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Anaximandro, milesio, discípulo de Tales, es el primer filosofo del que nos ha llegado
un testimonio de su producción escrita: un corto fragmento, que ha sido numerosas veces
comentado a lo largo de la historia de la filosofía. También hemos recibido algunas
noticias suyas por medio de diversas fuentes doxográficas. A pesar de la escasa
información que poseemos, es posible afirmar que, al igual que Tales, Anaximandro
procuró encontrar una explicación para el problema del cambio. En su caso el primer
principio que da razón de la estabilidad de la realidad no es el “agua” sino en el “ápeiron”
– lo “indefinido”. Para algunos esto hace de Anaximandro el primer metafísico. Según el
testimonio de los autores antiguos, Anaximandro hizo importantes aportaciones en los
campos de la geografía y la biología, aunque era considerado sobre todo como un
importante astrónomo.
1. Vida
Poco sabemos con certeza de la vida de Anaximandro. Se dice que era un hombre de
maneras solemnes y que gustaba de usar vestidos pomposos. Diogenes Laercio [DK 12
A 1] opina que es cierta la historia de que introdujo en Grecia el gnomon, antiguo reloj
de sol e instrumento de astronomía. El gnomon, que consiste en una escuadra o una vara
vertical cuya sombra señala la dirección y la altura del sol, ya era conocido por los
babilonios, pero Anaximando habría sido el primero en construir uno en Esparta. De
hecho, era tenido por un gran astrónomo y se dice que construyó una esfera, es decir un
globo celeste o mapa de los cielos.
Es probable que Anaximandro haya dibujado una carta o mapa de la tierra habitada (es
decir, la conocida por los griegos). Al parecer, fue un gran viajero y se dice que lideró la
expedición que fundó la colonia Apolonia en la costa del Mar Egeo [DK 12 A 3]. Según
las fuentes, en una ocasión predijo un terremoto. También tenía originales ideas acerca
del comienzo de los seres vivos y, en concreto, del hombre.
Según las fuentes Anaximandro identificó este primer principio con lo “indefinido” o
“ilimitado” —en griego, “ápeiron”, es decir, aquello que no (“a”) tiene límites
(“peras”)—. La poca información de la que disponemos no nos permite precisar a qué
tipo de ausencia de límites se refiere el autor, y, al parecer, esto tampoco resultaba del
todo claro a sus contemporáneos.
Otros expertos han señalado que el mismo uso de la palabra ápeiron es de por sí
atípico. El pensamiento griego se preocupa ante todo del límite, la simetría y la armonía.
En efecto, los pitagóricos colocan el ápeiron (la ausencia de límites) entre las cosas
negativas y Aristóteles mismo sostiene que la perfección esta relacionada con el límite (y
el ápeiron con la imperfección). Por ese motivo, algunos autores estiman que, si
Anaximandro llegó a formular dicho concepto, fue porque se hallaba influido de algún
modo por el pensamiento persa [Couprie 2011: 91].
Sin embargo, se ha señalado también [Guazzoni Foà 1960] que no es imposible hallar
textos griegos antiguos (incluso entre los presocráticos) en los que se halla presente la
idea de un infinito de perfección. En este caso, el ápeiron debería ser interpretado como
un principio dinámico de perfección – principio inmanente del que todo surge y al que
todo retorna. El hecho de estar en movimiento mostraría, a su vez, que, para
Anaximandro, el concepto de plenitud del ser no puede permanecer encerrado en su
propia, si bien infinita, realidad.
De todas formas, no hay que perder de vista que casi todo lo que sabemos de la filosofía
de Anaximandro, nos ha llegado a través de Aristóteles. Como es sabido, Aristóteles ve
una clara continuidad entre los temas y métodos de su propia obra y la de sus
predecesores. Y eso significa que los argumentos a favor del ápeiron vienen
habitualmente presentados en categorías aristotélicas. En concreto, Aristóteles supone
que el ápeiron puede entenderse como una anticipo de lo que él llamara causa o sustrato
de tipo material, lo cual probablemente no es del todo exacto [Guazzoni Foà 1960: 474].
Todo esto conlleva que, al hablar de los argumentos de Anaximandro, nos estemos
moviendo siempre en el campo de la conjetura.
Tras esta invitación a la prudencia, ¿qué podemos decir acerca de las características
del ápeiron? En primer lugar, que el ápeiron no tiene origen ni fin, porque el mismo es
el origen o principio de todas las cosas.
El ápeiron sería así una especie de fuente inextinguible, garante del proceso incesante
que permite la continua generación y la destrucción de los seres.
Pues hay algunos que hacen de esto lo infinito y no del aire o del agua, no
vaya a ser que el resto sea destruido por su sustancia infinita; pues los
elementos son opuestos entre sí (como por ejemplo, el aire es frío, el agua
húmeda y el fuego caliente), y si alguno de ellos fuera infinito, los demás
quedarían ya destruidos [Física, Γ 5, 204 b 22; DK 12 A 16].
Anaximandro argumenta, de manera lógica, que el ápeiron no puede ser uno más de
los elementos. Tal vez en esto haya que ver una respuesta a la teoría de Tales de que el
agua es el principio de todas las cosas. El razonamiento de Anaximandro parece ser:
¿cómo es posible que si el agua es el elemento que da origen a todas las cosas, no haya
llegado a imponerse sobre los demás elementos? Por tanto, el primer principio debe ser
algo aparte, anterior y origen de los elementos. Como no es ninguno de ellos y no está
dominado por ninguna de sus características, recibe el nombre de ápeiron, lo
indeterminado. No es ni caliente, ni frío, ni húmedo: es, precisamente, lo indeterminado.
Pero, entonces, ¿qué tipo de principio es el ápeiron? ¿Cuál es su relación con los
elementos? Aristóteles oscila entre varias explicaciones posibles:
- en ocasiones sostiene que el ápeiron sería un intermedio entre dos elementos: «algo
intermedio entre aire y agua, o aire y fuego, más denso que el aire y el fuego y más
sutil que los otros; pues dicho elemento sería aire y fuego con una contrariedad»
[Acerca de la generación Β 5, 332 a 19];
- en otros lugares postula que hay que entenderlo como una mezcla de todos los
elementos: «de lo uno se separan los opuestos, presentes en él, como afirma
Anaximandro» [Física A 4, 187 a 12, DK 12 A 16];
- e incluso, que se trata de una sustancia específica – primera – distinta de los demás
elementos: «pero dicen que existe otro ser distinto, del que nacen estos elementos»
[Física Γ 5, 204 b 22, DK 12 A 16].
Sea cual fuera la verdadera opinión de Anaximandro, parece estar fuera de toda duda
que el ápeiron, origen sin origen, es, en último término, el autor de todas las cosas.
Al mismo tiempo, el ápeiron es un principio omniabarcante y rector de las cosas del
mundo. Como se ha citado más arriba: “a todas las abarca y las gobierna”. Así lo afirma
también Aristóteles en el siguiente pasaje:
El ápeiron contiene y gobierna todos los cielos, en los que están contenidos todos los
mundos. Lo que no resulta fácil es saber qué tipo de control ejerce sobre los seres. Según
la descripción que hace Teofrasto, el ápeiron parece ser una naturaleza (“physis”) de tipo
impersonal [DK 12 B 1]. Sin embargo, Aristóteles sugiere que el ápeiron debe ser
considerado como algo divino [DK 12 A 15]. En ese caso, no parece descabellado
postular que su gobierno del mundo sea fruto de algún tipo de acción “inteligente”. En
efecto, ¿cómo podría haber orden en el mundo sin la mediación de una inteligencia
ordenadora? Tal vez haya que decir que el ápeiron gobierna mediante la organización
inicial del mundo al que habría dotado de una regla o ley continua del cambio: la ley de
la retribución entre los opuestos, de la que habla DK 12 B1 [Kirk-Raven-Schofield 1987:
167-168].
Por último, Teofrasto sostiene que el ápeiron es un principio que está en movimiento:
«es uno, moviente e infinito» [DK 12 A 9]. Siendo divino, inmortal y moviente, es un
principio viviente: ¿de qué otra forma si no podría haber generado un mundo vivo? En
cuanto al tipo de movimiento del ápeiron, se han sostenido tres hipótesis, ninguna de las
cuales suscita un especial entusiasmo entre los especialistas: que se trata de un
movimiento de vórtice (como el de un remolino), en el que las partes más pesadas se
mueven hacia el centro y las más livianas hacia el borde exterior; que se trata de un
movimiento circular; y que se trata de un movimiento similar al que se realiza al cribar o
tamizar. Lo que tal vez resulte más ajustado al pensamiento de Anaximandro sea decir
que el ápeiron ha de estar en movimiento porque si no sería imposible explicar por qué
el cambio ocurre en el mundo e, incluso, cómo el mundo ha podido ser originado
[McKirahan 2010: 36].
4. El fragmento de Anaximandro
De entre los que dicen que es uno, moviente e infinito, Anaximandro, hijo
de Praxíades, un milesio, sucesor y discípulo de Tales, dijo que el principio
y elemento de las cosas existentes era el ápeiron[indefinido o infinito],
habiendo sido el primero en introducir este nombre de principio material.
Dice que éste no es ni el agua ni ninguno de los llamados elementos, sino
alguna otra naturaleza ápeironde la que nacen los cielos todos y los
mundos dentro de ellos.
Allí donde está la génesis de las cosas que existen, allí mismo tienen éstas
que destruirse por necesidad. Pues ellas tienen que cumplir mutuamente
expiación y penitencia por su injusticia conforme al orden del
tiempo [Pániker 1992: 53].
El texto que aparece en cursiva es el que los expertos suelen atribuir a Anaximandro.
La ideas expresadas en la primera parte del mismo pueden adjudicarse con bastante
probabilidad al milesio, si bien no se trataría de una citación textual. De todas formas,
cabe recordar que, puesto que los antiguos griegos no utilizaban signos de puntuación, no
podemos estar completamente seguros de dónde comienza la cita. Parece claro que esta
termina con las palabras “según la disposición del tiempo”, ya que la glosa
“describiéndolo así en términos bastante poéticos” debe atribuirse a un autor distinto, es
decir, Teofrasto.
Pero es posible dar un paso más en la interpretación del texto. El fragmento parece
indicar también que la injusticia va más allá del simple problema de la alternancia en el
predominio que se establece entre los contrarios. El hecho mismo de existir como
contrarios sería de por sí injusto, ya que para cada uno de ellos el nacimiento implica
inmediatamente la contraposición a otro contrario. Puesto que el mundo nace de la
separación de los contrarios, el nacimiento del mundo sería entonces la primera injusticia,
que deberá ser expiada con la muerte (el fin) del mundo mismo, que, entonces, renace
según determinados ciclos de tiempo infinito [Reale 1987: 63-64]. En este sentido, lo que
nace del ápeiron vuelve finalmente al ápeiron.
Ese algo fuera de ellos —el ápeiron— no ha de entenderse, sin embargo, como un
principio distinto del mundo, sino más bien como su esencia [Reale-Antiseri 1986: 19].
Lo que resulta claro es que del ápeiron se separó en primer lugar algo que da origen a
lo caliento y lo frío. Caliente y frío son descritos también como fuego y una especie de
aire-bruma. La parte interior del aire-bruma se habría convertido en tierra por
condensación. Por su parte, el globo de fuego circunda el aire-bruma y puede ser
comparado con la corteza de un árbol. En un determinado momento, el globo de fuego
estalla y da lugar a varios círculos o anillos rodeados por vapor y a los cuerpos celestes
[Hipólito, DK 12 A 11]. La tierra, que en principio era húmeda, fue secada por el sol
[Aristóteles, Meteorológicos, B l, 353 b 6; DK 21 A 27].
Además, DK 12 B 1 sostiene que del ápeiron nacen el cielo y los mundos que hay en
ellos. Según la interpretación de Teofrasto, Anaximandro sostuvo la existencia de una
pluralidad de mundos infinitos e innumerables. Se ha discutido mucho si se trata de una
pluralidad de mundos sucesivos en el tiempo (Zeller, Cornford) o coexistentes (Burnet).
En general los autores se inclinan por la primera opinión aunque hay incluso quienes
sostienen que Anaximandro no creía de ninguna manera que existieran mundos
innumerables [Kirk-Raven-Schofield 1987: 176]. En todo caso, lo que podemos apreciar
es que para Anaximandro hay en el universo una unidad sistemática sostenida por
transformaciones dinámicas que son lo suficientemente inteligibles como para que la
mente humana sea capaz de entenderlas [Schofield 1997: 51].
6. Situación de la tierra
La tierra está rodada por los círculos de las estrellas, la luna y el sol. Estos círculos
pueden comprarse «a una rueda de carro que tuviera sus radios huecos y estuviera llena
de fuego y que lo mostrara, por alguna parte, a través de una abertura como a través de la
boquilla de un fuelle» [Aecio, DK 12 A 21]. Es decir, los círculos tiene ciertas aperturas
que nos permiten ver los cuerpos celestes. Los círculos están a su vez rodeados por aire.
El círculo del sol es 27 veces mayor que el diámetro de la tierra, el de la luna 18 y el de
las estrellas —presumiblemente— 9 [Hipólito, DK 12 A 11].
Finalmente, Aecio nos informa que «Anaximandro dijo que los primeros seres
vivientes nacieron en lo húmedo, envueltos en cortezas espinosas, que, al crecer, se fueron
trasladando a partes más secas y que, cuando se rompió la corteza circundante, vivieron,
durante un corto tiempo, una vida distinta» [DK 12 A 30]. Es de notar Aecio utiliza aquí
para “corteza” la misma palabra (“phloiós”) que en la metáfora cosmogónica de la corteza
de árbol. No parece aventurado pensar, entonces, que ambas metáforas pertenecen al
mismo Anaximandro.
El Pseudo Plutarco añade a su vez que «el hombre, en un principio, nació de criaturas
de especie distinta, porque los demás seres vivos se ganan la vida en seguida por si
mismos y que sólo el hombre necesita de una larga crianza; por esta razón, de haber tenido
su forma original desde un principio, no habría subsistido» [DK 12 A 10]. Hipólito [DK12
A 11] señala que según Anaximandro, al principio el hombre era semejante al pez.
Plutarco precisa que «los hombres, en un principio, nacieron dentro de los peces y dentro
de ellos se criaron, como los tiburones, y que, cuando fueron capaces de cuidarse por si
mismos, salieron a la luz y se posesionaron de la tierra» [DK 12 A 30]. Se trata sin dudas
de conjeturas aventuradas y brillantes y hacen de Anaximandro el primero en buscar una
explicación racional para el origen del hombre.
8. Consideraciones conclusivas
9. Bibliografía
9.1. Fuentes
DIELS, H. – KRANZ, W., Die Fragmente der Vorsokratiker, 3 vols., Weidmann, Berlin
1958. [Abreviado DK]
COPLESTON, F., A History of Philosophy, Vol. I: Greece and Rome, Doubleday, New
York 1993.
JAEGER, W., La Teología de los primeros filósofos griegos, FCE, México 1952
MONDOLFO, R., L’infinito nel pensiero dei Greci, Felice le Monnier, Firenze 1934.
REALE, G., Storia della filosofia antica. I Dalle origini a Socrate, Vita e Pensiero ,
Milano 19875.
ZELLER, E. – MONDOLFO, R., La filosofia dei Greci nel suo sviluppo storico, La Nuova
Italia, Firenze 1966.
Anaxímenes de Mileto
1. Anaxímenes, hijo de de Eurístrato, según Diógenes Laercio (II 3) vivió en la época de la
toma de Sardes por Ciro, en el tercer año de la Olimpíada 58 (546/45) y muere en la Olimpíada
63 (528-525). La fuente de Laercio coincide aproximadamente con la noticia de Hipólito
(Ref. I 7) que pone su madurez en el primer año de la Olimpíada 58 (548/47). Si tomamos el
año 545 (a.n.e.) como fecha de la acmé y supuesto que tenía entonces cuarenta años,
Anaxímenes nacería aproximadamente el año 585 y habría muerto el año 525 a la edad de
sesenta años.
Nada más sabemos sobre su vida y actividades prácticas. Se supone que escribió un libro pues
según la noticia de Diógenes Laercio (II 3) “escribió en dialecto jónico en un estilo simple y
conciso”.
2. Anaxímenes pone como arjé el aire que es un principio infinito, como el ápeiron de
Anaximando; pero determinado, como el agua de Tales. Por ello podemos interpretar la
filosofía de Anaxímenes como un intento de síntesis entre Tales y Anaximandro. El
racionalismo de Anaximandro es un racionalismo abierto pues la transformación de unas
cosas en otras sólo es posible por medio del ápeiron. En anaxímenes asistimos nuevamente al
racionalismo cerrado del grupo de transformaciones. El aire como arjé sustituye al agua de
Tales, pero a la vez incorpora alguna de las propiedades del ápeiron de Anaximandro. En
Anaximandro el arjé es infinito e indeterminado. Para Anaxímenes el aire, como arjé, es
un ápeiron (infinito) pero determinado.
¿Pero por qué elegir al aire como arjé y no al fuego, a la tierra, o al agua? Probablemente
Anaxímenes encontró en el aire empírico una serie de propiedades que desempeñarían mejor
que otros elementos las funciones de arjé.
En primer lugar la invisibilidad y la infinitud del aire. Según noticia de Hipólito (Ref. I 7, 3)
el aire “cuando es perfecto es imperceptible a la vista”. El aire es infinito pero determinado.
Pero la determinación del aire es más abstracta a los sentidos que la del agua: es invisible
como el ápeiron.Tanto es así que se confunde con el vacío y su existencia como cuerpo no
será demostrada hasta tiempos de Empédocles y Anaxágoras (experimento de la clepsidra).
El aire es infinito y “abarca todo el cosmos” (Aecio, I 3, 4) pues el aire empírico parece no
tener límites, ocupa una vasta región del mundo ya desarrollado y penetra todas las cosas (los
huecos de la Tierra están ocupados por el aire): la omnipresencia extensiva del aire empírico
es mayor que la del agua. El aire es además un principio activo y en movimiento (empuja los
barcos, encrespa las olas, arrasa los poblados, etc.).
En segundo lugar el aire tiene carácter divino («Anaxímenes dice que el aire es dios», Aecio,
I 7, 13) y se compara con el alma. El aire se emparenta desde antaño con las potencias
anímicas (Aecio, I 3, 4):«Así como nuestra alma (yuch') al ser aire nos mantiene unidos, así
también el aliento (pneûma) o aire abarca a todo el cosmos». En el texto anterior se mantiene
una comparación entre el aire cósmico con el pneuma y con el alma aliento, en cuanto
principio de vida.
3. El aire constituye mejor que el agua la materia adecuada para el racionalismo del grupo de
transformaciones. La condensación (mánwsiV) y la rarefacción (púknwsiV) son atribuidas
por Simplicio (Fís. 180 14-16) tanto a Tales como a Anaxímenes. Además, según noticia de
Hipólito (Ref. I 7, 3) el aire «se manifiesta distintamente al condensarse y al hacerse más
sutil». El aire al enrarecerse aumenta de volumen y se convierte en fuego. Al condensarse
disminuye de volúmen y se transforma en agua y en tierra. Son por lo tanto los cambios
cuantitativos (aumento o disminución de volumen) los que producen las diferencias
cualitativas. Anaxímenes introduce pues un principio gradualista en el paso de la cantidad a
la cualidad: natura non facit saltus.
Además los dos opuestos (caliente y frío) que Anaximandro extraía del ápeiron ex
abrupto,Anaxímenes los construye por medio de la condensación y de la rarefacción: «lo
comprimido y condensado es frío y lo raro y «laxo» (lo llama así con esta palabra) es caliente»
(Plutarco, De primo frigido, 7, 947 F.
4. A partir de las noticias de Simplicio («las demás cosas se producen a partir de estas
sustancias»,Fís. 22, 26) y de Cicerón («Anaxímenes dijo que el aire es infinito, pero las cosas
que de él nacen, finitas: la tierra, el agua, el fuego y, a partir de éstas, todas las
demás», Acad. II, 37, 118), parece que Anaxímenes para explicar la formación de los cuerpos
compuestos no necesita remontarse al aire como primer principio, sino que lo hace a partir de
unas sustancias básicas o elementos simples (fuego, aire, viento, nubes, agua, tierra) de las
que se componían los demás cuerpos. Si esto es cierto, Anaximando sería el pionero de la idea
de elemento (stoiceîon), aunque esta idea no fue enunciada formalmente hasta Empédocles:
conocer racionalmente los fenómenos no significa explicar las cosas por sus últimos
principios (por ejemplo, a partir del aire) sino a partir de unos principia media o elementos.
5. Las noticias que tenemos de la cosmología de Anaxímenes son escasas y, por lo general,
manifiestan opiniones bastante ingenuas. Así, la tierra, el sol, la luna y los demás astros ígneos
cabalgan sobre el aire y son planos. Los astros no se mueven debajo de la tierra sino alrededor
de ella “como gira un sombrero alrededor de nuestra cabeza”. El sol gira alrededor de la tierra
en un plano horizontal y se oculta porque lo cubren las partes más elevadas de la tierra y
porque aumenta la distancia en relación a nosotros (Hipólito, Ref. I 7, 6).
En otras ocasiones sus opiniones se acercan más a la verdad que las de su predecesor
Anaximandro. Así mantiene la tesis de que la luna refleja la luz del sol, y que los eclipses de
sol y de luna son consecuencia de haber sido tapados estos cuerpos por otros cuerpos celestes.