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A. G. H O B B S
A. G. HOBBS

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Edición del autor


d « le g a l M-03637-1969

Im p e lo en España. Técnicas Gráficas, Las Mat; '5. Madrid.


CAPITULO I

COMO LLEGAR A SE R CRISTIA NO

Después de la muerte, sepultura, resurrección y antes


de su ascensión, Jesús anunció la Gran Comisión con las
siguientes palabras:
“Por tanto, id y haced discípulos a todas las naciones,
bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del
Espíritu Santo; enseñándoles que guarden todas las co­
sas que os he mandado; y he aquí yo estoy con vosotros
todos los días, hasta el fin del mundo. Amén.” Mateo
28:19-20.
“Y les dijo: Id por todo el mundo y predicad el Evan­
gelio a toda criatura. El que creyere y fuere bautizado,
será salvo; mas el que no creyere, será condenado.” Mar­
cos 16:15-16.
“Así está escrito, y así fue necesario que el Cristo
padeciese, y resucitase de los muertos al tercer día; y
se predicase en su nombre el arrepentimiento y el per­
dón de pecados a todas las naciones, comenzando desde
Jerusalén.” Lucas 24:46-47.
En el libro de los Hechos encontramos a los apóstoles
actuando conforme al mandato perenne y universal de la
orden recibida. Así, yernos que comenzaron a predicar
en Jerusaléos fueron a otros lugares a anunciar el Evan­
gelio; los oyentes creían, se arrepentían de sus pecados,

— 5 -
confesaban su fe y eran bautizados. Por consiguiente,
eran salvos de sus pecados anteriores, añadidos a la Igle­
sia de Cristo y hechos cristianos.
Al considerar el asunto de llegar a ser cristianos —lo
que equivale a ser limpios de los pecados cometidos en
el pasado— debemos tener en cuenta que el perdón tiene
lugar en el cielo y en la mente de Dios El reo puede
abrigar la esperanza de ser perdonado, pero el perdón
no se realiza en su mente de una manera real y efectiva,
sino ante el tribunal y por medio del juez, gobernador
o quienquiera tenga esa facultad.
Además, la absolución debe serle notificada de forma
que pueda comprenderla. Nunca puede depender de sus
sentimientos liberatorios.
Un extranjero puede adquirir la ciudadanía española,
pero no sin antes cumplir con los requisitos establecidos
por las leyes y autoridades competentes. El extranjero
no puede naturalizarse español por muchas peticiones
que haga ni por su buena predisposición a ello. Será
después que haya cumplido con todos los requisitos
—y no podrá vanagloriarse por ello— que obtendrá la
nueva nacionalidad y aun deberá quedar reconocido por
la gracia y buena voluntad del Gobierno español. Hay,
pues, que cumplir con todos los requisitos.
El pecador no puede llegar a ser cristiano por medio
de peticiones, ni por estar dispuesto a ello, ni tampoco
por la fe solamente, de la misma forma que el apátrida
o extranjero no adquiere una ciudadanía por tener fe en
quién gobierna el país. El pecador debe someterse a los
reglas y normas que estableció el Salvador. La salvación
es posible gracias a la misericordia’de Dios y a la sangre
de Jesús, pero el pecador debe cumpHr con todos los
requisitos. Jesús no ha prometido salvar incondicional­

— 6 —
mente a los pecadores. Estos deben observar todas las
condiciones o permanecen perdidos. Tenga en cuenta los
pasajes de la Escritura siguientes:
“Habiendo sido perfeccionado, vino a ser autor de
eterna salvación para todos los que le obedecen.” He­
breos 5:9.
“No todo el que me dice: Señor, Señor, entrará en el
reino de los cielos, sino el que hace la voluntad de mi
Padre que está en los cielos.” Mateo 7:21.
El libro de los Hechos nos provee un inspirado co­
mentario acerca del nuevo nacimiento. Cada conversión
que encontramos nos demuestra con evidencias irrever­
sibles la forma cómo se realiza esa experiencia.
El Señor estableció el plan completo de la salvación
no tan sólo por mtedio de palabras, sino dándonos tam­
bién ejemplos concretos de cómo poder llegar a ser sal­
vos. Estudiemos ahora algunos de esos ejemplos bíbli­
cos. Si por lo que ellos hicieron llegaron a ser cristianos,
es obvio que también lo seremos nosotros si hacemos
lo mismo.

LOS TRES MIL

El primer ejemplo lo hallamos en el capítulo segundo


del libro de los Hechos de los Apóstoles. Pedro anuncia
el Evangelio a un gran auditorio; su mensaje equivale
a pregonar la vida, muerte, resurrección, ascensión y
exaltación de Cristo a la diestra de Dios. La cokclusión
del sermón es la siguiente:
“Sepa, pues, ciertísimamente toda la casa de Israel,

— 7 —
EJEMPLOS DIVINOS DE CONVERSION Los textos que se indican corresponden al libro de los Hechos

Predicación Fe Arrepentimiento j’”' Confesión Bautismn Salvación

Los 3.000 Arrepentimiento Se bautizaron Pecados perdonados


2 :2 -4 1 2:38 2:38, 41 2:38, 41

.
Los Samaritanos Creyeron Se bautizaron
8:12 8:12 8:12

— ..A-
Simón Creyó Se bautizó Después fue salvo
8:13 8:1? 8:13 Marcos 16:15-16

El etíope Confesó Se bautizó Fue salvo gozándose

í-t OO’•
8:26-40 8 :3 / 8:38 8:39

Cornelio Se bautizaron Fue salvo


10:34-48, 11:14 10:48 11:14

Lidia Se bautizó
16:14-15 16:15

El Carcelero Creyó Se arreDintió Se bautizaron “Se regocijaron”


16:25-34 16:31-32 16:33 16:33 16:34

Los corintios Creyeron Se bautizaron Lavados... salvos


18:8 18:8 18:8 1 Cor. 6:11, 15:2

Los efesios Se bautizaron Redimidos... salvos


19:1-7 19:5 Efe. 1:7, 2:8

Pablo Confesó Se bautizó Sus pecados lavados


2:1-16, 9:1-18 22: 1U 22:16 22:16

Los romanos Creyeron Se arrepintieron Confesaron Se bautizaron “Lavados del pecado”


Carta a los Romanos Rom. 1 8 Rom. 6 :1 1 yí-j P-om, 10:9-10 Rom. 6:3-4 Rom. 6:17-18
... ■■
que a este Jesús a quien vosotros crucificásteis, Dios le
ha hecho Señor y Cristo.
Al oír esto, se compungieron de corazón y dijeron
a Pedro y a los otros apóstoles: Varones hermanos, ¿qué
haremos?
Pedro les dijo: Arrepentios y bautícese cada uno de
vosotros en el nombre de Jesucristo para perdón de los
pecados: y recibiréis el don del Espíritu Santo.” He­
chos 2:36-38.
Pedro les dijo que debían hacer dos cosas: “Arrepen­
tios y bautícese”. Si luego no hubiera dicho nada más, la
gente ya hubiese entendido que ambas órdenes eran in­
dispensables para la salvación. Sin embargo, el Espíritu,
por medio de la boca de Pedro, cuenta con claridad esos
deberes a la vez que explica la razón de tal obediencia:
“Arrepentios... para el perdón de los pecados, y bautí­
cese cada uno de vosotros... para el perdón de los pe­
cados”. Los dos mandamientos eran para cumplir un
mismo propósito, ambos esenciales para obtener la sal­
vación de los pecados y así la gente entendió que los
dos eran necesarios.
“Así que los que recibieron su palabra fueron bauti­
zados; y se añadieron aquel día como tres mil personas.”
Hechos 2:41.
El bautismo no es un signo externo de la gracia in­
terior; ni tampoco es un simple ejemplo; ni un acto
realizado para llegar a ser miembro de la Iglesia. Crea­
mos lo que la Biblia dice y no lo que los hombres en­
señan. El arrepentimiento y el bautismo son “para el
perdáh de los pecados”.
SI arrepentimiento es un cambio de mente producido
j p r una tristeza divina que conduce a un cambio de vida
(2 Cor. 7:10, Lucas 15, Mateo 21:28-30).

— 10 —
Aunque no se menciona la fe, es evidente que por su
pregunta y obediencia posterior ya habían creído cuando
Pedro les responde.

II

LOS SAMARITANOS

Cuando la Iglesia en Jerusalén fue dispersada a causa


de una gran persecución, “Felipe descendió a la ciudad
de Samaría y les predicaba a Cristo”. Hechos 8:5.
“Pero cuando creyeron a Felipe, que anunciaba el
Evangelio del reino de Dios y el nombre de Jesucristo,
se bautizaban hombres y mujeres.” Hechos 8:12.
Esa gente oía proclamar de Cristo, su muerte, sepul­
tura, resurrección, mandamientos, promesas, etc. Creían,
eran bautizados, sus pecados pasados quedaban perdo­
nados y se hacían cristianos. Es obvio que se hacían
bautizar para el perdón de los pecados, porque Dios no
podía salvar a los samaritanos de forma diferente de
como lo habían sido los tres mil.

III

SIMON OBEDECE

“También creyó Simón mismo, y habiéndose bautiza­


do, estaba siempre con Felipe; y viendo las señales y
grandes milagros que se hacían, estaba atónito.” He­
chos 8:13.
Simón hizo lo que los demás hicieron y Jesús dijo:
“El que creyere y fuere bautizado será salvo” (Mar­

— 11 —
eos 16:16). Es evidente que también Simón fue salvo.
Los milagros que Felipe realizó eran las credenciales
de Dios en favor de su obra, a la vez que confirmaban
el mensaje anunciado.
Felipe no podía impartir ningún poder a otros, pues
para ello sólo estaban facultados los apóstoles (He­
chos 8:17).
Ni Simón ni Felipe poseían el Nuevo Testamento, por­
que todavía no había sido escrito en esa época. Ahora
tenemos la palabra escrita que produce la fe (Juan 20:
30-31), y los milagros no son necesarios en nuestros días.

IV

EL ETIOPE

“Entonces Felipe, abriendo su boca, y comenzando des­


de esta escritura, le anunció el Evangelio de Jesús.
”Y yendo por el camino> llegaron a cierta agua, y dijo
el eunuco: ¿Qué impide que yo sea bautizado?
”Felipe dijo: Si crees de todo corazón, bien puedes.
Y respondiendo dijo: Creo que Jesucristo es el Hijo de
Dios.
”Y mandó parar el carro; y descendieron ambos al
agua, Felipe y el eunuco, y le bautizó.
"Cuando subieron del agua, el Espíritu del Señor arre­
bató a Felipe; y el eunuco no le vio más, y siguió gozoso
su camino.” (Hechps 8:35-39.)
Este sencillo relato es demasiado importante para no
tenerlo en cuenta. Créalo y cúmplalo. ¿Ha declarado us­
ted lo que confesó este hombre? ¿Fué bautizado usted
de la misma forma que lo fue el etíope? ¿Fue sumergido

— 12 —
en el agua? El bautismo es la inmersión —muerte— y
resurrección a una nueva vida (Romanos 6:3-4).
El bautismo no puede realizarse fuera del agua. Si ello
hubiera sido posible, Felipe no hubiera descendido al
agua con el eunuco. El bautismo por aspersión es el
sustituto humano de un mandamiento divino. En toda
la Biblia no existe mandamiento ni ejemplo del bautismo
por aspersión. Si usted no ha obedecido al Señor de esa
forma, hágalo en seguida y también podrá, como el eunu­
co, seguir su camino con gozo.

CORNELIO SE HACE CRISTIANO

Comelio era un hombre piadoso, temeroso de Dios,


que daba muchas limosnas a los necesitados, que oraba
siempre a Dios y las gentes le tenían mucha estima (He­
chos 10:2,22). Sin embargo, no era cristiano. Es mucho
más dfiícil ser moralmente bueno que ser cristiano y aun
que ser religioso.
A Comelio se le dijo que fuera a por Simón Pedro,
quien le diría palabras que harían posible la salvación
suya y la de su familia (Hechos 11:14). El hombre obe­
deció en seguida y cuando Pedro llegó les anunció el
Evangelio a él y a todos los suyos y les ordenó que se
bautizaran en el nombre de Jesucristo (Hechos 10:48).
Estos obedecieron y por eso llegaron a ser cristianos.
Comelio y su familia fueron los primeros gentiles que
se convirtieron a Cristo, y con el objeto de convencer de
ello a los judíos y asegurar a los gentiles que Dios les
aceptaba en su iglesia, descendió el Espíritu Santo sobre
los que oían. La salvación quedaba garantizada a todos

- 13 —
los que siguieran la misma pauta. El Espíritu no descen­
dió sobre ellos para obrar la salvación, sino porque Dios
quiso testificar de que también los gentiles les eran acep­
tos (Hechos 15:8). Así lo entendieron todos los apóstoles
(Hechos 11:18).
Alrededor de veintiún años más tarde, Pablo escribió
que sólo hay “un bautismo” (Efesios 4:5,5:26). Por el
mismo tiempo Pedro declaró que ahora el bautismo debe
ser en el agua. Así, pues, el bautismo que Cristo ordena
debe efectuarse en o dentro del agua.

VI

LIDIA OBEDECE

“Entonces una mujer llamada Lidia, vendedora de púr­


pura, de la ciudad de Tiatira, que adoraba a Dios, estaba
oyendo; y el Señor abrió el corazón de ella para que estu­
viese atenta a lo que Pablo decía.
Y cuando fue bautizada, y su familia, nos rogó, dicien­
do: Si habéis juzgado que yo sea fiel al Señor, entrad en
mi casa y posad. Y nos obligó a quedarnos. (Hechos 16:
14-15).
Lidia hizo caso a la predicación del Evangelio anuncia­
da pos boca de Pablo. Luego que oyó y creyó fue bauti­
zada y se hizo cristiana, a la vez que todos sus pecados
pasados quedaron perdonados. Aunque no se menciona
explícitamente, es evideTnte que tuvo que arrepentirse y
confesar su fe, por lo que se deduce de pasajes como el
de Hechos 17:30 y Romanos 10:10.

— 14 —
VII

EL CARCELERO ES BAUTIZADO

“Y sacándolos, le dijo: Señores, ¿qué debo hacer para


ser salvo? Ellos le dijeron: Cree en el Señor Jesucristo
y serás salvo, tú y tu casa. Y le hablaron la palabra del
Señor a él y a todos los que estaban en su casa.”
“Y él, tomándolos en aquella misma hora de la noche,
les lavó las heridas; y enr seguida se bautizó él con todos
los suyos.” *
“Y llevándolos a sú casa,' les puso la mesa, y se regocijó
con toda su casa de haber creído a Dios” (Hechos 16:30-
34).
El carcelero preguntó: ¿qué debo hacer para ser salvo?,
antes de que le hablaran la palabra del Señor. La fe viene
por oír la palabra de Dios (Romanos 10:17). Y, sin em­
bargo, no tenía fe cuando puso la cuestión. Se le dijo que
debía creer, pero no podía creer en Jesús sin antes ha­
ber oído hablar de El. “ Y le hablaron la palabra del Se­
ñor a él y a todos los que estaban en su casa” (v. 32).
La palabra del Señor no es para que el hombre crea sola­
mente, sino también para que se arrepienta, confiese y
sea bautizado (Lucas 13:5, Mateo 10:32). Jesús djo: “EL
QUE CREYERE Y FUERE BAUTIZADO SERA SAL­
VO” (Marcos 16:16).
El carcelero deseaba ser salvo, y, lavando las heridas
de Pablo y Silas, fue bautizado en la misma hora de la
noche. Jesús dijo que para ser salvo había que ser
bautizado. El carcelero se dejó bautizar con el objeto de
ser salvo, es decir, con el mismo propósito que tuvieron
todos los bautizado# antes que él: “Para el perdón de los

— 15 —
pecados” (Hechos 2:38). Y no se regocijó hasta después
del bautismo (v. 34).

VIII

LOS CORINTIOS

“Y Crispo, el principal de la sinagoga, creyó en el Se­


ñor con toda su casa, y muchos de los corintios, oyendo,
creían y eran bautizados” (Hechos 18:8).
Pablo predicó el Evangelio en Corinto, es decir, la muer­
te de Cristo por los pecados, su sepultura y resurrección
(1 Cor. 15:1-4). Muchos oyeron, creyeron y fueron bauti­
zados y, por consiguiente, lavados, santificados, justifi­
cados y salvos (1 Cor. 6:11, 15:2).

IX

LOS EFESIOS

Pablo encontró en Efeso a doce hombres que tan sólo


conocían el bautismo de Juan el Bautista. El bautismo de
Juan quedó invalidado el día de Pentecostés (año 33 D. C.),
y a partir de esa fecha empezó a celebrarse el bautismo
en el nombre de Jesús (Lucas 24:49, Hechos 2:38). El
bautismo de Juan ya no era válido y esta es la razón por
la cual Pablo enseñó a aquellos hombres que el bautismo
de Juan señalaba la futura venida de Cristo y ya no
era necesario.
“Cuando oyeron esto fueron bautizados en el nombre
del Señor Jesús.” Debemos concluir, pues, que el bautis­
mo de Juan no se efectuaba en el nombre de Cristo.

— 16 —
Pablo escribió a la iglesia en Efeso y les recordó que
habían sido redimidos en Cristo (Efesios 1:7). Nos reves­
timos de Cristo por medio de la fe y el bautismo (Gá­
latas 3:26-27).

LA CONVERSION DE PABLO

Pablo fue un violento perseguidor de la Iglesia hasta


que Cristo se le apáreció. Entonces quedó convencido de
su error, confesó a Cristo y le preguntó qué debía hacer.
Jesús le ordenó que fuese a Damasco, que allí “se le
diría todo lo que estaba ordenado que hiciese”. Ananías
fue enviado por el Señor cerca de Pablo y le ordenó lo
siguiente: “Ahora, pues, ¿por qué te detienes? Levántate
y bautízate y lava tus pecados, invocando su nombre”
(Hechos 22:16). Y, levantándose, fue bautizado (Hechos
9:18). Sus pecados no quedaron perdonados hasta que
se levantó y fue bautizado. ¿Quiere usted ser salvo? Haga
como Pablo y los demás hicieron.

XI

LA CONVERSION DE LOS ROMANOS

Pablo escribió la epístola a los romanos a la iglesia ra­


dicada en Roma. En dicha carta se refiere cómo los cris­
tianos habían sido librados del pecado y habían creído
(Romanos 1:18), arrepentido (6:11), confesado sus peca­
dos (10:9-10), sido bautizados en la muerte de Cristo por

— 17 —
el bautismo (6:3-4), y “luego librados del pecado (Roma­
nos 6:17-18).
Por todo esto eran cristianos y miembros de la iglesia
de Cristo. A ellos dijo Pablo: “Las iglesias de Cristo os
saludan” (Romanos 16:16).

XII

ALGUNAS OBSERVACIONES

En todos estos ejemplos bíblicos no encontramos que


a ningún pecador que busca la salvación se le diga que
debe rezar, ni tampoco que debe nacer de nuevo, figura
esta que Jesús empleó antes de su muerte. Después de su
sepultura, tanto Jesús como los apóstoles, enseñaron a la
gente todo lo que debían hacer para ser salvos.
Dios no hace acepción de personas y todos deben ha­
cer lo mismo. Aunque no todos los requisitos concurran
en un solo caso de los examinados, se infieren plena­
mente, si bien el bautismo se nombra en cada uno de
los ejemplos estudiados. Por favor, repase el esquema que
se encuentra en el centro.
Observe también que la salvación o su equivalente acon­
tece siempre después del bautismo, de la misma manera
que el gozo sigue al bautismo.
A todos los que obedecían, el Señor Jesucristo les aña­
día a la iglesia (Hechos 2:47), que es la suya, la única
que El fundó (Mateo 16:18, Efesios 1:22-23,4:4,1, Corin­
tios 12:20).
Otra cosa que debemos notar es que el bautismo siem­
pre se efectuaba en el lugar del arrepentimiento, “in situ”,
y a no importa qué hora del día o de la noche. Este es
el paso final que debe dar el hombre que se convierte a

— 18 —
Cristo. Nadie fue jamás salvo sólo por la fe y ningún
infante fue bautizado.
Cualquier persona responsable puede llegar a ser cris­
tiano si sigue estos ejemplos y hace lo que ellos.
Después de ser cristiano, sea cristiano solamente, como
lo eran los hombres del Nuevo Testamento (Hechos 11:
26,1, Pedro 4:16).
No sé una a denominación religiosa alguna, sino a la
congregación local de la Iglesia de Cristo. Seguimos la
forma de adorar a Dios, que practicaba la Iglesia primi­
tiva, es decir, partimos el pan el primer día de la se­
mana (Hechos 20:7); cantamos sin usar instrumentos de
música (Colosenses 3:16), y otros actos de culto en los
que se incluyen la oración, predicación y las ofrendas.

— 19 —
CAPITULO II

LA VERDADERA IG LESIA

Muchas almas sinceras desean ardientemente saber qué


Iglesia es la verdadera. La división religiosa que predo­
mina en nuestro mundo es causa de gran confusión. A
aquellos que buscan la verdad y desean agradar a Dios
para ir al cielo, dedicamos amablemente lo que escri­
bimos.
Le recomiendo guarde su mente despejada y razone con­
migo sobre asunto de tan vital importancia. No haga sus
conclusiones hasta que haya leído todo lo. tratado y bus­
cado en las Escrituras con el deseo de someterse a la
voluntad de Dios.
Si los hechos que apuntamos le alarman, recuerde que
una de las definiciones sobre la ética es desarraigar las
viejas ideas y formar las nuevas. Nadie puede obtener
nuevos conocimientos si no está dispuesto a aceptar una
nueva verdad.
El Señor enseñó en su palabra que
“Hay un Cuerpo”
“Un Cuerpo, y un Espíritu, como fuisteis también lla­
mados en una misma esperanza de vuestra vocación; , un
Señor, una fe, un bautismo, un Dios y Padre de todos,

— 21 —
el cual es sobre todos y por todos y en todos” (Efesios
4:4-5).
“Así nosotros, siendo muchos, somos UN CUERPO EN
CRISTO, y todos miembros los unos de los otros” (Roma­
nos 12:5, Colosenses 3:15).
Estos versículos declaran llanamente que hay un Cuer­
po. Negar esta enseñanza es negar toda la Biblia. ¿Qué
es este Cuerpo? La Biblia nos lo dice.
“El Cuerpo, la Iglesia”
“Y El es la cabeza del cuerpo que es la Iglesia; él, que
es el principio, el primogénito de entre los muertos, para
que en todo tenga la preeminencia” (Colosenses 1:18).
Más adelante también leemos “...por su Cuerpo, QUE
ES LA IGLESIA” (Colosenses 1:24).
“Y sometió todas las cosas bajo sus pies, y lo dio por
cabeza sobre todas las cosas a la Iglesia, CUAL ES SU
CUERPO, la plenitud de Aquel que todo lo llena en to­
do” (Efesios 1:22-23).
“El Cuerpo es uno solo”
“Pero ahora son muchos los miembros, PERO EL
CUERPO ES UNO SOLO” (1 Corintios 12:20).
Por consiguiente, si la Iglesia es el Cuerpo de Cristo y
el Cuerpo de Cristo es la Iglesia, cuando la Biblia dice
que “Hay un solo Cuerpo”, enseña que sólo hay una
Iglesia. Además, si se nos dice que hay UN SOLO CUER­
PO, y que ese cuerpo único es la Iglesia, llegamos a la
conclusión razonable de que hay UNA SOLA IGLESIA.
Existen muchas denominaciones fundadas por los hom­
bres que llevan nombres humanos y están gobernadas por
credos también humanos, pero sólo hay una Iglesia ver­
dadera fundada por Jesús y ésta vive con Su autoridad.

- 22 —
No podemos evadirnos de esta conclusión.
Jesús envió a sus discípulos a predicar este mensaje.
Todos los que les oían recibían la misma enseñanza y
todos los que se convertían era porque obedecían los
mismos mandamientos. Los que seguían a Cristo eran
miembros de la misma iglesia y tenían comunión entre sí.
¿Cuál iglesia es la verdadera? Esta es una pregunta que
el que busca sinceramente la verdad se ha impuesto y
desea hallar la respuesta convincente. La Biblia nos dice:
“Examinadlo todo; retened lo bueno” (1 Tes. 5:21).
Nosotros, que pertenecemos a la Iglesia de Cristo, cree­
mos firmemente, basados sobre evidencias abrumadoras,
que la Iglesia de Cristo es la verdadera por su nombre,
doctrina, organización, forma de adorar a Dios, etc. Sin
desear ningún mal a nadie y con todo nuestro afecto,
vamos a presentar de ello pruebas convincentes. Conside­
re, por favor, cada punto a la luz de la Biblia y guarde
en su mente la idea del juicio venidero'. Si la verdad
le parece impracticable, recuerde que Jesús dijo que el
camino angosto conduce a la vida. Sin embargo, es lo
suficiente ancho para los que creen y obedecen la verdad,
para andar juntos con gozo y con amor.

LA IGLESIA DE CRISTO ES LA UNICA IGLESIA QUE


~ JESUS FUNDO

El dijo: “Edificaré mi iglesia” (Mateo 16:18), en toda


la Biblia no encontramos el menor asomo de evidencia
sobre alguna otra iglesia que Jesús edificara. Después del
establecimiento de la Iglesia, y una vez los apóstdlií y
evangelistas llevaron el Evangelio a otras ciudades y h?í-

— 23 —
ses y fundaron otras congregaciones, Pablo escribió: “Os
saludan todas las iglesias de Cristo” (Romanos 16:16).
Deducimos de ello que cada congregación fundada era
simplemente una iglesia de Cristo.
Aunque a la Iglesia algunas veces se la denomina “Igle­
sia de Dios", “Casa de Dios”, etc., debemos decir que es­
tas expresiones se refieren a una misma Iglesia.
También hemos observado en nuestro estudio que hay
un solo cuerpo o iglesia revelado en el Nuevo Testamen­
to. Se trata, pues, del Cuerpo de Cristo, que es la Iglesia.
A pesar de que las organizaciones religiosas pretenden
haber sido fundadas por Jesucristo, sus reivindicaciones
son falsas, porque sus nombres, programas de salvación,
formas de adoración, etc., no corresponden a la iglesia
que nos es revelada en el Nuevo Testamento. La Iglesia^
de Cristo celebraba la Cena del Señor cada primer día
de la semana (Hechos 20:7); cantaban sin emplear nin­
gún instrumento (Col. 3:16), y predicaban el bautismo
“para la remisión de los pecados” (Hechos 2:38).
Cualquier organización religiosa que no enseña y prac-'
tica lo mismo que la iglesia del Nuevo Testamento, ha si­
do fundada por los hombres y nunca por Jesucristo.
Hablando acerca dp las sectas religiosas fundadas por
los hombres, Jesús dijo: “Toda {danta que no plantó mi
Padre celestial será desarraigada” (Mateos 15:13).
La Casa de Dios es la Iglesia del Dios viviente, columna
y baluarte d é la verdad (1 Timoteo 3:15); y, según la Bi­
blia, “Si Jehová no edificare la casa, en vano trabajan los
que la edifican; si Jehová no guardare la ciudad, en vano
velaba guardia” (Salmo 127:1).
Lás denominaciones no valen nada y los que colaboran
conffellas, están haciendo una labor muy poco positiva,
por no decir nula. Así que, si desea obrar rectamente y
Á
i
— 24 —
con la seguridad de que Dios aprobará su esfuerzo, há­
gase miembro de la Iglesia que Jesús edificó y que es la
Iglesia de Cristo.
n
LA IGLESIA DE CRISTO ES LA UNICA IGLESIA POR
LA CUAL JESUS MURIO

“Por tanto, mirad por vosotros y por todo el rebaño en


que el Espíritu Santo os ha puesto por obispos, para apa­
centar la Iglesia del Señor, la cual El ganó por Su propia
sangre” (Hechos 20:28). En estos términos el apóstol Pa­
blo se dirige a los ancianos de la iglesia en Efeso.
El Señor Jesucristo murió por su Iglesia y no por cual­
quier otra. En Efesios 5:25 se nos dice que “ Cristo amó
a la Iglesia y se entregó a Sí mismo por ella.” Jesús no
murió por una denominación, y esta es la razón por la
cual todas ellas están desangradas —en lo que a la sangre
de Cristo se refiere— y ninguna ha sido redimida por la
sangre de Cristo.

III

LA IGLESIA DE CRISTO ES LA UNICA IGLESIA DE


LA CUAL JESUS ES LA CABEZA

“El es la cabeza del cuerpo que es la Iglesia; El, que


es el principio, el primogénito de entre los muertos, p a £
que en todo tenga la preeminencia” (Colosenses 1:18).
Como cabeza de la Iglesia que es su Cuerpo, Jesús es
Jefe, Dirigente, Señor y Rey. Toda potestad le ha sido
dada en la tierra como en los cielos (Mateo 28:18).

— 25 —
¿En qué lugar de la Palabra de Dios encontramos que
Jesús sea la cabeza de una denominación? ¿Acaso es Jesús
la cabeza de la Iglesia Católica, Luterana o Metodista?
En ningún lugar; y, por lo tanto, no puede ser la cabeza
de una organización ni denominación.
Además, ninguna denominación del mundo está gober­
nada por las enseñanzas de Jesús. “El que creyere y fuere
bautizado será salvo; mas el que no creyere, será conde­
nado” (Marcos 16:16). Casi todas las denominaciones en­
señan que el que cree, aunque NO sea bautizado, puede
salvarse por la fe solamente. Podríamos citar otros puntos
para demostrar que esas organizaciones humanas no es­
tán regidas por la Biblia.
La doctrina de Cristo explica que el bautismo es una
sepultura (Col. 2:12), pero muchos sustituyen la aspersión
por el bautismo. El vocablo mismo “bautismo” significa
“hundir, sumergir”.

IV

LA IGLESIA DE CRISTO ES LA UNICA SOCIEDAD


MISIONERA AUTORIZADA POR EL SEÑOR

La Iglesia es columna y baluarte de la verdad (1 Timo­


teo 3:15). El mandato de predicar la palabra y evange­
lizar el mundo ha pasado ininterrumpidamente de hom­
bre" fieles a hombres fieles (2 Timoteo 2:2). Es, pues, un
deber de la Iglesia evangelizar el mundo.
A ninguna denominación ha sido encomendada esa la-
ffer, ni tampoco a sociedad misioneras de señoras alguna.
En el Nuevo Testamento, la Iglesia, como grupo de
individuos, se encargaba de la labor misionera. Ella en­
viaba sus obreros (Hechos 13:3), y cuando regresaban in­

— 26 —
formaban de su trabajo y resultados a la Iglesia (He­
chos 14:27, 21:19).

LA IGLESIA DE CRISTO ES LA UNICA IGLESIA QUE


PUEDE CELEBRAR LA CENA DEL SEÑOR CON LA
AUTORIDAD DE JESUS

La mesa del Señor está en su reino. A los apóstoles


dijo: “Yo, pues, os asigno un reino, como mi Padre me
lo asignó a mí, para que comáis y bebáis a mi mesa en
mi reino y os sentéis en tronos juzgando a las doce tribus
de Israel.” e í X \ i0
El reino de Cristo es la Iglesia de Cristo. En cierta bca-
sión, Jesús anunció: “Edificaré mi Iglesia y las puertas del
infierno no prevalecerán contra ella. Y a tí daré las llaves
del reino de los cielos; y todo lo que atares en la tierra
será atado en el cielo; y todo lo que desatares en la tierra
será desatado en los cielos” (Mateo 16:18-19). Aquí Jesús
emplea los vocablos de “iglesia” y “reino” como sinónimos.
Otra vez Jesús dijo: “Mi reino no es de este mundo”
(Juan 18:36). Puesto que el reino de Cristo y la Iglesia
de Cristo son una misma cosa; la mesa del Señor se
encuentra en su Iglesia y, por lo tanto, ninguna denomi­
nación tiene la autoridad de celebrar la Cena del Señor.
Solamente aquellos que pertenecen a la Iglesia del Señor
pueden participar de la mesa del Señor.

— 27 —
VI

LA IGLESIA DE CRISTO ES LA UNICA IGLESIA A


LA CUAL PROMETIO SALVAR

Dios dio a Jesús “por cabeza sobre todas las cosas a la


Iglesia, la cual es su Cuerpo, la plenitud de Aquel que
todo lo llena en todo” (Efesios 1:22-23); y, por lo tanto,
la Iglesia de Cristo es el Cuerpo de Cristo. El mismo
apóstol, inspirado por el Espíritu, escribió:
“El marido es cabeza de la mujer, así como Cristo es
cabeza de la Iglesia, la cual es su Cuerpo, y EL ES SU
SALVADOR” (Efesios 5:23).
Jesús solamente prometió salvar a su Iglesia; por con­
siguiente, no dejemos al azar nuestra salvación pertene­
ciendo o permaneciendo en una denominación que es des­
conocida por la Palabra de Dios y no se menciona en la
Biblia.
Existe también la posibilidad de ser miembro de una
iglesia y estar perdido:
“Pero el Espíritu dice claramente que en los postreros
tiempos algunos apostatarán de la fe, escuchando a espí­
ritus engañadores y a doctrinas de demonios” (1 Timoteo
4:1).
Una persona no puede abandonar la fe en Cristo como
Salvador si nunca la ha tenido, de la misma forma que
un rey no puede dejar un trono que nunca ha ocupado,
ni un obrero puede renunciar a un trabajo que nunca
ha realizado. Así que, cuando alguien dice que un cris­
tiano ha vuelto al pecado, está en un error, porque el tal
hombre no pudo nunca haber sido verdaderamente salvo.
Sí, no hay promesa de salvación fuera del Cuerpo de
Cristo.

— 28 —
VII

LA IGLESIA DE CRISTO ES LA UNICA IGLESIA EN


LA QUE EL SEÑOR AÑADE A LOS SALVOS

“El Señor añadía cada día a la Iglesia los que habían


de ser salvos” (Hechos 2:47). ¿Quién se salvará? Sola­
mente los obedientes (Hebreos 5:9). El Señor les añadía
a medida que se salvaban. Pedro mandó a la multitud el
día de Pentecostés: “Arrepentios y bautícese cada uno de
vosotros en el nombre de Jesucristo para el perdón de los
pecados y recibiréis el don del Espíritu Santo” (Hechos
2:38).
“Así que los que recibieron su palabra fueron bautiza­
dos; y se añadieron aquel día como tres mfl personas”
(Hechos 2:41).
El Señor añadía personalmente a su Iglesia a todos
los que creían, arrepentían, confesaban su fe en El y eran
bautizados para la remisión de los pecados, y a nadie más
y de ninguna otra iglesia. ¿Cree usted en la posibilidad
de que Jesús hubiese fundado una Iglesia y añadido las
personas a otra? Si quiere ser miembro del Cuerpo de
Cristo, del cual El es la cabeza y el Salvador, que rescató
con su preciosa sangre, debe hacerse bautizar en Cristo
para el perdón dé los pecados y El le añadirá a su Iglesia.
No hay en la Palabra de Dios mandato o ejemplo de
votación con objeto de aceptar un nuevo miembro en la
Iglesia. Esta práctica es eminentemente humana y, por lo
tanto, desconocida en la Biblia. No existe paralelo alguno
entre echar suertes para que el Señor guiara en la deci­
sión de escoger un nuevo apóstol y votar a los candidatos
para el bautismo.
Cuando una persona obedece los mandamientos del

- 29 —
Evangelio en cuanto a la salvación, al igual que hicieron
los tres mil en el capítulo segundo del libro de los He­
chos, automática y simultáneamente el Señor le hace
miembro de la verdadera Iglesia, le añade a ella y se con­
vierte en miembro de la familia de Dios.

VIII

LA IGLESIA DE CRISTO ES LA UNICA IGLESIA A


LA QUE SE DEBE PERTENECER PARA SER SALVO

Cuando una persona hace lo que el Señor ordena sobre


la salvación, pasa a ser miembro de la Iglesia de Cristo,
porque el mismo Señor le añade a ella (Hechos 2:47).
La mayoría de iglesias enseñan que no es necesario per­
tenecer a denominación alguna para salvarse, y en esto
estamos completamente de acuerdo. Sin embargo, es ne­
cesario pertenecer a la Iglesia del Señor, la cual El com­
pró con su sangre. Con el objeto de recibir los beneficios
de la sangre de Cristo derramada es necesario ser de su
Iglesia (Hechos 20:28).
“¿No sabéis que todos los que hemos sido bautizados
en Cristo Jesús hemos sido bautizados en su muerte?”
(Romanos 6:3). Aquellos que enseñan que la salvación
precede al bautismo, enseñan que la salvación se realiza
SIN LA MUERTE DE CRISTO; y, por consiguiente, si
una persona se salva sin la muerte de Cristo niega la
eficacia de la sangre que Jesús derramó en su ipuerte.
Nadie puede salvarse sin la sangre de Cristo, y el que
quiere recibir los beneficios de la sangre que purifica
debe ser bautizado en la muerte de Cristo para llegar
a ser miembro de la Iglesia que el Señor compró con su

— 30 —
sangre y de la que todos sys miembros han sido lavados
en el Cordero.

IX

LA IGLESIA DE CRISTO ES EL UNICO ORGANISMO


RELIGIOSO AL QUE UNA PERSONA DEBE PERTE­
NECER Y HACER LA VOLUNTAD DE DIOS SIN
AÑADIR NI QUITAR NADA

Nadie puede pertenecer a una denominación y agradar


al Señor, porque todas ellas añaden o quitan de las ense­
ñanzas de la Biblia. Algunos añaden instrumentos musica­
les y otros omiten la Cena del Señor en sus cultos domi­
nicales, etc., etc.
Una persona puede ser cristiana y solamente cristiana en
la Iglesia de Cristo. No llevamos nombre humano ni nos
identificamos con sus credos. Usamos la música vocal en
los cultos de adoración (Efesios 5:19). Celebramos la Cena
del Señor el primer día de cada semana, como la iglesia
primitiva hacía y nos revela el Nuevo Testamento (He­
chos 20:7).
También enseñamos el mismo plan de salvación, sin
poner ni quitar nada. Para ser cristiano, salvo de los
pecados cometidos en el pasado y añadidos a la verdadera
Iglesia, el hombre debe creer que Jesús es el Hijo de
Dios, arrepentirse de sus pecados, confesar su fe en Cristo
y ser sepultado con Cristo en su muerte por medio del
bautismo, para luego resucitar y andar en novedad de
vida (Hechos 2:38, Mateo 10:32, Romanos 6:3-4).
Si usted quiere obedecer estos preceptos, el Señor le
añadirá a la verdadera iglesia (Hechos 2:47), la cual El
fundó y es la Iglesia de Cristo (Mateo 16:18).

— 31 —
CAPITULO III

LA UNIDAD RELIG IOSA

UNA ORACION POR LA UNIDAD

“Y ya no estoy en el mundo; mas éstos están en el


mundo y yo voy a Tí. Padre santo, a los que me has dado
guárdalos en tu nombre para que sean uno» así como nos­
otros” (Juan 17:11).
Jesús oró para que sus apóstoles “fuesen uno”. Quería
que estuviesen unidos en el trabajo y en la predicación
de una misma doctrina. Todos habían recibido una orden
(Mateo 18:18-20) y doquiera iban anunciaban el mismo
Evangelio.
Jesús oró al Padre para que los apóstoles fuesen uno,
“así como nosotros”. Dios y Cristo son uno en la comu­
nión, propósito, amor, interés por las almas perdidas, etc.,
pero no como individuos, según algunos arguyen. Si así
fuera, Cristo hubiese orado para que los apóstoles fuesen
un solo individuo, lo que es absurdo e imposible. Además
cuando Cristo hizo esta súplica El estaba en la tierra
y Dios en el cielo.

— 33 —
“Mas no ruego solamente por éstos, sino también por
los que han de creer en mí por la palabra de ellos, para
que todos sean uno; como tú, oh Padre, en mí, y yo en
Tí, que también ellos sean uno en nosotros; para que
el mundo crea que Tú me enviaste. La gloria que me
diste yo les he dado para que sean uno, así como nosotros
somos uno. Yo en ellos, y Tú en mí, para que sean per­
fectos en unidad, para que el mundo conozca que tú me
enviaste, y que los has amado a ellos como también a
mí me has amado” (Juan 17:20-23).
Jesús oró fervorosamente para que todos los creyentes
fuesen uno, no una sola persona, sino con un solo nombre,
fe, doctrina, práctica y forma de adorar a Dios.
A menudo los hombres dicen que es imposible estar
unidos, y así acusan a Jesús de hacer una plegaria im­
posible de realizar. La oración debe hacerse CQn fe; pero
si es posible estar todos unidos en un solo cuerpo reli­
gioso, se viene a demostrar que Jesús no pudo orar con
fe. Y “sin la fe es imposible agradar a Dios” (Hebreos
11 :6 ).
¡Todos los hombres debieran avergonzarse de dar gra­
cias a Dios por las divisiones, por tener una Iglesia a su
gusto y porque la plegaria de Jesús no ha sido oída!
Una de las razones de Jesús para la unión de todos los
creyentes es “para que el mundo crea que Tú me has en­
viado”. Luego, la división religiosa —las personas esco­
giendo su iglesia en vez de escoger la que pertenece al
Señor— es una infidelidad terrible. Si todos los que pro­
fesan ser creyentes dejaran a un lado lo que les gusta y
lo que no de la Biblia, los nombres humanos y credos
> elaborados por los hombres y se unieran sobre bases bí­
blicas, se podría influenciar y tener éxito en convencer a

— 34 —
disconformes, escépticos y ateos, porque la unidad es po­
derosa.
Nuestro adagio dice que la unión hace la fuerza. Jesús
dijo: “Si un reino está dividido contra sí mismo, tal reino
no puede permanecer” (Marcos 3:24).
El reino de Cristo no está compuesto de todas las deno­
minaciones religiosas; de otro modo no podría permane­
cer. Daniel dijo: “ El Dios del cielo levantará un reino que
no será jamás destruido” (Daniel 2:44).
La unidad religiosa sería muy provechosa. Eliminaría la
proliferación de edificios y podría pacificarse y llevar el
progreso a numerosas comunidades. La unidad es buena
y deliciosa (Salmo 133:1).
No tratemos de evadir esta oración por la unidad, sino
que procuremos que la oración de Jesús se cumpla.

II

UNA SUPLICA EN FAVOR DE LA UNIDAD

“Os ruego, pues, hermanos, por el nombre de nuestro


Señor Jesucristo, que habléis todos una misma cosa y que
no haya entre vosotros divisiones, sino que estéis perfec­
tamente unidos en una misma mente y en un mis mo pa­
recer. Porque he sido informado acerca de vosotros, her­
manos míos, por los de Cloé, que hay entre vosotros con­
tiendas. Quiero decir que cada uno de vosotros dice: Yo
soy de Pablo; y yo de Apolos, y yo de Cefas, y yo de
Crista ¿Acaso está dividido Cristo? ¿Fue crucificado Pa­
blo por vosotros? ¿O fuisteis bautizados en el nombre de
Pablo?” (I.1 Corintios 1:10-13).
Guiado por el Espíritu Santo, el apóstol Pablo suplica
fervorosamente por la unidad en Corinto. Si es un ex-'

— 35 —
travío llevar el nombre de Pablo, lo será también llevar
el nombre de Lutero o de cualquier otro hpmbre. Es un
error pertenecer a un grupo religioso que pone en lugar
preponderante el nombre de un ser mortal que no se en­
cuentra en el Nueyo Testamento.
Cristo no está dividido y sólo debemos llevar el nombre
de Aquel que fue crucificado por nosotros. La división
es una equivocación y un pecado. Pablo suplica a todos los
creyentes de Corinto que hablen una misma cosa y sean
perfectos en armonía. Cuando un predicador anuncia una
doctrina y otro enseña un credo distinto, no está hablan­
do la misma cosa. Cuando existen denominaciones que
llevan nombres humanos, etc., y no tienen comunión entre
sí, es obvio que no están perfectamente unidos en una
misma mente y en un mismo parecer”.
La unidad nunca podrá conseguirse mientras los hom­
bres mantengan y justifiquen las divisiones. Nadie puede
obrar de tal modo, sin ignorar adrede o negar abiertamente
la veracidad de los versículos anteriormente citados. La
oración de Cristo y la súplica de Pablo abogan por la
unidad.
Algunos objetan que el mundo religioso está unido en
“cierto sentido”, pero Pablo ruega “QUE NO HAYA DI­
VISIONES”. El denominacionalismo se desmoronará cuan­
do se haga la voluntad de Dios, porque no existe por
autorización de Jesucristo, pues todo ha sido fundado por
hombres contrarios a la Palabra de Dios. Quizá usted está
deseando saber cómo sería posible la unión de todos los
creyentes. Estudie cuidadosamente el programa revelado
por Dios.

— 36 —
III

UN PLAN PARA CONSEGUIR LA UNION

“Solícitos en guardar la unidad del Espíritu en el víncu­


lo de la paz.
Un cuerpo y un Espíritu, como fuisteis también llama­
dos en una misma esperanza de vuestra vocación.
Un Señor, una fe, un bautismo.
Un Dios y Padre de todos, el cual es sobre todos y en
todos” (Efesios 4:3-6).
Estudiemos con cuidado y espíritu de oración cada ex­
presión de este texto por el orden correspondiente, ade­
más de otros que citaremos. Aquí tenemos un plan bí­
blico practicable si se quiere alcanzar la unión de todos
los creyentes.
1 ” Un cuerpo: unidad en cuanto a organización
Pablo declara: “Un cuerpo”. Esto es unidad de orga­
nización. ¿A qué cuerpo se refiere el apóstol? Que sea
él mismo quien nos responda: “ Y sometió todas las cosas
bajo sus pies y lo dio por cabeza sobre todas las cosas a la
Iglesia, la cual es su cuerpo, la plenitud de Aquel que todo
la llena en todo.” La Iglesia es el cuerpo de Cristo. El
Cuerpo es la Iglesia (Colosenses 1:24).
“Pero ahora son muchos los miembros, pero el cuerpo
ES UNO SOLO” (1 Corintios 12:20). Puesto que hay un
solo cuerpo y este cuerpo es la Iglesia, deducimos que
también hay una sola Iglesia.
Jesús dijo: “Edificaré mi Iglesia” (Mateo 16:18), y sólo
fundó una Iglesia; las demás han sido todas creadas por
la mente de los hombres. Hablando de religiones que

- 37 —
Dios no fundó. Jesús dijo: “Toda planta que no plantó mi
Padre celestial será desarraigada” (Mateo 15:13).
La Iglesia de Cristo se compone de congregaciones lo­
cales establecidas por los apóstoles y sus colaboradores
en todo el mundo. “Os saludan todas las iglesias de Cris­
to” (Romanos 16:16). En esas iglesias de Cristo fundadas
por los enviados del Señor se enseñaba la misma doctrina;
creían y obedecían lo mismo y tenían comunión unos con
otros.
Cristo es la cabeza y cuantos creen el Evangelio se arre­
pienten de sus pecados, declaran su fe en Cristo y se ha­
cen bautizar para el perdón de los pecados (Hechos 2:38),
el mismo Señor les añade (Hechos 2:47) a su cuerpo que
es la Iglesia.
2.° Un espíritu: unidad en la revelación
El Espíritu es el Espíritu Santo; por lo menos, todas
las religiones cristianas lo admiten. El Espíritu revela la
verdad.
“Pero cuando venga el Espíritu de verdad, El os guiará
a toda la verdad; porque no hablará por su propia cuenta,
sino que hablará todo lo que oyere y os hará saber las
cosas que habrán de venir” (Juan 16:13).
“Y nosotros no hemos recibido el espíritu del mundo,
sino el Espíritu que proviene de Dios, para que sepamos
lo que Dios nos ha concedido” (1 Cor. 2:12).
“Misterio que en otras generaciones no se dio a conocer
a los hijos de los hombres, como ahora es revelado a sus
santos apóstoles y profetas por el Espíritu” (Efesios 3:5).
El Espíritu no solamente reveló la verdad a los apósto­
les, sino que también les capacitó para confirmar la pala­
bra predicada con milagros y señales (Marcos 16:20, He­
breos 2:3).

— 38 —
Ciertamente, hay un Espíritu y éste obra en com­
pleta armonía. Existen numerosas religiones en nues­
tros días que pretenden tener su origen en los días de
los apóstoles de Jesús, si bien ello ha sido revelado más
tarde a un hombre o mujer que se dicen inspirados por
Dios. Por ejemplo, los Mormones enseñan que José Smith
recibió revelaciones especiales del Espíritu, y, sin embargo,
lo que ellos anuncian difiere de lo que los apóstoles ins­
pirados enseñaron públicamente. Si todos hubieran sido
inspirados por el Espírtu Santo, enseñarían lo mismo.
Existen otras religiones que pretenden recibir el bautis­
mo del Espíritu, pero cada una de ellas posee un dogma
diferente y no tienen comunión entre sí. ¿No es esta situa­
ción un poco extraña?
La verdad está en armonía con todo lo que es verdad.
Sólo hay un Espíritu y todas las revelaciones que difieren
de la Biblia son falsas. Aquellos que pretenden lo con­
trario son falsos apóstoles y obreros fraudulentos (2 Co­
rintios 11:13).

3° Una esperanza: unidad de propósitos


Sin lugar a dudas, la esperanza universal del hombre
es la vida eterna en el mundo venidero (Marcos 10:30,
Colosenses 1:5). El Señor fue a preparar un lugar a los
fieles y obedientes (Juan 14:1).
“Porque sabemos que si nuestra morada terrestre, este
tabernáculo, se deshiciere, tenemos de Dios un edificio,
una casa no hecha de manos, eterna, en los cielos” (2 Co­
rintios 5:1).
Hay varias ideas en cuanto a la esperanza del cielo.
Unos poseen la falsa esperanza de reinar sobre la tierra
en vez de hacerlo en el cielo y en gloria. Los cristianos

— 39 —
primitivos anhelaban un futuro lugar celestial (Hebreos
11:16).
4.° Un Señor: unidad en cuanto a la autoridad
Cristo posee ahora toda la autoridad (Mateo 28:18). Pe­
dro declara que “a este Jesús, a quien vosotros crucificas»
teis, Dios le ha hecho Señor y Cristo” (Hechos 2:36). Se­
ñor significa supremo, dueño, amo, autoridad.
La imperiosa necesidad del mundo religioso es recono­
cer y someterse a la autoridad de Cristo. No puede existir
la unidad entre tanto no se obedezca una misma cosa.
Deberíamos desear todos obrar con autoridad divina;-pe­
ro mientras los hombres escriban dogmas que son auto­
ridad en sus respectivas sectas y miren a los hombres
en vez de a Cristo, las divisiones continuarán,
5.° Una fe: unidad doctrinal
Judas escribió que debíamos contender ardientemente
por “la fe” (Judas 3). También muchos sacerdotes obede­
cían “a la fe” (Hechos 6:7).
“Pero tú habla lo que está de acuerdo con la sana doc­
trina” (Tito 2:1).
Pablo dejó a Timoteo en Efeso para que “mandase a
algunos que no enseñen diferente doctrina” (1 Timoteo
1:3).
Los apóstoles y sus colaboradores enseñaban la misma
doctrina. Nadie tenía derecho a pregonar su propio credo
y debían anunciar el mismo Evangelio (Gálatas 1:8), pues­
to que sólo hay un Evangelio. Así, pues, los cristianos
primitivos oían proclamar la misma doctrina, creían le
mismo y, al llegar a ser cristianos, obedecían los mismos
mandamientos.

— 40 —
6.” Un bautismo: unidad de método
El bautismo es una práctica religiosa y muchas reli­
giones y sectas realizan el bautismo. En la forma de ad­
ministrar esta ordenanza, el mundo religioso está seria­
mente dividido. Cuando Pablo dice que hay “un bautis­
mo” no enseña que cada persona tiene el derecho inalie­
nable de ser bautizado de la forma que EL DESEA, ni
de someterse a lo que el PIENSA es el bautismo.
El Señor no nos dejó en las tinieblas ni en la sombra de
la duda en cuestión de tan vital importancia. La Biblia
ilustra claramente cómo era el bautismo y la forma de
efectuarse. El predicador y el candidato deben ir DONDE
HAYA cierta agua y AMBOS deben METERSE en el
agua (Hechos 8:36-38). El converso es sepultado junta­
mente con Cristo para muerte por el bautismo y resucita
para andar en novedad de vida (Romanos 6:3-4, Colosen-
ses 2:12). En el bautismo los cuerpos son lavados con
agua pura (Hebreos 10:22) y no tan sólo deben mojarse
la cabeza. Todos los comentaristas bíblicos concuerdan en
que el bautismo practicado por la iglesia primitiva con­
sistía en la completa inmersión del cuerpo en el agua.
Jesús dijo también que el bautismo era necesario para
obtener la salvación (Marcos 16:15-16). Cristo salva úni­
camente a los obedientes (Hebreos 5:9), y el bautismo es
un mandamiento (Hechos 10:48). Toda persona debe ha­
cerse bautizar para ser salva en Cristo, ya que así lo dijo
Pedro: “Arrepentios y bautícese cada uno de vosotros
para el perdón de los pecados” (Hechos 2:38).
¿Por qué todos los que predican el Evangelio no ense­
ñan lo que la Biblia dice?
Entre tanto los predicadores rechacen lo que la Biblia
enseña y anuncien lo que ellos PIENSAN, no será posible
la unidad.

41 —
Si todos desearan obedecer lo que dicen estos versícu­
los acerca del bautismo, habría una unidad de métodos y
práctica.
7.° Un Dios: unidad de adoración
Dios es el único a quien debemos adorar. El ángel orde­
nó a Juan que “adorase a Dios (Apocalipsis 22:9). Nos­
otros adoramos a Dios en y por medio de Cristo nuestro
Mediador (Hebreos 7:25).
“Mas la hora viene y ahora es cuando los verdaderos
adoradores adorarán al Padre en espíritu y en verdad;
porque también el Padre tales adoradores busca que le
adoren” (Juan 4:23).
Pero Dios ha revelado en su palabra COMO debemos
adorarle. La adoración debe ser en espíritu y en VERDAD,
de acuerdo a la verdad que es la palabra de Dios (Juan
17:17).
Una vez la iglesia quedó establecida, leemos: “Y per­
severaban en la doctrina de los apóstoles, en la comunión
unos con otros, en el partimiento del pan y en las ora­
ciones” (Hechos 2:42). Los discípulos se reunían el primer
día de cada semana para partir el pan (Hechos 20:7), y
se les encomendó cantar en los cultos de adoración sin
acompañamiento de instrumentos (Efesios 5:19), Colo
senses 3:16).
Si todos siguieran estos mandamiento? y ejemplos ha­
bría unidad en la adoración, a la vez que el andar cris­
tiano sería por fe y no por sentimientos. Sin embargo, los
hombres omiten celebrar la Cena del Señor cada primer
día de la semana, porque PIENSAN que no debe obser­
varse lo que practicaba la iglesia primitiva. También han
añadido instrumentos al cantar porque les GUSTA y
QUIEREN que así sea. Las divisiones se suscitan y con­

— 42 —
tinúan porque no se sigue al pie de la letra lo que la
Biblia ordena.
8.° Un lenguaje: unidad en la predicación
“Si alguno habla, hable conforme a las palabras de Dios”
(1 Pedro 4:11).
Si todos hicieran así habría uniformidad en la predi­
cación y la enseñanza impartida sería una sola. Se diría
a los pecadores una misma cosa para que pudieran ser
salvos (Hechos 16:31-34, 2:38, 22:16). Pero muchos se
quedan en Hechos 16:31 y no siguen adelante. Asimismo,
todos enseñarían una misma cosa en cuanto a los deberes
inherentes al vivir cristiano.
Si todos hablaran conforme a las palabras de Dios, nun­
ca más se oirían las expresiones siguientes: “Asista a la
iglesia que más le agrade”; “una vez salvos, lo somos por
la eternidad”; “pecado original”; “el bautismo es sola­
mente una señal externa de la gracia interior”; “bautismo
infantil”, etc. En nuestra predicación unámonos todos en
torno a la Biblia.
9.a Una voluntad: unidad en la comprensión
“Por tanto, no seáis insensatos, sino entendidos de cuál
sea la voluntad del Señor” (Efesios 5:17). Solamente los
que hacen la voluntad de Dios podrán entrar en el reino
de los cielos (Mateo 7:21). “Testamento”, “pacto” y “vo­
luntad” son palabras sinónimas. Sobre Cristo leemos: “He
aquí que vengo, oh Dios, para hacer tu voluntad; quita lo
primero para establecer esto último. En esa voluntad so­
mos santificados mediante la ofrenda del cuerpo de Jesu­
cristo hecha una vez para siempre” (Hebreos 10:9-10).
Los herederos de un patrimonio deben entender la vo­
luntad del testador antes de tomar posesión de su heren­

— 43 —
cia. Así sucede con la voluntad del Señor. Cuando los he­
rederos la comprenden, para todos es igual.
Cuando el testamento o voluntad del Señor es justa­
mente comprendida, TODOS LA ENTIENDEN DE LA
MISMA FORMA.
10.° Un nombre: cristianos y nada más
“Pero si alguno padece como cristiano, no se avergüen­
ce, sino glorifique a Dios por ello” (1 Pedro 4:16).
El llevar nombres que no son bíblicos hace que el mun­
do religioso permanezca dividido. Glorificar a Dios con
el nombre de cristiano es un mandamiento. Nadie puede
obedecer al Señor y llevar un nombre humano. El nombre
que nos identifica es más importante de lo que parece
a simple vista. Es por medio de un nombre correcto o
incorrecto que podemos obedecer o desobedecer al Se­
ñor. Las divisiones religiosas se fundan y congregan alre­
dedor de denominaciones. La oración de Cristo por la
unidad no podrá hallar la respuesta divina hasta que los
nombres humanos que nos identifican desaparezcan del
todo.
¿Por qué no estar conforme con ser solamente cristia­
nos y nada más? Ninguna esposa fiel añadirá el nombre de
otro hombre al de su esposo, como tampoco nosotros po­
demos ser leales a Cristo y llevar nombres extrabíblicos.
Seamos uno en el nombre, fe, doctrina y práctica. Siga­
mos solamente las enseñanzas de la Biblia. La Biblia tan
sólo puede hacernos cristianos y nada más que eso, lo cual
es más que suficiente.
CAPITULO IV

EL BAUTISMO DEL E S P IR IT U SANTO

Sobre el bautismo del Espíritu Santo, Juan el Bautista,


precursor de Jesús, dijo:
“Yo os bautizo en agua para arrepentimiento; pero el
que viene tras mí, cuyo calzado yo no soy digno de llevar,
es más poderoso que yo; él os bautizará en Espíritu Santo
y fuego.
Su aventador está en su mano y limpiará su era y reco­
gerá su trigo en el granero y quemará la paja en fuego que
nunca se apagará” (Mateo 3:11-12).
Estos versículos deben considerarse a la luz del tiem­
po y de las circunstancias en que fueron pronunciados, a
la vez que del cumplimiento.
Juan está hablando a un auditorio variado. Unos son
justos y otros no. Su lenguaje es fuerte: “ ¡Generación de
víboras! ¿Quién os enseñó a huir de la ira venidera?”
Es evidente que Juan tenía en su mente dos clases de
personas, según deducimos de la ilustración del trigo y la
paja. Debemos llegar a la conclusión lógica qué los que
debían ser bautizados en el Espíritu Santo no eran los
mismos que lo serían en el bautismo de fuego.

— 45 —
I

EL BAUTISMO DEL ESPIRITU SANTO Y EL DE


FUEGO SON DISTINTOS

Después de la resurrección y antes de la ascensión, Jesús


dijo a los apóstoles que estaban reunidos que dentro de
pocos días serían bautizados en el Espíritu Santo (Hechos
1:5). En esta ocasión Jesús no menciona el bautismo de
fuego. Es evidente que los apóstoles no lo recibieron.
Otros pasajes paralelos a la ilustración usada por Juan
el Bautista asocian el fuego con el castigo que los malos
recibirán al fin del mundo (2 Tesalonicenses 1:7-9,2, Pe­
dro 3:7).

II

DATOS' ACERCA DEL BAUTISMO DEL ESPIRITU


SANTO

1. Fue siempre una promesa y nunca un mandamiento.


2. Sólo encontramos relatados dos casos sobre el par­
ticular en el Nuevo Testamento. Hechos 2, en cuanto a
los judíos, y Hechos 10, sobre los gentiles. La profecía
de Joel se cumplió cuando toda carne —judíos y genti­
les— lo recibieron.
3. El propósito del bautismo del Espíritu Santo era
cumplir una necesidad bien definida: dotar a los apósto­
les del poder para enseñar fielmente toda la verdad (Juan
14:26); ser guiados a nuevas verdades (Juan 16:13), y con­
firmar su misión y mensaje por medio de milagros (Mar­
cos 16:20, Hebreos 2:3-4). Cuando Cornelio y su casa

— 46 —
recibieron el bautismo del Espíritu Santo fue con el pro­
pósito de asegurar a los gentiles y convencer a los judíos
que la salvación era para ambos (Hechos 11:18, 15-7-8).
4. El bautismo del Espíritu Santo iba siempre acom­
pañado de poder y milagros. Los apóstoles hablaron len­
guas que podían ser comprendidas por los demás (He­
chos 2:4-6). También eran capaces de hacer otros mila­
gros (Hechos 2:43, 5:12). Cornelio y los de su casa habla­
ron lenguas (Hechos 10:46). No se dice que hicieron otros
milagros; sin embargo, Pedro dijo: cayó el Santo Espí­
ritu sobre ellos también, como sobre nosotros al princi­
pio” (Hechos 11:15).
Los apóstoles debían ser testigos de Cristo y Jesús no
iba a enviarles por el mundo sin el poder suficiente para
confirmar su misión y mensaje, puesto que era necesario
corroborar ambas cosas con la autoridad divina. Así les
aseguró que recibirían el poder cuando el Espíritu Santo
viniera sobre ellos y les llenaría (Hechos 1:5,8,- Lucas 24:
49). Algunos de los poderes que ya poseían eran los si­
guientes:
“Y estas señales seguirán a los que creen: en mi nombre
echarán fuera demonios; hablarán nuevas lenguas; toma­
rán en las manos serpientes y si bebieren cosa mortífera
no les hará daño; sobre los enfermos pondrán sus manos
y sanarán.”
Los apóstoles también podían resucitar a los muertos
(Hechos 9:41, 20:12).
Si los hombres de nuestros días recibieran el mismo
bautismo, poseerían el mismo poder, y si no, ¿por qué?
Sin lugar a dudas, si no poseen el poder para hacer los
milagros que acompañan al bautismo del Espíritu Santo es
evidente que nunca han recibido ese bautismo.
5. El bautismo del Espíritu Santo jamás se efectúa en

— 47 —
una persona echada en tierra contorsionando su cuerpo.
Los apóstoles estaban sentados y no tirados en el suelo
cuando lo recibieron (Hechos 2:2). El Espíritu descendió
sobre Cornelio una vez Pedro comenzó a hablar (Hechos
11:15). Jamás la experiencia se realizó después de una
especie de excitación nerviosa o paroxismo colectivo.
6. El bautismo del Espíritu Santo no hizo correr, sal­
tar o caer como hacen algunos dementes. Fue un espí­
ritu maligno quien causó al muchacho sacudidas, echar
espumarajos por la boca y crugir los dientes (Marcos 9:
17-18).

III

LAS MANOS APOSTOLICAS

En los casos de bautismo del Espíritu Santo, fue el mis­


mo Espíritu quien controló sus mentes y sus cuerpos y
les proveyó del poder para hacer milagros. Además del
bautismo del Espíritu Santo, también los apóstoles po­
dían impartir poderes milagrosos por la imposición de
las manos.
1. En la iglesia de Jerusalén, tan sólo los apóstoles
obraron milagros y señales (Hechos 2:43, 5:12). Esto fue
cierto HASTA DESPUES QUE LOS APOSTOLES IM ­
PUSIERAN LAS MANOS A LOS SIETE escogidos para
servir a las mesas (Hechos 6:6). Luego, Esteban y Felipe
obraron milagros, aunque ellos no podían impartir el mis­
mo poder a otros. Después que muchos samaritanos reci­
bieron la palabra, creyeron y fueron bautizados (Hechos
8:12-13), los apóstoles enviaron a Pedro y Juan de Jerusa-
lem a Samaría para imponer las manos a algunos conver­
tidos y darles el Espíritu Santo. ¿Para qué mandar a Pedro

— 48 —
y Juan que lo hicieran, si se encontraba allí Felipe? No
es necesaria la respuesta. Lo que Simón quería comprar
era el poder de transmitir el Espíriu Santo a otros, me­
diante la imposición de manos (Hechos 8:19).
2. Otro caso es el de Pablo y los Efesios (Hechos 19:
1-7). Aquellos hombres que habían sido bautizados en el
bautismo de Juan fueron rebautizados por Pablo en el
nombre de Jesucristo, porque el bautismo de Juan el Bau­
tista había sido invalidado. “Y habiéndoles impuesto Pablo
las manos, vino sobre ellos el Espíritu Santo y hablaban
en lenguas y profetizaban.”

IV

“UN BAUTISMO”

“Un cuerpo y un Espíritu, como fuisteis también llar


mados en una misma esperanza de vuestra vocación: un
Señor, una fe, un bautismo, un Dios y Padre de todos, el
cual es sobre todos y por todos y en todos” (Efesios 4:4-6).
El primer caso que hallamos en la Biblia sobre el bau­
tismo del Espíritu Santo es el de los apóstoles (Hechos
2:4), que aconteció alrededor del año 33 D. C., y, el último,
el de Cornelio y su casa, ocurrido hacia el año 41 D. C.
Cuando Pablo escribió a los Efesios diciéndoles que hay
un solo bautismo era el año 64 D. C. O sea, que fue vein­
titrés años después del último bautismo del Espíritu San­
to cuando Pablo afirmó que sólo hay “un bautismo”.
Existen numerosos pasajes en los que leemos que este
bautismo es, ni más ni menos, que el bautismo de agua.
En la misma epístola (Efesios 5:25-27) Pablo declara que
la iglesia ha sido santificada y limpiada en el lavamiento

— 49 —
de agua por la palabra. La expresión “lavamiento de agua”
se refiere, sin lugar a dudas, al bautismo de agua.
Por el mismo tiempo, Pedro escribió y dijo que el bau­
tismo debe realizarse en el agua (1.a Pedro 3:20-21). Si sólo
hay un bautismo y éste debe ser con agua, llegamos a la
conclusión de que el bautismo del Espíritu Santo ya no
ocurría por aquellas fechas.

NO HAY BAUTISMO DEL ESPIRITU SANTO EN


NUESTROS DIAS

Puesto que el bautismo del Espíritu Santo cesó antes de


que los apóstoles muriesen, no debemos esperar que se
realice en nuestros días.
1. Hoy no es necesario. Cumplió un propósito du­
rante el primer siglo haciendo posible la revelación y con­
firmación de la salvación. En principio, nunca fue conce­
dido para el beneficio personal de quien lo recibió. Aho­
ra tenemos la verdad revelada, confirmada y escrita. No
debemos reclamar la necesidad del bautismo del Espíritu
Santo, porque la palabra de Dios suple largamente tal ne­
cesidad. Los cristianos del primer siglo no poseían el
Nuevo Testamento, aunque fue escrito por hombres que
vivieron durante una época en que el Espíritu les había
inspirado, y bautizado. Ahora vivimos en la época del
libro inspirado.
2. No hay evidencias de haberse recibido tal bautis­
mo. No existe nadie en nuestros días que posea el bau­
tismo del Espíritu Santo. Quienes lo pretenden, viven
una vida demasiado desilusionada para convencernos de

— 50 -
su sinceridad y honradez. Si una persona lo tuviese, po­
dría hacer milagros tales como resucitar muertos, curar
enfermos, beber impunemente brevajes venenosos, hablar
lenguas extranjeras, dar vista a los ciegos, sanar a los
cojos, etc. Cuando los apóstoles recibieron el bautismo
del Espíritu Santo, nunca fracasaron en sus milagros:
“todos eran sanados” (Hechos 5:16).

VI

CUMULO DE PRUEBAS

Lógicamente, los que pretenden poseer un poder es­


pecial deben demostrarlo sobradamente. ¿Pueden hacerlo
de forma convincente? ¡No! Les faltan las pruebas y sus
palabras caen en multitud de absurdos, inconsistencias
y antinomias. Tratan de probar sus milagros con la Bi­
blia, cuando los apóstoles ponían en evidencia la palabra
por los m i la g r o s que hacían. La predicación de Pablo era
con la “demostración del Espíritu” (1.a Corintios 2:4;
2." Cor. 12:12), y no solamente decía que poseía el poder,
sino que también lo demostraba. Los milagros eran para
que los incrédulos (1.a Cor. 14:22) pudieran creer en
Jesús (Marcos 16:20).
Es bíblico hacer demostrar las pretensiones de los
hombres, pues se nos ordena probar los espíritus si son
de Dios (1.a Juan 4:1). Jesús dijo a la Iglesia en Efeso:
“ ...has probado a los que se dicen ser apóstoles y no
lo son y los has hallado mentirosos” (Apocalipsis 2:2).

— 51 —
VII

INCONSISTENCIA DE UNA SITUACION

Hay muchas religiones y sectas que aspiran poseer el


bautismo del Espíritu Santo, pero entre ellas no hay co­
munión de ninguna clase y difieren en cuanto a doctrina
y práctica. Si el Espíritu les guiara enseñarían todos lo
mismo y tendrían comunión fraterna.
Dios no es causa de confusión y, sin embargo, ello es
una de las características de las sectas que hacen hir
capié en el bautismo del Espíritu Santo. En la Biblia no
existe mandamiento ni ejemplo alguno para sostener doc­
trina de tal índole.
Ningún grupo religioso de los que presume tener dones
espirituales —carismas— puede presentar pruebas sud^-
riores a las demás sectas, porque todas ellas ofrecen la
misma clase de “evidencias”. Farfullan un guirigay y es­
peran que creamos que hablan lenguas. Quieren que acep­
temos el hecho de que “elíes” han visto cómo personas
eran sanadas, en vez de demostrarlo para que pudiéra­
mos verlo con nuestros propios ojos. Dicen que han re­
sucitado muertos, pero rechazan ir con nosotros al ce­
menterio y probarlo. Lázaro hacía cuatro días que estaba
muerto cuando Jesús fue al sepulcro para resucitarle
(Juan 11:17).
Los apóstoles confirmaron sus pretensiones por los
milagros que hicieron, pero los hombres de hoy quieren
confirmar sus “milagros” con sus pretensiones.
Jesús, al hablar de verdaderos y falsos maestros, dijo:
“Por sus frutos los conoceréis”. Todos los que presumen
haber recibido el bautismo del Espíritu Santo enseñan
y hacen cosas contrarias a la Biblia y vamos a probarlo

— 52 —
con el objeto de capacitar al lector para refutar sus ar­
gumentos en cualquier discusión que se suscite.

VIII

PRUEBAS CONCLUYENTES

No celebran la Cena del Señor cada primer día de la


semana y durante el culto de adoración, como la cele­
braban los cristianos primitivos (Hechos 20:7).
Añaden música instrumental en todas las reuniones,
cuando la Biblia declara que la única música que Dios
quiere es el canto (Efesios 5:19), a la vez que prohíbe
poner o quitar algo de la palabra de Dios (Apoc. 22:18-19).
No pueden conversar con los nativos de sus países
respectivos, lo que evidencia su incapacidad de hablar
lenguas. Lo que hacen es postrarse en un estado semi-
hipnótico y farfullar una jerga ininteligible.
No son capaces de hacer los milagros de los apósto­
les, como beber veneno o resucitar muertos.
Salvo excepciones, dicen que los pecadores deben orar
ininterrumpidamente ante el altar de Dios para salvarse,
cuando no encontramos esta enseñanza en el Nuevo Tes­
tamento. Pablo oró durante tres días y no pudo alcanzar
lo deseado, hasta que obedeció lo que le ordenaron:
“Levántate y bautízate y lava tus pecados, invocando su
nombre” (Hechos 22:16). Si un pecador puede salvarse
orando ante el altar de Dios, no puede nunca ser bauti­
zado “para el perdón de los pecados”, según el Espíritu
declaró por boca de Pedro (Hechos 2:38). Jesús también
puso el bautismo entre el pecador y su salvación (Mar­
cos 16:16). Cuando una persona insiste que siente ser
salva antes y sin bautizarse “para el perdón de los pe­

— 53
cados”, contradice lo que el Espíritu y Jesús enseñaron,
a la vez que pretende salvarse sin mediación de la sangre
de Jesús, porque somos bautizados en su muerte para
beneficiarnos de su sangre (Romanos 6:3-4, Efesios 1:7).
También ensenan que hay tres clases de bautismo,
cuando la Biblia dice que sólo “hay un bautismo” (Efe­
sios 4:5) y éste se efectúa en el agua (1.a Pedro 3:20-21).
Rechazan seguir la pauta de la iglesia novotestamenta-
ria en cuanto al sistema de organización de la iglesia,
el cual consistía de ancianos y diáconos, evangelistas y
maestros. No había una organización central que cana­
lizara el trabajo, ni dirigente humano, ni supervisor ge­
neral (Cf.: Hechos 14:23, Filipenses 1:1, 1.* Timoteo 3:1,
Efesios 1:22-23).
Amable lector, ¿cómo puede alguien tener la ofcadía y
pretender la posesión del bautismo del Espíritu Santo,
cuando rechaza seguir las enseñanzas que el Espíritu
Santo nos revela en el Nuevo Testamento?
£i que las sectas llamadas “Pentecostales” o del espí­
ritu nieguen lo que el Espíritu y Cristo revelan sobre
los pecadores que desean ser salvos, adoren a Dios de
forma distinta a la que El quiere y mantengan una or­
ganización eclesiástica diferente a la que encontramos
en el Nuevo Testamento, prueba de forma inequívoca la
falsedad de sus pretensiones.

IX

RESPUESTA A ALGUNOS ARGUMENTOS

1. “El bautismo del Espíritu Santo debe realizarse en


todo tiempo, porque Jesús es el mismo (Hebreos
13:9).

— 54 —
Respuesta: Es el mismo en cuanto a su carácter, pero
no en cuanto a métodos. Dios siempre es el mismo
(Mal. 3:6); sin embargo, sus leyes han cambiado (He­
breos 7:11). Cuando Jesús estuvo en la tierra tenía se­
mejanza de hombre, pero ahora no. Durante su ministe­
rio terrestre confirmó su filiación divina con milagros;
ahora no los hace de la misma forma. “Estas cosas se
han escrito para que creáis que Jesús es el Cristo”
(Juan 20:30-31).
2. El Evangelio debe ser confirmado constantemente.”
Respuesta: La verdad, una vez confirmada y conve­
nientemente escrita, lo es para siempre. Los apóstoles
corroboraron por medio de milagros que su misión y
mensaje eran de Dios (Marcos 16:20). Una salvación tan
grande fue confirmada (Hebreos 2:3-4). No es necesario
que Cristo repita sus milagros ni tampoco los apóstoles.
3. “Señales seguirán a los que crean.”
Respuesta: 1, las señales y milagros manifestados du­
rante el primer siglo del cristianismo confirmaron el ori­
gen divino de éste y sirven como credenciales y garantía
a todos los creyentes. Tengamos en cuenta que no todos
podían hacer milagros; 2, los 3.000 no pudieron y sí los
apóstoles (Hechos 2:43, 5:12), y ello hasta que los após­
toles no impusieron las manos a los siete diáconos (He­
chos 6:6). Inmediatamente después, Esteban y Felipe
pudieron hacerlo (Hechos 6:8, 8:6); 3, los samaritanos
que creyeron y fueron bautizados no pudieron obrar se­
ñales hasta que los apóstoles impusieron las manos so­
bre ellos (Hechos 8:12-18); 4, a pesar de todo lo expues­
to, dicen también que el hacer milagros depende de la
clase de fe de las personas, lo que demuestra que nunca

— 55 —
estuvo en la mente de Dios la idea de que los cristianos
pudieran hacer milagros.
4. “El don del Espíritu Santo es el bautismo del Espí­
ritu Santo y ello fue prometido a todos los bautiza­
dos en el nombre de Cristo para el perdón de los
pecados.”
Respuesta: La respuesta al argumento anterior es vá­
lida para esta pregunta cuarta: 1, los bautizados en el
nombre de Cristo para el perdón de los pecados reci­
bieron “el don” prometido en Hechos 2:38, pero a pesar
de eso no podían tampoco obrar milagros (Hechos 2:43,
5:12, 8:16-18); 2, sin embargo, todos los que fueron bau­
tizados del Espíritu Santo podían hacerlo (Hechos 2:4,
10:44-46); 3, el “don” prometido en Hechos 2:38 no es
el bautismo del Espíritu Santo.
5. “Pero, insisten, “la promesa es para vosotros y para
vuestros hijos” y ello alude al bautismo del Espíritu
Santo.”
Respuesta: La promesa no se refiere a ese bautismo.
Prueba: Aunque todos fueron bautizados en el nombre
de Cristo para el perdón de los pecados y recibieron la
promesa, no pudieron hacer milagros hasta que los após­
toles les impusieron las manos.
Los judíos estaban interesados en la promesa hecha
por Dios a Abraham, de que en él serían benditas todas
las naciones (Hechos 26:6). Juan dijo: “Y ésta es la pro­
mesa que El nos hizo, la vida eterna” (1.a Juan 2:25).
Todos los que han sido’ bautizados en Cristo se han re­
vestido de El. “Si vosotros sois de Cristo, ciertamente
linaje de Abraham sois y herederos según la promesa”
“Gálatas 3:27-29. Cf.: Efesios 2:8, Romanos 6:23).

— 56 —
6. “¿No fue Pablo bautizado del Espíritu Santo? Si es
cierto, ya tenemos más de dos casos de bautismo
del Espíritu.”
Respuesta: No hay duda que Pablo recibió el bautismo
del Espíritu Santo, pero no lo encontramos relatado en
ningún lugar de las Escrituras. Sólo hay dos casos escri­
tos sobre el particular.
7. “En 1.a Corintios 12:13 se enseña que el bautismo
del Espíritu Santo nos hace miembros del cuerpo de
Cristo que es la Iglesia.”
Respuesta: 1, Los bautizados en el Espíritu Santo po­
dían hablar lenguas (Hechos 2:4, 10:44-46).
2, Pero no todos los de la iglesia en Corinto podían
hacerlo (1.a Corintios 12:30).
3, Ni todos habían sido bautizados en el Espíritu
Santo.
4, Por medio de la guía infalible del Espíritu, los co­
rintios y todos los cristianos del primer siglo habían sido
bautizados en el cuerpo de Cristo (1.a Cor. 12:13).
5, Pero no todos habían sido bautizados en el Espíri­
tu; de otra forma todos hubiesen hablado lenguas.
6, Sin embargo, el bautismo mencionado en 1.a Corin­
tios 12:13 es el bautismo de agua.
8. “El bautismo que se menciona en la Gran Comisión
es el bautismo del Espíritu Santo” (Mateo 28:18-20,
Marcos 16:15-16).
Respuesta: 1, Este -bautismo debía ser efectuado por
los hombres y éstos no pueden bautizar en el Espíritu
Santo. 2, Este bautismo es esencial para la salvación y
el otro no. El bautismo que realizaban los apóstoles y sus

— 57 —
colaboradores es el bautismo de agua y éste debe hacerse
hasta “el fin del mundo”.
9. “El bautismo del Espíritu Santo es necesario para
quitar todo deseo de pecar, a la vez que capacita para
vivir una vida de victoria sobre el pecado.”
Respuesta: El bautismo del Espíritu Santo nunca hizo
esto. Pedro pecó aun después de haber sido bautizado del
Espíritu Santo (Gálatas 2:11-14). Pablo tenía que poner
su cuerpo en servidumbre constantemente (1.® Cor. 9:27).
10. “El bautismo del Espíritu se necesita para quitar el
pecado “original.”
Respuesta: No hay tal cosa en la Biblia. Pecado es una
transgresión de la ley (1 Juan 3:4). “ ... el hijo no llevará
el pecado del padre...” (Ezequiel 18:20).

ADVERTENCIA SOBRE MILAGROS ENGAÑADORES

No dejen engañarse. Jesús y Pablo nos advierten con­


tra las señales y maravillas obradas para engañar (Ma­
teo 24:24, 2 Tes. 2:10-12). Dios permite el error para que
aquellos que no aman la verdad, crean la mentira y sean
condenados. ¿No es evidente que una persona no ama
la verdad cuando cree y sigue sus sentimientos, en vez
de la verdad de Dios? Quienes creen que todavía en nues­
tros días se opera el bautismo del Espíritu Santo y exis­
ten dones milagrosos, niegan y rechazan algunos de los
pasajes más claros de las Escrituras.
Los pretendidos milagros de hoy son meras parodias

— 58 —
del original y milagros engañadores. Ningún verdadero
seguidor de Cristo presumirá de un poder que no posee;
de otro modo, pone en evidencia su engaño.

XI

LOS MILAGROS HAN CESADO

En 1.a Corintios 13:8-10, Pablo enseña que los dones


milagrosos cesarán cuando lo que es perfecto haya des­
aparecido. Ahora tenemos la “perfecta ley, la de la li­
bertad” (Santiago 1:25), que no es otra que la completa
y final revelación de la voluntad de Dios. En Efesios 4:
10-16 se nos dice que los dones espirituales eran tem­
porales y solamente “hasta que todos lleguemos a la
unidad de la fe y del conocimiento del Hijo de Dios...”
La fe fue una vez dada a los santos (Judas 3) y ha que­
dado revelada, anunciada, confirmada y escrita. Lo per­
fecto ha venido y los milagros han cesado.

CONCLUSION

Creemos en el Espíritu y en su obra actual por medio


de la palabra inspirada. La palabra es la espada del Es­
píritu (Efesios 6:17). En cierto sentido, Dios, Cristo y el
Espíritu moran en el cristiano; es decir, en aquellos que
creen, se arrepienten, confiesan su fe y se bautizan para
el perdón de los pecados (Marcos 16:16, Hechos 2:38,
Romanos 6:3-4, 10:10; 2.a Cor. 6:16; Hechos 5:32). En
Efesios 3:17 se nos dice que Cristo habita por la fe en
nuestros corazones. Pablo nos exhorta a ser llenos del
Espíritu (Efesios 5:18) y en otro pasaje paralelo nos

— 59 —
dice que “la palabra de Cristo more en abundancia” en
nosotros... (Colosenses 3:16).
Debemos ser enseñados y guiados por el Espíritu al
llegar a ser cristianos, y en la vida cristiana (Roma­
nos 8:14). Si permitimos al Espíritu que inspira la pala­
bra de Cristo morar abundantemente en nosotros, lleva­
remos los frutos del Espíritu (Gálatas 5:22-23).
Nadie en nuestros días posee el bautismo del Espíritu.
Si alguien quiere afirmarlo públicamente, el autor está
dispuesto a desmentirlo.
CAPITULO V

LA CENA DEL SEÑ O R

“Y habiendo tomado la copa, dio gracias y dijo: To­


mad esto y repartidlo entre vosotros.
"Porque os digo que no beberé más del fruto de la
vid, hasta que el reino de Dios venga.
”Y tomó el pan y dio gracias y lo partió y les dio
diciendo: Esto es mi cuerpo que por vosotros es dado;
haced esto en memoria de Mí.
”De igual manera, después que hubo cenado tomó la
copa diciendo: Esta copa es el nuevo pacto en mi sangre
que por vosotros se derrama” (Lucas 22:17-20).
La definición que Jesús hace de “la copa” no es una
definición más o menos escueta de lo que es un reci­
piente, sino “el fruto de la vid”. Era el fruto de la vid
lo bebido por los apóstoles y la copa lo que tomaron en
sus manos el día de la pascua judía, cuando fue insti­
tuida y observada la Cena del Señor.
Puesto que “la copa” es el fruto de la vid y prescin­
diendo de la cantidad de recipientes que con ella puedan
llenarse, seguimos teniendo una copa, aunque su líquido
sea repartido en varios vasos individuales.
La única forma de tener más de una copa en la mesa
del Señor es añadiendo otro elemento al “fruto de la
vid”, como el zumo de limón o. naranja, etc. Siempre y

— 61 —
cuando se emplee solamente el fruto de la vid, se cumple
lo de una copa.
Los elementos que presiden la mesa del Señor son “la
copa” y “el pan”.
La adoración es primordial para Dios. Nuestra comu­
nión o participación de la Cena del Señor lo es también
de la sangre y del cuerpo de Jesús (1.a Corintios 10:20).
No importa que cada cual beba en un vaso distinto o
coma en diferente plato, para que alrededor de una mesa
haya comunión unos con otros. Quien enseñe lo contra­
rio hace una ley donde Dios no la ha hecho.
Ahora, leamos los pasajes siguientes y estudiemos al­
gunas lecciones de los mismos.
“Porque yo recibí del Señor lo que también os he en­
señado: Que el Señor Jesús la noche que fue entregado
tomó pan y habiendo dado gracias, lo partió y dijo: To­
mad, comed; esto es mi cuerpo que por vosotros es par­
tido; haced esto en memoria de Mí. Asimismo tomó tam­
bién la copa después de haber cenado diciendo: Esta copa
es el nuevo pacto en mi sangre; haced esto todas las ve­
ces que la bebiéreis en memoria de Mí. Así pues, todas
las veces que comiéreis este pan y bebiéreis esta copa,
la muerte del Señor anunciais hasta que El venga”
(1.a Corintios 11:23-26).

LA CENA DEL SEÑOR PROCLAMA A CRISTO

a) Anuncia su autenticidad histórica. El hecho de


que Jesucristo de Nazaret ha pasado a la historia como
uno de sus personajes más ilustres, no puede ser ne­
gado con éxito. Existen más evidencias sobre la vida de

— 62 —
Jesús que sobre el mismo Sócrates u otros prohombres
de la historia. Todos los recuerdos apuntan hacia una
persona o evento, a la vez que cada uno de ellos debe
tener su origen. La Cena del Señor es un memorial. ¿De
quién? De Jesús de Nazaret. Así que la Cena del Señor
permanece ante el mundo de hoy y pregona que Jesús
vivió y habló a la raza humana, al mismo tiempo que es
el argumento incontestable del cristianismo.
b) Anuncia su muerte por el pecado del mundo. No
solamente proclama su muerte, sino también por quién
murió. Cuando Jesús instituyó esta conmemoración, dijo:
“Porque ésta es mi sangre, del nuevo pacto, derrama­
da por muchos para remisión de los pecados” (Ma­
teo 26:28).
La muerte cruel de Jesús pregona sus intensos sufri­
mientos y agonía, para que muchos pudieran ser salvos.
Proclama a la vez el derramamiento de su preciosa san­
gre inocente, manantial abierto contra la suciedad y la
inmundicia (Zacarías 13:1).
c) Anuncia la misión de Cristo. ¿Por qué Jesús de­
rramó su sangre hasta la muerte? Para que todo ser hu­
mano pudiera ser salvo. ¿Por qué vino a este mundo?
Para buscar y salvar lo que se había perdido (Lucas 19:10).
Tuvo que morir para que muchos pudieran ser salvos.
Y puesto que la Cena del Señor publica la muerte de
Cristo a favor de una raza perdida, también anuncia la
misión de Cristo y el propósito de su muerte.
Porque la vida de la carne está en la sangre (Levíti-
co 17:11). Cuando un hombre peca se perjudica a sí mis­
mo, ya que la paga del pecado es la muerte (Roma­
nos 6:23). El justificado por Dios debe morir físicamente,
mas el Señor le librará de la muerte segunda que es la
condenación eterna.

— 63
d) Anuncia que vendrá otra vez. Cuando como fie­
les discípulos nos congregamos cada semana alrededor
de la mesa del Señor, proclamamos a todo el mundo que
Jesús vendrá otra vez. Esta gran verdad se encuentra
divulgada en casi cada página del Nuevo Testamento (1).
Tan pronto como ascendió al cielo les fue reafirmado
a los apóstoles que Jesús volvería otra vez:
“Y habiendo dicho estas cosas, viéndolo ellos, fue al­
zado y le recibió una nube que le ocultó de sus ojos.
Y estando ellos con los ojos puestos en el cielo, entre
tanto que El se iba, he aquí se pusieron junto a ellos dos
varones con vestiduras blancas, los cuales también les
dijeron: Varones galileos, ¿por qué estáis mirando al cie­
lo? Este mismo Jesús que ha sido tomado de vosotros al
cielo, así vendrá como le habéis visto ir al cielo” (He­
chos 1:9-11).
A causa de este gran acontecimiento, Jesús siempre
advirtió que estuviéramos preparados, porque será un
día de ajuste de cuentas y de recompensas. Aquellos que
niegan su divinidad e ignoran su muerte, deberán en­
frentarse a El en el día del juicio.
La Cena del Señor predica un gran sermón cada Día
del Señor, ya que anuncia al mundo la realidad histórica
de Jesús, su muerte, misión y segunda venida.
Es una lección de muchas cosas, no tan sólo para las
almas perdidas, sino también para los niños. Una de las
primeras lecciones que el autor de esta obra recibió acer­
ca de la muerte de Cristo fue en respuesta a la pregunta
del por qué se celebraba la Cena del Señor. Esto ha sido

(1) Trescientos veinticinco versículos del Nuevo Testamento


hablan de la segunda venida de lesús; es decir, de cada vein­
ticinco, uno.

— 64 —
ocasión para que muchos oyeran explicar por primera
vez la muerte y segunda venida de Cristo.
La Pascua fue una ocasión para enseñar a los niños
“Y cuando os dijeren vuestros hijos: ¿Qué es este rito
vuestro?, vosotros responderéis: Es la víctima de la pas­
cua de Jehová, el cual pasó por encima de las casas de
los hijos de Israel en Egipto, cuando hirió a los egipcios
y libró nuestras casas. Entonces el pueblo se inclinó y
adoró” (Exodo 12:26-27).

II

LA CENA DEL SEÑOR PROCLAMA QUE EL REINO


DE CRISTO HA SIDO ESTABLECIDO

“Yo, pues, os asigno un reino, como mi padre me lo


asignó a Mí, para que comáis y bebáis a mi mesa en mi
reino y os sentéis en tronos juzgando a las doce tribus
de Israel” (Lucas 22:29-30).
Los apóstoles tomaron posesión de los doce tronos,
los cuales denotan autoridad, en el día de Pentecostés
y empezaron a juzgar a las “doce tribus de Israel” (He­
chos 2:1-41). La primera iglesia estaba compuesta ente­
ramente de judíos y prosélitos de la religión judía. Tan
pronto como el reino se estableció, la adoración, incluida
la Mesa del Señor, se practicó ininterrumpidamente:
“Y perseveraban en la doctrina de los apóstoles, en
la comunión unos con otros, en el partimiento del pan
y en las oraciones” (Hechos 2:42).
Los cristianos de Corinto tomaban la Cena del Señor
alrededor de la Mesa del Señor.
“La copa de bendición que bendecimos, ¿no es la co­
munión de la sangre de Cristo? El pan que partimos,

— 65
¿no es la comunión del cuerpo de Cristo?” (1.a Corin­
tios 10:16).
“No podéis beber la copa del Señor y la copa de los
demonios; no podéis participar de la ihesa del Señor y
de la mesa de los demonios” (1.a Corintios 10:21).
Aquí encontramos sin discusión posible la Mesa del
Señor, pero Jesús dijo que esta Mesa estaría en su reino.
En aquellos días el reino ya había sido instaurado y exis­
tía como tal. La teoría de que el reino de Cristo no sub­
siste ahora y que debe ser instituido cuando El venga
debe rechazarse. Si su reino no es real ahora y el hombre
no puede ser súbdito de él, las Escrituras no confieren
a nadie la autoridad de participar de la Mesa del Señor.
1. La Mesa del Señor debía estar en su reino (Lu­
cas 22:29-30).
2. La Mesa del Señor estaba en la iglesia de Corinto
(1.a Cor. 10:21).
3. Es obvio que la iglesia de Corinto era el reino de
Cristo en Corinto.
4. Cuando Jesús instituyó la Cena del Señor dijo que
no debía observarse hasta que el reino de Cristo quedase
establecido (Lucas 22:29-30).
5. La iglesia en Corinto celebraba la Cena del Señor
(1.a Cor. 10:16-21).
6. Por tanto, el reino de Cristo había sido ya instau­
rado y existía como tal.

III
LA CENA DEL SEÑOR PROCLAMA QUE JESUS NO
HA VUELTO TODAVIA POR SEGUNDA VEZ
Algunos propagan el error que consiste en enseñar que
Jesús vino en el año 1914. Sin embargo, siguen celebran­

- 66 —
do la Cena del Señor, cuando la Bibla dice que no de­
berá observarse después de su segunda venida.
“Así pues, todas las veces que comiéreis este pan y
bebiéreis esta copa, la muerte del Señor anunciais hasta
que El venga” (1.* Corintios 11:26).
Tracemos el siguiente silogismo:
1. Cada vez que se conmemora la Cena del Señor, se
anuncia su muerte hasta que El vuelva.
2. La Cena del Señor se sigue celebrando.
3. Sin embargo, el Señor no ha vuelto todavía.
4. Los que enseñan doctrinas contrarias a la Biblia
están en el error.
5. La Biblia no enseña que Cristo vino en el año 1914.
6. Por lo que quienes predican tales doctrinas se des­
vían de la verdad.

IV

LA CENA DEL SEÑOR PROCLAMA EL NUEVO


PACTO

Cuando Jesús instituyó la Cena del Señor dijo:


“Porque esto es mi sangre del nuevo pacto, que por
muchos es derramada para remisión de los pecados”
(Mateo 26:28). Esto era antes de su muerte.
El Nuevo Testamento, o pacto, no podía tener validez
sin o antes de la muerte de Jesús.
“Porque donde hay testamento necesario es que inter­
venga la muerte del testador. Porque el testamento con
la muerte se confirma; pues no es válido entre tanto que
el testador vive.”

— 67 —
También leemos:
“Esta copa es el nuevo pacto en mi sangre; haced esto
todas las veces que la bebiéreis, en memoria de Mí.”
Jesús invalidó el Antiguo Testamento con el objeto de
establecer el Nuevo (Hebreos 10:9-10), y esto lo realizó
en su muerte (Col. 2:14-17).
Las palabras “testamento”, “voluntad” o “pacto” se
emplean indistintamente. La “voluntad” de Cristo se
anuncia por medio de la Cena del Señor y confirma la
vigencia del Nuevo Pacto. No podemos ser salvos siguien­
do el Antiguo Testamento, “porque ninguna carne se
justificará por las obras de la ley” (Gálatas 2:16).
. Mientras se observa la Cena del Señor se pregona al
mundo que Jesús cumplió e invalidó con su muerte el
Antiguo Pactp y selló el Nuevo con su sangre, el cual
ahora nos obliga a su obediencia y a la santificación (He­
breos 10:10) y nos separa para el servicio de Dios.
Nadie puede salvarse por la Ley de Moisés, válida por
mandato divino solamente para la dispensación mosaica.
Quienes lo procuran, pierden el derecho de recibir la
salvación que únicamente es por la gracia de Cristo.
"De Cristo os desligásteis, los que por la ley os justi­
ficáis; de la gracia habéis caído” (Gálatas 5:4).
Aquellos que ignoran o consideran a la ligera la Cena
del Señor, están también “in albis” en cuanto a las cues­
tiones más vitales del Nuevo Testamento, ya que en vez
de practicar algunos mandamientos de la Ley, debieran
rendirse completamente a Cristo y reconocer que El po­
see “toda autoridad” (Mateo 28:18). Según leemos en el
Nuevo Testamento, la Cena del Señor es genuinamente
una institución novotestamentaria para el pueblo de Dios
que vive en la dispensación cristiana.
Las condiciones en que se ofrece la salvación fueron

— t> 8 —
dadas por Cristo después dé su muerte, sepultura, resu­
rrección y antes de su ascensión. Los apóstoles fueron
los primeros receptores de la revelación directa de la
voluntad de Jesús. Los pecadores deben creer, arrepen­
tirse, confesar su fe y ser bautizados (Marcos 16:15-16;
Lucas 24:46-47; Hechos 2:38; Romanos 10:10). Una vez
convertido, Jesús demanda que la persona sea obediente
en todo (Lucas 6:46). Debemos respetar las exigencias
bíblicas tales como llevar el nombre correcto, adorar a
Dios por medio del canto sin acompañamiento de ins­
trumentos, orar, enseñar y observar la Cena del Señor
el primer día de cada semana. Los cristianos deben tam­
bién vivir una vida digna del Evangelio; respetar y obe­
decer las leyes morales de Dios. En 2 Pedro 1:5-11 en­
contramos una lista de cosas que los cristianos recién
nacidos deben hacer para crecer en la gracia y preser­
varse de caer en el pecado.

LA CENA DEL SEÑOR PROCLAMA LA FE,


LA ESPERANZA Y EL AMOR

a) Fe. La Cena del Señor anuncia la fe desde dos


puntos de vista distintos. El primero es la fe de Cristo
en el hombre. Cuando Jesús enseñó y ordenó: Haced
esto en memoria de Mí, manifestó confianza y fe en sus
seguidores. ¡No le defraudemos! Su confianza consistió
en creer que siempre habría discípulos que observarían
el recordatorio que es la Cena del Señor.
En segundo lugar, la celebración de la Cena del Señor
anuncia la fe de aquellos que de ella participan. ¿Quién
desearía tomar el pan y el vino sin tener fe?

— 69 —
b) Esperanza. La Cena del Señor también manifies­
ta que quienes de ella participan tienen una esperanza
vital en la segunda venida del Señor para recompensar­
les con la vida eterna.
c) Amor. Jesús dijo: “Si me amáis, guardad mis
mandamientos” (Juan 14:15). Rememorar la Cena del Se­
ñor es uno de sus mandamientos. Los que le aman le
obedecen.
El partimiento del pan proclama el amor de los fieles
participantes y el del Salvador que murió voluntariamen­
te para redimir a la humanidad. Jesús dijo:
“Nadie tiene mayor amor que éste, <que uno ponga su
vida por sus amigos” (Juan 15:13).

VI

EL CELEBRAR LA CENA DEL SEÑOR DE FORMA


APROPIADA PROCLAMA RESPETO HACIA UN
MORIBUNDO

La Cena del Señor se instituyó “la noche que fue en­


tregado”, cuando las garras de la fría muerte casi le ate­
nazaban. El corazón de los apóstoles estaba turbado y
entristecido. Jesús sabía que su última hora estaba cer­
ca. El mandato de observar la Cena en su memoria
puede considerarse la postrer voluntad de un moribundo.
Las últimas palabras de amigos nuestros agonizantes han
permanecido durante mucho tiempo en nuestras mentes,
a la vez que normalmente hemos respetado sus deseos
y complacido su voluntad mientras nos ha sido posible.
¿Respetaremos la súplica del Maestro casi moribundo?
No hacerlo involucra la observancia de la Cena y tam­

— 70 —
bién la forma exacta que el Nuevo Testamento nos en­
seña debemos celebrarla. No consiste en el modo que
creamos más conveniente o nos guste por la estética, sino
en la forma que Jesús nos dice en la Palabra. Hacer lo
contrario no sería honrar la voluntad de un ser falle­
ciente. Notemos ahora la forma, el día y la frecuencia.
a) La forma.
“De manera que cualquiera que comiere este pan o
bebiere esta copa del Señor indignamente será culpado
del cuerpo y de la sangre del Señor” (1.a Cor. 11:27).
Aquí se enfatiza la forma de participar de la Cena.
Desde el punto de vista humano, nadie ha alcanzado los
méritos ni la dighidad suficiente para tomar los elemen­
tos, pero una persona indigna puede hacerlo dignamente;
¿cómo es posible?; sencillamente, tomando parte de ella
decentemente, con orden y discerniendo el cuerpo y la
sangre del Señor.
“Porque el que come y bebe indignamente, sin discer­
nir el cuerpo del Señor, juicio come y bebe para sí”
(1.a Cor. 11:29). Debemos hacer que nuestros corazones
adoren al Señor y nuestra mente medite en el sublime
significado de la muerte expiatoria de Cristo; en su cuer­
po partido y en su sangre derramada por la salvación de
la humanidad.
Cuando se observa con sinceridad y de forma apro­
piada, la Cena del Señor es un medio de conseguir la
fuerza espiritual necesaria; y cuando inadecuada, trae
como resultado la debilidad espiritual (1.a Cor. 11:30).
b) El día.
*

“El primer día de la semana, reunidos los discípulos


para partir el pan, Pablo les enseñaba, habiendo de salir

— 71 —
al día siguiente y alargó el discurso hasta la media noche”
(Hechos 20:7).
Es completamente antibíblico y no nos asiste ninguna
autoridad para celebrar la Cena del Señor el martes por
la noche, el jueves ni cualquier otro día de la semana
que no sea el primer día, conocido en el calendario con
el nombre de domingo. La demanda de Jesús moribundo
significa que debemos celebrar su memorial en el día
que la iglesia en Troas lo conmemoraba y que era el
mismo día que los cristianos primitivos observaban la
Cena del Señor, según pruebas históricas. Todos los re­
cordatorios tienen un día señalado para su conmemora­
ción y en éste no hay excepción.
c) La frecuencia.
El primer día de cada semana. Podríamos presentar una
cantidad abrumadora de citas para probar que los cris­
tianos primitivos efectuaban la Cena del Señor el primer
día de cada semana. Este hecho es incontrovertible. La
iglesia de Cristo actúa con autoridad divina. Tratamos
de agradar al Señor y cumplir escrupulosamente el en­
cargo que hizo antes de morir. Seguimos el ejemplo de la
iglesia en Troas y nos congregamos el primer día de cada
semana para partir el pan, con el objeto de recibir la
aprobación del Señor. Cada semana tiene un primer día.
así nosotros nos reunimos ese día, que es el del Señor,
con el propósito de “anunciar la muerte del Señor hasta
que El venga”. Creemos que la salvación es mediante la
sangre de Jesús y lo realzamos en nuestros cultos. En Pri­
mera de Corintios 11:23-30, Pablo habla de la forma de
La iglesia a la que usted pertenece como miembro, ¿se
celebrar el partimiento del pan. En Hechos 20:7 se nos
dice la frecuencia de celebrar la Cena del Señor.

— 72 —
reúne el primer día de cada semana para partir el pan?
¿Añade música instrumental, según prescripción de Da­
vid, o sigue la autoridad y el mandamiento de las Escri­
turas que ordenan solamente la música vocal? (Efesios
5:19, Colosenses 3:16). Sigamos humildemente las instruc­
ciones del Señor y adorémosle de acuerdo con el Nuevo
Testamento.

— 73 —
CAPITULO VI

IN STRU M EN TO S MUSICALES
E N LOS CULTOS

Para andar por fe debemos respetar y seguir las ins­


trucciones Divinas, porque la fe viene por el oír la Pala­
bra de Dios. (Romanos 10:17). Dios no pudo aceptar la
ofrenda de Caín porque no fue hecha con fe (Génesis 4,
Hebreos 11:4). Es cierto que dedicó algo, pero no era lo
que Dios había estipulado. La ofrenda de Abel fue acep­
tada porque iba acompañada de la fe. No es suficiente que
el hombre adore a Dios; debe adorarle en espíritu y en
verdad para que la adoración le sea agradable (Juan 4:
23-24).
No es asunto sin importancia estudiar cómo adorar a
Dios de una forma que le satisfaga, pues ello involucra
un gran principio. Posiblemente, Eva pensó que comer
de la fruta prohibida era una cuestión sin importancia;
sin embargo, para Dios era un asunto fundamental. Qui­
zá el ofrecer fuego extraño fue considerado por Nadab
y Abiú cosa de poca monta, pero pecaron y con ello per­
dieron sus vidas (Levítico 10:1-2).
Podemos también suponer que Dios aceptará cualquier
clase de música, pero es necesario emplear en los cultos
de adoración la clase que El ha autorizado. Para esta

~ 75 —
dispensación de gracia que el Señor concede, el cantar es
la clase de música que llanamente nos ha ordenado.
“Hablando entre vosotros con salmos, con himnos y
cánticos espirituales, cantando y alabando al Señor en
vuestros corazones” (Efesios 5:19).
“La palabra de Cristo more en abundancia en vosotros,
enseñándoos y exhortándoos unos a otros en toda sabi­
duría, cantando con gracia en vuestros corazones al Se­
ñor con salmos e himnos y cánticos espirituales” (Colo-
senses 3:16). (Cf.: 1 Corintios 15:15, Romanos 15:9).
El Nuevo Testamento no permanece callado en cuanto
a la música en la iglesia. El canto es música y ésta es la
clase ordenada por los apóstoles y usada en la iglesia pri­
mitiva. El tocar un instrumento es otra clase de música
y, por lo tanto, no está ordenada, ni autorizada, ni em­
pleada en la iglesia de los primeros siglos. Los historia­
dores seculares, eruditos en música eclesiástica, enciclo­
pedias corrientes y el Nuevo Testamento concuerdan en
que el cantar era una expresión de la iglesia primitiva.
McCLINTOCK y STRONG: “La palabra griega “psallo”
se aplica entre los griegos modernos exclusivamente a la
música sagrada que en la Iglesia Oriental no ha sido otra
que la vocal, siendo los instrumentos desconocidos en esa
iglesia, así como también lo fueron en la primitiva” (Vol.
VIII, pág. 739).
EDWARD DICKINSON: “ ... el canto en la iglesia pri­
mitiva era únicamente vocal” (Historia de la Música, pá­
gina 54).
Dr. F. L. RITTER: “ ... Era, sin embargo, meramente
vocal” (Historia de la Música desde la Edad Cristiana has­
ta nuestros días, pág. 28).
ALFREDO UNTERSEINER: “Era puramente vocal”
(Historia Abreviada de la Música, pág. 28).

— 76 —
RUTH PUSHEE: “Los instrumentos no estaban permi­
tidos en la iglesia... Es archísabido que la música vocal
era sin acompañamiento... El canto en las congregaciones
era popular... La música en la iglesia era a capella (sin
acompañamiento)...” (Música en los cultos religiosos, Fle­
ming H. Revel. Co., Nueva York, págs. 18-23).
SCHAFF-HERZOG: “Es muy discutible el que la pa­
labra “psallo” usada en el Nuevo Testamento signifique
algo más que cantar... La ausencia de instrumentos en
la iglesia durante varios siglos después de la muerte de
los apóstoles y el sentimiento que satura los escritos de
los Padres de la iglesia son inexplicables si en la iglesia
apostólica esa clase de música era usada en los cultos”
(Enciclopedia, tomo III, pág. 1961).
Esto son muestras de la evidencia que prueba sin lugar
a dudas que la música en la iglesia primitiva era sola­
mente vocal. El Nuevo Testamento nos manda cantar en
los cultos de adoración y la historia nos demuestra que
esta era la única clase de música empleada. La iglesia
de Cristo canta en los cultos sin acompañamiento de ins
frumentos. Católicos griegos, bautistas alemanes, anabap­
tistas y alguna secta judía, usa la música vocal cuando
adora a Dios.
Examinemos algunas excusas presentadas por quienes
emplean música mecánica en los cultos.
1. “No veo ningún mal en ello”, dicen algunos.
Los que así piensan •miran la cuestión desde el punto
de vista meramente natural y no tienen en cuenta lo
que la Biblia enseña al respecto. Las cosas espirituales se
han de discernir espiritualmente (1 Corintios 2:14). El
hombre natural que se deja guiar por humanos deseos,

— 77 —
juicios o sentimientos, no puede aceptar los designios de
Dios. Los pensamientos de Dios son más elevados y dis­
tintos que los de los hombres (Isaías 55:8-9). Se trata de
un asunto religioso que debe examinarse desde el punto
de vista religioso. Una cosa puede ser moralmente buena
y, a la vez, religiosamente falsa. ¿Había algo de malo
en que Eva comiese un pequeño fruto del jardín de Edén?
¿Acaso era un sacrificio que Uza tocase el Arca del
Pacto? (2 Samuel 6:6-7). No lo sabemos; pero, en todo
caso, castigó a Uza por haberlo hecho. No se trataba
de un pecado moral, sino religioso.
El empleo de instrumentos musicales en la adoración
a Dios no es un pecado de inmoralidad, pero sí una in­
fracción de la ley religiosa divina y tan delito como el
transgredir otra ley de Dios cualquiera. Debemos adorar
a Dios COMO EL NOS HA ORDENADO Y AUTORI­
ZADO. No se trata de ver o no ver algún mal en ello,
sino si está permitido en el Nuevo Testamento.
Hay algo malo. Ha sido causa de división en el mundo
religioso; ha trastornado a la mayoría de religiones; ha
desanimado el canto en las congregaciones; es, a menudo,
causa de fricciones y celos; ha dificultado la comprensión
de las palabras exactas y el mensaje que llevan los him­
nos. Sobre todo, hace que la adoración sea inútil.
2. “Se usaba en el Antiguo Testamento”, arguyen otros.
Nosotros no estamos supeditados al Antiguo Pacto y
no es más nuestro guía o modelo, por cuanto fue cruci­
ficado en la cruz (Colosenses 2:14, Hebreos 10:9-10). “Por­
que cambiando el sacerdocio, NECESARIO ES QUE HA­
YA TAMBIEN CAMBIO DE LEY” (Hebreos 7:12). Es­
tamos bajo la gracia de Cristo y no de David. Jesús posee
toda la autoridad en la tierra como en los cielos (Mateo

— 78 —
28:18). Dios nos dice: “A él oíd” (Mateo 17:5). Debemos
adorar como enseña Cristo y el Nuevo Testamento. Ni
las enseñanzas de Moisés ni las de David poseen autori­
dad normativa para los cristianos. Debemos adorar a Dios
de acuerdo al Nuevo Testamento y no al Antiguo. Bajo
Cristo tenemos un Nuevo Pacto sellado con sangre nue­
va. En Cristo somos nuevas criaturas (2 Corintios 5:17).
Los cristianos tienen un nuevo día para adorar a Dios
(Hechos 20:7) y un sistema completamente nuevo.
La música ordenada a los cristianos para adorar a Dios
es el canto vocal (Efesios 5:19). La música que tenían los
cristianos primitivos era el canto (1 Corintios 14:15), y
en la Palabra se nos ordena “a no pensar más de lo que
está escrito” (1 Corintios 4:6), sino en permanecer en la
doctrina de Cristo (2 Juan 9). La música instrumental no
se encuentra en las enseñanzas de Jesús.
3. “Los Salmos no fueron derogados”, unos razonan.
(1). Si todo el Antiguo Testamento no ha sido cum­
plido por Jesús y abolido; si estamos obligados a obser­
var los Salmos, también estamos obligados a guardar toda
la ley. Si somos cristianos consecuentes no podemos aho­
ra cantar: “Holocaustos de animales engordados te ofrece­
ré...” (Salmo 66:15). “Quebranta tú el brazo del inicuo...”
(Salmo 10:15), porque Jesús enseña que debemos orar
por nuestros enemigos.
(2). El Señor Jesús clasificó los Salmos entre los li­
bros de la Ley y como parte integrante de la Ley (Juan
10:34, 15:25). Luego, los Salmos fueron cumplidos junto
con la Ley y los profetas y clavados en la cruz (Mateo 5:
17-18), Colosenses 2:14, Hechos 3:18, 13:29).
(3). La orden de cantar Salmos no se refiere necesa­
riamente a los Salmos de David. Además, a los cristianos

— 79 —
se les manda “cantar” Salmos e himnos y canciones espi­
rituales (Efesios 5:19). Se trata, pues, de cantar y no de
tocar. El canto debe ser acompañado con el corazón y no
con el violón.
4. “En los Salmos fue profetizado que la música instru­
mental sería usada en la iglesia”, otros añaden.
Tres argumentos lo rechazan, a saber:
(1). Si ello fuera cierto, los instrumentos hubieran es­
tado siempre en la iglesia; sin embargo, los historiadores
dicen que no los tenían en las iglesias primitivas. (2) Si
no los tenían es porque no existían. (3) Según el Nuevo
Testamento, tampoco los tenían en la iglesia primitiva y
tan sólo nos ordena cantar (Efesios 5:19, Colosenses 3:16)
a la vez que nos presenta el ejemplo (1 Corintios 14:15).
Los que sustentan este argumento interpretan mal las Es­
crituras. Como prueba posterior vean el silogismo si­
guiente:
(a) Los apóstoles fueron guiados a toda la verdad (Juan
16:13).
(b) Cuando se refieren a la adoración nunca hablan
de instrumentos, sino de cantar.
(c) Los instrumentos no forman parte de la verdadera
adoración y sí el canto.
(a) Las prácticas del Antiguo Testamento fueron abo­
lidas por los apóstoles con la autoridad de Jesu­
cristo (Mateo 16:19).
(b) Los instrumentos fueron omitidos de la adoración.
(c) Por lo tanto, la música instrumental fue suprimida
con la autoridad de Jesucristo.

— - 80 —
5. “La Biblia no prohibe explícitamente su uso”, tam­
bién se dice.
Dios siempre ha dado instrucciones a los hombres sobre
cómo adorarle y servirle, a lo vez que ha ordenado vivir
y obrar de acuerdo a la voluntad que El nos reveló. Este
es uno de los principios del vivir por fe, de esa fe que
viene por el oír la Palabra de Dios (Romanos 10:17). Se
nos manda hacer todas las cosas, sean de palabra o de
hecho, en el nombre del Señor Jesús (Colosenses 3:17).
Esto significa confiar en Cristo, creer en Cristo, obedecer
a Cristo y hacer únicamente lo que El autoriza.
(1) Dios no dijo a Noé que no empleara pino, cedro
u otra clase de madera en la construcción del arca, sino
que le especificó la CLASE que debía usar: gofer. Noé
supo que esto significaba NO EMPLEAR NINGUNA
OTRA CLASE DE MADERA. El mandato de usar una
sola calidad excluye a todas las demás.
(2) Cuando Cristo fue tentado por el diablo no pudo
responder con un pasaje de la Escritura que dijese: “No
transformarás las piedras en pan”, pero encontró una en­
señanza positiva y divina que lo prohibía (Mateo 4:4).
(3) La Biblia no dice “No jugarás a ningún juego de
azar”. Sin embargo, todos admitimos que el juego es
malo porque viola unos principios morales y espirituales.
(4) La Biblia tampoco dice: “No quemarás incienso
cuando adores a Dios”, pero el Nuevo Testamento no nos
autoriza a hacerlo porque no puede hacerse en el nombre
de Jesucristo ni con su autoridad.
(5) La enseñanza bíblica sobre la música en la iglesia
es clarísima. Tanto el mandamiento como el ejemplo se
refieren únicamente a la música vocal. Esta es la CLASE
que Dios desea y acepta (Efesios 5:19, Colosenses 3:16),
estando todas las demás prohibidas. El canto vocal es la

— 81 -
única clase de adoración que Dios desea en nuestros días
y la sola forma revelada en la doctrina de Cristo.
El mandato de Jesús de no ir más allá de lo que está
escrito proscribe añadir formas extrañas de adorar a Dios
y en él se incluyen los instrumentos musicales.
6. “En el cielo se usan los instrumentos”, algunos ar­
guyen.
El cielo es un reino espiritual (Hebreos 12:23). ¿Cómo
es posible que un ser espiritual toque instrumentos ma­
teriales? Si en el cielo hay arpas, sería necesario que tam­
bién hubiese una gran fábrica para construirlas, con de­
partamentos para forjar y templar el acero, preparar las
maderas y hacer el montaje. Si hay instrumentos, también
tendrán que estropearse, romperse cuerdas, desafinarse,
etcétera. En todo caso, deben ser distintos a los nuestros;
luego, por qué usarlos diferentes. El Apocalipsis es un
libro en el que abundan los símbolos y el pensar que
los seres celestiales siempre han tenido y tendrán instru­
mentos es una suposición especulativa. Juan, además de
arpas, vio un caballo bermejo, otro caballo blanco, varias
clases de bestias y un mar de cristal. ¿Por qué no poner
estas cosas en los cultos de adoración? La misma auto­
ridad nos asiste para lo uno que para lo otro.
Notemos los versículos que a menudo se citan:
“Y oí una voz del cielo como estruendo de muchas
aguas y como sonido de un gran trueno, y la voz que
oí era como de arpistas que tocaban sus arpas. Y CAN­
TABAN un cántico nuevo delante del trono y delante
de los cuatro seres vivientes y de los ancianos; y nadie
podía aprender el cántico sino aquellos ciento cuarenta y
cuatro mil que fueron redimidos de entre los de la tierra.

— 82 —
Estos son los que no se contaminaron con mujeres, pues
son vírgenes” (Apocalipsis 14:2-5).
Si interpretamos el texto literalmente, resulta que los
hombres casados no están incluidos en el canto y sólo los
vírgenes. La mayoría d eexégetas dicen que esto hace refe­
rencia a la pureza y fidelidad espirituales. En todo caso,
Juan “oyó una voz”; su ritmo era como sonido de un
gran trueno; el volumen como estruendo de muchas aguas
y la melodía como de arpistas que tocaban sus arpas. Y
CANTABAN. No se nos dice que tocaban o que cantaban
y que tocaban, sino que Juan oyó CANTAR, y compara
los cantos con el trueno, estruendo de aguas y música
de arpistas. Se trata, pues, de una comparación.
Aunque concediendo que en el cielo hubiere arpas, no
existe todavía el motivo suficiente para tener música ins­
trumental en los servicios de adoración, Dios tiene una
voluntad para la gente de la tierra y otra distinta para
los que están en el cielo. Dice la Palabra que en el cielo
ni se casarán ni se darán en casamiento (Mateo 22:30).
Para ser consecuentes, los que presentan este argumento
debieran insistir en la disolución de todos los matrimo­
nios o en quitar los instrumentos musicales de los cultos
de adoración.
7. “Saber tocar un instrumento es un don de Dios”
Este argumento se basa sobre una premisa errónea con­
sistente en creer que cualquier talento o don que una
persona posee debe ser usado en la iglesia cuando se adora
a Dios. Para mostrar la falsedad de la insinuación debe­
mos notar:
(1). Todos los dones dados por Dios deben ser usados
cuando se adora a Dios.

— 83 —
(2). Dios ha dado a las mujeres el don de hacer pas­
teles.
(3). Por lo que las mujeres deben hacer pasteles cuan­
do se adora a Dios.
Podríamos multiplicar los ejemplos para demostrar lo
absurdo que es el argumento del don (?). No, no se pue­
den usar todos los dones del Señor en la adoración, ya que
ésta no consiste en una exhibición de dones personales.
Los dones que el Señor nos ha concedido debemos usar­
los, pero también debemos adorar a Dios COMO EL NOS
HA ORDENADO. Añadir otra clase de música a la que
El ha mandado no puede serle una adoración grata.
Los instrumentos musicales destruyen el don. Casi todo
el mundo puede cantar; el que no sabe es una rara ex­
cepción. El hombre posee el don de cantar sin acompaña­
miento. Notemos al negro cantando entre campos de al­
godón, al vaquero en el prado y a la iglesia de Cristo cuan­
do adora a Dios. El instrumento pronto llega a ser una
muleta para apoyarse y más tarde ya no pueden cantar
sin él. Así que debemos admitir que la música destruye
el don dado por Dios.
8. “Si se emplea en casa, ¿por qué no en la iglesia?
¿Cuándo termina siendo una cosa buena y empieza a ser
mala?”
El Diablo entra en el armonio cuando entra en el biftec
o en la maquinilla de afeitar. Quienes presentan este ar­
gumento (?) yerran al no distinguir entre cosas morales y
órdenes divinas. Una cosa puede ser moralmente excelente
y a la vez falsa en cuanto a materia religiosa, como sucede
con la adoración de Dios. No es malo comer un biftec en
casa; en cambio, lo es si se pone en la Mesa del Señor.

84 —
Es normal afeitarse en casa y el Diablo no está en la
máquina de afeitar, pero el hombre que insiste en afei­
tarse con el objeto de adorar a Dios es religiosamente gro­
sero. DIOS HA PUESTO EN LA ADORACION SOLA­
MENTE LAS COSAS QUE HA QUERIDO. Puso el canto
y no el acompañamiento instrumental.

9. “La misma palabra griega “ PSALLO” nos autoriza


a tener instrumentos”
(1). La iglesia católica griega no emplea instrumentos
musicales porque dice que la palabra significa cantar y
nunca cantar y tocar. Sin duda, de ninguna clase de ellos
conocen su lengua vernácula mejor que nadie.
(2). Si “Psallo” significa cantar y tocar a la vez, nadie
ha obedecido a Dios hasta que ha hecho ambas cosas.
Si este es el significado del vocablo, no puede cantarse
sin tocar porque la Palabra lo ordena, ni puede permitirse
tocar sin cantar. Si ambas cosas están incluidas, nada
puede omitirse, y si excluidas, nada puede usarse.
(3). Los apóstoles conocían el griego, hablaban en grie­
go y escribieron en griego y fueron guiados a toda la ver­
dad por el Espíritu, y cuando establecieron las iglesias
de Cristo no les dijeron que debían tocar (Efesios 5:19,1,
Corintios 14:15). Como ya se ha mencionado anteriormen­
te, los historiadores de la iglesia, de la música en la iglesia
y el Nuevo Testamento, testifican que la música en la
iglesia primitiva era el canto sin acompañamiento de ins­
trumentos. Esto debe resolver de una vez la cuestión sus­
citada en las mentes de los hombres que piensan. El co­
nocimiento del idioma griego no es indispensable para
zanjar el asunto.

— 85 • —
10. “Se usa como simple ayuda y nunca formando parte
de la adoración”
(1). No se trata de una ayuda, sino de una añadidura.
Cantar y tocar son dos clases de música distintas e inde­
pendientes una de otra. Cada una puede existir sin la otra,
aunque son iguales en cuanto a clasificación. Sin embargo,
están coordinadas según la definición de Webster: “(1).
Iguales o de la misma clasificación; nunca subordinadas.”
Cuando dos cosas están coordinadas, una de ellas NO
PUEDE SUBORDINARSE A LA OTRA. Puesto que can­
tar y tocar pertenecen a la misma categoría, son coordina­
das, y el cantar no puede subordinarse a tocar. Lo que
es una mera “ayuda” no puede poseer una igualdad, ya
que cuando la tiene no puede clasificarse de “ayuda”.
Propiamente hablando, no puede decirse QUE TOCAR
ES TAN SOLO UNA AYUDA AL CANTO. “Música”
es un término general, pero el cantar es muy específico.
El canto es la única CLASE de música que se autoriza a
los cristianos en los servicios de adoración. Cuando la
música instrumental se añade a otra clase de música de
igual categoría es un aditamiento hecho a la adoración,
un elemento extraño, desautorizado y una violación de ca­
da versículo que enseña no adicionar nada a la voluntad
de Cristo porque es transgredir la ley divina y, por lo
tanto, pecado (1 Juan 3:4).
(2). Decir que la música instrumental no forma parte
de la adoración es una sutileza de niños. Al ser iguales
en categoría y usados durante los cultos, forma parte de la
adoración. El negarlo no cambia el hecho. Cuando los ju­
díos preguntaron a Jesús sobre los mandamientos de los
hombres, el Maestro no negó que ellos adorasen a Dios,
pero su forma de hacerlo era vana (Mateo 15:9). La mú­

- 86 —
sica instrumental adultera el culto y le hace inútil porque
no concuerda con la Revelación y no es en “espíritu y
en verdad (Juan 4:23-24).
(3). Además, es evidente que el instrumento impide
en vez de ayudar a adorar. Una observación imparcial y
objetiva revela el desaliento que hace imperar entre la
congregación que canta. Se convierte en una “muleta” y
destruye la habilidad humana. Nunca puede ayudar a la
enseñanza, admonición y comprensión del mensaje porque
uno está más pendiente de la música que de la letra.
La voz, expresión sentimiento, emociones y variacio­
nes, son el don que Dios ha dado a los hombres cuando
cantan. Esto ha sido sobradamente probado en las ma­
sas corales, cuartetos, etc. Muchos de los que visitan la
iglesia de Cristo admiten que la música vocal es superior
a la instrumental. Una carta escrita por M. Krantz, del
Conservatorio de Música de Dresden (Alemania), a A. R.
Kepple, dice:
“No podemos aconsejar el uso de instrumentos para el
desarrollo del cultivo de la voz porque son en detrimento
y crean un estada de dependencia” (Debate Hunt-Ynman,
página 54).
“Es innegable que la música vocal es generalmente más
expresiva que la instrumental. El sentimiento religioso en­
cuentra su expresividad natural en la manifestación vocal,
porque el corazón humano es el manantial de la devoción
y del canto” (Enciclopedia Católica, Tomo X, pág. 651)
Sin embargo, antes de usar una cosa, ya sea como ayuda
o recurso, debe ser legal, y como la Biblia ni lo autoriza
ni lo considera, ha de ser desechado por los cristianos.

— 87 —
11. “Si podemos emplear el diapasón para encontrar
el tono, ¿por qué no el piano para conservarlo?”
Los que hacen la pregunta no distinguen la diferencia
entre el diapasón y la melodía. El cantar implica una
tonalidad. Quienes dirigen el canto deben aprender a can­
tar sin la ayuda del diapasón para encontrar el tono exacto.
Muchos no lo usan porque no deja de ser otra “muleta”,
si bien no hay ningún paralelo entre tocar el armonio du­
rante el himno y hacer sonar el diapasón al comienzo del
canto. Una vez se ha encontrado el tono correcto, el
diapasón cesa, mientras que la música instrumental pro­
sigue como melodía o música añadida al canto. Nadie al
hablar de un concierto se refiere solamente a “guardar
el tono”.
No existe ningún paralelo entre los libros de música
y los instrumentos y, por lo tanto, cuando se usan, nada
que no esté autorizado se añade a la adoración, porque
únicamente se hace lo que Dios nos manda: cantar. Pero
cuando se introduce la música ya es algo diferente añadido
al culto y esto no está permitido a los cristianos cuando
adoran a Dios.
12. “La música instrumenta] nos gusta, la deseamos y
queremos tenerla”
Cuando no puede aducirse nada en favor de los instru­
mentos en la adoración; cuando cada argumento ha sido
refutado y todo subterfugio demolido, algunos admiten
que los emplean porque les gusta y lo quieren. Quienes
así piensan andan más por vista que por fe y están más
interesados en complacerse a sí mismos que agradar y obe­
decer a Dios. No es el hombre quien debe ordenar sus
propios pasos, sino la voluntad de Dios revelada en la Pa­
labra escrita. Es imposible ganar o enseñar a los que no
se dejan guiar por las Sagradas Escrituras. Si queremos
ser salvos debemos hacer la voluntad del Señor (Mateo
7:21). Al adorar y servir a Dios debemos limitarnos a
agradarle y no complacernos a nosotros mismos. “Porque
ni aun Cristo se agradó a sí mismo” (Romanos 15:3). Será
la Palabra escrita la que nos juzgará (Juan 12:48, Apoca­
lipsis 20:12). Permanezcamos fieles a la doctrina de Cristo
sin añadir ni quitar nada.
La diferencia fundamental entre la iglesia de Cristo y
otras religiones estriba en la actitud de la primera hacia
la Biblia. Creemos que debemos hacer solamente lo que
enseña y autoriza la Biblia; seguir el principio de andar
por la fe que viene por el oír la Palabra de Dios.

CONCLUSION

La música instrumental no es nueva, ya que, por lo


menos, tiene seis mil años de antigüedad (Génesis 4:21).
Es interesante oír decir a muchos que es necesaria la
música instrumental en la adoración porque se emplea
en el Antiguo Testamento, aunque todos concuerdan en
que no existía ni se usaba cuando la iglesia primitiva
fue fundada.
El Señor omitió la música instrumental en la iglesia
porque no le agradaba; de otro modo, lo hubiese orde­
nado.
Algunos tratan de justificar su uso diciendo que Cristo
no lo condenó explícitamente; sin embargo, hay muchas
cosas en el Antiguo Testamento que el Señor no desaprobó
mencionando el nombre, por ejemplo, santificar a los pri­
mogénitos, tener hijos con la sierva, etc. Todo esto no
se condena en el Nuevo Testamento, pero ¿podemos ha­
cerlo los cristianos? ¡Ciertamente, no! Solamente lo que

— 89 —
se enseña en el Nuevo Testamento debe ser observado
por los cristianos (Colosenses 2:14, Mateo 16:19).
Los instrumentos musicales en los cultos han sido causa
de división en casi todos los grupos religiosos. La iglesia
de Cristo no es una rama de la Iglesia cristiana, sino que
sigue la pauta señalada por el Nuevo Testamento. Tanto
los historiadores de la iglesia, musicólogos, como el idio­
ma griego y el Nuevo Testamento atestiguan la veracidad
de lo expuesto. El hombre que parte leña es quien divide
los troncos, así como quienes introducen instrumentos en
los cultos son culpables de división en la Iglesia.
Para estar de acuerdo con la voluntad de Dios debemos
llevar un nombre religioso correcto; la doctrina ha de ser
genuinamente bíblica y la organización y formas de adorar
al Señor deben concordar con los principios novotesta-
mentarios. Adoremos y sirvamos a Dios “como está es­
crito” en Su Palabra revelada. Recordemos que los cris­
tianos estamos supeditados a Cristo y no a David ni a
Moisés.

— 90 -
CAPITULO VII

¿ROBARA EL HOM BRE A D IO S?

“¿Robará el hombre a Dios? Pues vosotros me habéis


robado. Y dijisteis: ¿En qué te hemos robado? En vues­
tros diezmos y ofrendas. Malditos sois con maldición, por­
que vosotros, la nación toda, me habéis robado. Traed
todos los diezmos al alfolí y haya alimento en mi casa y
probadme ahora en esto, dice Jehová de los ejércitos, si
no os abriré las ventanas de los cielos y derramaré sobre
vosotros bendición hasta que sobreabunde” (Malaquías
3:8-10).
a) El libro de Malaquías fue escrito cuando la espi­
ritualidad de Israel había alcanzado el grado mayor de
decadencia. Estaban dejando de honrar a Dios como Padre
y ya no tenían el temor del Señor (1:6). Ofrecían sobre el
altar pan inmundo (v. 7); llevaban para los sacrificios ani­
males ciegos, cojos y enfermos (v. 8); y todo lo que había
sido hurtado (v. 13). Dios les advirtió que no aceptaría
sus ofrendas, ni adoración (v. 10), aunque llenaran el altar
de lágrimas (2:13).
Junto con todos estos pecados y el empeoramiento de
las formas de adorar, también robaban a Dios los diezmos

— 91 —
y las ofrendas. Daban pero no todo lo que debían, ya
que el Señor les había mandado traer todos los diezmos.
b) El robo es uno de los peores pecados. Cuando al-
guie nroba en un Banco, casa o individuo particular, el
sentir de la gente y la ley exigen que el culpable sea cas­
tigado. ¿Pero cuál es nuestra actitud para con los que ro­
ban a Dios? ¿Acaso no es tan culpable la persona que
roba a Dios como la que lo hace a un ciudadano cual­
quiera?
c) ¿Roban los hombres a Dios en nuestros días? Sí,
sin duda alguna. El ser humano es el mismo hoy que
al principio. Su naturaleza, tentaciones y pecados son
esencialmente los mismos. Los hombres robaban a Dios
en tiempos de Malaquías y siguen haciéndolo ahora.
d) En el pasaje que encabeza este capítulo se desta­
can en primer lugar las cosas materiales: diezmos y ofren­
das. Es cierto que a Dios también se le pueden robar
cultos de adoración, talentos, gloria y honor, haciendo
en casa lo que debe ser hecho en la iglesia, y puede
robarse a Dios la verdadera adoración que merece per­
mitiendo que los ídolos de los tiempos presentes se inter­
pongan entre nosotros y El; siguiendo tradiciones huma­
nas y siendo negligentes en cuanto a asistir a los ser­
vicios de adoración. Sin embargo, el texto no trata prin­
cipalmente de tales asuntos —aunque en el libro de Ma­
laquías se habla de estas formas de robar a Dios—, sino
de omitir ofrecerle los diezmos y las ofrendas. No demos
rodeos a los versículos y entremos en el meollo de la
cuestión.
I

¿COMO LOS HOMBRES ROBAN DINERO A DIOS EN


NUESTROS DIAS?

a) No dándole todo lo que debieran dar. Este capítulo


corresponde, en primer lugar, al pueblo de Dios, aunque
también interesa a los que no son miembros de la iglesia,
pues éstos deben comprender el plan financiero de Dios.
El hombre que vive una vida entregada completamente al
Señor comprende su obligación de dar mucho mejor que
el que no es miembro de la iglesia o que aquel que vive
para el Señor solamente a medias.
El Señor tiene un plan para el sostenimiento de la igle­
sia y no es el hombre quien debe buscar la fórmula para
hacerlo. Su sistema es sencillo a la vez que sublime y
eficaz. Se trata de que cada cual dé el primer día de la
semana de acuerdo a lo que Dios le haya prosperado (1
Corintios 16:2). Debe proponer en su corazón dar liberal­
mente, generosamente y alegremente (2 (Corintios 9:7).
Esto se aplica a todos por igual. Cada cual debe dar de
conformidad a lo que el Señor le haya dado. Ofrendar es
una orden a la que estamos tan obligados como orar, can­
tar y celebrar la Cena del Señor. Se entiende que si
una persona es desafortunada y no posee nada, debe asis­
tir y participar en otros actos del culto. Cuando uno pue­
de dar y no lo hace, se hace culpable de robar a Dios, a
la vez que trata de viajar mendigando para ir al cielo y
está en la cola de los pobres que mendigan también en
la iglesia —recibiendo algo sin dar nada a cambio— . El
Mar Muerto está muerto porque recibe y no da; no per­
mite que sus aguas rieguen las regiones alrededor.

93 —
b) Los hombres roban a Dios cuando retienen una
parte y no dan todo lo que deben a Dios. En los días de
Malaquías daban parte del diezmo, pero Dios les censura
por no dar todo el diezmo. También le robaban en las
ofrendas. Bajo la ley del Antiguo Testamento estaban obli­
gados a dar el diezmo y además las ofrendas voluntarias.
Diezmar era una práctica común en la Dispensación Pa­
triarcal y Mosaica. Abraham entregó su diezmo a Mel-
quisedek: “Y le dio Abraham los diezmos de todo” (Gé­
nesis 14:20, Hebreos 7:4-7).
Diezmar fue enseñado por Moisés con las palabras si­
guientes: “Y el diezmo de la tierra, así de la simiente de
la tierra como del fruto de los árboles, de Jehová es; es
cosa dedicada a Jehová” (Levítico 27:30).
“El diezmo... de Jehová es”. Dejar de dar todo el diezmo
era considerado un robo, según hemos visto anteriormen­
te en nuestro pasaje.
Hoy vivimos bajo una nueva dispensación. Tenemos
una forma distinta de adorar a Dios que se efectúa en y
por medio de Cristo y conforme a Su aquiescencia; pero
adoramos al mismo Dios. Bajo el Antiguo Testamento,
cuando dejaban de dar lo que debían, eran culpables de
robar a Dios. Hoy, si omitimos dar lo debido, ¿acaso no
somos también culpables de robar a Dios? Y si no lo
somos, ¿por qué?
Para ser más precisos: si una persona debe dar cien
pesetas el día del Señor y da solamente cincuenta, ha ro­
bado a Dios cincuenta pesetas. Si uno debe dar cincuenta
y da tan sólo diez, este domingo roba al Señor cuarenta
pesetas. Multiplique la cifra por cincuenta y dos y podrá
deducir lo que se roba a Dios anualmente. ¿No es así?
Piense en usted mismo y verá muy pronto cuál es su situa­
ción ante Dios. ¿Su proceder con Dios es honrado o bien

— 94 —
es usted un “ladrón” religioso? En cierta ocasión se mos­
tró a un hombre que estaba robando a Dios y al recono­
cerlo dijo que iba a restituir lo robado.
¿Cuánto debe dar un cristiano? Esta es una cuestión
que cada seguidor de Cristo debe afrontar. Nos ayudará
a obtener una respuesta adecuada el considerar la elevada
y sublime posición que ocupamos los cristianos. Las ben­
diciones que gozamos son muy superiores a las de aque­
llos que vivían bajo el Antiguo Testamento, y, por consi­
guiente, nos corresponde dar mucho más que ellos. Los
que aman al Señor no deben dar por fuerza. Aparte el
amor y el aprecio, los cristianos deben buscar abundar en
la gracia de dar: “abundad también en esta gracia” (2 Co­
rintios 8:7). Bajo el Nuevo Testamento poseemos un sis­
tema “honorífico” de ofrendar. Cada uno debe proponer
en su corazón (2 Corintios 9:7) y dar “según haya prospe­
rado” (1 Corintios 16:2).
Sin embargo, desde ningún punto de vista debemos in­
terpretar la expresión “según haya prosperado” para dar
menos de lo exigido a los que vivían bajo la ley del Anti­
guo Testamento. Ellos estaban obligados a diezmar y lue­
go daban además las ofrendas voluntarias. Habrá casos
de extrema pobreza donde Dios aceptará menos; pero, se­
gún lo considerado antes, está claro que los cristianos
deben dar más del diezmo que fue la cantidad ordenada
a los israelitas. ¿Por qué?
1. Somos cristianos. Bajo Cristo gozamos de bendicio­
nes espirituales superiores a las que los israelitas dis­
frutaban en días de Moisés. La ley no hizo nada perfecto,
pero trajo una esperanza mejor (Hebreos 7:19). Aquéllos
nunca gozaron de un perdón completo (Hebreos 10:1-4),
mientras que nosotros, sí (Hebreos 8:6-13). Además, debe­
mos tener en cuenta que Dios siempre ha elevado la for­

— 95 —
ma de vivir. En el Sermón del Monte, Jesús afirmó que
el cristianismo requería unas normas de vida más subli­
mes que las del Antiguo Testamento. Los cristianos deben
dar más de la décima parte, de otro modo demostramos
que el cristianismo es inferior al judaismo.
2. Estamos viviendo bajo un pacto mejor (Hebreos
8 :6).
3. Sellados con una sangre mejor, la sangre de Jesu­
cristo (Hebreos 9:13-14).
4. Establecido sobre promesas mejores (Hebreos 8:6).
5. La primitiva iglesia de Cristo, establecida en Jerusa-
lén en el año 33 D. C. aproximadamente, estaba compuesta
de diezmeros. Habían diezmado bajo el antiguo Pacto y
hecho ofrendas voluntarias. ¿Puede un estudiante de la
Biblia sincero creer que dejaron de dar el diezmo cuando
se hicieron cristianos? Es evidente que aumentaron sus
donativos porque entendieron los principios en que se
basa la mayordomía, ya que “ninguno decía ser suyo pro­
pio nada de lo que poseía” (Hechos 4:32), y muchos em­
pezaron a vender sus casas y tierras con el objeto de so­
lucionar las necesidades más urgentes de la iglesia (Hechos
4:34-37). Quienes hace años diezman nos dirían que no
se contentan con dar solamente la décima parte, sino que
dan cada vez más.
6. Algunos miembros de la iglesia de Cristo dan más
del diezmo. Quienes no lo están haciendo no sobrellevan
los gastos de la iglesia equitativamente. El hombre que
se niega a asumir su parte en los gastos de una actividad
cualquiera no es bien considerado y ni siquiera tenido por
buen deportista. ¿No es lo mismo con la iglesia?
7. Muchas personas de otras religiones dan el diezmo
y nosotros no debiéramos estar contentos de que nos su­
— 96 —
peraran. Es evidente que ello no agrada al Señor, pues con­
fía que sobrepasemos en todo a nuestros enemigos. El
“¿qué hacéis vosotros que no hacen los demás?” ha ido
resonando a través de todas las edades. No debemos per­
mitir que otros den más para extender el error que nos­
otros para extender la verdadera semilla de Cristo. Nos
corresponde dar más de la décima parte de nuestros be­
neficios.
8. Debemos dar generosamente si cosechamos genero­
samente. “Pero esto digo: El que siembra escasamente,
también segará escasamente; y el que siembra generosa­
mente, generosamente también segará. Cada uno dé como
propuso en su corazón: no con tristeza, ni p-or necesidad,
porque Dios ama al dador alegre” (2 Corintios 9:6-7).
Dar solamente el diezmo no es ofrendar generosamente,
pues así era considerado en el Antiguo Testamento y tam­
bién en nuestros días. Sería difícil encontrar a un santo
o pecador que, al hacerle la pregunta, nos dijera que quien
da tan sólo el diezmo es un dador generoso. ¿Qué clase
de persona es la que rechaza dar más de la décima parte
de sus beneficios?
9. El amor debe impulsarnos a dar. El amor entrega.
Dios amó tanto que dio a su Hijo unigénito. Jesús amó
tanto a la iglesia que se entregó a sí mismo por ella (Efe­
sios 5:25). Dar es la prueba suprema del amor. El que
ama intensamente da liberalmente; el que ama superfi­
cialmente da escasamente; por lo que quienes gozan de
una salvación tan grande y de todas las bendiciones cris­
tianas, deben ser impelidos por el amor a dar generosa­
mente y con alegría. El amor hacia Dios, la adhesión a
Jesús, la pasión por las almas perdidas y el afecto a la
iglesia deben constreñirnos a dar liberalmente.
Ofrendar menos de lo que debiéramos es robar a Dios

— 97 —
la diferencia entre lo que damos y la suma que debié­
ramos dar.
c) Otra forma de robar a Dios es dándole únicamente
lo que nos sobra.
En tiempos de Malaquías ofrecían al Señor animales
ciegos, cojos, enfermos y pan inmundo, lo que no repre­
sentaba apenas algún sacrificio para ellos. Trataban de
que Dios aceptara lo que tenía poco valor o apenas nin­
guno. Debemos desear dar a Dios algo que valga, y la
mejor ofrenda es la que cuesta un sacrificio. De lo que
ganamos debemos dar el doce, quince o veinte por ciento
y no lo que sobra después de haber cubierto todas nues­
tras necesidades y caprichos. Lo que dio la pobre viuda
le costó un gran sacrificio:
“Y dijo: En verdad os digo que esta viuda pobre echó
más que todos. Porque todos aquellos echaron para las
ofrendas de Dios de lo que les sobraba; mas ésta, de su
pobreza echó todo el sustento que tenía” (Lucas 21:3-4).
Es evidente que el Señor juzga nuestra ofrenda no tan
sólo por la cantidad que damos, sino por el sacrificio que
nos ha costado y por lo que nos hemos guardado.
David expresó este principio:
UY el rey dijo a Arauna: No, sino por precio te lo com­
praré, porque no ofreceré a Jehová mi Dios holocaustos,
que no. me cuesten nada” (2 Samuel 24:24).
No debemos dar a Dios el resto que no necesitamos. A
los israelitas se les exigió dar las primicias de sus frutos
y nosotros tenemos que apartar nuestra ofrenda tan pron­
to como recibimos el dinero o bien asegurarnos de que
Dios tenga Su parte. No hacer esto y luego gastar el dinero
en cualquier cosa para dar al Señor las sobras que no
nos hacen falta es robar a Dios.
— 98 —
d) Robamos a Dios cuando faltamos al culto de adora­
ción y omitimos ofrendar lo que corresponde a ese do­
mingo.
¿Qué hace usted con el dinero del Señor? Usted admite
que es suyo, que lo tiene apartado para El y ofrenda
siempre lo propuesto en su corazón, pero un domingo
falta al culto. Cuando el próximo día del Señor va a
la Casa de Dios, ¿dobla su contribución o solamente entre­
ga la misma cantidad regularmente? Si gastamos dinero
que le adeudamos, ¿no estamos robando a Dios?
e) El hombre roba a Dios cuando no le da de lo que
gana aparte de su salario.
Quizá una persona ofrenda liberalmente más del diezmo
de sus emolumentos; pero, aparte, hace un negocio y gana
varios cientos de pesetas o tiene la suerte de percibir una
bonificación y luego no se siente lo suficiente agradecido
para dar a Dios Su extra. ¿No está también robando a
Dios? ¿Por qué no?

II

¿POR QUE LOS HOMBRES ROBAN A DIOS?

a) Falta de enseñanza.
No se ha instruido lo suficiente a los cristianos sobre
este asunto y de ello son culpables los padres, predicado­
res e instructores. No podemos anunciar todo el consejo
de Dios y rehuir la cuestión de ofrendar. La Biblia habla
mucho más de las ofrendas que de la fe, arrepentimiento,
confesión y bautismo juntos. Muchos han rqbado a Dios
en el pasado y lo hacen ahora porque no han sido ense­

— 99 —
ñados sobre el particular. Siempre hay quienes abusan
de las ventajas que ofrece un sistema “honorífico” y de
confianza. A pesar de creer que las bendiciones de vivir
bajo la dispensación de la gracia son superiores a las
que gozaron los israelitas, por lo que debiéramos dar más
que ellos, hemos abusado de la expresión “según haya
prosperado”, y seguimos pensando que con darle sola­
mente unas pocas pesetas estamos agradando a Dios.

b) Egoísmo.
Hacemos hincapié en que muchos gastan más dinero
en placeres que dan a Dios. Cuando se hace esto y la
persona insiste que da más de lo que puede, ¿no está
engañándose a sí mismo? Acaso las Escrituras no le con­
denan junto con los “amadores de los deleites más que
de Dios” (2 Timoteo 3:4). Con el dinero que muchos miem­
bros de congregaciones gastan en caprichos y cosas su-
perfluas habría lo suficiente para sostener un predicador
en algún lugar necesitado.

c) Falso orgullo y lujo.


El deseo de emular y aun superar al vecino conduce
muchas veces a un gasto innecesario en lujos extrava­
gantes.

d) Pobreza.
Muchos darían más si tuvieran, pero como son pobres
necesitan todo o casi todo lo que ganan para vivir y no
tienen prácticamente nada para Dios. El cristiano debe
trabajar de forma que pueda lograr lo suficiente para
cubrir sus gastos y todavía le sobre dinero (Efesios 4:28).
- - 100 —
e) Tacañería y amor al dinero.
Normlamente la avaricia se manifiesta en un acusado
amor al dinero. Esta no es la única exteriorización por­
que las Escrituras dicen que el amor al dinero es la raíz
de todos los males (1 Timoteo 6:10). El robo es un mal
y un pecado, ya que lo mismo es robar en un Banco que
hurtar a Dios.
f) Falta de amor.
No robamos a quien amamos, ni su buen nombre, ni
algo de su pertenencia. Después de haber sido instruidos
en este asunto llegamos a la conclusión que, si amamos
a Dios, no dejaremos de darle nada de lo que es suyo y no
le robaremos más.

III

CONSECUENCIAS DE ROBAR A DIOS

a) Se roba el progreso de la Iglesia.


Si tuviéramos dinero suficiente, todo el mundo sería
evangelizado en unos pocos años. Si todos los miembros
de la iglesia diesen solamente el diezmo, por no decir lo
mucho que debe dar el corazón que rebosa de amor, la
iglesia tendría el dinero indispensable para la construc­
ción de edificios adecuados, imprimir literatura y sostener
predicadores suficientes para que cada ser viviente tuviese
la oportunidad de oír el Evangelio en muy pocos años.
b) Se roba respeto a la Iglesia.
El mundo deja de respetarnos cuando no actuamos de
acuerdo a los mandamientos divinos. Creemos que la fe

— 101 —
viene por el oír la Palabra; que la misión de la iglesia es
dar la ocasión a que todos oigan, crean y obedezcan el
Evangelio; que ocupamos la única posición religiosa sobre
la que el mundo puede unirse; que somos la verdadera
iglesia del Nuevo Testamento y poseemos el puro Evan­
gelio que necesita la Humanidad. Sin embargo, más en
tiempos pretéritos que ahora, nuestros edificios son a me­
nudo inadecuados y nuestros proyectos tan limitados que
nuestro mensaje no es tenido demasiado en cuenta y la
iglesia no es respetada como debiera. ¿Por qué? En pri­
mer lugar porque no tuvimos el dinero y ello fue debido
a que estuvimos robando los fondos de Dios.
c) Se roba la salvación a los perdidos.
El plan de Dios ha sido salvar el mundo por medio de
la predicación, a pesar de que a los hombres les parezca
una locura (1 Corintios 1:21). “¿Y cómo oirán sin haber
quien les predique? ¿Y cómo predicarán si no fueren en­
viados (Romanos 10:14-15). ¿Y cómo serán enviados sin
el dinero para hacerlo? Robar a Dios nos lleva a unos
límites y consecuencias insospechadas. Los pecadores no
pueden obedecer el Evangelio mientras no tengan la opor­
tunidad de oír. Robar a Dios o dejar de dar según ordena
la Biblia es limitar el poder del Señor para salvar a las
almas perdidas. Robar a Dios es robar la salvación a iu¡>
pecadores. Por esta razón, el asunto de ofrendar de acuer­
do con las Escrituras es una imperiosa necesidad en la
presente coyuntura y también por la eternidad a causa de
las consecuencias futuras.
d) Se roba a los predicadores el sostén apropiado.
Jesús dijo que el obrero es digno de su salario (Lucas
10:7). El Apóstol Pablo confirmó este principio y ademá«

— 102 —
presentó numerosas razones con el objeto de enseñar que
quienes pasan su tiempo predicando el Evangelio deben
vivir del mismo. “Así también ordenó el Señor a los que
anuncian el Evangelio, que vivan del Evangelio” (1 Corin­
tios 9:14).
Un sostén inapropiado a los predicadores se refleja en
la iglesia además de hacer retroceder el progreso de la
Obra. La iglesia ha aprendido en muchos lugares lo que
significa ayudar adecuadamente a quienes dedican todo
su tiempo a la predicación. La ayuda debe ser lo sufi­
ciente amplia como para poder ocuparse de los enfermos,
necesidades imprevistas y de los ancianos.
Sin embargo, algunos todavía piensan que los predica­
dores deben sacrificarse más que los otros cristianos y co­
brar solamente para “ir tirando” sin morir de hambre. Mu­
chos, si tuvieran a su cargo a un predicador, no le sosten­
drían de forma decente; otros lo harían bien, pero no
pueden porque los miembros de su iglesia no dan. segúr
las Escrituras, y al predicador se le ha de robar el sosten
adecuado a sus necesidades. De todas formas, la iglesia
se roba a sí misma la buena labor que el predicador pu­
dría hacer si estuviera convenientemente remunerado
e) Se roba ayuda a los pobres necesitados.
A causa de no tener dinero la iglesia es incapaz de ayu­
dar a los necesitados, que de otra forma podría si todos
los miembros dejaran de robar a Dios lo que se le debe.
f) Nos robamos a nosotros mismos.
1. Muchas bendiciones. Jesús dijo: “Más bienaventura­
do es dar que recibir” (Hechos 20:35). Para todos los que
aman al Señor es un gozo dar. Dios, por medio del pro­
feta Malaquías, conminó a su pueblo que fuesen honrados

— 103 —
con El, dieran todo el diezmo, cesaran de robarle de los
diezmos y las ofrendas, y les prometió más bendiciones
de las que serían capaces de recibir.
A veces se objeta que el diezmar no es justo para todos,
pero todavía es más injusto que Dios tenga que sufrir las
consecuencias. Además, si ahora no es justo, no lo fue
nunca, aunque sabemos que Dios demandó para sí todo
el diezmo.
2. Robamos nuestra propia salvación. No habrá lu­
gar en el cielo para los infieles. Los que roban a Dios
son tan culpables como los que roban en un Banco. El
que peca por no dar a Dios el dinero que le pertenece es
tan culpable de pecado como el miembro de la iglesia que
no cumple cualquiera de las obligaciones que le han sido
asignadas por el Señor. Así que la persona que roba a
Dios se priva a sí misma de ir al cielo y escribe su propia
sentencia eterna por ser un “estafador” religioso.

— 104 —
CAPITULO VIII

¿E S IN D ISPE N SA B L ES A SISTIR
A LOS CULTOS?
Son muchos los que asisten regularmente a las reunio­
nes que se celebran en la iglesia, pero hay muchos que
no lo hacen.
¿Ha dejado Dios que el hombre escogiera lo que debe
hacer sobre el particular? ¿Es la voluntad de Dios que
nosotros asistamos a los servicios regularmente? ¿Está
igualmente contento cuando no hacemos acto de presencia
en la Casa de Dios?
Estas son preguntas vitales que cada individuo que
ama y teme a Dios debe hacerse. Todas las cuestiones
relacionadas con la Biblia deben responderse a la luz
de su enseñanza. Dejemos a un lado nuestras opiniones
sobre el asunto y consideremos las evidencias bíblicas re­
lacionadas con esta materia.
La voluntad del Señor consiste en agradarle y no en
procurar complacernos a nosotros mismos. Notemos lo
siguiente: >’
I
LA ASISTENCIA REGULAR A LOS CULTOS ES
IMPRESCINDIBLE PARA OBEDECER A CRISTO
Este capítulo va dirigido en primer lugar a todas las
almas honestas y sinceras que están interesadas en obede­

— 105 —
cer a Cristo e ir al cielo. Cuando no se va a adorar a Dios
en la iglesia el primer día de cada semana se desobedecen,
por lo menos, tres mandamientos.
a) Se quebranta el mandato de congregarse.
“Y considerémonos unos a otros para estimulamos al
amor y a las buenas obras.”
“No dejando de congregarnos, como algunos tienen por
costumbre, sino exhortándonos, y tanto más cuando veis
que el día se acerca” (Hebreos 10:24-25).
Sabemos que los cristianos primitivos se juntaban el
primer día de la semana y algunas veces más a menudo,
por lo que se deduce de varios textos.
b) Se infringe el mandato de celebrar la Cena del
Señor.
“Haced esto en memoria de Mí”, dijo Jesús cuando ins­
tituyó la Cena del Señor (Lucas 22:19). Esto no deja de
ser un mandamiento que si no se obedece o se omite es
pecado. En cuanto a la frecuencia de celebrar la Cena del
Señor, ha sido probado hasta la saciedad con versículos
de la Biblia que se efectuaba cada primer día de la se­
mana.
“El primer día de la semana, reunidos los discípulos
para partir el pan, Pablo les enseñaba, habiendo de salir al
día siguiente, y alargó el discurso hasta la medianoche”
(Hechos 20:7).
¿Cuándo se reunían? “El primer día de la semana”. ¿Pa­
ra qué? “Para partir el pan”. En varios pasajes de las Es­
crituras se enseña que otras facetas de la adoración deben
ser incluidas, aunque en este versículo se declara explí­
citamente que se congregaban con el propósito de partir
el pan. Cada semana tiene un primer día, y si seguimos
el ejemplo apostólico también nos juntaremos ese día para

— 106 —
partir el pan y para adorar al Señor de varias formas. A
los judíos se les ordenó en el Antiguo Testamento:
“Acuérdate del día de reposo para santificarlo”, y com­
prendieron que ello significaba cada sábado. Si el día de
reposo quería decir cada sábado, ¿por qué “el primer día
de la semana” no iba a ser el primer día de cada semana?
Existen otros textos bíblicos que se refieren a la co­
munión semanal, además de muchas evidencias históricas
que prueban que la iglesia primitiva celebraba la Cena del
Señor el primer día de cada semana.
En el año 72 D. C., Barnabás escribió: “El octavo día
es el comienzo de una nueva semana, y con gozo santifi­
camos este día porque en él Cristo resucitó”.
Justino M ártir escribió en el año 150 D. C.: “En el día
del Señor todos los cristianos de la ciudad y de la campi­
ña se congregan para leer los escritos de los apóstoles y
profetas, porque en este día el Señor resucitó. Una vez
juntos, el presidente ora y exhorta a la asamblea a imitar
y practicar las cosas que han oído; luego, todos oramos y
celebramos la Cena del Señor. Los que pueden y desean
dar, lo hacen, y lo recogido se pone en manos del presi­
dente que lo distribuye entre los pobres, viudas y otros
cristianos, según requieren sus necesidades” (Historia Ecle­
siástica, Tomo 1, pág. 135, nota 10).
Eusebio, padre de la historia de la iglesia, escribió “Des­
de el principio, los cristianos se reunían el primer día de
la semana, llamado por ellos Día del Señor, para leer las
Escrituras, predicar y celebrar la Cena del Señor” (“El
Cristiano Bautista”, segunda edición, pág. 254).
“La comunión semanal no dejó de celebrarse después
de la muerte de los apóstoles y sus contemporáneos. Hay
gran multitud de testigos que aseguran fue observada du­
rante más de dos siglos, con sumo cuidado y amor, por

— 107 —
todos los cristianos que le sucedieron. No es necesario
engrosar estas páginas con más citas. El hecho es indis­
cutible” (Dr. Juan Masón, de Nueva York, en sus cartas
sobre la “Frecuencia de la Comunión”).
Las evidencias en favor de la celebración de la Cena
del Señor el primer día de cada semana son abrumado­
ras. ¿Por qué los cristianos de los primeros siglos la ce­
lebraban semanalmente? Porque les fue enseñado a los
apóstoles y fueron guiados por el Espíritu a toda verdad.
Esta es una de las características de la verdadera igle­
sia de Jesús. Cualquier grupo religioso que no recuerda
la Cena del Señor el primer día de cada semana no pue­
de ser la verdadera iglesia del Señor. Cualquier llamado
discípulo de Cristo que no se reúne semanalmente, a me­
nos que no sea debido a un impedimento de fuerza ma­
yor, quebranta una orden de Cristo.
c) Se delinque otro mandamiento cuando no se asis­
te a la adoración pública que efectúa la iglesia, porque
no se tiene la posibilidad de ofrendar.
“En cuanto a la ofrenda para los santos, haced vos-
otros también de la manera que ordené en las iglesias de
Galacia.
"Cada primer día de la semana cada uno de vosotros
ponga aparte algo, según haya prosperado, guardándolo,
para que cuando yo llegue no se recojan entonces ofren­
das” (1 Corintios 16:1-2).
Unos pocos envían sus contribuciones cuando no pue­
den asistir, pero la mayoría no da nada cuando no hace
acto de presencia en el culto. En este caso, desodebede-
cen tres mandamientos del Señor.

— 108 -
II

PARA CONSEGUIR UN BUEN DESARROLLO


ESPIRITUAL ES IMPRESCINDIBLE ASISTIR
A LOS CULTOS

Todos necesitamos tener comunión con los hermanos,


recibir enseñanza y ser alentados, toda vez que la fuerza
espiritual se deriva de la adoración. Cuando se deja Je
asistir regularmente al culto, se tiende a perder el in­
terés y merma el progreso espiritual necesario.
“Jesús les dijo: De cierto, de cierto os digo: Si no
coméis la carne del Hijo del Hombre y bebéis su sangre,
no tenéis vida en vosotros” (Juan 6:53).
Comer la carne del Hijo del Hombre y beber su sangre
es aceptar con fe y sumisa obediencia las enseñanzas
de Cristo. El hombre debe reconocer el sacrificio que
Jesús hizo en la cruz y por la fe y obediencia recibir los
beneficios de su muerte vicaria. Esto se realiza primera­
mente “siendo bautizados en su muerte” (Romanos 6:3).
Nadie ha sido salvo por la sangre de Cristo hasta que
se le ha bautizado en Su muerte. La doctrina de la sal­
vación que enseña que ésta se efectúa antes del bautis-,
mo, hace innecesaria la muerte de Cristo.
El aceptar la doctrina de Jesús y seguirle fielmente
incluye también la observancia de la Cena del Señor “el
primer día de la semana”. Quienes no obedecen a Cristo
al respecto, no tienen vida espiritual.
Si una persona toma la Cena del Señor de forma in­
apropiada, pronto enferma y más tarde duerme espiri­
tualmente.
“Porque el que come y bebe indignamente, sin discer­
nir el cuerpo del Señor, juicio come y bebe para sí.

— 109 —
"Por lo cual hay muchos enfermos y debilitados entre
vosotros y muchos duermen” (1 Corintios 11:29-30).
Ningún cristiano tiene vida espiritual abundante y
desarrollada, hasta que es fiel en la asistencia y obser­
vancia de la Cena del Señor de manera apropiada.
Jesús no quiso decir que el hombre debe comer lite­
ralmente su carne ni beber su sangre. Esto no se hizo
nunca. No ha existido el ser humano que haya comido
o bebido la carne y la sangre de Jesús. Diez mil oracio­
nes sobre la mesa del Señor no pueden transformar el
pan en carne ni el fruto de la vid en sangre de Jesús.

III

PARA QUE LA IGLESIA TENGA VIDA ES IMPRES­


CINDIBLE ASISTIR A LOS CULTOS

La iglesia posee la misión de evangelizar el mundo,


cuidar de los huérfanos y viudas y fomentar el amor en­
tre sus miembros. Ninguno de estos deberes puede ser
llevado a cabo si la congregación no mantiene un culto
público en el que se adore y trabaje con este propósito.
Si un miembro puede dejar de asistir a las reuniones de
adoración con la aprobación de Dios, todos pueden que­
darse en casa porque Dios no hace acepción de perso­
nas. Si todos se quedan en casa, ¿cómo podrá la iglesia
cumplir con la misión que le ha sido encomendada?
La conclusión es evidente. Si la iglesia debe cumplir
una labor en el mundo, sus miembros están obligados
a asistir fielmente a los servicios, y quienes no lo hacen
regularmente no colaboran ni ayudan a que la iglesia
cumpla su misión en la tierra.

— 110 —
IV

PARA SER LEALES A CRISTO ES IMPRESCINDIBLE


ASISTIR A LOS CULTOS

Todos aquellos que profesan seguir a Cristo deben ser­


le leales.
"Porque el que se avergonzare de mí y de mis pala*
bras, de éste se avergonzará el Hijo del Hombre cuando
venga en su gloria y en la del Padre y de los santos án­
geles” (Lucas 9:26).
Jesús dijo también: “Si me amais, guardad mis man*
damientos” (Juan 14:15).
La doctina de Cristo enseña que sus discípulos no de­
ben dejar de congregarse, porque la fidelidad hacia El
lo exige. Los predicadores y maestros de la Biblia que
dicen no es imprescindible la asistencia a la iglesia, están
enseñando a ser infieles a Cristo. Cuando uno concurre
a los servicios debe procurar ir a una iglesia donde se
obedezcan otros mandamientos del Señor sin añadirles
ni quitarles nada, a saber: donde pueda celebrar la Cena
del Señor en obediencia a su mandato; donde pueda —sin
acompañamiento de instrumentos— cantar como ordena
el Señor: “Hablando entre vosotros con salmos, con him­
nos y cánticos espirituales, cantando y alabando al Señor
en vuestros corazones” (Efesios 5:19).
Fidelidad a Cristo no significa asistir a los cultos en
cualquier iglesia, sino en Su iglesia; de la misma forma
que fidelidad a España no quiere decir lealtad a las leyes
de un Gobierno cualquiera, sino a las leyes del Gobierno
español.

— 111 —
V

ES IMPRESCINDIBLE PARA PODER ESTAR


PREPARADOS CUANDO CRISTO VUELVA

Ningún desodebiente e infiel está preparado para el


día de la segunda venida de Jesús. Quienes dejan de
juntarse con los demás santos lo son y por lo tanto no
están listos para ir al encuentro del Señor cuando vuelva.
Jesús nos dice que debemos estar aparejados en todo
tiempo para ese día glorioso:
“Por tanto, también vosotros estad preparados; por­
que el Hijo del Hombre vendrá a la hora que no pensáis”
(Mateo 24:44).

VI

ES IMPRESCINDIBLE PARA NUESTRA PROPIA


INFLUENCIA

La iglesia llena de numerosos fieles es más respetada


que aquella que siempre está casi vacía. La iglesia posee
una gran influencia en el mundo. La persona que no
asiste a los cultos y no añade su influencia a la de los
demás, manifiesta que no reconoce el poder de la iglesia
o bien que no está interesado en promoverlo.
El que no asiste regularmente, influye perniciosamente
a los que le rodean, porque su ejemplo hace alejar de los
cultos a sus hijos, amigos y pecadores necesitados de
salvación.
Los que siguen a Cristo deben darse cuenta de la im­

— 112 —
portancia que tiene su concurso. En cierta ocas'ón el
Maestro dijo a sus discípulos:
“Vosotros sois la sal de la tierra; pero si la sal se des-
vaneciere, ¿con qué será salada? No sirve más para nada,
sino para ser echada fuera y hollada por los hombres.
"Vosotros sois la luz del mundo; una ciudad asentada
sobre un monte no se puede esconder.
”Ni se enciende una luz y se pone debajo de un al­
mud, sino sobre el candelero y alumbra a todos los que
están en la casa.
”Así alumbre vuestra luz delante de los hombres, para
que vean vuestras buenas obras y glorifiquen a vuestro
Padre que está en los cielos” (Mateo 5:13-16).
A menudo se arguye que la asistencia a la iglesia no
es imprescindible y que todo lo que una persona debe
hacer es “vivir de acuerdo a la voluntad de Dios reve­
lada en la Biblia”. Ante los argumentos bíblicos presen­
tados, ¿cómo puede uno “vivir según la Biblia”, si deja
de concurrir a los servicios públicos de adoración que
celebra la iglesia?
No; no se puede ser buen cristiano y a la vez infiel
a Cristo, porque la lealtad incluye concurrir regularmente
a los cultos.

VII

IR A LA IGLESIA ES IMPRESCINDIBLE PARA


PODER IR AL CIELO

No hay otra disyuntiva posible. Para ser cristianos te­


nemos que decidir y escoger. A nadie se obliga seguir
al Señor. Sin embargo, cuando uno ha hecho su opción,
ya no puede escoger las condiciones que más le gusten

— 113 —
para hacer viable su aceptación. Cristo impone las for­
mas y el hombre debe dejar a un lado su opinión y deseos
para rendir su vida a la voluntad del Señor. Jesús dijo:
“Id por todo el mundo y predicad el Evangelio a toda
criatura; el que creyere y fuere bautizado será salvo; mas
el que no creyere seyá condenado” (Marcos 16:15-16);
y en otra ocasión: “Si no os arrepintiéreis, todos pere­
ceréis igualmente” (Lucas 13:5). Para ser cristiano debe
oírse y creer el Evangelio de Cristo, arrepentirse de to­
dos los pecados, confesar su fe en Jesús y ser bautizado
en Cristo para el perdón de los pecados (Hechos 2:38).
El hombre no tiene derecho a estipular la manera de
salvarse y debe solamente aceptar la forma establecida
por el Señor.
Después de ser cristiano, el hombre no puede decidir
acerca de su asistencia a los cultos. Si quiere ser un fiel
seguidor de Cristo, obediente y leal, debe hacer acto de
presencia en los servicios de la iglesia y adorar a Dios
tal como las Escrituras enseñan: observar la Cena del
Señor el primer día de cada semana; cantar con gracia
en el corazón; ofrendar; orar y meditar la Palabra de
Dios. La obediencia a Cristo reclama nuestra asistencia
porque es indispensable para ir al cielo.
¿Y acerca de las reuniones intersemanales que hace
la iglesia? ¿También es necesario asistir? Estos servicios
entre semana se realizan para el bien de toda la iglesia,
ya que en ellos se estudia la Palabra, se ora y se decide
sobre otras actividades que servirán para la extensión del
Evangelio. Si el corazón del hombre es recto ante Dios,
tratará de hacer más para su Señor y no de escabullirse
y no hacer nada, o lo menos posible.
El Señor Jesucristo no habló de la hora, lugar y fre­
cuencia que debían celebrarse las reuniones; pero cuan­

— 114 —
do hay un sitio y una hora determinada, todos los que
están interesados en crecer y desarrollarse espiritualmen­
te y ayudar al avance de la Causa en el mundo, harán un
esfuerzo especial para estar allí con el objeto de ayudar
y ser ayudados.
“Recuérdales que se sujeten a los gobernantes y auto­
ridades, que obedezcan, que estén dispuestos a toda
buena obra” (Tito 3:1).
¿Es el culto intersemanal una buena obra? ¿Son una
buena obra las reuniones de señoras? ¿Es una buena obra
tener culto el domingo por la tarde? Estas preguntas tie­
nen una respuesta afirmativa, luego, preparémonos para
toda buena obra.
Asista a las reuniones de la iglesia para adorar a Dios
como enseña el Nuevo Testamento. No es suficiente ado­
rar a Dios, ya que los paganos e idólatras también lo
hacen. Debemos adorarle como está ordenado en la Bi­
blia. La iglesia de Cristo es la única iglesia que adora
a Dios según las Escrituras, sin añadir ni quitar nada.
Lo afirmaremos en un debate público si alguien se atreve
a negarlo.
¿Por qué pertenecer a una denominación que mantiene
prácticas ‘ que no son bíblicas, cuando usted puede ser
miembro de la verdadera iglesia de Cristo y adorar al
Señor de acuerdo a las Escrituras?
“Las iglesias de Cristo os saludan” (Romanos 16:16).

Asista a la Iglesia de Cristo y


obedezca el Evangelio de Cristo.

— 115 —
SUMARIO
I. COMO LLEGAR A SER CRISTIANO. 5

II. LA VERDADERA IGLESIA. 21

III. LA UNIDAD RELIGIOSA. 33

IV. EL BAUTISMO DEL ESPIRITU SANTO. 45

V. LA CENA DEL SEÑOR. 61

VI. INSTRUMENTOS MUSICALES. 75

VII. EL DIEZMO. 91

VIII. LA ASISTENCIA A LOS CULTOS. 105


A. G. Hobbs
ha escrito 116 páginas sobre tem as bíblicos que son fu n ­
dam entales para el conocim iento y desarrollo de la vida
cristiana, dividiendo su m agistral lección e n t r e g o s si­
gu ientes tem as:

I. Cóm o llegar a ser cristiano.


II. La v erd ad era Iglesia.
III. La u n id ad religiosa.
IV. El b au tism o del E sp íritu Santo.
V. La cena del Señor.
VI. In stru m e n to s m usicales.
VIL El diezm o.
VIII. La asistencia a los cultos.

U n libro im prescindible p ara p ro fu n d izar en la vida


cristiana.

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Editorial IRMAYOL. Apartado de Correos 2.001.


MADRID-2 (España)

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