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S ALAMANDRA 13

Relato Mágico
de

M IGUEL Á NGEL DE B ERNARDI


1

... Somos ángeles con una sola ala


y podemos volar,
abrazándonos los unos a los otros.
Lucían de Crescenzo.

La leyenda cuenta que la salamandra es un ser mitológico de aspecto asombroso. Una


fusión de serpiente y dragón, que al volar lanza por los ojos las llamas de la renovación. Se
cuenta que es aquella que destruye lo caduco para que surja el nuevo orden. La
salamandra es la señora de lo efímero. Es poseedora del espíritu elemental del fuego.
Para mí todo esto sólo es mito, en mi vida fue la representante de la pasión de amor más
profunda que un humano haya vivido jamás.

El primer domingo de mayo a las seis de la mañana: tomo mi auto y comienzo la aventura.
En el momento que salí de la ciudad de México se asomaba por el cielo horizonte un
espléndido día. Las perspectivas de mi viaje cambiaron al pasar por Pachuca y subir la
empinada carretera que cruza la sierra de Hidalgo. El camino de un momento a otro se
nubló cubriendo al paisaje con aire pegajoso.

El peligro es magnetico. Los espléndidos barrancos que bordean la carretera comenzaron


a atraerme: adquirieron voz; un lenguaje similar al eco. Para tranquilizarme decidí no
pensar. Es importante huir de la horrible sensación de imán proveniente del barranco.

En unos minutos la niebla comenzó a trepar por la sierra. El espectáculo resulta suntuoso.
El clima enfrió, se hizo hielo sin ser hielo. De mi interior comenzaron a surgir exhalaciones
extrañas al parecer nacidas de mi inconsciente. Por suerte ya estaba cerca del hotel donde
me hospedaría. Aún así, aceleré sin importarme el peligro de la angosta carretera y el
brutal recuerdo del accidente de Constanza, mi novia: su funeral... ¡sus ojos azules!*

Al llegar a la administración del hotel, una gran calma me inundó. El lugar estaba vacío...
lleno de vacío, brotando vacío. El sitio resultaba sugerente, más aún por la soledad que ahí
se hospeda.

El hotel es una ex hacienda colonial cargada de belleza innata, algunos fantasmas


aburridos y la suficiente nostalgia para alucinar cualquier cordura. Junto al barranco donde
se erige la construcción, se ve un estanque donde los patos nadan sin saber que existen.
Por todos lados hondonadas, flores, plantas exóticas, esqueletos de arquitectura de la
época colonial.
Al cruzar la puerta del recibidor que conduce hasta las habitaciones, me senté sobre mi
maleta dejando que el llanto surgiera de mis ojos y a su antojo. Al camarero le causó
extrañeza, pero me entendió cuando le expliqué que mi novia había muerto.

Ya rumbo a la habitación, sentí que las paredes de la Ex Hacienda de Regla me protegían.


Vivía un acontecimiento desesperado. Estoy tranquilo. El ver a otro ser humano me resulta
alivio, aunque cuando uno está desesperado, sólo imagina fantasmas. *

La humedad de aquellas paredes antiguas me curaba de espanto. Me quedé con la


moneda de la propina en la mano. Los fantasmas no necesitan dinero, sólo piden
alucinados.

El lugar es espléndido. Un antiguo casco de hacienda que fue propiedad de Pedro Romero
de Terreros, Conde de Regla, fundador del Monte de Piedad y del fraude más sonado de
su siglo.

Cuando llegué a mi habitación, ya era de noche. ¿Cómo pudieron transcurrir tantas horas,
si al registrarme en la administración aún no era el medio día? Si no hallo respuesta,
prefiero dejar de preguntarme.

La vista es magnífica. Por la ventana entra un antiguo cielo ya abandonado por los
ángeles. En cuanto estuve instalado en la habitación, me senté a descansar en una silla
mecedora. Abrí de par en par la ventana y con el paisaje entrante me dispuse a leer esta
novela.

No pude, la naturaleza del lugar me atrajo. El frío de la sierra calaba mis huesos. Aún así,
decidí salir a caminar a los portentosos jardines. Me coloqué encima un abrigo color tabaco
y emprendí mi paseo entre la oscuridad y el viento. Tomé rumbo al estanque. Todo lo
mágico ocurre cerca del agua.

El jardín era una galera confusa para mi concepción de la realidad. Antes ese sitio se uso
para “lavar” el material extraído de las minas de la región. Plata y más plata, ambición que
no se acaba. La llovizna se introdujo en mi piel, devolviéndole lozanía a mi rostro,
atenuando las cicatrices de mi tristeza. Cada gota fue una pepita de plata que en el alma
me impregnaba su brillo.

Al llover, la extensión es una mina y el agua un mineral que se escurre por mi cuerpo.
Cuando alcanzo un sentir espiritual, un ángel se aparece en mis espaldas. No conviene
voltear, pues el ángel huye. Lo mejor es permanecer con él a mis espaldas hasta que la
realidad vuelva a apoderarse de mí.

Las diminutas gotas de agua se aglutinan en mis párpados, como si los cristales fueran un
hierro magnético capaz de atraer todo lo translucido. ¿Son mis ojos? Me sentí inmerso en
un panorama de magnitudes poéticas, más bien extravagantes: en una pintura
Prerrafaelista, inspirada en eso y aquello que soy capaz de imaginar cuando estoy solo.

Existen sitios de Poder. Al visitarlos, me doy cuenta que lo que me acontece, ya alguna vez
lo viví. Yo soy un déjà vu constante. Según mi imaginación, a mí en San Miguel Regla
siglos atrás me ocurrió algo distinto: imaginé que en ese momento alguien me soñaba. Mis
movimientos no me pertenecían, sólo eran parte del inconsciente; de alguien que a lo lejos
me sueña.

Al llegar al estanque, una gran paz me cubrió, como si ese sitio donde antes se purificaba
el mineral, fuera un lugar energético, de esos a los que acuden los peregrinos en busca de
una antigua aparición que les conceda un milagro o por lo menos consuelo. Es un hecho
que cada quien inventa su personal Santiago de Compostela.

Unos sitios me raptan, otros devoran mi naturaleza cotidiana, transportándome a las


regiones menos excavadas del pensamiento. Estar en uno de esos lugares me carga de
dicha, ¡de la vibración de la dicha!

Las húmedas estridencias de la naturaleza de la noche, fueron mis acompañantes de


ritual, de peregrinaje. El hombre huye del misterio, aunque un hecho contundente se le da
al ser envuelto por el espíritu de la aventura. Surge del interior de sus abismos una
sustancia volcánica que lo arrastra incendiándolo y enseguida lo conduce a la
transmutación. No soy de barro, soy de lava, ¡de lava incandescente, de una cerámica de
fuego apasionado!

Después de más de una hora de reflexiones y paseo, decidí regresar a cenar, pues el
servicio de restaurante del hotel lo cierran a la media noche y yo llevaba dos días sin
probar bocado, ya que debido a mi estado emocional, mi estómago todo lo rechazaba.

Gracias a la paz que adquirí en el estanque, el hambre se condolió de mí. La oscuridad no


me preocupaba, nunca me ha preocupado... quizá sea lo único que no me ha preocupado.
La vereda, aunque resbaladiza, brillaba. De pronto mis pies patinaron. Al tratar de
mantener el equilibrio, pisé un cuerpo viscoso. Al sentirlo me quedé petrificado. ¿Un año,
un siglo? En la suela de mi zapato estaba impregnado un cuerpo viscoso.

Existen texturas malignas, que al tropezarme con ellas de inmediato me transmiten su


asquerosa fetidez. Siguiendo un acto reflejo, mis ojos buscaron el animal... por un
momento pensé que se trataba de una rana o un sapo y hasta llegué a atemorizarme con
la idea de que era una víbora.

En cuanto me agaché, me di cuenta con quien había tropezado. Era una enorme lagartija
de extraños colores. Un animal de belleza aterradora y a la vez sorprendente. Terminó el
asco y el miedo. Me enterneció haber lastimado al animalito, pues mi zapato rasgó parte
de su abdomen dejando al descubierto sus intestinos: pequeños tubos color gris. En ese
momento supe que la ternura es una fuerza del amor.

La sensación de muerte es la más poderosa de las sensaciones. Es por eso que le gusta
ligarse con la del amor, para así eternizar un instante. Mi pensamiento acudió al forense, a
Constanza, a esa noche de turbaciones cuando sin aceptar su muerte, tuve que identificar
el cadáver. Constanza era mi novia... ¡sus ojos azules!

Saqué de mi mente el recuerdo de Constanza. Siendo un autómata tomé al animal herido


entre mis manos llevándolo conmigo, sin importarme que mi instinto a gritos me dijera que
la ternura de ese bicho, me acarrearía males terribles.

¡Continúa leyendo, Sandra! Pase lo que pase, continúa. Es la única forma en que yo podré
deshacerme de este encantamiento. Hablo muy en serio. ¡Continúa leyendo, Sandra!

No fui a cenar al restaurante como lo había previsto. Me dirigí a mi habitación sintiendo la


angustia y el miedo que emanaba de mí y de aquel reptil. Miedo a que muriera entre mis
manos impregnándolas por siempre del húmedo olor a muerte.

Al llegar a la habitación, corriendo fui al baño y tomé una toalla, con ella envolví a mi
“paciente”, tratando de inmovilizarlo y con la esperanza de que la naturaleza misma del
animal le zurciera la herida. El color blanco de la toalla, a manera de María Luisa, resaltaba
la belleza de los colores del bicho.

Pese al hambre, no salí a cenar. Por teléfono pedí que me llevaran un paste de piña y un
vaso de leche. Mientras tanto me dediqué a explorar la anatomía de aquel bicho raro. Sus
ojos negros no dejaban de verme. Eran saltones, arcaicos. Llegué a creer que reclamaban
mi torpeza: algo que me llenó de culpa.

Sus párpados parecían estar delineados en rojo y eso les daba aire siniestro. Nunca antes
vi ni animal ni cosa parecida. Su cuerpo era casi translúcido y en el interior de la epidermis
aparecía la urdimbre de lo fantástico. Un orfebre al servicio de los caballeros cruzados. El
color de su piel era de un azul que iba del añil al eléctrico, para terminar siendo un aqua
que contrastaba con naranja. Composición magnífica: una obra maestra de la naturaleza.
Los colores del cuerpo antagónicos del verde, a manera de collar, le circundaba el cuello.
Las coloraciones de pronto significaban un contrapunto. El colorido me hizo recordar la
textura del cofre de plata donde depositaron las cenizas de Constanza... sus ojos...

Me asusté. Debido a los acontecimientos recién vividos, cualquier cosa me trasladaba


hasta Constanza. En el punto en que la locura me ronda, mi razón busca alivios en todos
sus archivos. Por desgracia esas curas de “verdad”, en lugar de salvarme, me precipitan.
Un desvelado mesero, que en un principio confundí con fantasma, me llevó el paste y la
leche. Por un momento pensé contarle lo ocurrido. Tal vez fuese un acontecimiento común
en el hotel. Algo me indujo a callar. Mi destino no acostumbra manifestarse por medio de
los actos banales.

Comí ya sin hambre. En mí boca la combinación de piña y leche me recordaba una tarde
de mi adolescencia, cuando Marcia se desvistió en el sótano de su casa y después de
mirarla desnuda, me pidió que la tocara. Terminamos el juego llenos de dudas, deseos y
hambre. Es bello saber que el hambre está relacionada con un amor perdido. De ser
angustia, pasa a ser añoranza y al final... vacío. Aún así Marcia, es bello... recordarte
mientras como una rebanada de pastel.

El bicho no me quitó la mirada de encima, acechándome: ¿era reto o súplica? Probé darle
un terrón de azúcar, lo esquivó. Pensé en pedir a la cocina un huevo crudo, pues sé que
algunos reptiles los comen. Al llamar por teléfono a la recepción, me informaron que ya el
restaurante había cerrado, por lo que deduje, el tiempo corrió más rápido de lo que pensé.
Más deprisa que mi entendimiento

El frió aumentaba en forma alarmante. La niebla fue enrollándose en los árboles y con su
algodón volátil, se recargó en las paredes y las cosas. Encendí la chimenea. Desde que
me propuse realizar el viaje, algo que me ilusionaba era prender el fuego de la chimenea y
junto a él y a un té de eucalipto, leer hasta muy tarde.

Mientras la llama crecía me fui hipnotizando en sus colores. Pensé en lo difícil que es
encender una pasión... quizá el destino nos oculta la leña. ¿Y si los corazones fueran una
chimenea a la que diariamente hay que encender y darle el aire del riesgo para que la
combustión exista y el frío se convierta en la cobija del romance?

La lumbre no tardó en abrasar los leños y mis ojos. De inmediato el calor, a manera de
bálsamo generoso fue inundando la habitación y a la vez mi cuerpo. El bicho, que hasta
ese momento había permanecido mirándome inmóvil, comenzó a inquietarse. Por un
minuto pensé que su instinto de supervivencia le avisaba del peligro del fuego. De pronto
lanzó espantosos chillidos, quejas de otro mundo.

El ruido resultaba monstruoso. Increíble para un animal tan pequeño. Estoy seguro que por
todo el hotel se escuchó, aunque según me dijo el camarero: están tan acostumbrados a
los gritos de las almas en pena, que ya ni caso les hacen.
Temblando tomé la toalla donde estaba envuelto el animal y lo alejé de la chimenea lo más
que pude. Para mi sorpresa la inquietud de la alimaña creció. Sus bramidos llenaban la
habitación, eran los de un niño herido, de un humano agónico... ¡de un dios derrotado!

No supe qué hacer. Nadie sabe qué hacer cuando una noche se le presenta en su
habitación la mitología. Lo desenvolví para apretar un poco más la presión de la toalla,
pero en ese momento, a pesar de su enorme herida, huyó de mis manos. Era un ser
viscoso que se resbalaba...

Me sentí tranquilo. Supuse que ya estaba restableciéndose de su lesión. Cuál sería mi


sorpresa cuando vi que el bicho todavía con medio cuerpo arrastrando y los intestinos
fuera del abdomen, se introdujo al fuego de la chimenea.

Cerré los ojos para no ver al bicharraco incinerándose. ¿Era un suicidio? Mi frente escurría
gotas de sudor frío y al parecer mi corazón, de un momento a otro reventaría. Recordé el
momento en que encendieron el horno crematorio de la funeraria donde incineraron a
Constanza, lo azul...

Mi bajo vientre se contrajo como si alguien hubiera apagado en él la colilla de un cigarro.


Lancé un aullido que me desgarró la garganta, y al escucharlo, me di cuenta que era muy
similar a los emitidos por aquella alimaña. Tal vez todos los seres llevemos en nuestro
interior un grito similar para comunicarnos el dolor y quien nos oye, permanece unido a
nosotros por siempre.

Hubiera querido permanecer con los ojos cerrados, intenté huir hasta mi auto y escapar;
emitir una queja. Que ésta fuera escuchada y que al abrir los ojos, ya todo estuviera en su
sitio y el dolor lejano, muy lejano... allá en lo remoto. Que lo vivido hubiese sido una
pesadilla. La oscuridad de mis ojos me resultaba aterradora, mis párpados las paredes de
un húmedo calabozo.

Cuando lentamente fui abriendo los ojos, el sudor se me introdujo en las pupilas
produciéndome un ardor insoportable. Aún así, alcancé a ver al bicho retozando en el
fuego, vivificándose. El fuego lo fortalecía.

Trastabillando fui hasta el lavabo con la intención de limpiarme el sudor y que el agua fría
mitigara el ardor de mis ojos. Me tropecé con la puerta del baño, dándome un fuerte golpe
en la frente. Cuando tomé el agua helada entre mis dedos y la lancé sobre mi rostro, fui
relajándome.
Abrí los ojos y hasta entonces me di cuenta que con el golpe me había producido una gran
cortada en la frente. Debido a mi vulnerable estado nervioso, la visión de la sangre casi me
desmaya. Mi rostro parecía el de un animal sangrante ansioso de venganza.

Durante unos segundos me lavé la herida. Después cogí una toalla y como pude me la
amarre en la frente. De inmediato recordé cuando del mismo modo traté de curar al bicho.
Intenté correr hasta el teléfono, llamar al administrador pidiéndole auxilio, taparme con las
cobijas hasta que llegase un médico, pero cuando salí del baño...

Un maravilloso resplandor rubí flotaba en la habitación. Sin preguntármelo supe que la luz
provenía del bicho. Cuando me atreví a ver a la chimenea, pude admirar el espectáculo
mayor que jamás un humano haya contemplado.

No existe nada más muerto


que el amor muerto.
Leyenda India

En ese momento supe que la alimaña no era una lagartija. ¡Era la mítica Salamandra! El
espíritu elemental del fuego, la madre de la creación, la diosa Isis Desvelada; que me
miraba desde el antiguo Egipto con ojos violeta y el cuerpo al rojo vivo... entre la lumbre,
pude ver lágrimas plata en sus ojos.

Todo mi dolor y sufrimiento pasaron a segundo plano. Se convirtieron en emociones


vulgares, indignas de un ser que ha alcanzado la gracia de mirar una de las visiones
predilectas del misterio. ¡Ver a Salamandra!

¿La vida de cuántos mortales ha sido privilegiada con un instante de misterio? Mi mente se
transportó al pasado. Me sentí unido a los seres elegidos. Por un instante fui Sacerdote
Sumerio, Faraón Egipcio, Señor Águila, Caballero Templario, Alquimista de la Edad Media,
escritor de textos prohibidos. Paracelso, John Dee, Agripa...

La Salamandra salió del fuego y fue hasta mí. Su herida estaba totalmente cerrada. Me
aterré, pero pude contenerme. El instinto me dijo: ¡aguanta! La luz de Salamandra me
había entregado el Temple y el Cáliz.

Fiat Voluntas Dei

Salamandra ágil trepó por mi pierna. Sus pequeñas garras se clavaban en mi pantalón y
llegaron hasta mi piel. Traté de no aterrarme. Aún así, caí al suelo. Cuando Salamandra
escaló hasta mi frente, con sus diminutos colmillos me arrancó la toalla y en un acto que
consideré de amor, con su lanceta, lamió mi sangre.

Me quedé dormido. Al otro día desperté pensando que todo había sido una pesadilla que
culmino en éxtasis. Al incorporarme vi que a mis pies dormía Salamandra. Mi primera
reacción fue tomar un leño y matarla.

Fui hasta la chimenea y elegí un tronco. Cuando estaba a punto de aplastarla, abrió los
ojos y me miró, aceptando su muerte. Sé que Salamandra era lo suficientemente ágil para
huir, pero le bastaban sus ojos para lograr dominarme. No pude asesinarla. Lancé el tronco
y la tomé entre mis manos. Ella reaccionó con algo que interpreté como sonrisa, una dulce
sonrisa que emanaba luces de mercurio.

Me miré al espejo. Mi herida había cicatrizado. No por un proceso natural, sino porque
Salamandra la había lamido. A partir de esa mañana, mi pensamiento y vida cambiaron de
rumbo. ¡Viví el amor!

Al hotel comenzaron a llegar huéspedes. Nadie iba acompañado. Al parecer eran hombres
y mujeres solitarios. Yo todas las mañanas iba al restaurante en busca de algún alimento
para Salamandra. Le llevaba leche, pechuga de pollo deshebrada, a veces hierbas,
huevos, legumbres. Al parecer nos comunicábamos gracias a lo espontáneo. Hombre y
reptil jugando a la mitología.

Después de que Salamandra comía, acostumbrábamos jugar. Corría hacia mí trepando por
mi pecho, para luego salir huyendo hacia un nuevo rincón. Yo iba en su busca y al
encontrarla, le acercaba mi nariz al hocico, para después correr a esconderme. Ella se
encargaba de buscarme.

A media la tarde, llenaba la tina del baño, me desnudaba y Salamandra me usaba como un
gran trasatlántico capitaneado por ella. De pronto ella nadaba y corría por entre mi cabello,
al parecer el agua une a los seres vivos. Nuestros líquidos internos son el recuerdo de
aquel mar en el que por primera vez nadó Dios dando la Luz.

Parecerán juegos tontos, pero a nosotros nos servían de pretextos para transmitirnos vida,
para que nuestras emociones se entrelazaran realizando pactos secretos. Los juegos del
amor, sólo los entienden los enamorados. Salamandra y yo, jugamos a la pasión...
interpretando los simbolismos, se alcanza el éxtasis místico.

Después de jugar, ella acostumbraba dormir una siesta. La acomodaba sobre mi almohada
y yo salía a dar un paseo por los alrededores del hotel. No consideré prudente sacarla de
la habitación. No quise que se me considerara un extravagante o un nuevo fantasma y el
personal de la cocina no acudiera a mis llamados.

En una de esas tardes, decidí ir hasta el pueblo se San Miguel. Anduve caminando entre
los puestos de artesanías. Ahí vi una bella esfera de cuarzo. De inmediato supe que le
encantaría a Salamandra. La compré y corrí hasta el hotel.

Salamandra estaba despertando. Con un paliacate rojo que compré en el mercado de


artesanías, le improvisé una pequeña hamaca que ella usaba para su siesta. Verla
resultaba maravilla. Estiraba su cuerpo tratando de desprender los últimos residuos de
sueño. Sin duda el erotismo es hermano gemelo de la quietud.

Cuando Salamandra me miró, yo tenía las manos extendidas y en ellas la esfera de


cuarzo. En el punto que la comunicación es profunda, no se requiere de palabras.
Salamandra fue corriendo hasta su nuevo juguete. Lo tomó entre sus manos y sin pensar
más, comenzó a corretearlo por toda la habitación. Yo disfrutaba del juego tan sólo
viéndolo. Pocas veces tengo oportunidad de ser espectador de lo oculto. La luz de lo
vulgar me lo impide.

Salamandra se cansó de jugar sola. Me lanzó la canica. Yo le respondí. Para extender el


placer, fuimos alejándonos hasta que cada uno estuvo en un extremo de la habitación.
Pasaron las horas. Lo supe porque el administrador me llamó por teléfono preguntándome
si no deseaba cenar, pues estaban a punto de cerrar la cocina. Yo por las risas había
olvidado el hambre, pero acudí en busca de alimento para Salamandra, pues a pesar de
que el fuego le había restablecido la herida, me preocupaba su salud.

Salamandra se quedó mirando la esfera, jugando a ser un adivino de feria. Mientras tanto
yo fui a la cocina en busca de nuestra cena. El cocinero me tenía preparado un suculento
plato estilo japonés de camarón, arroz, alga y trucha. Supuse que a Salamandra le
encantaría el manjar oriental. Nunca imaginé que la cena permanecería intacta y mi
destino sería alterado.

Al llegar a la habitación, Salamandra estaba metida en la chimenea. Esperaba inquieta a


que yo encendiera los leños. Desde aquella ocasión en que surgió del fuego, yo nunca
más había vuelto a prender la chimenea. Quizá por temor o porque mi instinto me dice que
con la magia no se juega.

Coloqué la cena sobre una mesa de noche y empecé a acomodar los leños. Cuando ya
todo estuvo listo, encendí una raja de ocote y la puse bajo los leños. También encendí una
paja de incienso con aroma de mirra. Salamandra permanecía sobre la leña, como un
sentenciado por la inquisición.
El fuego comenzó a crecer. Es aterrador ver a un ser vivo dentro de las llamas, mi instinto
de sobrevivencia no lo acepta. Los ojos de Salamandra, emitían destellos de luz, que aún
no podían ser resplandor. Su piel cambiaba de tonalidades volviéndose tornasol. De pronto
la madera crujía y eso alteraba más mis nervios.

Quince minutos después, Salamandra ya se encontraba al rojo vivo. Sus ojos eran rubí,
después violeta y al igual que la primera vez: llenaban la habitación de iridiscencia.

Al avivarse el fuego, el rojo vivo se iba transformando en alucinación. Súbitamente su


cuerpo se forjó translúcido y pude ver su esqueleto rojo. Su cuerpo estallaba luz
convirtiendo la habitación en un sol atómico. Por telepatía, Salamandra me dijo: antes de
mirarse a los ojos, los amantes ya una vez coincidieron en el fuego.

10

Al otro día me despertaron los toquidos a la puerta. Yo estaba tirado sobre el piso. Las
brazas aún guardaban fuego. Como era su costumbre, Salamandra dormía a mis pies,
como si nada hubiese ocurrido.

Me levanté todavía letárgico. ¿Qué ocurrió anoche? Tomé a Salamandra entre mis manos
y tratando de no despertarla, la llevé hasta la almohada para que ahí continuara tranquila
su descanso. Con el movimiento, medio se despertó, pero al ver que era yo el que la
transportaba se sumió en un plácido sueño.

Fui a abrir la puerta. Era el gerente del hotel que estaba a punto de usar la llave maestra
para abrir. Su rostro estaba pálido y su mirada vidriosa. Me preguntó si había pasado bien
la noche. Después me dijo que varios huéspedes se habían intoxicado con la cena, quizá
los camarones...

Yo le contesté que me encontraba en perfecto estado de salud y le dije riendo que ni


siquiera había cenado. Le señalé la mesita de noche, para que él mismo se cerciorara de
que la comida había permanecido intacta. Para mi sorpresa el plato estaba vacío. Un gran
sobresalto se introdujo hasta mi pecho. El gerente quiso llevarme para que un médico me
revisara, pero yo estaba alarmado por Salamandra. Sin duda ella había devorado la cena.

Eché al empleado y fui corriendo hasta la cama. Salamandra dormía plácida. Con pena la
desperté, pero era un caso de urgencia, ella tendría que entender. Siguiendo su costumbre
me sonrió y de inmediato fue corriendo hasta su esfera de cuarzo invitándome a jugar.
¡Que frágiles somos los humanos ante cualquier circunstancia!

En ese momento supe lo mucho que me había encariñado con Salamandra. En verdad me
encontraba descontrolado. Suponiendo que Salamandra entendía mis palabras, le conté lo
ocurrido. Le dije que si ella había comido del plato contaminado, yo podría ir al médico y
preguntarle cuál era el tratamiento. En verdad me sentía un amante primerizo. Salamandra
seguía jugando con su esfera.

Me tranquilicé al pensar que Salamandra era un reptil y que su aparato digestivo estaba
acostumbrado a alimentos descompuestos. Además, ella era mitología... aun así, durante
todo el día estuve observándola, para que en caso de que se presentara una anomalía,
poder detectarla a tiempo. En verdad me aterraba la idea de encontrar en Salamandra
algún síntoma de intoxicación.

Esa tarde descubrí que un hombre es padre, madre, amigo, hijo, instinto, amante; que un
hombre está más allá de su cuerpo y de aquello que le alcanza a marcar su entendimiento.

Por fin llegó la noche. Era costumbre que a las doce acostara a Salamandra. Sé que para
muchos esto debe resultar locura.

Si algo disfruto, es la conversación nocturna, pero no quise que Salamandra se viera


obligada a vivir tal y como a mí me place. En una pareja debe imperar el respeto. ¿En una
pareja? ¿Ya consideraba a Salamandra mi..?

La envolví en la camisa del pijama y besé su frente. Decidí no dormir, por si ella se sentía
mal. Durante toda la noche la idea de la intoxicación rondó mi cabeza, siendo un fantasma
dentro de una mina. Llegado el amanecer, Salamandra se estiró. Yo le dije al oído:
Constanza...

No hubo contestación. Es natural que si una persona amada muere, uno trate de encontrar
su reencarnación en cualquier ser vivo que se cruce. No por eso voy a pensar que la tía
Virginia es la abeja, que el primo Aguirre es la lombriz y así. Pienso que muchos
pensamientos de reencarnación son una defensa que mitiga un poco el dolor de la pérdida.
¿Y si un día Chucho se aparece siendo rana?

No niego que hubiera sido bello que Salamandra fuera, Constanza. Estoy seguro que
siendo así, nunca más volveríamos a discutir y menos por banalidades. Mientras pensaba
esto, Salamandra se quedó mirándome y me dijo por telepatía: no soy Constanza, pero te
amo: la vida está llena de amores. ¿Jugamos con la canica de cuarzo?

Esto debe sonar disparatado. Hacía menos de una semana que había estado en los
funerales de Constanza, sin lugar a dudas el ser que más amé, y al intentar el olvido, sin el
menor reparo me involucro con una salamandra. No tan sólo es disparatado, sino locuaz,
por lo tanto: posible.

Al otro día, como era costumbre, nos lo pasamos jugando con la esfera de cuarzo. Al llegar
la hora de la siesta de Salamandra, la acomodé en su hamaca. Esta vez no cerró los ojos.
Esperó a que existiera sincronía en nuestras miradas y dijo: “Llévame contigo: soy tu
amante”.

No supe qué contestar. Le dije que lo pensaría con calma, que por lo pronto durmiera, tal
vez estaba ofuscada. Cuando salí de la habitación cerré la puerta con llave. Temí que
Salamandra huyera debido a mi negativa. ¿Será que el verdadero amor siempre es
locura?

Al llegar a la administración del hotel, el encargado me informó que dos de los huéspedes
estaban muy mal y que tuvieron que trasladarlos a un hospital de Pachuca. Aunque yo no
había probado el plato descompuesto, temí morir, abandonar a Salamandra, así como
Constanza hizo conmigo. Después me aterroricé con la idea de que Salamandra muriera.
La imagen de la muerte era lo único que se presentaba en mi cabeza. Era una idea
recurrente que al menor descuido me seducía, así como días antes los barrancos que
bordean la carretera.

Me despedí del empleado fingiendo no preocuparme. Sentí la boca amarga, una lija era mi
lengua. Esta vez no fui al estanque con la intención de adquirir paz, tomé el auto y sin
esquivar los baches me dirigí al pueblo. Quise entrar a una cantina y beber una copa, dos;
pero no estoy acostumbrado al licor y temí ponerme peor.

Resultaba absolutamente absurdo. Salamandra y yo no podíamos ser amantes. Me


parecía indigno, inmoral. Mi educación es muy conservadora. Bajé del auto y comencé a
caminar por las calles de San Miguel. Una señora me ofreció queso, otra truchas, un niño
un camioncito de madera. Los locos y los enamorados siempre caminan. Yo quizá soy las
dos cosas. La unión sublime: ese vértice climático que me traslada por la pasión.

De pronto un letrero me dio una idea sublime. ¡Sí! ¡Sin duda, una idea sublime!

11

En una humilde casa de adobe, se anunciaba con letras azul cielo y faltas de ortografía:
“Se Bisten Niños Dios”. Sin pensar más, toqué a la puerta. Una anciana de mirada
sonriente y dentadura chimuela me abrió y muy amable me invitó a pasar.

La señora usaba unos gruesos anteojos y uno de los vidrios estaba roto. Aún así, sus ojos
resultaban un alivio. Sin duda Dios, en algún momento de su existencia, fue oculista e
impregnó bondad en la mirada de las ancianas que no tienen dinero para pagar la
consulta.

Sin preguntarme el asunto de mi visita, me ofreció asiento: un caballito de madera que ahí
se usaba como sillón. Me dijo que podía balancearme y después me sirvió una humeante
taza de café de olla con mucha canela. El aroma de la bebida me transportó a
Salamandra... todos los aromas me llevaban con mi amante. ¿Es una disposición de los
sentidos o una de las tantas arqueologías del amor?

- Mire señor turista, antes que me diga algo, le agradezco mucho que haya venido. Las
cosas hay que empezarlas por el principio. Mañana sin falta tengo que pagar la
quincuagésima letra de mi máquina de coser, es una Singer. Si no pago, me la recogen.
Son trescientos pesos y no tengo ni un quinto partido por la mitad. ¿Puede ayudarme?

Después del sí y que en agradecimiento la anciana me cantara “Conejo Blas”, le dije que
necesitaba que me diseñara un pequeño vestido de novia, un traje en miniatura. La
anciana me contestó con un gesto interrogativo.

- ¿Para quién, turista? Yo visto Niños Dios.

Sin más, le expliqué que mi sobrina tenía una muñeca muy querida y que quería regalarle
un traje de novia para que la vistiera, pues a ella le gustaba jugar a esas cosas. Cuando se
miente por amor, la llama de la pasión crece.

La anciana, orgullosa me mostró varios Niños Dios que había vestido. El primero databa
de 1921. Algunos usaban tenis, otros playeras deportivas y hasta pantalones
acampanados. La anciana me explicó que le gustaba que el Redentor se sintiera a la
moda, no un ente arcaico al que ya nadie voltea a ver.

Ante la “espectacularidad” de la “modista”, cualquiera se hubiera sentido en París, en un


desfile de moda pret a port, con la diferencia de que aquí la moda era la emoción del alma.
Me sorprendió su habilidad y la veneración que expresaba por sus creaciones. También
me contó que gracias a esos trabajos sobrevivía.

Cuando ya no tuvo nada más que decirme, me detalló la historia de la rotura de sus
anteojos. Me llamaba la atención su relato. Revestía una inusitada emoción; como si el
hecho de que sus anteojos se hubieran roto, le hubiera resultado fantástico. Pensé que
debido a la edad ya estaba media locuaz. Muchas veces la superficialidad nos hace juzgar
como locura aquello que es sublime.

- Señor turista, quizá algún día San Miguel Regla se convierta en la capital mundial de la
moda. Sería bonito, ¿no cree? Tal vez yo ya no lo vea, no importa.

Una lágrima surgió de sus ojos. La gente cuando siente la cercanía de la muerte,
emocionándose con todo, es que se despide de la vida. Segura de poder realizar mi
encargo, me dijo que cuanto antes le llevara la muñeca. Le expliqué los motivos por los
que no podía cumplir su petición:
- Mi sobrina es muy desconfiada y nunca me prestará la muñeca. Además, quiero darle
una sorpresa.

La anciana, pecando de paciencia, me hizo apuntar una lista de medidas que necesitaba y
después me indicó la forma de tomarlas. También me sugirió algunas telas adecuadas.
Salí de allí boyante. Sólo pensando en la felicidad futura.

Cuando todo estuvo arreglado, nos despedimos siendo grandes amigos. Ella quiso
besarme la mano en agradecimiento del dinero para el abono de la máquina. No se lo
permití. Le pedí que antes de dormirse, el beso se lo lanzara a luna. Todos tenemos una
luna que en tiempos de necesidad nos ayuda con el pago.

De inmediato fui a una bonetería a comprar una cinta métrica. Después una niña indígena
me ofreció un ramo de flores, margaritas para ser exactos. No dudé en comprarlo.
Orgulloso me dirigí hacia la habitación, pensando que la sorpresa le encantaría a
Salamandra.

12

El administrador del hotel me miró con desconcierto, pero no me importó. No me asusta el


“qué dirán” y menos cuando me enamoro. El “qué dirán es el hacha que degüella a los
desamorosos.

Así como cada quien carga su dolor en secreto, puede hacer lo mismo con su felicidad. La
felicidad secreta, se duplica. Cuando se la comunicamos a alguien, es eterna. Al llegar a la
habitación, me coloqué las manos en la espalda para ocultar las flores y abrí la puerta con
sigilo, pero el rechinido de la madera apolillada me delató.

Caminé hasta Salamandra y con movimiento ágil, coloqué las flores frente a sus ojos. Ella
sonrió complacida. Aún no entiendo el porqué, pero ella sin importarle el “qué dirán”,
empezó a comerse las margaritas. Para no entrar en controversias tontas, supuse que era
una forma de celebrar nuestro compromiso.

Comencé a tomarle medidas según me había explicado la “modista”. Busto, talle, largo,
cuello, largo de manga, cintura, etc. Salamandra reía emocionada, un poco por la felicidad
y otro tanto por las cosquillas que le causaba la cinta métrica.

Procuré realizar mi trabajo lo mejor posible. Supuse que a pesar del buen augurio de la
anciana, en San Miguel Regla no encontraría las telas adecuadas para el vestido, así que
al otro día muy temprano saldríamos rumbo a Pachuca. Esta vez Salamandra no me
esperaría en la habitación, iría conmigo como corresponde a una prometida.
Pedí a la administración que nos despertaran a las seis de la mañana, para así ir con el
tiempo necesario y elegir un bello traje en alguna revista de modas y la tela lo antes
posible. Entre más rápido llegara la tela a la modista, más pronto podríamos llevar a cabo
nuestra unión.

Acosté a Salamandra en su almohada y un minuto después apagué la luz para así meditar
mejor. La luna entraba por la ventana modelando su silueta brillante, coqueta; pidiéndome
que le escribiera un poema lúbrico.

Sé que en ese momento la luna recibió el beso de la anciana. Entendí por qué todas las
culturas ancestrales la vincularon con la magia. Inferí que la luna y Salamandra habían
estado ligadas durante milenios.

Cuando llega la felicidad, uno se da cuenta de que de nada, se da cuenta. Las largas
jornadas del dolor en realidad son la inspiración para el nuevo amor. En el universo
transcurrían muchas cosas. Los escritores escriben libros, el Arte evoluciona, la gente
sueña triunfos. Salamandra y yo, alejados del mundo, en uno de esos lugares que a pesar
de existir, nadie los piensa, sólo ansiábamos ser felices. Caminar junto al estanque donde
nos conocimos y tomar de la vida lo que ella antes nos había arrancado.

En cuanto nos llamaron por teléfono desde la administración para despertarnos, me di un


baño de agua fría. El agua fría es la mejor forma de iniciar un día especial. Dejé que
Salamandra durmiera un poco más, el sueño repara la vida y nos conduce al ensueño de
nuestra verdad: eso quería para ella.

En prevención, la noche anterior pedí a la cocina una bolsa de fruta, pues no quise que
Salamandra sufriera hambre. Tomé a mi amada con las manos y la puse sobre mi pecho,
ella de inmediato me abrazó. Al pasar por la administración el gerente del lugar nos vio
extrañado, aunque supuso que Salamandra era mi mascota.

Yo estaba feliz de caminar al lado de Salamandra. Al llegar al auto, recordé a la anciana.


Aunque yo no le había dicho la verdad, supuse que ella la intuía. Recordé sus anteojos
estrellados e imaginé los enormes esfuerzos que realizaría para confeccionar el traje
miniatura. Sin más, tomé la decisión de pasar a su casa y pedirle sus anteojos para
comprarle unos nuevos en Pachuca.

Aunque era madrugada, doña Etelvina Francisco, que así es como se llama la anciana,
estaba barriendo el frente de su casa. En cuanto bajé del auto me reconoció. La saludé
amable, pero ella ni me hizo caso. Su mirada estaba perdida en Salamandra. Sin más me
dijo:

- ¿Ella es la novia?
Admito que me descontrolé, pero unos instantes después pude recuperar la calma y le dije
la verdad. La anciana sonrió celebrando mi inocencia. Al parecer ella sabía los secretos de
todos, tal vez hasta los de Salamandra. Era una vieja sabia, capaz de adivinar los
pensamientos y quizás el futuro.

Le dije que iría a Pachuca, que me diera sus lentes para ir a una óptica y cambiarlos por
unos nuevos. Ella me contestó con gran seguridad, que gracias al cristal roto, podía mirar
otras cosas más allá de la vista. Me los entregó temblando, como si los anteojos fueran un
gran tesoro del que nunca antes se había desprendido. Yo de inmediato los guardé en mi
bolsa. Debido al valor emocional que les daba la vieja y que en ese momento también yo
sentía, creí depositar en mi camisa a la Providencia.

- Confió en ti. Que no los arreglen, que me manden unos con un poco más de graduación.
Por ningún motivo dejes que nadie los toque. Que el doctor desde lejos vea la graduación.
Cuídalos como a tu vida. Significan mucho. Nunca antes se los presté a alguien.

Me despedí de doña Etelvina Francisco y de inmediato puse marcha hacia Pachuca. Tomé
en cuenta la advertencia de la vieja, pero lo hice pensando en que la recomendación se
debía a lo importante que eran esos lentes para realizar su trabajo. Quizá por la emoción
de tener junto a mí a Salamandra, nunca imaginé que gracias a ese cristal roto podría
mirar hacia otra dimensión.

Llegamos a la carretera. El asfalto fue una culebra juguetona que reptando a través del
abismo, en su lomo nos llevó hasta Pachuca, “La Bella Airosa”.

En el amor no hay explicaciones, no sirven para nada, estorban. En treinta minutos


estábamos transitando por las calles de Pachuca. Salamandra durante el trayecto devoró
una pera. Yo sólo le robé un bocado. Decidí estacionar el auto cerca del reloj de Pachuca.
Al mirar el edificio supe que el tiempo es bello si es el Arte quien lo esculpe.

Aunque el ansia por comprar la tela me llenaba, quise antes caminar por el parque,
después tomar una nieve, así lo hacen todos los enamorados. Además, las tiendas aún
estaban cerradas.

El reloj de Pachuca marcaba las siete de la mañana en punto. Una bella melodía de
campanadas nos hizo el aire espontáneo y la luz una lluvia de verdades. Como supuse,
ninguna nevería estaba abierta.

Decidí caminar alrededor del parque en sentido inverso al de las manecillas del reloj.
Salamandra iba montada en mi hombro. Ella llevaba el rostro apuntando en dirección de
las manecillas, así, sin separarnos, nos encontrábamos.
De pronto vi a lo lejos el rótulo de una óptica. Recordé a doña Etelvina Francisco, nuestra
maravillosa modista. Siguiendo un acto reflejo, llevé mi mano a la bolsa donde había
guardado los lentes. Ahí estaban. También recordé las palabras de la anciana: “Con ellos
se mira la otra dimensión”.

13

Admito que la curiosidad me hizo presa. ¿Qué enamorado no es curioso? Ciencia es amor,
del mismo modo el amor es ciencia. Temblando me puse los lentes. Antes cerré los ojos,
pues quería que mi primera vista de la otra dimensión fuera muy especial. Salamandra era
mi cómplice, pues temblaba incandescente.

Nada especial ocurrió al ponerme los lentes. Admito que todo lo veía deformado por el
gran aumento de los cristales, pero nada más. Fue cuando Salamandra me dijo al oído: los
ojos para poder ver otras dimensiones, antes deben pedirle permiso a la mente, esta al
corazón, el corazón a la imaginación y por si esto fuese poco, el último permiso lo otorga la
audacia.

14

Bajé por una escalinata muy limpia. Al parecer era de nubes. El lugar resultaba espléndido:
una posa en medio del trópico. Una caverna a la luz de los sentidos. Con sólo posar los
ojos en un sitio y lanzar un grito interno que diga: siempre quise verte: cosa, paisaje,
quimera, ventana, ser, animal, amante, lo que sea; los ojos producen eco. La visión se
hace múltiple. Una imagen puede verse las veces que se quieran y por cualquier ángulo.
Lo único que hay que decir es: ¡Siempre quise verte!

Al descender por la vereda, mis ojos se convirtieron en fuego, ¿o son salamandras? Las
lianas me dan la bienvenida. Seis posibilidades de risa. Lo que miro, tan sólo con desearlo
está en mí. Las visiones se introducen en mi mente gracias a su alquimia. Al llegar a una
cascada, todo terminaba siendo conciencia y gotas de agua helada.

Seguí caminando. El mundo de los objetos comenzó a ser mío, el universo de lo que me
circunda, de lo inmediato. De un más allá que habita en mi mente surgió la paz. Una
iluminación es la llegada de lo vecino, como un viento que vive junto a mí.

Con mis manos formo un tubo para que mis visiones sean más concentradas. Un
telescopio de tacto. Mis sentidos sirven para adueñarme y a la vez pertenecer, ese es el
perpetuo movimiento universal.

Salamandra sonreía comiendo un pepino e imaginando un clavadista inmaterial. Jugaba


con sus colores naranja y azul. Con un rápido movimiento de ojos me comunicó: Este
descubrimiento bien vale una nieve de naranja coronada con una cereza. Nunca imaginé
que Salamandra así se despedía...

15

¿Por qué te fuiste Salamandra? ¿Por qué sin ti mi mente sólo es reflexión sin substancia?
¿Acaso el amor es perpetuo porque al irse no podemos arrancarnos la memoria? ¿Adiós
significa: quiero vivir en tu recuerdo? Ser más que lugar y tiempo: ser lo inalcanzable.

La abertura dimensional que logré descubrir usando los lentes de doña Etelvina Francisco
me condujo hasta otros sitios. La abertura dimensional me llevó a viajar hacia un hoyo
negro que gracias a su fuerza de atracción, todo lo sintetiza. El humano posee un hoyo
negro en su cerebro justo en la coronilla. Con la mente puede localizar el sitio exacto. Pude
encontrarlo porque los lentes me guiaron. Dudo que a lo largo de la historia, otro hombre
haya caminado por los laberintos por donde yo transité.

Vi muchas cosas, otras naturalezas, más extensas que la mía, aunque más simples en su
composición. Se equivoca quien piense que los sitios del más allá son extensiones de la
naturaleza terrena. Es otra naturaleza. Una otredad que ya antes estuvo aquí.

Resulta inútil tratar de explicar algunas cosas. Aquello que surge del hoyo negro de mi
mente me produjo tal atracción, que debí lo viví de inmediato sin guardar nada para el
después.

El ahora esa es la primera vereda de la otra dimensión: no hay instante futuro, lo que surge
ahora lo vives y si no, se pierde por siempre, se transforma en lo irrecuperable del alma.
Allá el tiempo es cuestión de vida, por lo tanto: evolución.

En la “abertura” dimensional, siempre hubo algo más de lo que puedo contar, algo superior
a lo que mis cabales pueden describir o lo que los señores de la otredad me permiten
relatar.

A veces tendré que usar puntos de referencia auxiliándome con emociones terrenales. Las
de aquella dimensión son otras, pero al no haber modo de describirlas, uso la “lentitud” de
lo humano.

¿Qué existe después del amor que no sea desesperación, ansias de ya no existir,
nostalgia y melancolía? ¿Quien te abandona te dice: no me voy? Simplemente nos
encontraremos en una dimensión distante. Allá nos conoceremos de otro modo, cargados
de esa potencia que aquí en la Tierra se alcanza en el orgasmo pleno, pero allá se logra
en cada pensamiento. Allá toda idea no compartida se transforma en una enfermedad muy
similar al cáncer. El hoyo negro toma la energía de lo que destruye y le da fuerza a quien lo
sobrevive. Es un Limbo que traslada y transita.
16

Por fortuna cuando regresé del viaje dimensional, el mesero de la nevería apenas llevaba
mi helado de naranja. Un viaje dimensional dura allá, aquí casi no se percibe el rapto. Aún
así, Salamandra tuvo tiempo de huir. Es lógico, yo estaba llorando.

El mesero no pudo darme ninguna explicación. Siempre que algo me lastima


comienzo con las reflexiones. ¿Será que algunos humanos cambiamos el llanto infantil por
la “adulta” reflexión?

No quise darme por vencido. En cuanto paré de llorar me dirigí al almacén de telas. Ya
eran casi las seis de la tarde. El sol pegaba espléndido. Enseguida escogí el modelo del
vestido, después el güipiur, el encaje, los botones... una esfera de “se fue Salamandra”.

Fui hasta la óptica compré unos lentes nuevos para doña Etelvina. Nadie tocó los anteojos
dimensionales. Mis ojos estaban tan hinchados de llorar que el oculista pensó que acudí
en busca de un remedio para alguna infección. De inmediato me recetó unas gotas. “Debe
ser por contaminación. Últimamente ha habido mucho esmog”.

- Sí doctor... soy un infectado. El abandono es mi virus.

Lo mejor fue regresar a San Miguel Regla. Los desvaríos del amor no los entienden los
oculistas terrenales. Gotas en la mañana, gotas en la tarde y antes de dormir. Sin duda en
dos días estaría bien. Llorando me fui al auto y lo más rápido que pude, tomé carretera.

A veces el camino se convierte en alegoría de la existencia: oscuridad y simplemente dos


fanales que nos dicen que por uno y otro lado hay abismo. Encendí el radio para tratar de
distraerme. ¿Y si Salamandra ya tenía otro compromiso y no se atrevió a decirme nada por
miedo a mi reacción... o por lástima? ¿Se estaría burlando de mí?

Quise usar los lentes dimensionales y tratar de encontrar en la otra dimensión una
respuesta, pero he oído que es peligroso tratar de traspasar lo humano cuando uno se
encuentra en crisis. Mi única esperanza era doña Etelvina. La vieja sin duda era sabia y
tendría una respuesta a mi dolor.

A eso de las ocho y media de la noche llegué a San Miguel Regla. No lo pensé dos veces:
de inmediato me fui a casa de doña Etelvina. Toqué a la puerta pensando en que la
anciana ya dormía. Aún así, quise despertarla, hablar de mi desgracia con alguien.

¿Y si Salamandra estuviera con ella? Quizá su naturaleza femenina necesitaba de otra


naturaleza femenina y acudió a doña Etelvina, que de alguna manera ya era de confianza.
¿Querría invitarla de madrina a la boda?
Casi de inmediato la anciana abrió la puerta. Sin saludarla me asomé hacia el interior de la
casa. Esperaba ver a Salamandra tomando té y alguna galleta... quizá hasta un jerez para
tranquilizarse. Doña Etelvina estaba sola.

- Pase, turista. Lo estaba esperando.

Ese “lo estaba esperando” me dio una ilusión. La vieja no dijo: los estaba esperando, por lo
tanto sabía del rompimiento...

- Preparé tamales. Le voy a servir uno.


- No tengo hambre.
- Son de pipían...Ya sé que no está para tamales, pero estos están recién hechos, ande,
pruebe aunque sea uno: no me haga el feo.

¿Por qué todos piensan que perder el amor es cosa de guardar paciencia en lo que se
presenta el olvido y más tarde otro amor? Definitivamente yo no puedo ser tan práctico.
Estoy construido de otro modo.

- Quieres que te hable de Salamandra, ¿verdad?

Resultaba sádico preguntármelo. ¡Claro que quería saber de ella! El silencio permitió que
se percibiera el canto de los grillos. Al tiempo que esperaba que la doña abriera la boca,
transcurrí hacia mi muerte. Mi esencia es aquello que está exactamente detrás de mi
miedo.

Una mirada de doña Etelvina me apelmazó el alma. “Que pena que la Roma que tú
buscas, no se encuentre preguntando”, me dijo. Supuse que la vieja en lugar de ayudarme
se dedicaría a darme consejos inútiles.

Le entregué los lentes dimensionales y luego los nuevos. De inmediato estrenó sus
anteojos. Los dimensionales los guardó en una cajita de madera que estaba sobre su
ropero.

- ¿La tela?
- Ya no tiene sentido que diseñe el traje. Salamandra ya se fue.
- Qué importa. ¡Dámela!

Fui al auto y saqué el paquete. Sin decir nada, se lo di a doña Etelvina. En cuanto trató de
abrirlo yo me di la vuelta con la intención de irme. Aquella casa me comenzaba a producir
angustia.

- Vete. En mi casa nadie está a la fuerza.


No intenté disculparme. Me fui al hotel con la idea de no ver nunca más a doña Etelvina.

17

Para mi sorpresa, en cuanto llegué a mi habitación me dormí hondamente. Pensé que mi


cansancio era producto del viaje y del vértigo de las emociones. Que difícil es aceptar la
primera noche de rompimiento. Que difícil la primera noche después de un fracaso, que
difícil será esa primera noche en el panteón o siendo ceniza.

Con esa idea surcándome la cabeza, dormí. Por fortuna esa noche, en el sueño encontré
la aventura más emocionante que haya vivido un ser humano.

18

¿Lugar?: el sueño.
¿Hora?: cualquiera que posea la inteligencia para escabullirse entre el reloj.
¿Con quién?: solo.

El sueño inicia en un río subterráneo. La verdadera vida está en aquello que pueden
imaginar y creer más de dos. Cualquier mito así evoluciona. El olor del túnel resultaba
pestilente. Sin que yo lo quisiera, el agua se me introducía por los labios y mi sentido del
gusto descifraba sus inmundos sabores. La lógica me dijo que cualquier corriente de agua
invariablemente termina llegando al mar. Quizá ese pensamiento modificó de golpe la
escena de mi sueño. Ahora yo era un inmenso cetáceo capaz de hundirse a gran velocidad
en lo más profundo de las aguas del Océano Pacífico.

Quizá la primera escena del sueño y esta segunda signifiquen lo mismo. Siendo cetáceo
subí a la superficie, tomé una gran bocanada de aire y salte sobre las aguas... volví a
hundirme... la fuerza de gravedad condujo al oxígeno hasta mi cerebro. Así hasta que la
acción comenzó a significar algo.

Desperté. Eran las tres de la mañana con un minuto. Tomé unos tragos de agua de la jarra
de noche que estaba sobre el buró y ya con la boca limpia, decidí salir a caminar a los
jardines del hotel. El mundo es una progresión de revelaciones. El aroma del floripondio
me narcotizó, la luna...

19

Doña Etelvina insistió en confeccionar el traje de novia. Cuando esto ocurrió le pedí que
me lo envolviera, lo pagué, fui al hotel por mi equipaje y tomé rumbo a Real del Monte. Ahí
en una pequeña iglesia desenvolví el traje. Pude darme cuenta de que el vacío del interior
del pequeño vestido, era mi vacío.
Con la imaginación celebré una misa de tres ministros y entre los acordes de
Mendelsshonn, me desposé con mi vacío.

20

Mi vacío y yo regresamos a la ciudad de México. Decidimos vivir en la colonia Chapultepec


Morales. Colindamos con Polanco y la renta está accesible. Es un lugar tranquilo, ideal
para vivir en compañía de Vacío. Hasta hace un tiempo nadie nos dirigía la palabra. No me
importaba, yo hablo conmigo mismo.

Aquí abundan museos, galerías y por si fuera poco: Paseo de la Reforma y el bosque de
Chapultepec. Ahí caminamos hombres y mujeres acompañados por la misma pareja:
Vacío. Ella es polígama y se desdobla cuantas veces quiere.

En el edificio donde vivo conocí a Françoise, un pintor francés esquizofrénico que quiso
hacerse mi amigo. Le pedí por favor que no. Estoy incapacitado como para compartir mi
locura con alguien. No me interesa escuchar los sueños de los demás.

Ante mi negativa, Françoise se puso a llorar. Le invité un sándwich de mermelada de fresa.


Al parecer se calmó. Fue cuando le sugerí que nos inscribiéramos en el equipo de fútbol
que capitaneaba el portero del edificio. Françoise aceptó gustoso. Sin duda también él
salía con Vacío y estaba harto de sus infidelidades.

Los domingos jugamos en unos llanos de Azcapotzalco. Nuestro equipo se llama “Real
Club Ostioneros Guaymas”, pues somos patrocinados por una ostionería llamada
Guaymas. Se escucha erótico, Eros. El uniforme es muy similar al del Real Madrid y si no
mejoramos nuestro juego de conjunto, lo más probable es que nos pasen a la segunda
división de la liga Tezozómoc.

En el equipo ni Françoise ni yo somos estrellas, pero juro que tratamos de dar nuestro
mejor esfuerzo. Según Françoise, el fútbol le ha ayudado en la concepción de sus obras
pictóricas. No sé si así sea, pues a mí ya no me interesa el Arte.

Un domingo después del partido me despedí de todos y caminando con Vacío llegué hasta
unos baños de vapor de Tacubaya. Como habíamos discutido, lo mandé al demonio. No se
fue, permanecía junto a mí, pero yo no le hice caso.

En verdad me sentí revivido por el vapor y el regaderazo de agua fría a presión. Camino a
casa decidí tomarme una naranjada en “Garabatos”. Sé que es un lugar muy caro para mi
presupuesto, pero tratándose de un sábado y siendo sólo una naranjada... un buen baño
de vapor produce una sed deliciosa... cuando ya estaba por pagar la cuenta, llegó hasta mí
una joven agitada, se sentó en mi mesa y me dijo:
- Perdón por la tardanza.

Admito que me descontroló. Máxime que en ese momento me di cuenta que un árbol de
durazno comenzaba a crecerme en la cabeza. ¿Acaso ella se sentía sola y quería que
fuéramos amigos? ¿Cuál tardanza: treinta años? Doña Etelvina me dijo antes de
despedirnos en San Miguel Regla: “La vida tiene momentos de magnetismo. Nunca los
rechaces, ¡úsalos!”. Al parecer, esa tarde yo estaba viviendo un momento de magnetismo.

- ¿Por qué te interesa estudiar alemán?

En verdad la pregunta resultó difícil. Temí dar una respuesta tonta, así que lo pensé
detenidamente. ¿Pero qué tiene que ver el encuentro entre dos seres solitarios con el
idioma alemán? Sé que Schiler y Goethe eran alemanes y que allá surgió el romanticismo,
pero...

- ¿No eres tú -sacó una tarjeta y leyó-... Ramiro Carvallo?

Sandra es una muchacha alta de piel apiñonada y gran atractivo. Su físico y su


personalidad son magnéticos. Esbelta y de ojos casi negros. Carácter inquieto, hiperactiva
y fuerte... cabello recogido como el de una bailarina. Cualquiera hubiera pensado que es
una muchacha rica con algún doctorado en el extranjero. ¿O será que fue Vacío quien una
tarde de lluvia inventó las diversas formas del atractivo?

A ella no le pareció mal que en mi cabeza estuviera creciendo un árbol de durazno.

- Quedamos de vernos aquí a las cinco de la tarde. ¿Te acuerdas que por la mañana
hablamos por teléfono?
- Seguramente hablamos, pero no me acuerdo. Yo por la mañana jugué fútbol. Perdimos
dos a cero contra el deportivo Marinela... el alemán me gusta porque Fausto fue escrito en
ese idioma. ¿Acerté?
- Creo que aquí hay una equivocación.
- Espero que no.
- Tú leíste mis datos en la revista “Tiempo Libre”. Después llamaste a mi casa pidiéndome
que nos viéramos porque te interesa tomar clases de alemán conmigo. ¿No es así?

Como única respuesta saqué de la bolsa la canica que en algún momento fue de
Salamandra. La puse sobre la palma de mi mano y se la di a la maestra de alemán. Ella se
quedó hipnotizada por la gema de cuarzo.

- ¿Estás loco?
En ese momento llegó el supuesto alumno. La tomo del brazo y le dijo sonriendo: “Tú
debes ser Sandra, la maestra de alemán. Se me hizo un poco tarde. Unos clientes llegaron
al negocio...”

- Discúlpeme, no soy Sandra.

El “alumno” sufrió un gran descontrol. En un instante perdió toda su seguridad y aplomo y


mejor se fue avergonzado.

Lleno de gusto le tomé a Sandra la mano y le dije: gracias. Soy un ermitaño al que le
gustan las naranjadas, pero durante una hora podríamos ir a ver libros al Péndulo. ¡Sin
pensarlo aceptó!

- Odio darle clases a un estúpido. Prefiero platicar con un loco. ¿De dónde sacaste esta
esfera de cuarzo?, está preciosa.

Con el dedo le hice la señal de que su procedencia era un secreto. Ella me contestó en
pantomima que entendía. Resultaba gracioso comunicarnos a señas. Al parecer durante
los días domingo, todo es posible. Cuando se quiere, sin necesidad de abrir la boca, dos
ojos y dos minutos sirven para conocer mil reencarnaciones.

Camino al Péndulo nos reímos. Al llegar a la librería, para celebrar nuestro encuentro
amistoso, Sandra me regaló un libro sobre cocina criolla norteamericana y yo a ella uno
sobre la historia de las salsas y aderezos en la comida nayarita. No es que nos interese
mucho el tema de la comida y su infinidad de trucos, secretos y variedades; lo que ocurre
es que ambos “volúmenes” estaban en oferta. Un encuentro que no vaya de la mano de
una broma: no existe y corre el riesgo de sólo haber sido un sueño o una alucinación en
medio de un suspiro.

- Seguro que me regalas tu esfera.

No es que yo le haya regalado nada. Fue el destino quien inventó esa esfera y es el
destino quien se la da al que le parece. Cuando salimos de la librería, ambos con nuestro
libro bajo el brazo, Sandra me invitó a su casa: ya éramos amigos y afines.

Un pequeño apartamento de la calle de Hegel, tercer piso. No hay elevador. Ella preparó
macarrones con queso parmesano... los compartimos. Me dijo que estaba sola y así se
sentía.

21

Sandra y yo salimos juntos todos los sábados. Nos gustan los lugares poco concurridos.
La semana pasada comimos en el Sanborns de los Azulejos y después frente al Palacio de
las Bellas Artes tomamos un tranvía turístico que nos llevó en un recorrido por todo el
Centro Histórico de la Ciudad.

La primera Universidad de América ahora es una cantina, donde estuvo la primera posada
de la Nueva España, actualmente es una tortillería en la que los empleados saludan con
cariño y risa a los turistas.

Cuando la guía nos contaba emocionada la leyenda de un sitio, yo de inmediato inventaba


otra historia paralela; Sandra reía. Me gusta verla reír y más aún, compartir su risa. Para
cooperar con el juego, ella traducía mis historias a un turista alemán que no hablaba
castellano. El extranjero, ponía cara de incredulidad ante las palabras de Sandra y más
ante mis enormes movimientos de cabeza afirmando lo dicho por ella. ¿Por qué a la gente
le preocupa que en mi cabeza haya nacido un árbol de durazno?

Procuramos no desvelarnos, pues yo al otro día tengo que ir a jugar fútbol y ella visita a su
madre en el asilo Mundet. Al parecer Françoise expondrá su obra en una galería de
Querétaro. Si no vienen sus padres de Francia, lo cual es muy probable, Sandra y yo
seremos sus únicos invitados.

Cuando Françoise exponga en Querétaro, Sandra preparará baguetts de jamón y salami


con queso manchego y limonada para tomar un bocado a mitad del camino. Es relajante
detenerse para mirar el paisaje. Por fortuna Françoise, a pesar de sus refinados gustos
gourmet, ya come picante como cualquier albañil, así que no habrá problema con el
refrigerio. Una de las cosas que más me atraen de Querétaro son las ganas que tengo de
comprarle a Sandra un frasco lleno de ópalos de colores.

Sandra me ha dicho: ¿algún día seré Salamandra? Yo la escucho. Enseguida le digo al


oído: A Salamandra le hubiera gustado ser tú. Los seres mágicos añoran ser reales, así
como tú y yo: carne, sangre y sueños.

La magia pertenece a quien la acepta. Acaricio los labios de Sandra y si hay tiempo: nos
besamos suavemente... después hacemos el amor en la sala de su casa. Cuando nos
sentimos incómodos, jugando vamos hasta la recámara. La última vez Sandra se tropezó
con su sostén. La interrupción sirvió para decirnos: ¡que bueno es estar juntos!

El día que cumplimos un mes de vernos, ella me pidió que le regalara el traje de novia que
confeccionó doña Etelvina Francisco para Salamandra. No me pareció que fuera un gran
regalo, pero acepté. Sandra es una bella compañía. ¡Que bueno es estar juntos!

También le regalé una caja de chocolates suizos rellenos con licor de cereza, envuelta en
papel celofán.

- Algún día viviremos de los frutos que te están naciendo en la cabeza...


Sandra siempre bromea. Al parecer le da risa mi árbol de durazno. Como mis ahorros
están por terminarse, decidí regresar a Garabatos con la idea de pedir trabajo de mesero.
Los escritores sólo sabemos escribir.

Recordé un poco del magnetismo de aquel día en que conocí a Sandra. Ya cargado con la
potencia magnética, me presenté ante el gerente. No había vacantes, lo cual fue mejor,
pues debido a mi carga magnética, le caí bien al administrador y me envió a Cuautitlán.
Como agradecimiento lo invité a jugar al equipo de fútbol. Espero que algún día vaya, pues
el equipo necesita refuerzos.

Al llegar a Cuautitlán, de inmediato fui contratado. Ahí me encargo de atender de manera


atenta un expendio de huevo situado en el local F-48 del nuevo mercado municipal. Yo sé
que no realizo un trabajo intelectual, pero.

El amor de Sandra me ha mostrado el mundo de una manera más sencilla. ¿O es que el


amor es un mundo paralelo? No me complico: ¡es un mundo paralelo! ¿De dónde proviene
mi materia? En mi vida existen momentos donde lo peor es buscar respuestas. Sin
embargo, el placer me produce interrogaciones tan grandes, que me veo obligado a
contestar cualquier cosa. Como si destejiendo un enigma, saldara una de mis tantas horas
muertas.

En la huevería conocí a un lindo ser: don Lindoro Capri, chofer del establecimiento. Es un
viejo lobo del asfalto, amante de las peripecias del volante y la caja de velocidades.
Durante treinta y un años ha transitado por todas las calles de la ciudad de México y las
del Estado repartiendo huevo fresco desde temprana hora.

Don Lindoro Capri, gracias a su mucha experiencia en la vida, durante la hora de la comida
me instruye sobre alguno de los grandes secretos de la naturaleza humana. Lo considero
mi gurú matutino. Ambos llevamos tortas, pues así economizamos. Pienso que si don
Lindoro Capri algún día se ve en la penosa necesidad de ser escritor, no lo hará mal. Ojalá
siga encontrando el Arte en su vida y no en otra cosa.

Desde la semana pasada, Sandra vino a vivir a casa. Quiso que compartiéramos los
gastos, pues ella tiene un empleo como traductora. Cuando por las mañanas despierto
abrazándola, gracias al calor que emana de nuestros cuerpos y la luz del día, siento que
ambos traemos colocados los lentes dimensionales de doña Etelvina. Con ellos
caminamos hasta la cocina. Como tenemos un sólo pijama, Sandra usa la camisa y yo el
pantalón. Quizá esa circunstancia nos haga decir mientras preparamos jugo de naranja,
pan tostado y café: Te amo. Que bueno es estar juntos.

A veces Sandra ve en el interior de mis pupilas a una salamandra. Pienso que los amores
nunca se van, que las pasiones se transforman en miradas, en fuego de ojos. ¡Los amores
no se van! Ahora que lo he dicho, sé que es cierto. Los amores no se fueron, se alojan en
los ojos y sirven para mirar más amores.

Al final del día, no importa lo cansado que estés, lo que vale es la emoción. El amor es tan
sabio, que si no encuentra materia fértil, se traslada a otra persona. Él busca lecho, no
prisión y por si fuera poco, detesta el aburrimiento. Tanto que cuando lo encuentra, es un
gran viajero: Marco Polo, Colón, Magallanes, Amstromg... ¡aventura! Izar velas, levar
anclas: ¡a sotavento a barlovento!, lo que importa es viajar. La potencia del corazón es
similar a la materia del Universo: “Nada se crea ni se destruye, sólo se transforma”, a
veces viaja, cambia de espacio, pero permanece en la esencia.

Una mañana Sandra me tomó entre sus manos. Me envolvió en una toalla. Me lanzó al
fuego de su imaginación. Después me dijo: ¿Quién eres? Soy la treceava Salamandra de
esta era de fuego. ¡Siempre quise verte! ¡Siempre quise verte! ¡Siempre quise verte!

Nos amamos desde ese momento y sabemos que la vida es un momento. Ahora sé que la
historia siempre se repite. No dejes de leerme, Sandra. Así se rompe el encantamiento.
Después de todo, tú sabes que la fantasía es el mejor remedio para los enamorados, que
como remedio sólo quieren seguir enamorados.

Miguel Ángel de Bernardi.


San Miguel Regla
Junio de 1998, México
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