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Aprenda a cerrar ciclos

Los negocios, los proyectos de vida y los amores que no se concluyen bien, tarde o
temprano pasan la cuenta. Saber cerrar ciclos es fundamental para seguir adelante.

Hacer una Gestalt es cerrar un ciclo de manera impecable. Asegurar que el papel que
tiramos a la caneca caiga adentro, que los platos queden bien lavados, que el mail de
trabajo cumpla lo que prometimos, que la pareja anterior quede clara y uno con ella. La
Gestalt, este movimiento psicoterapéutico nacido en Esalen (California), precursor del
“Aquí y el ahora”, es una invitación constante a vivir el presente, es un camino de
impecabilidad en donde cada ciclo es cerrado, completado de manera perfecta. Sólo así
podemos avanzar a otro nivel, a otro espacio de nuestra vida en una actitud plena, sin
ningún tipo de deuda.

Son las siete de la mañana y para Marco, un hombre de 30 años con ganas de convertirse
en un artista reconocido, el tiempo se le ha ido sin darse cuenta. Se levantó a las cinco, y
aunque han trascurrido dos horas, él aún está en pijama y temeroso de no poder cumplir
una cita para mostrar sus cuadros en una prestigiosa galería de la ciudad.

Se la ha pasado picando aquí y allá sin concretar nada. Empezó a tender la cama, pero
recordó que hoy vence el recibo del agua y se conectó a internet para pagarlo. Mientras
trataba de recordar su clave, un amigo lo saludó en el Messenger y se enganchó en esa
conversación por un par de minutos. Sin embargo, el sonido de la lavadora lo hizo
levantarse de la silla para poner un poco de suavizante a la ropa, justo en la mitad de ciclo.
Y así, iniciando uno y otro “ciclo”, se la ha pasado desde que abrió el ojo, haciendo mil y
una cosas sin terminar ninguna. Seguramente, mientras paga el recibo, habla con su
amigo por internet, termina de tender la cama, y espera que la lavadora acabe con su
tarea, le darán las diez de la mañana.

Y así es el resto de su vida: lleva dos años terminando la tesis de su pregrado, pero hace
seis meses decidió iniciar una carrera complementaria a distancia, y su tiempo no le
alcanza. Su vida afectiva no es muy distinta, está terminando una tormentosa relación de
cinco años y ya está enredado con alguien más. En fin, ciclos y ciclos sin cerrar.

Así es la vida de muchos. En un afán por aprovechar el tiempo, por sacarle partido a la
vida, empiezan decenas de cosas de manera simultánea y terminan “quemados” en todas.
Tropezando con sus objetivos y postergándolos después, porque todo lo que se han
propuesto al unísono se convierte en una orquesta destemplada que sólo genera ruido y
poca productividad.

Cadenas de amor
Uno de los temas más comunes en terapia se relaciona con aquel mal consejo popular:
“un clavo saca otro clavo”. En medio de una desilusión amorosa, o de una relación
desgastada que aún no acaba, y que son incapaces de terminar, se topan en la vida con
otro prospecto de pareja y, sin cerrar el ciclo anterior, inician una nueva relación que
termina amalgamada con la que aún está dando sus últimos respiros. Esto genera
confusiones y malestares emocionales de los cuales luego es muy difícil salir.

Así es. Parece que hacer duelos, los cuales obviamente duelen, es algo que pocos están
dispuestos a vivir. Y eso tiene una explicación clara: vivimos en una sociedad que le huye
al dolor y sólo celebra el placer; en medio de lo duro que puede ser terminar una relación
agonizante decidimos anestesiarnos con la novedad que nos ofrece un nuevo participante,
el que completa un trío amoroso con pocas esperanzas de vida sana. Amores inconclusos
se convierten en ciclos abiertos y trágicos.

El hombre orquesta
¿Y qué tal el caso de los proyectos de vida, esas personas “golosas” que aseguran que
“para dormir… está la muerte” y desde esa filosofía deciden vivir a mil por hora? Inician
una carrera y, a pesar de percibir dificultades para terminarla, deciden lanzarse a
comenzar otra. Sucede con los negocios. A partir de un hambre por hacer todo al tiempo
antes de que una sucursal llegue a punto de equilibrio, se lanzan a montar dos más. Y
nada más cercano que la historia de quienes, al llamado de un viaje, abandonan todo a ojo
cerrado, incluso dejando contratos de arrendamiento a medias, recibos sin pagar, amigos
embaucados con proyectos en común, trabajos que aseguraban crecimiento personal, y
hasta deudas con familiares, que más tarde se convierten en riñas “de sangre” que
quedarán sin saldar. Y está bien aprovechar oportunidades valiosas, pero no es inteligente
ni sano andar por la vida abriendo puertas para luego salir disparados de la escena sin
decir adiós.

Deudas de corazón
En lo que se refiere a los proyectos de vida de las personas, hay otros “negocios” que se
dejan sin cerrar y que se tapan con tierrita, pero que de manera inconsciente empiezan a
tallar en el corazón y en la salud emocional de las personas. Se trata de lo que
popularmente se conoce como “agarrones familiares”, esa pelea de antaño con mamá con
una causa justificada o no, y que provoca un distanciamiento. O las molestias entre
hermanos, que deciden no hablar entre sí y se declaran la guerra a muerte, muy a pesar
de que por sus venas corra la misma sangre. Todas estas peleas se convierten en una
preocupación inconsciente. Son como irse a dormir y dejar la ventana abierta: entra un frío
que si bien nos permite seguir durmiendo –o viviendo–, no nos deja conciliar el sueño
completamente. Es como tener una espinita imperceptible en la planta del pie, que nos
permite seguir adelante, pero que punza suavemente y no nos deja tranquilos.
Esos ciclos, esas heridas abiertas, interrumpen la vida misma. Es mejor mirar atrás,
caminar hacia ellas y curarlas para poder seguir adelante. Y si los ciclos académicos se
cierran terminando esa tesis que llevamos haciendo dos años, estas deudas del corazón o
ciclos abiertos, se cierran mirando a los ojos a esa persona con la que tenemos la pelea
casada para decirle eso que tanto queríamos decirle, siempre en pro de una conciliación
que nos permita sacarnos la espinita atravesada, y caminar con más libertad.

Cuando el pasado jalona


Los ciclos abiertos, esas puertas que dejamos de par en par, se convierten en una fuerza
que chupa nuestra energía. Aunque miremos hacia adelante y caminemos con fuerza,
siempre estarán llamándonos al pasado, esperando ser cerrados. Así que revise los suyos,
eche un vistazo a su caminar actual. Si los pasos que da no son fluidos, es posible que
haya dejado un par de cosas por resolver. Y si por estos días está picoteando en mil
situaciones y proyectos a la vez, pare por un momento para revisar su actitud, pues vivir
intensamente no es abrir miles de puertas para echar una probadita de lo que encuentra y
salir disparado. Vivir con intensidad es escoger un plato y disfrutarlo hasta el final.
Después, podrá pasar a lo que sigue.

Jorge Llano, psicoterapeuta alternativo

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