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Capitulo 6

PROPUESTAS DE CARACTERIZACIÓN
ACTUALIZADA

Toda la caracterización presenta un componente temporal dado que los


regimenes evolucionan y el análisis debe tomar en cuenta nuevos elementos que
aparecen más claros ante nuevos hechos. El carácter mafioso de la coalición
dominante solo ha quedado evidente cuando se conoció el tráfico de armas y en
particular con la aparición del primer video, el del congresista Kouri en momentos
que recibe .dinero de Montesinos para pasarse al fujimorismo. Ese es un hecho
público de septiembre del 2000. Intuiciones y análisis previos podían vincular la
concentración de poder y la corrupción o la falta de transparencia y la corrupción
o la negativa a fiscalizar en el Congreso y la corrupción, o podían denunciar casi
todos los casos puntuales, como veremos se hizo en las mociones pidiendo
investigación presentadas por la oposición democrática. Pero no podían crear
por sí mismas el sentido común que hoy existe sobre el carácter mafioso del
régimen político.
Considerando esto, intentaremos a modo de síntesis una caracterización
que luego iremos analizando por partes.
Se trata de un régimen autoritario, sustentado en una coalición mafiosa
encabezada por Fujimori y Montesinos, que autonomiza y unifica el mando de
los servicios de inteligencia coopta el comando de las Fuerzas Armadas y la
Policía Nacional convirtiéndose en un régimen civil-militar desde el 5 de abril de
1992. Estructura el régimen, a partir de la coalición mañosa, en círculos
concéntricos que, utilizando el chantaje, el prebéndateme y la corrupción,
subordinan poderes del Estado y órganos constitucionales autónomos, a la vez
que sueldan su alianza con los grandes grupos económicos, gran parte de los
llamados doce apóstoles de la economía, en particular la banca y la minería,
subordinando al resto. Se amplía así la coalición dominante y se sustenta en el
sometimiento total a los impulsores del consenso de Washington, en lo que
Gonzales de Olarte bautizó como el modelo neoliberal extremo de ajuste
estructural.1 El régimen comienza en medio de la crisis impulsada por la violencia
terrorista y la hiperinflación, aprovechando la pasividad de las masas, fruto de tal
crisis, y se desarrolla progresivamente con una práctica neopopulista, que sin
concesiones a la movilización popular, convierte el asistencialismo, que reclama
la pobreza extrema, en un arma de legitimación política. Veamos esta
caracterización parte por parte.

Régimen autoritario

Comencemos por señalar su carácter de régimen autoritario en la perspectiva


que a partir de Linz retrabaja Morlino. Indiquemos primero su origen democrático,
en elecciones que cumplían los estándares regionales, aunque particulares en
dos cuestiones vitales que se desprenden de los capítulos anteriores en que
analizamos la crisis de los partidos y los limitados avances de la democracia en
nuestra cultura política. Fujimori fue elegido en un momento de profunda crisis

1Cotízales de Olarte, Efraín. El neoliberalismo a la peruana. Economía política


del ajuste estructural 1990- / 997. Lima: IER 1998, pp. 41-67.
de los partidos, sin pactos ni pertenencia a ninguno de estos y sin mayoría
parlamentaria propia. Lo fue en continuidad con una tradición presidencialista
cuyos extremos se agudizan por la crisis y el contexto de hiperinflación y
crecimiento de la violencia terrorista y se desarrolla dentro de una democracia
tutelada por las FE AA. cuyo rol creció a lo largo de los 80 tomando como punto
de partida la propia Constitución de 1979 y los términos del proceso de trans-
ferencia del gobierno militar de los años 70 al gobierno democrático de 1980.
En ese contexto se produce la democracia delegativa de la que da cuenta
bien Sinesio López, como caracterización de la primera etapa que describo en
los capítulos de Los años de la langosta para el período 90-92 en el que el propio
Fujimori con su discurso e iniciativa política va liquidando ante la opinión pública
a los partidos y las instituciones que disolverá el 5 de abril de 1992. A partir de
entonces nace el régimen autoritario y se pueden encontrar todas las
características que señala Morlino.
En efecto, tras el golpe y la corrección formal que introduce la OEA, concretada
en la elección del Congreso Constituyente que luego se autodenominó
Democrático, hay un pluralismo limitado y no responsable. La coalición
dominante presenta importantes componentes que no provienen de elecciones
y es limitada la participación de los partidos en el CCD aunque provenga de una
autoexclusión además de ser limitados los poderes de este. Muchos concurrimos
allí, conscientes de que era más una caja de resonancia o un lugar para dar la
pelea opositora que bajo el supuesto de que era parte del poder efectivo de una
democracia.
Que Fujimori no propone una ideología elaborada o directora pero posee
una mentalidad peculiar, de raigambre autoritaria y que explícitamente recurre al
pragmatismo, es algo evidente desde el período anterior. Que encaja bien en el
referente del discurso neoliberal al que se refiere su política económica y que se
impone como «sentido común» ante la crisis es algo constatable. Honradez,
tecnología y trabajo que fue su lema en la campaña no tiene referencias
democráticas ni este tema fue parte de su discurso. Pero su combate a toda
instancia democrática existente fuera de la presidencia, demuestra que no
compartía ni el abecé de la democracia. Insistiendo en la idea de que «gobernar
es mandar», común al caudillismo peruano de muchos gobernantes, aconsejaba
a su ministro de economía en su relación con el Parlamento «primero se hace,
después se informa», algo que contradice expresos mandatos constitucionales.
Cualquier relectura de lo ocurrido desde 1990 confirma esta perspectiva y
siempre se fundamenta en la supuesta eficacia del autoritarismo, cuestión que
es fácil poner en duda realizando un balance de la década.
Este régimen se asienta en la pasividad de las masas, sobre todo en los
primeros años. Eso es fruto de la «crisis multidimensional» con que terminan los
años 80 en el Perú y que intenté describir en el capítulo 3 de Los años de la
langosta. El terrorismo fue el eficiente destructor de los movimientos y
organizaciones sociales que llamábamos «movimiento popular» desde los años
70. La hiperinflación disolvía literalmente no solo la moneda, sino múltiples lazos
construidos en las ciudades a lo largo del proceso de urbanización que termina
en informalidad por todos lados tras el fracaso de la pretendida industrialización
que en su fase final liquida Fujimori. Recordar entonces que Morlino habla de los
regímenes autoritarios como carentes de movilización política intensa o extensa,
excepto en algunos puntos de su evolución, es mostrar esta pasividad que
asombró a otros incluso ante el shock económico que Fujimori aplicó en 1990.
Recuerdo que en un acto académico en Caracas, un profesor me preguntó
al respecto: « ¿Es que los peruanos no tienen sangre en las venas?».
Ciertamente algo entendible tras la experiencia que ellos tuvieron con el
«Caracazo» al comenzar un ajuste leve en relación al fuji-shock. Respondí que
una primera diferencia era que este en el Perú vino tras quince años de crisis
económica casi continua y en medio del miedo y la desarticulación generada por
la persistente ofensiva terrorista de Sendero Luminoso. Recordé que el inicio de
los ajustes equivalente al ajuste que originó el Caracazo se produjo en 1977 y el
pueblo peruano respondió con el primer paro nacional del 19 de julio, al que
siguieron otras movilizaciones.
En este caso un líder y un grupo reducido ejercen un poder notable: Fujimori
refleja la personalización del poder que compartirá básicamente con Montesinos
en una coalición que luego analizaremos. Es cierto, además, que el poder se
ejerce dentro de límites formalmente mal definidos y esto se da especialmente
al aplicarse la Constitución de 1993. A partir de un vacío de este pero en
particular por imposición de su mayoría parlamentaria, cambió al capricho lo que
establecía la ley del Presupuesto, y gobernó por simples decretos de urgencia y
expropiando en la práctica al Congreso la capacidad de fiscalizar. Este es un
simple botón de muestra.
Pero Morlino agrega, para la caracterización de estos regímenes, que en
ellos no se reconoce la autonomía ni independencia de la comunidad política.
Sin duda, pero no se requieren disposiciones legales expresas como cuando
antes se declaraba fuera de la ley a uno o varios partidos. Se administra su
debilidad. Se cierran las puertas para cualquier tarea de «representación» y se
niega sistemáticamente cualquier canal que lo intente. El discurso político
pretende incluso parlamentarios que no «gestionen» por sus pueblos. Se
implanta el estilo clientelar que tantas veces ha operado, agudizado en tiempos
autoritarios. El Presidente recibe y busca relaciones particulares y «baños de
masas» con ofertas puntuales y regalitos. No se acepta la gestión intermediaria
de entes colectivos ni de sus dirigentes, sean partidos u organizaciones sociales
autónomas. Solo se recibe a organizaciones que ellos manipulan y, aunque en
esto hay evolución porque poco a poco crece la iniciativa de base y no todo se
puede controlar, este rasgo se mantiene hasta el final. La gente adquiere la
conciencia de que no sirve para nada, a sus intereses inmediatos, recurrir a
partidos, a organizaciones sociales, etc.
Revisando finalmente los rasgos que agrega Morlino a lo planteado por
Linz, será evidente que en la coalición no predominan los que tienen
responsabilidad frente al electorado. Que el CCD y el congreso unicameral
elegido por distrito único en las elecciones de 1995 apoyaron sin fiscalización ni
autonomía a Fujimori, aunque dejando dudas sobre la forma en que obtuvo
mayoría absoluta en el Congreso; confirma lo que este autor señala como
sistemas electorales propios y asambleas parlamentarias con rasgos
particulares. En pocos regímenes se pueden hallar todos los rasgos que indican
los teóricos.

Coalición Mafiosa

El núcleo básico del régimen está constituido por la relación de Alberto Fujimori
y Vladimiro Montesinos, que cual siameses encabezan la coalición mañosa, la
construyen y la conducen. El primero al margen de si nació en el Perú o vino
pequeño desde el Japón con sus padres es un ciudadano japonés que engañó
a los peruanos diciéndose peruano.
En efecto, de acuerdo a la Constitución de 1933, vigente cuando cumplió
21 años, al cumplirlos Fujimori debió optar entre la nacionalidad peruana y la
japonesa. Si quería ser peruano tenía que renunciar a la japonesa antes de sacar
su libreta electoral. No puede haberlo hecho porque en tal caso no se la hubieran
devuelto o reconocido al término de su mandato, después de haberlo reconocido
como Jefe de Estado del Perú y recibirlo como tal,
Vladimiro Montesinos era un capitán retirado deshonrosamente del
Ejército peruano, tras acusaciones de traición a la Patria que por las
manipulaciones que los militares realizaban en la mal llamada «justicia militar»
no fue condenado como tal. Fue encontrado en los cuarteles de la CIA por un
general peruano que lo denunció. Su ingreso estaba prohibido, con foto
denigrante incluida, en todo cuartel militar hasta que el gobierno de Fujimori
eliminó la prohibición. Abogado, en sus años de retirado del Ejército, defendió
casos de narcotráfico según diversas versiones periodísticas.
Este par de «angelitos», uno por elección popular y el otro por hábil
asociación, se aliaron para hacer viable el gobierno que comenzaba el 28 de julio
de 1990 en condiciones de precariedad.
Para un autoritario es inconcebible gobernar sin mayoría parlamentaria.
En la cultura política de 1990 lo era incluso para muchos que se entendían
demócratas. En ese contexto, Fujimori fue visto muy débil al comenzar, aunque
con el shock económico-social demostró que no lo era. Le faltaba partido, equipo
y carecía de voluntad para forjar alianzas. Gobernar es mandar en la cultura
política peruana y él lo expresaba bien. Planteaba a los demás «subirse al carro»
sin explicar claramente el destino del mismo. Desde los días previos a la
asunción del cargo, encerrado en el Círculo Militar porque «alguien» lo convenció
de que corría peligro y podían atentar contra él, la influencia de Montesinos
radicaba en la forma de establecer la relación con las Fuerzas Armadas. 2
Cuando el mismo 28 de julio de 1990 destituyó al Almirante Alfonso Panizo
Zariquiey, Comandante General de la Marina y Presidente del Comando
Conjunto de la Fuerza Armada, se confirmó este curso. Esta forma de actuar
lleva el sello de Montesinos; el fondo, siendo totalmente legítimo en un nuevo
mandatario, muestra que ya en ese momento tenía Fujimori los elementos y el
curso definido en una dirección. ¿Cómo llegó un extraño, desinformado sobre
las FF. AA., sin aparato partidario ni políticos experimentados a su alrededor, a
decidir este y otros cambios importantes en la cúpula de las FF. AA.?
Montesinos era la clave. Se había movido cerca de los círculos de poder
militar con astucia en los 70, a pesar de su juventud y bajo grado militar. Perdió
pero aprendió. Sabía quien era sobornable, por razones materiales o de las
otras, conocía generales capaces e incapaces, manipuló hilos y fue un factor

2 Allí lo visité -alrededor del 17 de julio cuando me llamó a proponerme fuera su ministro de Educación. Le dije que
desconocía a dónde se dirigía su barco y le dije que el curso se definía en esa coyuntura por Economía y por Defensa,
no por Educación. Le pedí entonces me informara de ello. No fue muy claro, salvo para decirme que las pequeñas obras
eran su estrategia de legitimidad. Como no me quedó claro el rumbo y veía que la oferta era personal y no planteaba
ningún acuerdo con las fuerzas políticas, le dije que no aceptaba. Insistió y me dijo que yo no aceptaba porque no me
autorizaba Izquierda Unida. Le dije que no, que IU era una alianza y que yo decidía por las razones que exponía. Le dije
que si quería hablar con ellos le podía llevar a todo el Comité Directivo pero que mi decisión era firme. Así ocurrió. En la
reunión se cuidó de no decir que optaba por el shock y que ni siquiera buscaría los amortiguadores que tantos
proponíamos desde la campaña. Sostuvo que él sí dialogaría con Sendero Luminoso, a lo cual Jorge del Prado respondió:
allí solo hablan las metralletas. En IU no fuimos rígidos, dado el grave momento del país, autorizamos que pudieran
aceptar cargos quienes no eran parlamentarios o dirigentes nacionales, lo que permitió el breve ministerio de Gloria
Helfer quien salió por defender los derechos del magisterio, establecidos en ley vigente.
decisivo en la recomposición de la cúpula militar efectuada por Fujimori para
llegar al comando adecuado para el 5 de abril de 1992. No son pocos los cambios
y aflora una característica muy comentada después: van desapareciendo los
más capaces, los que comenzaron como espadas de honor. Este rasgo llegó
hasta el extremo de que tal premio se convertía en motivo de invitaciones a retiro
y postergaciones. La Marina y la Aviación terminaron comandadas por oficiales
especialistas en inteligencia, que por ley no podían llegar al máximo grado militar.
El Almirante ¡barcena nunca comandó un buque de guerra. ¿Qué hacía de
Comandante General? Lo mismo ocurrió con el general Bello. Pero ambos fueron
puestos por Montesinos porque los probó previamente en su entorno
especializado. Hermoza Ríos no era un general con liderazgo antes de ser
Comandante General, todo lo contrario. Su puesto en el escalafón no lo llevaba
a ese cargo si previamente no se hubiera sacado a otros que sí eran líderes de
su institución.
Tuvo capacidad para hacerse su cuota de poder, pero no más y cayó
cuando creyó que él era el poder y se envaneció haciéndose proclamar «general
victorioso» dentro y fuera del régimen, aunque ni frente a Sendero Luminoso
donde el victorioso fue el general de policía Antonio Ketín Vidal ni ante el Ecuador
donde fue derrotado por más que cantara victoria junto con Fujimori, en evidente
juego mentiroso,
Montesinos fue el articulador de la acción de Fujimori en las Fuerzas
Armadas y en la Policía, como ha quedado evidenciado en los videos de 1998.
Si se encontraran los de los años previos tendría que verse cómo intrigó,
coordinó, compró y vendió, chantajeó y castigó, paso a paso. Esto en
instituciones militarmente jerarquizadas es más fácil que entre empresarios y
entidades civiles. Esta fue su base de poder y se desarrolló hacia otros campos
desde ese punto. No puedo establecer los límites del pacto pero no cabe duda
de que esta alianza básica le dio consistencia al gobierno de Fujimori desde sus
primeros años y es la que decide el golpe del 5 de abril que de ninguna manera
es un hecho casual o coyuntural. Es una acción planificada, diseñada desde el
comienzo del mandato y a la cual se arribó paso a paso. Y en el comienzo está
básicamente Montesinos. Tan fue clave que al quedar Montesinos al descubierto
en el 2000, y cuando Fujimori pretende tomar distancia de él, todo se desmoronó
paso a paso. Los siameses suelen morir si se intenta separarlos, salvo que la
operación sea perfecta y eso en política es muy difícil.
Antes de continuar y examinar toda la coalición con sus componentes
civiles y militares, cabe que nos preguntemos:
¿Porqué coalición mañosa?

Hay un rasgo que está en el sentido común de hoy, el comportamiento mafioso.


Los videos donde se demuestra la intriga, la compra de conciencias, la
administración de prebendas, puestos, el chantaje, la entrega de enormes sumas
de dinero a cambio de apoyos, silencios o acciones delictivas, el manejo de
influencias y la articulación sobre todos los poderes del Estado y ante este
comportamiento el desfile de jueces, ministros, congresistas, generales,
almirantes, magistrados autónomos, banqueros, empresarios de prensa y TV,
etc., todo lo exhibido ahora, muestra un comportamiento mafioso que ya Julio
Cotler incluye en su caracterización hecha tras los descubrimientos del año 2000,
así como Manuel Dammert en obra reciente del 2001.
En este caso se trata de un comportamiento mafioso en el mismo seno
del poder, en la cúpula, y no solo se expresa en lo que vimos en videos sino,
también, en los grupos paramilitares que actúan desde el Ejército y la Policía,
que tienen antecedentes previos al 90 y que no parece que hayan actuado solo
como respuesta absurda y denigrante al terrorismo de Sendero Luminoso o el
MRTA. Existen elementos en las acciones encubiertas, ropaje del SIN, que
dirigen la acción mañosa y sus chantajes contra civiles, empresarios por ejemplo
y en particular opositores, así como a otros mañosos en particular en el
narcotráfico. La investigación periodística muestra diversos ejemplos aunque
falta un trabajo sistemático aún.
Cuando Salvatore F. Romano33 escribe sobre «el gran Tío de los Grandes
Tíos de la isla» Calógero Vinzzini, presentándolo como «hombre generoso y
calumniado, amante del orden y ligado a sus deudos, que había tenido la
desgracia de haber sido innumerables veces denunciado y acusado, pero al fin
siempre absuelto, también por insuficiencia de pruebas», me acuerdo de muchos
congresistas del fujimorismo o de la Fiscal Colán defendiendo a Montesinos.
Para que no fuera interrogado, llegaron a restringir las facultades de las comi-
siones investigadoras, de modo que solo pudieran citar a los comandantes
generales o al jefe del SIN, desde entonces bautizado como «jefe nominal».
Este mismo autor ubica el origen del término mafia en 1865, en un informe
del prefecto Gualtiero: « [...] oposición política y actividad rufianesca confundidas
y asimiladas, acción de policía y concurso de actividad delictiva». Romano
enfatiza otro rasgo: una especie de estamento intermedio entre la autoridad y la
delincuencia, más que una asociación rufianesca, un grupo y un estamento
dirigente de actividades criminales, no se identifican necesaria o directamente
con el malhechor y el delincuente.
Añade como contribución histórica de la mafia siciliana: «Mediante el
establecimiento de una tupida red de vínculos de recíproca influencia entre la
actividad criminal y económica, entre bandidaje y política, entre justicia pública y
privada [...]».4 Señala también como elementos presentes de los grupos
mañosos el «espíritu de clientela», la relación personal o de grupo con la que
detenta en la vida política, económica o social cierta dosis de poder o de
prestigio. Un elemento decisivo es su influencia en el aparato burocrático,
administrativo y policiaco del Estado.
Ciertamente hay diferencias porque aquí el comportamiento mañoso parte
de un núcleo asentado directamente en el Estado. Pero Montesinos, que articula
esta dimensión que se expresará en los círculos concéntricos que describiremos,
es justamente un funcionario intermedio, sin representación ni autoridad propia,
ubicado en la trastienda que hace su juego propio articulado al Presidente y con
quien constituye la cúpula del poder.
El carácter mañoso de la coalición no es solo una manera de calificar lo
que vemos y rechazamos. El rasgo que parte de los instrumentos que se usan
en el juego del poder desde la compra, el soborno, el chantaje con cualquier
forma de exclusión hasta el crimen físicamente hablando- es útil para orientar la
investigación más allá de los rasgos del presente no solo por el curso ulterior, al
durar más tiempo, sino por lo que caracteriza al poder en nuestros tiempos en

3 Romano, Salvatore Francesco. Historia de la Mafia. Mito y realidad, caracteres sociales e influencias políticas del poder
secreto de la mafia desde sus lejanos orígenes hasta nuestros días. Madrid: Alianza Editorial, 1970.
4 Ib., p. 143.
mucho del mundo globalizado. Susan Strange, en La retirada del Estado5 nos
recuerda como premisa de su libro, que « [...] las fronteras territoriales de los
estados ya no coinciden con los límites que la autoridad política mantiene sobre
la economía y la sociedad». La parte presente, pero hoy aún la menos avanzada
de las investigaciones, vincula a esta coalición mañosa con el mundo del
narcotráfico latinoamericano así como con la compraventa de armas y, si bien el
poder de Fujimori y Montesinos se asentó en el Estado y lo hizo más fuerte, se
debe desbrozar la relación con las mafias internacionales de este tipo, porque
existen suficientes indicios de Las conexiones y acontecimientos que para
explicarse hay que salir de la frontera de acción estatal y entrar al campo de las
mafias que lucran con el narcotráfico y la compra-venta de armas.

Un régimen civil-militar

Fujimori y Montesinos son los actores principales del autogolpe de estado del 5
de abril de 1992. Desde ese momento el régimen constitucional deja de existir,
rige un período de dictadura que va desde ese día hasta la instalación del
Congreso Constituyente, en que, siguiendo los periodos propuestos por Sinesio
López, puede hablarse de una «democradura». No concuerdo con que ese
período pueda llamarse «dictablanda» si entendemos que esta señala un
régimen autoritario más no dictatorial, y entre el 5 de abril y el 31 de diciembre
de 1992 se ejerció dictadura, no era un régimen autoritario. No lo fue porque no
se da un pluralismo limitado y no responsable. No hay pluralismo y punto. Están
excluidos los actores que no formaron parte del golpe, aunque participen de
elecciones que abrirán parcialmente el espectro a partir del 1° de enero de 1993.
Pero lo que se desarrolla luego del 1° de enero de 1993, con esta
digresión en paréntesis, es un régimen autoritario civil-militar. Su punto de partida
es civil, un gobernante constitucionalmente elegido, junto con otro civil y
expulsado de las FF.AA., realizan dos tareas previas: toman y autonomizan de
los comandos institucionales los Servicios de Inteligencia de Las FE AA. y la
Policía Nacional, que dirigirá realmente Montesinos desde el Servicio de
Inteligencia Nacional. Desde allí y en su ubicación de asesor presidencial que
comenzara privadamente con el tema de los impuestos del candidato Fujimori,
Montesinos será clave en la segunda tarea: desplazar de la cúpula a todo general
o almirante que incomode y cooptar el nuevo comando a fin de subordinarlo.
Los comandantes generales y el director de la Policía Nacional que
realizan el golpe con Fujimori han sido colocados allí para el efecto, previamente
han sido escogidos con las características necesarias para subordinarse a esa
causa y aceptar la lógica de las prebendas que comienza por su modalidad de
acceso al cargo y sigue con todo lo que veremos después a la hora de la justicia.
En este régimen el liderazgo es civil. La cúpula militar actúa cooptada y
recompuesta por este liderazgo de los siameses. No estamos ante modelos
similares a los regímenes de 1968 o de 1962, en que el liderazgo fue militar, bajo
formas institucionales o institucionalizadas que podían acercarse más a los
regímenes burocrático militares o burocrático autoritario. Tampoco estamos en
los regímenes caudillistas militares que los precedieron en tiempos oligárquicos,
aunque los regímenes «institucionales» de las FF.AA. para muchos fueron
simplemente dictaduras pretorianas.

5Strange, Susan. La retirada del Estado. Quién gobierna el mundo en el capitalismo global ¿mafias, multinacionales,
empresas de consultaría, candes..? Barcelona: Incaria editorial e Intermón Oxfam, 1996.
La iniciativa política no estuvo en los militares, pero estos tienen mucho más
peso en el período 90-92 por la violencia terrorista y la debilidad del nuevo
gobierno. Su presencia no solo es condición para combatir al terrorismo, sino
para ordenar el poder, sirven de amenaza y sirven a la autoexclusión de una
parte de los partidos y a la participación limitada de otros. No se explica ese
orden solo en términos militares: no podía haber cuajado sin el control de los
medios de comunicación, especialmente televisoras, y sin el apoyo explícito de
empresarios y tecnócratas que actuaban como voceros del consenso de
Washington.
No estamos pues ni ante una expresión del caudillismo militar ni ante una
expresión de ese cuerpo con iniciativa propia, pero sí ante la utilización con
mecanismos de corrupción incluidos, de los atributos de la burocracia militar y
de sus reglas institucionales. Pienso, al revés que Grompone que sí se
compromete a las FE AA. como institución, sacando a algunos los más valiosos
jefes- pero subordinándose burocráticamente la mayoría de estos. ¿Qué puede
pensarse al ver en video el desfile de generales y almirantes firmando a finales
del fujimorismo su «carta de sujeción» en acto explícitamente deliberante? Solo
uno explicitó su autonomía autofalsificando su firma y lo expulsaron.
Lo que en particular la revista OIGA denunció como la existencia del «Plan
Verde» preparado por los Estados Mayores durante el gobierno de García, es un
indicador que además de tener muchos indicios de su existencia, fue eficaz en
soldar las relaciones de la cabeza de la coalición con los mandos y las
instituciones militares. En esos documentos se muestra un trabajo «legal» hecho
por estados mayores que tienen que plantearse «hipótesis» para tener
preparada la fuerza en caso de cualquier eventualidad.
Ocurre que se trata de hipótesis abiertamente contrarias a la Constitución,
en acto que los convierte en aparato cuasi partidario. Pero sirven para «soldar
relaciones» haciendo del molde ideológico un cemento de vínculos establecidos
desde La cúpula. En esos documentos se encuentran desde las obvias
referencias a La política antiterrorista en un momento en que aparecían
arrinconados y su reclamo era militarizarlo todo hasta la política económica
neoliberal pasando por radicales posturas en políticas que forzaran la
anticoncepción para reducir los nacimientos, con métodos que envidiaría la
lógica fascista y que, aunque en el papel aparecen delirantes, en la práctica se
aplicaron desde el Ministerio de Salud.
Esta referencia al «Plan Verde» es otro indicador de lo antes descrito al hablar
de democracia tutelada. Su texto no es una sorpresa, lo que no puede ocurrir es
que ese contenido sea parte del trabajo normal y legal de Fuerzas Armadas no
deliberantes según la Constitución pero que esta misma consagraba como un
Estado dentro del Estado.
Estamos ante militares profesionalizados, distantes del viejo caudillismo
que existió en el Estado Oligárquico, que solo pudo ser cancelado y reformado
por iniciativa militar, dado el poder acumulado y la alianza de estos con los
oligarcas hasta Odría (1948-1956). Se trata de instituciones que forman parte de
sociedades complejas y tiempos de vigencia urbana antes que rural. Los rasgos
burocráticos que en este plano señala Morlino corresponden bien al plano militar.
Pero la burocracia civil es muy débil y sin continuidad. Lo civil viene más del
núcleo Fujimori y Montesinos, de sus aliados en la tecnocracia que se vincula y
sustenta en la repetición domesticada del libreto neoliberal, originado en los
organismos multilaterales y el empresariado local de mayor nivel.
Estructuración del régimen: círculos concéntricos de la mafia

La coalición dominante no es ciertamente solo La dupla mañosa, aunque está


preñada de este carácter La imagino trazando círculos concéntricos que, en este
caso, muestran una cierta especialización.
El primer círculo, el que rodea a los siameses, está conformado por
militares 31 policías, primero el comando de cada instituto castrense y la
dirección general de la Policía, luego un número sucesivo y variante de generales
y almirantes que terminó simbolizado en la promoción de Montesinos copando
casi todos los altos cargos del Ejército. Generales y almirantes filmados firmando
la carta de sujeción al estilo de Sendero Luminoso corroboran lo ocurrido. Este
círculo tiene grados a su interior y se administra con ascensos y pases al retiro,
con puestos importantes o marginales, con destierros dorados y de los otros, con
dinero en efectivo que hoy juzga el país en personas que no pueden demostrar
el origen lícito de sus bienes dados sus bajísimos salarios.
Pero ese primer círculo concéntrico es especializado: el orden, la
represión, la fuerza. Prebendas y corrupción sí, pero ni siquiera un triunfo militar.
Fracaso ante Sendero Luminoso y ante Ecuador. Nada que dé gloria. Porque
incluso para los policías, no puede olvidarse que la eficiencia del General Vidal
y del GEIN viene de antes; su primer paso se da en el gobierno de García en
junio de 1990, al descubrir la cadena logística-luchando siempre a
contracorriente, como en el momento máximo, cuando Vidal se niega a entregar
al ejército a su prisionero Abimael Guzmán, respetando todos sus derechos, he-
cho que contrasta con la acción precedente de lo que se simboliza en el Grupo
Colina y tantas masacres. Este círculo no entra en la política económica pero
usufructúa el poder.
En este círculo, las armas son el chantaje, el prebendalismo, la corrupción, la
durabilidad en el cargo o la situación de actividad. Es gente de carrera, sale al
retiro y no es nadie.
En el segundo círculo salimos del Estado. Fujimori actuó desde el
comienzo buscando el apoyo empresarial. No fue fácil porque este mundo estaba
con su rival, con Mario Vargas Llosa y lo observaba con absoluta desconfianza.
Pero ya sobre el caballo obró de modo muy parecido no igual a lo que propuso
el gran escritor y rechazó el pueblo. Los empresarios vieron en Fujimori algo
elemental para subsistir: una alternativa viable. La viabilidad se la daba su
decisión de actuar dentro del consenso de Washington. Poco importaba si iba
contra el pueblo y menos si lo hacía con las armas para reprimirlo. Es que para
muchos no había alternativa. Pero el modelo tenía que reestructurarse según las
demandas de los organismos multilaterales y allí había empresarios ganadores
y perdedores. Ciertamente los industriales pertenecían al segundo grupo.
Sin embargo, incluso para ellos había un premio consuelo. Eliminarán todo costo
laboral que califican de sobrecosió. Velasco quedó atrás, el poder sindical
también. Pueden despedir y hasta imponer jornadas de trabajo a su antojo.
Fujimori quiso ser la derrota total de los trabajadores, claro que basado en la
demagogia y en la inconsistencia que lo precedió. La receta para sobrevivir era
una sola: sobre-explotar. Muchos se adaptaron a ello pero poco a poco vieron
que no tenían salida, que al final se quedaban sin compradores y compitiendo
con todo el mundo, sin defensa alguna.
Los grandes, que no estaban presos de la industria ni del mercado interno,
los doce apóstoles descritos en los tiempos de García por Francisco Durand, se
acercaron al Poder. Jorge Carnet, ex Presidente de CONFIEP -que desde
Velasco cayó siempre parado fue aquí una figura emblemática. Pero hay muchos
más, mineros, banqueros, dirigentes gremiales, no importa la procedencia, solo
el tamaño propio. Se aliaron y articularon; dicen que no son políticos pero vaya
si fueron políticamente claves. Fujimori y Montesinos contaron con este apoyo y
articularon con los empresarios más influyentes sus políticas centrales. Los
videos han mostrado hasta al primer banquero peruano, Dionisio Romero, en
plena labor de articulación de influencias. Si aparecieran más y si todo fuera
filmable, la investigación sería más sencilla. Los historiadores tendrán que
documentar lo que hoy es evidente, aunque, cambiando los tiempos, cambien
las palabras y se tome distancia.
Un núcleo particular dentro de los empresarios fueron los principales
dueños de la televisión y otros medios de comunicación, claro que con
excepciones ciertamente honrosas. Más que otro círculo concéntrico, fueron un
aparato directamente articulado al núcleo mañoso expresado por los siameses.
Ya he señalado que en este caso las corruptelas no son de hoy: nadie que
defienda con sinceridad la libertad de expresión y prensa puede creer que esta
se daba hace treinta años cuando a Cornejo Chávez se le cerraban las puertas
por denunciar la página 11, o luego cuando uno de los candidatos podía recibir
de regalo, en 1990, un millón de dólares para spots sin transparencia, mientras
otros no teníamos acceso a ese y otros canales. Los millones dados hoy son una
caricatura de la realidad precedente, extremo que no debe hacernos olvidar el
origen. Es que la corrupción que encarna el fujimorismo tiene raíces antiguas, no
nos cayó de Marte en 1990.
Pero hay que distinguir a los grandes núcleos del poder empresarial, cuya
opción por la democracia es endeble y es urgente asegurar, de los tecnócratas,
tengan o no empresa de mediana para abajo, que simbolizan Abusada, Du Bois
o Boloña, entre muchos otros. Es el tercer círculo que comprende por detrás a
los organismos multilaterales y los países que presionan en esa dirección. No
los representan, pero en esa presión o influencia a la que sirven se sustenta su
protagonismo. Estos solo basaron su poder y su sociedad con la mafia en la
subordinación intelectual a los más ortodoxos del consenso de Washington.
Fueron operadores del programa económico y articulador con el FMI, el BM y el
BID. Predicaron insultando a todo aquel que pensara distinto en este país sin
grandes debates y fiel siempre a la última moda intelectual. Dominaron la escena
y la decisión burocrática, sin un solo gesto de disonancia con las demandas de
fuera y asumieron la responsabilidad del modelo económico que hoy la mayoría
de los peruanos ve opresivo.
Parlamentarios del entorno oficialista que se subordinaron a los dictados de
Montesinos y Fujimori, magistrados jueces y fiscales cooptados, miembros del
JNE y el TC, la danza interminable que desfiló ante Montesinos, el coordinador
político, para subordinar a los poderes del Estado y órganos constitucionales
autónomos forman el cuarto círculo, que aporta poco en creatividad pero
implementa aunque con torpeza las decisiones de la cúpula. Son como los
anteriores partes de la coalición mafiosa, aunque como muchos empresarios y
tecnócratas, algunos de sus integrantes no tuvieran conciencia de su carácter
mafioso. Pero las decisiones de la mafia eran imposibles sin su concurso y su
inconsecuencia con principios jurídicos y democráticos elementales, su
sometimiento hasta condiciones escandalosas es el mecanismo que los convirtió
en parte de la mafia. Conducidos, no conductores, por negar su propia
autonomía constitucional, por entender en lógica caudillista la política. En mucho,
por su propia precariedad si de democracia hablamos culturalmente, fueron
claves en cumplir la cuestión previa: destrozar toda institucionalidad.

Condición de viabilidad: subordinados al consenso de Washington

Este régimen autoritario nace QC una contradicción democrática esencial entre


lo que ofreció Fujimori y lo que hizo al comenzar su gobierno. Ganó las
elecciones porque aprovechó mejor que los otros la coyuntura en la que Vargas
Llosa, con franqueza que muchos vieron como ingenuidad, ofreció al electorado
algo peor que «sangre sudor y lágrimas». El país se polarizó frente al shock y al
proyecto neoliberal. Todos los candidatos teníamos que hablar de un ajuste y
poníamos la atención en los amortiguadores para dañar menos al pueblo ya bru-
talmente empobrecido con el ajuste de 1988. Alan García tuvo la habilidad de
usar su cargo en la campaña para acentuar la polarización, pero el beneficiario
no fue Alva Castro. Después de ese contexto Fujimori, ya electo, cambió el
rumbo. Esto no fue solo cuestión de grados: cambió de equipo y se puso en la
línea del consenso de Washington cuyo objetivo no era un simple ajuste, donde
fuera necesario, sino el rumbo neoliberal, la destrucción de los modelos
precedentes agotados, etc. Como lo dice Boloña en su libro, fue un cambio de
rumbo y Fujimori lo hizo contra la decisión del electorado.
La radicalidad del cambio shock sin anestesia, más duro para el pueblo
que el que Vargas Llosa propuso pues ni programa de emergencia pudo articular
al principio se dio con contundencia sobre una realidad de crisis producida por la
hiperinflación, generadora de inseguridad, además de aumentar la pobreza y
sobre un contexto donde la violencia terrorista alcanzaba niveles claramente
desarticuladores. Fujimori tuvo la habilidad con el apoyo psicosocial de
Montesinos- de fijar la imagen de todos en el gobierno anterior, los partidos, el
parlamento, el Poder Judicial, etc. Y logró el apoyo popular a contracorriente del
voto. Los resultados no fueron ni trabajo ni tecnología ni honradez. Fue orden,
también en la moneda y en otros miedos. Pero funcionó con la expectativa
puesta en obras pequeñas y muy publicitadas, además de asistencialismo
gigante y manipulado políticamente. El año 1994 fue gigante la inversión en
obras, Fujimori hablaba de llegar a tres escuelas diarias. Pero a la semana
siguiente de las elecciones de abril de 1995 todo se acabó: el ministro de
economía informó que la economía se había «recalentado» y nos metió en la
congeladora hasta el final de ese gobierno. Hay que ver las cifras, pero son
minucias comparando con la venta de las empresas públicas y lo destinado en
corrupción.
El sometimiento total al consenso de Washington otorgó viabilidad a
Fujimori. Refinanció la deuda dejándonos hasta el cuello. Hasta Camdesus, el
gerente del FMI que escuchaba «música celestial» de labios de Fujimori cuando
este decía lo que él quería escuchar y lo ponía en práctica, declaró su
preocupación por lo alto de los pagos, es decir por lo poco conseguido. El ajuste
estructural extremo fue la obra de este pacto y sus resultados son la precariedad
de hoy, sin empleo para la mayoría de los peruanos y con ingresos paupérrimos
para los pocos que lo tienen, diez años después. Acompañando eso vinieron las
tesis del estado mínimo, en un país de Estado incapaz de controlar todo su
territorio y en un régimen que o usaba el estado para el prebendalismo y el
clientelaje más tradicional o terminaría totalmente aislado. Obviamente esa parte
no la podía seguir Fujimori por defensa propia.
El tiempo neoliberal es distinto del tiempo del BA, el Estado burocrático
que O'Donnell plantea y otros con variantes analizan en América Latina. Los
empresarios peruanos no son ni tan grandes ni tan determinantes como en el
Cono Sur y el peso de las políticas de los organismos multilaterales en la región
desde los 80 es más radical y deja menos oxígeno. No solo las tesis se
radicalizaron tras la decisión de cobrar la deuda a toda costa, se decidió enfrentar
a los Estados de compromiso y no conciliar con los demás sectores sociales. Lo
que primero era una relación que se rehacía entre empresarios transnacionales
y socios locales, pasó a tener en el componente de la presión con modelos y
políticas impuestas, para pagar la deuda y para homogeneizar políticas en
función de este objetivo. En otra talla, aquí se desnacionalizó más fácilmente
economía y Estado. La lógica antiindustrial y antiagraria, caracterizaron la
década fujimorista: «republiqueta» económica, sin consistencia, habla hoy
mucho de economía de mercado cuando las políticas lo han reducido al extremo,
sacando del mercado a la inmensa mayoría de la población y convirtiéndola en
legión de cuasimendigos o administradores de precarias estrategias de
supervivencia que llamamos informalidad.

Neopopulismo o el clientelismo tradicional

Fujimori manejó mucho más dinero que los militares en sus doce años de
gobierno en los años 70. La venta de las empresas públicas duplicó los ingresos
fiscales. El manejo presupuestal no se dirigió a grandes inversiones ni a
programas que generaran empleo. Fuera de una corrupción de dimensiones
inimaginadas, en cada presupuesto se cerraba el hueco fiscal con recursos de
la privatización. Su equilibrio fiscal tan cacareado es como el de aquel padre de
familia que gasta más de lo que es su sueldo mensual porque va vendiendo las
joyas de la abuela aunque sean anticuadas y un día se queda sin ellas y no tiene
otra alternativa que ajustarse el cinturón en medio de la protesta familiar. Claro,
que las protestas las reciben los que hoy gobiernan.
El llamado gasto social fue básicamente hacia pequeñas obras, entre ellas
escuelas pintadas del mismo color en todo el país -el color de su partido y
alimentos para al creciente ejército de habitantes que se muere de hambre. Todo
eso fue manejado como regalo de Fujimori, con el mismo concepto de sus visitas
repartiendo polos y otras pequeñeces. Nunca antes y lo hago desde los diecisiete
años encontré que al llegar de visita, en campaña o fuera de ella, la gente sencilla
me encarara diciéndome: « ¿Qué me traes? ». Esa fue su educación popular.
A esto se le ha llamado populismo o neopopulismo. Pero yo, a
contracorriente, tengo mejor concepto del populismo latinoamericano pues bajo
su tiempo se forjó mucho del sindicalismo y de las débiles experiencias
democráticas. Y aunque siempre critiqué su inconsistencia y su demagogia,
reconozco como muchos su importancia en la articulación entre la naciente
burguesía industrial y la también naciente clase obrera, en lógica de inclusión y
no de exclusión, Es que no encuentro en la historia que una democracia pueda
asentarse en la exclusión. Excluyentes fueron los oligarcas. Más excluyentes son
hoy los neoliberales, porque carecen del paternalismo de sus antecesores
oligarcas. Por eso es coherente que el neoliberalismo latinoamericano haya
derivado en regímenes autoritarios o en el caos generalizado como la Argentina
de hoy.
Prefiero entender que lo que otros llaman neopopulismo en este régimen,
es el clientelismo y el prebendalismo tradicional, que se combina con el
neoliberalismo que exhibe un vacío elemental para su viabilidad. Fujimori se
instaló en estas prácticas para durar y lo hizo hasta que sectores intermedios
reagrupados débilmente en la oposición democrática y masas que se dinamizan
tras años de pasividad, cuando se disolvieron los miedos de 1990, comenzaron
a hacerlo tambalear y en medio de ello saltó, desde dentro, la verdad ocultada
de la corrupción del régimen. Pero aquí no hay «contradicciones internas» como
quiere ver Tanaka, no hay lucha por el poder desde facciones del fujimorismo el
99 o el 2000. Las contradicciones, en todo caso, son más estructurales, propias
del modelo y las bases en que se apoyó.

Lo nuevo y lo viejo, caricatura de la realidad precedente y corrupción desde


la permisividad

Ni Fujimori ni Montesinos nos cayeron de Marte. Ahora que toda la sociedad se


siente impactada por la corrupción, no me canso de repetir que el fujimorismo o
el fujímontesinismo no es sino una caricatura exageración de la realidad.
Podemos analizarlo en todas sus dimensiones y en todos sus componentes.
La corrupción vista en militares tiene mucho que ver con el devenir de
estas instituciones, con la cultura del secreto que les sirvió de base, con la lógica
del poder tras el trono en que se situaron tras ejercerlo directamente y a su
arbitrio y sentirse expulsados del mismo a fines de los 70. La corrupción de los
dueños de la televisión es simplemente el desarrollo que viene desde la
concepción oligopólica que siempre tuvieron, desde su práctica contraria a
reconocer los derechos de todo ciudadano y todo partido. Se autodefinieron
como los dueños de las libertades de expresión, exclusivas y excluyentes como
los viejos oligarcas. Así podemos seguir y encontramos poco de democracia y
limitada esta a un método para elegir gobernantes, no a una manera de
gobernar.
Escribí en el segundo gobierno de Belaúnde que este presidente entendía
la democracia como permisividad. Era una crítica pero también una valoración,
porque implicaba tolerancia. Criticaba, que no aceptara la idea de concertación
y que en medio de la crisis que desencadenaba el modelo Ulloa con los
industriales y de la crisis que se comenzaba a abrir por la irrupción de Sendero
Luminoso, se negaba a concertar con los partidos y, cuando estos plantearon
propuestas, respondió convocando a conversar sobre «el hábitat». Pero la
permisividad, que no es propia de las dictaduras, permitía expresarse y nada
más. Sin embargo, ha de verse la permisividad más allá de la tolerancia
democrática que aquí resaltaba y de la incapacidad para entender que
democracia es concertación, que criticaba. En sentido más amplio, cultural y
político, la permisividad tiene otras consecuencias.
La permisividad toleró la expansión de la informalidad y fue parte de esta,
culturalmente, en varias dimensiones. Fue un escape. Fue vista en forma
optimista por izquierdas y derechas. En las primeras se enfatizaba la
democratización y, en las segundas, el modelo de libre empresa y hasta la
imagen mítica del capitán de empresa de los primeros tiempos, evidente en De
Soto. Desde ambos ángulos el resultado es limitado6. La permisividad es la parte
cultural de ese caos que tiene un orden y que muestra su lado negativo en la
tragedia de Mesa Redonda pero la permisividad abarca más amplios sectores
sociales y culturales. Entre nosotros ha habido desde mucho antes de Fujimori
permisividad frente a la corrupción. «Roba pero hace obra» es un dicho popular
que se gráfica en el general Odría con una altísima votación tras ocho años de
dictadura corrupta, reconocida así por todos en su época. ¿Qué podía decirle al
pueblo la honradez de gobiernos oligárquicos que los excluían de todo? Por lo
menos las obras eran una materialización que los incluía: escuelas, centros de
salud, etc.
Jiménez de Parga en La corrupción en la democracia enfatiza la crítica
desde su tiempo y lugar.7 Señala que:

[...] lo más frecuente es que la actividad política se desarrolle conforme a


unas reglas de juego inspiradas por principios de eficacia, a costa, si el
sacrificio conviene, de valores superiores [...] la verdad, la lealtad, la
coherencia ideológica o el cumplimiento de los compromisos contraídos.
Al separarse la política del mundo de la ética, la corrupción no es solo
explicable sino inevitable.8

Recuerda cómo, desde el funcionalismo, sociólogos y politólogos escribieron que


la corrupción se convierte en un sustituto eficaz cuando la institucionalización es
insuficiente y la burocracia deficiente. Cómo intelectuales de la talla de R. K.
Merton o S. E Huntington adoptan una postura no beligerante frente a la
corrupción. Jiménez de Parga se acerca más a nuestro caso cuando critica la
propuesta del Estado mínimo en casos como Latinoamérica justamente por la
importancia que toma la corrupción en la alternativa. Se pregunta ¿desapareció
la corrupción de los países en los que los Chicago boys han aplicado sus tesis
neoliberales como Chile o Brasil?9 Aquí todavía recordamos a los neoliberales
diciendo que a menos Estado menos corrupción y quien implemento sus ideas
fue el más corrupto de todos los gobiernos. No nos referimos a la parte en que
los contradijo, lo que otros llaman neopopulismo, sino a la que fue esencia de su
modelo y que sin la corrupción no hubiera alcanzado viabilidad. Porque fue el
arma para disciplinar, reemplazo del arma que no podían tener: el consenso
democráticamente logrado y la vigencia de instituciones. Porque este no puede
ir contra los intereses inmediatos de las mayorías y allí los neoliberales, pasado
el momento de la hiperinflación solo podían ofrecer y solo siguen ofreciendo
sangre, sudor y lágrimas.
No dudo que frente a la corrupción se debe sostener una posición
beligerante en nombre de valores fundamentales y comprendiendo que esta se
asocia a lo peor de los autoritarismos. Pero hay que rescatar del análisis de
Huntington no solo La explicación analítica de la relación entre modernización y
corrupción, sino la relación entre debilidad o ausencia de instituciones y

6 Degregori, Villarán, Távara y Salcedo. «Informalidad, sobrevivencia y democracia». Mesa redonda en Cuestión de
Estado n.° 7. Lima: IDS, 1994
7 Jiménez de Parga, Manuel. «La corrupción en la democracia». En Laporta, Francisco J. y Silvina Álvarez. La corrupción
potoca. Madrid: Alianza Editorial, 1997.
8 Ib., pp. 145-146.
9 Ib., pp. 149450.
corrupción, porque sin duda no hay salida sin un buen diagnóstico, que explique
y relacione los problemas de la sociedad y la política.
¿Por qué la modernización engendra corrupción? En primer lugar, implica
un cambio en los valores básicos de la sociedad. « [...] La corrupción es,
entonces, un producto de la diferenciación entre el bienestar público y el interés
privado, que surge con la modernización».10

Las funciones de la corrupción, así como sus causas, son similares a las
de la violencia. A ambas las fomenta la modernización; ambas son
características de lo que en adelante llamaremos sociedades pretorianas;
las dos constituyen, por último, un método por el cual los individuos y los
grupos se relacionan con el sistema político y, en verdad participan de él
violando sus costumbres. De allí que la sociedad con una elevada
capacidad para la corrupción la posea también para la violencia [...].11

El proceso de urbanización de la sociedad peruana desde mediados del


siglo XX modernizó en varias fases la sociedad. Violencia y corrupción han
caracterizado las décadas del 80 y el 90, pero en esta última el régimen
autoritario la elevó a niveles nunca vistos. El poder en una sola mano corrompe
mucho más y la ausencia de instituciones de control y balance de poderes fue
clave, así como la debilidad y crisis de los partidos políticos. Eso lo aborda
Huntington y su aporte sirve para indicar el rumbo que es preciso dar a los
cambios si se parte de que estos deben estar enraizados en la realidad social y
política para tener efecto práctico.
La corrupción, por supuesto, tiende a debilitar o a perpetuar la debilidad
de la burocracia gubernamental. En tal sentido es incompatible con el desarrollo
político. A veces, empero, algunas de sus formas pueden contribuir a él cuando
ayudan a fortalecer los partidos [...]. Cuando un funcionario concede un cargo
público a cambio de dinero, es evidente que pone el interés privado por encima
del interés general. Pero cuando lo hace a cambio de una contribución en trabajo
o dinero para la organización partidaria, está subordinando un interés público a
otro más necesitado.12
Es obvio que desde la filosofía y la ética es chocante el ejemplo, pero lo
importante viene en la primera parte: el desarrollo político es incompatible con la
corrupción, como insistirá después. Partidos políticos que compiten es un camino
que facilita la lucha anticorrupción y en las democracias avanzadas se enfrenta
abiertamente el problema financiando con recursos públicos los partidos y
haciendo transparente su gestión. Existen ejemplos, en diversos tiempos, de
corruptelas en nuestro caso, no menores que las que caracterizaron a las
burocracias centralistas. Fueron anatematizados los partidos y desapareció la
carrera pública durante el fujimorismo. La desinstitucionalización primó en todos
los órdenes y el resultado fue más corrupto. El clientelismo y el prebendalismo
tradicional no desaparecieron, acentuaron su presencia más bien.
La corrupción prospera con la desorganización, la ausencia de relaciones
estables entre los grupos y la falta de pautas de autoridad reconocidas. El
10 Huntington, Samuel El orden político en las sociedades en cambio. Barcelona: Ediciones Paidós, 1972, p. 63.
11 lb., p.67.
12 Ib-, p. 72.
desarrollo de organizaciones políticas que ejerzan una autoridad efectiva y
originen intereses de grupo orgánicos -el aparato, la organización, el partido más
importante que los individuos y de grupos sociales, reduce las oportunidades de
corrupción [...]. La corrupción prevalece más en Estados que carecen de partidos
políticos efectivos, en sociedades donde predominan los intereses del individuo,
la familia, la camarilla, o el clan. En un sistema político en vías de modernización,
cuanto más débiles y menos aceptados son los partidos, mayores son las
posibilidades de corrupción.13
El discurso neoliberal que en el Perú insistió que a menos Estado menos
corrupción, falló desde la economía y desde la política. Aquí se combinó con el
énfasis en la tecnocracia y la apuesta antipartido y antipolítica. Las explicaciones
de Huntington desde décadas anteriores -1972- confirman el derrotero seguido.

13 Ib., P. 73.

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