsar, construyendo también los cimientos de
la estructura financiera, indispensable para poner en movimiento la actividad económica. Para hacer todo esto, el Estado depe ndía
de sus ingresos, de los cuales una cantidad considerable provenía de los impuestos a la exportación que pagaban la minería, el
petróleo y la agricultura. Como es fácil comprender, la crisis económica, con la crisis del comercio exterior, afectó las fin anzas del
Estado. En 1930, la diferencia de ingresos en relación a 1929 era de tres millones de pesos, mientras que los egresos aumentaron,
y había un déficit de más de 18 millones. Tan sólo en el primer semestre de 1931 existía un déficit de 40 millones de pesos. Esta
situación llevó al gobierno de Ortiz Rubio a reducir sus gastos, en la administración pública, los cuales se fueron recortando al máximo, y a
disminuir los salarios de los empleados del gobierno, tanto civiles como militares. Todo esto no logró que la diferencia entre los ingresos y
los egresos de la hacienda pública disminuyera lo suficiente hasta llegar a un equilibrio. El déficit se mantuvo.42 En cifras globales, los
gastos del gobierno disminuyeron una cuarta parte de 1930 a 1932, con lo que el desarrollo de los transportes y las comunicaciones se vio
afectado.43
También en este campo la reforma monetaria de marzo de 1932 provocaría resultados favorables. El primer trimestre de ese año se había
significado porque el gobierno percibió menos recursos provenientes de los impuestos que en cualquier otro trimestre posterior a 1929. Ante
esto, el viraje fue excepcional, pues la reforma fue el punto de partida del aumento de los ingresos fiscales. Esto se traducía en un mayor
impulso de la obra del Estado, destinada a desarrollar la industrialización.44
Otra de las preocupaciones fundamentales del Estado era la de crear el "clima de confianza" adecuado que permitiera que los capitalistas
se animaran a invertir en la economía del país, principalmente en la industria. Se pensaba que el obstáculo mayor para el desarrollo de la
industria era, justamente, la carencia de capitales, y los capitales los tenían sobre todo los inversionistas extranjeros. De aquí resultó que,
además, además de reanudar el pago de la deuda exterior, se suspendiera el reparto agrario. Sin embargo, esta política no fructificó a
causa de la crisis mundial, y la inversión de capital extranjero disminuyó durante esos años. No volvería a ascender hasta los años
cuarenta, con motivo de la guerra mundial.46
2. LA CRISIS Y LOS TRABAJADORES
La dispersión sindical
La crisis económica afectó gravemente a los trabajadores, quienes, cuando estalló se encontraban en una situación extremadamente
crítica. Los trabajadores venían de una época de intensas y sangrientas luchas que habían culminado con la desorganización del
movimiento obrero independiente y con la ruda sujeción de los trabajadores por la Confederación Regional Obrera Mexicana (CROM),
organización apoyada decisivamente por el nuevo Estado que se había empezado a estructurar a partir del triunfo de la revolución de 1910.
En efecto, el Estado asumió una política de conciliación de clases, cuyo fin esencial era fortalecerse a sí mismo e impulsar el desarrollo
industrial del país. Para lograr esto, los gobiernos posrevolucionarios se preocuparon por controlar al movimiento obrero, el cual había de
38
servirles como una importante base social de apoyo y como un instrumento contra los sectores sociales privilegiados que se oponían al
régimen, para exigirles su colaboración en la tarea de desarrollar la economía nacional. Asimismo, el control del movimiento de los
trabajadores era esencial para el Estado, pues así podía regularlo y evitar que se desencadenara en forma tal que se pudiera
convertir en una fuerza perturbadora que hiciera peligrar el nuevo orden en construcción.
Tal política se instrumentalizaría, justamente, con la CROM. Esta organización, dirigida por Luis N. Morones se desarrolló du rante
los años de 1920 a 1928, bajo la protección y el estímulo de los gobiernos de Obregón y Calles. Durante el periodo de este último,
Morones se convirtió en secretario de Industria, Comercio y Trabajo, y aprovechó el puesto para aglutinar a núcleos cada vez más
amplios de obreros, los cuales proporcionarían a la CROM una fuerza incomparable. La CROM, que contó siempre con la ayuda del
Estado,47 respondió a ese apoyo subordinando a los trabajadores e integrándolos a la política oficial. Asumió sin reservas la política
de conciliación de clases, 48 con lo que se convirtió en enemiga mortal de todos los sectores obreros que no compartían esa política
y que se mantenían independientes de los designios moronistas y del Estado. Así, desde inicios de 1925 se empieza a reprimir y
someter intensamente al movimiento obrero independiente, y se estrecha más aún la dominación de los sindicatos adheridos a la
CROM mediante el control de las huelgas por parte de la dirección moronista. 49 A través de la Secretaría de Industria y de las
Juntas de Conciliación y Arbitraje, la CROM se lanzará reforzada contra los sindicatos independientes, declarando ilegales sus
huelgas, saboteándolas con esquiroles, corrompiendo a los líderes independientes menos consistentes para que dividieran sus
organizaciones. De repente, el movimiento obrero se veía sumergido en "una etapa de terrorismo" que envolvió a todo el país. 50
Cuando tales medidas de la CROM y de la Secretaría de Industria no bastaban para someter a los obreros "rojos" -como les
llamaban-, entonces el Estado recurría al ejército. La década de los veinte se caracterizó, en el movimiento obrero por los
sangrientos choques entre trabajadores y soldados. La política que la CROM y el Estado llevaron a cabo para someter a los obreros
independientes, sin una dirección propia, pero dispuestos a defenderse, fue despiadada. Los obreros rojos respondieron con todas
sus fuerzas a la ofensiva: huelgas que se combinaban con mítines, manifestaciones, enfrentamientos con los esquiroles y los
grupos de choque moronistas, la represión aniquiladora del ejército. Los obreros se defendieron con todas sus fuerzas, fuerzas que
cada vez se iban minando más. Estos sucesos caracterizaron esa época en que la CROM se impuso en el movimiento obrero, con
la ayuda y el estímulo del Estado. Los trabajadores autónomos "rojos", resistieron encarnizada y heroicamente, pues estaban
decididos a conservar su independencia; pero su energía y decisión no fueron suficientes y la CROM y el Estado los dominaron. 51
Había sido un largo periodo de luchas de resistencia que se tradujeron en sangrientas derrotas. Al final de los años veinte, el movimiento
obrero independiente se encontraba mortalmente herido.
En tales circunstancias, la crisis económica encontró al movimiento obrero sin fuerzas, desmoralizados, sin confianza en ninguna
organización sindical ni en su energía propia. Unos obreros arrastraban su derrota y otros, aquellos que habían sido adheridos a la CROM
por sus líderes, estaban agobiados por los métodos moronistas, independientemente de que empezara la caída de la CROM.
La crisis económica afectó el nivel de vida de los trabajadores y los lanzó a la miseria, aumentando su desmoralización y sumergiéndolos
en un estado de postración sin precedentes. Esto se entiende si analizamos la manera en que se manifestó la crisis en la condición de las
masas trabajadoras. Como lo hemos podido observar, las primeras y más graves consecuencias del colapso económico para la clase
obrera y los jornaleros agrícolas fueron el desempleo, los reajustes de millares de trabajadores que las empresas llevaron a cabo para
atenuar sus dificultades económicas, tanto en la minería como en el petróleo, en la agricultura como en la industria, en el comercio como en
las oficinas públicas. El Estado, en su afán de ayudar a los capitalistas a defenderse de la crisis, apoyó completamente esa medida, lo cual
hizo que en 1931 el volumen del desempleo se elevara a 287 400 personas y' alcanzara al año siguiente la cantidad de 339 300 que
conformaba el 7% de las fuerzas productivas con que contaba nuestra economía durante esos años.52 La reducción de turnos de trabajo,
además de la clausura de fábricas y otras empresas, fue uno de los métodos adoptados por los empresarios para reducir una producción
superabundante desde el punto de vista de la estrechez del mercado. Todo este inmenso ejército de reserva creado por la suspensión de
las actividades de las fábricas y la reducción de los turnos de trabajo, benefició natural mente a los patrones, pues al presionar sobre el
mercado de fuerza de trabajo permitieron que los salarios de los trabajadores que aún se encontraban frente a sus máquinas, en el fondo
de la mina, sembrando o levantando la cosecha, o en el seno de otras empresas, vieran disminuidos sus salarios de un modo tal que no era
suficiente para su sostenimiento y el de sus familias. Pero dentro del complicado mecanismo del empobrecimiento de la clase trabajadora,
existía·además otro resorte que ayudaba a los capitalistas a reducir sus pérdidas a costa del obrero: la disminución del tiempo de trabajo
destinado a la producción, dentro de los mismos turnos reducidos. Esto es: si antes de la crisis existían en las fábricas tres turnos de ocho
horas cada uno, ahora había, solamente uno o dos de sólo cuatro o seis horas. Todo este mecanismo armado por la burguesía con la
tolerancia y ayuda del Estado, se convirtió en un poderoso instrumento de "socialización de las 'pérdidas" y de acumulación de capital,
vivificado mediante la superexplotación del trabajo. No otra cosa significaba la fuerza de trabajo barata, los salarios miserables con los
que capitalistas extranjeros y nacionales retribuían el trabajo de los obreros mexicanos. 53
La pérdida de las cosechas que caracterizó a la crisis de la agricultura, aunada a las dos devaluaciones monetarias que el Es tado
realizó con el claro propósito de “socializar las pérdidas" de la crisis, protegiendo a los empresarios e impulsándolos a·reanudar la
producción de una manera más racional, elevó considerablemente el costo de la vida de las grandes masas trabajadoras, con lo que
se incrementó la superexplotación del trabajo que el conjunto de los industriales, comerciantes, etcétera, realizó durante esos años.
Que el Estado fue participante activo en esa política de empobrecimiento de los trabajadores-acumulación de capital, lo prueban no solo
las reformas monetarias y las facilidades para que las empresas reajustaran a los trabajadores, sino también el hecho de que el
gobierno llevó a cabo un plan de reorganización de los Ferrocarriles Nacionales, dirigido por el ex-presidente Calles -el "jefe
máximo"-, que tuvo como consecuencia el despido de la increíble cantidad de once mil trabajadores ferrocarrileros, quienes fueron
arrojados al ejército de reserva. 54
Otro de los factores que vinieron a agravar la crisis económica y aumentar el desempleo f ue la repatriación de mexicanos,
procedentes sobre todo de los Estados Unidos.
39
La repatriación ―escribe Moisés González Navarro― fue dejando una cauda de miseria a- lo largo de las poblaciones por las que
atraviesan los ferrocarriles.55
Para evitar que se convirtieran en un elemento explosivo, el gobierno concentró a muchos de esos d eportados en haciendas
agrícolas organizadas especialmente, pero no tardaron en fracasar, pues la mayoría de ellos eran trabajadores industriales y
terminaron emigrando a las grandes ciudades. El número de los que se reintegraron al país durante aquellos a ños fue de 69 570 en
1930, 124 990 en 1931 y 80 648 en el último año de la crisis: 1932.56 No sólo los trabajadores repatriados terminaron por encaminarse
hacia las zonas urbanas. Miles de campesinos, de jornaleros agrícolas, abandonaron también el campo, emigrando a las grandes
ciudades en busca de otros medios de subsistencia que les permitieran aumentar su raquítico nivel de vida. Los medios de
comunicación que el Estado venía construyendo fueron un estímulo que animó a los jornaleros miserables a romper con su medio
ancestral e introducirse en el mundo antagónico de la ciudad. 57 La migración interna durante esos años fue considerable e hizo que
la población total de las ciudades aumentara, provocando la disminución de los habitantes de las zonas rurales del país.58 Tal
fenómeno tendría una importancia fundamental en la política que el gobierno del general Cárdenas desplegaría, pues contribuía a
desarrollar una sociedad de·masas que iba a constituir la base material para las movilizaciones obreras características de la segunda mitad
de la década de los treinta: Los campesinos llegados a las ciudades, al convertirse en obreros, serían una masa muy maleable, pues su
falta de experiencia en la lucha sindical y su real mejoramiento de nivel de vida, en relación con el del campo, habría de convertirlos en un
sector social satisfecho que contribuiría a romper más aún las resistencias de los obreros industriales al dominio del Estado.
Toda esa crítica situación repercutió también en la organización de los trabajadores. El inicio del desmembramiento de la CROM coincidió
con la crisis económica. La todopoderosa CROM, la organización totalitaria que virtualmente había aniquilado todo movimiento obrero
independiente, empezó a declinara finales del gobierno de Calles, que le había otorgado todo su poder. La lucha entre las fracciones que
dominaban el Estado, encabezadas por Calles y Obregón, conduciría, al morir éste último, al sacrificio por parte de Calles de ese
importante aparato de dominación política que constituía la CROM. En 1928 estaban en juego dos perspectivas que podrían impulsar o
detener el desarrollo del país: la primera era la representada por Obregón, que significaba la continuidad del caudillismo característico del
inicio de los gobiernos posrevolucionarios;59 la segunda, que representaba el presidente Calles, estaba orientada hacia la consolidación
institucional, la legitimación y la imposición de las instituciones que, sobre todo durante su gobierno, se habían venido desarrollando
trabajosamente, las cuales conducían a la centralización del poder político en el Estado, superando la fragmentación territorial, económica y
política que definía al México posrevolucionario.60 Es evidente que esta última perspectiva era la que requería el desarrollo que había
alcanzado el país, pero es seguro que el nuevo gobierno de Obregón, aunque con reticencias, habría tenido que seguir1 la senda que él
mismo había ayudado a abrir.
La CROM, como fuerza de apoyo esencial de Calles, chocó con Obregón, lo que marcó su declinación definitiva. Los ataques y
acusaciones que recibiría con la muerte del caudillo, en una situación política de aguda crisis obligaron a Calles, no obstante el enorme
poderío que entonces adquirió, a facilitar, al romper con ella, el golpe de muerte a la CROM.61 Es evidente que Calles no rompió de manera
voluntaria con la CROM, sino que se vio obligado a ello ante la incontenible presión de los sectores obregonistas. Con esto, Calles se
sacudía el desprestigio de Morones y de los métodos de la CROM, que entonces eran violentamente denunciados por los obregonistas,
pero en realidad nunca rompería en definitiva con Morones. El presidente provisional; Portes Gil, enemigo acérrimo de la CROM desde sus
tiempos de gobernador de Tamaulipas, desplegó una lucha a fondo contra la organización y esto sería un catalizador de la descomposición
de la misma.62 A pocos días de la acometida contra la CROM, ésta empezó a sufrir la escisión de contingentes obreros, que proseguiría
lenta pero casi de modo ininterrumpido. La renuncia del líder Vicente Lombardo Toledano, el 19 de septiembre de 1932, fue un
acontecimiento trascendental que aceleró la disolución de la que fuese central hegemónica en el movimiento obrero, pues la abandonaron
fuertes núcleos que simpatizaban con Lombardo.63
La CROM había sido duramente golpeada, el Estado que le había permitido y facilitado asumir enormes fuerzas la aniquilaba aho ra,
reducía su poder. Con esto, el Estado perdía un aparato formidable que le había permitido sujetar a su arbitrio a los t rabajadores,
aunque algunas organizaciones sindicales, sustraídas a la influencia moronista, proclamaron su fidelidad al gobierno, como es el
caso de la entonces recién constituida -con elementos cromianos- Federación Sindical de Trabajadores del Distrito Federal, dirigida
por Fernando Amilpa, Fidel Velázquez y Jesús Yurén. 64 Si bien fue importante el papel que jugó el gobierno en el desmembramiento
de la CROM, influyó también el descontento contra los métodos moronistas entre los trabajadores.
La declinación de la CROM significó la desintegración de los núcleos obreros que antes se encontraban bajo su égida, pues si bien
algunas organizaciones se vincularon en la nueva FSTDF, otras prefirieron mantenerse aisladas. 65 La mayor parte de los intentos de
unificación fracasaron, y el movimiento obrero entró en una franca etapa de dispersión y desorganización. Es natural que esto se
tradujera en desmoralización y desconfianza entre los trabajadores. En estas condiciones en extremo deprimentes, la crisis
económica, con su cauda de miseria y superexplotación, hundió más aún a la clase obrera en el profundo abismo en el que había
caído. Nunca los trabajadores mexicanos habían padecido una situación como la que entonces vivían. En uno de los momentos más
agudos de la crisis, precisamente después de la catastrófica reforma monetaria de 1931, Lombardo Toledano resumía tal situación
con las siguientes palabras:
Hoy, todo es opaco, todo es gris, todo es oscuro, en dondequiera se respira un ambiente de desconcierto, de pobre za, de
decaimiento, de concupiscencia. 66
La Confederación General de Trabajadores (CGT), que había sido uno de los motores de la lucha de resistencia de los obreros r ojos,
se encontraba con sus fuerzas mermadas, debilitada y en proceso de descomposición política. La Confederación Sindical Unitaria de
México, organizada por los comunistas a principios de 1929, había sido reprimida y lanzada a la clandestinidad cuando apenas daba
sus primeros pasos. Las organizaciones campesinas se habían extinguido en la mayor parte del país.67 La atomización obrera, la
frustración y el desencanto de las masas trabajadoras envolvían al país. El único punto luminoso que se percibía era éste: todas las
40
amarras de control y sujeción echadas por la CROM y el Estado durante los años anteriores fueron rotas por la acción corrosiva de la crisis
económica. Sin embargo, los trabajadores carecían de fuerza, para levantarse y reanudar su marcha independiente.
A tal estado del movimiento obrero se aunó la persecución política, que en esos años también se desencadenó contra los pocos obreros y
campesinos que se mantenían firmes y protestaban. Los sindicatos organizados por los comunistas, en la Confederación Sindical Unitaria
de México (CSUM), fueron reprimidos y disueltos. El partido comunista fue lanzado a la clandestinidad, su periódico clausurado y sus
dirigentes enviados a las Islas Marías. Los campesinos, que habían sido importante apoyo del gobierno durante la rebelión escobarista, y
estaban influidos por el PCM, empezaron a ser desarmados, y se asesinó a varios de sus dirigentes.68
En un panorama tan crítico era natural que las huelgas obreras disminuyesen enormemente. El desempleo –que alejaba a los obreros de
su fábrica-, las reducciones de tiempo de trabajo, los salarios bajísimos, la desorganización sindical, la desmoralización obrera, todo se
conjugó para colocar a las masas trabajadoras en un estado de postración que difícilmente podía situarlas en posición de luchar denodada
y firmemente contra los capitalistas.69
En tan deprimente estado de cosas, los obreros, no pudieron ejercer ninguna influencia en la elaboración de la Ley Federal del Trabajo, que
entonces empezó a funcionar. Desde el proyecto de Portes Gil discutido en 1929, se observaba que lo que se hacía era reglamentar la
política de conciliación de clases que en el artículo 123 de la Constitución había quedado consignada. En medio del colapso económico, el
Estado se preocupaba por hacer más nítidas las relaciones que regularían a los obreros y patrones, con lo cual pensaba construir una base
firme para el impulso al desarrollo capitalista del país. Ello permitiría la institucionalización de las luchas entre el capital y el trabajo:
Será entonces la ley la que defina estas dificultades y conf1ictos viniendo de este modo a normalizarse la vida industrial de la república.
El capital, teniendo seguridades, ampliará sus inversiones, modernizando su maquinaria y su organización. El trabajo, asegurado en sus
derechos humanos, mejorará su eficiencia y se logrará el florecimiento de nuestra industria, porque estos hechos vendrán a concurrir,
esencialmente, en la disminución del precio de costo.
Se planteaba también la necesidad de que los obreros "parasitarios" que no colaboraran en la producción, y los patrones que atesoraban su
dinero o lo dedicaban a actividades no productivas, se sumaran al esfuerzo de impulsar la industrialización. 70 Fácilmente se ve que la
promulgación de la Ley Federal del Trabajo era parte fundamental de la política que el Estado siguió durante los años de la crisis: el
mejoramiento de las, condiciones -las "garantías"- que permitieran a los capitalista explotar los recursos del país, sobre todo a la fuerza de
trabajo, para hacer avanzar a México por el camino de la industrialización. Esto lo empezaban a comprender los patrones, quienes
desarrollaron una amplia campaña de propaganda en la cual asumían la política de conciliación de clases, que muchos beneficios les había
asegurado en los años anteriores y de la que esperaban muchos más. La demagogia reformista, con algunos tonos radicales, que
caracterizaba al gobierno, demagogia que ni en esos años de la violenta explotación de los obreros dejó de utilizarse, contaba menos que
los reales beneficios percibidos por los industriales, los comerciantes, los banqueros y demás sectores privilegiados. La protección y ayuda
que el Estado había otorgado a éstos para atenuar los efectos de la crisis económica, hablaban más claro que la demagogia populista más
refinada.71 Algunos consideraban que el código de trabajo debería significar "la definitiva terminación de la lucha" entre obreros y
empresarios, pues la conciliación de clases se impondría por encima de todos los intereses sociales particulares. 72
Pero bien hemos visto que tal política de conciliación de clases no los beneficiaba a todos, pues había y ha servido únicamente para
promover el desarrollo industrial del país. La Ley del Trabajo, que expresaba esa política, limitaba el derecho de huelga de los trabajadores,
sometiendo los sindicatos a la fiscalización del Estado a través de la Secretaría de Industria y de las Juntas de Conciliación y Arbitraje. Así,
un virtual arbitraje obligatorio quedaba consignado en el texto de la ley y, con la cláusula de exclusión, se sentaban las bases para el
dominio y la manipulación de los obreros mediante minorías burocráticas apoyadas por el Estado. 73
El despertar popular
La crisis económica alcanzó en México su clímax a mediados de 1932. A partir de 1929, la economía nacional se había sumergido en una
aguda depresión que abarcaba todas las actividades económicas. Ahora la situación empezaría a cambiar. Paulatinamente, y con
diferentes ritmos en los diversos sectores, las actividades productivas y mercantiles se irían restableciendo y recobrarían su vigor.74 La
política monetaria y fiscal del Estado, expresada en la reforma monetaria de 1932, contribuyó a acelerar el inicio de la recuperación
económica del país.75
En la minería, la recuperación fue lenta, accidentada, dependiente en mucho de la situación del mercado mundial, particularmente del
mercado estadounidense. En este sector, como en ningún otro, los empresarios ponían sus esperanzas de mejoría en el inminente
restablecimiento de la economía internacional, pues como industria de exportación que era, mientras la capacidad de consumo de sus
habituales mercados prosiguiera mermada, difícilmente podría reanudar normalmente sus actividades productivas. 76 Durante 1932 la
producción minera alcanzó su punto más bajo, pero en el siguiente año la minería empezaría a elevarse, impulsada principalmente por la
política inflacionista que el presidente norteamericano Roosevelt comenzó a aplicar para ayudar a sacar a su país del abismo económico.
La reanimación de la actividad industrial en Estados Unidos produjo una mayor demanda de los productos mineros, con lo que nuestra
producción empezó la aumentar. Las minas que habían logrado capear la tormenta: económica intensificaron sus actividades productivas;
muchos fundos mineros paralizados por la crisis empezaron a ponerse en condiciones para ser explotados; otros reiniciaron sus trabajos de
inmediato. Los bajos costos de extracción de los productos mineros, debidos especialmente a los raquíticos salarios, animaron a los
empresarios a desarrollar enormemente la producción, pues les prometía jugosas ganancias. Los altos precios de los metales, efecto de
la devaluación artificial del dólar y de los salarios obreros reducidos, fueron determinantes en la recuperación minera. Aunque con altibajos
y temores de un nuevo decaimiento, la crisis minera comenzó a superarse a partir de 1933.77
El petróleo, como la minería, también alcanzó su sima en 1932, y también inició su lenta recuperación en 1933. Las principales empresas
petroleras incrementaron sus ventas para el consumo interno, el cual creció estimulado por la política de construcción de carreteras que el

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gobierno venía desplegando y por el incipiente desarrollo industrial que provocaba la sustitución de importaciones. El alza de precios de los
productos petroleros hizo que las empresas intensificaran en cierta medida sus trabajos, aunque las condiciones del mercado mundial no
permitían que la producción se expandiera de modo similar al de la minería. No obstante, la industria petrolera comenzó a revitalizarse.78
La mejoría del petróleo y la minería tenían que repercutir favorablemente en la agricultura. La reapertura y la ampliación del trabajo en las
minas y en la industria petrolera significaban un aumento -aunque mínimo- de la capacidad de consumo de los productos agrícolas
destinados a la alimentación: eran más los obreros empleados y, por consiguiente, eran más los que volvían a percibir salarios. La
demanda de mercancías agrícolas en las regiones mineras, y en i parte en las zonas petroleras, se volvió cada día más importante.79
Pero si bien las condiciones de la agricultura mejorarían, en realidad ésta no podía salir de la crisis a causa de la misma base estructural en
que se cimentaba. Independientemente del aumento del consumo de los productos agrícolas, los rendimientos de la agricultura eran
extraordinariamente bajos, debido a la persistencia del latifundismo, que tenía mucho de improductivo. La producción agrícola seguía
siendo más baja que antes de la revolución de 1910, no obstante que el país veía aumentado el número de habitantes. Los cientos de miles
de jornaleros agrícolas, sujetos a un jornal precario, o inclusive carentes de él a causa del desempleo, vivían una vida paupérrima,
alimentándose raquíticamente y sin posibilidades de consumir los productos de la industria, ni de contribuir a aumentar las labores agrícolas
que habían de cubrir las crecientes necesidades del país. Esto no permitía el desarrollo industrial y era un enorme lastre: 80 La agricultura
saldría·de la crisis sólo cuando se transformara en un sector moderno de la economía, que además de cubrir las necesidades del país,
convirtiera al campo en un gigantesco mercado para los productos industriales, y en cantera inagotable de fuerza de trabajo destinada a las
fábricas. Esto sólo podría lograrse mediante una efectiva reforma agraria. Abelardo Rodríguez rectificaría la política de Ortiz Rubio y
reanudaría débilmente el reparto de tierras, pero esto fue más que nada una medida política para contener la insurgencia campesina.81
A diferencia de la minería y el petróleo -para no hablar de la agricultura-, la recuperación de la industria de transformación fue importante y
se comenzó a percibir en los últimos meses de 1932. Como buena parte de la capacidad productiva de la industria dejó de ocuparse –cierre
de fábricas, reducción de turnos, tiempo de trabajo disminuido-, las mercancías acumuladas fueron vendidas poco a poco, haciéndose
necesarias algunas más, sobre todo en las regiones en donde la minería y el petróleo, al aumentar sus contingentes obreros, crearon cierta
capacidad de consumo. El aumento del precio de Ios productos habitualmente importados reforzó el mecanismo de la sustitución de
importaciones, lo que a su vez estimuló la fabricación de productos industriales destinados al consumo interno. La industria textil resultó una
de las más beneficiadas.82 Nuevas industrias se empezaron a desarrollar bajo la protección y el estímulo del Estado. 83
Como en la minería, las fábricas empezaron a aumentar sus turnos y su tiempo de trabajo, y algunas que habían sido clausuradas volvieron
a abrir sus puertas e iniciaron la producción de mercancías, con lo que muchos obreros volvieron a reunirse en sus centros de trabajo. En
esto tuvieron una gran importancia los salarios de los trabajadores, los cuales se mantenían bajos debido a la presión del desempleo, de
manera que, al reducirse el costo de producción, los empresarios industriales aumentaban sus ganancias. Sin embargo, la contradicción
que envolvía a la industria seguía sin resolverse e incluso se agudizaba: las potencialidades de la producción industrial se veían atajadas
por un mercado raquítico que sólo permitía que se vendieran cantidades reducidas de mercancías; si bien empezaban a ocuparse muchos
obreros en las actividades productivas, esto todavía no era suficiente para que la industria progresara sobre bases firmes; los ínfimos
salarios que, mediante la superexplotación, permitían mayores ganancias a los capitalistas, al mismo tiempo impedían que el poder
adquisitivo de las masas aumentara lo suficiente para que la industria se pudiera desarrollar. Y la capacidad de compra de los campesinos,
decisiva porque éstos constituían las dos terceras partes de la población, se reducía -aparte la alimentación- a insignificantes adquisiciones
periódicas de manta o de otras telas baratas, para renovar su vestimenta.
La reanimación de la industria de transformación, al consumir materias productivas y materias primas (sobre todo algodón), contribuyó a
mejorar la situación de la industria extractiva y de la agricultura, que pudieron venderle algunos de sus productos. Al mismo tiempo, tanto la
minería como el petróleo, la industria como la agricultura, impulsaron la producción de energía eléctrica, para echar a andar su maquinaria
o, en el caso de la agricultura, para el bombeo del agua que a veces se hizo necesario.84 La mejoría de la producción en esos sectores, al
incrementar el comercio, aumentó también el movimiento de las mercancías, principalmente a través de los ferrocarriles, que vieron
ampliados sus ingresos.85
1932 fue también una fecha crítica para el comercio exterior del país. Las importaciones y las exportaciones, que habían venido
disminuyendo desde el estallido de la crisis, alcanzaron su nivel más bajo, y a partir de entonces empezaron a ascender, sobre todo las
exportaciones.86 la causa fundamental de dicho mejoramiento de nuestro intercambio internacional de mercancías se debe al alza de
precios de los productos que se exportaban a los Estados Unidos, país que, como hemos señalado, absorbe la casi totalidad de los
minerales y metales que se extraen de las minas del país, la totalidad de las fibras duras y suaves, y también gran parte de la producción
de petróleo. Al depreciase el dólar por la política de Roosevelt, los precios de tales artículos se elevaron; y la diferencia entre nuestra
moneda y el dólar también estimuló la salida de mercancías hacia el extanjero. Asimismo, el alza de los precios de los productos
norteamericanos contribuyó a la reducción de las importaciones.87 Durante los dos primeros años de la recuperación económica
aumentaron las importaciones de minerales, máquinas, aparatos y herramientas y vehículos. Los redactores de la revista del Banco
Nacional de México hacían notar que se había importado maquinaria industrial con la cual se creó un buen número de pequeñas fábricas.
Los vehículos comprados en el exterior expresaban el aumento de carreteras y del transporte de mercancías en camiones de carga.88 Toda
esta situación acarreo, naturalmente la intensificación del comercio dentro del país. Prevalecía, sin embargo, el obstáculo material de la
insuficiencia de los medios de comunicación, pues muchas regiones se encontraban aisladas, ya que ni los ferrocarriles ni las carreteras
desembocaban en ellas. La deficiencia de muchos caminos hacía que el transporte de mercancías se suspendiera en la época de lluvias
(junio-septiembre), pues atravesaban praderas que se volvían intransitables, laderas de montañas o lechos de ríos que en otras
temporadas se encontraban casi secos. Esta situación hacía difícil el transporte, y las mercancías corrían el riesgo de perderse.89 El Estado
combatía el problema intensificando la construcción y el mejoramiento de carreteras.
Como lo hemos examinado, la política inflacionista que el Estado asumió con la reforma monetaria de 1932 trajo efectos positivos para las
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actividades económicas. En 1933 tal política intensificó sus efectos estimulando la producción y contribuyendo a elevar el costo de la vida
en mayor proporción que durante los momentos más graves de la crisis económica.
Pero no sólo los bajos salarios aumentaron las ganancias de los capitalistas y empobrecieron más a los trabajadores. Los
empresarios ofrecieron sus productos al mercado a precios que progresivamente se elevaban, casi sin interrupción, durante los dos
primeros años de la rehabilitación económica (1933-34). Las mercancías caras eran justamente aquellas que las masas trabajadoras
consumían para su subsistencia, tanto vegetales (maíz, frijol, chile, manteca, etcétera) como industriales, sobre todo telas. 90 Esta alza
de precios se debió en lo esencial a la inflación provocada por el Estado, pero los artículos subieron también a causa de los
monopolios que organizaron algunas agrupaciones de hacendados o grandes productores agrícolas, los cuales acaparaban y
manipulaban la oferta de algunos productos alimenticios. En agosto de 1933, la revista de los banqueros señalaba que se estaban
elevando artificialmente los precios del azúcar, la sal, el café, el arroz y otros.91 Más tarde se organizó una asociación de productores
de trigo, dentro de la cual se pretendía agrupar tanto a los hacendados como a los pequeños productores. Esta asociación se formó
bajo el patrocinio del Estado y los resultados fueron el control y la manipulación de la cosecha de trigo. También se hiciero n trabajos
para organizar una similar asociación de productores de arroz y en todas las regiones productoras de este cereal se organizar on
asociaciones locales.92
Como podemos observar, la especulación con los productos básicos para la subsistencia de las amplias masas de trabajadores
entró en una fase en la cual se perfilaban elementos monopólicos. Todo esto, además del no artificial juego entre la oferta y la
demanda, aunado a la política inflacionista del Estado, contribuyó, junto con los salarios raquíticos, a hacer más difícil la condición de
los trabajadores. La lógica interna de la recuperación económica sentaba las bases para el retorno de la depresión, pues al
golpearse de tan despiadada manera a las masas, se les arruinaba. De está forma, la misma producción agrícola e industrial
intensificada estaba aniquilando las bases del mercado que imprescindiblemente requería para poder avanzar, ampliarse y logra r su
consolidación. La recuperación económica había logrado impulsar a la industria e intensificar to das las actividades productivas,
aumentando la riqueza del país, 93 pero al mismo tiempo sometía a los trabajadores a la superexplotación.
Pero a diferencia del estallido de la crisis, la recuperación económica no aumentó la pulverización del movimiento ob rero, no aceleró
la desorganización sindical ni frustró más a los trabajadores, ni mucho menos los hundió en la desmoralización. No; los efect os de la
recuperación económica en los trabajadores fueron radicalmente distintos.
La reanudación de la producción, con el aumento de turnos y del tiempo de trabajo que implicó, empezó a revitalizar a los obreros,
quienes volvían a tener en sus manos la máquina económica; el funcionamiento de las fábricas y las minas, de los pozos petroleros y los
trenes al hacerle intuir su fuerza latente, reavivó a la clase obrera, que otra vez se empezaba a sentir con energías para sobreponerse al
colapso económico y enfrentar a los patrones que la explotaban sin mesura. Cada fundo minero reincorporado a la producción, cada
factoría rescatada del enmohecimiento, cada tren aceitado y empujado sobre sus rieles, se traducía en una enorme acumulación de fuerza
potencial del proletariado. Ya no se trataba del debilitamiento progresivo, la sustracción de cientos de miles de obreros y jornaleros
agrícolas de las actividades productivas. El nuevo estado de cosas creaba las condiciones que permitirían que se desarrollara un proceso
inverso al que el golpe de la crisis había desatado: la superexplotación del trabajo en el contexto de la producción renovada no aumentó la
desorganización de los trabajadores sino que por el contrario trajo consigo el descontento y la protesta obrera. La situación se había vuelto
intolerable y algunos sectores de la clase dominada empezaron a movilizarse. La reorganización del movimiento obrero sustituiría a la
anterior dispersión; la languidez proletaria se transformaría en auge de la lucha de clases.
La reorganización de los trabajadores fue impulsada principalmente por ex-miembros de la CROM, quienes habían compartido la política
que había caracterizado a esa central. Tal es el caso de Lombardo Toledano, cuya influencia e importancia en la dirección del movimiento
obrero aumentaría cada vez más. Asimismo, el partido comunista había venido propugnando, a través de la CSUM, la unidad de obreros y
campesinos, e incluso constituyó un Comité Pro-Unidad Obrero-Campesina que funcionó hasta fines de 1934.94 No obstante esto último, en
realidad sería Lombardo el dirigente más destacado y quien lograría unificar a importantes núcleos obreros. La influencia de los comunistas
era sumamente reducida y la situación de ilegalidad en la que el gobierno los había sumergido no facilitaba su acción, e incluso serían
duramente combatidos por Lombardo y sus organizaciones.
Sin embargo, ni la tendencia representada por Lombardo ni la de la CSUM fueron las que en realidad iniciaron la reorganización sindical,
que podemos ubicar el 13 de enero de 1933, con la constitución del Sindicato de Trabajadores Ferrocarrileros de la República Mexicana. Al
integrar a las diversas agrupaciones que existían entre los obreros ferroviarios, superando al fin el gremialismo que los había caracterizado,
este primer sindicato único de industria se convirtió en un importante precedente para la posterior estructuración del movimiento obrero,
pues mostraba una tendencia a la centralización que cohesionaba a los trabajadores y les permitía enfrentarse a la empresa ofreciendo un
frente unificado y, por lo mismo, poderoso.95
La organización de la CROM depurada, la quiebra de la Cámara del Trabajo, la constitución del Comité Coordinador del Congreso
Obrero y Campesino, fueron acontecimientos muy importantes del proceso de reorganización sindical, y desembocaron en la
organización de la Confederación General de Obreros y Campesinos de México (CGOCM). La Cámara del Trabajo del Distrito
Federal se había organizado el 11 de septiembre de 1932, caracterizándose por ser una entidad dependiente, ligada de modo
estrecho al partido oficial y promovida por éste, mediante la cual el Estado intentó recobrar su perdido control del movimiento obrero.
Sin embargo, el intento fracasó, y los contingentes escindidos de la Cámara se encauzaron hacia la organización de la CGOCM. 96 El
intento posterior de reorganizarla como Cámara Nacional no hizo más que consolidar su fracaso. Por el contrario, la CGOCM,
integrada en octubre de 1933, se fue desarrollando de una manera excepcional, aglutinando a núcleos considerables de obreros y
campesinos. Justamente uno de los propósitos fundamentales de la nueva central fue la unificación de los trabajadores, y bajo este
signo la CGOCM desplegó sus actividades. 97 La CGOCM reivindicó su independencia en relación al Estado, se negó a participar en
la política electoral y sostuvo la necesidad de que los trabajadores resolvieran directamente sus dificultades con los patrones, sin la
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intervención gubernamental. 98
La nueva central, dirigida por Lombardo, fue el producto más importante de la reorganización sindical que la recuperación eco nómica
impulsó en nuestro país. Las condiciones económicas, el fracaso y desprestigio de los métodos moronistas, junto con la inquietud
obrera que se fue incrementando, determinaron la política de la CGOCM. Su decisión de no participar en la política electoral fue una
reacción ante las manipulaciones que la CROM había realizado y contra el partido oficial, que controlaba las elecciones. La tradición
anarcosindicalista, en este sentido, recobró vigor y sólo desaparecería paulatinamente durante las luchas obreras que se producirían
en los años siguientes. La pugna de la CGOCM contra los líderes obreros y los sindicatos vinculados al PNR sólo puede compararse
a la pugna que desplegó contra los comunistas: el "elemento político", como llamaban a tales dirigentes oficiales de los trab ajadores,
era despreciado, e incluso en el primer congreso de la central lombardista fueron expulsados, pues se consideraba que su únic o
propósito era "enrolar a los trabajadores al PNR". 99 Esto es muy importante que se tenga presente, pues la política que el PNR y el
gobierno desarrollarían estaba dirigida en gran medida a superar el enorme desprestigio que tenían entre sectores importantes de
los trabajadores, expresado en la actitud de la CGOCM.
La CGOCM fue la principal organización que aprovechó el impulso de la recuperación económica. A través de mítines,
manifestaciones, huelgas, desplegó su influencia y se encargó de encauzar el descontento obrero hacia la lucha por reivindicaciones
económicas que atenuaran·su situación de miseria. Muchas de las huelgas de esos años de resurgimiento obrero fueron dirigidas por ella.
Los enfrentamientos con el presidente, Rodríguez que las huelgas motivaron permitieron a la CGOCM prestigiarse ampliamente y extender
su influencia. En este nuevo flujo del movimiento sindical, los comunistas también empezaron a ganar influencia en distintas organizaciones
y núcleos obreros, sobre todo –además de los campesinos que eran su esfera de acción más importante- entre los ferrocarrileros, los
mineros de algunos estados, petroleros y otros sindicatos pequeños. La CSUM no podía comparar su influencia con la CGOCM, pero
constituía “una gran minoría del movimiento sindical.100 La CGT -separada de la CGOCM- y la CROM persistían con sus fuerzas muy
mermadas y en grave descomposición. El impulso de la organización obrera llegó a los empleados del gobierno, quienes empezaron a
integrar pequeños sindicatos.101 Por fuera de las centrales existían innumerables agrupaciones de trabajadores, cuyas luchas huelguísticas
espontáneas eran un factor importante en el renacimiento de la insurgencia obrera.
Al mismo tiempo que los obreros se fueron organizando, uniendo sus fuerzas para luchar por su mejoramiento económico, los campesinos
comenzaron a despertar. La política agraria que el Estado desarrolló durante los años de la crisis, caracterizada por el fin del reparto de
tierras, no pasó inadvertida entre los cientos de miles de hombres del campo que desde su derrota en la revolución habían venido siendo
controlados y manipulados por el Estado, a través de la promesa de realizar la reforma agraria y del reparto de terrenos en las regiones que
se caracterizaban por su efervescencia. Al renunciar el Estado a la poderosa arma de control que constituía la reforma agraria, se abrieron
los cuarteados diques que contenían la insurgencia del campo y dejaron paso a la marea campesina: "Entonces se inició una lucha dura
que en las ciudades no se oía",102 entre los campesinos y los hacendados. El insignificante reparto que Rodríguez reinició no fue suficiente
para conjurar la tormenta que en el campo se gestaba, agravada por el intento de fragmentar los ejidos existentes. El desarme de los
campesinos, realizado por el gobierno en 1933,103 agudizó el descontento rural e incluso provocó levantamientos en algunos estados de la
república, como Zacatecas, Guanajuato, Michoacán104, y sobre todo Veracruz. Como la miseria campesina, agravada por la crisis, era
inmensa, las invasiones de tierras y las huelgas de los jornaleros agrícolas empezaron a envolver al país. 105 Las huelgas obreras, los
mítines, las manifestaciones, se entrelazaban a las huelgas de los jornaleros agrícolas, los levantamientos armados de los campesinos y la
toma de tierras. La rebelión campesina y la lucha obrera empezaban a perfilarse. La emergencia popular se revelaba plena de
posibilidades, con una fuerza potencial incomparable y las nubes de tormenta comenzaban a cubrir el cielo nacional. El torrente resultaría
incontenible.106
3. LA CRISIS POLÍICA
Los movimientos populares constituyeron uno de los factores que determinaron la política que el Estado iba a desarrollar durante el
gobierno que se iniciaría en diciembre de 1934, justo en momentos, en que el descontento de los obreros y los campesinos se
entremezclaba con el progreso de la economía del país. El impulso al desarrollo industrial y la contención y el encauzamiento del torrente
de las masas, constituyeron el signo bajo el cual se reelaboraría la política del Estado.
La decadencia del hombre fuerte
La preocupación central del nuevo Estado que se venía estructurando y consolidando desde el triunfo de la revolución de 1910, había sido
la centralización del poder político. Esto se entiende, pues el México posrevolucionario era un país fragmentado en una multitud de poderes
regionales y locales, que impedían la real integración nacional. La política de control del ejército (con la supresión de innumerables caudillos
militares), el desarrollo de las vías de comunicación, el progreso económico del país, fue lo que le permitió al Estado irse imponiendo como
el máximo poder, como la autoridad absoluta. Mas el régimen político mexicano, en el logro de tal objetivo, tuvo transformaciones que se
encarnaron en los presidentes Obregón y Calles. Así, Álvaro Obregón se caracterizó por su personalidad de caudillo: general triunfante en
decenas de batallas, con ascendiente, por lo mismo, en el ejército, poseía también un carisma que le permitió manipular a las masas
obreras y campesinas, con la ayuda de las reformas sociales. El caudillismo revolucionario encontró en Obregón su máximo
representante.107 Las características que encarnaba Calles eran muy distintas e incluso opuestas: carecía de prestigio militar y no era un
líder carismático. Su cualidad distintiva era su capacidad como político, capaz de entablar las alianzas que constituyeron su fuente de
poder. Su prestigio político se basaba, justamente, en las alianzas que forjaba con los líderes menores, a través de 1os cuales manipulaba
a las masas y obtenía su apoyo. Calles era el centro político a través del cual se hacía girar la vida política del país.108 Además, si el
caudillo era popular y aclamado por las masas, en cambio el hombre fuerte se imponía por el temor que inspiraba. Las masas obreras y
campesinas lo apoyaban coaccionadas por sus líderes, quienes les transmitían las promesas de reformas sociales que el hombre fuerte
hacía.

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El auge del hombre fuerte, Calles, fue en el momento en que, después de que había amainado la tormenta política que provocó la muerte
de Obregón, se consagró como el promotor de la vida institucional del país: el primero de septiembre de 1928. A su fuerza se aunó la
influencia política del caudillo desaparecido.l09 Sin embargo, en la cumbre de su poderío el hombre fuerte reveló su debilidad: las pugnas
que algunos obregonistas siguieron manteniendo a causa del asesinato de Obregón obligaron a Calles a romper con la CROM, la cual le
había dado el apoyo de amplios sectores de las masas trabajadoras. 110 Esta ruptura fue esencial en la decadencia del hombre fuerte, pero
lo determinante fue el mismo desarrollo económico e institucional del país. La profesionalización del ejército y la transformación en
capitalistas de algunos de los más importantes jefes militares,111 el desarrollo económico y la consolidación del poder del Estado, al mismo
tiempo que estimulaban a la clase privilegiada, robusteciéndola, volvieron anacrónico al hombre fuerte, como se observaría con claridad en
los años siguientes.
En efecto, el caudillismo y el gobierno del hombre fuerte constituían expresiones de un sistema político incipiente, débil e inacabado; y se
significaban como momentos transitorios de un Estado que iniciaba su desarrollo y el de la economía nacional, y que apenas intentaba la
centralización del poder político. En la medida en que esto se iba logrando y el país se empezaba a unificar política y económicamente,
progresando, tales' expresiones arribaban a su caducidad, teniendo que dejar el paso a un mayor perfeccionamiento y despersonalización
del Estado. Con todo, los años que siguieron al clímax del régimen del hombre fuerte son considerados generalmente como la época del
poder irresistible de Calles, época conocida como “maximato”, pues el antiguo presidente fue elevado a la categoría de "Jefe Máximo de la
Revolución", de “árbitro de todos los asuntos de México".112 El poder de Calles se consideraba ilimitado; él imponía presidentes, integraba
los gabinetes presidenciales, nombraba gobernadores, diputados, etcétera, desarrollándose un extraño régimen "dualista" en el que el
poder se mantenía en última instancia en manos del jefe máximo, quien tomaba las decisiones que correspondían al presidente y sometía a
sus opiniones a los funcionarios del gobierno.113 Este poderío se le atribuye a Calles sobre todo en los días del gobierno de Ortiz Rubio,
"quien no pudo hacer, no digamos un gobierno nacional, pero ni siquiera personal". 114 La incapacidad de Ortiz Rubio se considera la causa
central que obligó a Calles a intervenir constantemente en los asuntos oficiales. 115 Después Calles continuó con su política de intervención
en el gobierno, no salvándose de ella el de Abelardo Rodríguez.
En realidad, un examen minucioso de los acontecimientos políticos de esa época nos permite recorrer el velo ideológico que se ha tendido
frente a ellos. Como dice Puig, Calles·era un jefe político que "más bien que hacer, aprobaba lo que hacían sus lugartenientes". 116 Las
fuerzas que rodeaban a Calles eran las encargadas de llevar a cabo la política electoral a través del PNR, y los·intereses que fueron
adquiriendo los convirtieron en una entidad cerrada que proclamaba al expresidente como el máximo jefe. Durante el gobierno de Ortiz
Rubio, en el que se supone que el poder de Calles no tuvo freno, se realizaron, no obstante, ciertos intentos por atenuar esa intervención.
En ellos los generales Cárdenas, Almazán, Cedillo y Amaro tuvieron un papel importante. 117 Después, durante el gobierno de
Rodríguez, éste controló a los funcionarios para que no "consultaran" a Calles y se encargó de que se sometieran a las decisi ones
presidenciales.118
La influencia que Calles tenía en los diversos gobiernos durante esos años no se puede negar, pero estuvo muy lejos de ser
ilimitada. Calles no era el "poder detrás del trono", como se le consideraba, sino un político hábil que supo atraers e partidarios y
beneficiarlos, apoyándolos para que adquirieran puestos públicos y otras prebendas. 119 Su poderío no sólo no era ilimitado, sino que
precisamente durante los años del "maximato" Calles fue perdiendo de modo progresivo el enorme poder que ha bía adquirido, pues
nuevas fuerzas integradas por aquellos que no podían desarrollarse ni incrementar sus intereses a causa de1 jefe máximo y su
camarilla, empezaron a formarse y a plantear la necesidad de acabar definitivamente con los regímenes personali stas que habían
caracterizado al sistema político mexicano. En realidad, fue el culto a Calles lo que creó el mito del jefe máximo.
En efecto, los allegados a Calles fueron los que se encargaron de fabricar el mito del jefe insustituible, abanderado de la revolución.
Una gigantesca y persistente campaña de propaganda a través de diversos canales, sobre todo de El Nacional, diario del partido del
gobierno, invadió al país, lo cercó y lo orilló a aceptar a la figura de Calles como "la antorcha que alumbra el camino de la patria hacia
la cumbre", como el "elemento de unión de todos los mexicanos", cuya "grandeza superior" era única e inigualable. 120 Comandantes
de las zonas militares, gobernadores, funcionarios del Estado, líderes del partido oficial, diputado s, senadores e incluso embajadores
de países extranjeros, rindieron culto al "símbolo genial de la revolución mexicana", al más "hábil orientador de la concienc ia
revolucionaria que ha tenido el movimiento redentor del pueblo mexicano". 121 Mas si el mito del jefe máximo dio una aureola de poder
a Calles, al mismo tiempo le ganó el desprestigio y el desprecio entre las masas trabajadoras. Se le atribuían a él todos los fracasos
del régimen.122 El hecho de que a Calles se le hubieran atribuido la reforma monetaria de 1931 y la reorganización de los
Ferrocarriles Nacionales, fue motivo suficiente para que su halo de magnificencia se transformara en desprestigio, no sólo en tre los
trabajadores, sino también entre los innumerables capitalistas y pequeños propietarios que se vieron afectados por las
consecuencias de la deflación. Los "planes Calles", como se designó a la reforma monetaria y a la reorganización ferrocarrilera,
tenían como objetivo político atenuar las oposiciones que pudieran brotar, apelando a la autoridad del jefe máximo, pero al fracasar
la primera y lanzar a la calle a 11 mil obreros la segunda, esos planes se tradujeron en descrédito del supuesto "censor y guía de la
colectividad mexicana".
La crisis política permanente que caracterizó a los años del maximato123 no expresaba el poderío irresistible de Calles sino su
debilidad, pues los constantes conflictos retrasaban la consolidación de las instituciones y creaban entre los empresarios un a
''incertidumbre'' que producía perturbaciones económicas por el "aplanamiento casi absoluto de los negocios”, perturbaciones que no
por ser pasajeras dejaban de tener significación en el contexto de la crisis económica general. 124 La crisis política se entrelazaba con
la crisis de la economía; de allí su gravedad. El jefe máximo era incapaz de cimentar un gobierno fuerte que tuviera en sus manos
toda la energía indispensable para hacer frente al colapso económico del país. En el revuelto mar político se percibían, asim ismo,
destellos que expresaban el reacomodamiento de las fuerzas y los intereses del grupo dominante.
Así como Calles no era el hombre todopoderoso e insustituible que se creía, tampoco podemos afirmar que dio un "viraje a la
derecha" y se convirtió en el "líder de la contrarrevolución", ni en “jefe de la policía colonial que protegía la propiedad de los amos
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ausentes de México", ni en "instrumento del imperialismo norteamericano", ni que el maximato represente el Thermidor de la
revolución.125 Estos términos carecen de valor cuando se examina la política que antes y después de la crisis económica desarrolló el
Estado, así como los objetivos que se planteó. La consolidación del Estado y la industrialización del país fueron, como lo he mos
afirmado, los objetivos esenciales que brotaron de la revolución, y toda la política de los gobiernos posrevolucionarios estuvo
orientada a hacerlos realidad. Particularmente, el gobierno de Calles se destacó por su impulso a la industrialización a trav és de la
construcción de la infraestructura económica y de los mecanismos financieros indispensables. Como constructor de la base de la
estructura económica del país, 126 Calles se preocupaba por impulsar el desarrollo, pero con la crisis tal intento se vio en serias
dificultades. La protección de la industria, y con ello de la burguesía, se le presentó como necesidad fundamental. La crisis se
impuso a Calles y al Estado en su conjunto y en ella no había campo para las reformas sociales y las concesiones a las masas
trabajadoras. La superexplotación del trabajo fue el precio que se pagó para proteger a los empresarios. De esta manera, la crisis fue
el corrosivo de la política populista que había servido para manipular y sujetar a las masas. Como los propios ideólogos card enistas
explicaron en 1935:
Marcadamente se orientaba el grupo dominante [...] a preocuparse más de los problemas relativos a la producción, que a los
referentes a la distribución y al consumo. Su preocupación se fincaba, más bien que en la renta del consumidor o en el salari o del
obrero, en las utilidades del empresario.127
En efecto, esa era la política que encabezaba Calles y que el gobierno desplegó. Aquí precisamente se encuentra la diferencia
esencial entre el Calles de "antes” y el Calles de la crisis, y en esto se centró la diferencia que provocó el surgimiento de nuevas
fuerzas que no harían sino reasumir la política de conciliación de clases y las reformas sociales que Calles había dejado de lado.
Las fuerzas emergentes y el PNR
Uno de los acontecimientos que reflejan más claramente la decadencia del hombre fuerte es la emergencia, dentro del mismo círculo
gobernante, de fuerzas que poco a poco se irían desarrollando y cobrando la personalidad y prestigio que requerían para imponerse. Tras
la sombra del jefe rnáximo se empezó a integrar ese núcleo de personas que había sido excluido de la camarilla de Calles. Eran militares y
civiles que en algún momento habían chocado con Calles, o allegados que veían en peligro sus intereses, Portes Gil, Cárdenas, Almazán,
Cedillo, e incluso el presidente Rodríguez, eran unos cuantos de esos representantes de las nuevas fuerzas. 128 Lo que los impulsó fue la
crisis económica y sus consecuencias. Más sensibles que el jefe máximo, pudieron percibir el descontento que existía en el campo y en las
ciudades, y vieron que una explosión social podría conducir al enfrentamiento entre el Estado y las masas, por lo que su política estaría
orientada a evitar ese choque, a contenerlo. Asimismo, las fuerzas emergentes se daban cuenta del callejón en el que se había encerrado
el objetivo esencial de la revolución -el desarrollo industrial del país-, debido a que la política de Calles condujo a terminar la reforma agraria
y a entablar el armisticio con las compañías petroleras. Esto significaba mantener la situación de compromiso, pues al dejarse intactos el
latifundio y la economía exportadora, constituían un obstáculo decisivo a la industrialización. Sin la reforma agraria la mayor parte de la
población, constituida por los campesinos, no podría convertirse en consumidora de los productos manufacturados, ya que la miseria del
campo no lo permitiría. Tampoco se podría movilizar la suficiente mano de obra que fuera a fortalecer al ejército de las fábricas. Además, la
aguda pobreza de los obreros, debido a los bajísimos salarios y a la carestía de la vida, motivada a su vez por la manipulación de los
productos de consumo indispensable, impedía que los trabajadores pudieran consumir tanto las mercancías de la industria como las del
campo. Cuando los cardenistas criticaron, en 1935, al callismo por "preocuparse más [por] la producción, que […] [por] la distribución y [el]
consumo", sintetizaron el problema que señalamos, pues la producción, sin un mercado que la consumiera, tendería irremediablemente a
entrar en crisis y a contraerse. De esta manera, crear los medios necesarios para sacar a la industria del callejón en que se encontraba,
sería labor de las nuevas fuerzas dominantes.
Estas nuevas fuerzas trabajarían por la revitalización de los métodos de gobierno que les permitirían volver a contar con el apoyo de las
masas manipulándolas para impulsar el desarrollo económico del país. La necesidad de “nuevos métodos”, de “nuevos hombres”, se
presentaba como una verdadera reacción contra el maximato.129 Pero esos métodos nuevos eran en realidad los viejos métodos surgidos
de la revolución y caracterizados por la política de conciliación de clases. Esta política y sus deseados resultados quedan perfectamente
definidos en las siguientes palabras de Portes Gil:
Ahora ya sabemos que los esfuerzos realizados en beneficio de los obreros, no sólo no perjudican al industrial progresista y bien
intencionado, sino que mejoran las condiciones generales de producción y desarrollo industrial del país, y el progreso intelectual y
económico de los laborantes y de los gremios obreros.130
El desarrollo industrial del país necesitaba avanzar, para lo cual era necesaria la consolidación del régimen institucional, poniéndolo a salvo
de la política personalista. Para esto se requería volver a encauzar a las masas en forma tal que se evitara su explosión. Calles había sido
el máximo promotor de la institucionalización del régimen, lo que se expresó en la política que siguió durante su gobierno. Las nuevas
fuerzas lo sabían y le reprochaban al jefe máximo que olvidara las virtudes de los métodos de manipulación de las masas y las reformas
sociales. La situación del país era crítica; el régimen de la revolución se encontraba ante una encrucijada: consolidar la situación de
compromiso, o romperla radicalmente, desatando fuerzas económicas que podrían ser incontenibles pero que eran necesarias para el
desarrollo industrial del país. Las nuevas fuerzas sabían lo que tenían que hacer: "Había que salvar la idea original de Calles [el régimen
institucional] aun del mismo Calles si fuese necesario."131
Las fuerzas emergentes empezaron a aplicar su política durante el gobierno de Rodríguez, justo en los momentos en que los estragos que
la recuperación económica causó entre las masas comenzaron a traducirse en descontento, en efervescencia política entre el proletariado y
los campesinos, El gobierno de Rodríguez expresó un momento de transición, pues se mantuvieron métodos y concepciones que habían
predominado en los años más difíciles de la crisis económica, como es el caso de la contención de las huelgas y del arbitraje obligatorio,
que agudizaron el descontento de las masas.132 Al mismo tiempo, Rodríguez también sentó algunas de las bases para la realización de la

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política de las fuerzas emergentes.·El reinicio del reparto agrario y la instauración del salario mínimo constituyen su contribución esencial.
Pero sería sólo en el gobierno siguiente que la reforma agraria y la política de mejoramiento de los salarios de los trabajadores se llevarían
hasta sus últimas consecuencias posibles, dentro del régimen capitalista que se estaba desarrollando.
El aumento de los salarios de las masas trabajadoras que el estado promovió, estuvo destinado·a incrementar su poder de compra, para
así producir la ampliación del mercado interno, sin el cual es imposible que la industria se desarrolle.133 En realidad, desde mediados de
1933, incluso algunos sectores capitalistas empezaron a ver el inminente peligro de que la producción volviera a recaer, por los precios de
los productos cada vez más altos y los bajos salarios, y plantearon la necesidad de elevar estos últimos. 134 El gobierno de Rodríguez
respondió positivamente a tal demanda creando la Comisión Nacional del Salario Mínimo, que estaría destinada a hacer lo posible para que
los salarios en todo el país aumentaran. Esta comisión se encargaría de explicar a los empresarios que los mejores salarios permitirían
aumentar la producción y la capacitación técnica de los obreros, y que incluso se atenuarían los conflictos obrero-patronales, pues
consideraban que un trabajador "bien pagado" favorecería a la empresa.135 Con los nuevos salarios de los trabajadores, el principal
obstáculo al desarrollo de la industria -el reducido poder adquisitivo de las masas- sería superado y la producción excedente
desaparecería.136 Y, lo que es muy importante, con salarios menos raquíticos, los trabajadores podrían alimentarse mejor, adquirir mejores
condiciones físicas y mentales para desempeñar su trabajo: "Un obrero más robusto puede aguantar mayores fatigas.”137 Tal era el criterio
oficial. Los mejores salarios permitirían que una de las piezas esenciales de la producción pudiera cumplir con la función a la que fue
destinada en la estructura capitalista nacional.
El reparto de tierras que reanudó el gobierno de Rodríguez fue insignificante e incluso agudizó el descontento en el campo, pues con el
nuevo Código Agrario se planteó la parcelación de los ejidos. No obstante, fue significativo, pues expresó el reconocimiento de la necesidad
de realizar la reforma agraria. Ramón Beteta, que sería uno de los más destacados consejeros de Cárdenas, podía afirmar:
Nadie discute ya en México la justificación ni la necesidad de la reforma agraria. Aun los hacendados han aceptado ya la conveniencia de
cambiar el viejo sistema. La cuestión se ha reducido a una cuestión de métodos más bien que de principios.138
Independientemente de que sean un poco exageradas respecto a los hacendados, esas palabras expresan la política de las fuerzas
emergentes.
La política de mejoramiento del nivel de vida de las masas trabajadoras, así como el retorno a la reforma agraria como tarea fundamental,
permitieron que las nuevas fuerzas que luchaban por la hegemonía en el Estado y en el PNR revitalizaran los métodos de control y
manipulación de los obreros y campesinos. La tormenta social que se gestaba en el campo no dejaba de preocupar a los integrantes de las
nuevas fuerzas. La política que Rodríguez empezó a realizar era un paso, pero era indispensable ir de prisa: el torrente popular se
desataría en cualquier momento y era necesario atajarlo, orientarlo hacia cauces que evitaran el enfrentamiento entre el Estado y las
masas. La violenta lucha de clases que se avecinaba necesitaba ser atenuada y llevada hacia la conciliación.
En tales circunstancias, la candidatura de Lázaro Cárdenas a la presidencia significó, además del triunfo de las fuerzas nuevas sobre
Calles, una respuesta a la insurgencia popular. Los elementos oficiales más radicales intentaron ligarse al proletariado y a los campesinos,
conquistando alguna influencia,139 aunque Lombardo y la CGOCM se mostraron un poco renuentes a aceptar la candidatura de Cárdenas y
la CSUM presentó su propio sindicato presidencial.140 Cárdenas, aglutinó a todos los descontentos dentro del grupo en el poder, quienes
demandaban el cambio de métodos y la consolidación del régimen constitucional que le facilitaran el avance de la Industria. 141 En esto tuvo
una importancia fundamental el PNR, que era el órgano político de la élite revolucionaria.
El PNR se había fundado en 1929, con el propósito de contribuir a la centralización del poder político en manos del Estado. La
fragmentación del país en una multitud de poderes regionales y locales provocó que el PNR, al organizarse, tomara el aspecto de una
confederación de grupos. Durante los años siguientes, el partido oficial se fue consolidando y la dirección concentró en sus manos un poder
enorme y recursos financieros abundantes que 1e permitieron crear la estructura burocrática que requería para rechazar sus funciones de
control, con lo que los grupos locales y regionales fueron perdiendo poco a poco: su autonomía, hasta verse dominados por el centro
directivo. En esto fue muy importante la manipulación de las elecciones. 142 Al realizar su segunda convención nacional, el PNR ya había
logrado alcanzar su objetivo centralizador, por lo que todas las organizaciones que lo integraban fueron disueltos. 143 De esta manera
concluía el proceso de control e integración del caudillismo iniciado con Obregón. Todos los grupos o caciques en los que el poder político
había estado fragmentado, se reintegraban y quedaban sometidos al Estado que se fortalecía. Así, el partido oficial surgía como una
poderosa maquinaria de dominación y control del grupo en el poder, capaz de someter a las fuerzas más diversas.
Alcanzada plenamente la centralización política en un solo centro hegemónico, organizados en lo esencial los núcleos integrantes de los
círculos del gobierno, el PNR se revelaba como un instrumento poderosísimo para el perfeccionamiento y la consolidación de las
instituciones. Hasta la convención de diciembre de 1933, el partido oficial había actuado esencialmente dentro de la élite revolucionaria, y
con el propósito de integrarla y de organizarla. Ahora los dirigentes del partido podían ver hacia afuera, podían observar la emergencia
popular y derivar de ella las consecuencias políticas, sociales y económicas que acarrearía un enfrentamiento con las masas trabajadoras.
Las fuerzas nuevas que Cárdenas representaba echarían mano del partido e intentarían utilizarlo para atajar y encauzar la marejada
popular.144 La instauración de la educación socialista y el plan sexenal fueron, precisamente, instrumentos destinados a recuperar la
perdida simpatía y el apoyo de las masas.145
La revitalización de la política de conciliación de clases y la concesión de reformas sociales, la reforma agraria y la apertura del PNR, fueron
las armas que las fuerzas emergentes, encabezadas por Cárdenas, se dispusieron a utilizar para contener y desviar el torrente popular.

Subtemas: 3.5, 3.6

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II. LA POLÍTICA DE MASAS
Las nuevas fuerzas gobernantes que Lázaro Cárdenas encabezaba sabían que el acenso de la lucha de clases era inevitable y
consideraban necesario reencauzar el movimiento de las masas obreras y campesinas, conquistando su apoyo y orientando sus luchas de
modo tal que fortalecieran al Estado, dándole a éste un poder que podría utilizar para impulsar el desarrollo industrial del país. La
destrucción del latifundismo y la transformación de la vieja estructura del campo, dinamizándola, inscribiéndola en la era de la
mecanización y del imperio de las relaciones capitalistas; la renovación y el impulso a la industria, obligando a los burgueses a quebrar sus
métodos anacrónicos de superexplotación de la clase obrera hasta el agotamiento, eran objetivos que el Estado solo no era capaz de llevar
a cabo, sin provocar graves conflictos sociales que bien podrían i hacer tambalear y abrir cuarteaduras en el régimen social y po1ítico que
se estaba construyendo. El Estado carecía de una base social propia, pues la clase capitalista aún no identificaba con plenitud sus
intereses con los gubernamentales, pero el concurso de las masas sería, justamente, lo que le permitiría imponerse y realizar sus tareas. 1
Para lograr lo anterior, Cárdenas, como nuevo representante del Estado, asumió una política que además de reivindicar la conciliación de
las , clases y la concesión de reformas sociales a los trabajadores y a los campesinos, adquirió cualidades específicas que le dieron un
carácter nuevo y la diferenciaron de la que hasta entonces habían venido desarrollando los círculos gobernantes. Esta política hemos
decidido denominarla Política d' masas, pues apela a éstas y provoca su movilización.2
1. ORGANIZACIÓN Y MOVILIZACION DE MASAS
Cárdenas y las masas
Si bien la política de masas se desarrollaría, necesariamente, independientemente de la persona que ocupara la presidencia, es indudable
que las características personales y el particular estilo de gobernar que distinguieron a Cárdenas fueron decisivos en el establecimiento de
las relaciones entre el Estado y las masas trabajadoras. Su carácter austero, firme y lleno de paciencia; su fortaleza y dedicación al trabajo;
la sencillez de su vida y su igualitarismo, constituyeron la llave que le permitió acercarse a las masas, entablando con ellas una nueva
relación de aparente igualdad.3 Esa personalidad se manifestó en sus primeros actos de gobierno, destinados a atraerse las simpatías de
las masas. Así, eliminó el frac de las ceremonias oficiales; convirtió en museo el Castillo de Chapultepec, hasta entonces residencia de los
presidentes, siguió viviendo junto con su esposa en su casa particular y ocupó después la residencia de Los Pinos; redujo sus ingresos
oficiales a la mitad, destinando el resto a “proyectos de mejoramiento colectivo”; condenó el juego, clausurando el Foreign Club de
Cuernavaca, que entre sus accionistas contaba a algunos políticos y militares, 4 y aplicó otras medidas por el estilo. Fue muy importante su
orden de que el telégrafo dedicara una hora diaria, libre de costo, a transmitir las quejas y opiniones de los campesinos y demás
trabajadores.5 Tales medidas tuvieron gran repercusión, pues la imagen austera que ofrecieron del general Cárdenas se propagó por todos
los rincones del país y conquistó muchas simpatías entre los más diversos sectores sociales. La imagen de Cárdenas fue aceptada y
admirada por las masas de obreros y campesinos, quienes la diferenciarían de la tradicionalmente ofrecida por todos los políticos.
Lo que más permitió a Cárdenas ligarse a las masas fueron sus constantes giras, mediante las cuales visitó hasta los lugares más lejanos e
ignorados del país. Cárdenas fue en busca de las masas y se vinculó estrechamente con ellas. 6 Su gira electoral, y las que realizó durante
todo su gobierno, eran consideradas como un medio para conocer personalmente las condiciones de vida y las necesidades del pueblo,
para estudiar los problemas de cada región y la forma de resolverlos. 7 Durante sus giras, y también en la ciudad de México, escuchaba
pacientemente, durante horas, a los trabajadores, a los campesinos, a los pequeños propietarios, etcétera, quienes le planteaban sus
problemas y sus quejas. “Tienen tantas necesidades -decía Cárdenas-, les hacen falta tantas cosas, que cuando menos puedo escucharlos
con paciencia”.8 Cárdenas les daba consejos o les prometía cumplir sus demandas. Las giras también tenían por objeto “educar al pueblo”
para lograr su cooperación. Enseñaba a las masas “la idea precisa sobre sus derechos y obligaciones”,9 aunque algunos piensan que lo
que hacía Cárdenas era vigilar personalmente el cumplimiento de sus decisiones e incluso controlar a los jefes locales. 10
Las giras por todos los rincones del país constituyeron unos de los elementos esenciales de la política de masas que Cárdenas desplegó.
Sus relaciones directas con los campesinos y los trabajadores, su convivencia con ellos, le permitieron ganarse la confianza de quienes al
carecer de conciencia y de una dirección propia, veían en el presidente a alguien en quien podían confiar, que los escuchaba y les ayudaba
a resolver sus problemas. Ya no era el hombre fuerte, hostil, a quien temían, o el presidente fantasmagórico del que oían hablar de vez en
vez y que habitaba en algún lugar que no conocían y que ni siquiera alcanzaban a imaginar. Ahora, el presidente era un buen hombre de
carne y hueso, con quién podían hablar, que nos los reprimía y los estimulaba a luchar para conseguir sus reivindicaciones. 11 Esta política
permitió a Cárdenas obtener un gran apoyo y la posibilidad de controlar a las amplias masas de obreros y campesino. Con ella Cárdenas
fue echando “raíces propias”,12 fue cimentando su autoridad y su poder, consiguiendo la fuerza suficiente para laborar por el logro del
objetivo nodal que el Estado se había asignado, esto es: la industrialización del país, con todas las consecuencias que ello implicaba.
La política de masas de Cárdenas tenía una perspectiva nacional; él la representaba, mas no fue el único que la puso en práctica, sino que
sus métodos políticos los llevó a todas partes y los impuso a todos los funcionarios y gobernantes. Su estilo de gobernar lo definió el propio
Cárdenas en los términos siguientes:
Para hacer que la justicia de la revolución llegue a todos los rincones del país, para dar atención a los problema ingentes de nuestras
masas, es precisa una nueva orientación en lo servicios públicos; que los técnicos, que los intelectuales revolucionarios, se dediquen en
sus gabinetes al estudio de las cuestiones que les sean sometidas, pero que las autoridades ejecutivas, desde el presidente de la
república y los gobernantes de los estados hasta el más humilde presidente municipal, recorran constantemente las regiones
encomendadas a su responsabilidad según sea su jurisdicción; que atiendan las peticiones de las colectividades y de los ciudadanos, y
que de esta manera sea como los encargados del poder vayan a resolver los problemas que se presenten, conquistando la cooperación
popular e impartiendo justicia. Sólo así podrá realizarse el vasto programa que la revolución nos ha encomendado. 13
De esta manera, reivindicó como fundamental el contacto directo, físico, con los trabajadores y los campesinos. Para esto se requería que

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los funcionarios del gobierno se convirtieran en una especia de líderes de masas, y para ligarse a ellas las fueran a buscar en sus centro de
trabajo, en las regiones que habitaban con el propósito de entregarse directamente de sus problemas y necesidades. Así, al vincularse de
un modo estrecho con las masas, al entablar una relación permanentemente con ellas, tendrían los funcionarios posibilidad de encausarlas
por los senderos institucionales, de controlarlas y regular sus luchas, apagando sus ímpetus rebeldes y conquistando una base social de
apoyo. El estilo cardenista invadió al país y a los gobernadores y candidatos a gobernadores o a diputados se vieron obligados a seguir los
nuevos métodos políticos.14
Cárdenas desplegó por todo el país una inmensa campaña de propaganda destinada a impulsar la organización, la unificación y disciplina
de los obreros y campesinos. En todos los centros de trabajo que visitó, en todos los mítines en los que habló ante los trabajadores, insistió
una y otra vez, hasta el cansancio en la necesidad de que se organizaran. Esta sería una preocupación trascendental del presidente, y la
consigna de la organización se volvería obsesiva, lo que conduciría a Cárdenas a convertirse en el propagandista más importante y en el
máximo promotor de la organización de las masas trabajadora. Uno de los argumentos centrales que Cárdenas utilizó para justificar su
consigna de la organización es que los trabajadores podrían luchar más coherentemente por sus reivindicaciones económicas si unían sus
esfuerzos y centralizaban su acción, si se organizaban.15
Por medio de la sindicalización y de la unificación ―decía―, se harán efectivas las ventajas conquistadas por el trabajador en la forma
del salario mínimo, de habitaciones higiénicas, de indemnizaciones y seguros.16
Y los trabajadores podrían resolver sus problemas políticos, económicos e incluso educativos. De esta manera, Cárdenas apelaba a la
organización como un método para colocar a los trabajadores en condiciones de enfrentarse a los patrones y exigirles reivindicaciones
económicas, haciendo suya una exigencia que las masas mismas ya estaban realizando. Pero no sólo planteaba y promovía Cárdenas la
organización de los trabajadores y campesinos, en sindicatos o ligas agrarias, sino que su objetivo era la unificación completa de los
obreros y de los campesinos. Criticaba las pugnas intergremiales que surgían entre los obreros y las denunciaba como “estériles y
criminales", señalando que esos conflictos eran, aprovechados por los patrones. 17 La organización necesitaba desembocar en la
unificación, en la integración del frente único de todos los trabajadores. Ésta era una idea que también se volvió obsesiva en los discursos
del general Cárdenas, que la esgrimió a cada momento; idea que los conflictos gremiales que tuvieron lugar, sobre todo durante los
primeros años de su gobierno, le permitían reafirmar y reforzar. Las distintas organizaciones debían olvidar sus pugnas sindicales y unirse,
conservando cada una su autonomía, participando en un frente con un programa común que fuera, incluso, una fuerza de atracción de
todos aquellos trabajadores que se encontraban dispersos, impulsando su organización sindical.18
La tendencia a la organización, a la unificación, que a partir de la recuperación económica había surgido entre los mismos trabajadores, con
la propaganda de Cárdenas cobró un impulso enorme. Como escribió Gonzáles Aparicio: "Todos los sectores populares dentro del régimen
cardenista han encontrado los cauces más adecuados para su organización."19 En efecto, Cárdenas preparó el terreno para la acción del
Estado, que fue el promotor de la organización obrera y de los campesinos, A estos últimos los organizó directamente, asumiendo en sus
propias manos y a través del PNR tal tarea; a los segundos les concedió facilidades y ayuda para comprometerlos con él. 20 El presidente
hizo tal cosa porque conocía las ventajas de la organización de los trabajadores. En su lucha por modernizar el país, Cárdenas, como
representante del Estado, apeló a las masas y exigió la colaboración para poder emprender con fuerza una acción decisiva que
transformara las condiciones económicas del país, obligando a los patrones a someterse a las leyes y a los hacendados a aceptar las
resoluciones del gobierno, en lo que se refiere a la reforma agraria. 21 Sin la colaboración de las masas de obreros y campesinos,
“organizadas, disciplinadas y unificadas”, Cárdenas pensaba que difícilmente podría imponerse el Estado por encima de los sectores
sociales, principalmente los privilegiados, y crear las bases necesarias al progreso de la economía del país. 22
Con la promoción de la organización de los trabajadores -y con su efectiva organización- Cárdenas volvía más sólido y consistente el
vínculo entre el Estado y las masas, pues al mismo tiempo que las ayudaba, exigía de ellas su solidaridad, su cooperación. De esta forma,
la política de masas cardenista tendía a convertir al movimiento obrero y a los campesinos en una base social de apoyo, 23 tal y como el
gobierno de Obregón, y sobre todo el de Calles, lo habían hecho a través de la CROM. La crisis política y la crisis económica que estallaron
en las postrimerías de los años veinte habían disuelto los lazos que unían y sujetaban a los trabajadores respecto al Estado. La política de
las nuevas fuerzas, al acercarse a las masas y reanudar la política de reformas sociales -salario mínimo- y el reparto de tierras, mostraba
los intentos de los círculos gobernantes por atraerse a los trabajadores. La política de Cárdenas fue la que cerró el abismo que se había
abierto entre el Estado y las masas, y otra vez éstas volvieron a ser organizadas "desde arriba",24 encauzadas en beneficio de los fines del
Estado burgués mexicano. El contrato colectivo del trabajo y la cláusula de exclusión constituyeron armas poderosas mediante las cuales
se obligaba a los obreros no sindicalizados a organizarse y someterse al arbitrio de las centrales y los sindicatos hegemónicos, protegidos
por el Estado.25
La organización y unificación de los trabajadores no solo constituyó una base de apoyo al Estado que Cárdenas encabezaba, sino que
permitió que desaparecieran las pugnas intergremiales que creaban perturbaciones en el aparato económico. Con los obreros dispersos en
muchas organizaciones, que combaten por su preponderancia, la lucha se orienta hacia adentro, es decir, entre los mismos asalariados; las
huelgas estallan por las pugnas, las fábricas paralizan su producción, los obreros dejan de percibir salarios y las pérdidas de los
empresarios hacen que éstos eleven sus costos productivos. Esto retrasaba el desarrollo industrial por lo que Cárdenas veía la necesidad
de la unificación, del establecimiento de la concordia entre los trabajadores.26 Por lo general, los capitalistas alentaban esos conflictos, sin
percatarse bien de sus efectos en la producción, creyendo que minaban y sometían a los trabajadores. Cárdenas, al propugnar la
organización y unificación de los trabajadores, paralelamente intentaba desvanecer
la objeción de los industriales [a esa política propugnada] al hacerles ver que ellos también recibirán con la unificación el beneficio
positivo de evitarse graves e innumerables perjuicios.27
Así, la producción podría marchar sin interrupciones.

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La política de promoción de la organización y unidad de los trabajadores no corría el riesgo de resultar contraproducente al Estado y a los
capitalistas del país. Cárdenas cuidó de orientar a los trabajadores hacia la lucha por sus reivindicaciones puramente económicas; 28 y
cuando fueron integrados a la participación política, quedaron sometidos y controlados por el Estado, a través del partido oficial. La limitada
conciencia de los trabajadores, subordinada merced a la labor de las organizaciones sindicales y sus líderes, era otra garantía de que la
unificación obrera no pondría en peligro la estabilidad del régimen. Por lo contrario, los trabajadores fueron organizados precisamente para
mantener y consolidar esa estabilidad. Además, la organización y unificación del proletariado uniformaba el criterio de los obreros y los
fortalecía, colocándolos en condiciones de exigir a los patrones mejores prebendas económicas que revertiría en beneficio del mercado
nacional, pues con salarios menos raquíticos, los trabajadores aumentaban su poder adquisitivo y consumían productos manufacturados y
agrícolas. Esto estimulaba la producción y aumentaba las ganancias de los capitalistas: "Al lograr una mayor distribución de ganancias de
las riquezas se obtendrá un rendimiento más fecundo de la producción."29
La movilización de masas
Con su propaganda incesante, su apoyo y ayuda, Cárdenas creó la atmósfera propicia a la organización más amplia, global, de los
trabajadores. Sin embargo, las condiciones en las que se desarrollaba el movimiento obrero, así como la precipitación de los
acontecimientos políticos, fueron determinantes para que el anhelo máximo del presidente se volviera realidad. La labor de Cárdenas se
alió a la labor que algunas organizaciones sindicales venían desplegando para desarrollar la organización de los trabajadores.
a] De la movilización a la organización
Durante los primeros meses de su gobierno, Cárdenas comenzó a percibir resultados positivos de la nueva política que estaba
desarrollando. En esto tuvieron una influencia importante las huelgas que se desencadenaron como consecuencia natural del periodo de la
recuperación económica, agravadas por el descontento obrero, pues la actitud de Cárdenas y el gobierno frente a ellas permitió que los
trabajadores empujados por sus líderes, fueran poco a poco superando su escepticismo respecto al gobierno y ofreciéndole su
cooperación;30 otra vez se empezaba a conciliar. El partido comunista se mantenía en control del gobierno de Cárdenas. Sin embargo, sería
la crisis política de junio de 1935 la que llevaría al movimiento huelguístico de los trabajadores a transformarse en masiva movilización, con
claros visos políticos, que acabaría por convertir al proletariado en un real y firme sostén de Cárdenas y del régimen que éste representaba.
Las continuas huelgas, la agitación que causaban, provocaron la lucha final entre las fuerzas emergentes del Estado y el sector que Calles
representaba. Calles habíase venido mostrando inconforme con las huelgas, y partidarios suyos realizaban una intensa campaña contra el
gobierno cardenista.31 Desde los primeros días de junio se comenzó a manifestar una acción de los diputados cardenistas, quienes habían
organizado una minoritaria "ala izquierda" en las Cámaras, tendiente a afirmar su "libertad de opinión" fuera del control del PNR, lo que se
tradujo en conflictos con aquellos que se mantenían fieles al supuesto jefe máximo. 32 Tal situación, en el contexto de constantes luchas
obreras, motivó violentas declaraciones de Calles que precipitaron·una grave crisis política. 33 El expresidente criticaba duramente a las
organizaciones obreras y a sus principales líderes, como Lombardo, afirmando que se estaban aprovechando de la benevolencia del
gobierno; decía que con esas agitaciones injustificadas" lo único que se lograba eran "meses de holganza pagados, el desaliento del capital
[y] el daño grave de la comunidad”, y que afectaban al gobierno mismo. Afirmaba también que veía un peligro de división entre la "familia
revolucionaria” con la creación de bloques políticos de izquierda y de derecha en las Cámaras y subrayó que "está ocurriendo exactamente
lo mismo que ocurrió en el periodo del presidente Ortiz Rubio”,34 lo cual fue interpretado como una abierta amenaza al general Cárdenas
del arrojarlo del poder.35 Tales declaraciones publicadas el 12 de junio de 1935, constituyeron una descarga eléctrica que terminó por
oscurecer el cielo político del país. De inmediato se elevó una ola de aprobación a las palabras de Calles desde potentes sectores de la
industria y del comercio. Los periódicos llenaros sus páginas de felicitaciones y elogios y decenas de automóviles con funcionarios y
políticos comenzaron a desfilar hacia Cuernavaca, para adherirse al jefe máximo.36 Ese mismo día se realizó una reunión a puerta cerrada
entre delgados de algunas organizaciones obreras, las cuales dieron a conocer unas declaraciones que respondían a Calles. En éstas
reafirmaron su decisión de defender sus derechos y amenazaron con utilizar la “huelga general de todo el país como único medio de
defensa contra la posible implantación de un régimen fascista en México”. También afirmaban que mantendrían su unidad para defender
sus intereses.37 La CGOCM declaró que Calles incitaba a1 gobierno a iniciar “una era de represión contra el proletariado de México” y que
sus declaraciones constituían para los trabajadores “la amenaza de perder hasta las escasas garantías que las leyes le reconocen”.38
Cárdenas, por su parte, envió emisarios personales a toda la república para entrevistar a los gobernadores y a los jefes militares. Estos
emisarios –según Townsend-, militares con grado de capitán, pedían su definición a los generales y gobernadores sobre la crisis creada. Si
había duda o incertidumbre en la respuesta, los consultados eran destituidos de inmediato. 39 El 14 apareció la respuesta presidencial.
Cárdenas subrayaba que nunca había aconsejado las divisiones que mencionó Calles, justificaba las huelgas y manifestaba su confianza
plena en las organizaciones obreras y campesinas.40 Ese mismo día convocó a su gabinete y pidió la renuncia de todos sus secretarios. 41.
Mientras tanto, se constituía el Comité Nacional de Defensa Proletaria -integrado por las organizaciones que desde el día 12 se estaban
reuniendo-, cuyos propósitos esenciales eran, además de poner a salvo los derechos obreros apoyar a Cárdenas y realizar los trabajos de
unificación necesarios para constituir una central única de trabajadores. Para esto, las diversas agrupaciones acordaban respetar
mutuamente su integridad y abstenerse de lanzarse ataques, coordinando su acción de so1idaridad. 42
El apoyo se volcó hacia el general Lázaro Cárdenas: las "alas" de izquierda de las Cámaras se convirtieron en mayoritarias, los
gobernadores y los jefes de operaciones militares testimoniaron su adhesión al presidente; centenares de miles de trabajadores
organizados del campo y de la ciudad irrumpieron en las calles; decenas de estudiantes de la universidad se organizaron en grupos
compactos y recorrieron la ciudad de México, realizando en diversos lugares breves mítines, en los cuales expresaban su simpatía por la
política de Cárdenas, acordando constituir el frente único estudiantil; organismos de todo tipo -logias masónicas, agrupaciones de cultura,
escritores "de izquierda", etcétera- manifestaron también su solidaridad. Los días 15, 16 y 17 se llevaron a cabo diversas manifestaciones
de apoyo, y millares de mensajes de felicitación llegaron al ejecutivo.43 El 17 de junio Cárdenas integró su nuevo gabinete, nombrando a
Portes Gil presidente del partido oficial. Con el general Cedillo como Secretario de Agricultura, Cárdenas se ganó el apoyo de los
50
católicos.44 El 19 Calles salió rumbo a Sinaloa y siguió más tarde hasta la California estadounidense.
¿Cómo había sido posible que el jefe máximo de la revolución hubiera sido derrotado en unas cuantas horas? Evidentemente, no había tal
jefe supremo y se habían fortalecido las nuevas fuerzas gobernantes que desde 1933 venían cobrando cada vez más influencia y habían
logrado imponer las candidatura de Cárdenas a la presidencia, el Estado y el partido oficial se habían desarrollado como tales y no
dependían más de la decisión personal de Calles; el culto al “jefe indiscutible” había también venido a menos. Las condiciones políticas y
sociales del país eran otras y, por lo mismo, la función del hombre fuerte había declinado: el régimen institucional empezaba a mostrar su
realidad; el sistema político dominante comenzaba a consolidarse.45 La crisis de junio fue considerada como un momento decisivo en el
cual dos épocas quedaban delineadas. El dique que contenía a las fuerzas que se venían gestando dentro y fuera del gobierno quedaba
destruido, con lo que los nuevos círculos gobernantes podrían ya realizar sus propósitos sin obstáculos. El mejoramiento económico de los
obreros para aumentar su poder adquisitivo y la reforma agraria podrían ahora desarrollarse aceleradamente. 46 En los Estados Unidos la
actitud de Cárdenas despertó “el entusiasmo delirante los centros intelectuales, obreros y de todos los sectores de opinión libre” y el
gobierno imperialista de Roosevelt no sintió necesidad de apoyar a Calles contra lo que se consideraba el New Deal de México.47
De la crisis de junio el gobierno de Cárdenas salió fortalecido, pues la mayor parte de los integrantes de los círculos gubernamentales,
incluido el ejército, lo apoyaron; el Estado y el partido oficial pudieron consolidarse. Pero el hecho más significativo lo constituyó la
participación de las masas trabajadoras. Las declaraciones de Calles afectaban directamente a las organizaciones obreras y a sus
dirigentes, ante lo cual la única perspectiva que les quedaba para defenderse eran la coordinación y la unificación, pues un movimiento
obrero fragmentado y disperso, invadido por las pugnas intergremiales, sería un blanco fácil de la represión que se avizoraba. De esta
manera, ante la posibilidad de verse reducido por la represión, el movimiento obrero organizado echó lazos de unidad entre las principales
organizaciones y creó el Comité Nacional de Defensa Proletaria. 48 La propaganda que Cárdenas había estado realizando a favor de la
creación del frente único de los trabajadores y la actividad que algunas agrupaciones sindicales llevaban a cabo con el mismo propósito,
fructificaron con la crisis política. Si bien la tendencia era hacia la unidad, no cabe duda de que la precipitación de los acontecimientos
precipitó, asimismo, el proceso unificador.49 La clase obrera unificada surgió con una fuerza imponente que sus líderes, sobre todo
Lombardo se encargaron de poner en movimiento. La masa obrera unificada se desató en torrente, desbordándose por las calles de la
ciudad, revelando su poderío enorme al esgrimir en defensa propia la huelga general como un arma formidable mediante la cual podría
paralizar las fábricas y la minas, clausurar los comercios, detener los trenes y vehículos, impedir el funcionamiento de la administración
oficial y del aparto económico en funcionamiento de la administración oficial y del aparato económico en su conjunto. Pero esta energía
desatada no se encauzó hacia una lucha obrera independiente y unida que protegiera a los trabajadores del peligro represivo y vigorizara
su acción, conservando su autonomía respecto al gobierno, sino que la fuerza de las masas fue dirigida hacia Cárdenas y puesta a su
servicio, anudándose fuertemente las amarras que antes se habían roto: el Estado volvía a disponer del poder del proletariado para acabar
con sus enemigos y consolidar su posición.50 El prestigio que Cárdenas había adquirido entre las masas con su política de acercamiento y
su promoción de la organización, aunado a su actitud en el conflicto con Calles, facilitó que los trabajadores fueran fascinados y arrastrados
tras la figura de Cárdenas, quien se impuso en la crisis con su política de masas como el representante de un nuevo período de nuestra
historia, durante el cual el régimen económico, social y político dominante se consolidaría y lograría perfeccionarse.
El apoyo de los trabajadores agrupados en el CNDP significó el respaldo principal al régimen cardenista. 51 Esto se habría de reafirmar con
motivo del regreso de Calles, que consumó su definitiva derrota. A partir de su constitución, el Comité Nacional de Defensa Proletaria
desplegó una importante labor de movilización de masas, la cual fue utilizada, inclusive, como un método de unificación obrera.52 Así,
realizaría manifestaciones antifascistas -Calles fue acusado de querer instaurar un régimen fascista-, actos de protesta con el mismo
carácter e incluso, el 8 de octubre, decretaría un paro general obrero como protesta por la agresión de la Italia de Mussolini a Abisinia.
Durante este mismo período, la CROM y la CGT, que habían apoyado a Calles, 53 se dedicaron a efectuar una furibunda propaganda
anticomunista, orientada principalmente contra Lombardo, realizaron también paros, e incluso el 7 de diciembre organizaron, junto con otras
agrupaciones, la Alianza de Trabajadores Unificados, cuya misión esencial sería organizarse contra el comunismo y, sobre todo, oponerse
al Comité Nacional de Defensa Proletaria, que se consolidaba rápidamente. 54
El 13 de diciembre, la CROM realizó un paro anticomunista en Puebla, Veracruz y Tlaxcala, al mismo tiempo que el general Calles,
acompañados por Luis N. Morones, llegaba a la ciudad de México, procedente de Los Ángeles. 55
De inmediato, oleadas de descontento se apoderaron de México. Diversas organizaciones obreras y de maestros expresaron su apoyo al
presidente y exigieron a que Calles abandonara el país; en una reunión acordaron formar un solo frente para proteger a Cárdenas y
organizar manifestaciones y mítines. El Comité Nacional de Defensa Proletaria y cuatro mil electricistas reiteraron su decisión de ir a la
huelga general para exigir la salida de Calles y le recordaron al general Cárdenas su promesa de “armar a los obreros y campesinos” contra
sus enemigos. Los ferrocarrileros y la Confederación Campesina Mexicana –organizada en 1933 bajo auspicios de Portes Gil- ofrecieron su
apoyo decidido al presidente y exigieron también la expulsión del antiguo jefe máximo. Asimismo, el congreso en que se realizó la
unificación magisterial protestó y acordó realizar un paro de veinticuatro horas si Calles no abandonaba la república y los estudiantes
organizaron, igualmente, mítines y manifestaciones masivas en el Distrito Federal. Un clima de efervescencia política realmente
excepcional envolvió al país, y en él se revelaron los comunistas –miembros también del CNDP- como una fuerza importante de agitación y
movilización de los trabajadores. Los mítines y manifestaciones se sucedían; se extendía la agitación a varios lugares de la república, como
Puebla, Guadalajara, Toluca y Monterrey.56 Cárdenas se esforzó por mantener la agitación dentro de ciertos límites.57
Al mismo tiempo, la acción oficial se dejó sentir: senadores y diputados callistas fueron cesados de sus puestos, acusados de realizar una
actividad subversiva; el 16 de diciembre fueron desconocidos los poderes de Guanajuato, Durango, Sonora y Sinaloa, y el miércoles 18 el
PNR expulsó de sus filas al general Calles y a varios diputados y senadores callistas, así como a todos los miembros de los comités
estatales y municipales del partido ligados con los gobiernos desconocidos y a los magistrados del poder judicial de los cuatro estados
cuyos poderes habían dejado de existir. En el diario “del gobierno y del partido de Estado” –como El Nacional se definía a sí mismo- y en
las Cámaras se realizaba una intensa campaña de propaganda, se denunciaba a Calles y a sus allegados como promotores de la rebelión.
51
El viernes, la policía afirmó que había encontrado en la casa de Morones “armas y pertrechos” y descubierto mucho armamento a los
cromistas de Orizaba.58
El domingo 22 de diciembre, la agitación llegó al clímax con la movilización de más de ochenta mil obreros, campesinos y estudiantes. El
Comité Nacional de Defensa Proletaria mostraba su poderío con la organización de una manifestación sin precedentes, en apoyo de la
política de Cárdenas. La columna de la manifestación llenaba el Paseo de la Reforma y la avenida Juárez, desde la estatua de la
Independencia hasta San Juan de Letrán, y muchos contingentes se sumaban desde las calles laterales. A la cabeza iban los directivos del
CNDP: Vicente Lombardo Toledano, Valentín Campa, Fernando Amilpa, Fidel Velázquez, Francisco Breña Alvírez y otros. A las diez y
media de la mañana los manifestantes empezaron a marchar; los electricistas pedían cárcel para Calles y sus partidarios; los empleados
gráficos denunciaban a sus patrones y daban a conocer su huelga; detrás de ellos iban la alianza de comunidades agrarias, la Cámara
Nacional del Trabajo, los intelectuales y los jóvenes y estudiantes socialistas, los ferrocarrileros, metalúrgicos y petroleros. Masas de
campesinos se integraban también a la columna.59 Los trabajadores habían tomado las calles, sacados de sus centros de trabajo por sus
líderes, para apoyar a Cárdenas y conjurar el peligro callista. Miles de obreros acudían al Zócalo dispuestos a dejar en cualquier momento
sus actividades productivas y a lanzarse a la huelga general, dieron a Cárdenas un poder inconmensurable que intimidó no sólo a Calles y
a sus allegados, sino a todo aquel que en adelante se opusiera a los designios del Estado. La acción de los trabajadores se difundió por
toda la república: en Tampico los petroleros; en Matías Romero los ferroviarios; en Campeche maestros y campesinos; en Chihuahua,
Aguascalientes, Veracruz, Monterrey, en todas las ciudades del país, los trabajadores se manifestaron contra Calles y en apoyo del
presidente.60 Con tal movilización, Cárdenas consolidó su política de masas, y con el discurso que pronunció se reveló como un líder de
masas excepcional, capaz de fascinar a los trabajadores y de llevarlos a donde él quisiera, apoyado en esto por los líderes sindicales,
quienes se encargaban del trabajo de organización y control. Ante los ochenta mil trabajadores que desembocaron en el Zócalo, Cárdenas
explicó el porqué de las agresiones a su gobierno, definió su posición frente al regreso de Calles, atacándolo duramente; concluyó diciendo
que Calles y sus partidarios no constituían ningún problema para el país. 61 A nadie le quedaría ya duda de la fuerza de masas que
Cárdenas poseía, ni de su decisión de avanzar en los propósitos que el Estado había asumido.
Durante los primeros días de febrero de 1936, se suscitó en Monterrey un grave conflicto obrero-patronal que sería aprovechado por el
presidente Cárdenas para hacer ver a los capitalistas que necesitaban someterse a la política del Estado, pues de lo contrario algunos de
ellos sufrirían las consecuencias de su actitud. Cárdenas apoyó a los trabajadores en sus reivindicaciones económicas y amenazó a los
patrones, que realizaban un paro general de actividades industriales, con reanudar por cuenta del Estado la producción. Su política de
acercamiento a los trabajadores y: la movilización de éstos por las organizaciones sindicales fueron fundamentales para la resolución del
conflicto. El apoyo de las organizaciones obreras, de estudiantes, intelectuales, etcétera, no se hizo esperar y brotaron manifestaciones
solidarias en diversas ciudades de la república, como Guadalajara, Jalapa y Puebla.62
Con la crisis de junio, la movilización de diciembre y el conflicto de Monterrey, Cárdenas consolidó su política de masas, y la unificación de
los trabajadores -que tanto propugnaba- empezó a volverse realidad. El Comité Nacional de Defensa Proletaria había logrado unir a
núcleos obreros con tendencias diversas, que en otras condiciones hubiera sido difícil vincular. Sindicalistas, ex-anarquistas, reformistas,
comunistas, todos conf1uyeron en la hora de la crisis. En los meses que siguieron a su constitución, el CNDP se fue desarrollando de un
modo acelerado, integrando nuevos contingentes y consolidándose. Toda la movilización de esos meses, toda la efervescencia política, la
energía desatada, se encauzó hacia la organización de la central sindical única, que aunque con fines distintos, tanto Cárdenas como los
trabajadores deseaban. La movilización de las masas trabajadoras había sido el real punto de partida de la unificación de las
organizaciones, de una organización más amplia y global.
Desde el momento mismo en que la tormenta política de junio empezó a amainar, se habló de los preparativos del congreso de unidad
obrera, el cual habría de constituir una nueva y más vigorosa central. 63 Días antes de que el congreso unitario se iniciara, manifestaciones
obreras “pro-central única” surgieron en algunos lugares del pais64 y un clima favorable a la unidad sindical se dejó sentir. La CGOCM y la
CSUM realizaron congresos previos y se disolvió la primera para fundirse en la nueva central. Justamente esas organizaciones
representaban a las dos tendencias fundamentales que concurrieron en el frente único conocido como Comité Nacional de Defensa
Proletaria.65
Del 21 al 24 de febrero se realizó el congreso unitario que culminó con el surgimiento de la Confederación de Trabajadores de México en la
cual se fusionaron todas las que constituyeron el CNDP y otras más que se adhirieron. Quedaron al margen, e incluso en contra de la
nueva central, la CROM y la CGT, no obstante los propósitos de los comunistas, que planteaban que también ellas participaran. 66 La
Confederación de Trabajadores de México (CTM) se constituyó con sindicatos de industria y sindicatos de empresa, y obligó a los
sindicatos gremiales a disolverse paulatinamente e integrarse en los grandes sindicatos mencionados. Asimismo, las organizaciones debían
formar federaciones regionales, locales y estatales, obligándose a las federaciones industriales a transformarse en sindicatos del mismo
carácter.67 La CTM se elevaba como la organización obrera más importante del país; como escribe Rosendo Salazar:
todos estos sindicatos de industria, unidos a las federaciones locales y regionales de los estados, organizan un control obrero tan
expansivamente grande que si alguna otra agrupación, desligada de la CTM, hay por ahí, no se puede tomar esto sino como un caso
excepcional.68
Ésta era, sin duda, la organización que Cárdenas consideraba indispensable. No obstante sus proclamaciones de independencia respecto
al Estado, la CTM dependería estrechamente de Cárdenas y se convertiría en uno de los pilares de la política de masas y en el instrumento
mediante el cual las masas de trabajadores serían movilizadas en apoyo de las decisiones del Estado y en defensa del régimen
establecido. Los trabajadores movilizados fueron integrados a la nueva central, y ésta, a través de sus líderes, se encargaría de desarrollar
y perfeccionar los métodos de movilización de las masas.
b] De la organización a la movilización

52
Desde el momento de su fundación, la CTM desplegó una intensa actividad destinada a desarrollarse y ampliar su influencia. A través de·la
secretaría de organización y propaganda, la CTM llegó a todos los rincones del país en los que había trabajadores que .podía integrar a
su seno. Durante los consejos nacionales –asambleas- que a partir de junio de 1936 se realizaron cada tres o cuatro meses, se
daban a conocer las nuevas agrupaciones aceptadas como miembros de la central única –como se llamó a la CTM-, se informaba
sobre las federaciones locales, regionales y estatales que se organizaban bajo sus auspicios y sobre los sin dicatos industriales o de
empresa recién constituido o en vías de constitución. Por ejemplo, ya para el segundo consejo nacional, la CTM había constitu ido las
federaciones obreras de los estados de Veracruz, Jalisco, Tamaulipas, Nuevo León y San Luis Potosí, así como la Federación de
Trabajadores de la Región Lagunera, y se estaban realizando trabajos para constituir las correspondientes a Tabasco, Chihuahu a,
Baja California, Sinaloa, Chiapas, estado de México y Oaxaca. 69 El total de agrupaciones obreras y campesinas existentes dentro de
la central era de 3 000 y el número global de miembros alcanzaba la cifra de 600000. 70 Dos años después de su fundación, la CTM
aglutinaba a 3594 organizaciones, integradas por obreros de las industrias de recolección, del p etróleo y la minería, de las
manufacturas, del transporte, el comercio, los bancos, así como por técnicos y profesionistas asalariados y algunos núcleos de
campesinos ejidatarios. El número total de miembros individuales había ascendido a 945 913. 71 No hubo informe de la dirección de la
CTM en el cual no se señalara buen número de nuevas organizaciones que iban a reforzar a la nueva central y a ampliar la
organización obrera en el país, 72 para su segundo congreso, realizado en febrero de 1941, agrupaba a 1 300 000 miembros
organizados en 16 sindicatos y federaciones nacionales, 30 federaciones de estados y territorios y 138 federaciones locales y otras
organizaciones unitarias.73
Con la ampliación de la organización obrera, la CTM se reforzó y su poderío no pudo ser igualado. No obstante esto, vio sustraídos
de su influencia a importantes núcleos de trabajadores, debido a la acción misma del Estado que la protegía y estimulaba. Tal es el
caso del sindicato de trabajadores mineros y metalúrgicos que se escindió de la CTM durante el primer consejo nacional, 74 de los
campesinos que el partido oficial se reservó para sí y de los empleados del Estado. En todos estos casos el gobierno cardenis ta fue
el encargado de impedir la unificación, principalmente debido a que de esta manera controlaba más rígidamente tanto a la CTM -
limitándole su poder-, como a los campesinos y a los mineros y burócratas.
Los empleados del Estado empezaron a organizarse a partir del gobierno de Rodríguez, quien empezó a suprimir las trabas le gales
que impedían su unificación. Dentro del contexto general de la organización y unidad de los trabajadores, Cárdenas expidió el
Estatuto de los trabajadores al servicio de los Poderes de la Unión, mediante el cual no sólo se permitía a los burócratas que se
organizaran, sino que se estableció una virtual sindicalización obligatoria integrándolos en sindicatos únicos dentro de cada rama de la
administración –se prohibió la existencia de sindicatos minoritarios- que habrían de fundirse en la Federación de Sindicatos de
Trabajadores al Servicio del Estado, que quedaba estrechamente vinculado al gobierno. 75
Desde 1937, la CTM había desarrollado una labor tendiente a la abolición completa de los obstáculos que impedían organizarse a los
burócratas. Se integró según acuerdo del quinto consejo nacional, el Comité de Unificación y Organización de los Trabajadores del Estado,
cuya tarea sería constituir a los sindicatos únicos y convocarlos para formar la federación de sindicatos. Sin embargo, muy pronto vieron
estorbada su actividad por la actitud hostil de algunas agrupaciones, que negaron a la CTM el derecho de intervenir en la unificación
burocrática. También el gobierno, a través de algunos jefes de departamento y secretarios del gabinete cardenista, se preocupó por impedir
la participación de la CTM.76 El comité nacional de la CTM respondió violentamente ante la actitud oficial de obligar a los empleados
gubernamentales a organizarse al margen de ella atacando lo que consideraba violación del "libre derecho de: asociación".77 Sin embargo,
como en el caso de los campesinos, la dirección de la CTM rectificó su posición y aceptó la obligada autonomía de los empleados del
gobierno, concediéndoles libertad a sus sindicatos de burócratas para que concurrieran al congreso de fundación de la FSTSE, donde la
mayor parte de ellos dejaron de pertenecer a la central. 78 De esta manera, un importante, sector quedaba marginado de la CTM y en
dependencia directa del Estado. Éste argumentaba, a través de Cárdenas que como los burócratas eran parte de la organización del
Estado, estaban obligados a identificarse con él.79 Así como anteriormente, por una argumentación similar, los empleados oficiales habían
sido convertidos en miembros del PNR, ahora eran obligados a organizarse bajo el·control del Estado, sin que tuvieran la mínima
posibilidad de decidir sobre su propia organización.
La CTM de todas maneras conservó alguna influencia entre los burócratas 80 y su fuerza era superior a la de cualquier otra central o
sindicato. Con su desarrollo y fortalecimiento se convirtió en un aparato que le daría a la movilización de las masas una organización, una
profundidad y una amplitud que no se manifestaron durante la crisis de junio ni durante las movilizaciones de diciembre y febrero. Si la
movilización había conducido a la organización, ahora la organización llevaba a la movilización.
La primera movilización que organizó la CTM apenas creada, fue con motivo del destierro de Calles. Como después de diciembre de 1935,
los partidarios del expresidente continuaron sus actividades anticardenistas, Cárdenas, presionado por la CTM, lo exilió junto con sus
principales seguidores. Las manifestaciones de apoyo no se hicieron esperar. Otras movilizaciones importantes fueron la huelga electricista
de 1936 y la huelga general de jornaleros en La Laguna, la cual culminó con la reforma agraria en esa importante zona algodonera,
orientada sobre todo el mercado mundial. Mas la movilización que se distinguió por su trascendencia y significado fue indiscutiblemente la
que precedió y siguió al decreto de Cárdenas que expropió las empresas petrolera.
La crítica situación que la actitud de las compañías petroleras provocó al desconocer el laudo que a favor de los obreros dictó la Junta de
Conciliación y Arbitraje, hizo que tanto el gobierno como los trabajadores entraran en movimiento. La CTM fue la encargada de lanzar a los
trabajadores a la calle para apoyar a Cárdenas frente a los monopolistas extranjeros. La CTM asumió la táctica del frente popular. En el
primer congreso de la central, Lombardo afirmó:
¿Cómo realizar la táctica del frente popular frente a la actitud de las empresas imperialistas del petróleo? Ligando los intereses del
movimiento obrero y del pueblo de México, junto con los intereses del gobierno nacional.

53
Cárdenas pronunció también un discurso que fue interpretado como "un llamamiento a la unidad popular, de respaldo al programa de su
gobierno y de la revolución".81 En efecto, esta vez la movilización comprendería a todos los sectores sociales del país, pues el poder del
adversario imperialista así lo requería.
Lombardo fue el dirigente principal de la movilización. En su calidad de secretario general de la CTM, desde el momento mismo en que el
sindicato petrolero, estrechamente ligado al comité nacional cetemista, pidió a la Junta de Conciliación que declarara en rebeldía a las
empresas y diera por terminado el contrato de trabajo, envió telegramas a todas las federaciones y sindicatos de carácter nacional
integrantes de la central, en los que convocaba a una manifestación nacional que debería realizarse el 23 de marzo, exhortando a los
obreros a respaldar al gobierno "con [los] sacrificios [que] sean necesarios". Todas las actividades de los trabajadores deberían ser
suspendidas durante las manifestaciones que se iniciarían a las diez de la mañana; los líderes locales debían llamar a todos los "sectores
populares" a la manifestación e incluso invita a las autoridades y al comercio a paralizar todas sus actividades, con el objeto de "lograr [un]
acto sin precedente [en] nuestra historia".82 El jueves 17, el comité nacional de la CTM envió una circular a todos los gobernadores de los
estados y territorios, invitándolos a que se solidarizaran con el gobierno y colaboraran a poner en movimiento a "los habitantes de su
jurisdicción". También pidió su participación en las manifestaciones a los dirigentes del partido oficial, del partido comunista, la CROM, la
CGT, las Juventudes Socialistas Unificadas de México y la Confederación de Estudiantes Revolucionarios, exhortándolos a que movilizaran
sus contingentes. Los comerciantes de la ciudad de México también fueron invitados a cerrar sus puertas durante la manifestación, “en
señal de que se solidarizan con el pueblo de México y con el gobierno, a quienes han pretendido vejar las empresas petroleras”.83 Y todavía
el 19 de marzo la dirección cetemista volvió a enviar otra circular a todas las federaciones obreras regionales, estatales y nacionales, así
como a los sindicatos de industria,
con el fin de que estén debidamente preparados·para la manifestación pública del país […] pues se desea que resulte simultánea en los
estados, territorios y capital de la república.84
La movilización se inició desde antes de que el gobierno de Cárdenas decretara la expropiación de los bienes de las compañías petroleras.
El miércoles 17 y el jueves 18, el gobierno empezó a recibir cientos de mensajes de solidaridad y respaldo, en los que se condenaba la
actitud rebelde de los capitalistas petroleros, y mítines de estudiantes, maestros y padres de familla comenzaron a brotar por toda la ciudad
de México. En algunas escuelas se integraron comités especiales de solidaridad. 85 Al decreto de Cárdenas, siguió un desbordamiento de la
agitación que se extendió por todas las ciudades del país. Miles de adhesiones al gobierno fueron suscritas por todas las centrales obreras
sin excepción, por organizaciones campesinas, agrupaciones de mujeres, de estudiantes, de burócratas, de particulares, de profesionistas,
la prensa y otros sectores sociales. El ejército también se preocupó por expresar su solidaridad. Los mítines de estudiantes se multiplicaron
en las escuelas, y las calles se llenaron de vida, rompiendo con su gris cotidianidad.86
En medio de la tormenta política los líderes de la CTM proseguían organizando la manifestación. El lunes 21 eximieron a los trabajadores
petroleros de participar en la manifestación convocada para el miércoles, "ya que deben estar atentos a la reorganización de la industria"
nacionalizada.87 La manifestación en el Zócalo fue gigantesca y rompió el precedente del domingo 22 de diciembre de 1935. Más de 200
mil trabajadores asaltaron las calles de la ciudad y todas las actividades productivas y el tráfico de vehículos se paralizaron. Los
comerciantes cerraron las puertas de sus establecimientos. En los estados de la república las manifestaciones se realizaron tal y como el
comité nacional de la CTM lo había acordado.88 Todos los sectores .sociales del país se unieron en apoyo a la expropiación petrolera; la
decisión de Cárdenas
electrizó y unificó a México como nunca lo había estado ni siquiera durante la independencia. Le imbuyó la sensación de haberse librado
a sí mismo; de haberse dejado de atemorizar por los Estados Unidos. Había alcanzado de golpe la igualdad política con su vecino del
norte y la experiencia fue estimulante.89
Cárdenas surgía como un líder sin igual, con una fuerza de apoyo inconmensurable, capaz de vencer todas las asechanzas de sus
enemigos; todo el país se encontraba detrás de él.90 Era “la hora de la unidad nacional”; el conflicto petrolero se había transformado de
meramente obrero-patronal, en “una lucha de la nación, del pueblo todo de México contra el imperialismo”91 y todos los sectores deberían
concurrir en ella. La CTM llamó a todas las tendencias –“anarquistas, comunistas, sindicalistas, ateos, protestantes, budistas”, etcétera- a
integrarse a su seno y a participar en la lucha “frente a un enemigo común”, para llevar a cabo “una gran cruzada a favor de la patria”.92
El torrente popular se había vuelto a desatar. La política de masas cardenista había llegado a su clímax con la expropiación petrolera, pues
la profundidad y amplitud de la movilización de las masas alcanzó su punto más alto. Ya no eran sólo los obreros impulsados por sus
líderes los que se pusieron en movimiento, sino que los campesinos, los burócratas, las mujeres, los profesionistas, etcétera, habían
irrumpido también en las calles; las empresas petroleras y los enemigos todos del gobierno cardenista temieron las consecuencias que un
desenlace violento podría ocasionar.93 Al lado de Cárdenas, la CTM surgió incomparable; había sido la promotora de la movilización, la
había organizado. La fuerza de masas que Cárdenas obtuvo se la debía en parte a la Confederación de Trabajadores de México, pues su
instrumento oficial, el PNR, resultó insignificante ante la gigantesca tarea de poner al pueblo en movimiento. La CTM estuvo por encima del
PNR, el que no hizo sino secundar las decisiones de aquélla; el PNR fue sólo un auxiliar en la movilización, no la fuerza directriz. Cárdenas,
con su política de masas, quedó estrechamente ligado a la CTM, que se había convertido en su aparato organizativo, indispensable para
que dicha política no fuera sólo demagogia, sino una realidad viva.
c] Movilización y manipulación
La política de masas de Cárdenas se desarrolló estrepitosamente, influyendo en los trabajadores, los campesinos y otros núcleos sociales.
Las masas fueron movilizadas en apoyo de la política que Cárdenas desplegó para fortalecer las bases del desarrollo industrial del país y
en defensa del -régimen imperante.94 En esta labor, la CTM fue esencial, pues sin ella difícilmente hubiera logrado el gobierno movilizar en
su apoyo·a cientos de miles de obreros. Cárdenas debió mucho de su poderío a las masas,95 pero las masas ganaron poco con ello. En el
transcurso de las movilizaciones, las masas de trabajadores se politizaron aceleradamente, desterrando hasta las reminiscencias del
54
anarcosindicalismo y de la intuición espontánea de los obreros rojos, sobre todo en lo que se refiere a la participación política y a la lucha
por su autonomía. Mas la conciencia que fueron asumiendo fue una conciencia subordinada, que las volvió dependientes del Estado,
encarnado en la figura de Lázaro Cárdenas. Los líderes obreros, encabezados por Lombardo Toledano, fueron los directos encargados no
sólo de organizar a los trabajadores, sino de sujetarlos al dominio del Estado. Sin estos líderes que hicieron el trabajo menudo de
organización y control, que prepararon a las masas, que las volvieron dispuestas a escuchar a Cárdenas y a seguirlo, la política de masas
cardenistas o hubiera prosperado. Los trabajadores no participaron de manera consciente e independiente en el proceso cardenista, sino
que fueron manipulados y controlados por el Estado.
Las masas trabajadoras fueron movilizadas por sus líderes gracias a la amenaza del fascismo, que esgrimían como un fantasma terrorífico
que sólo se podía conjurar con la organización, la unificación y la disciplina de todos y el apoyo al régimen que el presidente Cárdenas
representaba. Desde el 12 de junio hasta las elecciones de 1940, las masas se vieron presionadas a ponerse en movimiento y a someterse
al Estado, en lucha contra el espectro fascista que de Europa se trasladaría a México. También fueron movilizados los trabajadores para la
consecución de reivindicaciones que tendían a aumentar su poder adquisitivo, aunque esta movilización era más bien producto de la natural
y espontánea lucha económica de las masas, en la cual los líderes actuaban como reguladores.
Mas si la CTM y sus líderes desempeñaron un papel determinante en la política de masas, seríamos unilaterales si no reconociéramos la
importancia de Cárdenas. Su personalidad carismática y su vínculo directo con los trabajadores y los campesinos constituyeron una fuerza
de atracción de las masas. Éstas, con la ayuda de sus líderes, se dejaron fascinar por el estilo cardenista que se les impuso en todo el país.
Lázaro Cárdenas no era un caudillo como Obregón, mucho menos otro hombre fuerte como Calles, y tampoco tenía las características de
presidente que distinguieron a sus sucesores. El sistema político mexicano, Cárdenas se destacó como un elemento singular. Era un líder
de masas carismático que recorrió todo el país vinculándose de modo personal con los trabajadores asalariados y los campesinos, como un
compañero y como un protector. Su propaganda incansable propugnando la organización y unidad de los trabajadores, motivo que muchos
lo consideraran “el agitador más grande de nuestra historia”, o que concluyeran que más que un presidente o estadista, era un líder, un
apóstol o un simple “agitador de overol”.96 Su sentido de las masas y su capacidad para aplicar nuevos métodos “para manejar a los
hombres y para resolver las cuestiones nacionales”97 fueron básicos en su política.
Cárdenas encarna un necesario elemento de transición en·el sistema político nacional. Las cualidades personales que lo caracterizaron
como líder de masas, fueron muy propias de una época de auge del movimiento popular, de ascenso de las luchas de clases tanto en
México como en el mundo. Cárdenas encarnaba en ese contexto el desarrollo del Estado. Éste buscaba conformar, aunque fuera
transitoriamente, su base de apoyo social subordinando al pueblo trabajador que le serviría para impulsar la industrialización del país y
atraerse el apoyo de aquella clase a la que de manera especial beneficiaba y promovía con su política: la burguesía. Con el general
Cárdenas, el Estado se consolidaría, perfeccionando su aparato de dominio, y sentaría las bases estructurales y políticas para un
mayor y más rápido desarrollo económico. El prestigio del jefe del gobierno, su fuerza de masas y su carisma, servirían para que el
Estado se legitimara socialmente como tal, y fuera aceptado por todas las clases sociales. Los gobiernos sucesivos tendrían
despejado el camino para que esto último se volviera realidad. Ésta es, justamente una de las múltiples y cruciales aportacio nes de
Lázaro Cárdenas a la consolidación y el perfeccionamiento del sistema dominante.
2. EL NUEVO PNR
La “depuración" del partido
En su política de masas, Cárdenas se valió de la CTM para poner a los trabajadores en movimiento, pues el envejecido PNR no
estuvo en condiciones para realizar tal labor. A partir de su segunda convención, en diciembre de 1933, el PNR intentó "abrirse"
hacia el exterior, es decir, orientar sus actividades ya no hacia la organización de la élite revolucionaria gobernante, sino hacia los
trabajadores, con el propósito de volverlos a vincular al Estado. Sin embargo, este objetivo fracasó durante los primeros meses del
gobierno cardenista, debido a que las fuerzas emergentes no pudieron consolidar su hegemonía dentro del partido. Por ello los
allegados del jefe máximo continuaron preponderando.
El PNR nació y se consolidó durante los años de la crisis económica y política; y su preocupación por centralizar el poder po lítico lo
absorbió en forma tal que no tuvo mucho tiempo para buscar integrar en su seno a las masas tr abajadoras. Su objetivo, en este
sentido, era más bien destruir a la CROM, lo que contribuía a aflojar más aún, hasta romperlos con la ayuda de los efectos so ciales
de la crisis económica, los lazos que antes sujetaban a los trabajadores al Estado. El proletariado y los campesinos no sólo se
mantuvieron al margen del PNR, sino que se convirtieron en sus enemigos, pues el partido oficial era identificado con el "jef e
indiscutible" y con la política anticrisis que, en detrimento de las masas, aplicaron los gobiernos del maximato. De esta manera, el
PNR estaba desprestigiado entre las masas trabajadoras organizadas y sus líderes, quienes lo consideraban una institución
burocrática, corrupta y personalista, sin ninguna orientación social e incluso ajena a la política que el presidente Cárdenas
comenzaba a realizar.98
La crisis política de junio y diciembre de 1935 fue la coyuntura que los círculos gobernantes, encabezados por Cárdenas, aprovecharon
para desarrollar, con más éxito, una labor tendiente a transformar al PNR en un instrumento acorde con las necesidades de la política de
masas. Para lograr esto, lo primero que se impuso como ineludible fue la eliminación de todo aquello que los desprestigiaba ante los
trabajadores, lo que se encarnaba tanto en sus métodos políticos electorales como en Calles y sus seguidores. De esta manera, desde que
Portes Gil asumió la dirección del partido oficial, se inició una campaña de "depuración” política, de “limpia radical en las filas de la
revolución, extirpando a los elementos desprestigiantes".99 Las expulsiones de Calles, de generales, diputados, senadores y otros elementos
identificados con el ex-jefe supremo, constituyeron medidas políticas que se propagandizaron, justamente como la “depuración
revolucionaria” del partido y como “la consolidación definitiva […] [del] sistema institucional”.100 Con tales medidas, el partido oficial había
iniciado el proceso depurador, y anunciaba una profundización del mismo, con el propósito de desvanecer las suspicacias de las amplias

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masas de trabajadores, y atraérselas.101
Sin embargo, la labor “depuradora” del PNR, encabezada por Portes Gil, no fue suficiente, pues él era uno de los políticos más
desprestigiados entre los líderes obreros, quiénes lo identificaban con el general Cedillo; secretario de agricultura. La presencia de Cedillo
en el gabinete presidencial, y de Portes Gil en la dirección del partido, constituyeron, en medio de la crisis de junio, un apoyo para
Cárdenas. Portes Gil, como uno de los promotores de la lucha contra el jefe máximo, había logrado obtener apoyo entre algunos núcleos
de campesinos, a los cuales contribuyó a organizar en la Confederación Campesina Mexicana, y durante los años anteriores había
destacado como uno de los políticos más hábiles. Cedillo, por su parte, fue integrado por Cárdenas a su gabinete tanto para evitar que se
rebelara, como para atraerse el apoyo de importantes núc1eos de católicos, que veían en él a un defensor y simpatizante. 102 La presencia
de Cedillo y Portes Gil en el gobierno le daba a este un aspecto de equilibrio y compromiso, pues eran considerados como la derecha o, por
lo menos, como "vendidos a la reacción",103
La rivalidad y oposición entre Portes Gil y Lombardo Toledano obstaculizó, en cierta medida, la política que el PNR desplegó para atraerse a
los obreros, pues la lombardista CTM seguía viendo en el presidente del partido oficial a un representante de los viejos y corruptos métodos
callistas. Incluso se le acusó de sabotear deliberadamente la obra de Cárdenas y los intentos de renovar los métodos políticos del partido
del gobierno. Dentro de los propios círculos oficiales se manifestó oposición a Portes Gil, pues el descrédito y el anticomunismo de éste
ponía en peligro la política destinada a fortalecer al PNR con la participación de los trabajadores.105 Ya en mayo de 1936 se produjeron
públicamente duros ataques contra el director del partido en el seno del “ala izquierda” del Senado. Se dijo que a la Cámara de
Senadores habían estado llegando miles de telegramas contra Portes Gil. Un senador señaló que existía "una gran agitación en toda
la república” contra él; y exigió su renuncia. 106 Esto se debía a las elecciones internas del PNR para designar candidatos a diputados
y a otros puestos públicos, en las cuales Portes Gil -según sus opositores- había impuesto a algunos de sus incondicionales.
La situación creada por la dirección del PNR hizo crisis en agosto de 1936, cuando en la Cámara de Senadores, al discutirse las
credenciales de los "presuntos nuevos senadores", fueron rechazadas las de los candidatos por Tamaulipas y otros estados, lo cual
provocó la renuncia de Portes Gil. El director de El Nacional atacó duramente a los senadores -encabezados por Soto Reyes-, y los
acusó de "deslealtad y falta de disciplina", pues dichas credenciales habían sido discutidas en el seno del partido y aprobadas por
Cárdenas. Los senadores respondieron con graves ataques a El Nacional y a Portes, acusándolos de seguir una política personalista;
Soto Reyes y otros senadores renunciaron, defendiendo sus decisiones y denunciando al "fuerte sector derechista que existe dentro
del gobierno". Después de nombrada la nueva dirección del PNR volvieron a sus puestos. 107
Con la eliminación política de Portes Gil, culminó el proceso de "depuración'" del PNR, gracias a lo cual sus vínculos con las masas
trabajadoras se reforzarían cada vez más, en una mayor cooperación entre los nuevos dirigentes y los líderes de la CTM.
La política de “puerta abierta”
La depuración del PNR fue sólo una parte de la política que el gobierno desplegó para rehabilitarlo, para convertirlo de nuevo en un
poderoso apoyo de las instituciones imperantes. Otra de las medidas puestas en práctica simultáneamente, estaba orientada a
volver a identificar al partido con el Estado, es decir, con el gobierno cardenista, destacándolo como su "más íntimo colaborador".
Incluso se afirmó que la crisis de junio fue motivada precisamente por la "falta de identificación" del PNR con el gobierno d el general
Cárdenas.108 La dirección portesgilista antes de que fuera purgada, proclamó que su programa era el mismo que el del gobierno e
hizo patente su subordinación al ejecutivo, o sea: al presidente Cárdenas. 109
Sin embargo, lo decisivo en la revitalización del partido oficial lo constituyeron su acción social y los nuevos procedimientos en las
cuestiones electorales, factores éstos que caracterizaron a la política de "puerta abierta".
Desde los primeros días de enero de 1935, el presidente Cárdenas dispuso que la dirección del PNR se encargara de coordinar todo
el trabajo de propaganda y las actividades de "carácter social" del gobierno, para lo cual las dependencias oficiales deberían prestar ayuda.
El objetivo de esta disposición era conseguir que los trabajadores organizados apoyaran al gobierno y al partido. 110 Sin embargo, tal
política no empezó a intensificarse y a tener resultados fructíferos, hasta que la crisis de junio puso al PNR en manos de Portes Gil y García
Téllez (este último ligado muy estrechamente a Cárdenas).
A partir de entonces, el PNR hizo todo lo posible por desvanecer su aparente carácter exclusivamente electoral, subrayando su nueva
"orientación social".111 En este sentido, sus labores sociales se centraron en el fomento de la organización sindical y en la colaboración con
las organizaciones obreras -"impartiéndoles ayuda material y moral"-, asesorándolas ante las Juntas de Conciliación y Arbitraje en sus
conflictos con los patrones y tratando de impulsar la expedición de leyes que manejaran las condiciones sociales de los trabajadores e
incorporaran las "exigencias del proletariado". También fomentó el cooperativismo. 112 Para realizar correctamente esta labor, la dirección del
PNR pidió a todos los comités estatales y municipales del partido que le enviaran información sobre las condiciones de vida de los
campesinos y obreros,
indicando el salario que perciben, la forma de trabajo y el costo de vida con objeto de que el partido esté en posibilidad de promover
lo·conducente a fin de que se cumplan las leyes dictadas sobre el salario y [ ... ] el trabajo en aquellas regiones en donde no sean
obedecidas.
También debían señalar las obras públicas y mejoras materiales urgentes, a fin de que el partido pudiera presionar para que se llevaran a
cabo.113 Los medios fundamentales que el PNR esgrimía, para realizar su acción social, fueron resumidos por Portes Gil en tres: el
sindicalismo, el cooperativismo y el agrarismo. El primero como defensa de los trabajadores ante los empresarios, el segundo para resolver
los problemas económicos de los obreros y el tercero, con el reparto de tierras, para que los campesinos organizados "se conviertan en
elementos productores".114

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Con la acción social y su política depuradora, el PNR empezó a acercarse a los trabajadores, a borrar la imagen que éstos tenían de él y
avanzar en su propia transformación. El partido oficial se estaba habilitando para desempeñar su papel en la política de masas cardenista,
el cual consistiría en introducir a los obreros en la lucha política electoral, en encauzarlos por la senda institucional por excelencia, que
permitiría fortalecer y consolidar su sujeción al Estado.
En la realización de la política que se había trazado, el PNR desplegó, sobre todo durante la dirección de Portes Gil, una amplia labor de
propaganda, destinada a influir en los trabajadores y en otros núcleos sociales explotados. Sin esta propaganda, el partido oficial hubiera
encontrado mayores resistencias a su acción y su influencia no hubiera alcanzado la amplitud que requería. El comité ejecuti vo
nacional del PNR se propuso extender su propaganda “hasta las barriadas más apartadas de las poblaciones"; a los talleres, a las
fábricas, a los sindicatos, a las comunidades agrarias y a las escuelas; para lograr esto vitalizó todos los medios de que d isponía: la
radio, la prensa y el libro, además de que proyectaba valerse también de conferencias, exhibición de "películas apropiadas", de la
actuación de grupos artísticos e incluso de exposiciones de "carteles revolucionarios". 115 Así, desde el 26 de junio de 1935, la
dirección del partido acordó dotar de aparatos de radio a ciudades, municipios, poblados y congregaciones que dispusieron de
electricidad, pues la propaganda que había podido hacer a través de su estación radiodifusora logró resultados muy pobres, "ya que
por desgracia son muy contados los municipios y pequeños centros de población que están en condiciones de escucharlos”. 116 Al
mismo tiempo, la secretaría de prensa y propaganda intensificó su actividad a través de su diario El Nacional; de la revista gráfica Así
es... México de Hoy y de Mañana, destinada principalmente a los que no sabían leer, es decir, a la gran mayoría de los campesinos y
obreros; de las revistas Política Social, mensual, y Los Doce, semanal; y también mediante la edición, a partir de febrero de 1936, de
grandes tirajes de folletos de divulgación. El 29 de febrero del mismo año, El Nacional empezó a distribuir "ediciones murales", y
dedicó la primera a exponer y explicar los “14 puntos" de Cárdenas. 117
Sin embargo, la labor de propaganda del PNR no se mantuvo constante y con la misma intensidad después de la renuncia de Portes
Gil, sino que disminuyó considerablemente. Incluso no hemos encontrado información suficiente que nos permita determinar el t ipo
de propaganda que el nuevo comité ejecutivo realizó, además de la efectuada por El Nacional.
Los nuevos procedimientos electorales que el partido oficial puso en práctica, a partir del inicio de la actividad de Portes Gil como
presidente del comité ejecutivo, constituyeron el aspecto esencial e incluso el verdadero núcleo de la política de "puerta abierta".
Durante la última semana de junio de 1935, las protestas de los obreros y campesinos del estado de México, motivadas por
irregularidades en los plebiscitos para la designación de candidatos del PNR a los puestos legislativos y a las convenciones
municipales, fueron una magnífica coyuntura que aprovechó el comité ejecutivo nacional encabezado por Portes Gil para asumir una
actitud que señalaría el inicio de su nueva política. La dirección del partido oficial desconoció los mencionados plebiscitos y decidió
abstenerse de presentar candidatos, dejando en libertad a sus miembros para que votaran por quien consideraran más convenient e
para sus intereses. De inmediato, se inició una campaña de propaganda destinada a "demostrar ante la faz de la nación" que el PNR
comenzaba a respetar realmente el "sufragio popular". Arribaron a la ciudad de México trescientos delegados que decían representar a
cien mil campesinos, con el propósito de expresarle su simpatía al CEN, y a los pocos días, cinco mil campesinos realizaron una
manifestación de apoyo al presidente Cárdenas y a Portes Gil, por su decisión sobre las aludidas elecciones. 118 A partir de entonces, según
los círculos oficiales, las masas de obreros y campesinos empezaron a llamar al partido del gobierno “el nuevo Partido Nacional
Revolucionario”.119
El primero de febrero de 1936, el presidente y el secretario general del CEN, Portes Gil y García Téllez; enviaron una circular telegráfica a
los dirigentes de los comités estatales del PNR. En la circular plantearon la exigencia de que todos los organismos del partido mantuvieran
una absoluta imparcialidad en las cuestiones electorales. También les recomendaban que dieran garantías a todos los precandidatos que
surgieran con el objeto de que las direcciones del partido no fueran acusadas de antidemocráticas. Lo más significativo de la circular era su
última recomendación destinada a dar facilidades a los trabajadores para que ingresaran al PNR.120 Veintiocho días después, se publicó la
convocatoria del PNR a elecciones internas para gobernadores, senadores y diputados, en la cual, "reconociendo que las clases
trabajadoras son el facto social más importante de la colectividad”, se estipuló que los obreros y campesinos organizados podrían participar
en ellas, con el único requisito de que manifestaran su acuerdo con la declaración de principios del partido. Los trabajadores y campesinos
estarían en igualdad de condiciones con los miembros formales del partido.121 Para lograr que los trabajadores se interesaran en participar
en las elecciones internas del PNR, este elaboró convocatorias con instrucciones detalladas y desplegó "una campaña de publicidad
tendiente a mostrar a los futuros plebiscitarios cómo contaban honestamente con todas las garantías necesarias para la emisión del
voto".122
La nueva dirección del PNR que sustituyó a la encabezada por Portes Gil llevó hasta sus últimas, consecuencias la política de "puerta
abierta". En su manifiesto del 4 de septiembre de 1936, el comité ejecutivo nacional habló de una "nueva democracia" a la que aspiraba el
partido de Estado. Esta democracia la concebía como "una creciente influencia de los obreros y campesinos organizado en la dirección
política y económica de la comunidad". Se criticaba la “ficción igualitaria" de la democracia liberal, afirmándose que sólo se había utilizado
para justificar "la opresión que las minorías poseedoras y sus aliados ejercen sobre las mayorías productoras" y se subrayaba que .un
régimen "verdaderamente democrático" debería tomar en consideración que la mayor parte del pueblo la constituyen los proletarios. Al
reafirmar su política de "puerta abierta” frente a las organizaciones obreras y campesinas, los dirigentes del PNR expresaron que el solo
hecho de que se perteneciera a un sindicato o a un ejido,"presuponía" los requisitos indispensables para ser miembro del partido, "juzgando
que la mera voluntad de actuar dentro de éste, basta para reputar al trabajador miembro activote nuestro instituto político”. De esta manera,
todos los trabajadores y campesinos se convertían automáticamente en miembros del partido oficial. Para vencer las resistencias de los
obreros, se volvió a esgrimir la promesa de simplifica los “métodos preelectorales” y garantizar el respeto al voto, a fin de que pudieran
ascender al poder municipal.123
La nueva política que el partido oficial había venido desarrollando desde los días de junio y que se reforzó con la renuncia de
57
Portes Gil y el nombramiento de la directiva encabezada por Barba González, tenía el claro propósito de acercarse a los
trabajadores e integrarlos a sus filas.124 Como esto no era posible de inmediato, dados los antecedentes callistas del PNR, se
asumió la política de "puerta abierta". Durante la primera quincena de abril de 1931, se llevaron a cabo las elecciones internas de!
partido para precandidatos a diputados federales, poderes locales y convenciones municipales, y los dirigentes del CEN vieron
coronados sus esfuerzos, pues participaron masivamente en ellas los obreros.
Pero los trabajadores no fueron de modo espontáneo a las convenciones del partido oficial, atraídos por la pura fuerza de la
propaganda. Como en el caso de las movilizaciones masivas, aquí también la CTM desempeñó una función determinante, sin la
cual, por la "puerta abierta" no hubiera entrado mas que el aire. Como explicó el presidente del CEN, los dirigentes de "las grandes
centrales campesinas y obreras cooperaron estrechamente con la dirección del PNR para hacer participar en la política electoral a
las masas.125 Al principio, cuando aún no se fundaba la CTM, algunas organizaciones se negaron a participar en las elecciones,
argumentando que su programa se lo prohibía, como en el caso de la Federación de Trabajadores de la Industria Azucarera,
Alcoholera y Similares, que pertenecía a la CGOCM.126 Sin embargo, la labor de los líderes de la naciente CTM fue venciendo las
resistencias y lanzó a los trabajadores a la actividad política. En esto tuvo una participación destacada Lombardo Toledano, quien
fue facultado expresamente por el comité nacional para tratar las cuestiones electorales. 127 La primera medida que se puso en
práctica fue un acuerdo del consejo nacional de la CTM, por medio del cual recomendó a sus miembros que participaran en la
"lucha político-electoral para defender el programa de la CTM y para oponerse a la reacción y al imperialismo”, haciendo ver que
tal lucha debía realizarse el forma organizada.128 Para el tercer consejo nacional, efectuado en enero de 1937, la dirección
cetemista ya se había entrevistado con Cárdenas y Barba González, con el propósito de exponerles sus puntos de vista, centrados
en la necesidad de respetar el voto de los trabajadores y de "abolir los sistemas viciosos". Además se había encargado de
impulsar la creación de comités electorales, que quedaban sometidos al comité nacional de la central, el cual sería "el único
conducto para tratar con el CEN del PNR".129
Con las medidas que adoptaron los líderes de la central hegemónica, quedó asegurada la participación de los obreros en las elecciones
internas del PNR. Tal participación se reforzó aún más con el pacto de “frente electoral popular” que en febrero de 1937 firmaron la CTM, la
Confederación Campesina Mexicana e incluso el partido comunista con el PNR.130 A la propaganda del PNR se aunó la de las
organizaciones mencionadas y su actividad entre los sindicatos y los campesinos. Lombardo proclamó “forzosa” la participación política
electoral de la clase obrera, argumentando que era necesaria para apoyar al “gobierno militante” de México, y el PCM llamó a todos los
obreros y a sus miembros a participar en los plebiscitos del partido oficial.131
La participación electoral fue un paso muy importante en la sujeción de los trabajadores, pues se les sumergía en la lucha institucional por
excelencia y, lo que es peor, se les subordinaba al partido oficial. Los miembros de la CTM que se convirtieron en diputados, fueron
obligados a someterse a las disposiciones del PNR, independientemente de que la dirección lombardista argumentara que esos diputados
llevarían al Congreso la “orientación” de la central.132
Mas el PNR no se conformó con la integración de los obreros en la lucha política, sino que también se preocupó por incorporar a sus filas a
las mujeres y a los jóvenes. Desde su campaña electoral, Cárdenas había planteado la necesidad de que la mujer se organizara y
convirtiera en un “factor de producción y de riqueza”. También consideró indispensable que la Constitución se reformara, para que a la
mujer se le concediera el derecho al voto.133 El PNR se encargó de convertir en realidad los propósitos del presidente.
Tanto en la circular del primero de febrero como en la convocatoria a sus plebiscitos de 1936, gracias a las cuales se abrieron a los obreros
las puertas de la actividad electoral, la dirección del partido también expresó su decisión de otorgar facilidades a las "mujeres trabajadoras
afiliadas a las organizaciones proletarias para que intervinieran en las labores electorales internas.134 En realidad, se dio el derecho de voto
en las elecciones internas sólo a las mujeres del Distrito Federal que pertenecían al PNR, “organizadas o no". Esto fue considerado como
“un principio o ensayo que […] lleve a la realización del sufragio femenino" en todo el país.135 A los jóvenes se les integró a través de la
propaganda y de su organización, conduciéndolos a actividades como el excursionismo y preparándolos como "remplazos humanos" para
fortalecer al PNR.136
Con la participación electoral de la mujer y su posterior organización, y con el apoyo de la juventud, el PNR, sumó más contingentes a su
esfera de influencia y se fortaleció.
La organización de los campesinos
Una de las preocupaciones del gobierno de Cárdenas fue el descontento campesino provocado por la política desarrollada durante la crisis
económica. No obstante que Cárdenas inició su sexenio impulsando el reparto agrario, algunos núcleos campesinos iban más adelante que
él y no esperaron las resoluciones oficiales, sino que continuaron ocupando tierras por su propia iniciativa. Para contener esas acciones y
evitar que cobraran auge, el presidente ordenó a los gobernadores, al jefe del Departamento del D. F., y a los comandantes de las zonas
militares de todos el país, que reprimieran a los que encabezaran las invasiones de tierras.137 No obstante esto,
en algunas regiones los campesinos, cansados por promesas que nunca se cumplen y lo que es más, obligados por la situación
miserable que atraviesan, económicamente, han tenido que tomar la tierra.138
Cárdenas no podía permitir la acción independiente de los campesinos, pues además de que se contraponía a los procedimientos
legales que caracterizaban al régimen, impedía que pudiera el Estado utilizar el reparto agrario como un arma política. Además de la
intensificación del ritmo de la reforma agraria, Cárdenas dispuso que se llevara a cabo la organización nacional de los campe sinos,
mediante la cual éstos volverían a ser encauzados por los conductos institucionales. Así, el presidente encargó esa labor al PNR, el
cual integró de inmediato un Comité Organizador de la Unificación Campesina. Este comité desvaneció todas las dudas sobre el
carácter netamente oficial del trabajo organizador de los hombres del campo, pues estaba formado de la siguiente manera: Portes

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Gil como presidente, y como miembros el jefe del Departamento Agrario, el jefe del Departamento de Asuntos Indígenas y el ger ente
del Banco Nacional de Crédito Ejidal. 139
La misma intensa propaganda con la que se envolvió a los trabajadores para que se organizaran y unieran en un solo frente, se
utilizó para los campesinos. Cárdenas y los funcionarios del partido gubernamental recorrieron todo el país pregonando sus
propósitos unitarios, pidiendo el apoyo del campo para el gobierno, en todos los estados de la república. Desde que la dirección
encabezada por Portes Gil había tomado posesión en el PNR, empezaron a realizarse convenciones con la finalidad de integrar l igas
de comunidades agrarias y uniones campesinas únicas en cada entidad federativa. Todos los campesinos ejidatarios que iban
recibiendo tierras fueron integrados en las organizaciones del PNR. De esta manera, las convenciones agrarias proseguirían
realizándose hasta que el proceso organizativo pudiera desembocar en una "gran convención" que crearía la Confederación
Nacional Campesina.140
Los campesinos fueron organizados usando también el argumento de que su unificación los convertiría en "un factor decisivo en los
destinos de México y en la economía nacional", y podrían tener con ella más fuerza para aprovecharla en su propio beneficio. Se
expresó, asimismo, que la unificación campesina era indispensable para que se pudieran cumplir las leyes agrarias. 141 La actitud del
gobierno cardenista fue cerrada en esta cuestión y no toleró que otras entidades distintas del gobierno unificaran bajo su control a los
campesinos. Éstos eran el coto cerrado del Estado, su más inmediata base social, y aquí el Estado no estuvo dispuesto a hacer
concesiones. La organización campesina, pues, fue abiertamente oficial, con lo que el Estado reforzó enormemente su control directo sobre
las grandes masas del campo. 142 De esta manera, la posibilidad de la insurgencia campesina se alejó.
Como en el caso de la organización de los burócratas, la CTM se vio afectada por la política del gobierno cardenista. Desde su fundación,
la central obrera tenía una de sus tareas realizar la organización de los campesinos, e incluso en sus estatutos planteó el mismo
procedimiento que el PNR para organizarlos.143 Se comprende que la CTM pretendiera aglutinar a los campesinos, si se toma en
consideración que las organizaciones más importantes que la integraron, la CGOCM y la CSUM, tenían organizados núcleos considerables
de campesinos. El PCM; incluso, había influido siempre más en los campesinos que en los obreros.144 Sin embargo, durante los días en
que la CTM se fundó, los líderes del PNR y la CCM atacaron los propósitos de la central y Cárdenas advirtió a ésta que se abstuviera de
“convocar al congreso campesino” y reivindicó para el gobierno "el deber de patrocinar su organización". 145 La dirección cetemista tuvo que
aceptar la decisión del gobierno y colaboró con el PNR llevando sus contingentes campesinos a las ligas oficiales. 146 No obstante, se
dedicó a criticar en todo momento el proceso de unificación de los campesinos, acusándolo de burocrático, de llevarse a cabo "bajo la
influencia de los intereses políticos locales" y sin una representación obrera que, al mismo tiempo que conociera los problemas de los
campesinos, diera a conocer los problemas de los obreros, para que, de esta manera, hubiera un acercamiento que facilitar la unidad
obrero-campesina.147 Los pocos esfuerzos que los líderes de la CTM desplegaron para continuar organizando a algunos núcleos
campesinos, o por lo menos otorgándoles ayuda técnica en sus trámites legales, fueron obstaculizados por los funcionarios del Estado,
quienes desarrollaron una actividad sistemática destinada a expulsar en definitiva a la central obrera del trabajo con los hombres del
campo.148
Las advertencias de los líderes de la CTM a los campesinos para que "tengan relaciones con el Estado sólo en lo que se refiere a su vida
jurídica y económica", rechazando las intromisiones políticas, así como los constantes llamados a la "unidad total de los trabajadores" -
obreros y campesinos- que Lombardo realizaba,149 se vieron sin respuesta positiva. No obstante lo anterior, la CTM conservó alguna
influencia entre las masas campesinas, particularmente entre los jornaleros avícolas.150
III. CÁRDENAS: IDEOLOGÍA Y POLÍTICA
La ideología que caracterizó al Estado durante el gobierno cardenista, y la política resultante, fueron esenciales para la sujeción de los
trabajadores y el desarrollo industrial del país. Cárdenas, como representante del Estado, enfocó y enfrentó diversos acontecimientos
sociales de tal manera que sentó las bases para que los objetivos del Estado se hicieran realidad.
1. LOS CONFLICTOS SOCIALES Y EL DESARROLLO ECONÓMICO
El periodo de gobierno del general Cárdenas se caracterizó por la agudización de los conflictos sociales cuyo desarrollo y consecución
estuvieron íntimamente vinculados a la ideología y a la política cardenista. Tal es el caso de los movimientos de huelga y de la lucha de los
trabajadores contra la carestía de la vida.
Las huelgas: causas y efectos
Los primeros meses del gobierno que se inició en diciembre de 1934 coincidieron con una oleada de conflictos huelguísticos que invadió a
la industria del país.1 Era la marea esperada, inminente: "Las aguas represadas que necesitaban libertad para desbordarse y tomar su
nivel."2 En efecto, las innumerables huelgas que estallaron en 1935 fueron una expresión del descontento obrero motivado por la
superexplotación de los años en que la economía del país empezó a recuperarse de los efectos de la crisis económica. Los salarios de los
trabajadores se habían mantenido excepcionalmente bajos, mientras que el costo de la vida aumentó progresiva y aceleradamente a partir
de 1932, lo que se tradujo en el cada vez más grave empobrecimiento de las masas asalariadas y de los miles de desempleados. El
gobierno de Abelardo Rodríguez había intentado, a través de la adopción del salario mínimo, lograr que se aumentaran los salarios que "no
tenían las proporciones indispensables para satisfacer las más precarias condiciones de vida del hombre que trabaja", 3 pero esto no tuvo
resultados inmediatos. De esta manera, las huelgas estaban orientadas a sacar a los obreros del abismo económico, coaccionando a los
capitalistas para que les dieran un aumento de ingresos que los situara en un nivel apropiado en relación al alto costo de al vida. 4
Las huelgas de 1935 fueron determinantes en la política que el gobierno siguió, pues la posición que asumió Cárdenas en relación con ellas
aunada a las otras expresiones de su política de masas, permitió que la efervescencia obrera se manifestara como un simple mecanismo
económico para nivelar el precio de la fuerza de trabajo con el precio de las mercancías, sin que constituyera un peligro para la estabilidad
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del régimen. La energía que los obreros empezaron a acumular con la reanimación de las actividades productivas, la fuerza potencial que
las múltiples huelgas expresaban, el torrente incontenible que al fin se había desatado, no constituyeron la prefiguración de un acto
liberador de la clase dominada, el prólogo de su lucha contra la explotación despiadada a la que había sido sometida, sino que fue una
energía espontánea que el Estado logró encauzar por la senda institucional que le permitiría aprovecharla como una imponente fuerza de
apoyo, en la realización de sus propósitos y en el reforzamiento del sistema imperante. Para lograr esto, el gobierno cardenista se valió de
su política de masas, de la cual forma parte su concepción de las causas de las huelgas y el papel de éstas en el desarrollo económico.
Cárdenas consideraba a las huelgas como expresiones de la situación de injusticia en la que se encontraban los obreros de muchas
empresas. En efecto, la superexplotación y las malas condiciones de trabajo mantenían a los trabajadores en una situación de miseria que
les impedía acumular las fuerzas indispensables tanto para rendir lo suficiente en la producción cuanto para mejorar su preparación técnica
y así renovar los métodos productivos. De aquí se desprendía la necesidad de que los obreros lucharan por obtener mayores salarios que
les permitieran mejorar sus condiciones de vida. En realidad, las huelgas obreras, para Cárdenas, no eran sino “la consecuencia del
acomodamiento de los intereses representados por los dos factores de la producción”, 6 es decir, de los capitalistas y los trabajadores,
mediante el cual, al mismo tiempo que los empresarios reducían las sobreganancias que extraían del trabajo de los obreros, éstos
mejoraban sus salarios y las condiciones en que trabajaban. De este modo, podría establecerse un “equilibrio social” que volviera cordiales
las relaciones entre los obreros y los patrones.7 Con estas ideas, el presidente Cárdenas reafirmó la política de conciliación de clases, que
había caracterizado a la ideología y al estilo de gobierno del Estado. Para realizar esta política conciliadora, para lograr este "equilibrio
social", Cárdenas apoyó a los trabajadores en sus luchas por reivindicaciones económicas, estimulando incluso las huelgas de solidaridad
efectuadas para aumentar la presión a los patrones intransigentes a aceptar mejores condiciones de vida para los asalariados. 8 Asimismo,
consideraba que con tales huelgas se obligaría a los empresarios a cumplir la ley. El general Cárdenas insistió en diversas ocasiones en
que los movimientos huelguísticos de los obreros eran justos, siempre y cuando no rebasaran la "capacidad económica de la empresa", y
prometió impedir las “exigencias inmoderadas" de los trabajadores, las cuales volvían "perjudiciales los movimientos de huelga", que por lo
demás estallaban por su propio impulso, pero se preocupaba por evitar que se salieran de los estrechos marcos de la lucha que el Estado
consideraba conveniente. Al mismo tiempo que se prestigiaba entre los obreros al apoyar sus huelgas, Cárdenas se detenía a explicarles
que tenían límites irrechazables. Así, las contiendas huelguísticas del proletariado se verían reguladas por el Estado, que se arrogaba, a
través del presidente, el derecho a evitar las huelgas "perjudiciales".
Cárdenas consideraba que, no obstante que los movimientos de huelga provocaban malestar e incluso "lesionan momentáneamente la
economía del país”, si eran resueltos de manera apropiada, ayudarían a
hacer más sólida la situación económica, ya que su correcta solución trae como consecuencia un mayor bienestar para los trabajadores,
obtenido de acuerdo con las posibilidades económicas del sector capitalista.10
Y en efecto, el gobierno comprendió las causas que determinan el estallido de las huelgas, así como sus resultados positivos para la
economía. Como observaba Francisco J. Múgica, secretario de economía, el mejoramiento económico de los obreros, alcanzado mediante
la huelga, no solo no trastorna la economía, sino que la impulsa.11 Esto se entiende si se piensa que las huelgas, al lograr mejores salarios,
aumentan el poder adquisitivo de las masas trabajadoras, con lo que el mercado nacional se amplía pues pueden venderse más
mercancías.12 Incluso la revista del Banco Nacional de México mostraba su asombro al descubrir, por ejemplo, que la huelga eléctrica de
1936, con todo y la paralización de muchas fábricas que ocasionó, no sólo no afectó a la economía, sino que
una vez disipadas del horizonte las nubes que en él había [se refiere a la huelga], la industria y el comercio del país emergieron con tanto
vigor y resolución, como si hubieran adquirido nueva fuerza, durante los periodos de incertidumbre a que nos referimos". 13
Y la CTM hacía notar en su primer congreso que a pesar de las huelgas, las empresas capitalistas habían duplicado sus ganancias, 14
Además, como la mayor parte de las huelgas principales se llevaron a cabo contra las grandes compañías extranjeras, que se vieron
obligadas a mejorar las condiciones de trabajo y los ingresos de los obreros, las empresas nacionales se beneficiaron indirectamente a
través del mecanismo de la redistribución de las ganancias, incrementando la venta de sus productos. 15
La CTM fue la encargada de dirigir la mayor parte de las huelgas obreras, encauzando a los trabajadores hacia la lucha por reivindicaciones
exclusivamente económicas, es decir, por la firma de contratos colectivos de trabajo, por el aumento de salarios y prestaciones sociales, y
por el mejoramiento y unificación de las condiciones laborales.16 De esta manera, la fuerza de los trabajadores se mantenía dentro de los
canales que el mismo Estado se había encargado de abrir y delimitar, los cuales permitieron crear una amplia base social consumidora ,
indispensable para ensanchar el mercado. Así, la CTM no sólo movilizó a los obreros en apoyo del gobierno de Cárdenas y los empujó a la
participación política dentro del partido oficial, sino hizo también que se pusieran en movimiento para que lograran un mejor nivel de vida:
Sin esto último, difícilmente podrían haber sido convertidos en una base social del Estado, ya que fueron precisamente las concesiones
sociales y la promoción del mejoramiento económico de las masas, las que impidieron que éstas lucharan de modo incontrolado, y crearon
las condiciones para que se dejaran arrastrar tras el gobierno.
Durante las principales huelgas que estallaron, la dirección de la CTM apeló a métodos de movilización, con el objeto de crear una amplia
base de apoyo a los movimientos. De esta manera, los conflictos huelguísticos se vieron acompañados de mítines, manifestaciones,
conferencias y una extensa labor de propaganda, como en el caso de la huelga de “La Vidriera" de Monterrey, la electricista de julio de
1936, la de los peones de La Laguna y la realizada contra las empresas petroleras, que culminó con una movilización sin precedentes y con
la expropiación de los bienes de la industria petrolera.17 Una de las pocas huelgas importantes que se dieron al margen e incluso en contra
del Estado, fue la que planteó el sindicato de trabajadores ferrocarrileros en mayo de 1936. La huelga se frustró, pues la Junta Federal de
Conciliación y Arbitraje la declaró inexistente antes de que hubiera estallado. Tal decisión provocó un grave descontento, que de los
ferrocarrileros se extendió a todos los trabajares organizados, algunos de cuyos líderes consideraron que el gobierno de Cárdenas se había
dejado presionar por la Junta Directiva de los Ferrocarriles Nacionales, residente en Nueva York y dominada por los capitalistas

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norteamericanos.18 El imperialismo no era un fantasma, sino que su presencia se descubría con esta clase de hechos. El periódico del
partido comunista se dedicó a reseñar la “indignación de los ferrocarrileros” y 1os mítines que efectuaron en protesta, haciendo notar que el
fallo "rompehuelgas" de la Junta de Conciliación debilitaba la base social del gobierno, aunque éste se ganaba el aplauso de los patrones,
quienes se sintieron alentados “a resistir mas encarnizadamente que antes las demandas del proletariado".19 Se empezó a difundir la idea
de que el gobierno había iniciado un "viraje a la derecha".20 La CTM se vio obligada a protestar por lo que convocó a un paro nacional para
el l8 de junio. Logró con ello un enorme éxito, pues la movilización que provocó alcanzó a diversos sectores sociales, e incluso fue conocida
en todo el mundo.21
El incidente de la frustrada huelga ferroviaria permitió percibir las enormes potencialidades del movimiento obrero, y el gobierno de
Cárdenas puso más cuidado en aquellas de sus resoluciones, que podrían afectar a los trabajadores. La política que Cárdenas siguió
desarrollando hizo que los líderes de las masas obreras olvidaran el “fallo rompehuelgas" y disiparan de su mente cualquier posibilidad de
un "viraje" reaccionario. La CTM no volvió a tener enfrentamientos con el gobierno.
"La combinación de la política de Cárdenas respecto a las huelgas con la actividad de la CTM tuvo como resultado que un virtual arbitraje
obligatorio caracterizara la solución de los conflictos obrero-patronales. Apenas se planteaban las huelgas, sobre todo las más graves, de
inmediato los funcionarios del Departamento del Trabajo o de la Junta de Conciliación y Arbitraje intervenían desplegando sus esfuerzos
para "evitar que las huelgas estallaran".22 De hecho, la mayor parte de los conflictos obreros de la época cardenista fueron resueltos con la
intervención de la Junta de Conciliación o de funcionarios del Estado. Los líderes de la CTM eran los principales encargados de someter los
conflictos obrero-patronales al arbitraje gubernamental. La oposición a que el gobierno interviniera en los conflictos y la decisión de los
obreros de resolverlos directamente con los capitalistas, características de los tiempos en que la reorganización sindical se iniciaba y la
tormenta popular se iba configurando, pasaban así a la historia. Entre los trabajadores y los patrones se interponía el Estado, para regular
convenientemente sus conflictos.
Las masas y el mercado nacional
El objetivo fundamental hacia el cual el Estado estaba orientando toda su actividad era la industrialización del país. Las nuevas fuerzas
gubernamentales que habían comenzado a actuar durante los días de la recuperación económica, habían comprendido el peligro que
representaba para su propósito industrializador, el empobrecimiento progresivo de las masas trabajadoras, provocado por los raquíticos
salarios y el deliberado encarecimiento de la vida. De esta manera, la política que empezaron a aplicar las fuerzas emergentes durante el
gobierno de Rodríguez estuvo orientada a conjurar ese peligro y a abrir y ampliar el mercado nacional, para que la industria tuviera una
base sobre la cual desarrollarse. Como es natural, el gobierno de Cárdenas se encontró ante el mismo problema, y por ello su política
estuvo imbuida de la necesidad de mejorar la situación económica de las masas obreras y campesinas.
En los círculos oficiales, y entre los capitalistas más avanzados, se consideraba que el problema esencial por resolver, para la implantación
y desarrollo de cualquier industria, era justamente el que se refería a la limitación del mercado; 23 pues no había suficientes compradores
que obtuvieran "una variedad racional de artículos", ni que estuvieran en condiciones de adquirir mercancías de mediana calidad.
La estrechez angustiosa del mercado -se lamentaban los redactores de la revista de uno de los bancos más poderosos- no autoriza el
establecimiento de industrias modernas que suponen una desarrollada división del trabajo y el empleo de máquinas rápidas que aceleren la
producción.24
En tales condiciones, la industria del país no podría superar su mediocridad y modernizarse; se mantendría estancada y con una
producción insignificante, mientras que la mayor parte de la población nacional seguiría inmersa en el subconsumo, sustraída a la
producción industrial. La ausencia de un amplio mercado interno se explicaba muy fácilmente, para Ramón Beteta, si se conocían los
salarios de los trabajadores, pues echaban de ver la imposibilidad de que la clase trabajadora pudiera consumir productos manufacturados,
“aun a bajo precio, ya que sus ingresos apenas si les permiten mal comer”.25
Cárdenas, como representante del Estado, entendió que la única manera de ampliar el mercado interno era la elevación de los ingresos de
los trabajadores. Por esto le preocupó realizar una política de concesiones sociales que beneficiara a los obreros y en la cual su estímulo, o
por lo menos su apoyo a las huelgas, fue muy importante. La promoción del salario mínimo, su extensión efectiva a la mayor parte de la
república, fue una preocupación permanente del gobierno cardenista, que consideraba que con esa medida se podría obtener "una mayor
capacidad de consumo para las clases laborantes en general" que traerá como consecuencia una mejoría estimable en la economía de la
nación.”26 Además, el gobierno subrayó la necesidad de que se definiera el salario de los obreros sobre todo en las empresas dominadas
por los capitalistas extranjeros. Esta defensa era "una ingente causa nacional", puesto que las grandes compañías imperialistas, a cambio
de las riquezas que extraían del país, solo dejaban "salarios miserables y modestos impuestos fiscales",27 Esta política del presidente
Cárdenas señalaba una posibilidad de que la clase trabajadora pudiera adquirir en el mercado productos que anteriormente no estaban a
su alcance. El poder adquisitivo de las masas, incrementado con el salario mínimo, era esencial -según Cárdenas- para el desarrollo de la
industria, el avance técnico de la producción y el fortalecimiento de todo el aparato económico del país. 28
Otra de las medidas importantes que el presidente Cárdenas asumió para combatir la miseria de los trabajadores, fue el acuerdo que
obligaba a los empresarios a pagarles el séptimo día -el día de descanso- y que motivó la reforma de la Ley Federal del Trabajo. Ésta fue,
sin duda, la más importante de las reformas cardenistas orientadas a mejorar el poder adquisitivo de los trabajadores; pues al aumentarse
el ingreso de los obreros en más del dieciséis y medio por ciento, la demanda de mercancías creció en la misma proporción, lo que si no
significaba mucho para las necesidades de la industria, sí, por lo menos, constituía un alivio que permitiría que algunos “talleres que
producen rutinariamente a costos muy elevados” pudieran ampliarse y modernizarse.29
El salario mínimo y el pago del día de descanso provocaron muy pronto el mejoramiento de la situación económica, pues la industria y el
comercio se vieron beneficiados y los empresarios empezaron a mostrarse optimistas: el poder adquisitivo más amplio constituyó el

61
verdadero "resorte de la economía".30 Entonces, algunos capitalistas comenzaron a descubrir las virtudes de la elevación de los salarios, y
empezaron a aceptarla.31 Los más destacados empresarios textiles expresaron su conformidad de pagar salarios más altos, pero se
lamentaban de que no fuera general el alza y que sólo afectara a ciertas industrias.32 Los capitalistas agrupados en torno al Banco Nacional
de México consideraban que si a la generalización del alza de salarios se aunaba una renovación de la maquinaria y de los métodos de
producción industrial, la industria se desarrollaría.33 Como puede observarse, la política del Estado coincidió con la política de ciertos
núcleos empresariales, los cuales se conjugaron para abrir el mercado nacional de modo tal que permitiera que la industria se desarrollara.
En 1940, el general Cárdenas sintetizó su política, realizada en el sentido indicado, en los términos siguientes:
Los actos de mi gobierno se han inspirado siempre en el deseo constante y sincero de elevar, por medio de una serie de medidas
propias y sucesivas, la capacidad de consumo de las grandes masas trabajadoras y' con ello el incremento de la demanda y de la
producción nacionales.34
Los círculos gubernamentales entendieron que para impulsar la industria no se requería proteger principalmente a los industriales mismos.
Esto era algo "demasiado simplista e incompleto". Más bien, consideraban que
la protección debe estar del lado del obrero, cuyas condiciones de miseria impiden el desarrollo de la industria nacional, a pesar de
cualquiera otras protecciones que el Estado pueda impartirle.35
Sin embargo, la política de mejoramiento económico de las masas trabajadoras, que el gobierno cardenista puso en práctica, fue
gravemente obstaculizada por fenómenos característicos de la economía de mercado, tales como el aumento del costo de la vida y la
inflación monetaria.
En efecto, uno de los problemas que tuvo que enfrentar el gobierno del general Cárdenas, para defender su política destinada a ampliar el
mercado nacional, fue el de la elevación constante de los precios de los productos básicos para el consumo popular, que desde el primer
año de su sexenio se empezó a manifestar36 y que desde finales de 1936 se desarrolló de una manera violenta e ininterrumpida. El alza de
los precios tuvo su origen más inmediato en el precario estado de la agricultura. 37 La reducción de la superficie cosechada y las malas
condiciones climáticas, entre 1935 y 1939, tuvieron como resultado que la producción de los principales artículos alimenticios se viera
disminuida, y esto se agravó debido a las exportaciones de maíz.38 Como el proceso de la reforma agraria, al beneficiar a los campesinos,
provocó el fortalecimiento de la capacidad de consumo de las masas rurales, buen parte de lo cosechado se quedaba en los campos, y
disminuía así la cantidad de productos que concurrían al mercado nacional. 39 En tales circunstancias, el aumento del poder adquisitivo de
los trabajadores asalariados, que se orientó especialmente hacia el mejoramiento de su dieta alimenticia, provocó un gran desequilibrio
entre la producción agrícola y los requerimientos del consumo. 40 Este desequilibrio se extendió a la industria y afectó al comercio. El
incremento del poder de compra hizo necesaria la producción de más mercancías, pero la limitación de la industria, junto con la “falta de
confianza” de los empresarios para renovarla, impidió que se produjeran en la cantidad necesaria para cubrir la demanda.41 Tal situación
trajo como consecuencia el ascenso de los precios de los artículos de consumo, pero no afectó a los de producción. 42
Otro de los factores que influyeron en el encarecimiento de la vida fue la situación monetaria. Las múltiples obras de infraestructura, el
reforzamiento de los organismos oficiales de crédito, la nacionalización de los ferrocarriles, la expropiación petrolera, etcétera, requirieron
fuertes inversiones de capital que rebasaban con creces las posibilidades reales del presupuesto gubernamental. Por ello, el gobierno
cardenista recurrió a la política inflacionaria, es decir, a las emisiones de dinero; 43 éstas fueron facilitadas con la reforma monetaria de abril
de 1935 que sustituyó a la moneda de plata por billetes del Banco de México.44 A lo anterior se aunó el aumento de los salarios y la
intensificación de las actividades industriales (nuevas inversiones en la minería, en los transportes, en la industria química y en las
“industrias de montaje”).45 Todo esto dio por resultado un aumento excesivo de pesos en la circulación, que se tradujo, primero, en un
abaratamiento de la moneda y, después de la expropiación petrolera, en su devaluación. De este modo, al bajar la moneda, los precios se
elevaron extraordinariamente.46
Todavía hubo factores que agravaron la carestía de la vida, como fueron el influjo que ejerció la crisis mundial, caracterizada por la guerra,
y la especulación que los empresarios pusieron en práctica. La especulación que realizaron los capitalistas con los precios de los productos
de primera necesidad alcanzó enormes proporciones. Con la ayuda de los bancos que otorgaban créditos a los comerciantes, éstos
retiraban temporalmente del mercado grandes cantidades de mercancías, en espera de que subieran los precios.47 Las expectativas en el
sentido de que la guerra provocaría un aumento de la demanda y consiguientemente de los precios de las materias primas y de algunos
productos alimenticios, estimuló las operaciones especulativas y otro tipo de actividades económicas.48 Al verse frustradas tales
expectativas, los comerciantes que habían hecho compras especulativas las suspendieron y trataron de deshacerse de los productos
adquiridos, lo cual tuvo repercusiones en los precios.49
El entrelazamiento de los fenómenos esbozados elevó inconmensurablemente el costo de la vida de las masas trabajadoras, nulificando los
esfuerzos que desplegó el gobierno de Lázaro Cárdenas para reforzar el poder de compra de las mismas. 50 De esta manera, el aumento
nominal de los salarios de los trabajadores -con el salario mínimo y el pago del séptimo día- fue aprovechado en última instancia por los
capitalistas para realizar una ofensiva con la elevación de los precios, que no sólo contrajo los ingresos de las masas a su antiguo nivel,
sino que los disminuyó más aún, empeorando mayormente la situación de miles de obreros no sindicalizados y no calificados. 51 Mientras
los salarios de los trabajadores organizados aumentaron en un 29% entre 1934 y 1940, el costo de la vida ascendió un 56%. Los no
organizados, los burócratas y en general “las clases populares y campesinas", se encontraban en una situación más difícil, los primeros
debido a que no tenían la fuerza necesaria para exigir reivindicaciones económicas, y los empleados del gobierno porque sus salarios se
mantuvieron estacionarios, e incluso llegaron a retroceder un 20% en relación a los que percibían en 1930. Además, la mayoría de los
trabajadores domésticos y del campo no recibían el salario mínimo.52 Ésta era una situación difícil y contradictoria para las masas
trabajadoras, pues no obstante su derroche de energía, sus imponentes manifestaciones, sus constantes mítines, sus huelgas
cuidadosamente organizadas, y su apoyo a un gobierno que no se cansaba de proclamar que era "obrerista" y que luchaba por la mayoría

62
de los trabajadores, no obstante todo esto, veían agravadas sus condiciones de existencia. 53 Las masas obreras volvieron a sumergirse en
la miseria, a reducir enormemente su nivel de vida. Pero con esta situación fructificaron poco los esfuerzos de Cárdenas en pro del
desarrollo del mercado nacional. Como las sobreganancias de los empresarios se reinvertían sólo en una mínima proporción, el aumento
de los precios no se tradujo en una renovación de la industria o en su reforzamiento con nuevas empresas, sino que significó simplemente
la reducción del poder de compra global.54 Incluso algunos comerciantes que formaban uno de los sectores privilegiados más beneficiados
con la carestía, empezaron a considerar que los negocios estaban siendo afectados por los altos precios, y echaban la culpa al aumento de
los salarios obreros y al incremento de algunos impuestos, lo que -según ellos- elevaba los costos.55 El alza aguda de los precios de las
mercancías indispensables para el consumo, de las amplias masas de trabajadores, al obligar a éstas a seguir gastando casi todos sus
ingresos en su alimentación, volvía a limitar el mercado interno.
El gobierno cardenista se vio precisado a actuar para detener la vertiginosa elevación de los precios. Para lograr esto, en 1937 decidió
intervenir contra el acaparamiento y la mala distribución de productos agrícolas. Al mismo tiempo, para combatir la acción de los
especuladores, restringiendo sus labores, acordó fomentar la inversión de capitales en actividades productivas tales como la agricultura
ejidal; reducir el tipo de interés de los créditos destinados a la producción, elevando los destinados a los almacenistas acaparadores;
organizar a los productores de los artículos de primera necesidad, protegiendo a los consumidores, a través de la creación de cooperativas
de consumo, e importar mercancías en forma regulada por el Estado. 56 En 1938, el gobierno creó el Comité Regulador del Mercado de las
Subsistencias, cuyo objetivo, según Cárdenas, era mantener un “equilibrio entre los intereses de los productores agrícolas y los
consumidores”. Su función consistió en obtener los productos de consumo necesario, para venderlos a precios fijos. 57
Al mismo tiempo, la carestía de la vida motivó la movilización de los trabajadores, quienes de este modo, intentaban defenderse del
empobrecimiento. Desde principios de 1937, el descontento por la carestía se extendió a todo el país, y se intensificó la lucha de los
obreros y otros núcleos sociales asalariados, realizándose diversas protestas masivas en muchos lugares del país. 58 Para 1940, el
descontento prosiguió y algunos consideraban que existía el peligro de que se desencadenaran movimientos espontáneos de los
trabajadores que pudieran rebasar a las direcciones sindicales.59 La CTM orientó la acción de los trabajadores y tomó medidas
encaminadas a atenuar los efectos de la acometida de los precios de los productos de primera necesidad. Desde enero de 1937, el tercer
consejo nacional de la organización facultó a su dirección para que tomara medidas enérgicas contra los comerciantes y almacenistas
acaparadores, así como para encabezar la movilización obrera, planteando la necesidad de que los trabajadores participaran en la
determinación de los precios de las subsistencias, exigiendo que se crearan juntas reguladoras de los precios. Más tarde integró “tiendas
sindicales", dependientes de las federaciones y los sindicatos, con el propósito de vender las mercancías a precios bajos, y constituyó
comités de lucha contra la carestía.60
El alza de los precios adquirió graves caracteres, pues la carestía de la vida afectaba por igual a las masas trabajadoras y al mercado
nacional. Los esfuerzos de Cárdenas y la CTM, en términos generales, no tuvieron resultados positivos inmediatos.
2. APRENDER PARA EL FUTURO
Entre los diversos rasgos que caracterizaron la política del régimen de Lázaro Cárdenas, tal vez el más novedoso de ellos, el que le dio su
singularidad y lo matizó de un radicalismo que le sirvió para fascinar y manipular a las masas y a sus líderes, fue el que dieron la educación
socialista, la fraseología radical de sus discursos y de los de sus allegados, los experimentos que constituyeron el cooperativismo y la
administración obrera de las empresas.
La capacitación de los trabajadores
Uno de los aspectos más importantes de la “educación socialista" es el que la caracteriza como una educación para el trabajo. Cárdenas
concebía a 1a escuela como una “escuela activa" y "utilitaria", que además de servir como un "laboratorio experimental", en el que
concurrieran estímulos económicos y sociales, preparara a los alumnos para la producción. 61 De este modo, se podrían "forjar trabajadores
aptos" que contribuyeran al desarrollo nacional. A través de la educación, se despertaría en los jóvenes un interés por la explotación de los
recursos naturales del país, ya fueran agrícolas o mineros, e igualmente por el trabajo en las fábricas. 62 Como puede observarse, la
educación socialista obedecía al propósito de vincular a la escuela con la economía; la enseñanza técnica paso a ocupar un primer plano,
pues mediante ella se podría mejorar e incrementar la producción.63 Así, Cárdenas consideraba conveniente que en cada centro industrial,
y junto a las grandes fábricas, existiera una escuela técnica para los trabajadores, a quienes el propio Estado se encargaría de construir
algunas escuelas nocturnas.64
La "educación socialista", en su puesta en práctica, significó el desarrollo de una actividad social por parte de los maestros. El Congreso
Nacional de Educación Obrera, efectuado en 1937, hizo ver que existía una enorme confusión entre todos los maestros del país en relación
a la educación socialista. Las autoridades educativas daban preferencia a la acción social que los maestros desplegaban entre los obreros
y los campesinos, entre los escolares y los padres de familia. De esta manera, los maestros se convirtieron en organizadores de masas y
en líderes de núcleos obreros y campesinos, colocándose incluso algunas veces por encima de los dirigentes sindicales;65 también
participaron en la organización de los ejidos y en la integración de sociedades cooperativas. Mediante tal actividad o "acción social", los
maestros -sobre todo los maestros rurales- se transformaron en una fuerza de apoyo del régimen cardenista que contribuyó a movilizar a
las masas. Justamente su labor como "agitadores sociales", que los convirtió en un importante factor en la política local, fue lo que motivó
que fueran víctimas de persecuciones y asesinatos, supuestamente religiosos, pero que en el trasfondo, se percibían como represalias de
índole política y social.66
En su difusión de la necesidad de la enseñanza técnica, el general Cárdenas utilizó una fraseología radical. Por eso muchos pensaron que
su propósito era impulsar el desarrollo de México por una vía "no capitalista”, e inclusive hacia el socialismo. Cárdenas decía que era
indispensable que los trabajadores mejoraran sus conocimientos técnicos, con el fin de que pudieran prepararse para asumir
paulatinamente la dirección de fuentes de trabajo que el propio Estado fuera creando. 67
63
Ni la industrialización del país –afirmaba el presidente-, ni mucho menos la economía socialista, podrán avanzar sin la preparación
técnica de obreros y campesinos calificados, capaces de impulsar la exploración de nuevas fuentes productivas y de participar en la
dirección de las empresas.68
Sin tal capacitación, los obreros no podrían recorrer el "largo y fatigoso" camino hacia la administración de las empresas; ésta fue una idea
que los ideólogos oficiosos del régimen se encargaron de propagar y llevar hasta el extremo de considerar que esa capacitación, esa
"educación revolucionaria de las masas facilitará el advenimiento de la etapa socialista" del régimen emergido de la revolución mexicana.69
Las mismas organizaciones obreras, encabezadas por Lombardo Toledano, aceptaron como verdadera la imagen ideológica que se
difundió, y asumieron como propia la necesidad de que los obreros se capacitaran previamente, para la "posesión oportuna de los
instrumentos y los medios de producción económica".70
El cooperativismo y la administración obrera
El cooperativismo era uno de los medios que permitirían la capacitación de los trabajadores; las sociedades cooperativas de producción y
las de consumo serían una escuela viva en la cual los obreros podrían prepararse para asumir el “dominio integral de los instrumentos de
producción”.71 Bajo la dirección del Estado, el cooperativismo transformaría de manera paulatina el régimen productivo y distribuiría la
riqueza entre los que la creaban directamente,72 y al mismo tiempo permitiría aumentar la producción. El gobierno cardenista fomentó el
sistema cooperativo entre los obreros, e incluso entre los campesinos, 73 pero esta fue una de sus labores menos afortunadas y algunas
veces suscitó, incluso, la oposición de la CTM.
En relación a las cooperativas, la CTM asumió una posición contradictoria, cambiante, caracterizada por los virajes. En principio, aceptó el
cooperativismo y estimuló la creación de cooperativas. Después, ante el claro fracaso de ellas, terminó por oponerse a ellas de manera
categórica, aunque hizo algunas concesiones a Cárdenas en lo que se refiere a tal cuestión. En a1gunos conflictos huelguísticos, las
organizaciones cetemistas exigían que las empresas pasaran a manos de los obreros ya que los patrones se negaban a aceptar sus
reivindicaciones o no estaban en condiciones para ello. De este modo, algunas empresas pasaron al poder de los obreros.74 aunque, por lo
general, eran empresas en decadencia, pequeñas fábricas sin ninguna importancia y con maquinaria anticuada, o que se encontraban en
regiones carentes de materia prima y mercados, e incluso de fuerza motriz. 75 Esto era, según los Weyl, un verdadero "recurso de
salvamento", pues al invertir dinero, a través del Banco Nacional Obrero de Fomento Industrial, en las instalaciones abandonada s o
sin perspectivas de seguir siendo explotadas por los capitalistas, el gobierno impedía que los obreros fueran a engrosar el ejé rcito
de desocupados.76
En su afán organizativo, el general Cárdenas estableció en la ley de cooperativas la obligación de que éstas se organizaran e n
federaciones, las cuales deberían constituir una confederación naciona1. 77 Para lograr esto, la CTM integró una comisión de
asuntos cooperativos, la cual desplegó una actividad tendiente a la formación de un frente único de cooperativas de todo el p aís. En
1939 firmó un pacto con la Liga Nacional de Sociedades Cooperativas, pero pronto surgieron problemas que impidieron que el
frente único se volviera realidad. 78
Las sociedades cooperativas fueron objeto de constantes controversias y su función estuvo muy lejos del modelo ideológico que
propagandizaron Cárdenas y diversos representantes de los círculos gubernamentales. El objeto de las cooperativas de consumo
era contribuir a mejorar el rendimiento del salario de los trabajadores, poniendo a su disposición mercancías a bajos precios . Sin
embargo, como sus escasos recursos económicos les impidieron cumplir con su misión, e incluso estaban en condiciones inferiores
en relación a los dueños de las pequeñas tiendas, fracasaron sin remedio. 79 Por su parte, las cooperativas de producción también
fueron un completo fracaso. La falta de dinero también las afectó: los trabajadores no solamente no mejoraron sus ingresos, sino
que los vieron disminuir. En casi la totalidad de las sociedades cooperativas, los obreros percibían menos salarios (anticipo s) que
en las empresas capitalistas, y eran frecuentes los casos de trabajadores que tenían que soportar varias semanas sin recibir un
centavo. Además, casi en ninguna cooperativa los obreros disfrutaban del pago del séptimo día, ni de vacaciones ni de ninguno de
los beneficios alcanzados por los sindicatos. 80 Incluso se dieron casos de algunos patrones que entregaron factorías a los obreros
para que organizaran cooperativas, pero quedando como intermediarios que se encargarían de proporcionar la materia prima
indispensable al proceso productivo y que, además, recibirían los artículos producidos como pago de la materia prima. De esta
manera, los obreros seguían dependiendo de sus antiguos patrones tanto técnica como comercialmente, pero ahora convertidos en
una especie de "maquiladores". 81
La anterior situación evitó que fuera tomada en serio la idea cardenista que presentaba al cooperativismo como un medio eficaz
para la transformación económica, amén de benéfico para los obreros. Las organizaciones obreras y sus líderes se vieron orill ados
a aceptar la realidad del cooperativismo. A las sociedades cooperativas llegaron a considerarlas instrumentos del capitalismo,
auxiliares de la gran producción dominada por las empresas extranjeras. 82 En el contexto de relaciones sociales dominadas por la
economía de mercado, era natural que las cooperativas se vieran determinadas por esas relaciones, arrastrando a los obreros,
impregnándolos con el espíritu de la ganancia. Más aún, y esto es esencial, las cooperativas no se habían organizado de modo
independiente, como un impulso de las masas trabajadoras en movimiento, sino "desde arriba", por la promoción y bajo el control
gubernamentales. Las cooperativas, más que ser una expresión de la lucha obrera, constituían empresas capitalistas colectivas 83
que el Estado utilizó para reforzar su control sobre los trabajadores. Incluso algunos consideraban, acertadamente, que la
cooperativa corrompía a los obreros que la dirigían y obstaculizaba el desarrollo de la conciencia de los trabajadores. 84 La CTM, en
las circunstancias esbozadas, se vio en la necesidad de oponerse a la organización y estímulo de las cooperativas de producción,
aunque terminó por someterse a la política de Cárdenas, acordando fomentar las cooperativas de consumo y aceptando casos
"verdaderamente ineludibles" que obligaran a la constitución de cooperativas de producción. 85 El cooperativismo agrario o
campesino, que Lombardo identificaba con la producción ejidal, no fue objetado nunca. 86

64
Junto con el cooperativismo, el gobierno cardenista consideró la administración obrera de las empre sas como una medida que
satisfacía plenamente las necesidades de las masas y un avance "hacia una democracia de trabajadores", Una enorme campaña
de propaganda recorrió todo el país, con el propósito de que los obreros aceptaran e hicieran propia esa image n,87 destinada a
aumentar el prestigio del gobierno entre las masas. Alguno de los apologistas del régimen había escrito:
¡Sí, camarada obrero, camarada campesino, con Cárdenas serás engrane en el proceso de producción, polea y dinamo, pero
también manejarás la caja fuerte de tu fábrica! 88
Tal imagen, que se difundió con el cooperativismo -en sus tiempos de ascenso- y se intentó reforzar con la administración obrera de
las empresas, coloreaba al gobierno con un tono socializante, que le permitió estrechar s u control sobre una clase obrera
condicionada para ellos por sus líderes y organizaciones. En 1938, aludiendo a las cooperativas, a la administración obrera d e los
ferrocarriles y a la participación de los trabajadores en la administración del petróleo rec ién expropiado, Cárdenas hablaba de que
se estaba creando un nuevo sistema en la producción económica nacional. 89
El primero de mayo de 1938, el gobierno cardenista entregó al sindicato ferrocarrilero la administración de los Ferrocarriles
Nacionales de México, con lo que se constituyó la administración obrera. En su breve gestión el Departamento Autónomo de
Ferrocarriles, creado a partir de su nacionalización no había sido capaz de atenuar el estado de quiebra en que se encontrab a la
empresa ferroviaria. Ahora correspondería al sindicato el intento de hacer avanzar a esa negociación. 90 Como en el caso de las
cooperativas, la administración obrera fue instaurada desde arriba y el Estado se reservó poderes ilimitados para controlar l a labor
del sindicato, el cual se convirtió en un simple "servidor" de una empresa que era "patrimonio de la nación". 91 Es decir que los
trabajadores no asumieron la propiedad de los bienes del sistema ferrocarrilero, sino que sólo se convirtieron en auxiliares del
Estado.92 No obstante lo anterior, las organizaciones sindicales aceptaron el experimento ferroviario y expresaron su apoyo al
STFRM, tomando tal ensayo como una especie de reto que les permitiría demostrar su capacidad técnica para el manejo de
industrias importantes. Era la prueba de fuego de los sindicatos, y el triunfo de la administración obrera sería un jalón hacia el
socialismo. El líder máximo del movimiento obrero organizado, Vicente Lombardo Toledano, proclamaba el propósito de su
organización de participar en mayor escala en la dirección y administración de la economía nacional, y subrayaba que precisamente
lo que diferenciaba a la CTM de las organizaciones obreras anteriores era tal participación en la economía. Débiles indicacio nes
alertaban al sindicato ferroviario para que "siguiera en su puesto como representante de los intereses de los trabajadores. 93
Sin embargo, la euforia que siguió a la instalación de la administración obrera se fue desvaneciendo paulatinamente, hasta tr ocarse
en una franca frustración, motivada por los múltiples problemas que surgieron y por el resultado de la administración sindical. La
bancarrota en que se hallaban los Ferrocarriles Nacionales constituyó un grave obstáculo para su desarrollo. El equipo de los
ferrocarriles era anticuado y viejo; los talleres, las vías, los materiales y herramientas para reparación, se encontraban en pésimo
estado. Además, había que pagar a los capitalistas extranjeros una deuda de varios millones de dólares, la cual se incrementó con
la devaluación del peso;94 se pagaban importantes impuestos y constituían un enorme peso a las tarifas de privilegio que
disfrutaban, para trasladar sus mercancías en el ferrocarril, las compañías mineras norteamericanas y, en general, todos los
empresarios que exportaban, tarifas que no pudieron ser suprimidas por la administración sindical, debido a la oposición del
gobierno cardenista. Lo anterior impidió que se pudiera mejorar el estado financiero de la empresa. 95 No obstante tal situación, los
administradores sindicales efectuaron, al año de entrar en funciones, un pago de veinte millones de pesos a sus acreedores
imperialistas, lo que provocó duras críticas, pues además de que hacía mucho tiempo que el gobierno y sus antiguos co -accionistas
habían suspendido los pagos, el dinero que se entregó a los capitalistas extranjeros se requería con urgencia para mejorar las vías
y el equipo ferroviario. 96 Tal pago se pudo realizar a costa de los sacrificios de los trabajadores, pues en algunos casos se aumentó
el ritmo y el tiempo de trabajo, sin el correspondiente pago extra. 97
En realidad, la administración sindical se burocratizó y pronto empezó a degenerar. Los dirigentes obreros se encontraban en una
situación contradictoria: al mismo tiempo que debían representar a los trabajadores, eran los defensores y propulsores de los
intereses de la empresa; de esta manera, la mayoría de las veces se preocuparon más por el desarrollo de los ferrocarriles qu e por
las reivindicaciones de las masas obreras, convirtiéndose en un auxiliar de la explotación de éstas y empeorando sus condiciones
de vida y de trabajo.98 La IV convención del STFRM decidió utilizar para otros gastos varios millones de pesos que se habían
designado anualmente para cubrir las demandas pendientes desde la frustrada huelga de 1936, lo que provocó que un grupo de
ferrocarrileros apedreara el edificio sindical y hubiera intentos de paro entre los oficinistas y patieros que exigían el mej oramiento de
sus salarios. Con motivo de los constantes accidentes ferroviarios, motivados por las pésimas condiciones de las vías, el sindicato
acordó, como sanción facilitar el despido de los trabajadores. Incluso se dio el caso de que los ferrocarrileros de alguna se cción no
secundaran un paro general, con el pretexto de que no podían perjudicar a la administración. En el caso de los petroleros, cuyo
sindicato colaboraba con el gobierno en la administración del petróleo, la situación fue más grave, pues se prohibió todo mov imiento
de huelga en la industria petrolera. 99
Como puede, la administración obrera afectó considerablemente a los trabajadores, quienes vieron reducidos sus derechos
sindicales y agravada su situación económica. En el contexto de las relaciones capitalistas, éstas impregnaron a la administr ación
sindical y determinaron las relaciones que se entablaron entre los obreros y los nuevos administradores, quienes se preocuparon
esencialmente por la obtención de ganancias, tal y como lo hace cualquier empresa dominada por el capital. 100 Como la
administración sindical fue producto de la decisión del Estado, que se reservó la propiedad de los bienes, y como los dirigentes
obreros carecían de independencia, el experimento no significó un fortalecimiento de los trabajadores ni el desarrollo de su
conciencia de clase. El gobierno cardenista, al dar al sindicato la empresa ferrocarrilera para que la administrara, fortaleció su
prestigio entre las masas y aumentó su control sobre un núcleo de trabajadores cuya disidencia podría paralizar el sistema vi tal de
los transportes y, con ello, gran parte de la economía del país. La forma en que procedió el gobierno dio mucho que hablar, pues
algunos notaron que en las empresas administradas por los trabajadores él se reservaba el control y el dominio. Dejaba toda l a
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responsabilidad al sindicato, cuando se trataba de empresas en bancarrota, como es el caso de los ferrocarriles -para no hablar de
las cooperativas-, y, en cambio, participaba más directamente en la administración cuando la industria tenía buenas perspectivas,
dejando al sindicato un papel secundario, como fue el caso del petróleo nacionalizado, en el que se estableció una administración
mixta.101 Tanto en los ferrocarriles como en el petróleo, la participación del sindicato y la colaboración de los trabajadores fue
decisiva, pues sin ella el servicio de los ferrocarriles se hubiera paralizado y la industria petrolera no hubiera podido avanzar y
desarrollarse.102
Con la administración obrera, los trabajadores fueron manipulados y tuvieron que sentirse engañados o por lo menos invadido s por
la frustración. En la atmósfera quedaron las palabras que uno de los economistas ligados al régimen escribió en el momento de la
nacionalización de los ferrocarriles:
La entrega de una empresa prácticamente en quiebra, para que la administren los obreros a base de penosas renunciaciones, para
hacer que siga de mal en peor, no es una labor revolucionaria, porque ello implica el sabotaje a la clase obrera, condenándola a un
fracaso seguro. Los obreros cometerían una torpeza imperdonable, como la han venido cometiendo pequeños núcleos al tomar a su
cargo negociaciones en quiebra, que son verdaderos desechos del capitalismo, y un sindicato de la categoría del de los trabajadores
ferrocarrileros no debe ni puede incurrir en tal error.103
La administración sindical había fracasado no obstante los esfuerzos y sacrificios de los trabajadores. Éstos mostraron su capacidad para
dirigir grandes compañías, esenciales en el desarrollo económico del país, pero los ferrocarriles estaban demasiado aferrados al fondo del
abismo para que fructificara la labor obrera. El fin de la administración obrera y la reorganización de los Ferrocarriles Nacionales que el
gobierno impulsó, clausuraron los experimentos sociales mediante los cuales supuestamente se deslizaría la clase obrera hacia la posesión
de los instrumentos de producción y hacia una democracia de trabajadores.
Pero no todo fue gris en el cooperativismo y en la administración obrera de las empresas, pues independientemente de las consecuencias
negativas que trajeron consigo, la experiencia y la capacitación técnica de los trabajadores constituyeron frutos estimables. 104 En realidad,
el principal obstáculo para que las cooperativas y, sobre todo, la administración sindical se pudieran desarrollar y convertir en potentes
organismos de poder obrero, fue la situación misma en que se encontraba el movimiento de los trabajadores: la falta de conciencia de
éstos, su dominio por los líderes sindicales subordinados a la política oficial, su manipulación y control por parte del Estado. No cabe duda
de que la lucha de los obreros fue un elemento esencial, que hizo que el presidente Cárdenas asumiera la política que lo impulsó a poner
en manos de los sindicatos la responsabilidad de algunas empresas, pero la decisión dependió de la actitud presidencial. El movimiento de
los trabajadores carecía de independencia, por lo que no estaba en condiciones de imponer, a través de la lucha, sus propias decisiones,
de las que incluso carecía. La administración obrera no fue una entidad autónoma regida internamente por la libre determinación de los
obreros, dentro de la cual éstos pudieran nombrar a sus dirigentes e imponer, democráticamente, el rumbo que quisieran a su gestión. La
administración obrera fue, más bien, la acción de camarillas de líderes burocratizados, dependiente del Estado y cada vez más alejados de
su base social y de los intereses de las masas.105
“Hacia una democracia de trabajadores”
Durante los años del cardenismo, la necesidad de que los trabajadores se capacitaran se convirtió en una idea importantísima, que los
círculos oficiales y los líderes obreros presentaron como una verdadera panacea para abrir las puertas del poder a las masas asalariadas.
La educación socialista, el cooperativismo y la administración obrera de las empresas proporcionarían a los trabajadores la experiencia y
las enseñanzas que les permitirían deslizarse suavemente, de manera paciente y tenaz, hacia la posesión de los medios de producción. El
camino hacia la emancipación era largo y fatigoso, y sólo capacitándose podrían recorrerlo los obreros. Las masas trabajadoras fueron
impregnadas con la idea de que necesitaban prepararse técnicamente, aprender para un futuro lejano y nebuloso en el que,
“oportunamente” –como decían Lombardo y demás líderes sindicales cetemistas-, asumirían la responsabilidad del poder. Pero tras el
radicalismo cardenista se revelaba con nitidez su verdadero significado: el “poder obrero” que propugnaba Cárdenas tenía por objeto
convertir a los obreros y campesinos en “guardianes” del régimen establecido, y sus “facultades” serían exigir “el cumplimiento de las leyes
avanzadas” y combatir “a los malos funcionarios que se aparten de ellas”.106
El “poder municipal” que, a través del PNR, Cárdenas ofreció a todos los trabajadores, así como el cooperativismo y las administraciones
obreras, en ningún momento significaron un fortalecimiento autónomo de los trabajadores, la acumulación primitiva y de fuerzas que
permitiera su desarrollo y cohesión como un poder independiente del Estado, capaz de avanzar por su propio camino. Al contrario, el
radicalismo cardenista tuvo claros propósitos de manipulación, tanto para controlar políticamente a las masas trabajadoras, evitando su
insurgencia, como para utilizarlas para vencer las resistencias que dificultaban su obra, destinada a impulsar la industrialización del país. La
“defensa de las leyes”, en efecto, fue uno de los medios de que Cárdenas se valió para movilizar a las masas y con ello, obligar a los
patrones reticentes a que mejoraran los salarios obreros y, consiguientemente, el mercado nacional. Y, como lo hemos examinado, el
cooperativismo y la administración obrera sirvieron tanto para reforzar el control de los trabajadores, como para que se mantuvieran en
funcionamiento industrias en bancarrota, con lo que se evitaba el incremento del desempleo, se mantenía cierta producción y el sistema
ferroviario –arteria de la economía- continuaba funcionando.
La educación de los trabajadores que el Estado promovió no significó la comprensión, por parte de aquéllos, del mundo en que vivían y de
los modos de actuar necesarios para transformarlo, sino que constituyó una educación técnica, una capacitación que la industria requería
para mejorar sus sistemas productivos y sus rendimientos. La propaganda oficial y los líderes de la CTM y el partido comunista se
encargaron de presentar el régimen establecido como el mejor de los mundos posible, como la etapa necesaria, ineludible, fatal, previa al
socialismo, que identificaban arbitrariamente con la “democracia de trabajadores” que Cárdenas proclamó.108 fueron considerados como el
signo inequívoco de que el país marcaba hacia un nuevo régimen social, pero incluso las milicias no constituyeron otra cosa que un medio
más de manipulación, un juego inofensivo que se sometía sin problemas y se ponía a las órdenes del Estado, y lo reforzaban. Los obreros

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hacían deporte y marchaban con sus fusiles de madera en los vistosos desfiles del 20 de noviembre, o en otras fechas recordables,
confiados en que el “ejército del pueblo” sabría utilizar sus armas auténticas cuando los enemigos acecharan.109 Nunca los obreros habían
perdido de modo tan radical su independencia; nunca habían sido subordinados al Estado tan completamente. Los obreros marchando con
fusiles de palo en apoyo del régimen imperante constituyeron la imagen más patética de su enajenación, de la pérdida de la heroica
tradición de lucha de los obreros rojos de los años veinte, de su sujeción al Estado capitalista.
3. EL IMPULSO AL CAPITALISMO
Desde el triunfo de la revolución de 1910, el nuevo Estado desplegó una política destinada a impulsar el desarrollo de la industria. La crisis
económica que estalló en 1929 había puesto al Estado en una encrucijada, pues mientras la misma crisis mundial había creado
condiciones para que la producción interna se incrementara, renovándose la industria y perfeccionando su funcionamiento, la política
anticrisis que el gobierno llevó a cabo se apoyó en la superexplotación de los trabajadores, cerrando así las posibilidades del mercado
nacional. La situación de compromiso que se pretendía estabilizar en el campo, conciliando los intereses de los hacendados con los de
millones de campesinos sin tierra, con jornales miserables o sin empleo, sellaba sin remedio el futuro de la industrialización, pues de ese
modo la mayor parte de la población seguiría al margen del mercado. El control de las más importantes ramas de la economía por parte de
los grandes monopolios imperialistas, que explotaban parte de los recursos naturales del país en función de sus particulares intereses, era
también un obstáculo para el desarrol1o económico de México, pues impedía que se pudieran canalizar esos recursos para el progreso de
la industria instalada en el país. El nuevo gobierno que se inició en diciembre de 1934 se encargaría de superar la encrucijada, abriendo la
brecha para facilitar que las fuerzas económicas se conjugaran en la tarea de impulsar decisivamente la industrialización del país, el
progreso del capitalismo
El Estado y la industrialización
En México, como en otros países de América Latina, ante el raquitismo de la burguesía, el Estado se destinó a sí mismo la función de
regulador de los intereses sociales y promotor del desarrollo económico. Desde los primero años posrevolucionarios, los círculos
gobernantes fueron desarrollando al Estado como un incomparable instrumento que sentaba las bases de le economía, facilitando y
estimulando –con obras públicas, impuestos, etcétera- el desenvolvimiento de las actividades productivas. El Estado utilizó todo su poder
para imponerse a la sociedad, colocándose aparentemente por encima de todas las clases. En realidad, su labor estuvo destinada a
promover los intereses de una clase, aquella que integraban los industriales y comerciantes, los banqueros y financieros, etcétera, es decir,
los capitalistas, ya fueran nacionales o extranjeros. Para ello se valió de la clase obrera y los campesinos. Poco a poco, la economía del
país fue recobrándose de la tempestad revolucionaria y los enriquecidos generales y políticos fueron a fortalecer a la clase que poseía los
medios y los instrumentos indispensables para la producción. La consolidación del poder del Estado, la creación de mecanismos financieros
y la labor destinada a construir la infraestructura económica, hicieron avanzar a la industria.
El gobierno de Lázaro Cárdenas acentuó la intervención del Estado en la economía y aceleró el ritmo del desarrollo económico,
transformando la anacrónica estructura del campo, desatando fuerzas que le permitieron ampliar la base de le economía y perfeccionar las
instituciones e instrumentos que dejarían libre de escollos el camino a la industrialización.
Desde el Plan Sexenal del partido oficial se expuso el propósito de reforzar el papel del Estado como regulador de las actividades
económicas,110 y en su campaña electoral y en sus actividades de gobierno Cárdenas lo reafirmó. El presidente consideraba que era
esencial observar “el problema económico en su integridad”, para que, de este modo, se pudieran vincular los diversos sectores
productivos.
Sólo el Estado –decía- tiene un interés general, y, por eso, sólo él tiene una visión de conjunto. La intervención del Estado, ha de ser
cada día mayor, cada vez más frecuente y cada vez más a fondo, para coordinar todos los esfuerzos, con el propósito de crear una
economía nacional.111 De esta manera. El Estado pudo avanzar en la realización de sus objetivos.
Las organizaciones obreras integradas a la CTM y el partido comunista apoyaron incondicionalmente la intervención del Estado en la
economía, e incluso el fracaso del cooperativismo y la administración obrera los condujo a plantear la necesidad de que el Estado ampliara
su intervencionismo, ofreciéndole su colaboración para que, consolidara su papel económico. 112
Una de las medidas esenciales asumidas por el gobierno cardenista para abrirle camino a la industria fue la reforma agraria. Para
Cárdenas, el reparto de tierras debía resolver el "problema económico" de las masas rurales, permitiéndoles elevar su nivel de vida,
atendiendo a su alimentación y su vestuario. 113 El aumento de la producción agrícola proporcionaría a los campesinos los recursos
para adquirir artículos manufacturados. De esta manera, al mismo tiempo que se incrementaría la producción con la reforma; ag raria,
se estarían creando "necesidades y exigencias" que podrían vitalizar "nuestra economía interior". 114 Como se deduce de lo que
antecede, para el presidente la reforma agraria obedeció "a la inaplazable exigencia de dar una base de sustentación económic a casi
a las tres cuartas partes de la población activa". 115 Esto es: la reforma agraria tuvo como uno de sus fines aumentar el poder
adquisitivo de las masas del campo. Debido a que la mayoría de los habitantes del país dependían de la agricultura, era justa mente
en el campo en donde urgía que el poder de compra se incrementara, y tal urgencia se convirtió en el "centro de gravedad del
desarrollo industrial de México". 116
En efecto, la reforma agraria que Cárdenas realizó durante su gobierno tuvo la virtud de proporcionar ingresos a los campesinos,
quienes, al convertirse en consumidores de productos manufacturados, contribuyeron a ampliar el mercado nacional; innumerable s
regiones del país abrieron sus puertas de par en par y a través de ellas se empezaron a int roducir mercancías distintas de las
agrícolas. La industria y el comercio comenzaron a sentir los efectos positivos de la reforma agraria, incrementando sus
actividades,117 aunque la carestía de la vida retrasó la consolidación del nuevo mercado.
Junto con la ampliación del mercado -en gran medida potencial-, la reforma agraria trajo consigo la movilidad de la fuerza de trabajo,
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que pudo trasladarse a otros centros productivos, tales como la industria. 118 De esta manera, el mercado de fuerza de trabajo
incrementaba considerablemente su oferta, y por ello los empresarios tenían más posibilidades de seleccionarla y de aumentar el
número de sus obreros, ampliando sus instalaciones o creando otras fábricas para cubrir las necesidades del nuevo mercado.
Además de transformar la estructura rural, acabando en lo fundamental con la situación de compromiso que hasta entonces existía, ya
que el poder de los hacendados fue gravemente minado (aunque persistieron algunos núcleos de ellos), la reforma agraria se orientó hacia
la modernización de los métodos productivos y de los canales de distribución agrícola, pues –como afirmó Cárdenas- el estado rudimentario
en el que se encontraba la mayor parte de la agricultura se traducía en una producción insuficiente para satisfacer la necesidades del
país.119 Así, el gobierno se dispuso a ampliar el crédito a los campesinos dotados con tierra, a incrementar las obras de irrigación, a
construir caminos que vincularan las zonas productivas a los centros distribuidores del mercado, a impulsar la tecnificación de la
agricultura.120 La CTM planteaba al gobierno la necesidad de que se industrializara completamente el campo, de modo tal “que cada
campesino se convierta en breve plazo en un obrero calificado de la agricultura”.121 El Estado inició la tendencia a capitalizar el campo.
La reforma agraria cardenista fue esencial para el desarrollo industrial del país, pero no resolvió en definitiva el problema agrario. A partir de
1938, disminuyó el ritmo del reparto de tierra, se empezaron a conceder certificados de inafectabilidad a pequeños propietarios y
ganaderos, y campesinos de diversas regiones se quejaban de que se estaban devolviendo tierras a la hacendados. 122 También se
denunciaba que, en regiones como La Laguna, el Banco Nacional de Crédito Ejidal utilizaba a los antiguos capataces de los hacendados
para dirigir los ejidos. Hubo otras denuncias similares.123 Además, el problema más grave era que el latifundismo seguía en pie. Los
campesinos ejidatarios constituían un núcleo minoritario, poseían poca y mala tierra y no se beneficiaban con las obras de riego. Una
publicación oficial concluía en 1940:
Después de 25 años de reforma agraria y a pesar de los intensos esfuerzos desarrollados en la distribución de tierra en el último sexenio,
México sigue siendo un pueblo de latifundistas.124
En realidad, destruidos los más importantes latifundios, en su mayoría en manos de extranjeros que orientaban su producción hacía el
exterior del país, liberadas grandes cantidades de fuerza de trabajo que se, encaminarían a los centros industriales, los restantes latifundios
podrían irse transformando poco a poco o podían coexistir sin dificultad con la nueva estructura del campo, y más si introducían métodos
modernos de cultivo.
La reforma agraria que el Estado llevó a cabo también tuvo funciones de manipulación y control de las masas de ejidatarios y jornaleros
agrícolas. Los lazos que sujetaban a-los campesinos al Estado volvieron a mudarse fuertemente, conjurándose la insurgencia que se había
estado gestando durante los años de la crisis económica. Con la reforma agraria y la Organización oficial de las masas rurales, el Estado
logró pacificar el país125 y aumentar, consolidándola, su dominación sobre las masas campesinas.
Con la reforma agraria, la industrialización obtuvo una base fundamental para desarrollarse, pero sólo una de las medidas que el Estado
adoptó durante la época cardenista, para sentar en definitiva las bases materiales del México industrial. Para lograr esto, el gobierno de
Cárdenas sabía que era necesario que todas las fuerzas productivas del país se conjugaran para intensificar la producción, y que al mismo
tiempo el Estado redoblara las actividades que tendieran a desarrollar la industria.126
Entre las necesidades más urgentes se encontraba la ampliación ;de las comunicaciones del país, a la que estaba estrechamente ligada la
expansión del mercado, pues sin esas comunicaciones muchas regiones del país continuarían aisladas o la introducción de mercancías
seguiría siendo difícil y aun arriesgada, ya que los pésimos caminos podrían ocasionar su pérdida. De esta manera, el gobierno prosiguió
intensificadamente la construcción de carreteras y de nuevas vías férreas. 127 Al mismo tiempo, mejoró los servicios de correo, telégrafo
teléfono, vías aéreas y los muelles de los puertos.128 Se construyeron obras hidráulicas y se creó la Comisión Nacional de Electricidad, para
que regulara e impulsara el desarrollo de la electrificación del país, básica para las actividades productivas. 129 Toda esta labor no solo
robusteció la infraestructura indispensable para el desarrollo de la industria, sino que, aunada a la construcción de edificios, al dar empleo a
muchísimos obreros, aumentó el poder adquisitivo de las masas y además provocó la mejoría de los negocios, pues las construcciones que
realizó el Estado requerían acero, hierro, cemento, puertas, ventanas, etcétera, con lo que incrementaron sus ventas las empresas que
elaboraban tales productos. Como las obras públicas se convirtieron en un factor importante para la economía, algunos las empezaron a
considerar “la cuerda del relojito nacional”.130
El gobierno cardenista también puso en práctica medidas arancelarias, con el propósito de proteger a la industria instalada en el país,
salvándola de la competencia de las mercancías provenientes de las metrópolis imperialistas. Al mismo tiempo, facilitó la importación de los
materiales y equipos que la industria requería para su desarrollo y modernización; estimuló el surgimiento de nuevas industrias,
concediéndoles facilidades para su instalación y eximiéndolas de impuestos; derogó el impuesto sobre exportación de capitales, con el
propósito de que los capitalistas extranjeros se animaran a invertir en el país, y concedió otro tipo de ayuda y subvenciones, destinadas a
estimular la industrialización.131 También creó el Banco Naciona1 Obrero de Fomento Industrial, para organizar el crédito destinado a la
industria, y el Banco Nacional de Comercio Exterior, que funcionó “como una especie de acumulador de divisas que [ ... ] se empleaba para
la importación de productos industriales necesarios al país".132
Con la labor que el Estado desplegó, la industrialización del país tuvo las mejores condiciones para desarrollarse, y esto, efectivamente, se
tradujo en un progreso de la industria. La expansión de la industria se expresó en el aumento de la producción manufacturera, de los
obreros ocupados en las fábricas, de la participación de la industria en el ingreso nacional e, incluso, en I el incremento de los impuestos.:
provenientes de ese sector productivo 133 La diversificación industrial se percibía en el hecho de que en 1940 había disminuido la
importancia de las industrias de alimentación y textil, y aumentando, en cambio, el valor de los productos de la industria química y
siderúrgica. Además, numerosas industrias nuevas empezaron a funcionar. 134 Como puede observarse, empezó a fructificar la política que
el gobierno se había trazado para impulsar la industrialización del país, aunque, como hemos explicado ya, la producción industrial fue
insuficiente para cubrir las necesidades del mercado y la carestía de la vida no le permitió ir muy lejos.
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El estallido de la segunda guerra mundial fue considerado por el gobierno, por algunos capitalistas e incluso por la CTM, como la gran
oportunidad de que el país impulsara su desarrollo industrial, intensificando las actividades productivas con la finalidad de aprovisionar al
país y exportar cantidades de los productos requeridos por la contienda bélica.135
La CTM, a través de su líder máximo, Lombardo Toleras, se convirtió en la principal crítica de la neutralidad del gobierno de Cárdenas y
exigió en todos los tonos de intervención de México en el conflicto internacional y la declaración de guerra a las potencias fascistas. Según
Lombardo, la participación en la guerra provocaría un impulso formidable del desarrollo económico nacional, por las ventas de mercancías
que podría lograr.136 Sin embargo, tales expectativas no se tr4adujeron en realidad durante los últimos años del gobierno cardenista,
aunque la guerra sí provocó, de inmediato, un incremento del comercio con Estados Unidos, tanto en l exportación como en la
importación,137 lo que reforzó aún más los lazos que sujetaban al país al imperialismo norteamericano.
El Estado promovió la industrialización para convertir a México en un moderno país capitalista. Al realizar tal labor, coadyuvó al desarrollo
de la clase social privilegiada, cuyos integrantes, nacionales y extranjeros, vieron incrementada y protegidas sus actividades industriales,
comerciales o financieras. Al mismo tiempo se consolidó el capitalismo de Estado. Al construir la infraestructura económica nacional y
perfeccionar los mecanismos del crédito, el Estado sentó la base material para que los capitalistas pudieran desarrollar sus intereses. Ni las
huelgas, ni el salario mínimo y el pago del día de descanso, ni la reforma agraria, ni en fin, la protección de los trabajadores en sus
conflictos con los empresarios, afectaron en realidad a éstos; la ampliación del mercado interno y el mejoramiento y unificación de las
condiciones de trabajo, constituyeron el resultado objetivo de la “radical” política de reformas sociales que el gobierno de Cárdenas puso
en práctica.
Misión social del empresario
El gobierno de Cárdenas no estuvo en contra del capitalismo ni de los capitalistas; por el contrario, como hemos visto, los protegió y
promovió su desarrollo y fortalecimiento. La radical fraseología oficial que contaminó la atmósfera política del país y los
enfrentamientos de Cárdenas con ciertos núcleos de empresarios, particularmente el motivado por el conflicto en Monterrey,
sucedido en febrero de 1936, dieron lugar a leyendas ideológicas cuya finalidad era presentar al gobierno y, en particular, al
presidente, como enemigos acérrimos del capital, como propugnadores de un orden social no capitalista, cuya tendencia era la
socialización de los medios de producción. Sin embargo, la realidad histórica es nítida y nos permite penetrar hacia una situación
diferente de la declaratoria. Cuando Cárdenas critica el paro de los empresarios o el abandono temporal de la producción de ciertas
fábricas, está preocupándose por que la economía del país no sufra perturbaciones que podrían poner en peligro o retrasar el
desarrollo global de la industrialización, En su preocupación por aumentar la capacidad productiva del país, el gobierno cardenista se
vio obligado a combatir todo aquello que se oponía a su objetivo,
Cárdenas, como representante del Estado, tuvo que combatir e incluso afectar a ciertos patrones intransigentes, incapaces de
comprender la necesidad de aliviar la situación de los trabajadores, con el propósito de mejorar el mercado nacional. Les exi gió el
acatamiento de las leyes del salario mínimo y del pago del séptimo día, y les hizo ver que ellos también necesitaban "disciplinarse" al
Estado, sometiéndose a sus decisiones. 138 Pero esto, cuando mucho, dañaba ligeramente el interés privado de algunos empresarios
aislados, que no los intereses generales capitalistas. El gobierno de Cárdenas se enfrentó a sectores particulares de la burguesía,
para someterlos y obligarlos a colaborar al desarrollo global del capitalismo en México. Lo que Cárdenas quería era suprimir el abuso
de los empresarios y liquidar sus privilegios exagerados,139 los cuales, al traducirse en la superexplotación de los obreros y en
intervención patronal en las organizaciones sindicales, podrían provocar la explosión violenta de las masas. 140
En realidad, el gobierno quería que los capitalistas comprendieran la necesidad que tenía el Estado de realizar su política "obrerista",
para impulsar el desarrollo industrial; que los patrones acataran sin problemas las leyes y se dedicaran a hacer progresar la
producción de sus negociaciones. Tal era la “misión social" que el Estado designó a los empresarios, que el gobierno de Lázaro
Cárdenas se esforzó por explicar y que algunas veces tuvo que imponer enfrentando a los patrones las masas obreras
movilizadas.141 Los capitalistas que entendieron la conveniencia de aceptar su "misión social" no solamente no tuvieron problemas
con el Estado, sino que merecieron garantías, estímulos y protección. 142 Entre quienes aceptaron la política del gobierno cardenista la
política del gobierno cardenista, tal vez los más avanzados fueron los empresarios aglutinados en torno al Banco Nacional de México, uno
de los bancos más antiguos y poderosos. En su publicación mensual, expresaban una clara comprensión de las causas que determinaron
la política de reformas sociales del gobierno, así como de los posibles efectos benéficos que traía o podía traer consigo. Aceptaron y
aplaudieron la adopción del salario mínimo y del pago del séptimo día; se explicaron las huelgas a la manera de Cárdenas y se convirtieron
en promotores de la política de conciliación de clases que caracterizaba al Estado.143 Sabían bien que tal política no sólo no afectaría al
capitalismo, sino que, contribuyendo a crear el urgente mercado nacional, lo impulsaría. Las obras públicas del gobierno reforzaban la
convicción de los banqueros de que se encaminaban hacia el progreso económico. Sólo protestaban de que las reivindicaciones obreras
fueran “exageradas” algunas veces, y por ello le recordaban al gobierno de Cárdenas que en México seguía existiendo un régimen
capitalista, de nodo que era necesario frenar a tiempo a los trabajadores y dar más garantías a los empresarios, para que incrementaran
sus ganancias.144
La política del Banco Nacional de México expresa claramente a quienes beneficiaba más la labor del gobierno y hacia dónde se orientaba la
política de Cárdenas. Éste también se preocupó por impulsar la organización patronal, haciendo obligatorio el ingreso de toda empresa de
cierta dimensión a alguna de las asociaciones nacionales que había por toda la república, las cuales se aglutinaron en la Confederación de
Cámaras Industriales y en la Confederación de Cámaras Nacionales de Comercio, cuya misión sería “mantener un puente entre el gobierno
y las empresas”.145 De esta manera, el gobierno de Cárdenas podía hacer realidad su propósito de mantenerse en contacto directo con los
empresarios, para así poder “conocer sus problemas”, contribuir a resolverlos y lograr su “positiva y leal colaboración”, 146 al mismo tiempo
que los presionaba para que aceptaran su política. Evidentemente, el Estado estaba recorriendo el camino correcto que le permitiría
obtener su buscada base social propia, su base de clase. Al fin, después de un largo recorrido, el Estado y la burguesía se encontrarían
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para marchar juntos y conducir al país, aceleradamente, por la senda del capitalismo.
La nueva dependencia
Dentro de la política que el gobierno de Cárdenas desplegó para impulsar el desarrollo capitalista del país ocupan un lugar destacado la
nacionalización de los Ferrocarriles Nacionales y, principalmente, la expropiación de los bienes de las compañías petroleras. Tales
medidas, por lo demás, son consideradas como manifestaciones cimeras del nacionalismo del Estado mexicano.
El 23 de junio de 1937 el presidente Cárdenas decretó la expropiación de los intereses minoritarios de los Ferrocarriles Nacionales de
México perteneciente a capitalistas extranjeros, con lo que pasaron al completo control gubernamental. Entre las causas que determinaron
tal medida estaban: a] el estado de quiebra de la empresa, el cual ponía en peligro el desenvolvimiento de la economía del país, pues
tendía a paralizar el vital servicio del transporte ferroviario, dado que las vías y el equipo de los ferrocarriles no se renovaban ni ponían en
buenas condiciones; b] la situación jurídica de la empresa, controlada por los capitalistas extranjeros, que no le permitía el gobierno exigirle
su colaboración en la política económica, mediante tarifas adecuadas; c] imposibilidad del gobierno para arreglar la deuda de los
ferrocarriles; y d] la imposibilidad gubernamental para iniciar la reorganización del sistema ferroviario de acuerdo a las necesidades de la
economía nacional.147 La enorme deuda de los ferrocarriles tendía a crecer cada vez más, no sólo debido a los interese, sino también por la
devaluación del peso, pues los acreedores imperialistas podían exigir los pagos en dólares. Como los bienes de la empresa se encontraban
hipotecados, cada millón de pesos que el gobierno invirtiera en el mejoramiento de las líneas ferroviarias beneficiaría a los capitalistas
acreedores, quienes podrían exigir el aumento del monto de los pagos.148
La nacionalización de los ferrocarriles dejó pendiente el pago de la deuda con sus intereses acumulados y el Estado pudo trabajar en
el desarrollo del sistema ferroviario de acuerdo a las necesidades económicas del país. Esto era fundamental, pues los ferrocarriles
se habían trazado acuerdo a los intereses de los capitalistas norteamericanos, quienes los concibieron como una prolongación de los
Estados Unidos, y las cuotas diferenciales de transportación, al mismo tiempo que beneficiaban a la minería –en manos también del
capital norteamericano-, gravaban a la agricultura, la industria y el comercio con tarifas elevadas. La política cardenista de estímu lo
al desarrollo económico requería abrir nuevas líneas ferrocarrileras y proteger las actividades productivas y comerciales,
concediéndoles medios baratos para el traslado de sus mercancías a diversos lugares de la república. 149 De este modo, la
nacionalización de los ferrocarriles fue una respuesta a tal requerimiento de la política de impulso del desarrollo económico.
La expropiación petrolera fue, sin duda, el acontecimiento más importante y significativo del gobierno de Cárdenas. Con ella, el
Estado se enfrentó al capital imperialista de viejo cuño, pudo redefinir, en la realidad, las relaciones de dependencia con respecto a
la potencia hegemónica del sistema capitalista mundial, y logró una importante base para hacer avanzar la industrialización d e
México. Las compañías petroleras representaban una forma de explotación organizada bajo los exclusivos intereses y necesidades
del capital imperialista, cuyo aparato productivo estaba sustraído a la economía nacional y disfrutaba de fuerza de trabajo b arata y de
privilegios que permitieron su desarrollo con ganancias considerables para los capitalistas.150 Los exiguos salarios que paga ban a
los trabajadores y los impuestos que el Estado cobraba a las empresas petroleras representaban muy poco para el desarroll o
industrial nacional y, por supuesto, eran insignificantes en relación a la magnitud de sus ingresos, los cuales se expatriaba n.151
Además, lo que era muy importante, las compañías petroleras habían actuado en la política nacional, fomentando facciones re beldes
al régimen, presionando al gobierno para evitar que afectara sus privilegios 152 y saboteando la organización de los trabajadores. 153
El conflicto entre los trabajadores petroleros y las compañías se tradujo en un enfrentamiento entre éstos y el Estado. Desde antes del
laudo de la junta de Conciliación y Arbitraje, las empresas petroleras desplegaron una campaña propagandística destinada a desprestigiar a
los trabajadores y a su sindicato, y en octubre de 1937 iniciaron una ofensiva financiera contra el gobierno de Cárdenas, retirando sus
fondos de los bancos y pretendiendo crear una clima de desconfianza entre los capitalistas nacionales y extranjeros, para que imitaran su
actitud, con el propósito de afectar la moneda y la situación financiera del Estado. Esta ofensiva produjo la fuga de capitales y la
disminución de la reserva monetaria del Banco de México, y fue un factor esencial en la devaluación del peso. 154 Su negación a aceptar el
fallo de la Junta, que las condenaba a cumplir las reivindicaciones obreras, y su rebeldía, condujo al gobierno de Cárdenas a decretar la
nacionalización de los bienes de las empresa petroleras. Ésta fue, según parece confirmarlo la actitud del propio gobierno, una medida
extraordinaria, dictada por las circunstancias, a la que Cárdenas unió la proclamación de que ninguna otra empresa capitalista sería
afectada en sus bienes e intereses, cualquiera que fuera la esfera productiva en la que se desenvolviera. 155 En realidad, parece que
Cárdenas sólo deseaba que la industria petrolera se integrara a la economía nacional, para lo cual mayores impuestos y salarios
constituirían un paso importante.156
No tenía una disposición manifiesta a enfrentarse al imperialismo nacionalizando también las compañías mineras, eléctricas, etcétera, que
se encontraban en manos de los monopolios imperialistas. La promoción de las inversiones de capital extranjero que se intensificó a partir
de la expropiación petrolera y su oposición a que la administración obrera de los Ferrocarriles Nacionales aumentara las tarifas del
transporte, las cuales afectarían básicamente a los capitalistas mineros norteamericanos, hablan con claridad de la actitud del gobierno
respecto al imperialismo. El Estado trabajaba para desarrollar la economía del país y en esto tenía cabida el capital extranjero. En realidad
fue la actitud intransigente de los empresarios del petróleo la que condujo al gobierno cardenista al 18 de marzo. 157
Además de mantener la validez de las leyes nacionales, Cárdenas esgrimió como principal causa de la expropiación petrolera el abandono
de la producción por parte de las compañías, el cual podría haber provocado “la paralización de los medios de transporte, de las industrias
y demás actividades económicas fundamentales”.158 Esto era muy importante, pues precisamente una de las consecuencias de la
expropiación fue, permitir al gobierno desarrollar la industria petrolera conforme a las necesidades económicas del país. La posesión de los
energéticos constituyó una magnífica base para impulsar la industrialización, y las ganancias que antes exportaban los petroleros se
quedarían en el país, beneficiando a los capitalistas instalados en México, tanto nacionales como extranjeros, quienes podrían percibir más
ganancias, directa e indirectamente, o sea, en forma de productos petrolíferos más baratos o a través del mercado. 159 Aunada a lo anterior,

70
la expropiación petrolera trajo consigo la disminución de las reformas sociales y, como ya lo anunciamos, el aumento de la actividad del
Estado orientada a atraer capitales para acelerar el desarrollo capitalista de México.160
La expropiación de los bienes de las empresas petroleras terminó por ser aceptada por el gobierno de Estados Unidos, que sostenía la
rooseveltiana política del New Deal y contemplaba la perspectiva de la ya cercana guerra mundial. La política de acercamiento al gobierno
norteamericano que Cárdenas desplegó, así como su oposición a las potencias fascistas y sus constantes declaraciones de apoyo a los
“países democráticos”, en una atmósfera de guerra internacional, fueron elementos decisivos en la solución pacífica del conflicto petrolero.
La expropiación petrolera motivó enfrentamientos con los capitalistas extranjeros y con el gobierno norteamericano, que se encontraba tras
ellos. El joven Estado mexicano, a través de los diversos gobiernos que surgieron de la revolución de 1910, había venido desplegando
desde los años de la contienda armada una política orientada a reformular su relaciones con los capitalistas extranjeros; política que en
realidad significaba una reformulación de las relaciones de dependencia. México, país atrasado y con una economía dominada por el
capital imperialista, necesitaba impulsar su desarrollo industrial para así poder hacer efectiva su autonomía política que las fuerzas
gobernantes venían afirmando, sobre todo, desde el triunfo de la revolución y la constitución del nuevo Estado que habría de asumir
funciones de empresario, convirtiéndose el mismo en un gran capitalista y en el principal propulsor del desarrollo económico. El capital
extranjero predominante en el país contribuía bien poco a la industrialización: exportaba sus sobreganancias, sin revertirlas en la
renovación o ampliación de los equipos productivos, dejando solamente salarios e impuestos reducidos, y exigía privilegios que permitieron
aumentar sus ingresos, convirtiéndose muchas veces en un obstáculo para la acción del gobierno. 161
Si el Estado no podía suprimir el capital extranjero, si por lo menos se planteó la necesidad de suprimir sus privilegios, obligarlo a
someterse a las leyes nacionales y al Estado mismo y hacerlo renunciar a la protección del gobierno de su país de origen. De esta manera,
los capitalistas extranjeros, sobre todo los norteamericanos, participarían en el desarrollo económico nacional.162 El gobierno de Cárdenas
no hizo sino perseguir la política que, en relación al capital extranjero, había inaugurado Venustiano Carranza. El desarrollo industrial del
país –objetivo de la revolución- requería recursos financieros en grana escala, que no se encontraban disponibles en suficiente cantidad
entre los burgueses nacionales ni en las arcas del Estado. Por eso el gobierno acudió a los capitalistas que provenían de los países
dominantes, particularmente de los Estados Unidos, exhortándolos a que invirtieran en el país. En innumerables ocasiones, Cárdenas
expresó que el nacionalismo económico de su política no implicaba “una actitud de puerta cerrada o de hostilidad” hacia los empresarios
extranjeros, señalando que el gobierno no era “enemigo” de ellos, pues sus inversiones en el campo productivo beneficiaban la economía,
por lo que serían recibidos con beneplácito. Sólo esperaba que los capitalistas tuvieran una nueva actitud, aceptando las leyes del país, sin
que exigieran que se les concedieran privilegios que los colocaran por encima de los propios burgueses nacionales, y que aportaran su
capital para impulsar “el desenvolvimiento de los recursos del país con la cooperación del trabajador”, esto es: de sus asalariados.163 De
este modo, los grandes inversionistas podían obtener buenas ganancias, las cuales estarían protegidas por el Estado. Como hemos visto,
Cárdenas, aun en el momento de la expropiación petrolera, ofreció plenas garantías a los capitalistas extranjeros que se sometieran
voluntariamente a las leyes y se adaptaran a las exigencias de su programa; la derogación del antes mencionado impuesto a la exportación
de capitales, las facilidades para la constitución de empresas y otras garantías y estímulos, fueron utilizados por el gobierno cardenista para
atraer al capital extranjero.164
La política que el Estado había venido desplegando desde la revolución fructificó con la expropiación petrolera y la labor cardenista de
estímulo a las inversiones de capital. El gobierno adquirió el derecho a someter a sus leyes a los capitalistas extranjeros y a tratar con cierta
autonomía con el gobierno de Estados Unidos, es decir, con la potencia imperialista de la cual nuestro país depende. La expropiación
petrolera no implicó la ruptura de la dependencia de México respecto a los Estados Unidos, la superación de su subordinación. La guerra
mundial provocaría un mayor acercamiento del Estado mexicano a los Estados Unidos, estrechando aún más su dependencia económica
respecto al mismo, debido a que los mercados europeos a los que había recurrido quedarían clausurados. La inversión de capital
norteamericano en el país se redoblaría. La tradicional dominación del imperialismo en México, caracterizada por la economía de enclave
que explotaba los recursos naturales del país, sería sustituida por una penetración en la industria, que sería impulsada. México seguiría
exportando materias primas, pero ya no compraría a los monopolios imperialistas sólo productos manufacturados para consumo inmediato,
sino que adquiriría bienes industriales que permitieran el desarrollo de la economía nacional y dieran, al mismo tiempo, una modalidad a la
dependencia de México respecto al imperialismo.165 Mas el resultado anterior no fue posible, en gran medida, debido a la política de masas
que el gobierno de Cárdenas puso en práctica. Como escribió León Trotsky:
En la medida en que el principal papel en los países atrasados no es jugado por el capitalismo nacional sino por el extranjero, la
burguesía nacional ocupa, en el sentido de su posición social, una posición mucho menor de la que corresponde al desarrollo de la
industria. En la medida en que el capital extranjero no importa trabajadores sino que proleratiza a la población nativa, el proletariado
nacional pronto empieza a jugar un papel más importante en la vida del país. En estas condiciones, el gobierno nacional, hasta el grado
en que trate de mostrar resistencia al capital extranjero, está compelido con un grado mayor o menor a apoyarse en el proletariado.166
Las palabras anteriores dejan traslucir las razones de la política de masas. Las amplias masas de trabajadores movilizadas en favor de la
expropiación petrolera fueron, sin duda, un apoyo incomparable al gobierno cardenista. Éste las enfrentó a los capitalistas petroleros y al
imperialismo norteamericano, quienes temieron el empuje imponente de los miles de obreros y campesinos puestos en movimiento. La
nacionalización de los ferrocarriles y el petróleo, así como la participación, en términos convenientes para el gobierno, del capital extranjero,
fueron esenciales para el impulso del capitalismo, y en ese resultado fue determinante la nueva política que las nuevas fuerzas
gubernamentales empezaron a desarrollar desde 1933.
[…]
V. LA INTEGRACIÓN INSTITUCIONAL
La política de masa que puso en práctica el gobierno de Lázaro Cárdenas subordinó el movimiento de los trabajadores a la política y
71
los intereses del Estado. Que esto fuera posible se debió, como hemos visto, en gran medida a la CTM, que fue encargada de
organizar y poner en movimiento a las amplias masas obreras. El carácter que la CTM asumió y los métodos internos que aplicaron
los dirigentes obreros aseguraron el control de los trabajadores. Mas el Estado se preocupó esta vez por reforzar y darle
permanencia a las amarras que había vuelto a anudar, para lo cual el partido oficial se transfiguró con el propósito de integrar en su
seno a la clase dominada.
1. LA FUNCIÓN DE LA CTM
Control e institucionalización
La Confederación de Trabajadores de México asumió abiertamente un carácter político que impregnó su actividad. La razón de la
existencia de la central no era ya la exclusiva lucha por reivindicaciones económicas·que mejoraran el nivel de vida de los
asalariados, la cotidiana contienda sindical que enfrentaba a patrones y obreros en un intento de equilibrar los salarios con el costo
de la vida. La organización obrera irrumpió en la vida política, sacudió a los trabajadores y los lanzó al torbellino de la política
nacional: Bajo el signo del frente popular, la CTM se ligó a otras agrupaciones tales como el PNR, el Partido Comunista Mexicano y
la Confederación Campesina Mexicana, "con el fin de sumar fuerzas" que permitieran fortalecer la base de apoyo del gobierno y
facilitaran la movilización de las masas. 1
Como lo hemos analizado, la labor que los dirigentes cetemistas desplegaron para organizar a los trabajadores, sujetados a sus
decisiones y ponerlos en movimiento, convirtieron a la CTM en la organización sindical y política más importante, tendiendo a
convertirse en el centro organizativo de una especie de frente popular 2 con perfiles antifascistas y orientado al reforzamiento del
régimen.
La estructura .interna adoptada por la CTM fue la·de “frente sindical” de múltiples organizaciones, las cuales se disciplin aron a un
mando único3 que tendió a fortalecerse cada vez más, hasta colocarse incluso por encima de las propias agrupaciones sindicales.
Este resultado fue producto de la centralización de las decisiones y el control sobre los sindicatos y federaciones qu e el comité
nacional de la CTM empezó a ejercer desde la fundación de la misma. En particular la secretaría general, en manos de Vicente
Lombardo Toledano, y la secretaría de organización y propaganda, a cargo de Fidel Velázquez, fueron los verdaderos órga nos
directores de la central, pues de ellos dependía su desarrollo organizativo y el control de toda la estructura sindical.
Los congresos unitarios para integrar federaciones o sindicatos nacionales debían realizarse bajo el completo control de la s ecretaría
de organización. Ésta constituía previamente "comités de organización" presididos por delegados del comité nacional, quienes se
encargaban de fiscalizar las actividades que las agrupaciones llevaban a cabo para unificarse. Todos los organismo que no se guían
el procedimiento anterior no eran reconocidos por la dirección cetemista. 4 Muchas federaciones obreras no fueron reconocidas
porque no se integraron conforme a los lineamientos. Cuando esto sucedía, la secretaría de organización constituía comités
organizadores que enfrentaba a los recién constituidos organismos, los combatía hasta someterlos o debilitarlos, sustrayéndoles
contingentes que utilizaba para crear la federación o sindicato que oficialmente sería miembro de la CTM. La dirección encabe zada
por Lombardo alegaba que era indispensable la "legalidad" en la organización de las nuevas agrupaciones sindicales, ya que de lo
contrario “no tendría control directo sobre los grupos que se constituyen”. 5 Sin embargo, tal “legalidad” era flexible en algunas
ocasiones, como en el caso del sindicato de marinos, tales grupos se sometían sin problemas a los dictados de los dirigentes de la
CTM, aunque los convencían de la necesidad de que hicieran otro congreso para absorber a contingentes que se habían quedad o
marginados.6
En realidad, los procedimientos esgrimidos eran manipulados por Fidel Velázquez y por el propio Lombardo para desconocer a
sindicatos o federaciones que no se sometían a sus acuerdos particulares. Esto vale principalmente para el grupo de Ve lázquez, que
con el importante puesto de la secretaría de organización se dedicó a combatir a los comunistas y a reducir su influencia,
hostilizando a las organizaciones dirigidas por los miembros del PCM o bajo su influencia, desconociéndolas y enfrentánd oles
organismos improvisados; “legalmente" reconocidos por la dirección nacional de la CTM.
Con motivo de la escisión de la CTM en el IV consejo nacional, se planteó la reforma a los estatutos de la central. Esta refo rma
acrecentó el poder del secretario general, es decir de Lombardo, al permitirle controlar más estrechamente a todos los miembros del
comité nacional y capacitarlo para intervenir en los asuntos de todas las secretarías e, incluso decidir sobre ellos, cualqui era que
fuese la opinión de los funcionarios sindicales. De esta manera, toda la política de la CTM pasaba a depender de Vicente Lombardo
Toledano.
El descontentó que, sobre todo a partir de 1938, se manifestó entre ciertos núcleos de trabajadores pertenecientes a la CTM, por la
política del comité nacional o por los procedimientos internos que se habían impuesto, era reprimido mediante sanciones que
acordaba el propio comité nacional. De la misma manera se procedía contra aquellas organizaciones que no acataran los acuerdo s
de la dirección lombardista.8
La centralización y el control que el comité nacional de la CTM había logrado fueron tales que en abril de 1938 la revista de
,Lombardo podía decir: "Dejó de ser la confederación un conjunto de organizaciones sindicales y yuxtapuestas, agrup adas en torno a
un comité 'nacional como mera fórmula", para convertirse en un "bloque monolítico". 9 Los líderes de la central consolidaron de
manera paulatina su control sobre los trabajadores, a quienes sometieron a su arbitrio. Estrechamente vinculados al Estado, los
líderes fueron configurando una élite que subordinó las organizaciones obreras a las necesidades de la política de masas y qu e,
como lo permite observar la administración sindical, se preocupaba más por los intereses gubernamentales que por los de los
trabajadores a los que supuestamente debería representar y proteger. De esta manera, la élite de líderes conformó una burocra cia
separada de las masas obreras, colocada por encima de éstas y dominándolas, pero que a su vez dependía del Estado. A sí, la

72
organización y desarrollo de la CTM como elemento esencial de la política de masas cardenista trajo consigo el desarrollo y el
fortalecimiento de la burocracia sindical que consolidaría la integración de los trabajadores al Estado.
El movimiento huelguístico, que se había desatado con fuerza tan al comienzo del gobierno de Cárdenas, pronto se vería atajado en
su desarrollo espontáneo y tendría que someterse a la regulación de la élite burocrática. En efecto, desde el primer consejo nacional
de la CTM se planteó la necesidad de que todas las huelgas se efectuaran con la previa aprobación del comité nacional, 10 y en el
consejo realizado poco tiempo después de la expropiación petrolera se puso bajo el completo control del comité nacional el
planteamiento de los conflictos huelguísticos. Las federaciones de los estados fueron obligadas a someter previamente sus pliegos
de peticiones a la aprobación del comité nacional, y los sindicatos debían hacer lo mismo en relación a los comités ejecutivo s de las
federaciones a las que pertenecieran. 11 De esta manera se ejercía un control vertical del movimiento de los trabajadores, pues
mientras el comité nacional se encargaba de que los organismos nacionales -sindicatos de industria, federaciones- sometieran sus
presuntas huelgas a su arbitrio, tales organismos eran los encargados de manipular las luchas reivindicativas de las agrupacione s
locales o sindicatos pequeños. Con el control de las huelgas, la élite burocrática incrementó su dominación sobre los trabaja dores,
recogiendo así la experiencia de la CROM, que había sido la primera en utilizar tal procedimiento.
Sólo había un paso del control de las huelgas a su suspensión, y la burocracia sindical lo dio. Con motivo de la expropiación
petrolera, se esgrimió la tesis de la “unidad nacional” en defensa del régimen y contra los monopolios imperialistas del petróleo. El
diario del partido del gobierno sintetizaba el manifiesto lanzado por Cárdenas el 26 de marzo, en los siguientes titulares:
El esfuerzo de México debe ser unánime y fructífero. Conservación de la tranquilidad en los centros de trabajadores, y un fuerte estímulo
al desarrollo de las actividades productoras.12
Sobre todo a partir de entonces, Cárdenas incrementó su labor destinada a favorecer la inversión de capital extranjero y, como han notado
muchos autores, hubo una brusca reducción de las huelgas.13 Que tal cosa sucediera se debió a la actividad de los dirigentes de la CTM.
Con el propósito de “facilitar el camino al gobierno en el problema petrolero", y luego ante el estallido de la :guerra, el comité nacional
cetemista consideró necesario reducir e incluso suspender los movimientos de huelga, acordando que se intentaran resolver los conflictos
obrero-patronales por todos los medios pacíficos posibles, de modo que la huelga se planteara sólo en casos extremos y siempre y cuando
se tuviera "la seguridad de la victoria".14 Para lograr lo anterior, los líderes obreros acudían abiertamente al arbitraje obligatorio, aunque sin
llamarlo así. De esta manera las huelgas no podrían estallar sino cuando las organizaciones hubieran agotado los "medios privados para
resolver sus conflictos”, acudido a la intervención de las autoridades y logrado la “autorización expresa del comité nacional”.15 Con la
federalización de la Ley del Trabajo, el gobierno federal fue el directo encargado de resolver los conflictos laborales, sustituyendo a las
autoridades de los estados. Así, Lombardo Toledano pudo escribir en 1940 que “en el momento presente el gobierno federal intervino en
casi toda disputa laboral importante”.16
El control de los trabajadores se acrecentó, debido a la extrema política de conciliación de clases que la élite burocrática de la CTM asumió
como complemento de la suspensión de las huelgas. Los trabajadores, se decía en el manifiesto antes mencionado, debían “posponer” sus
graves conflictos con los capitalistas, y éstos debían aceptar al gobierno y respetar a las organizaciones sindicales, con lo que se podrían
resolver "amistosamente" los naturales problemas laborales que surgen en "una sociedad como en la que vivimos".17
Era natural que la política interna que impuso la burocracia sindical dominada por la CTM provocara brotes de descontento en algunos
sectores de trabajadores. Estos brotes, como vimos, eran reprimidos con sanciones. La mala situación económica en la que se encontraban
las masas obreras en las postrimerías del cardenismo, en gran medida motivadas por el encarecimiento de la vida, hizo surgir huelgas que
no siempre pudieron controlar los dirigentes de la central. No obstante esto, la CTM logró atenuar las luchas obreras e institucionalizar sus
conflictos, sometiéndolos invariablemente a la jurisdicción del Estado. El movimiento obrero cobró un nuevo carácter; ya no era la lucha
desordenada e impetuosa que distinguió al avivamiento sindical provocado por la recuperación económica y que tuvo su manifestación
máxima durante los primeros meses de 1935, sino un movimiento regulado y manipulado al servicio de un Estado que se preocupaba por
mejorar la producción para impulsar el desarrollo del capitalismo. La central obrera “única”, poderosa y cohesionada no fortaleció al
movimiento autónomo de los trabajadores, no puso en peligro la explotación que sobre éstos ejercían los capitalistas ni los preparó para la
lucha por la toma del poder, sino que, al contrario, constituyó en el país “un factor de paz duradera” que aplacó los ímpetus obreros y los
disciplinó a intereses que no eran los suyos. Como preveían los círculos gubernamentales y los voceros del Banco Nacional de México, la
CTM constituyó “una ventaja en ves de constituir una amenaza” al orden establecido, porque
se suprime la acción anárquica [espontánea] de los sindicatos aislados, sin idea clara de los perjuicios que su actitud, frecuentemente
irracional, causa a la sociedad entera; habrá huelgas en lo venidero, tendremos dificultades industriales de trascendencia y gravedad,
pero disminuirá la zozobra que había en el mundo de los negocios con motivo de las agresiones de que eran víctimas las empresas, con
pretextos absurdos.
Agregaban que
de los grandes organismos de obreros, puede decirse lo que de los trusts: su fuerza los obliga a ser cautos y a mantenerse dentro de los
límites que marcan los imperativos del medio en que operan.19
No podía haberse previsto con más claridad una de las funciones esenciales de la CTM. Su desarrollo posterior confirmaría tal
caracterización y el movimiento obrero sería cada vez más sujetado y utilizado como base de apoyo del régimen imperante.
Los acontecimientos políticos y las grandes movilizaciones de masas que caracterizaron a la época cardenista arrastraron a los
trabajadores, obligándolos a participar en la política. En el transcurso de los acontecimientos, los obreros se politizaron de manera
acelerada, superando su estrecha conciencia sindical. En esto influyó la atmósfera de frente popular que Lombardo y los miembros del
PCM introdujeron en el país, la guerra civil española, el fascismo y la guerra de las potencias imperialistas. En efecto, la situación mundial
73
de aquellos años impregnó los sucesos nacionales, y los obreros fueron movilizados en parte con las consignas frente-populistas que lanzó
la internacional staliniana. De esta manera, los trabajadores ampliaron su visión e ingresaron en el panorama nacional, pero la conciencia
nueva que asumieron no los condujo a comprender la necesidad de mantener su independencia política y a luchar por la consecución de
sus objetivos históricos, los cuales eran en esencia contrapuestos a los del Estado y cuyo logro implicaba el desbordamiento de la política
de masas cardenista y el desarrollo de un ininterrumpido proceso revolucionario que tendrían que subvertir las relaciones sociales
existentes, romper los lazos de la dependencia del imperialismo y erigir un poder de la clase obrera. La conciencia de los trabajadores, de
meramente sindicalista, que los limitaba a la lucha por sus reivindicaciones económicas más inmediatas, pasó a ser una conciencia que
matizaron ciertos elementos políticos, pero cuya característica determinante era el ser una conciencia dependiente, subordinada, que volvía
incapaces a los asalariados de diferenciar sus propios intereses de los del Estado, con los cuales aparecían mezclados y confundidos
(siendo los de éste los que, en última y en primera instancia, se sobreponían y cualificaban la conciencia de los obreros).
A la política de conciliación clases que el Estado puso en práctica, se aunó la conciliación de clases que auspiciaba la Internacional
staliniana con la política del frente popular. Tal confluencia actuó contra el desarrollo independiente de los trabajadores, quienes fueron
constreñidos a someterse al Estado y a movilizarse y actuar en función de las necesidades del desarrollo capitalista del país. La política de
masas y el frente popular no sólo lograron que la clase obrera mexicana no desarrollara su conciencia de clase y su movimiento autónomo,
sino, por el contrario, en la intensidad histórica de esos años, que fuera perdiendo hasta los residuos de la conciencia que habían
conservado de aquella época en que los obreros anarcosindicalistas luchaban con todas sus energías por mantener su independencia
frente al Estado, que los combatía despiadadamente a través de la CROM y el ejército.
La conciencia dominada de los trabajadores asumió también características que la alejaron aún más de la auténtica conciencia de clases. A
partir de la expropiación de los bienes I de las compañías petroleras, se desencadenó una “ola nacionalista y chovinista que se apoderó del
país".20 Los círculos oficiales, Lombarda Toledano y otros líderes obreros, hicieron constantes llamados a la defensa de "la patria" y a la
“unidad patriótica nacionalista”, a la cual subordinaron la lucha de los trabajadores, impregnando a éstos de ese espíritu. Sin duda esto
acentuó el carácter subordinado de la conciencia de las masas trabajadoras y oscureció más aún el panorama nacional.
Con todo lo anterior, la CTM se consolidó y asumió un poder enorme, el Estado logró una imponente base de apoyo, y los obreros fueron
sujetados y dominados, despojados de su independencia y de la posibilidad de asumir su propia perspectiva.
La CTM y el régimen
En efecto, con la CTM el Estado tuvo un poderoso apoyo. Desde que empezó a configurarse en el Comité Nacional de Defensa
Proletaria, la “central única” se planteó a sí misma como una fuerza que defendería al gobierno de Cárdenas, y en el transcurso de
los acontecimientos se fue convirtiendo en sostén suyo y de las decisiones gubernativas. Como escribió Lombardo,
No hay un solo acto de trascendencia del gobierno del presidente Lázaro Cárdenas en el cual no haya participado el movimiento
obrero, representado por la CTM, 21
e incluso, como el propio Lombardo explicó en 1959, la preocupación mayor de esta fue mantenerse ligada a “la corriente más
avanzada de la burguesía en él poder", representada por Cárdenas y los capitalistas nacionales. 22 Todas las actividades de la
central se llevaron a cabo en función de la política que el gobierno realizó para consolidar al Estado e impulsar el desarrol lo del
capitalismo en México. A los opositores del gobierno la confederación los combatió enconadamente acusándolos de saboteadores y
"traidores a la patria",23 y no toleró que en surgieran disidencias respectó a las medidas que acordaba para apoyar al régi men.
La CTM movilizó a los trabajadores y los sujetó a sus dictados, pero no lo hizo con la pura fuerza de su prestigio y el de Cárdenas,
sino que la burocracia sindical apelaba a su poder totalitario para coaccionar al proletariado a disciplinarse. Por ej emplo, con motivo
de la expropiación de los bienes de las empresas petroleras, amplios sectores sociales aportaron su contribución para integra r
fondos destinados a pagar la indemnización. Esto constituyó un verdadero movimiento nacional que, más que ser s ignificativo
económicamente, reforzó el respaldo político del gobierno. 24 Sería equivocado pensar que tales aportaciones no fueron en gran
medida espontáneas, pero los miles de trabajadores miembros de la CTM, "sin excepción de ninguna naturaleza", fueron obligados,
por acuerdo del comité nacional, a adquirir bonos por valor de cinco pesos, cualquiera que fuese su actitud individual. 25 Con motivo
de las elecciones presidenciales de 1940, la dirección burocrática de la central desarrolló una amplia campaña p ara hacer respetar
su consigna, que obligaba a todos los asalariados a apoyar la candidatura de Manuel Ávila Camacho, y amenazó con sanciones a
quienes contravinieran tal designio. 26 En este caso, sin embargo, el descontento interno que existía debido a los métodos
antidemocráticos y autoritarios de la élite de líderes, así como las suspicacias por la imposición de Ávila Camacho, tuvieron por
consecuencia que, pese a las amenazas, importantes núcleos obreros se declararan apolíticos o votaran por Almazán. 27
La CTM, sostén del Estado, también constituía una organización subordinada a él. La burocracia obrera, estrechamente vinculada al
gobierno de Cárdenas, de hecho convirtió a la central en “un organismo oficial” 28 que funcionaba de acuerdo con la política del gobierno.
Los líderes sindicales no actuaban sólo en su propio beneficio, incrementando los intereses particulares que iban adquiriendo, sino que
eran verdaderos agentes públicos del Estado. De esta manera, su control totalitario de las masas, representaba, en realidad, un dominio
ejercido por el propio Estado a través de los burócratas de la organización obrera.
Cárdenas ayudó y promovió a la CTM por todos los medios posibles. En el desempeño de sus actividades, la central lombardista requirió
enormes recursos que los obreros no aportaron, pues es sabido que los sindicatos y federaciones no pagaban sus cuotas. El encargado de
las finanzas de la CTM se quejaba constantemente de la falta de recursos provenientes de las cuotas, y en el informe a cada consejo
nacional se anotaba un aumento de deudas que nunca se saldaban. 29 Esos recursos, en forma de terrenos, edificios o dinero, no podía
proporcionárselos a la central más que el gobierno. Al menos tal es la opinión que diversos autores sostienen. 30 Los líderes de la CTM
declararon constantemente que no era verdad que sus fondos proviniesen de las arcas oficiales; sin embargo, algunas manifestaciones de

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El Nacional y de funcionarios del gobierno los contradecían.31 Cualquiera que sea la verdad sobre este asunto, no agrega nada al hecho
fundamental: la CTM era un apoyo del régimen y se encontraba subordinada al Estado.
2. EL PRM: ¿INSTRUMENTO CORPORATIVO?
El "frente popular" del Estado.
Durante los años del gobierno de Lázaro Cárdenas reinó en el país una atmósfera propicia al frente popular; el partido comunista desde
1935 y la CTM a partir del momento de su fundación, desplegaron una importante labor para organizar tal frente, en el cual pensaban
integrar al PNR y a la CCM. La crítica situación mundial y la influencia de la Comintern reforzaron el clima frentepopulista. Cárdenas
aprovechó tal atmósfera haciendo uso de una fraseología radical, socializante, no sólo para vincularse más a los obreros, quienes fueron
impregnados por un cierto "internacionalismo" propio de la época, sino también para hacer culminar el proceso de rehabilitación del partido
oficial, dándole a éste una nueva estructura que permitiría consolidar la subordinación de los trabajadores al Estado -claramente inspirado
en los modelos propuestos por el PCM- confiriéndole carácter institucional.
Como hemos podido demostrar a lo largo de nuestro estudio, el PNR desempeñaba un papel de segundo orden en la política de masas
cardenista, siendo en realidad la CTM la que constituía el instrumento principal de la movilización de los trabajadores y el más sólido sostén
político del régimen. No obstante su política de “puerta abierta”, el partido del gobierno sólo podía influir en las masas asalariadas a través
de la CTM, y aunque la burocracia sindical cetemista estaba completamente subordinada al gobierno de Cárdenas, éste necesitaba proveer
al Estado de un organismo que se encontrara por encima de todos los grupos particulares que aglutinaban a los diversos núcleos del
pueblo trabajador –obreros, campesinos, empleados-; organismo que integrara esos núcleos y fungiera como un aparato capaz de
centralizar el dominio sobre las amplias masas.
De este modo, el habilitamiento del partido oficial era la respuesta del gobierno de Cárdenas a la mencionada necesidad. Durante sus
primeros años, cuando desempeñó la función de centralizador del poder político; el PNR había revelado su utilidad y sus enormes
potencialidades como una maquinaria de control, y ahora el gobierno se encargaría de transfigurarlo para que pudiera cumplir su nuevo
papel
El 19 de diciembre de 1937, Cárdenas, en un manifiesto a la nación, planteó la necesidad de transformar el PNR, para que tuvieran cabida
en él no sólo los campesinos, sino también los trabajadores asalariados -entre quienes incluía a los elementos “de la llamada clase media”-
y a los miembros del ejército. Asimismo, consideraba indispensable la participación de la mujer y de la juventud. Así, el partido oficial se
transformaría en un "partido de trabajadores"32 que tendría como propósito "vigorizar el organismo creado para defensa de la revolución,
[esto es: el PNR], dándole nuevos rumbos más de acuerdo con el progreso de nuestras masas populares". 33 Tal decisión del presidente fue
recibida por los círculos oficiales y por la CTM, el PC y otras agrupaciones, como un intento de darle realidad al frente popular. Según el
senador Soto Reyes, el acuerdo de Cárdenas fue una "medida dictada para salvar al Partido Nacional Revolucionario, que estaba
hundiéndose", por lo cual "los trabajadores: estaban descontentos y pensaban formar el frente popular". Sin duda, Soto Reyes se refería a
la escasa influencia autónoma del partido oficial; concluía que "el partido al transformarse actuará como frente popular". 34 Como puede
observarse en las anteriores palabras, el PNR se quiso presentar como el frente popular buscado, y se empezó a decir que se convertiría
en un "partido de c1ase".35 El propio Soto Reyes señalaba que al convertirse el partido oficial en el frente popular, no tendría que aceptar en
su seno -como en España y en Francia-, a "organizaciones que se hacen pasar por revolucionarlas sin serlo", Esto no significaba otra cosa
que la exclusión del PCM.36 Los directivos de la CTM consideraron que con su decisión de transformar al PNR Cárdenas se hacía eco del
sentir de los trabajadores, convirtiéndolo en un "partido de amplia base popular"; o sea, en un "partido de frente popular". Tal fue, en
realidad, una concepción generalizada que se encargaron de imponer tanto los círculos gubernamentales como los dirigentes de las
agrupaciones de trabajadores. Sobre todo, lo que se prestaba a la concepción mencionada era que el partido se integrara también con los
militares, pues esto le daba su tonalidad más novedosa.37
Cárdenas dio a conocer su decisión de transformar al PNR en momentos en los cuales las compañías imperialistas del petróleo realizaban
su ofensiva financiera contra el gobierno. La expropiación petrolera fue acompañada de una inconmensurable movilización del pueblo
trabajador que señaló el clímax de la política de masas. Toda la labor de Cárdenas y la CTM para organizar y movilizar a las amplias masas
de trabajadores, todos los acontecimientos trascendentales de esos años, en los cuales estuvieron presentes las masas, cristalizaron
durante los días de marzo de 1938. Alcanzado el clímax de la política de masas, el gobierno de Cárdenas hizo que la fuerza que
representaban los miles de asalariados puestos en movimiento se encauzara hacia la constitución del nuevo partido oficial que habría de
sustituir al PNR.
Justamente a los pocos días de la expropiación petrolera, se llevó a cabo la convención constitutiva del Partido de la Revolución Mexicana,
a la cual concurrieron los delegados de los diversos "sectores" que integrarían al nuevo organismo.38 Este fue, sin duda, producto de la
decisión gubernamental, y por ello se le organizó "desde arriba", sin que las masas que fueron integradas a él tuvieran ninguna
participación activa y consciente en su configuración. Las fuerzas conjugadas de la burocracia sindical y de la burocracia política del PNR,
bajo la dirección del gobierno, crearon una estructura que había de encuadrar a las masas en forma tal que se asegurara su completa
dominación por el Estado. En esto fue decisiva la actividad política electoral que se impuso a los trabajadores. Eran llevados por canales de
participación política que mediatizaban su acción y la subordinaban al aparato del partido oficial, pues se les alejaba cada vez más de la
posibilidad de que rescataran su independencia y la visión de sus propios intereses de clase. Tal actividad política benefició directamente a
la burocracia sindical, cuyos miembros pudieron disfrutar de escaños en las Cámaras y con ello adquirir intereses y prerrogativas que
aumentaron su dependencia respecto del Estado.39 Con el transcurso de los años, la política electoral llegó a ocupar el lugar preponderante
de la movilización de masas como apoyo del régimen y como método de manipulación de los trabajadores. Ya sólo de cuando en cuando
se recurriría a una movilización por lo demás en extremo limitada y burocrática, sin el impulso y la amplitud de las que caracterizaron a la
época cardenista.

75
Conforme a la imagen de frente popular que asumió; y continuando la política oficial, el PRM se matizó con una fraseología socializante. En
su pacto constitutivo consideraba "como uno de sus objetivos fundamentales la preparación del pueblo para la implantación de la
democracia de trabajadores para llegar al régimen socialista", lo que obligaba a los obreros a dominar la técnica “para asumir, en su
oportunidad, la dirección responsable de la producción nacional”.40 El director del diario del partido y del gobierno expresó que el PRM se
caracterizaba por ensamblar “la idealidad nacionalista y los propósitos de un socialismo integral”, considerando que el partido era un partido
de trabajadores que no se apoyaba en una sola clase, pues eso “lo volvería obtuso y sectario”. 41 Sin embargo, ya conocemos el trasfondo
de esa fraseología ideológica, la cual fue acompañada por planteamientos que reivindicaban para el PRM la tarea de pugnar por el
mejoramiento de las vías de comunicación e impulsar el desarrollo de la producción, en particular de la industria en manos de capitalistas
nacionales.42
El renovado partido oficial tenía como función integrar a los obreros, campesinos y empleados, dándole permanencia y solidez a su
sometimiento al Estado, lo cual se logró con una rígida estructura interna que se distinguió por sus características corporativas.
La corporativización de los trabajadores
El PRM se estructuró inicialmente a base de cuatro “sectores”, en cada uno de los cuales se aglutinó a determinado núcleo social. Así, los
obreros y los campesino cubrieron sus respectivos sectores, el primero de los cuales se constituyó con la CTM, la CROM, la CGT, el
sindicato de mineros y el Sindicato Mexicano de Electricistas; el segundo quedó compuesto por las ligas de comunidades agrarias y
sindicatos campesinos de los diversos estados de la república, así como por la Confederación Campesina Mexicana. Formalmente, cada
una de las anteriores organizaciones conservaría su autonomía y “la dirección y disciplina de sus afiliados, en cuanto al desarrollo de su
acción social y la realización de sus finalidades específicas”.43 El tercero fue el “sector popular”, que integraría a trabajadores
independientes, cooperativistas, artesanos, estudiantes, comerciantes en pequeño, etcétera; este sector se caracterizaría sobre todo por
aglutinar a los empleados públicos. Como en el sector campesino y en el obrero, las diversas agrupaciones mantendrían su autonomía en
sus actividades particulares.44 El cuarto sector, el militar, fue transitorio, y obedeció a la necesidad que tenía el gobierno cardenista de
estrechar más el control del ejército, en una época en extremo crítica, pero, realmente, era un agregado que no afectaba en lo fundamental
el funcionamiento y la razón de ser de la estructura singular del nuevo partido del Estado. Todos los miembros de las organizaciones que
integraban los distintos sectores dependerían estrictamente del PRM en su participación político-electoral.45 De este modo, se daba un
carácter permanente y obligatorio a la actividad electoral de las masas que el partido había logrado imponer con su política de “puerta
abierta” y con la colaboración decisiva de la CTM.
Con su organización sectorial, el PRM incorporó en sus filas a todos los núcleos organizados del pueblo trabajador. Esto significó la
unificación en un solo organismo de amplias masas de obreros, campesino y empleados. De este modo se alcanzaba uno de los más
importantes objetivos por los que el gobierno de Cárdenas había pugnado desde sus comienzos, y se sentaba la base real que permitiría un
control centralizado y permanente de las masas asalariadas. El PRM unió enormemente a todos los núcleos sociales explotados que se
encontraban organizados, pero al mismo tiempo los dividió y los mantuvo separados entre sí. En efecto, la organización de las masas en
sectores no implicó la “unidad total de los trabajadores” que Lombardo preconizaba, la cual no era sino la unión obrero-campesina, en la
que quedaban incluidos los empleados, sino que constituyó un mecanismo a través del cual cada núcleo trabajador fue encuadrado en un
comportamiento especial. Las organizaciones obreras no podían agrupar en su seno a contingentes campesino, y las agrupaciones
campesinas tampoco abrirían sus puertas a los obreros, Cada sector tendría delimitado su “radio de acción”. 46
Desde años antes de la transformación del partido oficial, el gobierno de Cárdenas había acompañado la labor de organización y unificación
con una persistente actividad tendiente a diferenciar y delimitar los núc1eos sociales que luego integrarían los sectores. La CTM había
intentado convertirse en una central verdaderamente única que aglutinara no sólo a los obreros, sino también a los campesinos y a los
burócratas, así como a los miembros de las cooperativas. Sin embargo, como hemos visto con anterioridad, la CTM fue obligada a
renunciar a su propósito totalizador: a los campesinos los organizó el partido oficial y los reunió en la Confederación Nacional Campesina;
los empleados del Estado fueron obligados a organizarse en la FSTSE al margen de la central obrera; y las cooperativas también
terminaron organizándose en su propia confederación nacional. En todos estos casos, la labor del los círculos gubernamentales consistió
en obstaculizar y evitar que la CTM viera fructificado su empeño.
El PRM consolidó la diferenciación y separación de los distintos núcleos del pueblo trabajador; encerrando a cada uno de ellos en su
compartimento estanco. No había unidad obrero-campesina, no había unidad de los trabajadores del campo y la ciudad con los empleados
públicos. Había una estructura que separaba y aislaba a cada sector de los otros. Las relaciones entre los obreros y los campesinos, o
entre los empleados y los obreros, no existirían más que a través de las camarillas de líderes burocratizados, quienes serían los
encargados de·coordinar la acción de las masas y de mantenerlas bajo control, y quienes, al mismo tiempo, estarían subordinados a la
dirección del partido, en especial a su presidente. De esta manera, el partido del gobierno asumió claros caracteres corporativos, que lo
capacitaron como un poderoso instrumento de dominio y manipulación de las masas trabajadoras. La separación de éstas en
compartimentos cerrados facilitaba su control y permitía constreñir a los obreros, a los campesinos, a los empleados, a intereses muy
particulares que podían incluso presentarse como contradictorios y opuestos. Así, se alejaba la posibilidad de una auténtica alianza desde
las bases, las que no sólo no disponían de iniciativa propia, sino que tampoco estaban capacitados para identificar sus intereses con los de
los otros "sectores". Sólo estaban unidas por algo superior que se les imponía y las regimentaba, que disponía de ellas a su antojo: el
Estado, que hacía acto de presencia por medio de las élites burocráticas y que las subordinaba a sus fines particulares, presentando éstos
como generales, como propios de la "comunidad" nacional.
El PRM fue un instrumento corporativo que centralizó y solidificó el control del Estado sobre los trabajadores, dándole un carácter
institucional. De este modo, todos los núcleos de trabajadores asalariados y los campesinos fueron integrados al aparato estatal, del cual
dependerían y al que serían sujetados. Desde los años de su campaña electoral, Lázaro Cárdenas había pugnado por la organización,
unificación y disciplina de los trabajadores, y también había impulsado el agrupamiento de los capitalistas. De esta forma, la lucha
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económica y social ya no sería "la diaria e inútil batalla del individuo contra el individuo, sino la contienda corporativa de la cual ha de surgir
la justicia y el mejoramiento para todos los hombres.47 En efecto, la política cardenista condujo a la organización de todos los sectores
sociales y, con ello, a la institucionalización de los conflictos entre las diversas clases. Sin embargo, la mejoría de "todos los hombres" fue,
en realidad, el desarrollo y fortalecimiento de la clase social privilegiada, es decir, de los capitalistas, quienes vieron impulsados y
protegidos sus intereses, mientras que la clase obrera, los campesinos y los empleados no mejoraron su nivel de vida de modo
proporcional y fueron integrados en una estructura corporativa que los sujetó y aprisionó.

GUÍAS DE AUTO EVALUACIÓN.

Preguntas abiertas.

1. ¿Por qué se dice que el periodo de 1925-1940 fue un periodo de restructuración y reconstrucción de la economía mexicana?
2. Mencione las principales acciones que se dieron para la restructuración de la economía nacional después de la Revolución.
3. Mencione las diferencias del comportamiento de la economía Mexicana durante la Gran Depresión (1929-1932) y la Recesión de
1937-1938.
4. ¿Cómo fue la recuperación y el desempeño de la economía mexicana después de la gran depresión?
5. Mencione los efectos que ocasionó la crisis económica en el nivel de vida de los trabajadores y mencione los instrumento que
utilizaron los capitalistas para la socialización de las perdidas.
6. ¿Cuál fue la diferencia entre el Estado de Calles y el Estado de Cárdenas?
7. ¿En que consistió la política de consolidación de clases llevada a cabo por Cárdena?
8. Mencione que papel jugaron las organizaciones sindicales en el gobierno de Cárdenas, y destaque su principal función.

Preguntas de verdadero y falso

1. El choque de la gran depresión afecto a la economía a través de la reducción de la demanda y de los precios de sector
exportador, redujo el nivel de la recaudación fiscal y la disminución de la oferta monetaria que fueron contrarrestados por la
depreciación de la tasa de cambio sus efectos sobre el precio relativo de las importaciones y los productos nacionales que
competían con la importaciones.

2. El sector manufacturero y e minero fue el sector que absorbió la mano de obra desempleada de los sectores exportadores y los
inmigrantes expulsados de Estados Unidos durante la depresión.

3. El Comité Regulador del Mercado de las Subsistencias tuvo por objetivo mantener un equilibrio entre los intereses de los
productores agrícolas y los consumidores.

Preguntas de opción múltiple.

1. Al periodo comprendido entre 1929-1932 se le conoce como:


a. La Gran depresión de Estados Unidos.
b. El auge económico de 1929.
c. El milagro mexicano.
d. La crisis mundial.

2. Creo la Comisión Nacional de Salario Mínimo.


a) Emilio Portes Gil.
b) Lázaro Cárdenas del Río.
c) Abelardo L. Rodríguez.
d) Plutarco Elías Calles.

3. Organización que fue el pilar de la política de masas y el instrumento mediante el cual las masas trabajadoras serian movilizadas
en apoyo a las decisiones del estado.
a) CROM
b) PNR
c) CGT
d) CTM

BIBLIOGRAFÍA COMPLEMENTARIA

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1. Enrique Krause, “la reconstrucción económica”, Editorial El colegio de México, México, 1981.
2. Leopoldo Solís, “La economía mexicana, retrospectiva y prospectiva industrial y subdesarrollo”, Editorial fondo de Cultura
Económica, México, 1985.

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