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1º) La escolástica, desarrollada y adaptada por la escuela española del XVI y XVII,
que los jesuitas habían enseñado hasta su expulsión (1767);
3º) La flexibilidad y novedad propia del derecho indiano, que había abierto la
natural estrechez del derecho medieval.
A ello se había ido sumando, paso a paso, introducido en España y América por la
Ilustración dieciochesca, el racionalismo iusnaturalista, que había elaborado un
Derecho de alta jerarquía intelectual. Precisamente sobre esta lenta y sólida
construcción vino a actuar un brioso espíritu reformista, acicateado por las
novedades del siglo y dispuesto a cambiar aquel tan valioso legado jurídico por
una elaboración nueva y en cierto modo exótica. Era el ímpetu arrollador de un
racionalismo reforzado por la creencia ciega en el poder de la razón y por un
desprecio hacia la tradición. El cambio fue abrupto, con relación a la época
anterior. Hicieron eclosión las ideas ya incubadas, sobre todo en el último tercio
de la centuria anterior, pero con una fuerza y presión multiplicadora, que tal vez
encuentra su explicación, en el mismo momento histórico que se vivía.
2. Los primeros lustros del siglo XIX constituyeron uno de los tiempos más
agitados de la historia moderna.
Hombres y tendencias
3. En este marco histórico se desarrollaron las ideas jurídicas que analizaremos
en el Río de la Plata. Se trata de un pensamiento originado más en la acción que
en la reflexión. Tiene pues un sentido pragmático antes que teórico. Se fue
elaborando a medida que se planteaban los problemas, como respuesta
perentoria a las nuevas situaciones creadas. De tal manera estaba mucho más
cerca de la realidad, pero por eso mismo resulta difícil hallarlo unirlo, y darle un
tratamiento metódico. En todo caso, se come el riesgo de deformarlo,
apartándolo de la palpitante realidad, que lo originó y celosamente lo guardó.
Aun cuando cualquiera de los grandes juristas de esa primera época estaba en
condiciones de producir alguna obra orgánica, los apremios del tiempo, el cúmulo
de tareas y la aceleración con que se desencadenaron los hechos, no dejaron casi
el reposo indispensable para la obra meditada, reflexiva. Los periódicos políticos,
los documentos oficiales, los discursos y debates legislativos, los dictámenes, y
aun la correspondencia oficial o privada son los testimonios en donde ha quedado
registrada, una parte considerable de ese pensamiento, que es necesario reunir y
recomponer con paciencia benedictina. A veces la tarea se hace más dificultosa
por el anonimato en que se esconden muchos de esos escritos.
Consideraban que la conciencia nacional se podía formar con una fuerte voluntad
política, rompiendo con la tradición, es decir, sin deber nada al pasado. En
cambio, el segundo grupo descubría las raíces del flamante Estado en “la
comunidad de tradiciones, de lengua, de intereses y de religión”. Primaba, pues,
en ellos, lo histórico y tradicional.
Quienes expresaban más claramente sus ideas eran los iluministas, pues los otros
más bien aparecían como custodios o conservadores de los valores existentes. En
realidad, la separación de ambos grupos, no fue tajante y, aunque es útil para
caracterizar más definidamente la situación, lo cierto es que, salvo excepción, no
se daba pura ni la renovación ni la tradición. Frecuentemente se hallaban
mezcladas una y otra. Aun cuando se aceptase con entusiasmo el nuevo ideario
político-jurídico, ello no implicaba necesariamente una renuncia al conjunto de
ideas y sentimientos tradicionales.
Eran muy pocos los letrados que sobresalían, por encima de una mediocre y
rutinaria actividad profesional, de tal modo que pudieran tener repercusión en el
mundo de las ideas. Casi todos ellos eran atraídos por la fuerza centrípeta de la
acción política, urgida en obtener y devorar a los más aptos. Los absorbía no sólo
el tiempo, sino que también muchas veces la óptica política llegaba a
superponerse sobre el sentido jurídico, propio de su formación.
El mundo jurídico no estaba solamente integrado por los letrados. A ellos deben
sumarse, como un aporte significativo, los graduados en Teología, que recibían
una formación jurídica básica tanto por la naturaleza esencial de aquella
disciplina, como por el estudio de los cánones, que formaba parte de su carrera
universitaria. Es decir, que aun cuando no conocieran, por los estudios cursados,
el ordenamiento romano y el derecho real, habían adquirido una formación
jurídica que los habilitaba a intervenir, sin desmedro alguno, en el campo del
derecho. Es más, a veces parecían gozar de un mayor poder creativo, fruto de un
sentido jurídico, no aferrado a la estrechez de determinado ordenamiento
positivo. Los teólogos y canonistas estuvieron así, junto a los juristas, en la tarea
de encontrar las perentorias soluciones que esos años fueron exigiendo.
Funes no era un teórico puro, aun cuando fue, de los hombres de su tiempo,
quien escribió más obras orgánicas. Es más, su pluma se revela en escritos,
dictámenes, cartas, para dar su opinión, y a veces la solución, a problemas
espinosos que se planteaban en los días iniciales de la Revolución, cuando era
necesaria una mente creativa para encarar y resolver asuntos que no reconocían
precedentes.
6. Las figuras principales se ubican en los más diversos matices. Los más
avanzados del grupo “ilustrado” eran Mariano Moreno (1778-1811) y Bernardo
Monteagudo (1785-1825). Este último, el más exaltado. Lo integraban también
Juan José Castelli (1764-1812) y Juan José Paso (1758-1833). Gregorio Funes,
como vimos, con muchos rasgos tradicionales, representaba una singular
transición entre lo antiguo y lo nuevo. A su vez, Manuel Belgrano (1770-1820),
más economista y militar que abogado, era un representante típico de la
Ilustración pre-revolucionaria y patria. Era uno de los más atemperados y
estableció un curioso puente de unión entre ambas épocas. Otras gradas
corresponden a Antonio Sáenz (1780-1825) y a Manuel Antonio de Castro (1772-
1832).
“Vemos a cada paso que en los tiempos presentes es necesario haberse formado
por otros libros que Villapando y Covarrubias, y que de nada vale para hablar en
asuntos políticos la lectura de Bovadilla”.
“Nosotros pues impelidos por los españoles y su rey nos hemos constituido
independientes”.
“...cometerá una gran falta aspirando a una perfecta igualdad, que han excluido
nuestros usos, nuestras costumbres y nuestras preocupaciones”.
“...las nuevas costumbres, los nuevos negocios, las nuevas necesidades exigen
nuevas leyes”.
“Las leyes de Indias dadas a las Colonias en tiempo que lo eran, quedan sin
efecto, por haber mudado de condición los pueblos americanos. Estas, y las de
Castilla como emanadas de la usurpación, que hicieron los Reyes a la Nación, de
quien es privativo el soberano poder legislativo, quedan del todo abolidas, y sólo
tendrán lugar en cuanto sean conformes al derecho natural y de las gentes, al
modo que decimos de la Instituta y Derecho de romanos; pero por cuanto es
necesario un breve cuerpo Legislativo, se nombrarán tres o cuatro letrados, los
más impuestos en el derecho natural y de gentes que redacten las leyes, y
formen un breve y sencillo código”.
El Imperio de la Ley
13. Una de las características que, desde el principio, definió al nuevo orden
jurídico fue la significación adquirida por la ley. El papel predominante de la ley
es, sin duda, un antiguo rasgo del derecho de tradición romana e igualmente lo
era en el derecho indiano. En el siglo XVIII la privilegiada situación de la ley se
acentuó, entre otros factores, porque la misma, emanada del monarca, debía ser
respetuosamente aceptada y obedecida por los súbditos. Este mismo concepto
absoluto de la ley se ve brillar desde los días iniciales de la Revolución, aunque se
había producido un importante cambio teórico en la autoridad de donde aquella
emanaba, al pasar la soberanía del rey al pueblo, que la ejercía por medio de sus
representantes.
La fuerza de la ley, cierta y clara, se oponía a toda otra fuente de derecho, más
imprecisa y difícil de averiguar, como la costumbre; la fuerza de la ley, producto
de la voluntad de la mayoría, se oponía al mandato del rey absoluto; la fuerza de
la ley, entendida como el resultado de un proceso reflexivo y abierto, se oponía a
la arbitrariedad del gobernante o del magistrado. En fin, el acatamiento a la ley
se proclamaba enfáticamente como principio básico del nuevo orden. Era el
imperio u omnipotencia de la ley.
Pese a la innegable incidencia que tuvieron estas ideas, la praxis fue todavía por
largo tiempo renuente a prescindir de las otras fuentes de creación jurídica.
Bibliografía elemental
Un enfoque ideológico general, puede verse en Diego F. Pro, Periodización y
caracterización de la historia del pensamiento argentino en Universidad, nº 51,
Santa Fe, 1962 (reproducido en Historia del pensamiento filosófico argentino,
Mendoza, 1973).
Sobre las ideas jurídicas en este momento se han ocupado: Enrique R. Aftalión,
Abogados y jueces en la evolución del derecho argentino en La Ley, t. 143,
Buenos Aires, 1971; Ricardo Zorraquín Becú, La doctrina jurídica de la Revolución
de Mayo en Revista del Instituto de Historia del Derecho, nº 11, Buenos Aires,
1960; y el mismo autor, Algo más sobre la doctrina jurídica de la Revolución de
Mayo en la misma Revista, nº 13, 1962. Sobre la influencia de la Ilustración,
véase: César A. García Belsunce, Presencia de la Ilustración en la prensa
directorial en Academia Nacional de la Historia, Cuarto Congreso Internacional de
Historia de América, t. II, Buenos Aires, 1966; Charles C. Griffin, La Ilustración y
la independencia hispanoamericana en Academia Nacional de la Historia, El
pensamiento constitucional en Latinoamérica 1810-1830, t. 1, Caracas, 1962.
Carlos Stoetzer. El pensamiento político en la América Española durante el
período de la emancipación (1789-1825), Madrid, 1966.
Sobre las ideas de Funes, véase Roberto I. Peña, El pensamiento político del Deán
Funes, Córdoba, 1953; y Américo A. Tonda, El pensamiento teológico del Deán
Funes, 2 vols., Santa Fe, 1982-1984.
Aun cuando casi toda la obra se refiere al período anterior, cabe mencionar, por
sus últimos capítulos y la importancia general que tiene a: Guillermo Furlong, S.
J., Nacimiento y desarrollo de la filosofía en el Río de lo Plata, 1536-1810, Buenos
Aires, 1952. Un recomendable estudio sobre la incidencia del liberalismo en el
proceso institucional rioplatense ha sido realizado por Dawd Bushnell en Reform
and Reaction in The Platine Provinces 1810-1852, Florida, 1983.
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