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A pesar de abordar temas que van desde las relaciones de familia, la juventud, la vejez,
hasta la existencia de Dios, Fresas Salvajes (1959) tiene el problema de la retrospección
en el centro de su temario. La revelación del egoísmo, el orgullo y la malicia ocultos en
uno es la idea más provocativa de la película, haciendo de esta una propuesta curiosa,
si se tiene en cuanta que el protagonista es un hombre de 78 años, una edad que, por
lo general, está lejos de ser la de autodescubrimiento y crecimiento personal.
Esta condición de autoengaño se evidencia en la secuencia inicial de la película en que
se muestra un plano general del profesor sentado en su escritorio, mientras explica que
se ha dado por vencido con las relaciones sociales por su naturaleza superficial. Pasamos
a un primer plano de él explicando que su vida ha sido una de trabajo y amor por la
ciencia. Entonces pasa a hablar de su familia: su hijo, su nuera, su madre y su difunta
esposa, mientras la cámara pasa por primeros planos de fotos de ellos.
El profesor nos presentar a su familia, como una familia promedio, con descripciones
generales, pero con cierto cariño en sus palabras, como recordando los buenos
momentos a medida que habla. Sin embargo, a medida que la película avanza, esta idea
limpia y segura de una familia normal se verá controvertida al enterarse que se hijo es
un nihilista que prefiere dejar ir a su esposa antes que criar un hijo con ella, que su madre
es una mujer distante y llena de resentimientos, que su esposa lo engañaba y detestaba
su falta de carácter, y qué él, contrariamente a la imagen del gran y noble doctor que
todo mundo tiene de él, está plagado de inseguridades, miedos y culpas.
3. Metáforas o símbolos. ¿Los hay en la película? Si los hay, ¿cuáles son y por qué?
La película, como cualquier otra de Bergman está plagada de metáforas y símbolos cuyo
análisis en detalle podría dar origen a miles y miles de páginas de crítica. En este texto,
sin embargo, me centraré en una metáfora y un símbolo.
Con respecto al montaje, Bergman construye uno definitivamente expresivo. Va más allá
de reunir una serie de sucesos para contar una historia, y se asegura que la forma en
que cuenta la historia influya en el espectador tanto como la historia misma. Así,
Bergman logra una especie de mecanismo que conjuga el contenido con la forma de la
historia para crear un efecto. En un montaje expresivo como este, el orden cronológico
de la historia no es una prioridad, es por esto que Bergman despliega recursos como
sueños y recuerdos con los cuales da saltos en el tiempo que nos sacan por completo
del punto presente en el que se encuentran los personajes.
Otro tema que es abordado sin problema alguno a través del montaje, es que no hay
manera de escapar del pasado, cosa que se ve reflejada en que muchos de los diálogos
más importantes de la película se dan dentro del carro, evocando una sensación de
claustrofobia e imposibilidad de escape, o son encuadrados de tal manera que los
personajes parecen acorralados, como en la escena final, en que el profesor intenta, tal
vez fallidamente, hablar con su hijo sobre el estado de su matrimonio. Aquí el profesor
habla metido en su cama, dando una imagen ligeramente infantil y pormenorizada. En
general el montaje, particularmente el encuadre, crean contrastes entre la imagen de
sabiduría y estabilidad con el profesor se presenta, y su inmadurez emocional, su
completa negación de una familia fracturada y el hecho de que su mujer no lo soportaba
por su falta de carácter.