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POPULISMO Y FUJIMORISMO
Una vieja maldición, la colonialidad, nos condicionó a los latinoamericanos a vernos todo
el tiempo con el ojo del dominador. Esa interesada mirada trama jirones de experiencia
con la leyenda del poder. Así oculta o vela todo lo que del campo de experiencias no debe
ser percibido o sólo a través del tamiz de esa veladura, para que las huellas del poder no
puedan ser rastreadas. Deja ante todo ocultas las fuentes donde esa bestia abreva, sus
más profundos caminos y sus costumbres más propias. Niega la totalidad o la construye a
su medida. Finge los signos por los que esa visión aparece como si toda fuera sólo un
campo de experiencias, que no requiere sino ser preguntado y entendido, ordenado como
una perspectiva de la realidad. Inventa los enigmas, las preguntas, los códigos para
descifrar los ilusorios signos. Pero, sobre todo, para que las señales de las regiones
veladas de la realidad no logren traspasar la veladura, atraer nuestros ojos, subvertir
nuestra mirada. Y este es su más defendido secreto, el laberinto que debe atravesar todo
aquel que decida enfrentar al minotauro del poder.
Esa mirada es un discurso del poder acerca de la realidad. Sus categorías centrales se
producen siempre desde una dada configuración de poder. Cuando ésta cambia, también
aquellas son transvestidas. Pueden dar apariencia nueva a viejas regiones de la
experiencia o imágenes viejas a las nuevas regiones.
Nunca, es verdad, hemos dejado de sentir en algún rincón de la retina, que lo que esas
veladuras hacen ver no es lo mismo que lo que hemos vivido. Pero tardamos en admitir
que para develar y liberar la experiencia en el conocimiento, necesitamos una mirada
diferente, otras categorías. En el discurso del poder las categorías no señalan un campo
de relaciones, ni se refieren a un modo, un momento o una dimensión de esas relaciones.
Su función es reducir la perspectiva y aislar los datos de la experiencia.Y aún nos
resistimos a cambiarlas. Por eso la operación mental todavía inevitable es subvertirlas. En
otros términos, somos parte del laberinto.
"Populismo" es una de aquellas categorías recibidas, que hemos llevado y traído sobre
todo desde la IIa. Guerra Mundial hasta mediados de los 70s., entre las dos grandes
crisis. Parecía finalmente archivada en nuestra historia política. Pero hela aquí de regreso,
con un nuevo candor, esta vez adosada a una experiencia que, como el neoliberalismo,
es exactamente opuesta a la que antes nombraba.
No cabe aquí un recuento sistemático de los avatares conceptuales del término durante
los debates sobre la experiencia política latinoamericana. Su bibliografía es conocida,
aunque no para de crecer2. Pero es bueno recordar que el membrete de "populismo" fue
usado en América Latina para experiencias tan distintas como el battllismo, el
cardenismo, los partidos apristas (APRA, AD, MNR, MLN, Ortodoxos) y sus gobiernos, el
liberalismo de Gaitán, el varguismo o getulismo posterior al "Estado Novo", el peronismo,
el velasquismo, los gobiernos de Belaunde, Frei, Velasco Ibarra, Juan José Torres,
Rodríguez Lara. Y la lista no es exhaustiva.
Sin tales recaudos, el término "populismo" no puede ser otra cosa que una etiqueta, ciega
a la discriminación, sin capacidad alguna de análisis, ni de explicación, inapta para dar
cuenta del carácter específico y del sentido histórico de esas experiencias políticas. No
obstante, es precisamente así que suele ser usado como parte de las plantillas de
"lectura" eurocéntrica de la experiencia latinoamericana. Esto es, desde una perspectiva
en la cual se asume un supuesto patrón histórico universal, el europeo occidental, según
el que deben ser, en consecuencia, "leídas" todas las experiencias históricas
particulares3.
De hecho, "populismo" es un término que respecto de la experiencia política
latinoamericana fue siempre pantanoso. Y es dudoso que alguna vez deje de serlo. Sería
mejor abandonarlo. Sin embargo, tan arraigado está entre nosotros que ya ha logrado
carta de plena ciudadanía en el vocabulario latinoamericano, sea periodístico o
académico. Por lo tanto es inevitable. Pero lo es también que todo significado que le sea
atribuido y que de algún modo corresponda a la historicidad propia de la experiencia
latinoamericana, implicará respecto del término toda una subversión conceptual.
Como se sabe, originalmente "populismo" fue el término que los europeos occidentales
encontraron para llamar al movimiento revolucionario ruso de los narodniki, que fue
emergiendo desde mediados del s. XIX y culminó en torno de Narodnaya Volia (Voluntad
del Pueblo)4, la clandestina organización política que desde 1879 combatió contra el
zarismo hasta ser desintegrada en 1883 por la represión zarista. Sus reverberaciones aún
estuvieron activas en la revolución de los trabajadores rusos entre febrero y octubre de
1917, sobre todo en el liderazgo del Partido Social- Revolucionario, pronto perseguido,
reprimido y finalmente desintegrado por la dictadura bolchevique5.
El carácter y las propuestas de ese movimiento fueron muy distantes del de Rusia. No hay
modo, salvo nominalista, de equiparar los intereses de los farmers con los de los mujiks.
O la situación y las preocupaciones de la inteligencia de EEUU, hija del capitalismo y del
liberalismo, con los de la rusa atrapada entre el despotismo zarista y la urgencia de la
modernidad. Y a pesar de que algunos grupos minoritarios de trabajadores industriales en
el People's Party estaban vagamente influídos por el socialismo, el grueso de los
miembros del movimiento era, además de racista, explícitamente capitalista y liberal,
mientras los narodnikis eran, explícitamente también, anticapitalistas y socialistas.
En segundo lugar, esa separación entre el concepto y su historia, comenzada por los
"marxista-leninistas", fue desarrollada y completada después hasta convertirse en el
abandono de toda referencia histórica determinada. Poco después de la IIa. Guerra
Mundial, los teóricos de la "modernización" como "transición" entre la "tradición" y la
"modernidad", situaron el "populismo" en relación con su idea de "pueblo" y no ya con la
historia política de Rusia o la de Estados Unidos, sino con las cuestiones del "atraso" de
las sociedades "tradicionales", en las que relaciones no-demicráticas de poder estaban
tramadas con relaciones culturales "tradicionales". Un contexto en el cual lo "popular"
implicaba a gentes sujetas no tanto a la explotación y a la pobreza, cuanto a la ignorancia
y al atraso cultural y político. Esas masas eran, por eso, susceptibles de ser atraídas y
movilizadas por los discursos que se referían vagamente a las necesidades y posibles
demandas "populares" y a liderazgos que, además de esos discursos, desarrollaban
técnicas de manipulación y de control de tales masas, para lograr acceso al poder político
y mantenerse en él (Germani, 1962; Di Tella, 1973).
Desde entonces, la mayoría (la que ignora la historia y tiene corta esa memoria) en la
prensa o en la "academia", terminó usando la palabra "populismo" simplemente en su
referencia lingüística familiar, la palabra "pueblo" y sus parientes, en particular "plebe",
"plebeyo" y "popular", en el específico linaje latino.
Ese cambio de marco lingüístico fue, sin duda, decisivo para el destino ulterior del
concepto. Narodnaya Volia no era en Rusia una referencia solamente a la voluntad y a la
libertad de los dominados y explotados, sino también a las de la inteligencia antizarista,
proveniente de los rangos de la aristocracia, en demanda de modernidad. Así también
people en el Inglés de Estados Unidos se refiere a la ciudadanía, a la comunidad. No
tiene la misma referencia social, ni sociológica, que "pueblo" en los idiomas románicos
que comenzaron arrastrando el significado social peyorativo de su original latino populus,
ya que sólo a partir de la Revolución Francesa y de las luchas sociales posteriores, tales
términos se llenaron de la ambigüedad conceptual que los caracteriza hoy, entre una
identidad afirmativa, en ocasiones hasta prestigiosa, y otra despectiva.
No cuesta trabajo sacar a luz los intereses sociales que se trata de escamotear en este
juego de manos semántico.
En efecto, reducir o concentrar toda referencia del término "populismo" al más banal
rincón de su universo de significación, produce dos resultados básicos. En primer término,
la deshistorización del concepto: se expulsa de la memoria y del debate sus referentes
históricos. Sobre todo, se trata de esconder o de velar la historia del debate y de las
luchas de los explotados y de los oprimidos contra todo el capitalismo, como en Rusia, o
contra una de sus tendencias centrales, la brutal concentración del control del poder y de
los recursos vitales, como en Estados Unidos en el siglo XIX o en América Latina durante
gran parte del siglo XX.
Todo eso desemboca en la deslegitimación de todo interés popular - sin comillas - como
fuente, sede o agente de la dirección política del Estado y, por cierto, de toda política
económica. Toda política dirigida hacia los fines populares, es decir, "populista", es
engañosa y a la postre un fracaso para las propias gentes populares. Sobre todo, la
insistencia en medidas de redistribución de ingresos, para las que se ha reservado el
nombre de "redistribucionistas". La prueba irrecusable de eso es que el "populismo" ha
terminado siempre en situaciones de caotización económica y política, en las que el
"pueblo" es la víctima principal y que provocan golpes militares y políticas de "shock". El
"populismo" así desplumado, no es serio, no tiene solvencia, ni jerarquía técnica. Estos
últimos son, debe reconocerse que son, por definición, solamente atributos de los
controladores y tecnócratas del capital9.
Es sin duda demostrable que en todos ellos estuvieron activos, de varias maneras y
medidas, determinados elementos y rasgos:
2.- Discurso "desarrollista" y en medidas muy diversas según los casos, tímida o efectivas
medidas prácticas en esa dirección.
3.- Organización y/o ampliación de servicios públicos estatales, sobre todo educación,
salud, seguridad social.
6.- Ampliación de las bases sociales de la ciudadanía, así como de la ciudadanía básica
(derecho de voto).
8.- Legislación arbitral entre capital y salario y a veces también de protección del trabajo.
Como quedó dicho, los modos y las medidas en que tales rasgos hicieron parte de
aquellas experiencias políticas, fueron muy diversas. Pero esa diversidad da cuenta de la
diferente configuración social y política, de las relaciones de fuerzas políticas entre
diferentes intereses y agentes sociales, en una dada coyuntura o en un dado período, en
regímenes políticos determinados. El "discurso", lo mismo que el "liderazgo", no pueden
ser realmente estudiados, mucho menos explicados, sino contra el telón de fondo de las
relaciones e intereses sociales en juego.
Eso es perceptible si se compara los discursos y liderazgos de, por ejemplo, Velasco
Ibarra y de Jorge Eliecer Gaitán; o los de Vargas después del "Estado Novo" y el "vargo-
goularismo" posterior. O los regímenes de Perón, de Velasco Alvarado o de Acción
Democrática, del MNR antes de 1980, del MLN. Todos ellos son sin duda muy diferentes,
no obstante lo cual tienen en común, precisamente, ese elemento que en el debate
latinoamericano denominamos antioligárquico-antimperialista o, en otra nomenclatura,
nacional-democrático o nacional-popular.
Según eso, no hay modo de admitir que, por ejemplo, el régimen de Paz Estensoro de
1952 tenga el mismo carácter que el de Paz Estensoro de 1985. No importa si la persona
es la misma y hasta el mismo, nominalmente, su partido. Sociológica y politológicamente,
son personajes de signo contrario. Eso es aún más patente cuando se compara el Perón
anterior a 1955 con el Menem de los 90s., aunque el partido de ambos siga llamándose
Justicialista. Sin duda en estos casos la cuestión del populismo se plantea en tanto que
pregunta por el proceso que lleva a una misma persona o a un mismo partido, de un
carácter histórico social a otro contrario. O, en otros conocidos términos, de un drama a
una farsa (Nun, 1995).
POPULISMO Y EUROCENTRISMO
Sugiero que aquí se encuentra uno de los más típicos rastros de una lectura eurocentrista
de América Latina y su indagación abre algunas de las cuestiones más complejas y
controversiales del debate latinoamericano, en especial sobre la clasificación social, la
nacionalización de la sociedad y del estado, la ciudadanía. Aquí, sin embargo, no sería
pertinente ir muy lejos, en ese debate. Apenas para comenzar a despejar el terreno, es
necesario indagar por las analogías entre, de un lado, el "populismo" (léase las
experiencias nacional-democráticas o nacional-populares) de América Latina y, del otro, el
de Rusia y el de EEUU.
Sin duda, no fue una mera coincidencia que los narodniki lograran acuñar el concepto de
"desarrollo desigual" y algunos de los socialistas latinoamericanos el de "heterogeneidad
histórico- estructural", para dar cuenta de la especificidad de sus respectivas experiencias
históricas. Ambos llegaron a entender que toda lectura eurocéntrica de tales experiencias
no podía ser sino malconducente. La idea de revolución, por eso mismo, en cada una de
tales configuraciones de poder, no podía ser la misma que se preconizaba en Europa
Occidental. Y toda práctica revolucionaria que intentara avanzar por ese mismo camino
eurocéntrico, terminaría pronto, como en efecto terminó, en un callejón sin salida. Ambos,
narodnikis rusos y socialistas latinoamericanos, cada cual a su modo y en su propio
tiempo, trataban de realizar, desde una perspectiva no-eurocéntrica, una crítica
revolucionaria de su realidad social, como punto de partida de una trayectoria eficaz de la
revolución socialista.
La relación es por completo diferente si se trata del populismo del siglo XIX en EEUU.
Pues los "populistas" (nacional-democrático-populares) de América Latina del siglo XX,
perseguían en buena cuenta las mismas grandes metas que sus homólogos del Norte de
casi un siglo atrás: la desconcentración del control del Estado, de los recursos de
producción, de la riqueza y de los ingresos, sin salirse de los marcos del orden social
capitalista, ni del orden político liberal. Su único problema era su perspectiva
eurocentrista: no podían percibir la heterogeneidad histórico-estructural dentro de su
propia sociedad y entre ésta y la de Estados Unidos.
En Estados Unidos de fines del siglo XIX, la economía estaba organizada por el capital, la
sociedad era nacional, el Estado era nacional y, dentro de los límites de una sociedad de
clases, era una expresión de la ciudadanía. La colonialidad del poder no estaba ausente.
Pero afectaba a poblaciones que eran, de una parte, muy minoritarias: "negra" e "india"
(ésta última, víctima de un sistemático genocidio, en ese momento estaba casi extinta y
puesta fuera del sistema). De otra parte, los "negros" estaban sometidos a relaciones
salariales de explotación.
En cambio en la América Latina, todavía hasta fines de los años 60 del siglo XX, el
capitalismo no incluía únicamente relaciones salariales de explotación, sino todas las
demás históricamente conocidas, exceptuada la esclavitud. La sociedad no era
homogéneamente burguesa. La colonialidad era aún el eje central de articulación del
poder y afectaba a una vasta mayoría de la población formada, precisamente, por
"negros", "indios" y "mestizos". La nacionalización de la sociedad y del estado eran
procesos apenas iniciados. Y en tanto implicaban la democratización de cada uno de tales
ámbitos, los controladores del poder los resistían apelando a todos los medios.
El Estado era una imposición de los dominantes y de sus ciudadanos, que eran una
minoría, pero no de la ciudadanía de la mayoría. Por si no bastara, en el control
excluyente del Estado, de los recursos, de las riquezas, estaban asociados grupos de
burguesía monopólica internacional, sobre todo de Estados Unidos, con terratenientes
señoriales y grupos de burguesía local agro-minera- financiera, de estilo señorial.
Para una mirada eurocentrista, esa historia era, es, imposible. La "dualidad histórica" fue,
por eso, la ficticia solución común a positivistas-evolucionistas, funcionalistas, funcional-
estructuralistas y materialistas- históricos o marxistas-leninistas. Solitariamente, desde
1928, José Carlos Mariátegui había conseguido vislumbrar lo que en el lenguaje de los
60s. sería nombrado como la heterogeneidad histórico-estructural de la sociedad en
América Latina. Pero él y sus hallazgos, fueron condenados por el estalinismo en 1929 y
enterrados apenas un año después11.
De todos modos, con sus contradicciones sociales, con sus conflictos políticos y su
estravismo eurocéntrico, tales "populismos" nacional-democrático-populares, en América
Latina buscaron, y en algo consiguieron, desatar una profunda reconfiguración de las
relaciones de poder, en dirección de la democratización y de la nacionalización de la
sociedad y del Estado.
Todo proceso que llevara exitosamente a la formación de un movimiento y mucho más a
un régimen "populista" (nacional-popular-democrático), implicaba una masiva
participación "popular", con demandas propias y liderazgos propios, algunos muy
radicales. Por eso, aunque su beneficiario principal fuese la nueva burguesía urbana,
tales procesos abrieron, aun cuando no fuera sino de modo relativo y en medida limitada,
un mejoramiento en las condiciones de vida de las capas medias y de los explotados y
oprimidos en la colonialidad del poder.
Así fueron conquistadas, de un lado, la ampliación del acceso a la ciudadanía política por
la universalización del voto, la legalización de organizaciones políticas y sindicales, las
reformas en el Estado, reales aunque erráticas. Y por el otro lado, la ampliación de las
bases sociales de la ciudadanía, por la redistribución de ingresos, la virtual
universalización de la educación pública, la ampliación de los servicios públicos de salud,
de seguridad social, las políticas de vivienda y de servicios urbanos. Muchos de esos
regímenes pusieron bajo control estatal alguna parte del capital, aunque todos resistieron
tocar el capital financiero. En algunos pocos casos, tuvieron que admitir, apoyar inclusive,
la redistribución de la tierra para sembrar y para poblar.
Por cierto, son muchas y graves las cuestiones que se abren en este debate. Ya han sido
señaladas las más inmediatas: la cuestión de la colonialidad del poder y de su des-
colonización; la cuestión de la democratización y de la nacionalización y des-
nacionalización de la sociedad y del estado; la cuestión de las estructuras de autoridad y
de ciudadanía. Ese debate no puede ser proseguido aquí. Pero todo lo anterior permite,
en cambio, apuntar que dada esa historia política, en América Latina la crítica del
populismo implica, ha implicado siempre, la crítica de los límites de lo nacional-popular en
las luchas por la democratización y la nacionalización de estas sociedades. Y por eso, esa
crítica sólo tiene lugar legítimo en el contexto de un debate sobre la redistribución del
control del poder en la sociedad.
En el debate político actual, sin embargo, la versión hegemónica del "populismo" cubre
casi exclusivamente una hilacha del antiguo concepto, sea en su original versión euro-
americana o en su versión latinoamericana. Apunta solamente a una relación entre líderes
políticos y "masas populares" en la cual sobresale: a) un discurso dirigido a seducir a tales
sectores "populares"; b) el uso de técnicas de manipulación y de control de tales "masas";
c) ahora sobre todo a través de los "medios" - como dice la jerga periodística - y de la
escena pública de la "sociedad del espectáculo", para todos esos fines; d) "masas
populares" seducidas que siguen a esos liderazgos ?. Es desde y en esa perspectiva que
en Europa se llama "populista" a Berlusconi como a Menem o a Fujimori en América
Latina.
El problema es que, como ya quedó señalado, ese uso reduccionista del término, deja
fuera exactamente aquello que debe ser estudiado y debatido: los intereses sociales en
juego, las relaciones de fuerzas políticas entre tales intereses. De otro modo carecería
totalmente de sentido llamar "populistas" a regímenes o liderazgos políticos neoliberales
que tratan de destruir sistemáticamente todo aquello que fue conseguido por las luchas
populares y bajo regímenes nacional-populares:
Reconcentrar y re-jerarquizar el control de los ingresos y del producto global del país.
Desde esta perspectiva, llamar "populistas" a los gobiernos que hacen exacta y
sistemáticamente lo contrario de lo que fue abierto y parcialmente caminado por el
"populismo" nacional-popular latinoamericano, es traficar con un grueso contrabando
intelectual. Por eso, todo aquel que quiera proseguir llamando "populismo" a lo que hacen
hoy los políticos y los regímenes neoliberales en América Latina, haría bien en trazar el
necesario deslinde con la experiencia "nacional-popular" de nuestra historia.
En este enredo hay una cuestión que aquí sólo es pertinente dejar señalada. Desde el
estallido de la crisis mundial a mediados de los 70s., las masas explotadas y oprimidas y
las capas medias radicalizadas han sido derrotadas políticamente en todo el mundo. Y
sus patrones de clasificación social, de identificación y de agrupamiento, entraron en crisis
y están ahora en un avanzado curso de desintegración. Lo que va emergiendo en el lugar
de tales patrones es incipiente, tiene aún poca visibilidad y no son aún perceptibles con
claridad los nuevos intereses sociales, su diferenciación y su organización, su discurso y
su identidad social.
Como resultado, las masas han sido empujadas a la frustración y al desencanto con sus
previas opciones, se alejaron de las promesas no cumplidas y de los discursos y
organizaciones que levantaron esas promesas. Principalmente, de las llamadas
"izquierdas". Pero no mucho menos de los "populistas" y de los "modernizadores" del
período anterior. De algún modo, como se puede ver en la conducta actual de muchos de
los que antes eran convencidos "cuadros" del estalinismo, mucha gente parece sentir que
ha sido víctima de una estafa política y emocional. En especial, aquellos cuya cuestión
central era, sin duda, el poder, no la destrucción de las bases de la explotación, de la
opresión, de la discriminación, en fin, de todo poder.
Puede ser algo sorprendente que nada menos que esa nueva relación pública de los
agentes del capital con esas nuevas masas populares, sea lo que los intelectuales del
poder cubren con el membrete de "populismo". Apenas un poco más, quizás, es el éxito
que han logrado llevando inclusive a los críticos del neoliberalismo a ceder a esa misma
tentación. No debe haber, en cambio, de qué sorprenderse mucho, si en aquellas
condiciones las masas explotadas y oprimidas de América Latina aparecen confundidas y
sin capacidad de resistencia. O, peor aún, si en la escena pública de los mass-media
parecieran incluso, como en el Perú del fujimorismo, apoyar, precisamente, la más
violenta ofensiva que el capital lleva a cabo contra ellas desde los tiempos de la
colonización.
Raras veces en la historia los dominadores habrán logrado tener el sabor de una tan
completa y tan profunda victoria. Cómo no entender, entonces, que quieran proclamar el
fin de toda Historia !. Pero el tiempo del éxtasis no será duradero, ni siquiera en el Perú.
Según eso, una política dirigida sin ambages, de una parte, a una virtual re- colonización
del control de los recursos de producción, naturales y financieros en particular; a la
exclusión sistemática del grueso de los trabajadores de todo acceso a estándares de vida
siquiera básicamente satisfactorios; al estancamiento y subdesarrollo tecnológico de la
producción industrial local; al desempleo masivo; al control y reajuste del aparato
educativo estrictamente para adecuarlo a esas finalidades; al desmantelamiento de los
servicios públicos de educación, de salud, de seguridad social; a la relegitimación de la
desigualdad social. Y de otra parte, dirigida al desmantelamiento de las instituciones y de
las normas de la democracia liberal o a una política de casi explícito simulacro de ellas, en
especial de la ciudadanía; a la imposición de estructuras reales de autoridad verticales y
autoritarias, de corte asiático. Todo eso tendría el apoyo de las capas dominadas de la
población peruana, esto es, de sus víctimas, nada menos !.
Sin duda es obligado preguntarse si es real esa extraña situación, o si se trata de una
escena montada con todo el aparato de comunicación de los agentes, mandantes y
beneficiarios de ese gobierno, o si hay que andarse con más cuidado en este laberinto.
Eso haremos.
El Fujimorismo es, ante todo, un régimen político que asocia a la cúpula de la burguesía
financiera con la cúpula dominante de las fuerzas armadas y con una nueva y reducida
tecnoburocracia política, con el apoyo de la burguesía especulativa internacional y de sus
instituciones (FMI, BM) y con el Servicio de Inteligencia Nacional (SIN), asociado a la CIA,
como instrumento principal de gobierno.
Esa coalición política emergió, en su fase final, durante el gobierno de Alan García (1985-
1990), como reacción frente al intento "populista" de ese gobierno de estatizar todo el
sistema de intermediación financiera y frente a la extensión de Sendero Luminoso. Pero
se originó mucho más temprano, desde el final del Gobierno Velasquista, no sólo frente a
esa experiencia, sino mucho más frente a la posterior expansión de un vasto movimiento
de trabajadores urbanos y rurales y a la formación de un frente político de centro-
izquierda, que en ese momento era el mayor de América Latina, que amagaba el control
del gobierno por medio de elecciones ?.
La imposición exitosa de ese proyecto, virtualmente sin resistencia, fue posible, sobre
todo, porque fue llevada a cabo como parte de la "guerra sucia", es decir, por medio de la
imposición de condiciones de guerra interna. Tanto el famoso "control de la inflación",
como la contención y virtual derrota de Sendero Luminoso, están asociadas a esas
condiciones.
En esas condiciones, el régimen actúa con un margen muy grande de arbitrariedad y por
medio de una política de simulacro institucional que afecta al Parlamento, a los Tribunales
de Justicia, al Ministerio Público, a la Contraloría y a los Tribunales Electorales.
En consecuencia, puedo evitar insistir aquí en esas zonas del debate. Creo también que
son suficientemente conocidas y debatidas las circunstancias y las tendencias, internas e
internacionales, que han marcado el contexto dentro del cual se origina y se desarrolla el
fujimorismo: hiperinflación, devastación continuada de la economía desde mediados de
los 70, desintegración de los procesos de clasificación y de agrupamiento social,
desprestigio final del estalinismo y de su "materialismo histórico" o "marxismo-leninismo",
abandono de todo discurso revolucionario por los frente electorales de izquierda y su
desprestigio y desintegración final, al mismo tiempo que del "campo socialista", entre las
de mayor relieve.
Desde hace poco más de un año, al regimen fujimorista le están apareciendo malignos
lunares, algunos de los cuales amenazan convertirse en "tatuajes de Kaposi" (para usar la
exacta imagen del poeta Montalbetti). El rostro actual del fujimorismo es más repelente.
Pero sobre todo es más inquietante. Se hacen rápidamente visibles indicios claros de que
en el régimen se acumulan y se combinan conflictos cuya gravedad alcanzaría incluso, si
no llegan a ser controlados, para ponerlo en riesgo de desintegración.
Los intereses y los actores de tales conflictos no se oponen entre sí desde trincheras
separadas y distintas todo el tiempo. Por el contrario, están atrapados en la misma
urdimbre, porque hasta aquí todos ellos existen gracias a su recíproca dependencia. Esto
implica, sin duda, que sean menos claras las perspectivas del desarrollo y del desenlace
de tales pugnas. Pero así mismo, que el desenlace pudiera requerir, finalmente,
circunstancias drásticas, si no necesariamente violentas. El fujimorismo parecería, pues,
estar pisando una encrucijada.
El actual escenario del fujimorismo se parece mucho a un circo de tres pistas. Una
consiste en el peculiar machihembrado entre neoliberalismo y narcotráfico que atraviesa a
todas las instituciones claves del régimen: sus aparatos de represión, de administración y
de control político (éste último se organiza en torno del Servicio Nacional de Inteligencia
(SIN), pero a estas alturas - y en particular después de los incidentes que han seguido a
la denuncia del narcotraficante "Vaticano" sobre Vladimiro Montesinos - sería injusto
separar su Ministerio Público, su Congreso y en buena medida inclusive sus Tribunales de
Justicia, del conjunto de instituciones que forman el aparato fujimorista de control político
sobre la población.
La tercera, obviamente tramada sobre todo a la anterior, puede ser finalmente la pista
central y decisiva. Se trata de las perspectivas futuras de la versión fujimorista del
neoliberalismo económico, esta manera extrema y feroz de la guerra global desatada
contra los trabajadores, contra los discriminados y contra todos los pobres en general.
Esto es, se trata del futuro de la negociación de los intereses sociales de las capas
medias técnico-profesionales empobrecidas y de los trabajadores empleados y
desempleados, principalmente. En el caso de estos últimos, también se trata de la
negociación de sus intereses político- culturales, ya que en su gran mayoría tienen aún
demandas insatisfechas de identidad y de ciudadanía, dentro de la colonialidad del poder.
Por todo eso y en esa misma medida, se trata de los límites de la negociación de lo
nacional y de lo global en el capitalismo de este país.
No se podría entender la situación inmediata del fujimorismo y del Perú, mucho menos las
perspectivas que pueden ser abiertas en adelante, sin indagar estas cuestiones.
NEOLIBERALISMO Y NARCOCRACIA
Durante el último año casi no pasa día en que no se denuncie en los medios de
comunicación masiva, la participación de, sobre todo, oficiales de todos los rangos de las
fuerzas armadas y policiales en el narcotráfico. No son pocos los militares y policías que
ante la presión pública, o por rivalidades entre mafias, han debido ser enjuiciados y
encarcelados, aunque los principales siguen aún muy bien protegidos. Hace poco se
comprobó, inclusive, que naves de la Armada y de la Fuerza Aérea (incluyendo el propio
avión presidencial) transportan droga desde hace varios anos. También otras
instituciones, aduanas, juzgados, etc., aparecen atravesadas por las redes del
narcotráfico. Pero nada de eso parecía hasta ahora hacer mella alguna en la semblanza
del fujimorismo. Sin embargo, también aquí saltó la liebre: el "hombre fuerte" del SIN, el
ex-capitán Vladimiro Montesinos, ha sido acusado por uno de los capos del tráfico de
cocaína, Demetrio Chávez Penaherrera, alias Vaticano, de haber recibido 50 mil dólares
por cada vuelo de las avionetas que transportaban pasta básica de cocaína, a comienzos
de esta década, como pago por comunicar con anticipación las operaciones antidrogas
que la presión de EEUU obliga a hacer al estado peruano.
Si falta hiciera, tales afanes de los voceros políticos del régimen y de los jefes de sus
principales aparatos, hacen patente para todos el lugar decisivo que Montesinos ocupa en
la estructura del fujimorismo. Es desde hace rato, sin embargo, que la información de la
prensa peruana muestra que este personaje ocupa un poder tan grande y tan extendido,
que le permite hacer nombrar a sus amigos en los más altos mandos de las fuerzas
armadas y policiales y en los puestos claves en la Administración Pública, entre otros
nada menos que los Vice-Ministros del Interior, de Justicia, de Defensa, el
Superintendente de Aduanas. De hecho, es sindicado como una de las tres cabezas de la
hidra, junto con el General Nicolás de Bari Hermosa, que a pesar de haber cumplido con
creces su tiempo de retiro se mantiene como Jefe del Comando Conjunto de las Fuerzas
Armadas, y, por supuesto, con Fujimori, formalmente la cabeza principal.
Si se considera que todos sus principales actores operan desde el comienzo mismo de
este régimen, no es arbitrario sospechar que ese machihembrado entre neoliberalismo y
narcotráfico es constitutivo del fujimorato. Pero es en el último ano, sobre todo, que se ha
hecho tan abultado, que todo intento de negarlo o de defenderlo termina por hacerlo más
ominoso. Eso sugiere, primero, que en especial desde el Golpe de Estado del 5 de abril
de 1992, los tentáculos del narcotráfico se habrían extendido y desarrollado tanto en la
estructura del fujimorismo, que sus movimientos ya no pueden pasar inadvertidos. Pero el
que la respectiva información provenga ahora no solamente de la investigación y de la
prensa independientes, sino que gane espacio cada vez mayor incluso en la prensa
oficialista, vinculada a diversos sectores del fujimorismo y siempre reacia a destapar
asuntos que pudieran molestar al gobierno, indica que, probablemente, algo más grave se
pudre en Dinamarca (mejor Dimanarca, opina un joven amigo mío y tiene razón).
Las consecuencias caminaron a prisa. El Ministro Camet quedó con las manos libres para
aceptar en el Club de París servicios a la deuda internacional peruana que hipotecan, por
un largo futuro, virtualmente todos los ingresos públicos del país, sin lograr concesiones
que permitieran aumentar dichos ingresos y dejando como único recurso despellejar aún
más a la población, ajuste trás ajuste. Fueron recortados los gastos y las inversiones
públicas. Se "enfrió" más, es decir, se ahondó el receso que fuera impuesto el 95. Contra
los reiterados anuncios del Gabinete Córdoba, fue rechazado enérgicamente todo
aumento de los salarios congelados desde 1990, exactamente cuando la tasa de inflación
tendía a subir.
Esos cambios delataban, por lo tanto, un reajuste de las relaciones de fuerza en las
entrañas del régimen y, a diferencia de los cambios previos de personal en la tecnocracia
de gobierno, con vencedores y vencidos. Los vencedores eran una alianza de camarillas,
vinculadas cada cual por sus propias razones e intereses, al tipo de neoliberalismo
preconizado por el FMI, radical adversario de todo tufo de "populismo" en la política
económica. A la cabeza de esas camarillas vencedoras se ubicaba a:
Vladimiro Montesinos, capo del SIN y denunciado ahora como capo del narcotráfico, con
ramificaciones claves en las ffaa. y policiales, asociado con el General Nicolás Hermosa,
jefe de las FFAA y con el General Ketín Vidal, jefe de las fuerzas policiales.
Dónde se ubicaba y cuál papel jugaba el propio Fujimori en esa contienda ?. No obstante
haber impuesto su re-elección para un nuevo período, no podía estar tranquilo con las
lecciones de México y de Argentina aún escritas en la pizarra, con un déficit de la cuenta
corriente de la balanza de pagos internacional cercano al 8% del PIB, presionado por los
empresarios industriales, a uno de cuyos dirigentes gremiales había llevado a la 1a. Vice-
Presidencia de la República, habiendo tenido que recesar, por presiones del FMI, la
economía que comenzaba a crecer (13% en 1994) precisamente porque habían sido
hechos gastos públicos numerosos para la campana electoral, especialmente en obras de
construcción. Con un descontento popular extendido, al cual la confusión y la ausencia
total de cualquier discurso alternativo impedía aún estallar, pero que ya era perceptible en
las encuestas.
Un año antes, pocos meses después de la re-elección de Fujimori, con una mayoría
oficialmente amplia, Jaime Yoshiyama era el candidato del gobierno a la Alcaldía de Lima,
"con todo el apoyo" de Fujimori, según su lema de campana. Pero fue derrotado por el
candidato opositor, Alberto Andrade. Las elecciones municipales en Lima tienen siempre
impacto nacional. Esta vez, nada menos que el "Delfín" había sido derrotado. Dada la
importancia política del hecho, Fujimori lo enfrentó nombrando a Yoshiyama, al día
siguiente de las elecciones, Ministro de la Presidencia.
Esa derrota electoral, por una parte reiteraba el hecho de que el fujimorismo no ha
logrado ganar, desde 1992, ni una sola elección razonablemente limpia. Es decir, en que
las leyes electorales fueran cumplidas. Pero, sobre todo, puso de relieve algo más
importante. Al combinarse con los extremos efectos del darwinismo social del fujimorismo,
más graves después de seis anos, se convirtió en el punto inicial de una tendencia de
gradual, pero continua, baja de popularidad de Fujimori.
Esa tendencia no ha hecho sino afianzarse hasta hoy. Es el precio político de recesar la
economía, ampliar el desempleo, continuar por sexto ano consecutivo la congelación de
salarios, vender baratos los bienes públicos en condiciones monopólicas, originando alzas
de precios y baja de la calidad de los servicios públicos, como en la luz, el agua y los
teléfonos, cobrar impuestos sin producir servicios, ni bienes, sólo para pagar servicios de
una deuda externa que no deja de crecer, y, no obstante todo eso, admitir alzas en la tasa
inflacionaria.
Desde la perspectiva de la mayoría de la población, todo eso es obvio. Y aunque para ella
no esté a la vista ninguna opción alternativa, el resultado es la continua, aunque no
drástica, baja de popularidad de Fujimori y el abierto, explícito, rechazo a la política
económica y a la acción de sus responsables, en particular el Ministro de Economía. Y
eso, para un régimen que para mostrar su legitimidad siempre apeló más a las encuestas
de popularidad que a las elecciones, pronto se convirtió en un muy incómodo problema.
Para colmo, la tasa de inflación no será este ano inferior a 12%, lo que en las condiciones
de congelación de salarios y de la capacidad adquisitiva de las masas por sexto ano
consecutivo demuestra, si aún es necesario, a quién sirve la política económica neoliberal
en el Perú. Encima, la fracción rebelde de Sendero Luminoso da señales de renovada
actividad. Es decir, los pilares de la antigua popularidad de Fujimori se están debilitando.
No están aún en ese escenario los actores que representen los dramas de los
trabajadores, de los pobres, de los discriminados. Están emergiendo, pero muy lenta y
confusamente todavía. El descontento popular es virtualmente generalizado. Pero está
rodeado de una gran confusión, en ausencia de cualquier alternativa que fuera claramente
confiable por las masas, frustradas antes por todas las previas y ahora por la que aún
domina. No han logrado todavía modos nuevos de diferenciar y de organizar sus nuevos
intereses sociales. La historia puede tener, sin embargo, más de una sorpresa.
POSTSCRIPTUM
Es temprano para el balance. Una observación es, con todo, pertinente. A la magnificada
luz de este escenario, el mundo ha podiod ver, de una parte, los catastróficos del
neoliberalismo sobre la gran mayoría de la población peruana: la extema y creciente
pobreza, la desocupación en expansión, la parálisis de la producción. De la otroa, que no
son suficientemente eficaces los simulacros para tapar el carácter constitutivo del
régimen, el despotismo: la prensa mundial pudo sentir en carne propia las limitaciones a
la libertad de expresión y de prensa. Pudo espectar, directamente, los escándalos del
Parlamento, del Tribunal Constitucional y de la Fiscalía de la Nación. Sus cables en el
exterior pudieron dar cuenta, desmintiendo la información oficial local, como las "grandes
potencias" negociaban entre sí el problema de la Embajada de Japón y sus rambos eran
traidos a Lima. Esto es, de la mayor dependencia del Estado peruano.
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Notas:
(2)Ver, por ejemplo, la que se consigna en Turaine (1988), Coniff (1982), Ionescu y
Gellner (1969), Quijano y Weffort (1973), Quintero (1980) y Dornbusch y Edwards (1992).
(4)Véase acerca de estas cuestiones, Venturi (1981), Berlin (1979), Shanin (1983), así
como la influyente novela de Chernyshevsky (1863, traducción al inglés de 1989, con el
título What is to be done?).
(5)En la famosa crónica de John Reed "10 días que conmovieron al mundo", en la notable
escena posterior a la captura por los bolcheviques, junto a Lenin aparece María
Spiridinova, "la mujer más amada y poderosa de Rusia", jefe del Partido Socialista
Revolucionario, influido por las ideas populistas y el más numeroso en el movimiento
revolucionario ruso de 1917. En la alianza con los bolcheviques, este partido había
logrado que se admita la obshina como eje de un nuevo orden político descentralizado y
democrático. Pero la dictadura bolchevique tomó el control del poder y rompió pronto con
esa alianza, reconcentró todo el poder político en el Estado y, bajo el control del Partido
Comunista, persiguió y reprimió a los socialistas revolucionarios hasta lograr su
desintegración.
(6)No hay que elvidar que esa inteligencia --la palabra y el concepto tienen exactamente
ese origen-- rusa procedía en buena parte de la aristocracia. La palabra narodni no se
refería, por lo tanto, a lo mismo que pueblo en el Latín y su descendencia.
(10) En este sentido, está pendiente aún el debate del "marxismo-leninisno" acerca del
"populismo" y las propuestas marateguianas. Morishevsky y sus mandantes sabían,
exactamente, a que apuntaban.
(11) Mariátegui formuló ese descubrimiento, por primera vez, en "Esquema de la
evolución económica", el primero de sus 7 Ensayos de Interpretación de la Realidad
Peruana (1928). Una discusión de esa cuestión en mi Introducción a la edición de ese
texto en Biblioteca Ayacucho, Caracas, 1979 (reproducido como un pequeño libro por
Mosca Azul, Lima 1981 y Era, México 1982). Ver también mi Prólogo a Mariátegui (1990).