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Aníbal Quijano(1)

POPULISMO Y FUJIMORISMO

Cuadernos de Ciencias Sociales. Costa Rica


Programa Costa Rica; Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales (FLASCO),
01/01/97

Una vieja maldición, la colonialidad, nos condicionó a los latinoamericanos a vernos todo
el tiempo con el ojo del dominador. Esa interesada mirada trama jirones de experiencia
con la leyenda del poder. Así oculta o vela todo lo que del campo de experiencias no debe
ser percibido o sólo a través del tamiz de esa veladura, para que las huellas del poder no
puedan ser rastreadas. Deja ante todo ocultas las fuentes donde esa bestia abreva, sus
más profundos caminos y sus costumbres más propias. Niega la totalidad o la construye a
su medida. Finge los signos por los que esa visión aparece como si toda fuera sólo un
campo de experiencias, que no requiere sino ser preguntado y entendido, ordenado como
una perspectiva de la realidad. Inventa los enigmas, las preguntas, los códigos para
descifrar los ilusorios signos. Pero, sobre todo, para que las señales de las regiones
veladas de la realidad no logren traspasar la veladura, atraer nuestros ojos, subvertir
nuestra mirada. Y este es su más defendido secreto, el laberinto que debe atravesar todo
aquel que decida enfrentar al minotauro del poder.

Esa mirada es un discurso del poder acerca de la realidad. Sus categorías centrales se
producen siempre desde una dada configuración de poder. Cuando ésta cambia, también
aquellas son transvestidas. Pueden dar apariencia nueva a viejas regiones de la
experiencia o imágenes viejas a las nuevas regiones.

Nunca, es verdad, hemos dejado de sentir en algún rincón de la retina, que lo que esas
veladuras hacen ver no es lo mismo que lo que hemos vivido. Pero tardamos en admitir
que para develar y liberar la experiencia en el conocimiento, necesitamos una mirada
diferente, otras categorías. En el discurso del poder las categorías no señalan un campo
de relaciones, ni se refieren a un modo, un momento o una dimensión de esas relaciones.
Su función es reducir la perspectiva y aislar los datos de la experiencia.Y aún nos
resistimos a cambiarlas. Por eso la operación mental todavía inevitable es subvertirlas. En
otros términos, somos parte del laberinto.

"Populismo" es una de aquellas categorías recibidas, que hemos llevado y traído sobre
todo desde la IIa. Guerra Mundial hasta mediados de los 70s., entre las dos grandes
crisis. Parecía finalmente archivada en nuestra historia política. Pero hela aquí de regreso,
con un nuevo candor, esta vez adosada a una experiencia que, como el neoliberalismo,
es exactamente opuesta a la que antes nombraba.

No cabe aquí un recuento sistemático de los avatares conceptuales del término durante
los debates sobre la experiencia política latinoamericana. Su bibliografía es conocida,
aunque no para de crecer2. Pero es bueno recordar que el membrete de "populismo" fue
usado en América Latina para experiencias tan distintas como el battllismo, el
cardenismo, los partidos apristas (APRA, AD, MNR, MLN, Ortodoxos) y sus gobiernos, el
liberalismo de Gaitán, el varguismo o getulismo posterior al "Estado Novo", el peronismo,
el velasquismo, los gobiernos de Belaunde, Frei, Velasco Ibarra, Juan José Torres,
Rodríguez Lara. Y la lista no es exhaustiva.

Experiencias políticas de naturaleza muy disímil, en verdad. Por lo tanto, es legítimo


preguntarse si para todas ellas es pertinente el uso de una misma categoría y nada
menos que de tan equívoca trayectoria conceptual. La obvia respuesta es que,
precisamente por esa trayectoria, no lo es, a menos de estar acompañada de cuidadosos
deslindes capaces de constituir con ella un genuino campo de significaciones donde tales
experiencias, a pesar de su diversidad, muestren alguna filiación histórica común.

Sin tales recaudos, el término "populismo" no puede ser otra cosa que una etiqueta, ciega
a la discriminación, sin capacidad alguna de análisis, ni de explicación, inapta para dar
cuenta del carácter específico y del sentido histórico de esas experiencias políticas. No
obstante, es precisamente así que suele ser usado como parte de las plantillas de
"lectura" eurocéntrica de la experiencia latinoamericana. Esto es, desde una perspectiva
en la cual se asume un supuesto patrón histórico universal, el europeo occidental, según
el que deben ser, en consecuencia, "leídas" todas las experiencias históricas
particulares3.
De hecho, "populismo" es un término que respecto de la experiencia política
latinoamericana fue siempre pantanoso. Y es dudoso que alguna vez deje de serlo. Sería
mejor abandonarlo. Sin embargo, tan arraigado está entre nosotros que ya ha logrado
carta de plena ciudadanía en el vocabulario latinoamericano, sea periodístico o
académico. Por lo tanto es inevitable. Pero lo es también que todo significado que le sea
atribuido y que de algún modo corresponda a la historicidad propia de la experiencia
latinoamericana, implicará respecto del término toda una subversión conceptual.

ENTRE LA MAGIA SEMANTICA Y LA EXPERIENCIA

Como se sabe, originalmente "populismo" fue el término que los europeos occidentales
encontraron para llamar al movimiento revolucionario ruso de los narodniki, que fue
emergiendo desde mediados del s. XIX y culminó en torno de Narodnaya Volia (Voluntad
del Pueblo)4, la clandestina organización política que desde 1879 combatió contra el
zarismo hasta ser desintegrada en 1883 por la represión zarista. Sus reverberaciones aún
estuvieron activas en la revolución de los trabajadores rusos entre febrero y octubre de
1917, sobre todo en el liderazgo del Partido Social- Revolucionario, pronto perseguido,
reprimido y finalmente desintegrado por la dictadura bolchevique5.

El movimiento narodniki sostenía la posibilidad histórica de que la sociedad rusa no


tuviera que atravesar todas las fases de la historia capitalista de Europa Occidental para
llegar al socialismo. De sus estudios resultaba que a diferencia de la experiencia europea,
en Rusia el Estado era el principal agente capitalista. Y este mismo Estado, el zarista,
encarnaba el oscurantismo frente a la modernidad y el despotismo contra la democracia,
mientras la comunidad agraria era el polo antagónico de resistencia contra el capital y
contra el despotismo. Eso ponía de manifiesto el "desarrollo desigual" del proceso
histórico mundial y la posibilidad real de una vía rusa propia en dirección al socialismo. En
consecuencia, la lucha contra dicho Estado estaba enderezada, en un mismo movimiento,
contra el capitalismo, contra el despotismo político y contra el oscurantismo cultural. Los
campesinos, los obreros y la inteligencia, el "pueblo", en ese específico sentido6, tenían
un enemigo común. Su lucha era común. Su victoria conduciría a una sociedad justa, un
orden social que podría ser configurado en torno de la comunidad y no de otro Estado
(Venturi, op. cit.; Shanin, op. cit.).
En el mismo siglo XIX, pero algo más tarde y por lo mismo quizás siguiendo el ejemplo
ruso, el término "populismo" fue empleado también en Estados Unidos. Allí, aunque con
raíces en la protesta de los farmers contra los terratenientes y los banqueros desde
mediados del siglo XIX, el movimiento denominado "populista" emergió en realidad
expresando el descontento de los sectores rurales y urbanos de trabajadores y de las
capas medias, afectados por la crisis mundial de 1870 y culminó con la formación del
People's Party o Populist Party en 1890 (Goodwyn, 1976; Pollak, 1976). La demanda
básica de dicho partido era la desconcentración del control del capital y del Estado.

El carácter y las propuestas de ese movimiento fueron muy distantes del de Rusia. No hay
modo, salvo nominalista, de equiparar los intereses de los farmers con los de los mujiks.
O la situación y las preocupaciones de la inteligencia de EEUU, hija del capitalismo y del
liberalismo, con los de la rusa atrapada entre el despotismo zarista y la urgencia de la
modernidad. Y a pesar de que algunos grupos minoritarios de trabajadores industriales en
el People's Party estaban vagamente influídos por el socialismo, el grueso de los
miembros del movimiento era, además de racista, explícitamente capitalista y liberal,
mientras los narodnikis eran, explícitamente también, anticapitalistas y socialistas.

¿Cómo el término "populista" fue desprendido totalmente de esas referencias, para


significar, virtualmente, lo que cada quien quiera que signifique ? Por supuesto, se sabe
que ya narodnik era un nombre que en el lenguaje corriente de la Rusia de ese tiempo
también cubría una realidad muy heterogénea (según Shanin "desde un revolucionario
terrorista hasta un filantrópico joven noble"). Y si además se cuenta con la experiencia de
Estados Unidos, no habría, pues, de qué sorprenderse con la extrema equivocidad actual
del término "populista". Hay, sin embargo, algunas cuestiones que indican que la
explicación es, quizás, menos simple.

De una parte, los ecos de la experiencia estadounidense no resonarán en el debate


europeo, ni latinoamericano, sino mucho después. En realidad, el debate político de ese
país no se hizo conocido e influyente en Europa o en América Latina sino después de la
Primera Guerra Mundial, hasta cobrar su masiva y hegemónica influencia después de la
Segunda. Por lo tanto, lo pantanoso del término "populismo", no podría ser sólo el
resultado, ni la mera extensión, de su ya diverso contenido conceptual en el siglo anterior.
La historia es, sin duda, diferente.
En primer término, la difusión masiva de ese término en Europa y en América Latina, en
especial antes de la Iia. Guerra Mundial, acompañó a la del bolchevismo trás la captura
del poder en 1917. A partir de mediados de los años 20, el bolchevismo fue codificado por
el estalinismo como "marxismo-leninismo" o "materialismo histórico", al servicio de sus
intereses de control del movimiento socialista mundial. Dado su carácter, el "marxismo-
leninismo" estaliniano distorsionó el debate y las propuestas de los narodnikis hasta
hacerlos irreconocibles. Tuvo éxito.

De hecho, en el debate político de todo el período siguiente en América Latina y no sólo


en el amplio movimiento comunista estaliniano o el mundo socialista bajo su influencia,
sino en virtualmente todo el espectro del debate político, esa fue - quizás todavía es - la
versión más difundida acerca del "populismo". El estalinismo pudo así emplear el término
como un sambenito - si no tan condenatorio como el de "trotskista" o el de "anarquista", ya
que no correspondía como ellos a un movimiento activo - de todos modos derogatorio,
una temida descalificación política. En la historia del debate latinoamericano, la más
célebre de esas condenas estalinianas sobre el "populismo" es la que recayó sobre José
Carlos Mariátegui7.

En segundo lugar, esa separación entre el concepto y su historia, comenzada por los
"marxista-leninistas", fue desarrollada y completada después hasta convertirse en el
abandono de toda referencia histórica determinada. Poco después de la IIa. Guerra
Mundial, los teóricos de la "modernización" como "transición" entre la "tradición" y la
"modernidad", situaron el "populismo" en relación con su idea de "pueblo" y no ya con la
historia política de Rusia o la de Estados Unidos, sino con las cuestiones del "atraso" de
las sociedades "tradicionales", en las que relaciones no-demicráticas de poder estaban
tramadas con relaciones culturales "tradicionales". Un contexto en el cual lo "popular"
implicaba a gentes sujetas no tanto a la explotación y a la pobreza, cuanto a la ignorancia
y al atraso cultural y político. Esas masas eran, por eso, susceptibles de ser atraídas y
movilizadas por los discursos que se referían vagamente a las necesidades y posibles
demandas "populares" y a liderazgos que, además de esos discursos, desarrollaban
técnicas de manipulación y de control de tales masas, para lograr acceso al poder político
y mantenerse en él (Germani, 1962; Di Tella, 1973).
Desde entonces, la mayoría (la que ignora la historia y tiene corta esa memoria) en la
prensa o en la "academia", terminó usando la palabra "populismo" simplemente en su
referencia lingüística familiar, la palabra "pueblo" y sus parientes, en particular "plebe",
"plebeyo" y "popular", en el específico linaje latino.

Ese cambio de marco lingüístico fue, sin duda, decisivo para el destino ulterior del
concepto. Narodnaya Volia no era en Rusia una referencia solamente a la voluntad y a la
libertad de los dominados y explotados, sino también a las de la inteligencia antizarista,
proveniente de los rangos de la aristocracia, en demanda de modernidad. Así también
people en el Inglés de Estados Unidos se refiere a la ciudadanía, a la comunidad. No
tiene la misma referencia social, ni sociológica, que "pueblo" en los idiomas románicos
que comenzaron arrastrando el significado social peyorativo de su original latino populus,
ya que sólo a partir de la Revolución Francesa y de las luchas sociales posteriores, tales
términos se llenaron de la ambigüedad conceptual que los caracteriza hoy, entre una
identidad afirmativa, en ocasiones hasta prestigiosa, y otra despectiva.

A partir de allí, sobre todo en América Latina, el término "populismo" no ha dejado de


estar tironeado por varias opciones conceptuales: 1) los restos de la referencia histórica
rusa, en la distorsionada versión estaliniana; 2) después de la Segunda Guerra Mundial
se ha incorporado, aunque más vagamente, la referencia a la experiencia de EEUU; 3) la
identidad negativa de lo popular y lo plebeyo entre los dominadores y sus intelectuales; 4)
el inseguro reclamo de identidad positiva de esas categorías entre las gentes de
"izquierda" de las capas medias tradicionales (de origen no-"popular") lo mismo
"revolucionarias" que "reformistas".

En el momento actual, derrotadas mundialmente esas "izquierdas", olvidadas o ignoradas


las experiencias rusa o gringa, la tercera de aquellas opciones parece no sólo
hegemónica, sino casi única. Dos indicaciones podrán mostrarlo. Primero, de la palabra
"populismo" se excluye cualquier significado que no cubra: a) todo discurso político que,
con autenticidad o con malicia, se pronuncie sobre los problemas del "pueblo" o se dirige
a él; b) al liderazgo que de ese modo y/o utilizando la nueva escena pública levantada por
los mass-media, logre seguidores "populares" o/y sea capaz de impulsar y acaudillar un
movimiento que canalice esos sectores y que sea de ese modo "popular" ?. Segundo, ese
exclusivo concepto sirve ahora, bajo los neoliberales, según las necesidades políticas de
cada caso, a propósitos de confusión y/o de descalificación análogos a los que cumplía
bajo los estalinianos8.

LOS INTERESES EN JUEGO

No cuesta trabajo sacar a luz los intereses sociales que se trata de escamotear en este
juego de manos semántico.

En efecto, reducir o concentrar toda referencia del término "populismo" al más banal
rincón de su universo de significación, produce dos resultados básicos. En primer término,
la deshistorización del concepto: se expulsa de la memoria y del debate sus referentes
históricos. Sobre todo, se trata de esconder o de velar la historia del debate y de las
luchas de los explotados y de los oprimidos contra todo el capitalismo, como en Rusia, o
contra una de sus tendencias centrales, la brutal concentración del control del poder y de
los recursos vitales, como en Estados Unidos en el siglo XIX o en América Latina durante
gran parte del siglo XX.

En segundo término, la ahistorización del concepto: referirlo a fenómenos históricamente


indeterminados. En tal sentido, si el "populismo" es nada más que una cadena de
"discurso", "liderazgo" y "masas", en que los sectores "populares" - implicando gentes de
las "clases bajas", toscas, incultas - aparezcan involucrados, entonces se trata de un
fenómeno de todas las sociedades históricas de las que tengamos noticia. Es tan antiguo
y tan nuevo como las luchas sociales y políticas. Dicho de otro modo, de todos los
tiempos y de ninguno en particular. Es ahistórico. En breve, ese uso del término lleva a
eliminar del conocimiento y del debate la cuestión del poder, de las relaciones de poder
entre explotadores y explotados, entre dominantes y dominados, ya que eso implica,
necesariamente, estudiar sus determinaciones históricas: sus fuentes, sus
condicionamientos, sus patrones de formación, de cambio, de crisis y de remoción. Por
encima de todo, así se hace inútil o, peor, impertinente, toda referencia o examen de las
relaciones específicas de poder, de sus modos particulares, en cada momento histórico o
en cada configuración discernible, en fin de todo régimen político y de sus relaciones de
fuerzas sociales y políticas.
De ambos modos, toda referencia a intereses sociales, en particular a los intereses que
clasifican a las gentes dentro del capitalismo actual, es excluida e ilegitimada en el
debate. De esa manera el calificativo de "populista" puede servir en América Latina de
hoy lo mismo para vestir a Perón que a Menem, a Velasco Alvarado que a Fujimori, o más
graciosamente, a éste junto con Alan García!. Ya antes había sido intentado para meter
en la misma bolsa a fascistas y a liberales.

Todo eso desemboca en la deslegitimación de todo interés popular - sin comillas - como
fuente, sede o agente de la dirección política del Estado y, por cierto, de toda política
económica. Toda política dirigida hacia los fines populares, es decir, "populista", es
engañosa y a la postre un fracaso para las propias gentes populares. Sobre todo, la
insistencia en medidas de redistribución de ingresos, para las que se ha reservado el
nombre de "redistribucionistas". La prueba irrecusable de eso es que el "populismo" ha
terminado siempre en situaciones de caotización económica y política, en las que el
"pueblo" es la víctima principal y que provocan golpes militares y políticas de "shock". El
"populismo" así desplumado, no es serio, no tiene solvencia, ni jerarquía técnica. Estos
últimos son, debe reconocerse que son, por definición, solamente atributos de los
controladores y tecnócratas del capital9.

EL "POPULISMO" Y LO "NACIONAL-POPULAR" EN AMERICA LATINA

No obstante, apenas se cambia de mirada para enfocar los movimientos, discursos y


regímenes políticos a los que en América Latina hemos debatido con el concepto de
"populismo", la experiencia no tiene sino analogías tangenciales y puntuales con aquella
"teoría" hoy tan predominante.

Es sin duda demostrable que en todos ellos estuvieron activos, de varias maneras y
medidas, determinados elementos y rasgos:

1.- Discurso político antioligárquico y nacionalista antimperialista.

2.- Discurso "desarrollista" y en medidas muy diversas según los casos, tímida o efectivas
medidas prácticas en esa dirección.
3.- Organización y/o ampliación de servicios públicos estatales, sobre todo educación,
salud, seguridad social.

4.- Estatización del control y de la gestión de recursos de producción.

5.- Resdistribución de ingresos (vía salarios y servicios públicos, principalmente).

6.- Ampliación de las bases sociales de la ciudadanía, así como de la ciudadanía básica
(derecho de voto).

7.- Redistribución del control de recursos de producción, en especial de la tierra.

8.- Legislación arbitral entre capital y salario y a veces también de protección del trabajo.

9.- Legalización e intentos de control estatal de partidos políticos y sindicatos.

10.- Empleo de símbolos y técnicas de movilización y control de las masas populares.

Lo que es común a todos ellos es que ya sea en el discurso, en el movimiento, partido o


régimen políticos, juntos o por separado, está presente una cierta perspectiva
antioligárquica y antimperialista (democrática, nacionalista y popular) en extremo
contradictoria cuando tiene que tocar la cuestión última del carácter del poder. Por eso,
tales "populismos" nacional-democráticos terminaron replegándose en el capitalismo
como orden social y en el liberalismo o en el corporativismo o en sus muchas
combinaciones, en el orden político.

Como quedó dicho, los modos y las medidas en que tales rasgos hicieron parte de
aquellas experiencias políticas, fueron muy diversas. Pero esa diversidad da cuenta de la
diferente configuración social y política, de las relaciones de fuerzas políticas entre
diferentes intereses y agentes sociales, en una dada coyuntura o en un dado período, en
regímenes políticos determinados. El "discurso", lo mismo que el "liderazgo", no pueden
ser realmente estudiados, mucho menos explicados, sino contra el telón de fondo de las
relaciones e intereses sociales en juego.
Eso es perceptible si se compara los discursos y liderazgos de, por ejemplo, Velasco
Ibarra y de Jorge Eliecer Gaitán; o los de Vargas después del "Estado Novo" y el "vargo-
goularismo" posterior. O los regímenes de Perón, de Velasco Alvarado o de Acción
Democrática, del MNR antes de 1980, del MLN. Todos ellos son sin duda muy diferentes,
no obstante lo cual tienen en común, precisamente, ese elemento que en el debate
latinoamericano denominamos antioligárquico-antimperialista o, en otra nomenclatura,
nacional-democrático o nacional-popular.

Según eso, no hay modo de admitir que, por ejemplo, el régimen de Paz Estensoro de
1952 tenga el mismo carácter que el de Paz Estensoro de 1985. No importa si la persona
es la misma y hasta el mismo, nominalmente, su partido. Sociológica y politológicamente,
son personajes de signo contrario. Eso es aún más patente cuando se compara el Perón
anterior a 1955 con el Menem de los 90s., aunque el partido de ambos siga llamándose
Justicialista. Sin duda en estos casos la cuestión del populismo se plantea en tanto que
pregunta por el proceso que lleva a una misma persona o a un mismo partido, de un
carácter histórico social a otro contrario. O, en otros conocidos términos, de un drama a
una farsa (Nun, 1995).

POPULISMO Y EUROCENTRISMO

¿Por qué se impuso el nombre de "populismo" a esas experiencias políticas nacional-


democráticas o nacional-populares de América Latina ?

Sugiero que aquí se encuentra uno de los más típicos rastros de una lectura eurocentrista
de América Latina y su indagación abre algunas de las cuestiones más complejas y
controversiales del debate latinoamericano, en especial sobre la clasificación social, la
nacionalización de la sociedad y del estado, la ciudadanía. Aquí, sin embargo, no sería
pertinente ir muy lejos, en ese debate. Apenas para comenzar a despejar el terreno, es
necesario indagar por las analogías entre, de un lado, el "populismo" (léase las
experiencias nacional-democráticas o nacional-populares) de América Latina y, del otro, el
de Rusia y el de EEUU.

Sin duda, no fue una mera coincidencia que los narodniki lograran acuñar el concepto de
"desarrollo desigual" y algunos de los socialistas latinoamericanos el de "heterogeneidad
histórico- estructural", para dar cuenta de la especificidad de sus respectivas experiencias
históricas. Ambos llegaron a entender que toda lectura eurocéntrica de tales experiencias
no podía ser sino malconducente. La idea de revolución, por eso mismo, en cada una de
tales configuraciones de poder, no podía ser la misma que se preconizaba en Europa
Occidental. Y toda práctica revolucionaria que intentara avanzar por ese mismo camino
eurocéntrico, terminaría pronto, como en efecto terminó, en un callejón sin salida. Ambos,
narodnikis rusos y socialistas latinoamericanos, cada cual a su modo y en su propio
tiempo, trataban de realizar, desde una perspectiva no-eurocéntrica, una crítica
revolucionaria de su realidad social, como punto de partida de una trayectoria eficaz de la
revolución socialista.

Según lo anterior, el movimiento político latinoamericano equiparable al de los narodnikis


rusos, no era, ni es, el "populismo" (nacional-popular), sino las tendencias socialistas que
se enfrentaban a las propuestas socialistas eurocéntricas y en especial a las versiones
eurocéntristas de la herencia de Marx, el "marxismo-leninismo" o "materialismo histórico",
codificado bajo el estalinismo. Esas tendencias eran minoritarias en América Latina, en el
período del "populismo" (nacional- popular). Y como sus equivalentes rusos, fueron
derrotadas, en gran medida, por los eurocentristas latinoamericanos10. Todo eso indica
que sólo desde la óptica distorsionada y distorsionadora del "materialismo histórico" o
"marxismo-leninismo: estaliniano, el populismo ruso podría ser identificable con el
"populismo" en América Latina.

La relación es por completo diferente si se trata del populismo del siglo XIX en EEUU.
Pues los "populistas" (nacional-democrático-populares) de América Latina del siglo XX,
perseguían en buena cuenta las mismas grandes metas que sus homólogos del Norte de
casi un siglo atrás: la desconcentración del control del Estado, de los recursos de
producción, de la riqueza y de los ingresos, sin salirse de los marcos del orden social
capitalista, ni del orden político liberal. Su único problema era su perspectiva
eurocentrista: no podían percibir la heterogeneidad histórico-estructural dentro de su
propia sociedad y entre ésta y la de Estados Unidos.

En Estados Unidos de fines del siglo XIX, la economía estaba organizada por el capital, la
sociedad era nacional, el Estado era nacional y, dentro de los límites de una sociedad de
clases, era una expresión de la ciudadanía. La colonialidad del poder no estaba ausente.
Pero afectaba a poblaciones que eran, de una parte, muy minoritarias: "negra" e "india"
(ésta última, víctima de un sistemático genocidio, en ese momento estaba casi extinta y
puesta fuera del sistema). De otra parte, los "negros" estaban sometidos a relaciones
salariales de explotación.

En esa configuración, las coaliciones populistas juntaban intereses sociales


característicos del capital: asalariados urbanos y rurales, farmers y capas medias
profesionales y grupos burgueses. Buscaban obligar a los grupos burgueses dominantes
a aceptar sus demandas por medio de presiones políticas, no por revoluciones. No
consiguieron mucho en ese momento. Pero sus huellas pueden ser rastreadas después
entre los "progresivistas" de comienzos del siglo XX y sobre todo durante la política del
New Deal después de la crisis comenzada en 1929, hasta el Progresive Party de Henry
Wallace después de la IIa. Guerra Mundial.

En cambio en la América Latina, todavía hasta fines de los años 60 del siglo XX, el
capitalismo no incluía únicamente relaciones salariales de explotación, sino todas las
demás históricamente conocidas, exceptuada la esclavitud. La sociedad no era
homogéneamente burguesa. La colonialidad era aún el eje central de articulación del
poder y afectaba a una vasta mayoría de la población formada, precisamente, por
"negros", "indios" y "mestizos". La nacionalización de la sociedad y del estado eran
procesos apenas iniciados. Y en tanto implicaban la democratización de cada uno de tales
ámbitos, los controladores del poder los resistían apelando a todos los medios.

El Estado era una imposición de los dominantes y de sus ciudadanos, que eran una
minoría, pero no de la ciudadanía de la mayoría. Por si no bastara, en el control
excluyente del Estado, de los recursos, de las riquezas, estaban asociados grupos de
burguesía monopólica internacional, sobre todo de Estados Unidos, con terratenientes
señoriales y grupos de burguesía local agro-minera- financiera, de estilo señorial.

Lejos, pero bien lejos, de la imagen acuñada en el distorsionante espejo del


eurocentrismo, en la América Latina de esos tiempos era como si estuviesen ocurriendo al
mismo tiempo, combinadas en el mismo movimiento histórico, en el mismo escenario y
con los mismos actores, las luchas europeas contra el "antiguo orden" (1780s-1850s), las
del orden liberal de los Estados Unidos de fines del siglo XIX, los conflictos anticapitalistas
de las clases trabajadoras en Europa entre 1871 y 1939 y, en fin, las luchas
antimperialistas y socialistas del "Tercer Mundo" de la segunda mitad del siglo XX.

Para una mirada eurocentrista, esa historia era, es, imposible. La "dualidad histórica" fue,
por eso, la ficticia solución común a positivistas-evolucionistas, funcionalistas, funcional-
estructuralistas y materialistas- históricos o marxistas-leninistas. Solitariamente, desde
1928, José Carlos Mariátegui había conseguido vislumbrar lo que en el lenguaje de los
60s. sería nombrado como la heterogeneidad histórico-estructural de la sociedad en
América Latina. Pero él y sus hallazgos, fueron condenados por el estalinismo en 1929 y
enterrados apenas un año después11.

El "populismo" latinoamericano, era necesariamente un fenómeno hecho de


contradicciones insanables. Por eso, si ya como movimiento tenía un discurso
incongruente, como régimen político no podía practicar una política coherente, ni siquiera
en el corto plazo. Sus proyectos no podían ser realizados sino por medios revolucionarios
y las masas presionaban en esa perspectiva. Pero las direcciones burguesas o de capas
medias profesionales procuraban evitar todo riesgo de revolución popular.

No hay nada sorprendente, en consecuencia, que finalmente esos regímenes políticos


"populistas" de América Latina fueran impotentes para lograr y consolidar sus reformas y
sus metas y fueran, sin excepción, víctimas de sangrientos y represivos golpes militares,
todos ellos apoyados (Brasil) y aún dirigidos (Guatemala) por Estados Unidos. El único
caso exitoso fue el de Puerto Rico. Pero la explicación paradójica de tal éxito es la
condición colonial del país: las reformas fueron hechas con apoyo político, financiero y
técnico de Estados Unidos y ninguna fuerza armada existía en la isla, con capacidad o
interés de oponerse a las reformas que lideraba el Partido Popular Democrático, un
partido populista, "como su nombre lo indica", de inspiración norteamericana, pero con
parentescos con el aprismo latinoamericano.

De todos modos, con sus contradicciones sociales, con sus conflictos políticos y su
estravismo eurocéntrico, tales "populismos" nacional-democrático-populares, en América
Latina buscaron, y en algo consiguieron, desatar una profunda reconfiguración de las
relaciones de poder, en dirección de la democratización y de la nacionalización de la
sociedad y del Estado.
Todo proceso que llevara exitosamente a la formación de un movimiento y mucho más a
un régimen "populista" (nacional-popular-democrático), implicaba una masiva
participación "popular", con demandas propias y liderazgos propios, algunos muy
radicales. Por eso, aunque su beneficiario principal fuese la nueva burguesía urbana,
tales procesos abrieron, aun cuando no fuera sino de modo relativo y en medida limitada,
un mejoramiento en las condiciones de vida de las capas medias y de los explotados y
oprimidos en la colonialidad del poder.

Así fueron conquistadas, de un lado, la ampliación del acceso a la ciudadanía política por
la universalización del voto, la legalización de organizaciones políticas y sindicales, las
reformas en el Estado, reales aunque erráticas. Y por el otro lado, la ampliación de las
bases sociales de la ciudadanía, por la redistribución de ingresos, la virtual
universalización de la educación pública, la ampliación de los servicios públicos de salud,
de seguridad social, las políticas de vivienda y de servicios urbanos. Muchos de esos
regímenes pusieron bajo control estatal alguna parte del capital, aunque todos resistieron
tocar el capital financiero. En algunos pocos casos, tuvieron que admitir, apoyar inclusive,
la redistribución de la tierra para sembrar y para poblar.

Por cierto, son muchas y graves las cuestiones que se abren en este debate. Ya han sido
señaladas las más inmediatas: la cuestión de la colonialidad del poder y de su des-
colonización; la cuestión de la democratización y de la nacionalización y des-
nacionalización de la sociedad y del estado; la cuestión de las estructuras de autoridad y
de ciudadanía. Ese debate no puede ser proseguido aquí. Pero todo lo anterior permite,
en cambio, apuntar que dada esa historia política, en América Latina la crítica del
populismo implica, ha implicado siempre, la crítica de los límites de lo nacional-popular en
las luchas por la democratización y la nacionalización de estas sociedades. Y por eso, esa
crítica sólo tiene lugar legítimo en el contexto de un debate sobre la redistribución del
control del poder en la sociedad.

En el debate político actual, sin embargo, la versión hegemónica del "populismo" cubre
casi exclusivamente una hilacha del antiguo concepto, sea en su original versión euro-
americana o en su versión latinoamericana. Apunta solamente a una relación entre líderes
políticos y "masas populares" en la cual sobresale: a) un discurso dirigido a seducir a tales
sectores "populares"; b) el uso de técnicas de manipulación y de control de tales "masas";
c) ahora sobre todo a través de los "medios" - como dice la jerga periodística - y de la
escena pública de la "sociedad del espectáculo", para todos esos fines; d) "masas
populares" seducidas que siguen a esos liderazgos ?. Es desde y en esa perspectiva que
en Europa se llama "populista" a Berlusconi como a Menem o a Fujimori en América
Latina.

POR SUS HECHOS LOS CONOCEREIS

El problema es que, como ya quedó señalado, ese uso reduccionista del término, deja
fuera exactamente aquello que debe ser estudiado y debatido: los intereses sociales en
juego, las relaciones de fuerzas políticas entre tales intereses. De otro modo carecería
totalmente de sentido llamar "populistas" a regímenes o liderazgos políticos neoliberales
que tratan de destruir sistemáticamente todo aquello que fue conseguido por las luchas
populares y bajo regímenes nacional-populares:

Reprivatizar el control del poder, y en primer término del Estado.

Reconcentrar bajo capital monopólico internacional el control de los recursos de


producción, lo que en la mayoría de los países latinoamericanos implica la recolonización
del control de dichos recursos, dada la muy precaria nacionalización del Estado y de la
debilidad de su posición respecto de los Estados centrales y de las grandes empresas
globales.

Reconcentrar y re-jerarquizar el control de los ingresos y del producto global del país.

Reconcentrar y re-jerarquizar en extremo el control sobre el acceso de las mayorías a los


bienes y servicios local o mundialmente producidos.

Desmantelar los servicios públicos estatales y entregar su producción y distribución a


monopolios internacionales.
Eliminar de modo sistemático toda legislación laboral que permitía a los asalariados un
margen de negociación de las condiciones de venta de su fuerza de trabajo.

Trabar por medio de leyes ad hoc la organización de la publican, en especial de los


trabajadores, en partidos políticos y en sindicatos.

Trabar, de ese modo, el ejercicio de la ciudadanía, del debate político y de la organización


política y social.

Defender en el discurso y en la práctica al capital internacional y sus instituciones y en


general lo nacional en favor de lo "global".

Debilitar, en consecuencia, las bases sociales de la ciudadanía y relegitimar la


desigualdad social.
Incluso opera una tendencia, cuyo caso ejemplar es el fujimorismo en el Perú, a imponer
una forma de control político autoritario, vertical y arbitrario, con el terrorismo estatal y el
espionaje como instrumentos de gobierno, e instituciones que simulan las del liberalismo
democrático.

Desde esta perspectiva, llamar "populistas" a los gobiernos que hacen exacta y
sistemáticamente lo contrario de lo que fue abierto y parcialmente caminado por el
"populismo" nacional-popular latinoamericano, es traficar con un grueso contrabando
intelectual. Por eso, todo aquel que quiera proseguir llamando "populismo" a lo que hacen
hoy los políticos y los regímenes neoliberales en América Latina, haría bien en trazar el
necesario deslinde con la experiencia "nacional-popular" de nuestra historia.

LAS NUEVAS MASAS Y EL NEOLIBERALISMO

En este enredo hay una cuestión que aquí sólo es pertinente dejar señalada. Desde el
estallido de la crisis mundial a mediados de los 70s., las masas explotadas y oprimidas y
las capas medias radicalizadas han sido derrotadas políticamente en todo el mundo. Y
sus patrones de clasificación social, de identificación y de agrupamiento, entraron en crisis
y están ahora en un avanzado curso de desintegración. Lo que va emergiendo en el lugar
de tales patrones es incipiente, tiene aún poca visibilidad y no son aún perceptibles con
claridad los nuevos intereses sociales, su diferenciación y su organización, su discurso y
su identidad social.

Como resultado, las masas han sido empujadas a la frustración y al desencanto con sus
previas opciones, se alejaron de las promesas no cumplidas y de los discursos y
organizaciones que levantaron esas promesas. Principalmente, de las llamadas
"izquierdas". Pero no mucho menos de los "populistas" y de los "modernizadores" del
período anterior. De algún modo, como se puede ver en la conducta actual de muchos de
los que antes eran convencidos "cuadros" del estalinismo, mucha gente parece sentir que
ha sido víctima de una estafa política y emocional. En especial, aquellos cuya cuestión
central era, sin duda, el poder, no la destrucción de las bases de la explotación, de la
opresión, de la discriminación, en fin, de todo poder.

Tal crisis de las relaciones sociales materiales e intersubjetivas, de las identidades e


intereses sociales, ha dejado a una parte muy amplia y creciente de la población, en todas
partes, por el momento casi sin capacidad de producir discursos sociales propios o de
evaluar y tamizar los que provienen de sus dominadores. En esas condiciones, con las
masas políticamente desmanteladas y socialmente desintegradas, para los dominadores
no ha sido muy difícil combinar los efectos de las "guerras sucias" con el discurso de la
nueva "modernización". Y gracias al control de la tecnología de comunicación, desplegar
una nueva escena pública en que lo político es ejercido como espectáculo, inclusive como
escándalo (Collor, Menem, Fujimori), para permitir mejor la manipulación y el control de
las masas. Con sus "guerras sucias" (Chile, Argentina, Bolivia, Perú, América Central)
reprimieron toda resistencia popular, bloquearon y/o desintegraron sus organizaciones
políticas y sindicales e impusieron las políticas del darwinismo social que se conoce como
neoliberalismo.

Puede ser algo sorprendente que nada menos que esa nueva relación pública de los
agentes del capital con esas nuevas masas populares, sea lo que los intelectuales del
poder cubren con el membrete de "populismo". Apenas un poco más, quizás, es el éxito
que han logrado llevando inclusive a los críticos del neoliberalismo a ceder a esa misma
tentación. No debe haber, en cambio, de qué sorprenderse mucho, si en aquellas
condiciones las masas explotadas y oprimidas de América Latina aparecen confundidas y
sin capacidad de resistencia. O, peor aún, si en la escena pública de los mass-media
parecieran incluso, como en el Perú del fujimorismo, apoyar, precisamente, la más
violenta ofensiva que el capital lleva a cabo contra ellas desde los tiempos de la
colonización.

Raras veces en la historia los dominadores habrán logrado tener el sabor de una tan
completa y tan profunda victoria. Cómo no entender, entonces, que quieran proclamar el
fin de toda Historia !. Pero el tiempo del éxtasis no será duradero, ni siquiera en el Perú.

EL FUJIMORISMO: LA IMPOTENCIA DEL EXITO

Si se considera el hecho demostrable de que lo que caracteriza la política del gobierno de


Fujimori es la combinación de extremo neoliberalismo y de autoritarismo, con todo lo que
allí está implicado contra los procesos de democratización y nacionalización,
principalmente, no deja de ser intrigante el uso del calificativo de "populista" para
semejante fenómeno. ¿En qué se apoya?, ¿de dónde viene?.

El emparejamiento del neoliberalismo con autoritarismo ya no es nueva en América


Latina, después de Pinochet y del último Paz Estensoro. Su eficacia tampoco. Lo que
parece inusual e inesperado, y que por lo mismo parece asombrar o por lo menos intrigar
a los comentaristas, es que semejante combinación sea "popular", según dicen casi todos
en el exterior y también casi toda la "opinión pública" que se destila en los "medios"
peruanos.

Según eso, una política dirigida sin ambages, de una parte, a una virtual re- colonización
del control de los recursos de producción, naturales y financieros en particular; a la
exclusión sistemática del grueso de los trabajadores de todo acceso a estándares de vida
siquiera básicamente satisfactorios; al estancamiento y subdesarrollo tecnológico de la
producción industrial local; al desempleo masivo; al control y reajuste del aparato
educativo estrictamente para adecuarlo a esas finalidades; al desmantelamiento de los
servicios públicos de educación, de salud, de seguridad social; a la relegitimación de la
desigualdad social. Y de otra parte, dirigida al desmantelamiento de las instituciones y de
las normas de la democracia liberal o a una política de casi explícito simulacro de ellas, en
especial de la ciudadanía; a la imposición de estructuras reales de autoridad verticales y
autoritarias, de corte asiático. Todo eso tendría el apoyo de las capas dominadas de la
población peruana, esto es, de sus víctimas, nada menos !.

Sin duda es obligado preguntarse si es real esa extraña situación, o si se trata de una
escena montada con todo el aparato de comunicación de los agentes, mandantes y
beneficiarios de ese gobierno, o si hay que andarse con más cuidado en este laberinto.
Eso haremos.

Sospecho que el uso del membrete de "populista" aplicado al gobierno de Fujimori, se


deriva de los intentos más cómodos de explicarse esa extraña presunta situación. Para
algunos, siguiendo el nuevo uso euroamericano del término para experiencias como las
de Berlusconi, podría ser "populista" el discurso de Fujimori, así como su dominio de la
escena pública, por y sobre la base de los medios de comunicación. Otros, inclusive,
llegan al extremo de llamar "populismo", sin sonrojarse, al uso mañoso de los recursos
estatales para manipular la "opinión pública" en momentos electorales ?. Hasta he oído
sostener, en un debate universitario de Lima, que puesto que algunos de sus ministros no
tienen piel "blanca", hay que admitir que Fujimori practica una política "popular". Así, la
experiencia peruana en curso, aparece como una peculiar amalgama entre
neoliberalismo, autoritarismo y populismo !

¿QUE CLASE DE REGIMEN Y REGIMEN DE QUE CLASE?

He procurado, en otra parte , mostrar que:

El Fujimorismo es, ante todo, un régimen político que asocia a la cúpula de la burguesía
financiera con la cúpula dominante de las fuerzas armadas y con una nueva y reducida
tecnoburocracia política, con el apoyo de la burguesía especulativa internacional y de sus
instituciones (FMI, BM) y con el Servicio de Inteligencia Nacional (SIN), asociado a la CIA,
como instrumento principal de gobierno.

Fujimori es la cara más visible de esa coalición de poder. No es la única y en ocasiones


no es la más importante agencia decisoria, pero no es un títere de los militares, como un
Bordaberry, sino un asociado con propio aunque variable margen de acción. Es cabeza
de una reducida, pero consistente y confiable tecnoburocracia política y administrativa,
reclutada entre sus parientes y en el resto de la pequeña colonia de empresarios y
profesionales nisei y su clientela. Las tensionales relaciones entre el SIN y las FFAA,
sobre todo, y de ambos con esa tecnoburocracia, le ha permitido tener un lugar y un papel
arbitral en la estructura de autoridad dentro del régimen. Por eso ha ido ganando, en
especial desde el Golpe de Estado de 1992, un espacio más amplio y nítido en la escena
pública. Esas condiciones le han permitido usar y desarrollar su estilo personal de
relacionarse con el público y en especial con los sectores populares, hasta teñir la entera
escena pública del gobierno. Debido a eso, el nombre de Fujimorismo para todo el
régimen es pertinente.

Esa coalición política emergió, en su fase final, durante el gobierno de Alan García (1985-
1990), como reacción frente al intento "populista" de ese gobierno de estatizar todo el
sistema de intermediación financiera y frente a la extensión de Sendero Luminoso. Pero
se originó mucho más temprano, desde el final del Gobierno Velasquista, no sólo frente a
esa experiencia, sino mucho más frente a la posterior expansión de un vasto movimiento
de trabajadores urbanos y rurales y a la formación de un frente político de centro-
izquierda, que en ese momento era el mayor de América Latina, que amagaba el control
del gobierno por medio de elecciones ?.

Esa coalición debatió y produjo un proyecto político de largo plazo ?, de reorganización y


reconcentración radical del poder por medio de una dictadura de larga duración, de
imposición de una versión extrema del neoliberalismo, con el supuesto explícito de que
toda economía, sociedad o estado nacionales son categorías obsoletas, así como toda
idea de igualdad social o plena democracia política.

La imposición exitosa de ese proyecto, virtualmente sin resistencia, fue posible, sobre
todo, porque fue llevada a cabo como parte de la "guerra sucia", es decir, por medio de la
imposición de condiciones de guerra interna. Tanto el famoso "control de la inflación",
como la contención y virtual derrota de Sendero Luminoso, están asociadas a esas
condiciones.

Las políticas del fujimorismo han implicado la culminación de un proceso ya iniciado de


debilitamiento y la fractura del previo universo de instituciones, en cada ámbito mayor de
la sociedad, del estado, de la economía y de la cultura. Las excepciones son las FFAA y
su SIN, junto con las Iglesias. Y se han robustecido todas las del capital financiero y
comercial especulativo.

En esas condiciones, el régimen actúa con un margen muy grande de arbitrariedad y por
medio de una política de simulacro institucional que afecta al Parlamento, a los Tribunales
de Justicia, al Ministerio Público, a la Contraloría y a los Tribunales Electorales.

En consecuencia, puedo evitar insistir aquí en esas zonas del debate. Creo también que
son suficientemente conocidas y debatidas las circunstancias y las tendencias, internas e
internacionales, que han marcado el contexto dentro del cual se origina y se desarrolla el
fujimorismo: hiperinflación, devastación continuada de la economía desde mediados de
los 70, desintegración de los procesos de clasificación y de agrupamiento social,
desprestigio final del estalinismo y de su "materialismo histórico" o "marxismo-leninismo",
abandono de todo discurso revolucionario por los frente electorales de izquierda y su
desprestigio y desintegración final, al mismo tiempo que del "campo socialista", entre las
de mayor relieve.

Prefiero también ahorrarles el recuento de la abultada información sobre el


empobrecimiento de la masa mayor de la población, sobre el estancamiento de la
producción industrial y en general de la producción interna, sobre el desempleo
consiguiente, sobre el aumento de la deuda externa y de su servicio, sobre los graves
déficits de la balanza comercial, y sobre todo de la balanza de cuenta corriente, así como,
de otro lado, de la imponente corrupción pública y de sus consecuencias. ?

Lo que me parece, en cambio, más significativo es el comienzo del proceso de crisis de


este régimen, porque es allí donde aparece con más claridad su patrón de constitución,
los componentes de su configuración y el desenvolvimiento de las relaciones entre ellos,
así como las posibles perspectivas previsibles.

¿EL FUJIMORISMO EN LA ENCRUCIJADA?

Desde hace poco más de un año, al regimen fujimorista le están apareciendo malignos
lunares, algunos de los cuales amenazan convertirse en "tatuajes de Kaposi" (para usar la
exacta imagen del poeta Montalbetti). El rostro actual del fujimorismo es más repelente.
Pero sobre todo es más inquietante. Se hacen rápidamente visibles indicios claros de que
en el régimen se acumulan y se combinan conflictos cuya gravedad alcanzaría incluso, si
no llegan a ser controlados, para ponerlo en riesgo de desintegración.

Los intereses y los actores de tales conflictos no se oponen entre sí desde trincheras
separadas y distintas todo el tiempo. Por el contrario, están atrapados en la misma
urdimbre, porque hasta aquí todos ellos existen gracias a su recíproca dependencia. Esto
implica, sin duda, que sean menos claras las perspectivas del desarrollo y del desenlace
de tales pugnas. Pero así mismo, que el desenlace pudiera requerir, finalmente,
circunstancias drásticas, si no necesariamente violentas. El fujimorismo parecería, pues,
estar pisando una encrucijada.

El actual escenario del fujimorismo se parece mucho a un circo de tres pistas. Una
consiste en el peculiar machihembrado entre neoliberalismo y narcotráfico que atraviesa a
todas las instituciones claves del régimen: sus aparatos de represión, de administración y
de control político (éste último se organiza en torno del Servicio Nacional de Inteligencia
(SIN), pero a estas alturas - y en particular después de los incidentes que han seguido a
la denuncia del narcotraficante "Vaticano" sobre Vladimiro Montesinos - sería injusto
separar su Ministerio Público, su Congreso y en buena medida inclusive sus Tribunales de
Justicia, del conjunto de instituciones que forman el aparato fujimorista de control político
sobre la población.

La segunda, entretejida con la primera, es la disputa por la permanencia de los actuales


actores en los principales puestos de control del estado, lo que implica también al carácter
mismo del régimen, aunque no necesariamente de todos y cada uno de sus rasgos
constitutivos, en particular de la necesidad del dominio total de un poder tecnocrático por
sobre todo aquello que exprese de algún modo la voluntad de la ciudadanía y las
demandas y las necesidades de la mayoría de la población. La reciente decisión del
"congreso", de "interpretar" la "constitución" para establecer (con cuatro años de
anticipación!) que Fujimori puede ser reelecto por segunda vez el ano 2000, saca
bruscamente a luz una fuerte disputa en este circo.

La tercera, obviamente tramada sobre todo a la anterior, puede ser finalmente la pista
central y decisiva. Se trata de las perspectivas futuras de la versión fujimorista del
neoliberalismo económico, esta manera extrema y feroz de la guerra global desatada
contra los trabajadores, contra los discriminados y contra todos los pobres en general.
Esto es, se trata del futuro de la negociación de los intereses sociales de las capas
medias técnico-profesionales empobrecidas y de los trabajadores empleados y
desempleados, principalmente. En el caso de estos últimos, también se trata de la
negociación de sus intereses político- culturales, ya que en su gran mayoría tienen aún
demandas insatisfechas de identidad y de ciudadanía, dentro de la colonialidad del poder.
Por todo eso y en esa misma medida, se trata de los límites de la negociación de lo
nacional y de lo global en el capitalismo de este país.

No se podría entender la situación inmediata del fujimorismo y del Perú, mucho menos las
perspectivas que pueden ser abiertas en adelante, sin indagar estas cuestiones.

NEOLIBERALISMO Y NARCOCRACIA

Durante el último año casi no pasa día en que no se denuncie en los medios de
comunicación masiva, la participación de, sobre todo, oficiales de todos los rangos de las
fuerzas armadas y policiales en el narcotráfico. No son pocos los militares y policías que
ante la presión pública, o por rivalidades entre mafias, han debido ser enjuiciados y
encarcelados, aunque los principales siguen aún muy bien protegidos. Hace poco se
comprobó, inclusive, que naves de la Armada y de la Fuerza Aérea (incluyendo el propio
avión presidencial) transportan droga desde hace varios anos. También otras
instituciones, aduanas, juzgados, etc., aparecen atravesadas por las redes del
narcotráfico. Pero nada de eso parecía hasta ahora hacer mella alguna en la semblanza
del fujimorismo. Sin embargo, también aquí saltó la liebre: el "hombre fuerte" del SIN, el
ex-capitán Vladimiro Montesinos, ha sido acusado por uno de los capos del tráfico de
cocaína, Demetrio Chávez Penaherrera, alias Vaticano, de haber recibido 50 mil dólares
por cada vuelo de las avionetas que transportaban pasta básica de cocaína, a comienzos
de esta década, como pago por comunicar con anticipación las operaciones antidrogas
que la presión de EEUU obliga a hacer al estado peruano.

Montesinos ya era abogado de narcotraficantes cuando se hizo asesor de Fujimori


durante las elecciones nacionales de 1990. Tenía entre sus antecedentes haber sido
acusado, enjuiciado y sacado del Ejército por vender secretos de la política militar del
velasquismo a los norteamericanos y de tener vinculaciones con la CIA. A pesar de todo
eso(o quizás exactamente por eso), asumió el control del SIN desde los inicios de este
régimen. Su presunta asociación continuada con el narcotráfico ha sido, desde entonces,
un asunto que ha circulado profusamente tanto en la prensa local como en el exterior
(Miami Herald y BBC de Londres, por ejemplo). Según alguna prensa (La República,
4/9/96), ya en 1994, una asociada a Vaticano, Zoila Velasco Tapiana, había hecho la
misma denuncia que el propio Vaticano acaba de hacer. Los rumores y las denuncias de
prensa nunca merecieron hasta ahora otra cosa que rápidos desmentidos. Alguna vez, el
propio Fujimori dijo que puesto que Montesinos aún gozaba de la confianza de la CIA, era
infundada cualquier sospecha de su vinculación con el narcotráfico. Pero el impacto de la
reciente acusación de "Vaticano", en plena audiencia judicial, ha resultado esta vez tan
fuerte para el fujimorismo, que algunos de los más altos funcionarios del Estado, se han
sentido en la necesidad de (¿o han sido forzados a?) hacer una cerrada defensa pública
de Montesinos. Algunos de ellos, como el Jefe del Comando Conjunto de las Fuerzas
Armadas del Perú, legalmente impedidos de hacer públicas sus posiciones políticas, lo
mismo que el Jefe de la Policía, y la mismísima Fiscal de la Nación, en cuyo caso el
impedimento legal es aún más evidente, que no se arredró ante el escándalo de defender
pública y oficialmente al acusado, apriori de toda investigación. Y en la siguiente
audiencia judicial, el Fiscal y los Jueces rechazan la necesaria investigación, apelando,
precisamente, a un desmentido del propio SIN!. Por su lado, los miembros de la
obsecuente mayoría del llamado Congreso, saltan con la figura de que esas acusaciones
al "hombre fuerte" del SIN revelarían una conspiración en marcha contra el gobierno.

Si falta hiciera, tales afanes de los voceros políticos del régimen y de los jefes de sus
principales aparatos, hacen patente para todos el lugar decisivo que Montesinos ocupa en
la estructura del fujimorismo. Es desde hace rato, sin embargo, que la información de la
prensa peruana muestra que este personaje ocupa un poder tan grande y tan extendido,
que le permite hacer nombrar a sus amigos en los más altos mandos de las fuerzas
armadas y policiales y en los puestos claves en la Administración Pública, entre otros
nada menos que los Vice-Ministros del Interior, de Justicia, de Defensa, el
Superintendente de Aduanas. De hecho, es sindicado como una de las tres cabezas de la
hidra, junto con el General Nicolás de Bari Hermosa, que a pesar de haber cumplido con
creces su tiempo de retiro se mantiene como Jefe del Comando Conjunto de las Fuerzas
Armadas, y, por supuesto, con Fujimori, formalmente la cabeza principal.
Si se considera que todos sus principales actores operan desde el comienzo mismo de
este régimen, no es arbitrario sospechar que ese machihembrado entre neoliberalismo y
narcotráfico es constitutivo del fujimorato. Pero es en el último ano, sobre todo, que se ha
hecho tan abultado, que todo intento de negarlo o de defenderlo termina por hacerlo más
ominoso. Eso sugiere, primero, que en especial desde el Golpe de Estado del 5 de abril
de 1992, los tentáculos del narcotráfico se habrían extendido y desarrollado tanto en la
estructura del fujimorismo, que sus movimientos ya no pueden pasar inadvertidos. Pero el
que la respectiva información provenga ahora no solamente de la investigación y de la
prensa independientes, sino que gane espacio cada vez mayor incluso en la prensa
oficialista, vinculada a diversos sectores del fujimorismo y siempre reacia a destapar
asuntos que pudieran molestar al gobierno, indica que, probablemente, algo más grave se
pudre en Dinamarca (mejor Dimanarca, opina un joven amigo mío y tiene razón).

¿QUE SE PUDRE EN DIMANARCA?

No hay nada sorprendente en la asociación entre neoliberalismo y narcotráfico. Este es


uno de los negocios característicos de la acumulación financiera que domina el actual
orden global del capital y a cuyo servicio se ha impuesto el neoliberalismo a escala
mundial. De hecho es uno de sus rubros centrales. Mueve un estimado de 600 mil
millones de dólares anuales y tecnología de punta, sobre todo para su red de trasporte y
de comunicación. Usa, fomenta y pervierte la vasta crisis cultural y psicosocial de una
población que ha sido canalizada hacia la necesidad y el mercado de las drogas, sobre
todo en los Estados Unidos. Es ese contexto, la política de los EEUU no es precisamente
un modelo de coherencia, ni de transparencia. Como en cada asunto, sirve
pragmáticamente los intereses de la hegemonía del capital y del estado de ese país en el
actual bloque imperialista. Difunde un discurso empapado de moral y de legalidad y se
opone a la legalización de las drogas. Pero sus organismos de control y de represión
mundial, la CIA en primer término, nunca han dejado de estar vinculados al control del
negocio, en Centro América, en México, en Colombia o en Perú. Durante la guerra de los
"contras" en Nicaragua, la CIA no logró evitar que esa conexión fuera revelada para
siempre. Sobre eso hay una larga literatura. La más reciente es la publicación del San
José Mercury News, California ("Dark Alliance", Agosto 18, 1996).
Tampoco debe ser, pues, sorprendente que las mafias del narcotráfico se hayan
convertido, junto con los organismos de control y de represión llamados de "inteligencia"
(CIA, SIN, etc.) en una densa y oscura malla de poder oculto o semioculto, y por eso
mismo más eficaz y letal, operando trás la fachada de, o entretejidos con, los gobiernos
del tipo fujimórico, no tan sólo agente del más extremo neoliberalismo, sino también
arbitrario, dictatorial, sin contrapesos institucionales. Con esos hechos en cuenta, aunque
tentador por lo fácil y simple, es ineficaz todo intento de explicar el conflicto desatado en
torno de Montesinos- Vaticano, por las presiones de EEUU o de los supuestos esfuerzos
de "moralización" del régimen. Ambos factores existen. Pero es claro que tienen sentido
sólo como parte de una distinta tramoya. ¿Cuál?

Si se examina el contexto conjunto y su movimiento reciente, quizás no hay que ir muy


lejos por la respuesta. La primera indicación seria de que estaban en juego importantes
cuestiones de conflicto en el fujimorismo, surgió con la publicación de la carta de Michel
Camdessus (la carta está fechada en Washington, el 20/II/96 y se publicó en La
República, 3/III/96) al Ministro de Economía Jorge Camet, reclamando menos gastos
fiscales, más ajustes para obtener más ingresos fiscales y llegar a arreglos inmediatos
con el Club de París. La carta fue publicada en medio de rumores de pugna entre los
"populistas" y los fondomonetaristas en el Gabinete Córdoba. Allí se originó una secuela
de cambios reveladores en el personal y en las políticas del gobierno. Fue obligado a salir
del gobierno Santiago Fujimori, el "hermanísimo", otro de los "hombres fuertes" del
gobierno en la sombra que, aunque sin cargo formal y, por tanto sin responsabilidad legal,
ejercía de broker de una de las camarillas palaciegas que incluía a otros parientes y a los
tecnócratas más allegados a Fujimori y ejercía el control de una parte de la administración
pública. Cayó el Gabinete Córdoba Blanco, formado precisamente por algunos de
aquellos tecnoburócratas próximos a Fujimori, a quienes se suponía buscando, aunque
tímidamente, sonreir a los ambiguos "opositores" parlamentarios en vez de insultarlos
como era lo habitual, para ganarlos a respaldar un neoliberalismo que haría algunas
concesiones y podría ser visto como algo menos darwinista.

Las consecuencias caminaron a prisa. El Ministro Camet quedó con las manos libres para
aceptar en el Club de París servicios a la deuda internacional peruana que hipotecan, por
un largo futuro, virtualmente todos los ingresos públicos del país, sin lograr concesiones
que permitieran aumentar dichos ingresos y dejando como único recurso despellejar aún
más a la población, ajuste trás ajuste. Fueron recortados los gastos y las inversiones
públicas. Se "enfrió" más, es decir, se ahondó el receso que fuera impuesto el 95. Contra
los reiterados anuncios del Gabinete Córdoba, fue rechazado enérgicamente todo
aumento de los salarios congelados desde 1990, exactamente cuando la tasa de inflación
tendía a subir.

Esos cambios delataban, por lo tanto, un reajuste de las relaciones de fuerza en las
entrañas del régimen y, a diferencia de los cambios previos de personal en la tecnocracia
de gobierno, con vencedores y vencidos. Los vencedores eran una alianza de camarillas,
vinculadas cada cual por sus propias razones e intereses, al tipo de neoliberalismo
preconizado por el FMI, radical adversario de todo tufo de "populismo" en la política
económica. A la cabeza de esas camarillas vencedoras se ubicaba a:

Vladimiro Montesinos, capo del SIN y denunciado ahora como capo del narcotráfico, con
ramificaciones claves en las ffaa. y policiales, asociado con el General Nicolás Hermosa,
jefe de las FFAA y con el General Ketín Vidal, jefe de las fuerzas policiales.

Jaime Yoshiyama, empresario vinculado a la especulación financiero- comercial y urbana,


con ramificaciones en el "congreso" y en sectores de la administración pública y entonces
percibido como el "Delfín" de Fujimori para el 2000. En fin,

Jorge Camet, Ministro de Economía, empresario de la rama de Construcción, vinculado a


la especulación urbana y comercial, guardián de la "línea dura" del neoliberalismo, casi un
delegado del FMI en el gobierno fujimorista.
La camarilla vencida, estaba formada, de un lado, por los parientes y tecnócratas
próximos de Fujimori y agrupados en la fundación APENKAI, que canaliza la "ayuda
humanitaria" japonesa al Perú y que estuvo en el origen del pleito entre Fujimori y su
esposa, quien fue la primera en denunciar la corrupción fiscal del gobierno de su esposo.
Su cabeza era Santiago Fujimori. Del otro lado, por los tecnoburócratas sospechados de
propensiones "populistas", es decir, dispuestos a negociar con la burguesía industrial
local, con los exportadores, con los pequeños y medianos empresarios, con los
agricultores y a hacer algunas concesiones en "gastos sociales" y salarios a los
trabajadores. Se dice que su figura más visible es el ex- ministro de Agricultura Vásquez
Villanueva.

Dónde se ubicaba y cuál papel jugaba el propio Fujimori en esa contienda ?. No obstante
haber impuesto su re-elección para un nuevo período, no podía estar tranquilo con las
lecciones de México y de Argentina aún escritas en la pizarra, con un déficit de la cuenta
corriente de la balanza de pagos internacional cercano al 8% del PIB, presionado por los
empresarios industriales, a uno de cuyos dirigentes gremiales había llevado a la 1a. Vice-
Presidencia de la República, habiendo tenido que recesar, por presiones del FMI, la
economía que comenzaba a crecer (13% en 1994) precisamente porque habían sido
hechos gastos públicos numerosos para la campana electoral, especialmente en obras de
construcción. Con un descontento popular extendido, al cual la confusión y la ausencia
total de cualquier discurso alternativo impedía aún estallar, pero que ya era perceptible en
las encuestas.

Fujimori estaba atrapado en un zapato chino: no podía, ni probablemente quería,


desprenderse del FMI y de los extremos de su propio neoliberalismo; pero, al mismo
tiempo, las sirenas mexicanas, sobre todo, debían predisponerlo a no cerrar sus orejas a
la parte "populista" de sus asociados. Después de todo, el neoliberalismo o cualquier otro
modelo no le sirven sino en cuanto le permita el poder y su manejo. La propia estructura
de esa trampa, pero en especial la correlación de fuerzas entre las camarillas hasta ese
momento, le requería y le permitía un cierto papel arbitral entre ellas. Después de todo,
cada camarilla existía en ese momento en dependencia de cada una de las otras. Pero un
reajuste de fuerzas tan favorable a las camarillas vencedoras, sobre todo cuando esa
victoria había sido más o menos claramente percibida en la prensa y en buena parte de la
población, reducía ese poder arbitral. La asociación entre Montesinos y la cúpula
dominante en las fuerzas armadas y policiales, en lo interno, y el FMI, en lo externo,
habían sido claramente los factores decisivos en el desbalance. Es improbable que
Fujimori deglutiera en calma ese resultado. Su primer acto fue nombrar a los Ministros
salientes como sus asesores con oficinas en el palacio de gobierno.

Un año antes, pocos meses después de la re-elección de Fujimori, con una mayoría
oficialmente amplia, Jaime Yoshiyama era el candidato del gobierno a la Alcaldía de Lima,
"con todo el apoyo" de Fujimori, según su lema de campana. Pero fue derrotado por el
candidato opositor, Alberto Andrade. Las elecciones municipales en Lima tienen siempre
impacto nacional. Esta vez, nada menos que el "Delfín" había sido derrotado. Dada la
importancia política del hecho, Fujimori lo enfrentó nombrando a Yoshiyama, al día
siguiente de las elecciones, Ministro de la Presidencia.

Esa derrota electoral, por una parte reiteraba el hecho de que el fujimorismo no ha
logrado ganar, desde 1992, ni una sola elección razonablemente limpia. Es decir, en que
las leyes electorales fueran cumplidas. Pero, sobre todo, puso de relieve algo más
importante. Al combinarse con los extremos efectos del darwinismo social del fujimorismo,
más graves después de seis anos, se convirtió en el punto inicial de una tendencia de
gradual, pero continua, baja de popularidad de Fujimori.

Esa tendencia no ha hecho sino afianzarse hasta hoy. Es el precio político de recesar la
economía, ampliar el desempleo, continuar por sexto ano consecutivo la congelación de
salarios, vender baratos los bienes públicos en condiciones monopólicas, originando alzas
de precios y baja de la calidad de los servicios públicos, como en la luz, el agua y los
teléfonos, cobrar impuestos sin producir servicios, ni bienes, sólo para pagar servicios de
una deuda externa que no deja de crecer, y, no obstante todo eso, admitir alzas en la tasa
inflacionaria.

Desde la perspectiva de la mayoría de la población, todo eso es obvio. Y aunque para ella
no esté a la vista ninguna opción alternativa, el resultado es la continua, aunque no
drástica, baja de popularidad de Fujimori y el abierto, explícito, rechazo a la política
económica y a la acción de sus responsables, en particular el Ministro de Economía. Y
eso, para un régimen que para mostrar su legitimidad siempre apeló más a las encuestas
de popularidad que a las elecciones, pronto se convirtió en un muy incómodo problema.
Para colmo, la tasa de inflación no será este ano inferior a 12%, lo que en las condiciones
de congelación de salarios y de la capacidad adquisitiva de las masas por sexto ano
consecutivo demuestra, si aún es necesario, a quién sirve la política económica neoliberal
en el Perú. Encima, la fracción rebelde de Sendero Luminoso da señales de renovada
actividad. Es decir, los pilares de la antigua popularidad de Fujimori se están debilitando.

En ese contexto y mientras la prensa se llenaba de denuncias sobre las redes


narcotraficantes en las fuerzas armadas peruanas y en los incidentes de las audiencias
judiciales sobre algunos de sus miembros, Fujimori comenzó, con poco ruido, a tomar
algunas medidas sin duda no del gusto de los "duros" del neoliberalismo. Entre las
principales, restableció la importación de automóviles usados; anunció la formación de
una zona comercial exenta de tributos en el extremo norte del país; aceptó hacer
concesiones tributarias a las empresas industriales con problemas de liquidez; comenzó a
presionar sobre algunos sectores de empresas para moderar sus alzas de precios;
anunció posibles medidas para ayudar a las empresas industriales en quiebra técnica
(oficialmente unas 400), ya que al rededor de un 40% del sector está paralizado y el resto
opera con sólo una porción menor de su capacidad instalada. Anunció la formación del
"Banco de los Pobres", para abaratar los créditos a la pequeña empresa y una nueva
legislación sobre los bancos. Ninguna de tales medidas es suficiente para alterar los ejes
de la política económica dictada por el FMI. Por ejemplo, la importación de autos usados,
sirve para sacar del Japón esa chatarra y dar ganancias a los comerciantes chilenos y
peruanos del sur. Pero, de todos modos, parecen orientados a tentar el piso para algunas
flexiones más serias hacia los industriales y hacia las capas medias.

Paralelamente, Fujimori maniobró para cambiar el liderazgo de su obsecuente mayoría en


el "congreso", hasta entonces firmemente ocupada por gente "fujimorista", pero reclutada
entre la clientela del "delfín" Yoshiyama, desde bastante antes. Para eso, reunió a sus
"parlamentarios" en el "pentagonito", como se conoce la sede del Comando del Ejército y
allí dio las necesarias instrucciones. Pero ese gesto hacía también público, no tanto que
ese era su local político, sino que también estaba ganando espacio propio dentro de las
ffaa. Además reclutó nuevos adeptos parlamentarios entre la muy peculiar "oposición"
existente. Conseguidos esos fines, sorprendió a extraños y sin duda a ciertos propios, ya
que algunos de ellos hicieron público su desacuerdo, haciendo aprobar en el "congreso"
una "interpretación" de la "constitución", según la cual podrá ser candidato a una nueva
re-elección el ano 2000. Ergo, todos los otros aspirantes al trono de Fujimori, el "delfín"
Yoshiyama en primer lugar, se encontraban bruscamente en la calle. Todo parece indicar
que allí ardió Troya. Las cabezas y miembros de las camarillas antes vencedoras habrían
puesto el grito en el cielo, tan alto que los ecos de supuestos agrios enfrentamientos
verbales entre Fujimori y Montesinos surcan las olas de rumores en las calles de Lima.
Yoshiyama, ahora ex-Delfín, acaba de renunciar al influyente cargo de Ministro de la
Presidencia. Todavía veremos otros cambios, esta vez quizás en las fuerzas armadas.
Una complicada situación entró en proceso. De una parte, las tensiones y negociaciones
por los límites del neoliberalismo y del "populismo" en la economía. De otra, las relaciones
de fuerzas entre las camarillas, cuyas cuotas de poder están, por supuesto, ligadas a la
política económica y a las prebendas del poder que incluyen el uso de las instituciones del
estado para negocios de todo tipo como el tráfico de drogas. La re- elección es crucial
para cada uno de esos ámbitos del poder. Cualquier desenlace tendrá que implicar,
necesariamente, reacomodos fuertes entre las fracciones de las fuerzas armadas y sus
articulaciones con los servicios de "inteligencia"; en la tecnoburocracia política emergida
con el fujimorismo; reacomodos de las fracciones burguesas en el tren de la política
económica. Y, a no dudarlo, decisiones importantes en el Departamento de Estado y la
CIA de los EEUU, así como de la banca internacional y de sus agentes como el FMI. Ya
se ve que no son pocos, ni chicos, los actores de este escenario, ni tan simples sus
salidas.

No están aún en ese escenario los actores que representen los dramas de los
trabajadores, de los pobres, de los discriminados. Están emergiendo, pero muy lenta y
confusamente todavía. El descontento popular es virtualmente generalizado. Pero está
rodeado de una gran confusión, en ausencia de cualquier alternativa que fuera claramente
confiable por las masas, frustradas antes por todas las previas y ahora por la que aún
domina. No han logrado todavía modos nuevos de diferenciar y de organizar sus nuevos
intereses sociales. La historia puede tener, sin embargo, más de una sorpresa.

POSTSCRIPTUM

El 17 de diciembre de 1996, un comando del MRTA logró invadir y ocupar la residencia


del Embajador de Japón en Lima y tomar como rehenes certa de 500 personas. Cumplido
ya casi un mes, ha disminuido el número de rehenes a 74, pero la ocupación continúa en
medio de tartajosas negociaciones entre el "fujimorismo" y el comando del MRTA. El
acontecimiento iluminó bruscamente el escenario fujimorista ante todos los ojos del
mundo.

Es temprano para el balance. Una observación es, con todo, pertinente. A la magnificada
luz de este escenario, el mundo ha podiod ver, de una parte, los catastróficos del
neoliberalismo sobre la gran mayoría de la población peruana: la extema y creciente
pobreza, la desocupación en expansión, la parálisis de la producción. De la otroa, que no
son suficientemente eficaces los simulacros para tapar el carácter constitutivo del
régimen, el despotismo: la prensa mundial pudo sentir en carne propia las limitaciones a
la libertad de expresión y de prensa. Pudo espectar, directamente, los escándalos del
Parlamento, del Tribunal Constitucional y de la Fiscalía de la Nación. Sus cables en el
exterior pudieron dar cuenta, desmintiendo la información oficial local, como las "grandes
potencias" negociaban entre sí el problema de la Embajada de Japón y sus rambos eran
traidos a Lima. Esto es, de la mayor dependencia del Estado peruano.

No necesariamente debe desprenderse de lo anterior que el "fujimorismo" será llevado a


la culminación de su crisis iniciada desde poco más de un año antes. Estaban en
desarrollo los conflictos de interés en el seno del régimen; la popularidad de Fujimori caía
en picada; los trabajadores volvían a las calles en demanda de empleo, salarios y
libertades; el descontento de la burguesía industrial era abierto y serio. La economía
estaba estancada, crecía el déficit de la balanza comercial y de la balanza de cuenta
corriente internacional. Y no obstante, la inflación era de dos dígitos. Ahora están
comenzando a moverse los problemas derivados de la ocupación de la Embajada de
Japón y las cobranzas de culpas y de cuentas dentro del gobierno. Sin embargo, el
debate político de los problemas de la sociedad, que estaba recomenzando, ha sido
bruscamente clausurado por un acuerdo entre el gobierno y la opaca oposición. El país
está bajo "estado de emergencia", lo que le permite al gobierno reprimir y bloquear los
movimientos de masas.

En adelante, el "fujimorismo" buscará endurecer su represivo control político del país. Y si


no se constituye una nueva dirección política entre las masas populares (sin comillas),
puede lograr imponer su permanencia por varios años más. La dispersión social y política
de los trabajadores hace lento el proceso de formación de una nueva dirección política. Y
la conversión de las capas medias al discurso bancomundialista sobre la pobreza, cuando
no al centralbankismo neoliberal (la palabra es de Edwar Luttwak, 1996) hace opaca,
esteril y casi inocua su posición al "fujimorismo". Pero américa Latina no ha dejado de ser
una caja de sorpresas. Los recientes actos del MRTA son una muestra.
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Notas:

(1)Sociólogo peruano. Autor de innumerables libros y artículos.

(2)Ver, por ejemplo, la que se consigna en Turaine (1988), Coniff (1982), Ionescu y
Gellner (1969), Quijano y Weffort (1973), Quintero (1980) y Dornbusch y Edwards (1992).

(3) Acerca del eurocentrismo de la racionalidad dominante, hay un debate en curso.


Algunas de mis propuestas se encuentran en Quijano (1991, 1992 y 1993).

(4)Véase acerca de estas cuestiones, Venturi (1981), Berlin (1979), Shanin (1983), así
como la influyente novela de Chernyshevsky (1863, traducción al inglés de 1989, con el
título What is to be done?).

(5)En la famosa crónica de John Reed "10 días que conmovieron al mundo", en la notable
escena posterior a la captura por los bolcheviques, junto a Lenin aparece María
Spiridinova, "la mujer más amada y poderosa de Rusia", jefe del Partido Socialista
Revolucionario, influido por las ideas populistas y el más numeroso en el movimiento
revolucionario ruso de 1917. En la alianza con los bolcheviques, este partido había
logrado que se admita la obshina como eje de un nuevo orden político descentralizado y
democrático. Pero la dictadura bolchevique tomó el control del poder y rompió pronto con
esa alianza, reconcentró todo el poder político en el Estado y, bajo el control del Partido
Comunista, persiguió y reprimió a los socialistas revolucionarios hasta lograr su
desintegración.

(6)No hay que elvidar que esa inteligencia --la palabra y el concepto tienen exactamente
ese origen-- rusa procedía en buena parte de la aristocracia. La palabra narodni no se
refería, por lo tanto, a lo mismo que pueblo en el Latín y su descendencia.

(7) Respecto de J.C. Maríategui, después de la condena de sus propuestas en la Primera


Conferencia de los Comunistas Latinoamericanos (Buenos Aires, junio de 1929), el
estalinismo fue más lejos e identificó la herencia mariateguista como "populismo". V.M.
Miroshevsky publicó: "El populismo en el Perú" en Istorik Marksist (1941), poco después
traducido en el órgano del PC cubano Dialéctica, con el título de "Papel de Mariátegui en
la historia del pensamiento social Latinoamericano" (1942).

(8)Sobre todo en la prensa diaria actual que defiende el neoliberalismo, "populismo" es un


sambenito comodín. Sirve, de un lado, para mentar todo aquello que contradiga, se
oponga u obstaculice la aplanadora del capital contra los explotados y del capital
financiero internacional contra el capital y el estado nacionales. De otro lado, para alentar
contra las tentaciones nacional-democrático-populares de los políticos, ridiculizando
discursos o conductas que apelan al pueblo.

(9)Ver, por ejemplo, Dornbusch y Edward "Macroeconomía del Populismo en América


Latina" y la compilación con el mismo título (1991). En la mayoría de los estudios de caso
allí reunidos, se trata exclusivamente de analizar la información económica, pero no sobre
los intereses en juego, las relaciones políticas de fuerzas entre ellos, los conflictos y sus
vencedores y vencidos.

(10) En este sentido, está pendiente aún el debate del "marxismo-leninisno" acerca del
"populismo" y las propuestas marateguianas. Morishevsky y sus mandantes sabían,
exactamente, a que apuntaban.
(11) Mariátegui formuló ese descubrimiento, por primera vez, en "Esquema de la
evolución económica", el primero de sus 7 Ensayos de Interpretación de la Realidad
Peruana (1928). Una discusión de esa cuestión en mi Introducción a la edición de ese
texto en Biblioteca Ayacucho, Caracas, 1979 (reproducido como un pequeño libro por
Mosca Azul, Lima 1981 y Era, México 1982). Ver también mi Prólogo a Mariátegui (1990).

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