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Es fundamental entender la relación entre el mundo sensible y el

mundo ideal, inteligible, antes de comenzar a exponer la ética en


Platón.
Las ideas para este pensador son modelos perfectos de las cosas,
representan la perfección, sin que jamás puedan alcanzarla debido
a su carácter material y, por consiguiente, imperfecto.
La semejanza entre idea y cosa la explica Platón a través del
Demiurgo: un dios creador que contemplaba las ideas y le dio forma
a la materia. La esencia, el significado y la perfección de las cosas
está en el parecido con su idea. Así, serán más perfectas cuanto
más se parezca a su modelo.
Las cosas son lo que la idea define que es, imita su idea, la idea
superior de Ser, pero las cosas también participan de la idea de
bondad. La idea de Ser, coincide con la idea de Bien. Así, cuanto
más se parece un objeto a su idea, más es y mejor es.

Pero la idea, además, requiere y exige ser llevada a la práctica,


hacerse real en el mundo sensible, intentando que este mundo se
parezca lo más posible al ideal. De esta manera se convierten en el
criterio con el que juzgamos la perfección o bien de la realidad. No
podemos considerar algo injusto si no conocemos la idea de
justicia. Consideraremos que la realidad es justa, aunque no
alcance el nivel de perfección de la idea, debido, tal y como hemos
visto anteriormente, a que la materia introduce imperfección.
De este modo, para saber qué es una persona buena, debemos
conocer primero su ideal, la idea de persona. El conocimiento del
bien será fundamental para que adecuemos nuestro
comportamiento y forma de ser a esa idea.
Sin embargo, el ser humano no sólo es mente y conocimiento. Tiene
otros impulsos y deseos que pueden dificultarlo.

Platón tiene una concepción dualista del hombre, ya que considera


que está compuesto de cuerpo y alma, siendo el alma la verdadera
esencia del hombre. Es inmortal, frente al cuerpo que es mortal,
material y algo que no define al ser humano. Es la cárcel para el
alma, ya que nos impide captar la verdadera realidad, las Ideas.
El alma debe morar en el mundo de las ideas, pero no es posible
debido a la composición imperfecta del alma humana. Se compone
de tres partes (o psiques): la parte racional, que es inmortal y
conoce las ideas, debe dirigir las otras dos. La parte irascible
representaría la decisión y el coraje, mientras que la parte
concupiscible sería la apetitiva (deseos y pasiones), la que está más
apegada al cuerpo y a sus necesidades y deseos.
Se da una triple tensión de fuerzas que no puede ser controlada por
la parte racional (el alma es imperfecta), por eso cae al mundo
sensible y se encarcela en el cuerpo. Todo esto lo explica Platón en
el “Mito del carro alado”: el alma es un carro alado con un auriga y
dos caballos. Uno irascible y el otro concupiscible, haciendo la
conducción bastante complicada. Aunque el carro vive en el mundo
inteligible, girando alrededor de la Idea de Belleza, fuente de
conocimiento, cuando se desvía pierde las alas del conocimiento y
cae en el Mundo Sensible, uniéndose así al cuerpo. Para volver a ser
libre debe conocer, volar, para ascender al Mundo de las Ideas.
En este sentido, la función del alma en el cuerpo es purificarse y
ascender hasta el mundo de las ideas, mediante el conocimiento.

Sólo desarrollando las virtudes propias del alma racional, se puede


conseguir el bien supremo, es decir, la perfección de lo humano.
Para ello se deben desarrollar tres virtudes: La Sabiduría,
identificándose ésta con la virtud: sólo el sabio puede conocer lo
que es bueno; el conocimiento de las Ideas. La Purificación de las
pasiones, para permitir al alma el acceso a las Ideas. Y la Armonía,
responsable del orden para que todo funcione bien, encargándose
de ello la parte racional. La Armonía surge cuando cada parte hace
lo que le corresponde: la racional domina a la irascible y debe ser
valerosa; y ambas deben dominar a la apetitiva, que debe ser
atemperada.
La virtud de la racional es la prudencia; la de la irascible el valor; y
la de la concupiscible la templanza.

Así, se puede concluir que los conceptos morales no son fruto de la


convención o pacto, pues se refieren a realidades que existen y son
permanentes, es decir, ideas. Y éstas, como hemos visto, son
independientes de la razón y voluntad humanas. No obstante, a
través de la razón el hombre toma contacto con la realidad moral.
Sólo es sabio quien es virtuoso, ya que conociendo la virtud, la idea
de “virtud”, podrá serlo en la práctica.

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