¿Cuánto influyen el código genético, por un lado, y la influencia del
ambiente, por otro, en moldear el desarrollo del cerebro? Las investigaciones
actuales plantean que lo que hace que el desarrollo suceda es la relación entre los dos componentes y no los componentes en sí mismos. Ni un genotipo particular ni un factor traumático externo están inevitablemente vinculados a un resultado patológico. Es la particular combinación de factores genéticos y ambientales (sumado al factor temporal de la interacción) lo que puede provocar resultados patológicos. La influencia de la naturaleza y la del ambiente no pueden separarse. Los mismos genes pueden expresarse de forma diferente en función del medio. Una parte de cada gen controla el proceso de transcripción, es decir, determina si ese gen se expresará o no en ciertos rasgos observables físicos o psíquicos. La unión de esos reguladores de transcripción puede alterarse a partir de las experiencias internas y externas, las hormonas, el estrés, el aprendizaje y la interacción social. En este sentido, el entorno familiar es muy importante: el riesgo genético puede hacerse realidad o no dependiendo de él. Al estudiar estos aspectos del entorno, los genetistas conductuales estudian en mayor parte el entorno objetivo y externo. Sin embargo, el entorno que estimula la expresión de un gen no es ni objetivo ni observable. No es el entorno en sí mismo el que produce la interacción entre herencia y circunstancia, sino la experiencia subjetiva, el modo en que la persona interpreta lo que le sucede. Los procesos internos no son solamente consecuencia de efectos genéticos y ambientales, sino probables moduladores vitales de dichos efectos. Comprender el mundo interno de un niño o un adulto nos ayuda a comprender el modo en que muchos de sus genes pueden ser expresados. Hay un período en que el cerebro es especialmente plástico, durante el cual se organiza su funcionalidad y los estímulos externos pueden modificarlo hacia una dirección determinada. Superado ese período crítico, los cambios son menos probables. De ahí que el psicoanálisis, por ejemplo, otorgue tanta importancia al desarrollo de los sistemas motivacionales en la primera infancia (apego, sensual/sexual, narcisista, autoconservación, etc.). La influencia de las figuras externas es fundamental para reorientar lo instintivo en una dirección u otra. Las interacciones tempranas modulan dimensiones que tienen un claro componente genético. La respuesta sensible de los cuidadores tempranos a los estados emocionales del bebé, por ejemplo, influye en el modulador entre genotipo y fenotipo. Los fenómenos de desarrollo implican un sistema de influencias bidireccionales de múltiples niveles de constante interacción.
Durante la mayor parte del siglo XX, si un niño tenía problemas
cognitivos, sociales o emocionales, los científicos creían que debía tener algún daño cerebral. Se consideraba que los problemas físicos perinatales tenían efectos enormes sobre el desarrollo cognitivo y socioemocional de los niños. Hoy, en cambio, la teoría predominante sostiene que los problemas perinatales no necesariamente conducen a problemas evolutivos. El desarrollo se piensa de una manera más compleja, donde la influencia de la herencia biológica se combina con la experiencia vital del niño en un sistema dinámico. El modelo transaccional plantea que el desarrollo del niño es un producto de la combinación del individuo y su experiencia. El niño está sumido en un entorno de relaciones sociales que amplifican algunas de sus características tempranas y minimizan otras. Los efectos del niño sobre el entorno, y los efectos del entorno sobre el niño son considerados con el mismo énfasis. Los logros evolutivos casi nunca son consecuencia solo de las características de los padres o de las del niño. Padres y niños se influyen recíprocamente. Hay una cadena causal que se prolonga en el tiempo y que, además, está inmersa en un contexto interpretativo. La ansiedad de una madre se basa en cómo interpreta, por ejemplo, el significado de un parto complicado o cómo interpreta las pautas irregulares de sueño. Puede encontrarse evidencia de los procesos transaccionales en todos los puntos del desarrollo. Uno de los procesos más tempranos es el establecimiento de una relación de apego entre el cuidador y el niño. La calidad de este apego ejerce gran influencia sobre los acontecimientos subsiguientes: la existencia de una relación segura entre el niño y el cuidador establece el escenario para un desarrollo emocional saludable. En la teoría del apego, los vínculos transaccionales empiezan con la conducta del cuidador. Este establece la calidad de la representación de la figura de apego que, a su vez, afecta la calidad de las interacciones posteriores del niño. Por otra parte, Crockenberg sostiene que las relaciones de apego se comprenden mejor desde una perspectiva transaccional donde el niño, con sus características propias, genera también ciertas reacciones en los padres (niños irritables ,por ejemplo, pueden generar reacciones más negativas). Los ciclos coercitivos se inician con una probabilidad mayor en familias que combinan distintos factores de riesgo: falta de habilidad de los padres, niño con temperamento difícil, factores estresantes sociales y económicos. En relación a la intervención, en algunos casos, pequeñas variaciones de la conducta infantil puede ser todo lo que se necesita para restablecer una relación padre-niño bien regulada. En otros casos, es necesario modificar la representación que los padres tienen del niño. También puede suceder que los padres necesiten mejorar algunas habilidades propias para cuidar a su hijo. Estas categorías se denominan “Las tres R”: remedio, redefinición y reeducación: Remedio: El foco está en cambiar algo del niño. Proporcionar alimentación suplementaria a niños malnutridos, medicación a niños escolares con hiperactividad. No siempre el remedio es lo más apropiado. Cuando no encontramos algo en el niño que deba modificarse o cuando no hay un procedimiento disponible para modificar la condición del niño, el clínico se centra en las respuestas de los padres a la situación infantil. Redefinición: El foco está en cambiar ciertas creencias y actitudes de los padres. Se utiliza cuando la representación que los papás tienen del niño inhibe su habilidad para responder con un cuidado adecuado. Puede consistir en mejorar su habilidad para ver lo normal en lo anormal, o ayudarlos a examinar sus sentimientos con respecto a su rol como padres. Reeducación: El foco está en mejorar las habilidades de los padres para interactuar con el niño. Se utiliza cuando los padres aceptan al niño de modo saludable pero carecer de habilidades o conocimientos sobre su cuidado. Sucede muchas veces con madres adolescentes. Los psicólogos evolutivos consideran actualmente que el temperamento constituye una serie de diferencias individuales en la forma en la que los niños regulan su experiencia. Esta perspectiva hace del temperamento un constructo relacional más que uno personal. Los factores de riesgo son cada vez más analizados como probabilidades y no certezas. Los niños no están predeterminados fatalmente por sus características ni las de sus cuidadores, ni tampoco protegidos. El curso de la vida de un niño incluye muchas influencias que tienen el poder para cambiar las cosas para mejor o para peor. Explicar los logros evolutivos requiere atender no solo la díada padre-niño sino las otras múltiples fuentes de influencia en la que niños y padres están inmersos. La complejidad del sistema transaccional abre la posibilidad a diferentes formas de intervención que faciliten un desarrollo saludable.
Pinto, Sangueza y Silva (2012) - Competencias Parentales Una Visión Integrada de Enfoques Teóricos y Metodológicos. Revista Electrónica de Psicología Social Peiésis