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28/1/2018 Entre libros.

La biblioteca como proyecto de vida - LA NACION

LA NACION | IDEAS | LITERATURA

Entre libros. La biblioteca como


proyecto de vida

Crédito: Javier Joaquín

De la mano de Alberto Manguel, cuya obra La biblioteca de noche se reeditó


recientemente, una inmersión en el universo de quienes, entre el profesionalismo y la
pasión, creen que el único paraíso en la tierra es el que viene escrito, en papel y sobre
estantes
Natalia Gelós

28 de enero de 2018

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L a de Babel, imaginada por Borges en un cuento; la de Alejandría, la de cada país,


las quemadas, las olvidadas, las perdidas, las heredadas, las ordenadas hasta el TOC, las
alborotadas, las públicas, las privadas? ¿Cuántas posibilidades habitan en la palabra
biblioteca?

Alberto Manguel
Crédito: Hernán Zenteno

En 2007, cuando Alberto Manguel escribió La biblioteca de noche (reeditada el año


pasado por Siglo XXI) no imaginaba que iba a ser director de la Biblioteca Nacional. Ni
siquiera vislumbraba que volvería a vivir en la Argentina después de cincuenta años,
luego de vivir en tantos países. Su constante era una: había pasado la vida entera entre
bibliotecas. "Escribí hace unos veinticinco años Una historia de la lectura -dice en su
despacho-. Parte de esa investigación se relacionaba con las bibliotecas porque lo que
hace el lector es crear ese ambiente de libros donde trabaja. Cuando en el año 2000
pude por fin encontrar un lugar en Francia para albergar mis libros, decidí que iba a
escribir sobre las bibliotecas y sobre las distintas percepciones simbólicas, como
espacio, como orden, como identidad". Quince años después, cuando tuvo que
desmontarla, Manguel empezó a escribir otro libro: Mientras embalo mi biblioteca
(Alianza) como crónica de un duelo, como un réquiem. Dirá que esa que desarmó
representa los años más felices de su vida.

Hace unos años, el director canadiense Robert Lepage trabajó con él en la realización de
un proyecto que se llamó como el libro: "La biblioteca de noche" y recreó diez
bibliotecas fascinantes. Desde la virtualidad, se podían mirar la del Parlamento de
Canadá, la del Congreso en Washington, la del Nautilus (ideada por Julio Verne) y,
entre ellas, estaba la del propio Manguel en Francia ¿Qué tenía esa biblioteca que la

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volvía tan espectacular? Eran treinta mil libros -hoy suman cuarenta mil- reunidos en
un mismo lugar, en un antiguo establo de piedra que él hizo reconstruir en un pueblo de
diez casas en Francia, en el Valle del Loira. Una biblioteca de madera oscura, con
lámparas verdes, que imitaba la del Colegio Nacional de Buenos Aires, en el que
Manguel había estudiado. Ordenó todos los libros él mismo. "Recuerdo la inmensa
emoción de la primera noche en la que estaban en sus estantes -dice-. Esa primera
noche, para sentir que la poseía, hice como un perro que mea en los rincones y dormí
ahí. Esos quince años que me pasé allí fueron los más felices de mi vida: tenía mi
biblioteca, mi jardín, mi perra, mi cocina, tenía el silencio de ese lugar? Eso es algo que
no he recuperado nunca. Buenos Aires es una de las ciudades más ruidosas del mundo".
Por razones burocráticas, según señala, él y su compañero tuvieron que vender la casa y
empaquetar los libros, que hoy están en cajas, en el depósito de su editora canadiense.
De ahí, se mudaron a Nueva York.

Así lucía la biblioteca que armó Manguel


cuando vivía en Francia
Crédito: Gentileza Ali Kazma

Su biografía y su producción literaria van enlazadas a los vaivenes de ese espacio.


Mientras vaciaba los estantes, Manguel escribió su despedida. "Embalarlos era como
enterrar un ejército de amigos queridos -dice-. Ahora están en sus tumbas esperando la
resurrección. Siguen en cajas porque no tengo lugar donde ponerlos. En Buenos Aires
tengo un departamento del tamaño de esta mesa. Espero la ocasión de volver a
colocarlos en sus estantes". Reitera que cuando armó aquella biblioteca no fantaseaba
con ser director de la Biblioteca Nacional: "Uno puede soñar con ir a la luna o ganar la
lotería, pero este fue un sueño que nunca tuve. Nunca pensé que iba a volver a la
Argentina después de cincuenta años. Nunca pensé que iba a trabajar en una biblioteca.
De adolescente pensé que podía estudiar bibliotecología pero no tenía ni la paciencia, ni
la disciplina."

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La Argentina era, para él, pasado. Un territorio construido con la nostalgia de esa épica
del Colegio Nacional. Cuando nació, su familia se mudó a Tel Aviv (su padre fue el
primer embajador argentino en Israel). Los primeros libros de su biblioteca tuvieron la
voz de la nodriza checa con la que pasaba las 24 horas del día: "Ella me enseñó el inglés
y el alemán, que fueron mis primeras lenguas. Yo no hablé con mis padres hasta mis
ocho años, porque ellos hablaban castellano. Cuando en el 55 cayó Perón, mi padre
quiso ser fiel al gobierno que lo había nombrado, volvió y lo pusieron en prisión.
Aprendí castellano en el 55 y ahí pude entablar una conversación con ellos", cuenta. De
aquella época, Manguel recuerda cierta indignación por la división de la literatura para
niños o para niñas. En Historia natural de la curiosidad escribe: "Las identidades
impuestas alientan la desigualdad". Su nodriza, dice, tenía una idea muy de principios
de siglo XX de la cultura. A través de ella, conoció los clásicos alemanes e ingleses.
Luego, en la Argentina, se sumaron los libros de Constancio C. Vigil, la colección Robin
Hood, Mujercitas. Los estantes no pararon de nutrirse.

Vivió en Inglaterra, Italia, Francia, Tahití, Canadá. En cada coordenada hubo una
biblioteca que nunca dejó de crecer. En Tahití, donde trabajó para una editorial, la armó
pese a los hongos que se formaban en los interiores: "Me mudé con mis libros.
Teníamos una choza con tejado de hojas de palmera y ahí monté mi biblioteca. Eran tres
paredes y el mar. Tahití es un lugar maravilloso para las vacaciones pero no es
maravilloso para trabajar. Yo iba a la oficina temprano y volvía a la noche, los libros se
cubrían de moho, me molestaba el calor húmedo? Recibía el suplemento literario del
Times y pedía libros a Londres. Algo muy del siglo XIX".

"Siempre he vivido entre libros. Para mí, el mundo se presenta entre libros y después en
la realidad", dice. En Francia logró la reunión, al menos por quince años. Cuando dejó
esa casa y se fue a vivir a Nueva York, ya había reflexionado y escrito sobre lo que se
aloja en una misma idea: la biblioteca como isla, como mito, como patria, como
identidad. También como espacio público, claro. Sobre esto, asegura: "No puedo
trabajar en una biblioteca pública. Me resulta difícil leer libros que no son míos, que no
puedo anotar, que no puedo llevarme a la cama. Para mí, la biblioteca tiene que ser
personal".

¿Cuánt o demoró en aceptar el cargo en la Biblioteca Nacional?

-Lo pensé mucho. Fíjese: cuando nos instalamos en Nueva York, pensé que había
llegado al último capítulo de mi vida. Voy a cumplir setenta años en unos meses. No
estaba para cambios. Había sufrido mucho con el abandono de esa biblioteca. Nunca

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imaginé que iba a volver a cambiar, volver a hacer una mudanza, y una tan grande como
lo que significa volver al país natal. La Argentina que yo recordaba era una que había
inventado a través de una nostalgia, la del Colegio Nacional de Buenos Aires.

-En el prólogo de La biblioteca de noche escribe que al llegar a la Argentina


descubrió que el puesto de director era político?

-Y me parece algo nefasto. No puede ser político en el sentido sectario de la palabra. Es


una institución política porque es el corazón de la polis, pero no puede ser el lugar
emblemático de cualquier política sectaria, sea del partido que está en el poder o del
partido vencido. Decidí que este no iba a ser un puesto político y que yo iba a ser el
administrador de la biblioteca.

En su oficina, hay unos pocos libros de lomo duro en unos estantes; un escritorio, una
mesa de vidrio, unos sillones. En la entrada del personal, asomaban afiches con
reclamos de los trabajadores. Aquí no se ven. En julio se cumplió un año de su llegada al
puesto. Fueron meses en los que hubo despidos, reincorporaciones, discusiones y
cambios. El puesto de Borges fue algo más que una distinción.

El edificio, creado por Clorindo Testa, no es de su agrado: "Esta torre monstruosa en la


que estamos -dice-, donde el objetivo es crear la fealdad deliberada, dificulta la tarea. Es
como la nueva Biblioteca Nacional de Francia, que tiene cuatro torres totalmente
inútiles de vidrios que quemaban los libros". ¿Qué Biblioteca pública destaca, entonces?
La Vasconcelos en México, responde. Cuenta entonces que en La biblioteca de noche le
interesaba estudiar la idea de lo arquitectónico y los modos en los que influye en el
trabajo. También, "la idea de la biblioteca como autoridad, con columnas que se
mostraban como majestuosas y excluyentes, que al mismo tiempo daban sentido de la
importancia del acto intelectual en el seno de una sociedad".

"Ahora esto ha cambiado bastante -agrega-. El símbolo de la biblioteca ha sido


reemplazado por el símbolo del banco, que da valores a la sociedad."

¿Cómo es su biblioteca privada ahora?

La biblioteca se construye alrededor de mí. Aquí, en Buenos Aires, he acumulado tantos


libros que he tenido que enviar unas veinte cajas a mi depósito. Buenos Aires es una

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ciudad de libros. Me encantan las librerías anticuarias y descubrí una de viejos


fantástica en el sótano de la galería Florida.

¿Qué cosas descubre?

No busco nada en especial, pero descubro la edición que hizo Sur de Orlando, de
Virginia Woolf, con una firma de Victoria Ocampo... Libros que compro por nostalgia,
porque los tenía cuando iba al colegio... También la librería Guadalquivir es
extraordinaria. Ellos traen libros que generalmente no se ven. Y recorro las librerías de
la calle Corrientes. Siempre encuentro algo allí.

La biblioteca de noche se acompaña con ilustraciones de algunas bibliotecas míticas o


históricas: La de Pérgamo, el boceto de Miguel Ángel para la Laurenziana. También hay
una foto de unas cajas apiladas, maltrechas, semicerradas. Se trata de la biblioteca del
Líbano. Manguel cuenta que hay voluntarios que se acercan para tratar de quitar los
bichos, el polvo, y para catalogar lo que sirve de esa biblioteca que reunió
nacionalidades, rarezas, joyas manuscritas y sobrevivió, aunque desplumada, a
bombardeos y otros estragos de sucesivas guerras. Las fotos recuerdan a esos rescates
de animales empetrolados. Animales que guardan en sí un mundo que tiene que ver con
nosotros. Esa biblioteca, como todas, guarda identidades, utopías, heridas. Son asilo y a
la vez oráculo para transitar el mundo.

Otras bibliotecas

Desde cero. El actor Gonzalo Heredia fundó su propia biblioteca así como quien
construye una casa, desde el primer ladrillo. "En mi adolescencia la idea de biblioteca
estuvo relacionada a un estante para poner adornos y cosas lindas -dice-. En todo
sentido yo tuve que construir una biblioteca. Primero, dentro de mi cabeza, con ese
traslado de biblioteca de cosas lindas y adornos, a una biblioteca activa. Fue explorando,
revolviendo en las librerías de descuentos y libros usados de la avenida Corrientes. Y
también mucho por intuición, en especial con el encuentro de escritores argentinos para
tener un acopio de libros". ¿Qué nombres eligió para empezar? Roberto Arlt, Rodolfo
Fogwill fueron los primeros. También algún Cortázar. Y los clásicos de la literatura
universal. "Uno me fue llevando a otro. Empecé a ramificarme, hasta que me familiaricé
con los norteamericanos, los rusos, los europeos", cuenta. Y la biblioteca creció y creció.
Heredia, activo colaborador en @lagenteandaleyendo, la cuenta que recomienda libros
en Instagram, Twitter y YouTube, se considera un fetichista del libro. Como tal, tiene

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sus trofeos. ¿Cuáles son esas joyas de sus estantes? Una primera edición de la uruguaya
Cristina Peri Rossi, firmado por ella; una primera edición de uno de Fray Mocho,
comprada en una librería de viejo en Mar del Plata.

Cuenta que en su living no hay televisión, que ese lugar lo ocupa la biblioteca, a la que
señala como un integrante más de la familia: "Está dentro de la estructura, dentro de la
cotidianidad. Al estar en un lugar transitable, la uso, la consulto. Hago una especie de
zapping de libros. Me gusta que sea parte de mi familia", explica. Fiel a la lógica de
"dime qué biblioteca tienes y te diré quién eres", cuando va a una casa, lo primero que
mira es eso: qué libros hay, cuántos, y agrega: "Me ha pasado de no conocer a una
persona e ir a la casa y pedir permiso para ver los libros que tiene".

¿Ordenada? ¿Con libros revueltos? "Mi biblioteca está bastante desordenada porque se
usa. He conocido bibliotecas estéticas, ordenadas por editoriales y colores, pero me da
mucha más empatía una biblioteca desordenada porque es una biblioteca que está
activa, en circulación constante", dice. Cuando intenta darle un orden, sin embargo,

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elige el geográfico, "como si armara un mapamundi". Luego hay otro espacio para los
clásicos que trascienden geografías, como el Quijote, Ulises, Moby Dick; y una sección
especial para el policial negro argentino, norteamericano y escandinavo, del que se
reconoce admirador.

Lucrecia Martel. Tratar a los libros como amigos en un campamento

"Cuando iba a cumplir 9 años, mi abuela Antonia me llevó a una tienda de Salta que era
juguetería, librería, de ropa, no me acuerdo cuál era. Mi abuela iba a todo tipo de
tiendas, las tradicionales y las más despreciadas. Me dijo que eligiera dos cosas, como
regalo de cumpleaños", recuerda la directora Lucrecia Martel. La niña eligió un revólver
y una versión del Quijote para niños. Su abuela no se sorprendió por el revólver, sabía
que solía jugar a los vaqueros. Sí se sorprendió por el libro, porque no tenía dibujos.
"Me ofendían los libros con dibujos para niños", dice Martel. Tiempo después, su abuela
Nicolasa le regaló tres tomos de la Enciclopedia de mitología griega. Entre los 9 y los 15
años, Martel se apasionó: "Era esa época en que las editoriales mandaban a unos
vendedores casa por casa, tan fervientes como testigos de Jehová, ofreciendo
diccionarios, enciclopedias, colecciones de literatura. Las familias se endeudaban en
planes de pago para colaborar con las actividades de la escuela de los hijos". La
biblioteca mental de la directora de Zama se alimenta de esas cosas.

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¿Marca los libros de su biblioteca? "Los escribo, subrayo, anoto en las contratapas.
Tengo algunos arrugados por el vapor de baños de inmersión. Trato a los libros como si
fueran amigos en un campamento", dice. Su biblioteca tiene dos variantes: la
"estabilizada", en un entrepiso, donde todo ya ocupó un lugar constante, y la cambiante,
donde se agregan los nuevos. "De chica me pareció que los libros eran gente que sólo
podía conocer de esa manera -cuenta-. Personas cuya compañía hubiera sido mal vista
en mi colegio o en mi familia. Y pienso en mi biblioteca como un salón donde he podido
juntar gente que quizás no hubieran aceptado mi invitación, y menos si sabía que
estaban fulano o mengano en el otro estante. Un salón donde sería muy divertido estar".
¿Cuáles son los tesoros de Martel? Un manual en latín que servía a los sacerdotes para
la evaluación de las faltas teológicas o morales, Tribunal Confessariorum, de Martín
Wigandt, de 1713. Dos volúmenes que recopilan los grabados sobre la industria en el
siglo XVIII, publicados en la Enciclopedia de Diderot que, dice, fueron muy útiles para
pensar cosas para Zama. ¿Y a qué páginas vuelve cada tanto? A Las metamorfosis, de
Ovidio, al libro Historia de los animales, de Claudio Eliano, y, "como si fuera un libro de
revelaciones", lee al azar un fragmento de la enciclopedia Historia natural, de Plinio el
Viejo. Cuenta que cuando está inquieta, lee sobre matemática; que eso la calma. "Tengo
un libro sobre el teorema de Pitágoras, es muy tranquilizador", apunta y habla sobre su
biblioteca ideal: "Vi un barco, creo que en el Museo Marítimo de Rotterdam. En el
camarote del capitán había una biblioteca. Es mi sueño".
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Eduardo Fidanza. La biblioteca puede ser un bosque imaginario

El analista político Eduardo Fidanza cuenta que su biblioteca comenzó a formarse


cuando ingresó en la Facultad de Filosofía y Letras, a principio de la década del 70.
Creció rápido: a los dos años ya sumaba unos doscientos volúmenes. "La primera
compra importante fue a un vendedor de Eudeba -recuerda-: algunos manuales básicos
de sociología y psicología social norteamericana". Todavía los conserva y los consulta;
son clásicos. Dice que en su biblioteca prefiere los libros nuevos, no los de segunda
mano, excepto en el caso de algún título que sea inhallable. ¿Fetichista? "Creo que todo
bibliófilo tiene cierta relación fetichista con los libros -responde-. Ellos no son solo para
leer sino también para contemplar, hojear, apreciar la edición, hasta olerlos, como me
enseñaron a hacer unos tíos, a los que les debo, junto con mis padres, el amor por los
libros".

Fidanza dice que desde muy chico vivió rodeado de bibliotecas. Suele ponerlos de canto
en los estantes, "para contemplarlos y disfrutar sus colores". En general los marca,
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siempre con rotulador amarillo, aunque solo palabras o párrafos cortos. Y confiesa que
van ubicados en un orden genérico "para disimular un desorden de fondo": ciencias
sociales en general, capitalismo, teoría weberiana, marxismo, economía, historia y
mucha literatura y filosofía. ¿Cuáles son los favoritos en esos estantes? "Hay una serie
de autores centroeuropeos que han capturado mi atención en los últimos años: Joseph
Roth, Stefan Zweig, Arthur Schnitzler, Sándor Márai. Suelo volver a ellos como quien se
zambulle en una experiencia estética y ética, la de un mundo que ya no existe: la Europa
humanista y pacifista que destruyeron el nazismo y el estalinismo", explica, y aclara:
"No lo hago con actitud reaccionaria, sino como un paseo por un bosque imaginario que
me produce placer y serenidad". Cuenta que también vuelve a Borges cuando siente que
su escritura se anquilosa: "Hago el ejercicio de reparar una vez más en su escritura, en la
extensión de las oraciones, la puntuación, el ritmo. Practico un periodismo intelectual
en apenas 5000 caracteres. De vez en cuando necesito el auxilio de un maestro de la
concisión".

Su mujer es historiadora del arte, así que en los estantes privilegiados van sus preferidos
y los de ella: "En un momento se borran los límites y se constituye un nuevo espacio".
En su escritorio, en su casa, se acumulan los volúmenes de ciencias sociales. Y en su
oficina, los libros que hacen eco a sus columnas semanales en la nacion. Fidanza agrega
la idea de la biblioteca móvil. No, no habla de la biblioteca virtual, aunque también la
tiene y ahí acumula papers; habla de su mochila, siempre cargada de libros que vienen y
van.

Claudia Piñeiro. Títulos y estantes que crecen sin parar

Como hongos, así dice que crecen los libros en su casa. Claudia Piñeiro cuenta que vive a
50 kilómetros de Buenos Aires, en un lugar donde las casas tienen muchas ventanas y
pocas paredes. Un problema, en síntesis, para armar grandes bibliotecas en un solo
lugar. Igual, se las arregla: "Tengo varias bibliotecas, incluso en el descanso de la
escalera. A veces no hay más estantes y vuelve a aparecer otra biblioteca en otra pared
que rescato. La primera biblioteca estaba en mi escritorio. Después hice estantes arriba
de la ventana. Después empecé a avanzar sobre el living, sobre otro cuarto que hay
afuera de la casa?". En su habitación hay dos bibliotecas más: una en la que acomoda los
libros de teatro y de ensayo literario, otra donde guarda los que fueron firmados por
personas que admira.

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No siempre hubo bibliotecas enormes, con tentáculos. En su casa familiar, recuerda,


había una biblioteca muy chica, importante para sus padres, pero no en tamaño. "Era
una familia que le daba valor a la lectura pero no tenía tantos libros", dice. También
tenía una propia en su cuarto, y, cuando se mudó, la llevó al departamento que alquiló
cuando consiguió trabajo. Esa biblioteca mutó a lo largo de los años, con el correr de las
mudanzas. Hoy es esta que cuenta, que ordena alfabéticamente y que se extiende hasta
Buenos Aires, porque en la ciudad también tiene un departamento que guarda libros de
teatro, de ensayo literario y de ficción.

Piñeiro dice que supo ser usuaria de bibliotecas públicas; en su infancia y su


adolescencia solía ir a la de Burzaco, el pueblo donde creció, y en la juventud con
frecuencia iba a la biblioteca de la Facultad de Ciencias Económicas, donde estudió. Se
reconoce fetichista. Prefiere los libros nuevos, aunque si no se puede, consigue los
usados, y los marca con un doblez en la página, más arriba o más abajo, según se ubique
la parte que le interesa destacar. También dice que vuelve siempre a los ensayos: libros
de Barthes, El arte de la ficción, de David Lodge, Suspense, de Patricia Highsmith.

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De las bibliotecas ideales, nombra la de Guillermo Saccomanno: "Tiene todos los libros
que quiero", dice y agrega: "Y la de un amigo y escritor italiano, Andrea Rosetti, porque
además de completa y sofisticada es de una belleza única".

Por: Natalia Gelós

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