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I1l1Stración ele la tapa por Vance Locke

Indice
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Pacific Press Pu blishing Association

LA SEÑORA PETIRROJO 6[)


LAS TARJETAS DE ELENA 11
Edit ado e impreso por

PUBLICACIONES INTERAMERICANAS
EL MEJOR REMEDIO . 17
))j"isión Hispana de la Pacific Press PlIblishing Associatioll

1350 "illa Strec t, Mountain Vic\\' , Califomi a 94042

EE . U U. de N . A.
"ALI-BABA" ENCARCELADO

ABDUL CUMPLE SU PALABRA 26

Relatos publicados anteriormente hajo el título EL CABALLO VIEJO 32


de l.as 1Il ej01'es hislol'ias del Amigo de los Ni ·/;o s,
tomo 1 y tomo 2.
NICANOR y LAS MANZANAS 36

LA ALCANCIA DEL GRADO 41


Segunda edición abreviada
75.000 ejemplares en circulación ZAPATOS ROTOS 46
1977
UN ATAJO EN EL CAMINO 51

NERON FUE UN HEROE . 54

LA HONRADEZ ANTE TODO 57

Spanish-S ",epI A,,'aJ' by th e SIrca", Off", in U.S.A.

3
HEBE, LA ELEFANTA . . . . . 65

UN AMIGO DIGNO DE CONFIANZA 69

LA DESOBEDIENCIA DE JACINTO 74

EL PEQUE~O REFUGIADO 78

EL FLAUTIN DE ISDRA . 84 ~~lo:


~
~ U~)L';"
~ 0~'
LA SORPRESA DE DUNCAN 90

LAS TIJERAS DE UNA HOLANDESITA

ARRASTRADOS POR LA CORRIENTE


98

100 ~
INCENDIO Y NIEVE 106

EL PERRO COJO . 112

LA AVENTURA DE ANITA AMSTULDEN 116


La Señora Petirrojo
UN PERRO Y UNA CUEVA 121

LOS NI~OS (Poesía) 124 UN TIBIO Y resplandeciente sol hacía brillar las vías del
ferrocarril como si fuesen de plata. Muchas flores y pim­
pollos primaverales crecían en los campos que bordeaban
las vías, y dos niñitas que volvían a casa, de la escuela,
se detuvieron para juntar unas flores. Un lento tren de
carga pasó ruidosamente cerca de ellas, y nuestras am~­
guitas lo saludaron levantando las manos.
Juan West, un joven guardatrén, de pie en el último
vagón miraba el paisaje por la puerta abierta. El joven
vio a las dos niñas que saludaban al tren, y levantando
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un brazo les devolvió e! saludo. Fue entonces cuando vio
abrió inmediatamente el candado, después de lo cual abrió
un puntito en e! cielo que poco a poco se fue agrandando.
la puerta de! vagón lo suficiente como para mirar adentro.
¿ Qué podía ser? Observó por un momento y luego se Se oyó un aleteo vigoroso y el ave voló por encima de su
di.rigió a su amigo, Roy Jones, qtlien estaba ocupado en
cabeza, entrando en e! vagón. El petirrojo inmediatamente
e! interior de! vagón limpiando tinos faroles:
se dirigió a un rincón del vagón. Mientras tanto Juan es­
- j Mira, Roy, hay un pájaro que nos persigue!
cuchaba con atención. Muy pronto oyó un coro de agudas
Roy trabajaba como guardafrenos de ese tren, y dejan­
vocecitas que se parecían mucho a la voz de pequeños peti­
do a un lado una de las lámparas que estaba limpiando, sa­ rrojos que con sus picos abiertos reclamaban la comida.
lió a la plataforma y sus ojos se abrieron por la sorpresa. -¡ Conque así es la cosa! ¿eh? ---exclamó sonriente-o
- j Parece un petirrojo! -dijo-o Pero, ¿qué querrá ese
La señora petirrojo construyó el nido y empolló sus hue­
pájaro con e! tren? ¿ Por qué querrá corrernos una ca­
vos mientras e! vagón estaba estacionado en un desvío.
rrera?
¿Cómo se las arreglará para alimentar a sus pichones si
Juan sacudió su cabeza pensativamente.

tiene que pasarse todo el tiempo corriendo carreras con


-Yo no sé -dijo-, pero lo voy a averiguar.

e! tren?
El pájaro voló hacia uno de los vagones y se posó
-Es imposible -dijo Roy-, y se van a morir de ham­
I
sobre e! techo, donde quedó un momento. Luego volvió bre. No podemos detener el tren lo suficiente como para
a emprender vuelo, describió varios círculos sobre e! mis­
que escarbe y busque gusanos y lombrices con qué ali­
mo vagón y volvió a posarse sobre e! techo. Mientras
mentar a su familia.
tan to e! tren seguía su marcha lenta pero constante. El -Tienes razón -dijo Juan-, pero j tengo una idea!
pájaro siguió volando en círculos y posándose dea ratos
Al decir esto, Juan se encaminó al edificio principal
sobre e! techo de! vagón, hasta qUe el tren paró en una de la estación. Tomando un trozo de papel escribió unas
estación.
palabras, firmó su nombre, Juan West, y lo entregó al
No bien hubo parado e! tren, Roy y Juan se bajaron jefe de la estación, diciéndole:
de su tarima y caminaron hasta el vagón donde e! peti­
-Envíe Ud. este telegrama lo antes posible a la esta­
rroj o se había asentado. Era e! vagón de carga No. 1270 ,
ción de White Cloud.
y sus puertas estaban herméticamente cerradas. El ave
-Así lo haré -dijo el jefe.
volaba en círculos alrededor de la puerta y haciendo ruido
White Cloud era la próxima estación donde e! tren
como indicando que quería entr~r.
debía parar.
-Me parece que sé lo que pasa -dijo Juan.
El telegrama de Juan decía lo siguiente:
Sacó una llave de un bolsillo de su mameluco azul y
"En e! vagón No. 1270 de nuestro tren hay un nido de
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~
petirrojos. Por favor, tengan lista para cuando lleguemos
en e! vagón. Cuando Juan bajó del tren, un hombre lo
una buena cantidad de lombrices. Mamá petirrojo las
necesita". llamó:
-Juancito, e! jefe te quiere ver.
Cuando el ruidoso tren de carga entró a la estación
Juan se dirigió a la oficina del Sr. Murray, abrió la
de White Cloud en la plataforma lo esperaba una lata
puerta y entró.
llena de lombrices. También había un grupo de gente
-Tome asiento -dijo e! Sr. Murray, y Juan obedeció.
mayormente compuesto por niños y niñas acompañados
-Joven --dijo e! jefe-, esta compañía ferroviaria le
de algunos adultos. Habían recibido la noticia y querían
ver el nido. paga a Ud. para que actúe como guardatrén y no para
que se dedique a cuidar pájaros. ¿Tiene Ud. alguna ex­
Juan les contó el incidente, luego abrió la puerta del
plicación que darme?
vagón donde estaba la mamá petirrojo, teniendo cuidado
Estas palabras entristecieron mucho a Juan, quien con
de abrir sólo lo suficiente como para introducir la lata
su gorra en la mano sólo atinó a decir:
con las lombrices. Explicó a los niños que no debían acer­
-No tengo nada que decir, señor, sino que una hembra ·
carse a ese vagón porque asustarían a la mamá. Además
de petirrojo había hecho su nido en mi tren y había em­
el tren tenía que seguir viaje muy pronto. y así fue, pues
en pocos momentos el tren emprendió su marcha. polla.do sus huevos y que ahora tiene pichones. Quiero
pedirle a Ud., Sr. Murray, que deje estacionado ese vagón
La siguiente parada fue un pueblo llamado Big Rapids,
en un desvío hasta que los pichones puedan volar.
en cuya estación también había una multitud esperando
el tren y también una lata de lombrices para la señora
-¿ Ud. viene a.quí a pedir eso?
-Sí, señor.
petirrojo. Los telegrafistas de las estaciones en viaran los
Una afable sonrisa se dibujó en los labios de! Sr.
mensajes a 10 largo de toda la línea, y en cada estación
Murray, y luego estalló en carcajadas.
donde paraba el tren Juan y Roy se encontraban con

mucha gente trayendo más lombrices.


-Juan -le dijo--, se me ocurre que Ud. no ha leído
la orden de! día que acabamos de colocar en e! tablero.
-Tenemos suficientes lombrices como para alimentar
-No, señor Murray, no la he leído.
a dos docenas de pájaros durante una semana -dijo rién­
-Bueno, vaya y léala. Eso es todo.
dose Juan-. Sin embargo, en cada estación agradecía aten­
tamente a la gente que traía las lombrices. El joven guardatrén, salió un poco confundido y se
dirigió al tablero para leer lo que le habían indicado.
Por fin el tren llegó al final de su viaje, en el pueblo
Luego, una amplia sonrisa se dibujó en su rostro, pues
de Saginaw, del estado de MÍchigan, Estados Unidos. El
nido de petirrojos y las latas de lombrices todavía estaban la orden decía:
"A todos los ferroviarios:

H
9

"El vagón de carga No. I270 debe ser colocado in­


mediatamente en un desvío. Tómese especial cuidado de
no molestar a la familia petirrojo. Este vagón quedará
en el desvío mientras las aves permanezcan en el nido.
"Muchas gracias al guardatrén Juan West y al guarda­
frenos Roy Jones, por haber sido tan bondadosos con las
aves. Sus acciones de hoy han contribuido mucho en
favor de la buena voluntad del público para con la com­
pañía ferroviaria".
Arturo J. Murray
J efe regional.
Todo esto sucedió en el estado de Míchigan, en un
hermoso día de primavera, hace ya muchos años. La Sra.
Petirrojo se dio un lindo paseo en tren juntamente con
sus bebés. Hoy, en el pueblo de Saginaw, cuando los
obreros encuentran algunos huevos de color celeste en la
propiedad de la compañía ferroviaria, todos opinan que Elena mostró a Irene la forma de ha·
cer tarjetas como las de la maestra.
esos huevos fueron puestos por algún pájaro descendiente
de los petirrojos que viajaron en el tren de luan . West.

Las Tarjetas de Elena

HACIA unos pocos días que se habían mudado los nuevos


vecinos. La casa grande del barrio había estado desocupada
por mucho tiempo, y Elena estaba muy contenta de que al­
guien se mudara a ella. Elena vivía en una casa cercana,
y no había otros niños en el vecindario, de manera que la
nueva vecinita, única hija de la familia recién llegada,
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fue muy bienvenida. En muy poco tiempo trabaron sin­
cera amistad, y siempre se llevaban muy bien. casas, y cuando estaban llegando cerca de la casa de Irene,
Elena, le dijo:
Durante la segunda semana de esta amistad, cuando
-Tendrás que estudiar un poco más en casa, Irene.
volvían juntas de la escuela, Elena notó que Irene estaba
Si estudias lo sabrás bien.
triste y callada. Trató de animarla y conversar alegre­
-Tú dices eso porque eres la mejor de la clase -le
mente para distraerla, pero cuando llegaron a la casa de
contestó Irene-. Pero aunque yo estudio mucho, no sé
Irene, la niña todavía parecía un poco desanimada, y
tanto como tú.
Elena, como buena amiga, le preguntó qué sucedía.
Al decir esto Irene estaba entrando en el patio de su
-Es que... , resulta que ... -contestó Irene-... , es casa, y el diálogo no continuó. Elena siguió camino de su
que tú supiste contestar más tarjetas de aritmética que casa, pensando en el problema de Irene, quien no podía
yo.
hacer las sumas y restas tan bien como ella. Se sabía la
La maestra de ambas niñas había ideado un ingenioso mejor alumna de la clase y estaba orgullosa de ello, pero
sistema para enseñarles a sumar y restar. El sistema con­ también quería que su amiguita Irene supiese las con­
sistía en dibujar dos números en una tarjeta e indicar, testaciones tan bien como ella. Elena sabía sus respuestas
mediante el signo, si era suma o resta. Para ello mostraba porque las había estudiado mucho, y ya le había acon­
las tarjetas a la clase, y el primer niño que sabía la respuesta sejado a Irene que hiciera lo mismo. Sin embargo Elena
la decía en voz alta. Al dorso de la tarjeta la maestra recordaba que, no hacía mucho, ella tampoco sabía las
tenía escrito el resultado, de manera que, sin dar vuelta
respuestas tan bien como ahora. Y también creía entonces
la tarjeta, sabía inmediatamente si los niños se habían
que nunca las podría aprender.
equivocado o no. Con tiempo y práctica, los niños podían
Pero en esa ocasión su abuelita, que estaba de visita,
Contestar casi sin pensar. le dio una brillante idea. Esta idea le permitió familiari­
Elena era la que mejor sabía esos resultados y a ella zarse con el juego de las tarjetas, de modo que en la es­
le gustaba mucho ese sistema. Por este motivo le contestó
cuela siempre era la primera.
a Irene:
-¿ Qué te parece, Elena, si hacemos un juego de tar­
-A mí me gustan mucho las tarjetas de la maestra. jetas como las que tiene la señorita? -había dicho la abue­
-Sí, porque tú lo sabes. Pero hoy yo me equivoqué lita.
en tres. Yo sé las respuestas, pero no las puedo decir tan , y así hizo Elena. Consiguió unos recortes de cartulina
rápido como tú -respondió Irene. y con la ayuda de la abuelita preparó un juego de tarjetas
Así hablaban las niñas en el camino de vuelta a sus iguales o muy parecidas a las de su maestra.
Para dibujar los números usó sus lápices de colores y
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para mostrar a la abuelita como eran las tarjetas de su felicidad decidió ofrecer su ayuda a su VeCInlta. Sabía
maestra dibujó un 6 y un 4 en la primera tarjeta, trazó que no era feliz porque se estaba portando egoístamente.
una raya debajo del 4 y puso el signo de suma a la iz­ Ningún niño egoísta es feliz.
q uierda de los números. Al dorso de la tarjeta escribió Cuando terminaron las clases del día, al entrar Irene
el número ro, pues 6 más 4 es igual a ro. en su patio Elena le dijo:
Una vez terminadas las tarjetas, Elena las estudió dete­ -Pídele a tu mamá que te deje venir a mi casa por un
nidamente una por una, y luego las entregó a su abuelita, rato. Juntas haremos un juego de tarjetas para los ejer­
quien, después de mezclarlas, se las mostraba sorpresiva­ cicios de aritmética y verás qué divertido resulta estudiar
mente, tal como hacía la maestra en·dase. Haciéndolo esa materia con ellas.
en la casa, resultaba un juego, y a Elena realmente le -¿ De veras, Elena? j Qué lindo!
agradaba porque, a la vez que se divertía, aprendía su -Sí, Irene, apúrate. Tengo cartulina y lápices de
aritmética. j Por eso era que estaba a la cabeza de la colores, y en realidad son fáciles de hacer. Mi abuelita
clase! me ayudó a hacer un juego para mí y me han sido de
Todo esto recordaba Elena mientras trataba de solu­ mucha ayuda.
cionar el problema de Irene. De pronto se le ocurrió una - j Qué buena eres, Elena! No creía que sabías ha­
idea y se dijo: cer esas tarjetas, ni tampoco se me ocurrió esa posibili­
-¿ Por qué no he de ayudarle a Irene como abuelita dad.
me ayudó a mí? A medida que las dos niñas trabajaban con sus tar­
Irene era realmente inteligente y aprendía fácilmente jetas, Elena iba recobrando su felicidad, y para cuando
lo que se le enseñaba. Lo que pasaba era que había per­ las tuvieron listas, ya se sentía completamente feliz . En­
dido muchas clases por causa de la mudanza. Elena sabía tonces se turnaron para jugar a la maestra,y mostrándose
esto y también sabía que, si ayudaba a su amiguita, ésta las tarjetas una a otra, repasaban su aritmética.
pronto la alcanzaría y serían dos a la cabeza de la clase. Después de dedicar varias tardes a este juego, Irene
Al pensar en esta posibilidad, el rostro de Elena se nubló aprendió las sumas y las restas m uy bien y las podía re­
un poco, mientras se decía para sus adentros: petir tan rápido como Elena. Realmente estaba contenta,
-Me parece que no le voy a decir nada de las tarjetas. y muy agradecida a su amiga, a quien le dijo:
Creyendo haberse tranquilizado con este pensamiento, -Elena, si tú no me hubieras ayudado, todavía me
trató de seguir con sus actividades durante el resto del estaría afligiendo.
día. Pero no se sentía feliz. Ni tampoco se sintió feliz -Ahora tú sabes las operaciones tan bien como yo
al día siguiente, y como sabía cuál era la causa de su in­ -dijo Elena-, de manera que ya no soy la mejor de la
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clase. Sin embargo soy feliz igual, y me parece que abue­
lita tenía razón. Ella me dijo que no importaba si yo no
era la mejor de la clase, con tal que hiciera lo mejor que
podía, no copiase los deberes de otros y fuera generosa
con mis compañeros.

El
Mejor
"
Remedio

MUY enojado por la ofensa, Martín se encaminaba al


bosque, resuelto a que Juan le pagase por el atrevimiento.
Llevaba un martillo, dos estacas y un trozo de alambre.
¿Adónde iba?¿ Qué se proponía hacer?
Sigámoslo para ver. Se dirige resuelto al centro del
bosque. Escoge un lugar apropiado precisamente antes
de una curva del sendero. y, mirando que nadie lo vea,
clava una estaca a la derecha y la otra á la izquierda del ca­
minito. Luego ata un extremo del alambre a unos diez
16 17
2­ A. C.
o quince centímetros de! suelo en una estaca, lo estira 'al lago, y... se le perdió... , y no me puede conseguir
a la otra y ata el otro extremo a la segunda estaca, más otra para devolvérmela --contesta Martín entre sollozos.
o menos a la misma altura. El alambre queda bien ti­ _¡ Ah! Ya comprendo, ya comprendo. Ahora tú le
rante y, amarrado como está, no se aflojará con facilidad. quieres dar una lección, haciéndolo caer y que se dé un
¿ Qué ocurrencia la de tender una trampa así? Ese golpe.
alambre escondido en la curva es capaz de hacer caer a -SÍ, eso era lo que quería, tío MatÍas.
cualquiera que pase y no lo vea. ¿ Por qué hace eso Mar­ -¿,No te parece que es una venganza muy ruin? ¿No
tín? ¿ Es acaso un malvado? te parece, · Martín, que es peligroso hacer estas trampas?
Pero continuemos observando lo que sucede. Se oyen ¿No ves acaso que en ellas caen inocentes y culpables?
pasos, y antes de que Martín se pueda esconder aparece el Debes hacer algo que le duela solamente a él. Pero, que
tío MatÍas, un anciano que desde hace mucho vive en e! sea algo que le sirva como lección para la vida. Algo que
pueblo donde todos lo conocen por ese nombre. Es un le afecte tanto, que no lo olvide muy pronto.
gran amigo de la juventud y conoce a todos los chicos -¿Qué?
de! barrio. Se sorprendió cuando vio a Martín tratando _¿ Realmente quieres saberlo? Mira que es muy di­
de esconderse, y lo llamó. fícil aplicar ese castigo.
-¡ Hola, Martín! ¿Qué haces aquí? _¡ Sí, sí! ¡DÍgame, no importa cuán difícil sea!
-¡ Hola... , tío MatÍas! .. , --contestó Martín sin mu­ -Bueno, escucha. Lo primero que haces es quitar ese
cha animación. alambre de allí. Luego invitas a Juan a tu casa una tarde,
-¿ Qué estás haciendo aquÍ hijo? ¿Te pasa algo? y cuando llegue le pides a tu mamá un poco de limonada
¿Qué has hecho? para los dos y lo convidas. Luego de refrescarse, lo in­
. Martín no respondió. No podía mirar al tío Matías vitas a pasar al taJlercito de tu papá, pero antes le pides
en los ojos. El anciano lo toma de la mano y juntos ca­ permiso a él, y entonces allí le ofreces que le enseñarás
minan hacia la trampa de Martín. Cuando llegan a ella, a hacer lanchitas a cambio de su ayuda. Antes que haya
e! tío MatÍas la ve y dice: pasado la tarde, tendrán dos lanchitas hechas, mejores
- j Quién habrá sido el malvado! ¿ Sabes quién ha que la que se te perdió, y le habrás aplicado un castigo
hecho esto, Martín? que no olvidará nunca. Tal vez no te parezca que es así,
Martín queda callado, baja la cabeza y se turba. pero muchas veces el que le paguen a uno bien por mal
-Ya comprendo, ya comprendo -dice e! anciano-o duele más que otra clase de castigo en que se paga mal
Pero, ¿ por qué lo has hecho, Martín? por mal. Y siempre es una satisfacción haber podido ganar
-Es, que... Juan... me robó una lanchita y se fue·... otro amigo. ¿ Lo vas a probar?
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-Sí, tío MatÍas. y sé que Ud. · tiene razón, porque mi
maestra dijo lo mismo hace unos días.
y ahora que nosotros hemos oído el diálogo de tío
y sobrino nos vamos para que no sepan que hemos estado
espiándolos.

"Alí-Babá" Encarcelado

HISTORIA DE UN BORRICO

OCURRIQ en México, y lo vi cuando viajé por esa gran


república.
-PerQ -dirán los 1ectores:""-, ¿ quién es Alí-Babá, y
por qué lo encarcelaron? ¿ Qué hizo?
Ya verán; es una historia un poco larga, porque pri­
merQ tenemos que hablar algo de México, siendo que
muchos lectores no han estado allí.
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promulgó un decreto que regulaba la circulación de los
En México hay muchas montañas y por esto la gente
burros en la zona urbana. Se colocaron carteles y señales
usa burros para transportar muchas de sus cosas. Estos
y avisos para indicar las penas que se impondrían a los
animales tienen un paso muy seguro andando por los
infractores, y la policía quedó encargada de velar porque
desfiladeros y caminitos estrechos de las montañas. Ade­
se respetaran los reglamentos.
más soportan mucha carga y largas caminatas. Hay bu­
Alí-Babá era hijo de la burra de un campesino que
rros en casi todos los países; así pues, no entraremos en
llevaba carga al pueblo y, como era muy jovencito, iba
más detalles con respecto a ellos, pero parecería, a veces,
suelto y liviano, brincando ágilmente junto a su mamá.
que en México se ha reunido la mayor concentración
El dueño de Alí-Babá no sabía leer, y cuando fue al pueblo
de ellos.
no respetó los reglamentos ni cuidó tampoco que el bu­
Se los ve por todos lados y llevando de todo sobre sus
rrito los respetara. De manera que, de pasada por el
lomos. Los hay que transportan leña para el fuego de
parque, Alí-Babá, atraído por el verdor, se quedó allí y
los campesinos. Otros llevan jarrones y cacharros que los
el campesino siguió con la burra hasta el mercado.
alfareros hacen con barro cocido. A veces van cargados
j Qué lindo césped 1 i Qué jugosas plantas 1 i Cómo
con verduras y frutas para vender en los mercados. A
tentaban esas hojas grandes y tiernas! Era como un sueño,
menudo van con tanta carga que tropiezan y caen.
y siendo que Alí-Babá tampoco sabía leer, pasó muy ufano
No solamente en el campo y las montañas se encuen­
frente a un cartel que decía "NO SE ADMITEN BU­
tran muchos burritos, sino que también en las ciudades
RROS" y comenzó a pasearse por los caminos del parque,
hay muchos, y es allí donde las dificultades comienzan,
comiendo una hoja aquí, mordisqueando otra allá y
pues como los burros no saben leer, violan muchas reglas
oliendo el césped a derecha e izquierda. Por fin llegó a
de tránsito y causan muchas molestias. Cuando vienen los
un cantero de flores y Alí-Babá comenzó a comer de ellas.
campesinos a vender sus productos, sueltan sus burros mien­
i y qué ricas eran! Era un verdadero festÍn.
tras ellos atienden sus negocios, y los animales vagan sin
Todo fue bien hasta que Alí-Babá notó la presencia
rumbo por las calles buscando qué hacer. Generalmente lo
de un hombre que lo miraba con demasiado interés. De
que quieren es comer y de paso los dueños se ahorran unos
pronto el hombre desapareció y el burrito continuó con
centavos pues no compran avena o pasto para darles.
su florida merienda. Pero el hombre volvió, y esta vez
Es fácil ver, entonces, lo molesto que pueden ser estos
se le arrimó un poco más. Alí-Babá levantó la cabeza y co­
jumentos, especialmente cuando deciden alimentarse en
menz6 a mover sus orejotas peludas para oír lo que aquél le
los parques, comiendo las flores y plantas de adorno. Fue
decía. Notó que vestía uniforme y que tenía botones dora­
así como el alcalde de un pueblo cercano al lago Chapala,
dos que brillaban al sol, una gorra con visera y un cinturón
cansado de estos destrozos ocasionados por la negligencia,
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ancho del cual pendían un revólver y un pequeño garrote, solo, llorando para llamar a su · mamá. Fue entonces
pero como las palabras que le hablaba eran cariñosas, pen­ cuando lo vi, y me dio mucha lástima. Pero al ratito un
só que sería uno de los tantos amigos que siempre lo aca­ señor muy bondadoso, creo que se llamaba Smisor, fue
riciaban y le convidaban con terrones de azúcar, así que al jefe de policía y pagó la multa para que dejaran en li­
no se movió~ Mientras tanto el hombre uniformado, que bertad a Alí-Babá. Cuando salía de la cárcel, le tomé
era I,m policía, se arrimaba cada vez más, y pronto llegó la foto que acompaña a esta historia, y si se la mira de cerca,
a su lado y le acarició el pescuezo como un viejo amigo. se ve una lágrima en el ojo del burrito. Pero esa lágrima se
Sin embargo, Alí-Babá muy pronto sintió que una secó muy pronto, pues Alí-Babá no tardó en alcanzar a su
soga le rodeaba el pescuezo y, cuando quiso quitar la mamá y se fue con su dueño.
cabeza, notó que se apretaba la soga. Asustado, salió co­ Este burrito nos enseña que debemos siempre leer y
rriendo, pero no había llegado muy lejos cuando sintió un respetar los carteles en los parques y paseos públicos, pues
tirón que casi lo volteó. Había llegado al final de la soga, no queremos meternos en dificultades como le pasó al
y el policía sujetando firmemente el otro extremo le decía: simpático protagonista de nuestra historia. ¿ No es cierto?
-¡Ah, pillo! ¡Ven acá! No escaparás, no.
Alí-Babá tironeó, y pataleó, y rebuznó asustado, pero
no pudo escapar. El hombre del lindo uniforme se lo
llevaba a la cárcel. Entonces decidió usar su espíritu de
burro y, muy terco, se plantó sobre sus cuatrO patas, dis­
puesto a no ceder ni ante un huracán. Pero el policía
llamó a un colega, y como Alí-Babá era muy pequeño lo
arrastraron hasta la comisaría.
Entre latigazos, empellones y amenazas lo metieron
en la cárcel para burros y allí lo dejaron hasta que vinie­
ran a buscarlo.
¡Cuán triste estaba Alí-Babá detrás de las rejas! El,
que estaba acostumbrado a corretear libremente por todos
lados, no podía soportar el encierro. Por fin llegó el due­
ño, pero como era pobre no podía pagar la multa y sa­
carlo de allí. Alí-Babá tendría que quedar en la cárcel.
El dueño se fue muy triste y el pobre burrito quedó
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pueblo y resulta muy fácil estudiar en nuestros países;
~ --.~~
_--::_=- ­
pero en Irán, como se llama ahora el reino de Persia, no
hay tantas facilidades y Abdlil tenía que irse a Teherán,
la capital de su país, a un colegio que los misioneros ha­
bían abierto y en el cual podría aprender a predicar a la
gente de su aldea que Jesús había muerto para salvarlos.
Es así como un día Abdul dijo:
-Mamá, he decidido ir a la escuela del misionero.
-Bueno, hijo, si estás seguro de que quieres hacerlo, di­
vidiré tu herencia con tu hermano y te llevarás la mitad.
Tengo ochenta denarios. Llévate cuarenta, y que Dios
te bendiga.
De manera que Abdul hizo todos sus preparativos para
el largo viaje a la escuela del misionero, y cuando pasó
una caravana en camino a Teherán, Abdul se unió a ella
~---
y comenzó su viaJe.
Pero antes repasemos un poco lo que sabemos de los
Abdul Cumple su Palabra viajes de caravanas en los desiertos de Asia. Se juntan
varios viajeros que desean ir a un lugar determinado, y
se combinan para viajar con sus camellos y caballos en
ABDUL era un muchachito de Persia que VlV!a con su un grupo, para mejor protección contra ladrones y ban­
mamá y otro hermano en las altas mesetas del Irán, ale­ didos que asaltan a los viajeros solitarios. Además, si se
jado de todo movimiento y actividades a los cuales nos­ va en caravanas, siempre es más seguro en caso de acci­
otros estamos acostumbrados. Pero Abdul, como cual­ dentes o emergencias. Por eso, cuando alguien quiere
quiera de nosotros, quería educarse. Quería ir a la escuela vi,ajar por esos desiertos, espera que pase una caravana.
y aprender más de Jesús; quería saber cómo predicar a Así hizo nuestro amiguito Abdul. Tras alguna espera,
otros °del amor de Dios que envió a su único Hijo para una caravana llegó a su aldea y Abdul terminó sus pre~
que muriese por nosotros. parativos, y cuando estaba por partir, su madre le habló
A nosotros nos parece muy común todo esto, porque y le dijo:
estamos acostumbrados a ver escuelas y maestros en cada -Abdul, hijo mío, prométeme ahora que jamás dirás
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una mentira y que nunca retendrás para ti lo que no te
Cuando vino un tercer ladrón a preguntarle qué tenía,
pertenezca.
Abdul temía que también lo castigase. Pero este ladrón,
-SÍ, madre, te lo prometo. Ten confianza en mí.
que también creyó que Abdul se burlaba de él, decidió
Me voy ahora; hasta la vuelta, madre.
llevarlo ante el jefe para ver qué sucedía.
Con esta despedida Abdul comenzó su largo viaje
El jefe de los ladrones, al enterarse del episodio, se
por los desiertos, y a medida que los días pasaban y se
extrañó y mandó llamar al muchacho para exigirle una
iban acercando a unas montañas muy solitarias por las explicación:
cuales debían pasar, varios de los mercaderes de la cara­
-¿ Qué es esto que oigo de ti, muchacho? ¿ No sabes
vana comenzaron a expresar sus temores por los bandidos
acaso que como jefe de esta banda no puedo tolerar que
que rondaban en la vecindad de esas montañas.
te burles de nosotros?
Abdul no sabía mucho de bandidos, salvo que ata­
-Pero, señor. .. Ud. tiene que creerme... -contestó
caban a las caravanas y se llevaban lo que querían y a
muy seriamente Abdul tratando de convencer al bandido
veces mataban a los viajeros. Yeso era suficiente para
con el tono de su voz-o Les dije a tres de sus hombres
asustar a cualquiera, pero Abdul tenía confianza en que
que tengo cuarenta denarios cosidos en el forro de mi
Jesús quería que él se preparase para enseñar a otros del
túnica. ¡Tiene que creerme!
amor del Salvador, y estaba seguro de que a él no le pasaría
El jefe mandó abrir la túnica de Abdul, y efectiva­
nada.
mente allí encontró los cuarenta denarios, pero sorpren­
Una tarde, cuando ya creían estar fuera de la zona
dido por la extraña actitud del muchachito, le preguntó:
infestada de ladrones, la caravana fue atacada y muchos
-¿ Por qué nos dijiste que tenías ese dinero? Podrías
de los viajeros murjeron a manos de los bandidos. Uno
haber dicho que no tenías nada y no te habríamos robado.
de los ladrones pasó cerca de Abdul y le preguntó si tenía
-Es que... , señor ... , antes de salir de mi casa, mi
dinero.
madre me hizo prometer que nunca diría una mentira,
-Sí, tengo cuarenta denarios cosidos en mi túnica.
y cuando sus hombres me preguntaron si tenía dinero
-¡ Ja, ja -se rió el hombre, y siguió buscando entre les dije la verdad, porque había prometido a mi madre
otros viajeros algo que robar.
que siempre lo haría.
Al rato, otro de los ladrones le preguntó a Abdul si
-Niño... comenzó a decir el jefe de los ladrones,
tenía algo de valor, y el muchacho le contestó lo mismo
pero por la emoción no pudo continuar con sus palabras.
que al primero, pero este hombre tampoco le creyó y, pen­
Mi~ntras tanto, todos los ladrones se habían agrupado
sando que Abdul se burlaba de él, le aplicó unas bofetadas
en derredor del jefe y Abdul y todos estaban admirados
y lo azotó para que aprendiese a no burlarse de ellos.
de la valentía del niño. Por fin el capitán de los bandidos
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29
pudo hablar, y rodeando a Abdul con sus brazos, le dijo: tros padres y maestros y a todos aquellos con quienes en­
-Niño, hoy hemos recibido una poderosa lección y, tramos en contacto, debemos reflejar las enseñanzas de
no solamente te perdonamos la vida y tu dinero, sino Jesús y hacer como hizo Abdul en esa emergencia.
que queremos cambiar nuestras vidas, dejar de ser ban­ Siempre vale la pena decir la verdad, y Jesús espera
didos y de estar al margen de la ley, devolver todo lo que que lo hagamos y, mejor aún, nos ayuda a ser buenos, si
hemos robado y, de hoy en adelante, vivir como ciuda­ lo intentamos, como Abdul. Niños, recordemos el caso
danos buenos y honrados. de este muchachito persa, y cuando queramos decir una
Abdul casi no creía lo que oía, pero muy pronto se mentira, hagamos de cuenta que un ladrón de fiera mirada
convenció que era realidad, pues uno a uno todos los nos está preguntando:
hombres se llegaban al jefe y le decían: -¿ Cuánto dinero tienes, muchacho? Te lo voy a
-Capitán, tú nos has guiado por vidas erradas, sem­ quitar todo.
brando mal, dañando, robando y matando; ahora quere­ ¿Qué contestaríamos en un caso tal?
mos que nos lleves por una vida de bien. Fuiste nuestro
guía para mal, ahora sélo para bien.
Después de este incidente, Abdul se sentía muy feliz,
y mucho más cuando los mismos ladrones lo llevaron
el resto de su viaje a la escuela en Teherán.
Así termina la historia de Abdul el honrado, un niño
que quería servir a Jesús y no le importaba salir de su
casa y viajar por desiertos y montañas, durante muchos
días, para llegar a un lugar donde aprender más de Jesús.
Pero lo mejor del caso fue que ni siquiera ante el peligro
de los ladrones dijo una mentira sino que, manteniéndose
firme a su promesa, predicó el mensaje a los ladrones de
una manera tan ferviente, que los convirtió.
Sí, Abdul fue un pequeño misionero aun antes de ir
a la escuela, y de él aprendemos que todos podemos hacer
obra misionera siempre y en todos lados, diciendo la
verdad, cueste lo que costare.
Con nuestros amigos y compañeros de juego, a nues­
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-¿ Yeso le causa tristeza? ¡Debería estar contento
que no tiene que trabajar más! Puede leer todo el día,
levantarse tarde por las mañanas, ya no tiene que trabajar
y puede hacer lo que quiere.
-Es que tú no me has dejado terminar, Ricardo. Con
tus diez años tienes demasiado empuje y entusiasmo, y no
pude contarte la verdadera razón de mi pesar. Sucede que
el patrón al notificarme de la jubilación, no dijo nada de
Toby, el caballo que tan fielmente me acompañó durante
tantos años de servicio en el vecindario. Le pregunté qué
'haría con él, y me dijo que lo iba a vender a una fábrica
de cola para carpinteros. Por eso estoy tan triste, pues
no es justo pagar así los largos años de fiel servicio y duro
trabajo del noble caballo. Es cierto que es viejo ya, pero
El Caballo Viejo
creo que se merece algo mejor que ir a la fábrica de cola.
-¿ Para qué lo usarán en la fábrica de cola?
-Allí compran caballos viejos y los matan. Luego los
¿QUE le pasa, abuelito Sánchez? -preguntó Ricardo hierven y sacan productos para fabricar la cola que usan
Barrera al anciano lechero a quien todos en el barrio lla­ los carpinteros. No sé bien cómo lo hacen pero sí sé que
maban cariñosamente "el abuelito Sánchez". Toby no debe ir a parar al colero de algún carpintero.
-¿ Por qué me preguntas eso, Ricardo? ¿Se me nota -¡ Claro que no! ¿ Qué podernos hacer abuelito Sán­
triste? chez? ¡Tenernos que salvar a Toby! ¡Tan simpático que
- j Claro que sí! es, y pensar que lo van a hervir!
-y bueno... , tendré que cuidarme más para que no -Sí, Ricardo, pero no hay nada que podamos hacer.
se den cuenta todos ... El patrón está decidido.
-Pero, ¿por qué está triste? j Cuénteme! ¿No me ha Ricardo se despidió de su amigo el viejo lechero, y
dicho acaso que soy su amigo? se fue a su casa, muy perturbado por la triste noticia que
-Sí, Ricardo. Eres mi amigo. Ven, acércate, que te había recibido. Su mamá notó que estaba preocupado y
voy a contar lo que me pasa. Resulta que el patrón para lo interrogó; pero Ricardo no di jo nada hasta la hora de
quien yo trabajaba repartiendo leche, me ha jubilado, y... la comida, cuando preguntó al papá:

32 33
3- A .C.
-Papá, ¿dónde queda la fábrica de cola? lito Sánchez y agitando el diario ante los ojos del anciano,
-Hay una en el pueblo vecino, hijo. Pero, ¿por qué le decía:
haces esa pregunta? - j Lo salvamos! j Lo salvamos! i Qué suerte!
-Es que el abuelito Sánchez me dijo esta tarde que -Pero, pero.. , No entiendo, Ricardo.
el patrón lo ha jubilado, y piensa vender a Toby a la -¡ Lea, lea abuelito!
fábrica de cola. Allí lo van a hervir, y hacer cola con él. El abuelito leyó muy atentamente, pero no entendía lo
¿ No hay nada que podamos hacer? que quería decir Ricardo.
-Que yo sepa, no. Piensa tú algo y veremos. Me -Esa chacra está muy bien, pero primero hay que
parece que es una paga muy injusta para el pobre ca­ comprar a Toby, y yo no tengo dinero. Mañana iré al
ballo. patrón a ver si me deja pagarlo por mensualidades...
-¿ No podríamos comprar nosotros a Toby? Yo -No, abuelito, ¡ yo se lo voy a comprar! Papá me dijo
pongo todo lo que tengo en la alcancía. ,que si no me alcanza el dinero, él nos va a dar lo que
Es una buena idea, pero ¿dónde lo guardaremos? Tú falte. ¡Ahora Toby podrá ir a esa chacra!
bien sabes que en nuestro departamento no hay lugar Lágrimas de agradecimiento corrieron por las mejillas
para un caballo. del anciano mientras abrazaba a Ricardo y le decía:
-Sí. .. , es cierto... , pero .. . -Jamás podré agradecerte lo suficiente. La muerte
-Hoy leí en el diario algo sobre una chacra destinada de Toby en la fábrica de cola me hubiera causado mu­
a caballos viejos, que la municipalidad ha comprado en chísimo dolor. Eres un gran amigo mío, y de Toby. Ma­
el campo -dijo la mamá que había permanecido en si­ ñana iremos a ver al patrón y se lo compraremos. Cuando
lencio mientras padre e hijo discutían el caso de Toby-. Toby esté en la chacra, lo iremos a visitar de vez en cuan­
Voy a buscar el periódico a ver si encuentro la noticia do. ¿Qué te parece?
esa.. . Aquí está. -Muy buena idea, abuelito Sánchez. Hasta mañana,
Ricardo y el padre leyeron la nota y, muy contentos me voy ahora.
por el descubrimiento, hicieron planes para la compra de -Hasta mañana, Ricardo, y muchas gracias.
Toby.
- j Yo pongo todos mis ahorros! -anunció Ricardo.
-¿ y si no te alcanza? -preguntó la mamá.
-Eso no es problema -dijo el papá-, yo me encargo
de que tenga suficiente para la compra.
Ricardo, después de la cena, corrió a la casa del abue­
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-¡Cuánto me gusta el pastel de manzana! -exclamó
Nicanor mientras corría hacia los árboles frutales.
Sin embargo, había una duda en la mente del mucha­
cho, y mientras se dirigía hacia los manzanos se pre­
guntaba:
-¿ Por qué mamá me habrá pedido manzanas como
para cuatro pasteles? Hoyes lunes... , la tía Berta y el
Nicanor
tío Juan no vendrán hasta el jueves que es el día cuando
se inicia la exposición.
y las
Mientras iba pensando así, Nicanor llegó al árbol fa­
vorito de su padre y allí vio las mejores manzanas de la
Manzanas
región, manzanas que su padre presentaba en la exposi­
ción todos los años y que le aseguraban el primer premio.
Eran realmente unas manzanas hermosísimas, y mientras
Nicanor las miraba con ojos hambrientos, parecían agran­
darse y tornarse cada vez más rojas.
""-Seguramente papá no se dará cuenta si me como
una, o dos, o tres ... , tal vez cuatro -pensaba Nicanor-;
sin embargo, me dijo que no las tocara, .y yo prometí
obedecerle.
ASOMANDOSE a la puerta de la cocina con una fuente Cuando casi se había convencido de que realmente era
grande en las manos, la Sra. Mejía llamó a su hijo: mejor dejar esas manzanas tranquilas y resignarse a comer
- j N icano o o ot! ¡necesito manzanas para algunos las que habían caído al suelo, una nueva tentación se
pasteles! apoderó de él y esta vez lo venció. Nuestro amiguito
Antes que terminara sus explicaciones, Nicanor ya Nicanor se decía:
estaba a su lado esperando que le diera la fuente. -Al fin y al cabo son mucho mejores que las que
-Por favor, Nicanor -añadió su madre-, junta úni­ están en el suelo... Arrancó dos o tres manzanas del
camente las que hayan caído al suelo. Llena la fuente de árbol, mientras juntaba las del suelo y llenaba la fuente
modo que tenga suficiente fruta como para hacer cuatro como su madre le había pedido.
pasteles. Miró en derredor suyo, no vio a nadie y siguió mor­
36 37
diendo las manzanas con grandes bocados. Sin embargo, Cuando llegaron al árbol de las manzanas favoritas,
por una razón u otra no le parecían tan sabrosas como el padre de Nicanor se detuvo sorprendido. Observó las
en las ocasiones cuando su padre se las daba al final de la ramas que tenía directamente delante de sí, y luego miró
exposición después de haber ganado los premios. alrededor del árbol inspeccionando cuidadosamente las
Cuando tuvo llena la fuente, la llevó a su madre, que ramas en busca de las manzanas. Pero, por más que las
estaba en la cocina; pero, al subir los escalones de la buscaba, no las podía hallar.
puerta de atrás, le pareció oír voces conocidas. Se arrimó -¿ Qué ha pasado con mis mejores manzanas? ¿ Qué
a la puerta, espió, y, efectivamente, ¡su padre estaba allí! ha pasado con las manzanas que quería llevar a la expo­
El papá de Nicanor había salido de viaje y no esperaba sición? ¿ Ha habido otras personas cerca de este árbol,
estar de regreso en casa hasta el día miércoles, pero he aquí aparte de mamá, abuelita y tú?
que el lunes ya estaba de vuelta. Desgraciadamente no Todas estas preguntas contestó Nicanor en silencio,
fue una sorpresa muy agradable para Nicanor. apenas moviendo su cabeza de un lado a otro.
-Estoy verdaderamente orgulloso de ti, Nicanor -dijo -Entonces... , ¿será posible que?.. ¿Sabes, Nica­
el padre cuando el niño entró en la cocina-o Mamá me nor, en qué estoy pensando?
ha dicho que te has portado muy bien, que has cortado -Yo. .. yo... las. .. comí. .. , papá -atinó a decir
el césped y que has quitado las malezas de la huerta. Nicanor, mientras muy turbado se empeñaba en cubrir
Todo esto me alegra mucho. ¿ Cómo están esas manzanas los dedos de sus pies descalzos con el polvo de la huer­
especiales para la exposición ~ Dejaré las mejores en el ta.
árbol hasta pasado mañana, cuando las arrancaré y pre­ -Pues entonces este año no ganaremos ningún premio
pararé para presentarlas en la exposición. -dijo el papá-o Hay otros granjeros que tienen manza­
Al decir estas palabras el padre de nuestro amiguito nas tan buenas como éstas que quedan. Las nuestras ya
se encaminó hacia sus manzanas, luego de haber invitado no son las mejores. Oye bien, Nicanor; lo que te voy a
al niño que lo acompañara. Pero los pies de Nicanor se decir es importante para ti. El dinero que pensaba ganar
hacían cada vez más pesados, y se movían más lentamente este año con los premios lo iba a destinar para que hicieras
que los de su padre. A los pocos pasos el padre se dio un viaje a la casa del tío Juan y la tía Berta. Ahora, como
vuelta para buscar a su hijo y, viéndolo que se quedaba no hay premio, no habrá viaje a la casa de los tíos.
rezagado, le preguntó: -¿ No sirven las manzanas que quedan?
-¿ Qué pasa, hijo? -No, Nicanor. De ninguna manera.
Por toda respuesta Nicanor sacudió su cabeza negati­ Nicanor hundió su rostro entre sus brazos apoyados
vamente. contra el árbol, llorando desconsoladamente. Su padre se
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retiraba hacia la casa, pero después de unos pocos pasos
se dio vuelta y habló cariñosamente a su hijo:

~
-Nicanor, tú no has obedecido. Tendrás que recordar
que "el camino de los desobedientes es duro".

~~
Sin levantar la vista, Nicanor asintió con la cabeza, y
tristemente se fue hacia la casa.
Si no hubiera comido esas manzanas, al día siguiente
de la exposición, habría podido viajar en el tren con el
tío Juan y la tía Berta. i Qué linda vacación se había
perdido!
MientrJ.s se secaba las lágrimas con las mangas de su
camisa, se repetía, murmurando:
-Los caminos de los desobedientes siempre son duros. La Alcancía del Grado
-y añadió en voz más alta-: Sí, me parece que ahora
lo sé; jamás lo olvidaré.
y en verdad Nicanor no olvidó el resultado de su ERAN los primeros días de clase. Llevo en mi memoria
desobediencia. Le quedó bien grabada la lección. el recu<;rdo de ese conjunto infantil, de caritas risueñas,
como frágiles mariposas en torno a mi escritorio. Me
parece revivir en este momento aquel año que pasó.
Cuando entramos en el aula como de costumbre, la al­
cancía que- estaba sobre mi escritorio, con una diminuta
cerradura y una hendidura en su cara superior, pareció
decirnos:
-Buenos días, compañeros, ¿se han acordado de mí
hoy? ..
Era la Alcancía del Grado. Desde ese día, todas las
mañanas yo era la primera en llegar al aula, y las alumnas
matemáticamente depositaban sus moneditas en la ra­
nura.
Muchas me contaban:
40
41
-Señorita, hoy no compré figuritas y traje 5 centavos ... que me regalan, que preferí depositarlos aquí, como hacen
-Yo, señorita, encontré una monedita, y aquí la traje; mis compañeras.
voy a echarla... Tomé su cabecita entre mis manos, pues comprendí
-Yo tenía unas monedas, compré caramelos, pero las ilusiones que se había forjado su tierno corazón; la
guardé lO centavos para la alcancía ... aprisioné fuertemente como si fuese mi hijita.
-¿ Está contenta, señorita? ... Siguió el tiempo su ritmo habitual, pero quedó en mi
-¿ Hacemos bien? .. cierta preocupación por Teresita.
-¿ Ve, señorita, como no nos olvidamos? .. Habían pasado dos meses. Se acercaba el cumpleaños.
y mil argumentos más. Pensé y sugerí a mis alumnas la idea de invertir algunas
Yo las dejaba hablar; les sonreía; de vez en cuando las monedas de la alcancía en la compra de una muñeca para
acariciaba, las felicitaba y alentaba esos corazones con fra­ la pobre Teresita.
ses maternales. Mi alma gozaba intensamente, porque mi Todas las alumnas me rodearon y aceptaron alegres
obra iba ganando corazones y mis alumnas se discipli­ mi iniciativa.
naban en la sabia comprensión del ahorro. -¡ Qué contenta se va a poner! .. .
Los días se sucedían, y nuestra alcancía se adueñó de -¡ Qué sorpresa va a ser para ella! ... i Es tan buena! ...
mis alumnas y cada día era más pesada. -¡ La queremos tanto! ...
Había entre mis alumnas una muy humilde, que era Estábamos a un día de la fecha. Las niñas se mostra­
huérfana. Era Teresita, quien, aunque tan pequeña, hacía ban inquietas. Tomé la alcancía, la abrí y ¡oh, sorpresa!:
de madrecita para sus hermanitas menores, a las que cui­ un montoncito de monedas de 5, lO Y 20 centavos...
daba con sumo cariño, y era querida por todas sus com­ Las repartí por grupos. Todas las niñas afanosamente
pañeras.
contaban. Era una verdadera clase de aritmética. Suma­
TeresÍta quiso también cooperar como todas en la al­ mos; total: $8,65.
cancía y llevó su monedita. Yo, que conocía el hogar de -¡ Cuánto dinero! ¿ Alcanzará, señorita? ...
ella, donde quizá pudo haber faltado hasta una moneda, Dejé indicado quiénes comprarían, en el bazar de la
pues tantos gastos tuvo su padre en la enfermedad de la esquina, una muñequita que, orgullosa, se lucía en la vi­
madre, me atreví a decirle a Teresita: driera.
-¿ Tú también trajiste una monedita? ... Todas debían callar, y aquella que llegara a confiar el
-Sí, señorita. Me regalaron JO centavos. Pensé com­ secreto sería reprendida.
prar caramelos... , luego juntar muchas monedas para Todas fueron fieles a la promesa que me hicieron.
comprarme una muñeca ... ; pero, son tan pocas las veces Nadie comentó el asunto. Llegó el día. Observaron la
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asistencia de Teresita a clase. Sobre su banco colocaron la sin par, resultado del depósito de unas moneditas diarias.
caja, y varios paquetitos más. Ya estábamos a segundos Así siguió su camino la Alcancía del Grado. Compró
de un momento de ansiedad para nosotras, de dicha sin útiles, repartió libros, ayudó al necesitado en la medida de
límite para la pequeñuela. sus fuerzas, sembró siempre felicidad a su paso, dando
Todas fijamos los ojos en Teresita. No queríamos per­ pruebas evidentes de que AHORRAR es COOPERAR,
der un solo gesto de su sorpresa ante lo que le espe­ de que ese pequeño esfuerzo diario nos depar.a satisfac­
raba. ciones espirituales grandes, al llevar a un semejante la
Teresita de inmediato reparó en su banco, nos muó dicha de verlo feliz.
a todas; las compañeras la rodearon; se. le ahogó un grito
en los labios. " quedó muda.
-Es para ti, sí, para ti ... ¡Abrelo, Teresita, todo es
tuyo!
Tomó la niña la caja; la abrió y, tomando entre sus
manos la muñeca, la levantó, vino corriendo hacia mí y
me besó.
-¡ Gracias, gracias, señorita! ... ¡ Es la misma que yo
contemplaba todos los días!... ¡Qué hermoso traje! ...
¡Qué linda cara! Cierra los ojos...
El grado entero gozaba la dicha que vivía Teresita.
Yo aclaré:
-Esta muñequita no te la he comprado yo ; es el grado,
son todas tus compañeras. ¡Es el milagro de la ALCAN­
CIA! ...
- j Pero! ¿ han gastado todo el dinero para mí? ..
-No, Teresita; quedan en ella muchas monedas to­
davía.
Algunas compañeras le trajeron caramelos, pañuelitos,
libros de cuentos y hasta un vestidito. Fue un día de sin­
guhlr alegría espiritual, donde todos disfrutamos la inmen­
sa satisfacción de llevar al corazón de Teresita una dicha
44 45
resto de sus compañeros seguía en pos de Basilio, bur­
lándose y molestándolo con sus gritos y bromas pesadas,
Godofredo se quedaba aparte del grupo, buscando la me­
jor manera de aproximarse al infortunado y ofrecerle su
amistad.
Basilio era un muchacho pobre y no tenía la suerte de
poder llevar zapatos nuevos a la escuela. Los demás mu­
chachos tenían zapatos nuevos y se complacían en tor­
turar a este muchachito y molestarlo a causa de! aspecto
de sus zapatos viejos.
Una tarde, cuando Basilio huía de los acostumbrados
insultos, Godofredo se le acercó y con una sonrisa trató
de demostrarle que deseaba ser su amigo.
-¡ Vete, vete! ¿Tú también te burlas de mí? -fue
la respuesta de Basilio, quien ya se había habituado a ser
e! centro y objeto de las pullas.
Zapatos Rotos Godofredo se retiró apenado; pero mientras tanto
pensaba:
"¡ Pobre Basilio! No sabe que quiero ser su amigo"...
EL BUEN Godofredo no podía reírse como lo hacían sus y terminó en alta voz: "pero ya encontraré la forma de
compañeros. Sus amigos se burlaban de Basilio y de sus mostrarle que realmente soy sincero".
zapatos remendados, pero e! corazón de Godofredo sufría Pero para convencer a un muchacho de cosa seme­
al ver los esfuerzos de Basilio por retener las lágrimas que jante, se requiere una habilidad especial; y, aunque Godo­
asomaban a sus ojos. Tan crueles eran los muchachos, fredo era amigable y de naturaleza simpática, tuvo que
que, aun cuando Basilio se alejaba de ellos, lo perseguían pensar largo rato hasta encontrarle solución al problema.
con gritos burlones y llamándole con un sobrenombre Durante las clases siguientes Godofredo no oía nada
que le habían puesto días atrás: de lo-que la maestra enseñaba a la clase. Estaba tan en­
-¡ Zapatitos remendados! -le gritaban. frascado en sus pensamientos buscando la solución de su
La escena se repitió muchas veces y siempre causó problema, que, en cierta ocasión cuando la maestra le
gran pena a nuestro amiguito Godofredo. Cuando el hizo una pregunta, no la pudo contestar. Esto sorprendió
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a todos, pues nuestro amiguito era muy listo y lino de los pelota, y se trepó por las cuerdas y columpios, buscando
mejores alumnos de la clase. siempre llamar la atención a sus zapatos. Algunos de sus
Cuando terminaron las clases del día vio a Basilio que compañeros lo vieron, y uno de ellos dijo en tono bajo:
se alejaba a la carrera para no ser visto por el grupo de -Tiene zapatos remendados; ¿viste?
muchachos. Sin embargo, éstos lo vieron, y con toda se­ Pero aunque lo dijo en voz muy baja, Godofredo lo
guridad que Basilio oyó los gritos "¡Zapatitos remendados! oyó, yeso era lo único que esperaba.
¡Zapatitos remendados!" con que lo despidieron y que -iPor supuesto! -les gritó--, los uso para que no se
resonaron en los oídos de Godofredo, apenando su corazón. gasten los nuevos.
-Basilio no tiene zapatos nuevos, GOma nosotros -dijo Pero no les dijo cuánto había trabajado para que esos
Godofredo a Sl,lS compañeros-, porque su padre ha estado zapatos pareciesen tan viejos y gastados. Eso era lo que
enfermo muchas veces y no ha podido trabajar. había hecho metido en el ropero, cuando su mamá tuvo
Estas palabras no surtieron ningún efecto en sus ami­ que llamarlo dos veces. Hasta allí sus esfuerzos habían
gos, quienes continl1aron gritando, y riéndose de Basilio. dado resultados, pues se estaba formando un grupo de
Godofredo todavía no había encontrado la solución al muchachos, y también había algunas chicas que se unían,
problema, y el resto de la tarde transcurrió rápidamente y todos alrededor miraban sus zapatos de aspecto desali­
sin que se le ocurriera nada. ñado y rotoso.
Cuando se fue a la cama, se durmió deseando poder A pesar de todo ninguno se reía de él. Todos eran
demostrar a Basilio que realmente quería ser su amigo. sus amigos y creían que Godofredo tenía mucha razón
Pero, ¿ cómo? al usar sus zapatos viejos con el objeto de no gastar los
A la mañana siguiente se despertó con una idea que nuevos. Hacia el final del recreo, Godofredo divisó a
lo hizo salir de la cama como muy pocas veces lo hacía. Basilio que, solitario y triste, se había sentado a la sombra
Se levantó de un salto. Se vistió apresuradamente, y se de un viejo peral. Mientras el corazón le golpeaba fuer­
introdujo en el armario de la ropa, donde trabajó con temente, Godofredo se dirigió a Basilio, dispuesto a lograr
tanto entusiasmo, que su mamá tuvo que llamarlo dos su amistad una vez por todas.
veces antes que bajara a desayunarse. Casi llegó tarde a Adornando su rostro con la sonrisa más amable que
la escuela, pero estaba satisfecho porque había trabajado podía imaginarse, marchó a grandes pasos, aplicando pun­
muy duramente para lograr su meta, que era la amistad tapiés a los guijarros y mostrando a Basilio que sus zapatos
de Basilio. eran viejos. Los ojos del muchacho bajaron del rostro a
Durante el primer recreo, Godofredo se mostró mucho los Ries de Godofredo; y luego volvieron al rostro, y ba­
más activo que de costumbre. Corrió, pateó piedras y la jaron de nuevo a los pies, y volvieron a subir. Esta última
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4-A.C.
vez, cuando Godofredo pensaba que todo había sido inútil,
se dibujó una débil sonrisa en los labios de Basilio. j Había
visto que ya no era el único centro de atracción!
Godofredo quería hablar a solas con Basilio, de manera
que con tono amigable le dijo:
-Corramos una carrera, ¿ quieres?
Nuevamente Basilio miró los zapatos de Godofredo,
y luego alzó los ojos para estudiar el rostro de Godofredo.
Esta vez una amplia sonrisa se extendía de oreja a oreja.
- j Aceptado! -contestó.
Godofredo era el mejor corredor de la escuela y todos
lo sabían, pero en esta carrera decidió quedarse un poco
atrás y dar a Basilio la oportunidad de ganar. Cuando
llegaron al otro extremo del patio, y se detuvieron breve­
mente para descansar, Godofredo dijo a su nuevo amigo:
~Basilio, yo tengo dos pares de zapatos, y quiero
darte uno. Mi mamá me dio permiso. ¿ No quisieras
venir a casa conmigo esta noche a buscarlos?
Por un breve instante Basilio quedó con la cabeza
gacha, fijos sus ojos en el suelo. Godofredo inmediata­
mente añadió:
-Así siempre andaremos con zapatos iguales. Algunos
Un Atajo en el Camino
días usaremos los remendados y otras veces vendremos
con los zapatos nuevos. MAMA, ¿ nos permites a Zulemita y a mí que vayamos
Con una sonrisa de agradecimiento Basilio contestó: a jugar con Isabel? -preguntó Lucila, una niñita de siete
- j Esto es lo mismo que tener un buen amigo! años de edad. Era una hermosa mañana, y ella se había
- j Es claro! -respondió Godofredo-. Siempre an­ cansado de jugar a la misma cosa todo el tiempo. Zule­
daremos juntos y haremos muchas cosas juntos. Desde mita tenía cuatro años y era la menor de la familia.
un principio quise demostrarte que deseaba ser tu amigo, -Sí, Lucila - repuso la mamá-, pueden ir, si van
y ahora me alegro porque me aceptaste. por el camino real y no se acercan al puente del ferrocarril.
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Ir por el puente del ferrocarril resultaba mucho más maba. Lucila se dio vuelta y vio que un tren de carga
corto, pero era muy peligroso aun para los adultos, y se acercaba a toda marcha. Inmediatamente pensó en
mucho más, naturalmente, para los niños. Era un puente Zulemita y echó a correr hacia ella. Con la ayuda de
alto y estrecho, y no hacía mucho que un tren había ma­ Isabel tomaron a Zulemita de la mano y, elevando frené­
tado a un hombre que intentó cruzarlo. Lucila prometió ticamente una oración a Dios para que las ayudara, co­
a su madre que le obedecería, y tomando la mano de rrieron cuan rápido pudieron hacia la tabla de refugio
Zulemita se dirigieron a la casa de Isabel, por la carretera. más cercana. Allí se sentaron, aferrándose como mejor
Después de jugar durante un buen rato en la casa podían, teniendo a la pequeña Zulemita entre ellas, a quien
de Isabel, las niñas decidieron ir a visitar a otra amiga. rodearon con el brazo para protegerla.
-Es muy lejos ir por el camino real, Lucila -dijo Algunos niños que estaban jugando en el arroyo abajo
Isabel-. Vayamos por el puente.
gritaron:
-¡Oh, no!, mamá dijo que debíamos ir por el camino - j El viento las va a hacer caer! j Cuidado, chicas!
porque el puente es muy peligroso. Con las piernas colgando del borde de la tabla, no
-¡ Bah, yo he pasado por allí muchas veces -contestó les sobraba un centímetro de espacio, mientras temblando
Isabel-, y, además, tu mamá nunca lo sabrá. esperaban que el tren pasara. El maquinista, al ver las
-Bueno... , este... realmente no deberíamos hacer­ niñas en la vía, aplicó los frenos del tren mientras hacía
lo.. . , pero... tal vez no importe que lo hagamos esta sonar desesperado el silbato. El tren no podía parar, y
vez solamente; pero no le digas nada a mamá... -repuso, al pasar a su lado las niñas quedaron paralizadas de miedo,
vacilante, Lucila.
mientras el maquinista, tranquilo porque el tren no las
Pronto las tres niñas iban caminando cuidadosamente había arrollado pero temiendo que el viento las derribase,
por los durmientes del puente. Allá lejos, abajo, entre las les hizo señas, con los puños cerrados, de que no se sol­
piedras, corría rumoroso un arroyo. El puente estaba cons­ taran. Cuando el tren pasó, tres niñitas muy asustadas
truido de tal manera que de a trechos había unas tablas volvieron al camino real.
que sobresalían en los costados. Allí, una persona que Transcurrieron tres años antes de que la madre de Lu­
se viera en peligro podía refugiarse y evitar ser arrollada cila supiera la historia. Se la contaron las dos hijas, que ya
por el tren.
no podían ocultar su desobediencia. La madre no las re­
Lucila iba delante, a corta distancia de Isabel, quien prendió, pues sabía que el incidente ya las había castigado
caminaba más lentamente porque ayudaba a la pequeña lo suficiente; pero elevó una oración de agradecimiento a
Zulema.
Dios por su bondad manifestada al enviar su ángel para
De pronto se oyó el silbato de un tren que se aproxi­ que les salvase la vida.
52 53
había empujado hacia la costa, lo había hecho encallar
entre unas rocas y parecía que pronto sería destrozado
y todos los que estaban a bordo se ahogarían. Esto su­
cedía hace muchos años, y cerca de allí no había botes
salvavidas. Procurar alcanzar al navío en peligro usando
uno de los botes pesqueros, equivalía a una muerte segura.
Cuando los espectadores creían que ya no había es­
peranza de salvar a los náufragos, se vio que apresurada­
mente llegaba un caballero a la playa, acompañado de un
hermoso perro Terranova.
-¡ Dadme una cuerda! -gritó.
Se le entregó lo que pedía. La desenrolló y, poniendo
un extremo en la boca del perro, le dijo:
-¡ Búscalos, Nerón! i Búscalos!
El perro se lanzó valientemente al agua y nadó hacia
el barco encallado. Pero, a pesar de todo, no pudo acer­
carse lo suficientemente como para que algún tripulante
alcanzara la soga. El oleaje del mar embravecido se lo
impedía.
Transcurrieron algunos momentos de angustia.
Nerón Fue un Héroe Entonces se vio que un tripulante arrojaba una soga
al perro. El inteligente animal abandonó la que tenía en
la boca y se apoderó del cabo que le había sido lanzado
ERA una tarde muy desagradable en la costa de Cornua­ desde el barco. Acto seguido se dirigió hacia la orilla.
lIes, sudoeste de Inglaterra. El viento soplaba con furia, Cuando, cansado y jadeante, el perro pisó tierra firme, fue
caían rayos y se oía un trueno tras otro, pero sobre todo recibido con una aclamación entusiasta. Los hombres
se oía el ruido de las olas. que estaban en la playa tomaron la soga que Nerón había
Los pescadores de la aldea se habían reunido a la traído y por ella enviaron otra más gruesa, a los desdicha­
orilla del mar, porque hacía ya tiempo que se veía un dos tripulantes y, gracias a este cabo más grueso, todos
barco que hacía señales de angustia. La tempestad lo pudieron llegar a tierra firme sanos y salvos.
54 55
Los náufragos pronto estuvieron en hogares abrigados
pues había muchas personas deseosas de ayudarlos en
esos momentos de penuria y necesidad; y en el corazón
de todos los presentes estaba Nerón.
Nerón fue el héroe del día, y hasta hoy los pescadores
de Cornualles relatan su historia con orgullo.

La Honradez Ante Todo

LOS hilos de la vida se entrecruzan. Alán Nelson estaba


en Villaturbia sin hacer nada, ya que tenía que esperar
que sanaran su brazo y su hombro. El Sr. Puebla se en­
contraba a ocho kilómetros de Villaturbia. El Sr. Puebla
era un agricultor que estaba muy disgustado. El Sr.
Zúñiga vivía en la ciudad de Lorca a quinientos kilóme­
tros de Villa turbia en línea recta y más de seiscientos
por la carretera, lo que Alán sabía bien, pues él trabajaba
en Lorca en una tienda del Sr. López. Y, así es la vida:
todos ellos se vieron reunidos en un mismo asunto, el
resultado de lo cual fue ...
56
57
Un brazo y un hombro de Alán habían quedado muy pudier,a hacer. Se sentó y miró una casa bien construida
lastimados cuando un irreflexivo muchacho de la ciudad aunque deshabitada que quedaba a corta distancia en la
de Larca lo atropelló con su auto y siguió su camino sin misma calle.
detenerse para ver siquiera lo que había hecho. Una casa en Villaturbia no costaba tanto dinero como
Algunas personas lo socorrieron y le dijeron que era una casa en la ciudad de Larca. Eso era natural. Pero lo
una barbaridad lo que había ocurrido. Pero el hecho es que no era natural era que esa casa vecina a la de sus
que el atropellador había desaparecido, y todo lo que padres estuviera allí vacía y nadie la ocupara año tras
pudo hacer Alán fue ir a un médico para que le pusiera año.
en su sitio los huesos maltrechos. -Mamá -preguntó Alán-, ¿quién es el dueño de
-Mucho me temo -informó Alán al Sr. López, su esa casa desocupada en la esquina de la calle Indepen­
patrón-, que no podré trabajar durante un buen tiempo. dencia?
-Lo siento -le contestó el Sr. López-j pero no tema, -El Sr. Zúñiga --contestó su madre.
cuando vuelva encontrará su puesto. -¿ El Sr. Zúñiga?
El Sr. López estaba dispuesto a cumplir con su palabra. -Sí. Los Zúñiga vivían antes en este . pueblo, pero
Alán era tenedor de libros, y después de sanar y volver cuando murió el anciano Zúñiga, su sobrino de la ciudad
a su escritorio, su trabajo lo estaría esperando. Un trabajo de Larca heredó la propiedad. El acostumbraba venir
por el cual le pagaban $180 mensuales. ocasionalmente los veranos, cuando era pequeño.
Alán pensaba en eso: $180 por mes, y no se le iba a -¿ Por qué no la alquilará? -observó Alán-. ¿Por
pagar sueldo mientras estuviera ausente de su trabajo. qué no la venderá?
En la ciudad de Larca los alquileres eran caros y los -Le gustaría hacerlo, pero no puede.
restaurantes no daban crédito; por eso escribió una carta - No me explico . . .
a su casa y una semana después llegó a Villa turbia. Pero después que su madre le mencionó el hecho, se
Ya en su casa, se puso a meditar. j No era justo lo que acordó de que nadie quería alquilar esa casa desocupada
le sucedía! Había observado todas las reglas de tránsito, debido a un olor insoportable que se sentía en ella.
mientras que el muchacho que lo había embestido las -Es algo que enferma -le aseguró su madre- o El
había burlado impunemente. ¡No era justo! Sr. Zúñiga ha hecho revisar la casa, vez tras vez, pero
Pero no ganaba nada preocupándose y meditando. Más no ha podido encontrar la causa de ese desesperante mal
le valdría ver la forma de conseguir dinero, mientras es­ olor. Hasta pensó que se trataba de un animal muerto
taba en su casa, para pagar la cuenta del médico. que habría quedado debajo del piso, o en el entretecho.
Se puso a considerar el asunto, pero no veía nada que Pero no encontraron nada.
58 59

'1.
y Alán se acordó de eso después. precio, tal como está ahora -dijo la madre de Alán.
Pasaban los días, y su brazo y hombro mejoraban rápi­ y luego siguió una semana de investigaciones reali­
damente.
zadas por Alán. i Ya sabía de dónde provenía el hedor!
Pasaron más días, días largos, días oscuros durante los Sólo tenía que hallar el lugar por donde salía, y cubrirlo.
cuales pensó en los $400 que debía al médico. Los $180 Un día mientras estaba investigando, en el sótano,en
sólo le alcanzaban para pagar el alquiler, la comida y sus un lugar donde el piso era solamente de tierra, observó
gastos personales. Eso era todo. i Si pudiese conseguir que el olor era más fuerte que en otras partes de la casa.
algo más de dineró! Fue a su casa y volvió con una pala y comenzó a cavar.
Cierto día, mientras caminaha por el campo pensando Y también comenzó a sentir náuseas. ¡Al fin había en­
en la forma de pagar su cuenta, vio un aparato perforador contrado de dónde salía el olor!
de pozos. y entonces fue cuando se encontró con el Sr. El hecho era que, en un antiguo pozo donde había
Puebla, dueño del campo por el cual caminaba. El Sr. agua sulfurosa, se había rajado la tapa que le habían
Puebla estaba muy disgustado. puesto para impedir que saliera el olor. Allí estaba la
Sí, el sol brillaba lindo. ¡Pero! ... Sí, el tiempo había raíz de todo el mal. Y como eso había sido hecho por el
sido bueno para la cosecha, ¡pero! .. . anciano Zúñiga, su sobrino que vivía en la ciudad de
-¿ Qué sucede? -le preguntó Alán. Lorca, a tanta distancia, no sabía nada. Tan sólo había
El Sr. Puebla miró el aparato de perforación. A hecho visitas ocasionales al pueblo cuando era niño, y
continuación le explicó que había gastado $300 en un pozo probablemente nunca habría oído hablar del viejo pozo
y que, no obstante, lo único que había sacado era agua abandonado.
sulfurosa.
Alán se fue a su casa. "La semana próxima -se dijo
-¿ Qué clase de agua? - preguntó Alán. para sí-, iré a Lorca, conseguiré dinero prestado y com­
-Agua sulfurosa -repitió el Sr. Puebla-. Trabaja­ praré la casa. La obtendré muy barata. La pérdida de
mos mucho y sacamos esa agua. i Huélala! Zúñiga será mi ganancia". ¡Tendría más que suficiente
i Y súbitamente Alán recordó haber percibido el mis­ para pagar la cuenta del doctor!
mo olor! Y también vislumbró la forma de pagar su No iba a decir nada a su madre acerca de lo que pen­
cuenta del médico. Cuando llegó de vuelta a Villaturbia, saba. "Ella se opondría..." -pensó Alán. La razón por
su madre le confirmó lo que él pensaba. Si esa casa quedara la cual no se lo dijo es porque creyó que a lo mejor a ella
libre de ese olor tan desagradablemente espantoso, podría no le iba a parecer muy honrado lo que él estaba por
venderse en seguida.
realizar. Su familia y los Zúñiga habían sido amigos du­
- Pienso que el Sr. Zúñiga la vendería a muy bajo . rante muchos años.
60 61
"La mala suerte será para Zúñiga", pensó otra vez Pero no fue asÍ. El Sr. Zúñiga escuchó lo que le decía,
Alán. y le contestó:
El lunes tomó el tren para Larca. En la ciudad ofre­ -Nunca se me había ocurrido que la causa de ese
cería un bajo precio a Zúñiga por su casa desocupada; mal olor fuera el agua sulfurosa. Y nunca se me ocurrió
luego haría tapar la rajadura del pozo viejo, y vendería revisar prolijamente el sótano.
la propiedad con una magnífica ganancia. i Aun habría -¿ Vendería Ud. la casa? -le preguntó Alán.
de duplicar su inversión! -Ahora no -le replicó el Sr. Zúñiga moviendo la
Era una lástima que se perjudicara el Sr. Zúñiga, pero cabeza-o Me alegro mucho por lo que Ud. me ha dicho.
al fin y al cabo, alguien tendría que sufrir la mala suerte. Esa casa ha pertenecido a nuestra familia durante mucho
y entonces se le ocurrió a Alán que el muchacho alo­ tiempo y pienso conservarla y convertirla, como de cos­
cado que lci había embestido pensaría lo mismo: "Siento tumbre, en nuestra residencia de verano.
mucho haberlo atropellado, pero qué vamos a hacer con Después de algunas expresiones de agradecimiento,
la mala suerte". terminó la entrevista.
El tren seguía rápidamente su camino hacia Larca, Alán Nelson fue después al almacén donde estaba
donde lo esperaba su oportunidad. El Sr. Zúñiga segura­ empleado.
mente iba a dejar la casa casi por nada. El precio que le El Sr. López quiere verte, Alán -dijo uno de los
ofrecería, le iba a parecer muy bueno "La mala suerte compañeros de trabajo.
le tocará a él", pensaba Alán. Las ruedas del tren pare­ Nuestro amigo entró en la oficina del jefe, con el cora­
cían repetir su pensamiento: "La mala suerte será suya, zón latiendo violentamente. i A lo mejor el Sr. López no
la mala suerte será suya". Hay que poner en primer le daría su puesto de vuelta! i Y esas cuentas del médico
lugar los propios intereses. que debía pagar!
Sin embargo, a medida que se acercaba a la ciudad, -Tome asiento, Alán -lo invitó el Sr. López.
su conciencia le iba haciendo notar cada vez más clara­ y entonces, mientras hablaba el jefe, el temor dio paso
mente que lo que iba a cometer era un robo encubierto, a la emoción, y la emoción dio lugar a la admiración al ver
aunque él lo llamase un "negocio". En realidad se trataba el resultado de las cosas. Pues el Sr. López le dijo:
de un engaño. -Necesitamos un ayudante para el cajero. El sueldo
Luchó largo rato con sus escrúpulos, y al fin pensó será de $300 por mes. No sabíamos a quien poner en ese
que lo mejor sería proceder honradamente. "Quizá -se puesto. Se necesita una persona honrada, estricta, de una
dijo para sí-, en recompensa por mi acto de honradez, honradez a toda prueba.
el Sr. Zúñiga me venda la casa a un precio bajo". Y, para terminar la corta entrevista, el Sr. López dijo:
62 63
-y Ud. Alán, ha sido designado para ese puesto. Será
ayudante del cajero.
Sí, en la vida se entrecruzan los hilos de los hombres.
El Sr. López, el Sr. Zúñiga, una casa abandonada, un
accidente, un agricultor que hizo perforar un pozo
inútil y sacó agua sulfurosa, todos se unieron a la larga
en este juego del destino. El Sr. Zúñiga conocía al Sr.
López, y le había contado lo de la prueba de honradez
de Alán.

Hebe la Elefanta
I

PARECERlA que los elefantes no sólo reconocen un acto


de bondad sino que lo recuerdan por varios años.
Hebe era una elefanta hermosa y de gran valor que
pertenecía a un circo. Se había clavado una astilla en
una pata, y estaba furiosamente desesperada por el dolor.
El dueño del circo llamó a un veterinario y le rogó que
viniera lo más pronto posible.
El Dr. López llegó a los terrenos del circo, y el
dueño lo presentó al domador de la elefanta. Los
tres hombres se encaminaron al corral donde estaba Hebe.
Escuchemos al mismo veterinario: -Desde lejos po­
díamos oír los quejidos tremendos y lastimeros de la ele­
fanta, y cuando llegamos al lugar vimos al animal parado
64
65
S-A.C .
en tres patas, moviendo la pata herida de adelante para Saqué la espina, lavé la pata y la vendé. El alivio que
atrás y lanzando sus lastimeros lamentos. sintió el animal ha de haber sido inmediato porque las
-No se acerque -me advirtió el domador-, podría caricias de su trompa fueron más suaves y lanzó, además,
matarlo. un suspiro prolongado muy semejante al humano; pero
Luego entró al corral y habló con la elefanta. El ani­ yo me retiré medio muerto de miedo.
mal pareció dar muestras de entender el idioma, extraño Como año y medio más tarde, llegué a una ciudad
para mí, en que le hablaba el domador. Luego el do­ donde sabía que estaba el mismo circo. Quise saber qué
mador me llamó: había sido de mi antigua paciente, y fui a ver al domador.
-Ahora no tenga miedo; Hebe entiende bien. -Hebe está muy bien, y sana -me dijo el hombre-o
Me fui acercando con precaución. Los demás hombres Venga a verla; estoy seguro que ella tendrá placer en verlo
del circo se alejaron un poco, pero se detuvieron a cierta a Ud.
distancia. Yo me acerqué más para examinar la pata. -¡ Vaya una necedad! -dije yo, aunque sentí curio­
Mientras estaba revisándola y tocándola con el mayor sidad de ver si el animal me reconocería.
cuidado, sentí una ligera presión en mi cabeza. Entramos en la tienda, y allí estaba la elefanta, muy
-No tema -me dijo el domador- ; solamente le está bien cuidada. Primero me miró con indiferencia, luego
peinando el cabello. fijamente, y por fin mostró algo de interés en mi persona.
-Tengo que hacerle una incisión profunda -previne. Acto seguido, extendió su trompa y la apoyó sobre mi
Entonces el hombre dirigi6 algunas palabras misterio­ hombro; a continuación la colocó sobre mi cabeza y co­
sas al animal, que la bestia pareció entender. Luego me menzó a acariciarme. Luego, poco a poco, .wmenzó a
dijo con toda tranquilidad: levantar la pata que le había curado, ahora enteramente
-Corte. sana, y me la mostró. ¡Hebe no me había olvidado!
Su confianza me animó. Allí estaba él sin ninguna Ahora, amiguitos, quiero decirles: Así como Hebe
defensa, frente a ese enorme animal con el cual conver­ recordó un acto de bondad, seguramente habría recordado
saba tranquilamente como si nada notable hubiese suce­ otro de crueldad, y podría haberse vengado. Si bien el
dido. Entonces le hice una incisión con mi navaja, y sentí encontrarnos curando elefantes no es cosa que fácilmente
que la trompa del animal se apoyaba sobre mi cabeza, pueda ocurrimos, no obstante siempre tendremos opor­
aunque no de una manera brusca. Sudé de angustia. tunidades de mostrar bondad hacia los animales. Puede ser
~¿ Podré cortar? -pregunté. que el perrito de un . vecino se encuentre acorralado por
-Corte -fue la respuesta. niños malvados que lo martirizan, y entonces nuestra opor­
Abrí el absceso e hice salir el pus. tunidad será impedirlo. En caso que tengamos un pe­
66 67
rrito, o un gatito, o cualquier otro animal como compa­
ñero de juegos, debemos tratar de cuidarlo siempre, evitar
que se lastime y, por sobre todo, no debemos maltratarlo
intencionalmente. Si los amamos y tratamos cariñosa­
mente, los animales serán amigos muy fieles.

Un Amigo Digno de Confianza


CUANDO el ómnibus se detuvo frente a la escuela, Ra­
món se puso de pie bruscamente y, empujando a un lado
a dos niños del primer grado, ocupó el primer puesto
frente a la puerta. El quería bajar primero y lo iba
a lograr. No le importaban los derechos de los demás,
sino sólo su propia comodidad. Tenía diez años, y era
grande con relación a su edad, de manera que se podía
permitir algunos abusos con sus compañeros, pues casi
todos respetaban su tamaño.
Cuando terminaron las clases y los niños se disponían
a regresar a sus casas, Ramón descubrió que había algu­
nos antes que él en la parada del ómnibus, pero para sa­
tisfacción suya eran pequeñuelos. No tuvo dificultad al­
guna en apartarlos y subir al vehículo primero, y ocu­
par el mejor asiento, que estaba justamente detrás del con­
ductor. Egoístamente se sentó de costado, ocupando casi
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69
todo el asiento, mientras simulaba mirar por la ventanilla Su mamá había notado eso, y un día dijo a su hijito:
los edificios de la escuela. -Mucho me temo que siempre quieras ser el que
Un niño se había sentado en el poco lugar que él había manda, y a los demás chicos no les gusta eso. No puedes
dejado, y ciertamente que estaba incómodo. Ramón lo pretender que tus amigos jueguen siempre a lo que a tí
miró de reojo y vio que era un muchacho de su tamaño, te guste. Eso es ser egoísta.
de más o menos su edad. Era un desconocido y Ramón Ramón no había contestado a su mamá, pues no le
se sentó más derecho, dejándole más lugar. El mucha­ gustaba que le criticara sus faltas de esa manera, pero la
chito le sonrió, y Ramón sintió que gustaba de él. señora tenía razón.
Vestía casi la misma ropa que nuestro amiguito Ra­ Ella trabajaba todo el día, y cuando volvía a casa
món, pero las uñas del extraño estaban limpias, la cara estaba muy cansada y atareada con otras cosas y no podía
aseada y el cabello peinado. Ramón creía que esas cosas jugar con Ramón.
no quedaban bien en él, sino que eran para una niña. Cuando el ómnibus en que viajaban Ramón y los de­
Sin embargo, tenía a su lado un muchacho de su misma más niños de la escuela se aproximó a la esquina donde
estatura, limpio y aseado, y, con todo, tan varonil como debía bajarse, nuestro amiguito se levantó y se encaminó
él, si no más. hacia la puerta de salida. Cuando hubo bajado, descubrió
Cuando el nuevo muchacho le agradeció, Ramón pen­ que su compañero de asiento bajaba también. Juntos
só que le quedaba bien ser cortés. Realmente la cor­ echaron a andar por la vereda.
tesía no hacía mal a ninguno, y vendría bien un poco -Vivo por allá -dijo el extraño, señalando unas casas
más de ella en la escuela. Sin darse cuenta, Ramoncito con la mano, a lo que respondió entusiasmado Ramón:
pensó en los pocos amigos que tenía. Realmente no tenía - j Somos vecinos! Yo vivo allí también. ¿ Cómo te
ninguno, e inmediatamente deseó que este nuevo niño llamas? Yo me llamo Ramón.
fuese su amigo. -Juan, para servirte -contestó el desconocido, que
Ramón no era un mal muchacho, sino que era un ahora ya no lo era-o Hace dos días que nos mudamos
poco egoísta, y no pensaba en los demás. No tenía her­ a esa casita blanca.
manos, ni hermanas, ni padre, y vivía con su mamá, quien Ramón venía pensando en las palabras de su ·mamá,
trabajaba todo el día. Muchas veces Ramón se sentía solo y decidió no ser egoísta. Le gustaba la compañía de Juan,
y aburrido. Cuando encontraba nuevos amigos, muy y quería conservarla. Quería que Juan fuese su amigo,
pronto los perdía . No sabía por qué, pero los demás pues se daba cuenta que sería digno de su confianza.
niños muy pronto dejaban de visitarlo, y no lo invitaban Estaban frente a la casa de Juan, y éste se disponía
a jugar a sus casas tampoco. a entrar cuando Ramón le dijo:
70 71
-¿ Por qué no vienes a jugar a mi casa? Mi mamá y la loza que habían usado para el desayuno, todavía sucios
no llega hasta más tarde, y nos divertiremos un rato... en la pileta. Recordó las palabras de Juan, quien había
-Lo siento mucho, Ramón, pero debo quedar en casa. dicho que ayudaba a su mamá, y también recordó lo que
Quiero ayudar a mi mamá un poco, y luego jugaré con su mamá le decía, que era mejor dar que recibir.
mi hermanito; así ella podrá descansar. Sin mucha demora Ramón se dedicó a lavar la loza
-Entiendo... -dijo Ramón, aunque realmente no en­ y la secó también, dejando la cocina limpia y lista para la
tendía, pues no sabía qué era ayudar a la mamá, salvo cena. Cuando volvió su mamá y descubrió la cocina lim­
unos rápidos mandados que hacía en su bicicleta; y como pia, abrazó a Ramón y, dándole un beso cariñoso, dijo:
no tenía hermanos, no podría entender lo que significaría -Mi muchachito está creciendo muy rápido.
para una madre poder descansar un momento del cuidado Ramón vio que había lágrimas en los ojos de su mamá,
de un bebé. y comprendió que había hecho algo que realmente la
Entonces habló Juan, e invitó a Ramón: había conmovido. Luego le contó de su amigo Juan, y
-¿ No quisieras pasar y saludar a mi mamá? A ella de lo cortés y limpio que era, y de cómo ayudaba a su
le gusta conocer a mis amigos. mamá. Todo eso pensaba hacer Ramón, pues quería ser
-¡Encantado, Juan! Pero ... ve tú adentro, pues iré a amigo de Juan, y quería ser igual a él.
casa y dejaré mis libros. Volveré dentro de unos minutos. -Juan siempre alegra a los demás -le contó Ramón
Lo que Ramón pensaba no era que debía guardar sus a su mamá-o Siempre es amable con todos, y todos lo
libros, sino que quería lavarse las manos y la cara, y que­ quieren mucho. Vaya ser como él.
ría recortarse y limpiarse las uñas. Le daba vergüenza Al día siguiente, cuando ambos amigos estaban por
que lo viese tan desaliñado la mamá de Juan, siendo éste subir al ómnibus para ir a la escuela, llegaron corriendo
tan cuidadoso y aseado. dos niñitas que se habían atrasado un poco. Juan quedó
Así hizo Ramón, y al cabo de diez minutos se detuvo a un lado esperando que subieran, y aun ayudó a una
a la puerta de calle de la casa de Juan. En ese momento con sus libros. Ramón quedó a un lado él también, y lo
se puso nervioso y sintió deseos de marcharse, pero Juan observó todo. La próxima vez él también haría así.
apareció bien a tiempo y lo hizo pasar. La mamá de Juan Estaba descubriendo que los verdaderos hombres son
era muy simpática y con sonrisa amable dio la bienve­ corteses y considerados con los sentimientos de los demás,
nida a Ramón, quien se sintió perfectamente en casa. y no bruscos y atropelladores. Además es más lindo que a
Luego de una corta visita, Ramón volvió a su casa, uno lo reciban con sonrisas placenteras, que con miradas
pues su mamá quería que quedase allí a su vuelta de la de temor. Ramón estaba muy contento que Juan se hu­
escuela. Cuando entró en la cocina, Ramón vio los platos biese mudado tan cerca de su casa y fuese su amigo.
72 73
Algunos maestros se acercaron y escucharon con in­
terés las explicaciones de Jacinto, pero muy pronto sonó
la campana y todos tuvieron que entrar a las clases. Sin
embargo, ya en el primer recreo tenía Jacinto un público
atento que escuchaba sus palabras.
CÍJando salieron al segundo recreo, Jacinto tenía deci­
dido que durante la hora del almuerzo se treparía al trac­
tor y daría más explicaciones a sus admiradores. Durante
el tercero y último recreo, Jacinto anunció que se sentaría
~M~;; detrás de los controles del tractor. Los demás niños lo
r::-: admiraron aún más, pero un maestro lo oyó y le prohibió
que hiciera cosa semejante, y también avisó al director de

La Desobediencia de Jacinio los planes de Jacinto. El director llamó a nuestro amigo y


lo amonestó diciéndole que no se acercase al tractor.
Mientras los niños salían para el almuerzo, los maes­
tros y el director anunciaron que no deberían ir cerca del
JACINTO era muy amante de las máquinas. Tenía tractor. Jacinto se disgustó y decidió ir de todos modos.
apenas doce años pero ya sabía manejar un automóvil. Al fin y al cabo i él conocía esos tractores!
Sabía de locomotoras más que todos sus amigos, pues Cuando hubieron terminado sus meriendas, Jacinto en­
siempre que encontraba algo escrito sobre trenes · y loco­ contró dos muchachos que estaban dispuestos a acompa­
motoras lo leía afanosamente y con interés. También ñarlo hasta el tractor, de manera que, aprovechando el
sabía de tractores, pues había pasado largas horas obser­ descanso de los obreros los tres aventureros se encamina­
vándolos mientras trabajaban en una calle cercana a su
ron a la inmensa máquina.
casa.
Una vez a su lado, Jacinto mostró a los otros cómo
Podremos comprender entonces su alegría cuando, al se subía, y los tres se encaramaron sobre el tractor. Nues­
llegar una mañana a la escuela, encontró un tremendo tro héroe les mostró el botón de arranque y las diferentes
tractor oruga en el patio, practicando una excavación, palancas para maniobrar el tractor. Mientras Jacinto bus­
para los cimientos del nuevo edificio. Inmediatamente caba el contacto para detener el motor, uno de los niños
comenzó Jacinto a dar explicaciones a sus amigos sobre apretó el botón de arranque y, con un rugido, el poderoso
las diferentes maniobras y posibilidades del tractor.
motor Diesel se puso en marcha. Los amigos de Jacinto
74 75
se asustaron y saltaron a tierra, mientras él buscaba afa­ hacia la escuela, y derribaría una esquina si no lo desviaba
/ /

noso la forma de parar el motor. aun mas.


Quiso la mala suerte que, al saltar, uno de los niños Armándose de todo el valor disponible, Jacinto volvió
pisara la palanca de embrague y el tractor se puso en a patear la palanca ya mencionada, y poco a poco el tractor
marcha. Los dos niños gritaron aterrados a Jacinto que se desvió. Ya para entonces los amigos que habían sal­
saltara y se pusiera a salvo, pero nuestro héroe buscaba tado del tractor habían sembrado la voz de alarma y los
la forma de parar el tractor. maestros y el director, como también todos los niños, es­
Probó de mover la palanca de embrague, pero una vez taban observando aterrados a Jacinto que trataba de dete­
en marcha la máquina, se necesitaba la fuerza de un ner el tractor.
hombre para sacarla de velocidad. Jacinto buscó el ace­ Por fin Jacinto logró maniobrar el tractor contra un
lerador, pero no encontró nada, pues no sabía que ese árbol grande en el patio, y al chocar contra ese obstáculo,
tractor marchaba con regulador automático. Mientras el motor del tractor se detuvo, y Jacinto bajó ileso.
tanto el tractor seguía marchando derecho hacia el viejo Atraídos por la gritería y el ruido del tractor, los obre­
edificio de la escuela. Si nadie lo detenía, se llevaría por ros llegaron a la carrera. Después de inspeccionar la má­
delante la escuela y la derribaría. quina, dieron a Jacinto varios consejos oportunos.
Además, arrollaría un cerco de madera, apenas unos Claro está que si no se hubiese arrimado al tractor en
veinte metros distante, detrás del cual comían sus me­ primer lugar nada hubiera pasado. Pero, a pesar del peligro
riendas los niñitos del jardín de infantes. Ni las maestras se había mantenido sereno y de este modo salvó la escuela
ni los niñitos prestaban atención al ruido del tractor, pues y la vida de muchos niños.
había estado trabajando todo el día, y ya se habían acos­ Jacinto aprendió bien la lección, y no volvió a desobe­
tumbrado a él, de manera que si Jacinto no lo dete­ decer a sus maestros; pero estaba muy agradecido a Jesús,
nía, arrollaría el cerco y mataría a varios niños. ¿Qué porque sabía que aun cuando había desobedecido, él le ha­
hacer? bía ayudado a mover las palancas y así había evitado un
Jacinto se estaba asustando, y no sabía qué palancas desastre.
mover. Además eran muy duras y él no tenía fuerza.
Sin embargo, pronto descubrió que una de las palancas
que hacen dar vuelta a los tractores oruga era más fácil
de mover que otras, y la acometió a puntapiés hasta que
se movió un poco, y el tractor se desvió de su ruta hacia
los indefensos niños. Sin embargo, todavía se encaminaba
76 77
Un día, para alegría de Pepito su papá volvió a casa.
Vestía un lindo uniforme y parecía más joven y delgado
que antes. Al principio todos estaban muy contentos,
pero muy pronto Pepito notó que su mamá tenía lágrimas
en los ojos y que, aunque su papá trataba de consolarla,
él tampoco podía disimular su preocupación.
Resulta que el papá venía a casa a despedirse de su
esposa e hijito. Tenía unos días de licencia antes que su
regimiento se embarcase con la expedición al Africa. Sí,
su papá se iba a la guerra y no vendría a casa por mucho,
mucho tiempo.
, En ese tiempo la guerra estaba siendo muy favorable
para Alemania e Italia, y todos esperaban que los soldados
expedicionarios al Africa volviesen al cabo de pocos meses.
Así lo esperaban el papá y la mamá de Pepito, y con la
promesa de volver pronto se fue el papá, dejando solos
El Pequeño Refugiado a sus amados.
Pepito continuó orando a Jesús para que cuidase de
UN RELATO DE FE su papá y lo trajese de vuelta pronto. Lejos estaba él de
soñar lo que sucedería en el Africa. Su papá era soldado
enfermero, y su deber era atender los heridos en el campo
de batalla. El no quería llevar armas ni matar a nadie,
PEPITO era un muchachito italiano cuando su patria de modo que se dedicaba únicamente a atender a los he­
entró en guerra en el año 1940. Su papá fue llamado ridos. No necesitaba la protección de un fusil porque
al ejército y tuvo que dejar solos a Pepito y su mamá. creía que Dios lo protegería de todo peligro.
El niño no comprendía mucho acerca de la guerra En una de las primeras escaramuzas, el pelotón en que
y los ejércitos, pero sí sabía que era muy triste quedarse él servía quedó separado del resto de la compañía por
sin el papá. un ataque con tanques que sorpresivamente lanzaron los
Todos los días Pepito oraba a Jesús para que cuidara ingleses. Luego vino la infantería, detrás de los tanques,
de su papá y que lo trajera de vuelta pronto. y el papá de Pepito se vio en medio de una recia batalla.
78 79
Sin embargo, no tuvo mucho tiempo de pensar en su había muchos heridos italianos para que ayudase a los
situación puesto que habían caído muchos heridos que médicos ingleses en su cuidado.
requerían sus cuidados y primeros auxilios. y así pasó el resto de la guerra este enfermero cristiano.
El teniente a cargo del pelotón ordenó la retirada y los Su esposa e hijito no sabían que estaba prisionero, y de
soldados COmenzaron a replegarse, abandonando a los a ratos lo creían muerto, pues el gobierno lo había decla­
heridos y, con ellos, al fiel enfermero que, con una oración rado desaparecido. Pero seguían orando a Jesús que les
en el corazón, se arrastraba de un herido a otro mientras devolviese el papá . Entonces, un día muy feliz recibieron
por sobre su cabeza silbaban las balas y estallaban las gra­ una carta de él, y aunque no les decía dónde estaba, por
nadas.
lo menos les decía que estaba bien.
Cuando la infantería inglesa que perseguía a los ita­ Pepito sabía que Jesús contestaba las oraciones de los
lianos llegó cerca de donde trabajaba con los heridos el niños que tienen fe, y él siempre confió en que el Maestro
padre de Pepito, todos contuvieron el fuego y ninguno cuidaría de su papá. Pasó el tiempo y los norteamerica­
dañó al valiente enfermero. En ese momento él estaba nos invadieron el norte del Africa. Luego se propusieron
entablillando la pierna rota de un soldado, y los soldados invadir a Italia y expulsar a los alemanes.
enemigos lo rodearon en silencio y sin molestarlo. U nica­ Pepito vivía en un pueblo cerca de Nápoles y veía los
mente alzaron las armas que se hallaban tiradas en la poderosos aviones que volaban hacia el norte cargados de
arena del desierto. Luego vino un oficial que habló en bombas. También podía oír el ruido de los bombardeos
inglés a dos soldados. lejanos, pero un día los ruidos se hicieron más fuertes y
El italiano no entendió lo que dijo el oficial, pero vio venían de más cerca. Provenían del sur y, según decía
que esos dos hombres se sentaban y lo observaban. Los la gente, se estaba peleando una gran batalla.
demás continuaron avanzando. Sin duda lo llevarían pri­ Por el pueblo de Pepito pasaban camiones con solda­
sIOnero.
dos, y soldados caminando con mulas y caballos, con ca­
Pero esos ingleses no tenían apuro, sino que esperaron ñones y otras armas. Eran alemanes que iban al sur para
pacientes mientras el enfermero terminaba con sus cura­ rechazar a los norteamericanos e ingleses.
ciones. Entonces, usando un pequeño transmisor de radio, Algunos soldados comenzaron a ocupar casas parti­
pidieron varias ambulancias para que llevaran los heridos. culares y a atrincherarse detrás de las puertas y ventanas.
Cuando llegó la última ambulancia, bajaron de ella dos Toda la gente del pueblo huía hacia las montañas, y
soldados que hablaban algo de italiano. Estos dijeron al Pepito fue con su mamá. Encontraron una cueva, y allí
papá de Pepito que ahora él era prisionero de guerra y se refugiaron. Tenían muy poco que comer, y de noche
que 10 llevarían bajo custodia a un campamento donde hacía frío, pero en el pueblo estaban peleando los soldados.
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(¡- A.C.
Varios hombres fueron a ver cómo iba la batalla, y vol­ tenemos guerras ni penurias como otros pueblos, debe­
vieron diciendo que estaban destruyendo muchas casas. ríamos estar agradecidos por ello; pero por sobre todo
Pepito oró a Jesús para que resguardase su casa. Algunos deberíamos orar a nuestro Rey y confiarle nuestras vidas
niños lloraban y otros se peleaban, pero Pepito se portaba para que haga de nosotros niños y niñas obedientes, que
muy bien, y siempre oraba. tengan fe en sus promesas y que vivan para agradarle.
Por fin vinieron mensajeros con la noticia de que ya
no se peleaba más en el pueblo y que podrían volver a sus
casas. Pepito y su mamá volvieron al pueblo y encontra­
ron muchas casas que habían sido destruidas, pero la
de ellos había sufrido poco daño. j Jesús había escuchado
sus oraciones otra vez!
Algunas familias pobres cuyas casas habían sido des­
truidas vivieron unas semanas con Pepito y su mamá,
y el niño contaba a todos cómo Jesús contestaba sus ora­
ciones.
Pasaron unos meses mientras los norteamericanos e
ingleses seguían avanzando hacia el norte, y un día llegó
al puerto de Nápoles un barco solitario. De él bajaron
muchos hombres, y algunos besaban el suelo al pisarlo
de nuevo. Eran prisioneros italianos que los aliados traían
a sus casas. De Nápoles un camión llevó unos quince
hombres al pueblo de Pepito. Uno de ellos era el fiel
enfermero cristiano, cuyo hijito había orado a Jesús que
lo cuidase.
Sí, después de varios años de separación, años durante
los cuales habían sufrido mucho, la alegre familia se
reunió otra vez y juntos trazaron nuevos planes para la
vida que tenían por delante.
Pepito comprobó que Jesús contesta las oraciones y
recompensa la fe, aun de los niños. Nosotros que no
82 83
-Me hace valiente -dijo Isdra, enderezando los hom­
bros-. Me gustaría hacer algo grande.
Fue así como el Sr. Reyes le regaló e! flautín y le enseñó
a tocarlo.
Isdra era un huerfanito que vivía con la familia de!
misionero. Siempre desempeñaba fielmente sus tareas
y escuchaba con atención las enseñanzas que le daban,
porque era un buen cristiano:
Hacía como un año que tenía su flautín. Todo minuto
que le dejaban libre sus tareas, ensayaba con su instru­
mento. Le gustaban en especial las notas más altas y agu­
das, y aprendió a tocar algunos de los cantos nativos más
extraños; tanto que ni siquiera el Sr. Reyes los conocía.
A veces tocaba notas tan altas y agudas que la Sra.
Reyes se echaba a reír y decía:
. -Isdra, me vas a destrozar los oídos.
O si no:
-Vas a despertar a la nena, Isdra-. Y si había algo
El Flautín de Isdra
que Isdra quería más que a su flautín, era a esa chiquilla
de ojos azules y rizos dorados. Solía quedarse cariñosa­
mente al lado de su cuna y dejarle oír las notas más dulces
NO HABlA en toda la India un muchacho más feliz que
de su flautín; pero lo hacía solamente cuando sabía que
Isdra cuando el misionero, Sr. Reyes, le regaló un AautÍn.
la nena estaba despierta.
El Sr. Reyes tocaba la Aauta, y cuando arrancaba dulces
Pero a Isdra, como a todos los muchachos, le gustaba
notas al instrumento, Isdra escuchaba y soñaba con mu­
divertirse. Los esposos Reyes habían traído consigo a la
chas cosas bellas que anhelaba conocer. Pero las notas
aldea donde estaban trabajando un gato y un perro, y
más agudas del AautÍn le causaban e! efecto de una música
prOll,to descubrió Isdra que a ninguno de estos dos ani­
marcial.
males le gustaba la música del flautín. Cuando empezaba
-¿ Por qué te gusta más el flautín que la flauta, Isdra? a tocar, la gata se estiraba perezosamente y se iba. Y e!
-preguntó el Sr. Reyes.
perro Rajá, levantaba la voz en un aullido agudo. Si Isdra
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se ponía a tocar uno de los aires hindúes chillones y lloro­
Pero Marah estaba pálida de susto. También Isdra
sos, el perro salía corriendo de la casa y no se detenía
sentía temor, aunque quería ser valiente.
hasta llegar al arrozal.
-Busca las vacas temprano, Isdra -dijo bondadosa­
-¿ Por qué huye Rajá? -preguntaba Isdra. mente el Sr. Reyes-, y acuérdate que, en caso de peligro,
- Yo no sé -contestaba el Sr. Reyes-, pero a muchos Dios cuidará de nosotros y nos mostrará lo que debemos
perros no les agrada la música. Hay quienes piensan que
hacer.
su oído es tan agudo y sensible que ciertas vibraciones Por la tarde, un poco más temprano que de costumbre,
musicales les hacen daño.
Isdra se fue a buscar las vacas. Siguiendo las indicaciones
-Yo no quiero hacer daño a Rajá -dijo Isdra-. No de su amo, tomó el camino más largo para ir al potrero.
voy a tocar más las notas altas cuando él esté cerca.
Todo estaba apacible y muy lindo. Isdra se había llevado
Un día hubo mucha agitación en la aldea. Se había a Rajá para tener compañía. También llevaba su flautín,
difundido el alarmante rumor de que un tigre cebado,
que nunca lo abandonaba.
es decir acostumbrado a comer seres humanos, había apa­ Cuando iba a buscar las vacas, era para él el momento
recido en el vecindario, y todos los habitantes estaban ate­ más apropiado para tocar las notas agudas que le agra­
rrorizados. Cuando Isdra oyó contar cómo la fiera tenía daban, y por este motivo no era frecuente que llevase al
aterrorizada a una docena de aldeas y había matado a perro. Pero ese día sólo tocaba música suave. Encontraba
mucha gente, al punto que se había clausurado el camino cierto consuelo en estar acompañado.
durante semanas porque todos tenían miedo de viajar, Aun cuando no hubiese tigres, siempre había enemigos
pensó que, aunque hacía poco habían matado una fiera que convenía vigilar, a saber, las serpientes. Por todas
por el estilo debía haber otras de la misma clase.
partes había cobras mortíferas, listas para clavar sus col­
El Sr. Reyes no creyó que el rumor fuera verídico. millos ponzoñosos. Pero Isdra no tenía mucho miedo de
Puso en duda que un tigre se alejara tanto de la selva. las serpientes. Estaba acostumbrado a ellas y tenía muy
Con todo, había que ser muy cuidadoso. Lamentó por buenos ojos.
lo tanto que él y su esposa fuesen llamados precisamente Rajá le ayudó a reunir las vacas y encaminarlas hacia
entonces a visitar a una enferma.
la casa. Isdra fue perdiendo su nerviosidad. Rajá no
-Cuando vayas a buscar las vacas, Isdra -dijo el Sr. había manifestado agitación una sola vez, como habría
Reyes-, toma el camino más largo, el que hace un rodeo, sucedido si hubiese habido algo amenazante. Y el perro
y manténte apartado de los arrozales. Y, Marah -añadió tenía olfato tan agudo como los ojos del muchacho.
dirigiéndose a la niñera-, deja la nena en casa hoy y no El muchacho se alegró cuando alcanzó a ver la casa.
tengas miedo.
Ahora esperaba que todo iría bien. Y seguramente que an­
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tes que llegara la noche los esposos Reyes estarían en casa.
tanda nerviosamente la cola y echando fuego por sus
Al acercarse pudo ver que la puerta de la casa estaba
grandes ojos.
abierta. La cuna de la nena estaba cerca de la puerta de
"Rajá tiene miedo del flautín" fueron las palabras que
entrada, donde Marah la habría puesto probablemente
le cruzaron por la mente como provenientes de una fuente
para que le llegase algo de la brisa que estaba agitando las
invisible. Y pensó: "¡El tigre también!" Y en ese ins­
palmeras. Al dar un paso más, Isdra vio a la niñera pos­
tante arrancó del flautín una nota alta y aguda.
trada en el suelo entre la cuna y la galería. Debía estar
El tigre se quedó inmóvil, aunque siempre agazapado.
haciendo la siesta. Pero esto era muy extraño cuando de­
bía cuidar a la chiquita. Tomando valor, e inspirando profundamente, Isdra
tocó otra nota, aún más alta que la primera. La enorme
De repente Rajá dejó oír un gruñido sordo y se agazapó
fiera retrocedió un paso.
a los pies de Isdra. El pelo se le había erizado y todo su
cuerpo temblaba. ¿Qué pasaba? · - j Tiene miedo como Rajá! ¡Tiene miedo! -pensó
con regocijo Isdra-. ¡Tiene miedo de mi flautín!
Isdra, sintiendo que el corazón le latía con mucha
Luego, perdiendo todo temor, tocó el aire nativo más
rapidez, miró en derredor suyo y lo que vio lo llenó de
desenfrenado que conocía. Las notas iban saliendo cada
terror. Del arrozal cercano salía un enorme tigre, el
vez con mayor rapidez hasta que parecían agudos chi­
temible tigre cebado; y se dirigía directamente hacia la
casa. llidos. Parecía como si gritaran todos juntos los demonios.
y luego sucedió algo extraño. La cola del tigre quedó
Entonces comprendió el muchacho lo que había su­
inmóvil. En vez de conservar su postura agazapada, como
cedido. Marah se había desmayado de miedo. ¿ Qué po­
día hacer él? para dar el salto, la fiera pareció llenarse de cobardía. Y
mientras el flautín seguía tocando valientemente, el ani­
"Dios te mostrará lo que debes hacer" fueron las pala­

mal dio media vuelta como avergonzado, y se metió de


bras del Sr. Reyes que parecieron repercutir en sus oídos.

nuevo en el arrozal. La nena se había salvado e Isdra


No había tiempo para arrodillarse y orar. Debía colo­

había hecho ese "algo grande" con que había soñado du­
carse entre esa nena de ojos azules y la fiera espantosa.

rante tanto tiempo.


¿ Cómo podía Dios mostrarle lo que debía hacer?

¿ Cómo podía hablarle?

Tenía en su mano el flautín, y se le vino al pensamien­


to: "Me hará valiente".
Rajá se había acurrucado a sus pies. El tigre seguía
arrastrándose hacia adelante, listo para dar el salto, agi­
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-¿ Por qué? Sencillamente porque no podemos evi­
tarlo. Nos perjudicaríamos nosotros mismos, y no bene­
ficiaríamos a nuestro rey si resistimos a los ingleses siendo,
como son tan numerosos. No hables de cosas que no en­
tiendes, Duncan. Llévate a Juanita afuera, cuídala y juega

La con ella durante algunas horas mientras los soldados estén


aquí. Te prepararé una buena merienda para que se pue­
dan dar un verdadero picnic.
Sorpresa Pero Duncan seguía enojado y frunciendo el ceño.
-¿ Por qué siempre tengo que cuidar de Juanita como
de si yo fuese una niña? -preguntó-o Los muchachos se
burlan de mÍ. Me llaman niñera.
Duncan Esto sucedió hace como 600 años, cuando el rey de
Inglaterra quería conquistar el reino de Escocia. Pero a
un muchacho de nueve años de aquellos tiempos le des­
agradaba tanto como a uno de nuestra época que se lo
HABLA dificultades en la casa de los Mackay, situada en considerase como a una nena y se lo llamara niñera.
un vallecito entre las verdes colinas de Escocia. El joven­ -Por cierto que no debe importarte lo que te digan
zuelo Duncan, la cabeza erguida y despidiendo fulgores ellos -dijo la madre en tono burlón.
sus ojos grises, se oponía a su madre en abierta rebelión. -Pero ¿por qué? ...
-No voy a cuidar de Juanita hoy -declaró-. El pri­ -Calla, Duncan -y la voz de la madre expresó impa­
mo de Rab, que vino de Glasgow, va a mostrarnos cómo ciencia-o Es triste para la pobre Escocia -añadió sus­
juegan a la pelota en su escuela y... pirando- que, mientras su rey debe ocultarse en los bos­
-No puedes jugar con ellos esta vez, muchacho -le ques y las cuevas como una fiera, sus niños pregunten
contestó la madre en tono amable, pero firme-o Los sol­ a sus madres: ¿Por qué, por qué?, en vez de obedecerles.
dados ingleses seguramente se han de detener aquí para Ahora haz lo que te digo, Duncan, o tendré que hablar
almorzar. Tendré bastantes preocupaciones sin la nena. con tu padre acerca de esto.
-¿ y por qué tienes que alimentar a los soldados del Duncan cedió. Aun otras almas más fuertes y valien­
inglés Eduardo? Somos escoceses, y Bruce es nuestro rey. tes que la suya cedían al pensar en el fornido pastor
Mackay y el grueso bastón que llevaba.
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-Cuidaré de la nena, mamá -dijo el muchacho man­ - j Niñera! j Niñera! -repitió David, sintiéndose se­
samente.
guro. Los otros muchachos se sumaron al coro para gritar:
Duncan, conduciendo lentamente a Juanita de la mano, -¡ Niñera! j Niñera!
no había llegado muy lejos de la casa cuando oyó voces Duncan los miró con desprecio.
y pisadas presurosas. Rab Stuart y su primo de Glasgow, -Todos tenéis celos de mí y de Juanita -dijo-. Te­
y otros tres muchachos, llegaron corriendo. néis celos porque nuestro padre vio al rey Bruce con sus
-Lleva a la nena de vuelta a casa, Duncan. Iremos propios ojos y habló con él como con un amigo. Ninguno
todos a la pradera donde es llano y jugaremos a la pe­ de vosotros puede decir lo mismo.
lota.
Esto hizo acallar a sus atormentadores. Duncan en­
-No puedo jugar hoy -explicó Duncan ceñudo-. tOf!ces dijo bondadosamente:
Tengo que atender a Juanita mientras mamá prepara la -Ven, nena -y echaron a caminar hacia las colinas
comida para los soldados.
situadas al norte del valle.
-¡Así que banquetean a los soldados ingleses! -dijo -No vayas lejos en las montañas, Duncan -le gritó
burlona mente David Grant.
Rab-. Hay un lobo que anda suelto. Anoche se comió
-Sí, porque nuestra casa está cerca del camino -res­ uno de los corderos de Santiago MacElroy. El alcanzó
pondió con ira y seriedad Duncan-. Cuando los solda­ a verlo cuando huía con su presa. Dice que es un animal
dos vienen por aquí siempre se detienen en nuestra casa, tremendo.
como todos los demás viajeros. La casa de los Mackay -¿ Quién le tiene miedo a un lobo? -preguntó orgu­
-y el muchacho se irguió orgullosamente, como había lIosamente Duncan- . Ningún lobo ataca al hombre en
visto hacerlo a su padre- está siempre abierta para el pleno día.
hambriento
. y el. cansado, sean humildes o encumbrados, -Pero tú eres solamente un muchacho -le recordó
amIgos o enemIgos.
Rab-, y tienes a la nena.
Los muchachos no tenían nada que responder a esto.
-Puedo proteger a Juanita -contestó Duncan sin si­
Duncan se dio vuelta para irse.

quiera mirarlo.
-Prometí a mi madre que cuidaría de Juanita -dijo-, Juanita se aferraba de su mano. No tenía temor de
y es lo que voy a hacer.
nada mientras su hermano estuviese con ella.
-Muy bien, que te vaya bien, "niñera" -dijo riendo Los dos caminaron hasta llegar a un arroyito que se
David.
abría paso murmurando entre los arbustos. Al otro lado,
-Si la nena no estuviese aquí. .. -dijo Duncan , ce­ cerca de un bosquecito de avellanos, había una roca ancha
rrando los puños.
y lisa.
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-Es un lindo lugar para comer -dijo Duncan-. Nos
dirección a su casa-o Yo soy el muchacho Mackay -aña­
servirá de mesa -y Juanita aplaudió deleitada.
dió con orgullo.
Habiendo acomodado a su hermana sobre una fra­
-Debiera haberlo sabido por tu aspecto -dijo el ex­
zada que la madre había puesto en la canasta, nuestro mu­
traño con una sonrisa-o ¿ Y esta pequeña beldad es tu
chacho procedió a acomodar el almuerzo sobre la roca.
hermana? He oído hablar de ambos. Tu padre me dijo
Tenían buena y abundante comida: bizcochos de avena,
que si alguna vez pasaba por acá debía detenerme para
queso casero y un frasco de leche con crema.
comer unas masitas y queso.
De repente Duncan se sintió incómodo. Era la sensa­
-Sí, los viajeros son siempre bienvenidos en la casa
ción que a veces uno tiene cuando 10 vigilan ojos invi­
de Mackay ~contestó Duncan con amabilidad-o Todos
sibles. El muchacho volvió a cruzar el arroyo, y se situó
vIenen ...
frente a Juanita, con los ojos fijos en el bosquecito de
Pero se interrumpió repentinamente y miró fijamente
avellanos. No soplaba ninguna brisa, pero parecía que
al hombre. Esa elevada estatura, esos ojos fulgurantes bajo
algo agitaba las ramas de los avellanos. Pensó en el gran
una rizada cabellera le recordaban aquellos de los cuales
lobo que se había llevado un cordero de Santiago Mac­
Elroy. amen udo le había oído hablar a su padre. j Este apuesto
forastero no podía ser sino Roberto Bruce, el legítimo
Se agachó y alzó a la nena, con la intención de correr
rey de Escocia!
con ella por el valle. Quería salvar a su hermanita o morir
Duncan dobló una rodilla y murmuró:
defendiéndola. En ese momento, una voz de hombre, en
-Su Gracia, su Majestad está en peligro. No se acer­
tono sorprendentemente amable, salió del matorral y le
dijo: que a la casa de mi padre. Hay soldados ingleses que
- j No te asustes, muchacho r comen allí. Creo que han venido en busca suya. Tal vez
sepan que Ud. se esconde por aquí; mejor que se apre­
Se abrió el matorral y salió un hombre. ¿ O era acaso
sure a alejarse.
un hombre? Parecía más el hermoso gigante de algún
Roberto Bruce hizo levantar a Duncan y le dijo:
cuento, por 10 alto que era. Sus ropas, aunque sucias y
- j Hijo leal de un padre leaH Sí, me iré, pero -y miró
desgarradas, eran asombrosamente lujosas.
hacia la comida extendida sobre la roca- ¿ me darías
-Buenos días, amiguitos -dijo el extraño con el
una masita para comer mientras camino?
sombrero en la mano-. ¿ Podrías decirme dónde queda
la casa del pastor Mackay? Como respuesta el muchacho juntó casi todas las ma­
sitas y las puso en manos del rey, diciendo:
-Sí, señor, no está lejos; en la boca del vallecito, detrás
-Sólo guardaré algunas para Juanita. Yana tengo
de la colina -contestó Duncan, señalando con la mano en
hambre. Llévese también este trozo de queso y esta botella
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de leche. Nosotros podremos comer mucho más cuando _y todo se debió a Juanita, mamá -dijo Duncan,
se vayan los soldados. con cierto sentimiento de vergüenza, pero muy feliz a
El rey le agradeció y se puso las provisiones en los pesar de todo-. Me alegro de haberte cuidado la nena.
bolsillos. Luego, después de besar a ambos niños, desapa­ La madre procuró ocultar el orgullo que llenaba su
reció en el bosque. corazón. Le dijo:
-Arrodíllate, nena -murmuró Duncan-. Ora con -Uno siempre se alegra de haber hecho lo bueno.
tu hermano para que Dios guarde a este señor sano y Roberto Bruce se escapó sano y salvo del vallecito,
salvo. Y nunca digas a nadie sino a papá y mamá que lo y reunió con sus leales que estaban en las montañas. En
se
has visto. Prométemelo. muchas otras ocasiones logró escapar a duras penas, pero
Juanita prometió, puesto que su hermano así lo pedía. al final venció a sus enemigos y fue reconocido como rey
y repitió, como un pequeño eco, la oración que hacía de Escocia.
Duncan en favor del "hombre". Después de esto, comió
unas masitas, tomó un poco de agua del arroyo y se dur­
mió. El muchacho veló a su lado, repitiendo la oración
vez tras vez.
Más tarde, después que los soldados ingleses se hu­
bieron marchado, Duncan contó a sus padres su extraña
aventura. La madre se rió burlona mente.
- j Cuán tontuelo eres! -exclamó-o Cualquier vaga­
bundo que pase puede llamarse Bruce para obtener buena
comida.
Pero el padre, que se llamaba también Duncan, miró
gravemente a su hijo y dijo:
-¿ Dices hijo, que ese hombre era más alto que la ma­
yoría de los hombres y tenía ojos que brillaban como
acero?
-Sí, papá, pero fue muy amable con nosotros.
- j Era Bruce, no era otro sino él! -dijo el pastor
Mackay, acariciando la rubia cabeza de su hijo-. Mamá,
nuestro hijo salvó al rey.
97
96 7-A.C.
jerarquía, entre ellas Pedro el Grande de Rusia. Se dice
que un hombre le ofreció mil florines por tres trabajos pe­
queños, pero ella los rehusó. También se supo que la em­
peratriz de Alemania le pagó cuatro mil florines por un
recorte que llevaba las armas .del emperador Leopoldo.
Este aparecía coronado con águilas y rodeado con una
guirnalda de flores, y fue considerado entre sus obras más
admirables. También recortó el retrato del emperador,
y lo hizo tan bien, que se lo colocó en la Galería del Arte
Real de Viena, donde todavía puede verse.
'1
Las Tijeras de una Holandesita Nunca antes ni después se ha encontrado un trabajo de
recortes hecho tan correctamente, con tanto gusto y tal
dignidad como el de Juana Koerten. Cuando murió, a la
HACE más de doscientos cincuenta años nació en Amster­ edad de 7S años, se erigió un monutnento a su memoria,
dam, Holanda, una niñita llamada Juana Koerten. Era una y en él están dibujados los retratos de muchos visitantes
niña extraña, que no quería participar en los juegos de los notables que fueron a ver su obra.
que la rodeaban. Cuando fue más grandecita, su madre le
dio cera para que la modelara e hiciera con ella toda clase
de frutas. Le agradaba también tomar un pedazo de seda
y con hilos de color hacer copias de pinturas famosas.
Pero esto no era su delicia principal. Lo que más le gus­
taba era tomar unas tijeras y hacer recortes. Pensaréis que
esto no constituye un gran arte, pero con ello Juana sor­
prendió al mundo. Ejecutó vistas marinas, paisajes, flores,
animales y aun retratos de personas famosas, cuya seme·
janza atrajo la atención de toda Europa. Recortaba sus
trabajos en papel blanco y los colocaba en una superficie
negra. Para obtener efectos de luz y sombra practicaba
incisiones pequeñitas en lo blanco.
Le concedieron honores muchas personas de elevada
98 99

- j Vayamos en una de las lanchas! -sugirió entusias­


mado Haroldo.
-¿ Pero cómo podremos conseguir los dos chelines
cada uno ? -Tito sabía que las lanchas cobraban dos che­
lines, y ellos no tenían ni de lejos esa suma.
Esa no era la única dificultad. Estaban seguros de que
sus padres no los dejarían ir solos, y por otra parte, como
ya eran creciditos, no les gustaba que sus padres estuvie­
sen siempre tras ellos.
-¡ Pero muchachos! ¡Yo sé qué! -anunció con entu­
siasmo Javier-. Todos tenemos bicicletas, ¿no es cierto?
Pues bien, iremos en bicicleta hasta el puerto de Seaville
y allí tomaremos una lancha pescadora. ¡Veremos el Nor­
mandie!
-¡ Muy bien! ¡Convenido! -exclamaron todos.
Arrastrados por la Corriente -Sería bueno que lleváramos nuestros trajes de baño
-insinuó Felipe.
-y también agua fresca -observó pensativo Ned.
-¿ Qué más llevaremos?
EL NORMANDIE, el barco más grande del mundo en
-¿ A qué hora nos encontraremos?
su época, entraba lentamente en la bahía. Todos estaban
-¿ Qué ropa vestiremos?
muy entusiasmados en la isla, incluso siete muchachos
Estas y muchas otras preguntas por el estilo se hicieron
que no habían hablado de otra cosa durante toda la ma­
ñana. hasta que más o menos todos se pusieron de acuerdo.
Las madres de los siete muchachos no advirtieron nada
Era la primera visita del Normandie a Inglaterra, y
anormal en la conducta de ellos durante d almuerzo;
todos lo querían ver. Millares de personas viajaban al
pero, al terminar la comida, sus hijos se escurrieron y des­
puerto para ver el gigantesco navío.
aparecieron sin que nadie lo notara.
-Todos van a ver el Normandie -hizo notar Ned.
Ese miércoles de tarde los siete ciclistas llegaron a Sea­
-Todos menos nosotros -corrigió Felipe.
ville y, tomando una jarra y una calabaza llenas de agua,
- j Ojalá pudiéramos ir! ... -suspiró Pepe.
se pusieron los trajes de baño, subieron a un bote de remos
IDO 101
que había en la orilla y, soltando amarras, lo empujaron -Cada vez se me hace más difícil remar -observó
mar adentro. Jaime-. Tome otro los remos por un momento. Estoy
Cada uno quería remar el primero, menos Haroldo cansado.
que, por ser muy gordo, no podía hacer mucha fuerza y -No parece que avanzamos -afirmó tristemente Ha­
además era, por naturaleza, perezoso y holgazán. Se nece­ roldo, el gordito.
sitó algún tiempo para decidir quién remaría primero, -Más bien vamos hacia el océano -comentó Pepe.
pero al fin partieron. ¡Qué lindo era remar! Y, ¡qué -Ya está oscureciendo -dijo tembloroso Ned, des­
lindo sería ver el Normandie! pués de una hora-o Me gustaría estar en casa.
-Tiene más de tres cuadras de largo -informó Javier. -¡Miren! -gritó Pepe-o ¡Allá hay un bote! ¡No!
-¡ Sí, y es como una casa de nueve pisos que sobre­ ¡Son dos!

saliera del mar! -intervino Daniel. -Rápido muchachos, una camisa -ordenó Tito. Pres­
-Cuando vean sus enormes chimeneas, se sentirán tamente ató la camisa a un remo y la agitó desespera­

como hormigas -terció otro de los muchachos. damente, pero en vano. Nadie dio señas de haberlos

-Tiene treinta botes salvavidas -agregó Tito. visto.


Podría haberse pensado, al escucharlos, que ya habían Aunque los muchachos remaban 'con todas sus ener­
visto el Normandie. gías, eran llevados a la deriva, lejos del Normandie, lejos
Sin embargo, tenían que atender a los remos, y poco de la costa inglesa, cada vez más adentro del Canal de la
después siguió un largo silencio sin interrupciones. Mancha. Ya estaban fuera de la bahía. Pepe y Ned llo­
-Debemos llegar pronto -dijo por fin Ned. raban. Tito y Felipe, que estaban remando, trataron de
-¡Uf! -gruñó Felipe, que tenía uno de los remos-o animar a los demás y se pusieron a cantar. Entonces todos
Este trabajo se hace pesado. oraron pidiendo ayuda.
-¡Sí, ya lo creo! -añadió Javier, que empuñaba el Mientras Pepe tomaba agua, dejó caer la jarra y se
otro remo-. Apenas si puedo remar. perdió el precioso líquido.
-Denme uno de los remos -sugirió Tito, mientras A los pocos minutos todos estaban sedientos. Tenían
pensaba para sus adentros: "Quién sabe si la marea no hambre también y estaban cansados. Pronto perdieron de
está bajando". Y, "quién sabe si no estamos en medio de vista la silueta del enorme Normandie, que estaba anclado
la corriente. Queda cerca de aquí". a catorce kilómetros de la orilla. Hacía mucho que no
Durante varios minutos Tito remó en silencio. Luego veían la costa.
dijo: ¡ El bote era llevado de aquÍ para allá! ¡Cómo soplaba
-Muchachos, debemos llegar a la orilla. el viento y bramaban las olas! Una enorme ola casi los
103
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dio vuelta, y otras golpeaban los costados y el fondo del dianoche cuando recibieron alimento y un lugar para
bote. dormir.
Los muchachos achicaban el agua con la calabaza, Los habitantes de la casa eran muy buenos, pero ha­
pero de pronto ésta se rompió al pisarla Haroldo en un blaban una lengua extraña. Los muchachos habían sido
descuido. ¿ Qué podrían hacer? Pronto se anegaría el llevados a la deriva más de 65 kilómetros, hasta la costa
bote, y todos se ahogarían... de Francia, que nunca antes habían visto.
-¡ Muchachos, quítense los trajes de baño -ordenó Al día siguiente los muchachos fueron llevados de vuel­
Tito, tan valiente y sereno como un capitán-, empápenlos ta a Inglaterra, y no en un botecito, sino en una nave del
de agua y exprímanlos por sobre la borda. cuerpo de guardacostas, que fue enviada con ese propósito.
Cada muchacho trabajó desesperadamente, empapan­ Cuando estuvieron a salvo en su casa y se aquietaron
do su ropa y exprimiéndola. Así consiguieron que no se los ánimos, cada uno hizo la resolución de que siempre
llenase de agua el bote. Lentamente pasó la noche. Llegó comunicaría sus planes a sus padres y les indicaría los
el jueves, y los muchachos estaban hambrientos, sedientos, lugares adonde quisiera ir.
cansados, y asustados al pensar que su embarcación podría
darse vuelta de un momento a otro. Pasó el día lenta­
mente y sin ninguna esperanza.
El viernes halló a los muchachos más hambrientos,
más sedientos, más cansados y más asustados que nunca.
Aun Tito no podía hallar forma de animar a sus com­
pañeros. Pero cuando el sol se ponía, su rostro se ilu­
minó.
- j Tierra! -murmuró casi con reverencia.
- j Tierra! ¡Tierra! -gritaron todos. No les importó
tener las manos ampolladas, ni el estómago dolorido, ni
la boca reseca.
Remando con todas las fuerzas que les quedaban , al
fin llegaron a la costa a eso de las once y media de la
noche. Tito y Javier sacaron el bote del agua, lo dejaron
en la arena de la playa y alcanzaron a los otros que peno­
samente iban hacia una casa cercana. Era cerca de la me­
105
1M
noruego de la Navidad); pero no se les había dicho cuán­
do, porque nadie podía decir si Pelle recobraría fuerzas
para hacer e! recorrido alrededor del fiord y subir la es­
carpada colina hasta la pequeña iglesia, en pleno invierno,
allí cerca de! círculo ártico donde hace muchísimo frío
en tiempo de Navidad y Año Nuevo.
Por fin había llegado la gran ocasión, pero la salud
de Pelle no era tan buena como de costumbre. El día an­
terior al festival amaneció brillante y claro. Durante la
noche la tierra se había cubierto de un blanco manto de
llIeve.
Sentados cerca de la ventana, los muchachos podían
Incendio y Nieve ver, al otro lado del fiord, el árbol de Navidad que es­
taban preparando en la iglesia de la colina.
UNA HISTORIA DE NORUEGA -Espero que mañana hará un buen tiempo, que no
nevará, y así yo podré ir al Julefest -dijo suspirando
Pelle.
-¿ Tú? Tú no vas a ir -le contestó Ole-. Eres in­
PROMEDIABA e! invierno en un valle montañoso de
válido, tienes que ir con tus muletas, y eres demasiado
Noruega. Había nevado copiosamente y todo estaba cu­
chico y débil. No puedes ir. Nils y yo somos muchachos
bierto de un manto blanco y brillante. En uno de los
grandes. Yo gané diez coronas (moneda noruega equi­
costados de un angosto golfo, o fiord como lo llaman allí,
valente a un peso) y Nils ganó seis. Tú eres un chiquitín.
había una casita donde vivían una viuda y sus tres hijos.
-Pero yo gané veintisiete ore (moneda de muy es­
Pelle, muchacho de ocho años, aunque inválido era e! or­
caso valor) y compré horquillas para mamá y . a ella le
gullo de su madre, quien lo quería mucho. Ole y Nils,
gustaron -replicó Pelle, que no se había entristecido en
los dos muchachos mayores, eran casi siempre buenos con
lo más mínimo por el comentario de su hermano.
su hermano menor, compadecidos como estaban de su
La madre, que había oído la discusión, les dijo que era
desgracia. Con todo, a veces peleaban con él.
hora de irse a la cama, pues tenían que estar bien des­
Se aGercaba la Navidad y a los muchachos se les había
cansados para el día siguiente. También habló a su hijo
prometido que podrían ir alguna vez al Julefest (festival
débil y triste, diciéndole con toda la suavidad posible que
106
107
aunque no iría al día siguiente, de todos modos se iba a tana; fue a la habitación; salió afuera, volvió a entrar,
divertir. Su salud no le permitía recorrer a pie la distancia pensando todo el tiempo qué haría. Recordó entonces
que separaba su casa de la iglesia; sería una gran molestia las palabras que su padre había dicho antes de morir:
para los muchachos mayores que lo llevaran empujando "Cuando se ha hecho una decisión, hay que llevarla a
un trineo y, de todos modos, se iba a cansar demasiado cabo".
para gozar del festival. Le deseó pues buenas noches y El fiord no se había congelado muy sólidamente. Esto
lo dejó para que descansara. lo sabía muy bien Pelle; pero sabía también que si trataba
Cuando llegó la mañana, el niñito estaba muy serio, de rodearlo, no llegaría a tiempo para salvar a los mellizos.
entristecido por e! pensamiento de que iba a perder la Se puso, pues, su saco, su gorra, sus guantes, ató firme­
más linda fiesta del año. Pero cumplió con sus deberes mente a su único pie la púa de hierro con que iba a em­
y trató de estar contento como siempre a fin de no malo­ pujar el trineo y salió. Pronto iba rápidamente descen­
grar la diversión de los demás. diendo por la colina hacia el fiord y después se lanzó ve­
Cuando llegó el momento de la partida, la madre habló lozmente a cruzar la blanca superficie de! agua helada,
a su hijito, tratando de alegrarlo. dirigiéndose al centro del fiordo Como la superficie del
-Bien, Pelle, puedes comer algunos terrones de azú­ agua helada no tenía el declive de la colina, tuvo que
car, tres o cuatro, mientras estemos ausentes. Y puedes usar la púa de hierro para empujar el trineo. Cuando se
ver también por la ventana las luces de la iglesia. Después, acercó al centro, notó que el hielo era más y más delgado.
cuando estés cansado, te vas a la cama a descansar. De pronto comenzó a hundirse el trineo. Pelle se acordó
Con el corazón apenado, e! inválido vio partir a su que ése era el lugar donde su padre se había ahogado el
madre y sus hermanos. Luego se ocupó en algunas tareas año anterior. ¿Se asustó? No; sabía que estaba cumplien­
domésticas. Después fue a la cocina y sacó la azucarera. do con su deber, por lo que oró: "Dios mío, soy tan sólo
Comió tres, cuatro, cinco terrones ... quizá más. un niño, pero soy el único que conoce el peligro de los
Luego se fue a la ventana para ver las luces. Al apretar mellizos que están en la casa incendiada. Por favor,
la nariz contra el vidrio, pensó: "¡ Qué lindas son las lu­ Señor, no pienses en mí, sino en los mellizos. Ellos son
ces!" Después: "Pero, ¡esto no es una luz! ¡Son llama­ sanos y no inválidos como yo; Dios mío, no me salves a
radas... en la casa del pastor!" mí, sino ayúdame a salvarlos a ellos. Amén".
Sabía que en aquella casa estaban solos los dos mellizos Entonces Pelle empujó el trineo con facilidad. No se
hijos del pastor. Todos se habían ido al Julefest, y Pelle hundió ni se atrancó más, sino que se deslizó suavemente
era el único que conocía e! peligro. Tenía que salvarlos. hasta llegar a un hielo más sólido. Pelle no , se olvidó
Corrió primero a la cocina. Después volvió a la ven­ de agradecer a Dios por haberle ayudado.
108 109
Cuando llegó al borde del fiord, se dio cuenta de que te haga un hombre fuerte para servir a Jesucristo nuestro
se había olvidado de su muleta; pero, no deseando que Señor.
esto fuera un obstáculo, rompió la rama de un árbol, Así el niño inválido que había arriesgado su vida para
puso su gorra en una punta para que le sirviera de mu­ salvar a otros, encontró que se le abría una puerta para
leta y siguió adelante. ¿ Llegaría por fin a la iglesia? Sí, una vida más amplia y más feliz.
allí estaba. Empezó a gritar:
- j Salven a los mellizos! i Están en la casa del pastor,
y la casa está ardiendo!
Pelle se sintió desfallecer y le pareció que todo giraba
en derredor suyo cuando vio que su madre corría hacia
él. La impresión que esto le hizo y su profundo cansancio
lo vencieron y se desmayó. Cuando volvió en sí, estaba
en su camita y la mano de su madre le acariciaba la frente.
Sus hermanos se encontraban a su lado tomándole la ma­
no. Pronto vio pasar frente a la ventana el gran trineo
del pastor. Se sintieron unos pasitos y dos rostros rosados,
fríos por el viaje en medio de la nieve matutina, se apre­
taban contra sus mejillas. Los mellizos le dijeron que
era un buen muchacho y que lo iban a amar siempre.
Después una mano bondadosa tomó las suyas y escu­
chó la voz de la esposa del pastor que le decía que había
sido un héroe por haber salvado a sus hijitos. Alzando
la vista, vio que tenía lágrimas en los ojos.
La grave voz del pastor añadió entonces:
-Pelle, hijo mío, no puedes entender mi profunda
gratitud por tu acto de valor. No vas a ser más un in­
válido; irás a un hospital y después a una escuela para
educarte. Se debe tributar toda clase de honores a quien
arriesga así su vida para salvar la de otros y prestar de esta
manera un serVICIO a la humanidad. Dios te bendiga y
llO III
Durante el almuerzo charlamos como buenos amigos.
El perro había puesto su hocico sobre una de mis
rodillas y me miraba con buenos ojos.
-¡ Hermoso animal! -dije, acariciándolo-. Pero,
¿ por qué cojea? Algún rival más fuerte que éL ..
-No, señor -interrumpió mi anfitrión-o Lo herí
yo, y me remuerde la conciencia.
-¿ Por qué evocas esos recuerdos? -preguntó su mu­
Jer.
El -Porque siempre conviene refrescar la memoria con
el recuerdo de los hechos más importantes de la vida. El
Perro pensamiento de los tres hijos que ve Ud. ahí, debiera
haberme hecho comprender que yo estaba en gravísimo
error al faltar sin conciencia al cumplimiento de mis de­
Cojo beres. No me consideraba dichoso sino en compañía de
mis amigos, de los cuales nunca me separaba. Gastábamos
en la taberna todo el dinero que ganábamos. En vano
¡ENTRE! me dijo una voz, y entré. lloraba mi mujer, y mis hijos carecían de todo lo nece­
La casa estaba amueblada con gran sencillez, pero ha­ sario. Yo no me dedicaba para nada a ellos. Salía de casa
bía en ella una limpieza admirable. Una mujer de unos al amanecer, y regresaba muy tarde en la noche, casi
treinta años -la esposa del hombre que me había invi­ siempre borracho. La miseria y la desolación reinaban en
tado-, en torno de quien se agrupaban tres niños, el ma­ mi hogar, por culpa mía. Mi perro solía mirarme con
yor de los cuales podía tener nueve años, me acogió con ojos impregnados de tristeza, como si tratara de censurar
una sonrisa encantadora. mi mala conducta. El pobre animal me seguía, y llegaba
-Una silla y un cubierto para este caballero -dijo el hasta las puertas de la taberna, donde pasaba yo la mayor
dueño de casa. parte del día.
A los pocos momentos estaba sentado en medio de "¡ Calla! -me decían mis compañeros-o ¡ Ahí tienes
aquella buena familia, y el olor de una suculenta sopa a tu centinela!
aguzaba aún más mi apetito. "Y yo corría tras del animalito, y lo echaba a puntapiés
Después se sirvió otro plato y un pedazo de queso. de allí.
112 113
S-A.C.
"Una tarde cuando mis camaradas y yo íbamos a co­ la mano sin poder hablar, a causa de la emoción que me
mer, entró el perro en el comedor sin que nadie lo viera oprimía la garganta.
y, dando un brinco, cogió con la boca un pan entero Me levanté, y después de haberle dado las gracias por
con el cual emprendió precipitadamente la fuga. Me la generosa acogida que me habían dispensado, saqué
lancé furioso en su persecución, pero el animal corría con de mi bolsillo una moneda que dejé sobre la mesa.
más velocidad que yo. Cogí una piedra, y se la arrojé
con tal fuerza, que le rompí una pata. El perro dio un
alarido de dolor; pero sin soltar la presa y sin menguar
la marcha, prosiguió su camino en tres patas. Se dirigió
a mi casa, a la que llegué yo diez minutos después. ¡Qué
cuadro tan horrible se presentó ante mis ojos! Mis po­
bres hijos y mi mujer devoraban el pan, mientras el ani­
malito los miraba, lamiéndose la pata lesionada.
"Yo estaba borracho, pero aquel cuadro disipó por
completo mi embriaguez. Comprendí en un instante el
error de mi mal proceder, y exclamé arrepentido: '¡ Jua­
na, Juana mía, perdóname!' Besé llorando a mi mujer y
a mis hijos, que, como no estaban acostumbrados a mis
caricias, me miraban con asombro. También di un beso
al perro, el cual, sin rencor alguno, me lamió las manos,
estas manos que acababan de herirlo tan injustamente.
Desde aquel día volví a la razón y renació en mi casa la
felicidad perdida. Después de mi mujer y de mis hijos,
el ser a quien más quiero en el mundo es este inteligente
animal que ve Ud. ahí".
Al terminar su sencillo relato, el leñador rodeó con
sus brazos el cuello de aquel verdadero amigo y, mientras
le daba un beso en la cabeza, vi rodar una lágrima por su
mejilla.
Yo estaba profundamente conmovido, y le estreché
114 115
cabezas de ganado. Durante la estación buena, habitaban
en la parte más elevada de 1a montaña. Se conformaban
con poco, y cantaban todo el día un alegre estribillo
acompañado por la argentina música de las campanas
del rebaño. En invierno, calafateaban la casa, y el padre,
que trabajaba muy bien la madera, dedicaba las largas
veladas a hacer lindos trabajitos que luego vendía, y la

~ .r
madre hilaba o tejía la ropa que la familia necesitaba.
/ ;: Había llegado la primavera. Las primeras flores anun­
\'>~ ciaban los días lindos. El arroyo volvía a dejar oír su
\. .~~ canción, la nieve chispeaba en los picachos acariciados por
un sol que ya dejaba sentir su calor. Guillermo Amstulden
decidió que durante ese mes llevarían el ganado a la parte
más alta de la montaña donde la hierba era fresca y abun­

La Aventura dante. Así, una hermosa mañana todos se pusieron en


camino hacia la cumbre. En cuanto llegaron, instalaron
de Anita Amstulden a Anita a la sombra de un arbusto bajo la vigilancia de
Juanito, y sus padres se fueron a atender su trabajo a
cierta distancia de allí. Apenas había transcurrido una
VIVIA antaño, en la aldea suiza de Gergell, un pobre hora, cuando de repente vieron llegar a su hijo. Con el
agricultor llamado Guillermo Amstulden. Su familia se rostro desfigurado, el niño parecía lleno de terror y agitaba
componía de su esposa María y dos hijos, Juan y Anita. frenéticamente los brazos hacia el cielo. Adivinando que
Juan tenía cinco años y era un valiente muchachito aque­ había sucedido una desgracia, los padres interrogaron al
jado de una doble desgracia, pues era sordomudo. En pequeño sordomudo, quien, lejos de calmarse, empujaba
cuanto a Anita, era una nenita de apenas un año de edad, a sus padres hacia el lugar donde habían dejado a Anita.
rubia, gordita y sana, que miraba todo lo que la ro­ -¿ Dónde está? ---exclamó la madre enloquecida de­
deaba con dos grandes ojos azules, cándidos y asombra­ lante de la cuna -de follaje de la cual la niña había des­
dos. aparecido.
La familia vivía en una alegre casita de la ladera de Pero el padre ya lo había comprendido todo. Un águi­
la montaña y se mantenía de lo que producían algunas la, poderosa como pueden serlo las que frecuentan las
116 117
-jOh, Señor! _murmuró, anonadado de estupor;
altas cumbres, se había llevado a la niña. ¿Qué hacer? pero pronto añadi&-: Si me ayudas, salvaré a ese niño,
En el cielo azul ni rastros se veían del ave de rapiña. aun a riesgo de romperme los huesos.
Esta debía ahora ir volando hacia su nido, donde le espe­ y poniéndose el fusil a la espalda, anudó con rápido
raba sin duda una nidada de ávidos aguiluchos, en algún ademán la larga cuerda que llevaba arrollada a la cintura,
rincón inaccesible de la montaña. Horrorizados, los pa­ tomando . así sus medidas para realizar la peligrosa as­
dres de Anita no podían apartar del cielo sus miradas. • I
cenSlOn.
¿Qué buscaban en él? El rostro del Padre celestial, a Desde el nido, el águila hembra lo había visto todo:

quien amaban y servían y quien, por un milagro, iba a la niñita de la cual sus aguiluchos iban a poder alimen­

seguramente a devolverles la hijita arrebatada. tarse y también al hombre cuyo objeto no podía ser más

"" *' *' *' *' claro. Con las alas extendidas sobre la nidada y el ojo

-¿ Por dónde puede haberse ido este animal? -mo­ avizor fijo en el cazador, el ave se dispuso al ataque. Este

nologaba Juan Sheuer, joven y audaz cazador de gamu­ llegó rápido y repentino. Teniendo con una mano la
zas, ocupado en ese instante en perseguir a un animal cuerda que estrechaba con las rodillas, con la otra Juan
joven al que había herido de un tiro. Se detuvo para Scheuer se echó el fusil a la cara, apuntó y tiró a la ca­
orientarse y comprobó que se hallaba muy arriba en la beza del pájaro extendido sobre el nido. Así se libraba
montaña. En equilibrio sobre la arista resbaladiza de de un enemigo. Pero, ¿qué iba a hacer el macho que
tina roca, inspeccionaba el horizonte delante de sí, cuan­ sostenía siempre su presa? Rápidamente la depositó en
do oyó un piar extraño encima de su cabeza. Asombrado, el nido, en medio de los aguiluchos inquietos, que no se
alzó los ojos y,para gran sorpresa suya, descubrió un preocuparon de ella y, lanzándose resueltamente sobre el
nido en una anfractuosidad de la alta muralla rocosa . que hombre, le hundió el acero de sus garras en los hombros
se erguía detrás de él, y de la cual lo separaba una grieta mientras que con el pico trataba de arrancarle los ojos.
profunda. El ataque fue tan brusco que el joven cazador, a pesar
-,-jOh! ¡Un nido de águilas! -murmuró el cazador, de su fuerza y valor, casi soltó la soga. Protegiéndose lo
olvidando a la gamuza que debía estar ya muy lejos-o mejor que pudo con un brazo la cara amenazada, buscó
Sería sin duda una buena acción destruirlo... con la otra mano el corto y sólido puñal que llevaba en
Mientras el joven montañés se hacía esta reflexión, su cintura, pues su fusil se había vuelto un estorbo inútil.
vio pasar por encima de su cabeza y en dirección hacia el La lucha no duró más que algunos instantes. Alcanzada
nido un águila que llevaba una criatura entre sus po­ en pleno pecho, el ave de rapiña soltó la presa y rodó
tentes garras. Al ver esto el cazador, su corazón latió al fondo del abismo. El camino estaba libre; no quedaba
fuertemente.
119
118
más que degollar los aguiluchos y hacerse cargo de la
niña, a quien la Providencia había salvado milagrosa­
mente la vida.
Aunque gravemente herido en los hombros y en las
manos por el águila, Juan Scheuer volvió alegremente
llevando con mil precauciones la preciosa carga. Ima­
ginaos el gozo que hubo en la familia Amstulden. Llo­
raron de alegría y dieron gracias a Dios por haber oído
las oraciones que habían elevado hacia él. El valiente
joven fue cuidado y colmado de atenciones hasta el mo­
mento en que, habiendo sanado de sus heridas, volvió a
tomar el camino de la montaña.
La pequeña Anita se hizo célebre en diez leguas a la
redonda, y el nombre de su salvador estuvo mucho tiempo
en todos los labios. La niña creció y llegó a ser una her­
mosa joven, se casó, luego fue madre amante y, por fin,
una anciana abuela que murió de más de noventa años
Un Perro y una Cueva
y tuvo muchas veces ocasión de contar su historia a sus
hijos y a sus nietos y aun a sus bisnietos.
HACE más o menos cien años andaba viajando por Mé­
xico un explorador inglés. Llegó a un pueblo llamado
Cacahuamilpa, que significa plantación de maní o caca­
huete. Cerca del pueblo había una enorme cueva en la
ladera de la montaña. El inglés había oído contar his­
torias extrañas acerca de esa cueva.
Antiguamente se usaban grandes recuas de burros en
México para transportar la plata de las minas de Taxco
a la ciudad de México. La senda por la cual iban los burros
pasaba por la montaña donde estaba esa cueva. Tres ban­
didos se ocultaban en la cueva y sorprendían a los arrie­
120 121

' -­
ros y les robaban la plata. El gobierno mandó soldados
indios, asustados, se fueron a contar al alcalde lo que ha­
para apresar a los bandidos, y así 10 hicieron. De manera
bían encontrado.
que el explorador inglés pensó que tal vez hallaría gran­
-Enterrad al explorador y su perro donde los habéis
des cantidades de plata en la cueva. Con su perro como
encontrado -fue la orden que dio.
único compañero, entró valientemente en los recovecos
Así que hoy un montón de piedras hace las veces de
oscuros. Las personas que vivían en Cacahuamilpa no
sepulcro para ambos en una de las cámaras interiores de
se acercaban nunca a la cueva, pues le tenían miedo.
la cueva. Hay veinte "cuartos" grandes que están ahora
Podemos imaginarnos cómo anduvo el explorador
abiertos y que pueden ser visitados por los turistas. Se
recorriendo las PFofundas cavernas rocosas, buscando la
han encontrado muchas cámaras, pero no están ilumi­
plata en un recoveco y luego en otro. Andando en las
nadas ni tienen sendas para que puedan andar por ellas
tinieblas, se perdió. Debe haber ido buscando su camino
los visitantes. Nadie ha descubierto todavía hasta dónde
de regreso a tientas durante varios días, o tal vez resbaló,
lleva esa cueva. Tampoco se ha encontrado plata en ella.
se cayó y se lastimó. No sabemos lo que sucedió. Pero
Pero todos los días los guías explican a los visitantes la
allí estaba, en las tinieblas, muriéndose de hambre, con
historia del perro fiel y su amo que se había perdido.
su fiel perro al lado. El animal logró finalmente salir.
Un hombre del pueblo vio a este perro extraño que bus­
caba comida y luego regresaba a la cueva para estar con
su amo. Al indígena le sorprendió el que un perro viviese
en aquella cueva a la cual los hombres tenían miedo de
ir. Habló del asunto a varios amigos suyos y les rogó que
lo acompañasen para ver si había alguien en la cueva;
pero todos se burlaron de él.
-No viste ningún perro -dijeron-o Debe ser algún
espíritu.
-No era un espíritu -insistió el hombre-o Era un
perro lo que vi.
Finalmente varios amigos convinieron en acompa­
ñarlo a la cueva. Alumbrándose con velas, fueron arras­
trándose de una cámara a otra. Por fin encontraron al
perro, muerto, al lado de su amo también muerto. Los
122
123
Venid, niños bendecidos ,
quedo, quedo en mis oídos
Los Niños susurrad lo que suaves
Venid, buenos amiguitos; os cantaron brisas y aves.
cuando escucho vuestros gritos, Vuestra atmósfera supera
cuando miro vuestro juego
a la misma primavera
mis pesares huyen luego. de los campos, con sus flores
Pues me abrís gentil ventantl y sus blandos ruiseñores .
yola luz de la mañana
Con vosotros comparadas,

miro el agua cristalina


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son cual ondas, son cual vi e ntos.
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En vosotros todo es canto, es viviente poesía.
todo es luz; rogad, en tanto
H. W . Longfellow
que mi helado invierno empiezO.;
ya es de nieve mi cabeza. Trad. M. A . Caro
(Colombiano )
Sin vosotros pequeñuelos
mensajeros de los cielos,
i Cuán estéril, cuán sombría
la existencia no sería l
Sois cual hojas que al anciaflo
bosque dan verdor lozano,
y en los aires se remecen ,
beben luz, y resplandecen.
121)
124
Venid , niños bendecidos, ¿Ha
quedo, quedo en mis oídos
susurrad lo que suaves ESTIMULADO
os cantaron brisas y aves.
su pensamiento el
Vuestra atmósfera supera
a la misma primavera
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Trad. M. A. Caro - - - - - - - - - - - - - - ­ COI-l e por esta l í tfca _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _

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