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Los dueños del capital y del poder político, ven en los trabajadores/as una mercancía, no ven
seres humanos con deseos y necesidades. Ellos son un recurso más, una oportunidad de corta
duración para acrecentar sus fortunas. Los trabajadores/as son obligados por las fuerzas del
capital a vivir a condición de encontrar trabajo y permanecer a merced de una lógica en la que solo
se puede ser productor o consumidor, aunque sea por pocas horas o días. La explotación de un
individuo por otro, se convirtió en explotación de naciones enteras convertidas en sociedades
marginales. Hoy las transnacionales y los empresarios globales, que no son más del 1% de la
población del mundo, representan a la clase social que aprendió a despojar a los trabajadores/as
incluso de la opción de ser explotados de manera directa, los convierten en desempleados y salvan
sus responsabilidades aduciendo que son efectos propios de la imperfección de los mercados.
La situación para las mujeres es similar. En 2012 alrededor de 13 millones de mujeres perdieron
sus empleos. En esta década ha crecido el número de iniciativas de equidad y las declaraciones
apuestan por eliminar la violencia de distinto tipo padecidas por una de cada tres mujeres en el
mundo, pero continúan siendo el rostro más visible de la pobreza. Para el capital no existe
género, es despótico, mezquino y criminal a la hora de imponer un desarrollo forzado, basado en
técnicas de guerra, según las condiciones de cada país. Las mujeres unas veces son desplazadas de
la agricultura y arrastradas a la industria y otras de la industria a los servicios, en cualquier caso
con empleos precarios y remuneraciones carentes de garantías de seguridad social.
Los adultos jubilados completan el panorama del lucro sobre la gente, cada vez reciben menor
atención estatal y son vistos por los capitalistas como una carga. Son expuestos como privilegiados
usurpadores de lo que pudiera corresponder a otros, son convertidos de despojados en despojos a
los que trata de presentar como inútiles. Sin embargo con los recursos ahorrados por los jubilados
en décadas de trabajo, los financistas privados aumentan la especulación financiera global.
En las cifras oficiales de desempleo se omiten otros cientos de millones de excluidos del capital y
del poder que son lossubempleados, que son realmente desempleados estructurales. Carecen de
empleo y de las garantías asociadas a este, en 72 países de 198 de la OIT, estos reciben un
temporal y exiguo seguro de empleo, que cubre a menos del 15% de los desempleados del
planeta. En la misma secuencia de daños estructurales provocados por el capital están 397
millones de trabajadores que viven en la pobreza extrema y otros 472 millones de trabajadores
que no pueden satisfacer sus necesidades básicas con regularidad.
Cuando ya parece imparable el proceso de implantación del nuevo orden productivo que empuja
hacia un sistema postindustrial y, por tanto, a una sociedad informatizada, el trabajo sigue
constituyendo no sólo el centro de gravedad de la economía y la política sino también del tiempo y
el espacio humano, el referente principal del deseo y de la necesidad, es decir, el esqueleto de la
cultura y la cotidianidad.
Según muchos autores, para el ciudadano medio actual, el trabajo constituye un valor de primer
orden, la profesión su seña de identidad y el empleo retribuido el factor aglutinante de sus
creencias, actitudes y opciones fundamentales. La consciencia del problema del desempleo no es,
de hecho, tan nueva: hasta el siglo XIX, el fenómeno del paro aparece disfrazado junto a la
pobreza. Según Garraty (1978) el paro es como una terrible calamidad de naturaleza específica. Su
compatriota Durkheim (1893,1897) refuerza esa tesis en su sociología de la división del trabajo
anómica. Ya a principios del presente siglo el inglés Beveridge (1909) publica su clásico estudio
sobre el desempleo: un problema de la industria. Pero es en los últimos decenios que parece
haber calado más hondo en la consciencia colectiva el hecho de que el trabajo integra y el
desempleo segrega, de que el ejercicio laboral normaliza, desarrolla y legitima, mientras el
desempleo frena y aparca al desempleado en la excedencia social. El mismo Parlamento Europeo
reconoce el carácter deplorable y alarmante de las consecuencias psicológicas, patológicas y
sociales del desempleo, al tiempo que urge la adopción de medidas para el acceso a un mejor
conocimiento de la naturaleza del problema.
Un factor que agranda aún más este desempleo desmesurado es la crisis económica que con todas
las consecuencias inciden sobre el sistema productivo, justamente con la aceleración de los
avances tecnológicos, eliminando fuerza de trabajo humano, lo que afecta directamente el
mercado de contratación laboral. Este desempleo masivo que afecta a todos los países
industrializados además de su carácter de fenómeno permanente, manifiesta otros rasgos
comunes, cuyas características acentúan la gravedad del problema y la dificultad en la búsqueda
de soluciones. Así, el predominio del empleo- de larga duración, el cual excluye a una gran parte
de los trabajadores de forma casi permanente de la fuerza de trabajo; el tener repercusiones más
intensas en los colectivos menos protegidos por el sistema de relaciones laborales y de Seguridad
Social (jóvenes, mujeres, minorías étnicas, - etc.); el incremento de la segmentación de los
mercados de trabajo y la expansión de las formas de empleo precarias, del trabajo negro y de la
economía subterránea.
Los impactos de este contexto económico, social y político inciden directamente sobre los
sistemas de protección social, y sobre el propio Derecho del Trabajo. Pese a todos los problemas y
a su magnitud, el Derecho del Trabajo actual busca soluciones y salidas a esta situación. De su
postura tradicional, cuya intervención con sus mecanismos se centraban en una protección
después de establecidas las relaciones laborales, dejando al margen las personas desempleadas,
pasa el Derecho del Trabajo actual, a una preocupación cada vez mayor por los problemas del
empleo, abriendo paso a la problemática de la política de empleo.
Los esfuerzos en la creación de las normas laborales de hoy tienden a fomentar el empleo, a hacer
posible un mayor nivel de ocupación, ya que el paro es indudablemente la amenaza que se cierne
más duramente en este momento sobre los trabajadores.
Por lo tanto, en las líneas generales las medidas instrumentadas por el Derecho del Trabajo para
hacer frente a la problemática del desempleo, son de diversos contenidos, y pueden dividirse en
los siguientes grupos: 1) Medidas para la creación y fomento del empleo; 2) Medidas de reparto
de trabajo; 3) Medidas de protección a los trabajadores de desempleados y 4) Medidas para la
obtención de un adecuado sistema de colocación e información, a través de la estructuración de
los Servicios de Empleo.
Etimología[editar]
La palabra «trabajo» deriva del latín tripalium, que era una herramienta parecida a un cepo
con tres puntas o pies que se usaba inicialmente para sujetar caballos o bueyes y así poder
herrarlos. También se usaba como instrumento de tortura para castigar esclavos o reos. De
ahí que tripaliare significa ‘tortura’, ‘atormentar’, ‘causar dolor’.23
Aparecida en el siglo VI, según Alain Rey, la palabra «trabajo» es un deverbal de “trabajar”,
proveniente del latín popular tripalliare, que significa ‘atormentar, torturar con
el tripallium’.[cita requerida] En el siglo XII, la palabra designa también un tormento psicológico o un
sufrimiento físico.
Los griegos de la Edad de Oro pensaban que sólo el ocio recreativo era digno del hombre
libre. La esclavitud fue considerada por las más diversas civilizaciones como la forma natural y
más adecuada de relación laboral. Desde mediados del Siglo XIX,4 vinculado al desarrollo de
la democracia y el sindicalismo, la esclavitud deja de ser la forma predominante del trabajo,
para ser reemplazada por el trabajo asalariado. Con él emerge una valoración social positiva
del trabajo, por primera vez en la historia de la Civilización.
En general los grandes sociólogos (Comte, Weber, Durkheim) concedieron al trabajo un lugar
central en sus teorías. Pero, es recién a partir de la Segunda Guerra Mundial que se desarrolla
una Sociología del Trabajo. Conceptos claves de la Sociología como los de “división del
trabajo”, “clase social”, “estratificación social”, “conflicto”, “poder”, “Población Económicamente
Activa”, “sobretrabajo”, “subocupación demandante y no demandante”; “mercado de trabajo”.
Todo ello está relacionado con el plano “macro” de las relaciones laborales están íntimamente
relacionadas con las implicancias sociológicas del trabajo.
Para la Sociología del Trabajo el estudio del trabajo va más allá de las “relaciones sociales de
empleo” para concentrarse en el mucho más amplio y complejo concepto de “mundo del
trabajo”, abarcador de todas las formas de trabajo y actividad, prestando atención tanto a la
actividad como a la intención para la cual la actividad es llevada a cabo, y llegando hasta el
concepto mismo de “empresa”, como esfuerzo colectivo del trabajo. Cuando se llega a ello
estamos en el plano “micro” de la sociología del trabajo, o sea las condiciones y medio
ambiente de trabajo originadas por el plano “macro” que llevan el nombre de CyMAT
(Condiciones y Medio Ambiente del Trabajo) que es una especialidad en la Sociología
Laboral5
La Sociología presta atención y estudia las implicancias sociales de la relación del trabajo con
la herramienta (técnica y tecnología). Las profundas transformaciones que derivan del paso
del trabajo con simples herramientas individuales (artesanado), al trabajo industrial con
grandes máquinas (maquinismo), al trabajo con computadoras (sociedad de la información),y
el impacto micro que generan, constituyen un permanente tema de estudio sociológico .