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ABORTO
La penúltima batalla dela moral dogmática*
mó que “el Estado no puede vivir sin la familia”, se oficializó la teoria Zalkind-
Makarenko de que la sexualidad subsuae energías al esfuerzo socialista y, por
consiguiente, se infundió en los jóvenes la práctica de la abstinencia: “Debéis,
pues, renunciar a muchos placeres que podrían suponer trabas —dice en una a-
locución de la época el comisario de Salud- para vuestros estudios y vuestra
futura participación en la reconstrucción del Estado”. Muerto Stalin en 1953 e
iniciado el “deshielo”, en 1955 se volvió a instituir el derecho al aborto. Una cla-
sificación actual de los paises según que el aborto a) esté prohibido; b) esté des-
penalizado parcialmente; c) exista mayor liberalización, incluye a la Unión So-
viética en el tercer caso.2.
Si bien se venia trabajando científicamente desde 1920, es en 1959 cuando
se difunde en Estados Unidos el primer anticonceptivo oral. Se abre así el ciclo
dc transformaciones que conduce a la legalización del aborto y fuera del cual
éste no puede ser comprendido por entero. Si bien la “pildora” es el gran remo-
vedor, sus efectos colaterales perjudiciales, hoy considerablemente disminui-
dos, dieron argumentos a los que se oponian a toda regulación anticonceptiva.
Esto explica que el dispositivo intrauteríno (DIU), de implementación masiva
posterior, haya sido para algunos, por su relativa mayor inocuidad, el método
más atravesado de mitos y controversias: “Es que precisamente el DIU es el mé-
todo que auténticamente produjo Una revolución sexual: le dio una libertad y u-
na independencia a la mujer de las que hasta el momento no había gozado. No
casualmente su aparición provocó una hecatombe en la Iglesia, que sistemáti-
camente se ha encargado de atacarlo”.3 A los diez años de generalizado el uso
de la anticoncepción hormonal, surge la primera ley que legaliza el aborto: la
de 1970 en Nueva York. Es notable que siendo una legislación pionera, su re-
dacción incluya una concepción amplia y libertaria del “consentimiento apro-
piado”. Vale la pena transcribirla: “1) Toda mujer adulta, menor emancipada (la
que se gana el sustento y/o no vive en el hogar paterno) o mujer de por lo me-
nos 17 años de edad, cualquiera que sea su grado de emancipación o estado ci-
vil, puede firmar el consentimiento para abortar. No se requiere el consenti-
miento del cónyuge. 2) Se requerirá consentimiento de los progenitores para ha-
cer abortar en otras menores de 17 años, pero no si, en la opinión del médico de
cabecera, el procurar el consentimiento de los padres haría peligrar la salud fí-
sica o mental de la paciente. 3) En todos los casos de aborto en menores sin el
consentimiento de los padres, se solicitará consulta psiquiátrica para que cons-
te que correria peligro la salud física o mental de la paciente”.“.
Esta amplia autonomía que se le concede a la mujer para decidir su aborto
es similar a la que rige actualmente en Cuba. Es importante consignar que en
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diámetro seco; con una lenta expansión no sólo dilatan el cuello sin dolor, sino
que también estimulan las contracciones uterinas. “Después de su empleo gene-
ralizado a través de más de veinticinco años no se mmorean siquiera complica-
ciones graves por el empleo de ellas para iniciar el proceso de aborto”. Aneste-
sicos, antibióticos y técnicas quirúrgicas complementarias son universales, sal-
vo algunas de estas últimas que el medio médico japonés ha desarrollado. Los
embarazos tempranos, de ocho a diez semanas, interrumpidos con este procedi-
miento de dilatación y curetaje (o legiado, o, vulgarrnente, raspado) inician u-
na intervención a la mañana y al anochecer la mujer se retira a su casa7. Indepen-
dientemente de la necesaria aactualización de estos datos, lo que importa es lo
que nos muestran como ideología médica distinta y como imaginario social di-
ferente. No aparece aquí rastro alguno de culpa judeo-cristiana. El conocimien-
to de estas variantes es lo que amplía nuestra comprensión de la problemática del
aborto, y esto es lo que se nos escamotea en la Argentina.
Ahora bien, de la prohibición absoluta del aborto a la permisividad absolu-
ta tenemos, pues, franjas jurídicas discemibles. Una de ellas considera que no e-
xiste ninguna obligación respecto del feto mientras éste dependa exclusivamen-
te de la madre; durante los tres primeros meses las mujeres tienen derecho a a-
bortar sin necesidad de invocar ninguna justificación. Otra establece una regu-
lación jurídica de las causas socioeconómicas que autorizan el aborto y que de-
ben verificarse en el procedimiento de autorización. Una tercera sólo despena-
liza el aborto bajo circunstancias estrictas; hace lugar al denominado aborto te-
rapéutico, al eugenésico, al ético. Es la franja jurídica que corresponde ala Ar-
gentina. La que ofrece mayores complicaciones de implementación es la segun-
da, pues da lugar a que el aborto se demore o se entorpezca por la resistencia i-
deológica de jueces, médicos y funcionarios a los que la ley les adjudica una in-
tervención mayor o menor en el procedimiento de autorización. Es una solución
intermedia, que se debate entre concepciones abortistas y antiabortistas domi-
nantes en la sociedad de que se trate. En el caso, por ejemplo, de España, cons-
tituye en ese sentido un paso adelante pero cubierto de dificultades. Es interesan-
te, por lo tanto, para completar este breve panorama, conocer este tipo de texto,
que concede y obstruye al mismo tiempo, y que nosotros conocimos en la dis-
cusión del divorcio.
En 1985 se refonnó por ley el artículo 417 del Código Penal español y comen-
zó a regir este texto: “No será punible el abono practicado por un médico, o ba-
jo su dirección, en centro o establecimiento sanitario, público o privado, acredi-
tado y con consentimiento expreso de la mujer embarazada, cuando ocurra al-
guna de las circunstancias siguientes: 1) que sea necesario para evitar un grave
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peligro para la vida o la salud física o psíquica de la embarazada y así conste en
un dictamen médico con anterioridad a la intervención por un médico de la es-
pecialidad correspondiente, distinto de aquel por quien o bajo cuya dirección se
practique el aborto. En caso de urgencia por riesgo vital para la gestante, podrá
prescindirse del dictamen y el consentimiento expreso. 2) Que el embarazo se-
a consecuencia de un hecho consecutivo de delito de violación del articulo 429,
siempre que el aborto se practique dentro de las doce primeras semanas de ges-
tación y que el mencionado hecho hubiese sido denunciado. 3) Que se presuma
que el feto habrá de nacer con graves taras físicas o psíquicas, siempre que el
aborto se practique dentro de las veintidós primeras semanas de gestación y que
el dictamen, expresado con anterioridad a la práctica del abono, sea emitido por
los especialistas del centro o establecimiento sanitario, público o privado, acre-
ditado al efecto, y distintos de aquel por quien o bajo cuya jurisdicción se prac-
tique el aborto“.
Las circunstancias 2a y 3a nos son conocidas; el avance estriba obviamen-
te en la 1‘. Tenemos, pues, el “grave peligro... a la salud psíquica de la emba-
razada”; ésta es la puerta que se abre. Se necesitan dos requisitos que no depen-
den de la embarazada: un médico que firme el dictamen y otro que practique el
aborto; éstas son las puertas que pueden cerrarse. Han surgido en España pro-
fesionales que se declaran “objetores de conciencia” y se niegan a realizar abor-
tos; si son jefes, presionan a los subordinados que no tienen impedimentos; o-
tros exigen análisis y radiografías innecesarios para demorar la intervención se-
manas y hasta meses, por lo que las embarazadas deben trasladarse a otros hos-
pitales, incluso ciudades. Nosotros conocemos en Buenos Aires estas dificul-
tades, o similares, en los escasos cuatro hospitales en donde se instalaron a par-
tir de 1986 los llamados Servicios de Procreación Responsable; los jefes de e-
llos, o los que los suceden, determinan a su arbitrio qué tipo de información se
sumistrará y qué anticonceptivos serán o no serán instrumentados. Hace poco,
un flamante dictador de guardapolvo decretó la excomunión del DIU en su ser-
vicio y la consiguiente prohibición a sus ginecólogos de que lo coloquen a pa-
ciente alguna. Por eso, en España respecto del aborto y en la Argentina respec-
to de la anticoncepción, se hacen esfuerzos por ampliar la legislación y corre-
gir las ambigüedades con redacciones más taxativas. En este sentido, de los dos
proyectos presentados en setiembre de 1990 sobre métodos anticonceptivos y
regulación familiar, el de los senadores Gass-Malharro de Torres es tan vago e
impreciso que se toma inocuo, mientras que el de los diputados Cafiero-Abda-
la-Alvarez-Caviglia contiene enumeraciones y explicitaciones que, de aprobar-
se, impedirían las manipulaciones hospitalarias o las reducirían considerable-
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mente. Por ejemplo, el texto del articulo 79: “Los métodos anticonceptivos que
los profesionales médicos podrán prescribir serán los siguientes: a) De absti-
nencia periódica, b) Hormonales, c) De barrera: óvulos, cremas esperrnicidas,
diafragma, dispositivos intrauterinos y condón”.
Es importante señalar, por último, que en España no prosperó el recurso de
anticonstitucionalídad que en 1983 paralizó durante dos años el proyecto de ley
de aborto, ni, en 1982, fueron condenadas las once mujeres juzgadas por abor-
to en la Audiciencia Provincial de Bilbao, porque se admitió que la constitución
española no reconoce la protección jurídica de la “vida en formación” y la de-
riva a la madre que la porta. Resulta fácil comprender, por lo tanto, cuál hubie-
ra sido el alcance de la reforma constitucional bonaerense plebiscitada en 1990
que incluía esa tutela “desde la concepción”.
Las fluctuaciones históricas de la moral teológica
la objeción del aborto no está basada en la vida del feto sino en las posiciones
con respecto a la sexualidad, la anticoncepción y el contacto sexual; el propósito
del sexo debe ser la procreación. [...] En el principio que rige la posición de la
Iglesia Católica Romana hoy en día y en sus objeciones al aborto subyace la
condena a la mujer que ejerce su sexualidad fuera de los límites consagrados de
la procreación, el matrimonio y la familia. Ninguna mujer puede escapar a la
maldición divina que condenó a Eva a parir sus hijos con dolor como castigo por
el pecado original, y aquella que se atreva a intentar evitar el castigo divino
deberá pagarlo con la excomunión o la muerte”.‘°
Dos grandes procesos que conciernen a la cultura, por lo tanto, condicionan
los cambios y los énfasis en las posiciones de la Iglesia Católica Romana. Por
un lado, las modificaciones en las costumbres sexuales; por el otro, las
transformaciones científicas en el ámbito de la genética y de la psicologia. La
interrelación de ambos procesos ha ido alterando notablemente en las últimas
décadas el imaginario socia], la subjetividad colectiva: alteración de hábitos, de
valores, de ideas, de convicciones morales. Durante siglos la fisiología de la
reproducción fue prácticamente desconocida, lo que la inducia a las conjeturas
del misterio y ala sumisión a designios que escapaban al hombre. Hoy éste la
conoce y con los anticonceptivos la controla. La sexualidad se le ha hecho
también inteligible en la conceptualización del erotismo; se ha afirmado en el
hombre su discernimiento de la procreación. A todo esto, a partir de la segunda
posguerra se incuba lo que se conoce como la irrupción social del deseo, que
estalla en los sesenta con la “revolución sexual”. Parece suficiente para
comprender los giros de la Iglesia, y acaso demasiado.
mos-—, que, desde el punto de vista de la filosofía social, la persona es tal cuan-
do se constituye en sujeto humano-social, vale decir, capaz de establecer por sí
relaciones histórico-sociales. Un niño recién nacido, abandonado en un zaguán
o convenientemente atendido en una sala de partos, es ya, y sólo a partir de a-
hí, un sujeto humano-social: existe en una red de relaciones con otros seres de
una manera autónoma y a la vez heterónoma. Su condición humana no habla de
ninguna “naturaleza” inmutable ni metafísica sino de su condición de ser entre
otros seres, de ser en sociedad. Antes de ser histórica y socialmente, no es. Su
heteronomía es esa condición necesaria de relación con los otros, sin la cual la
persona se reduce a individuo y con la cual funda su autonomía trascendente,
su capacidad de dar a los otros y recibir de ellos. Esta concepción moral-social
se opone a la del individualismo liberal por razones que se desprenden fácilmen-
te“. El criterio de persona que formulamos se sustenta en la convicción laica de
la existencia histórico-social (ni meramente biológica ni dogmáticamente divi-
na) de la sociedad humana. El hombre solo, o reducido a su condición biológi-
ca presocial, no existe como entidad humano-social. Es en su relación fáCtico-
simbólica con otros hombres que puede instaurar valores, erigir ideales, dar sen-
tido a la ética. Este criterio, que nace en los griegos y se consolida en el largo
ciclo de secularización de la modernidad, rechaza explícitamente el punto de
vista religioso y no puede, por lo tanto, reclamar universalidad.
Mientras permanezca en el seno femenino, carece de sostén racional atri-
buirle al feto índole de persona, pues el feto no sólo no puede establecer por sí
relación histórico-social alguna, sino que, en el nivel primario fisiológico, su su-
pervivencia depende de la de la mujer. Es difícil comprender cómo un apéndi-
ce de otra persona pueda ser él al mismo tiempo persona. Para sortear esta di-
ficultad que resalta por sí misma, se acude al recurso casuístico de denominar
al feto “proyecto de persona” o “persona en potencia” o “persona por nacer”. El
corrimiento tiene el objeto de recargar simbólicamente al feto con los atributos
de la persona y hacer de él así un disparador de culpas e inhibiciones: crimen
de un inocente, asesinato de los que no pueden hablar, homicidio mostruoso...
Muchas personas, demostrando que no son conscientes de que ponen en juego
más los sentimientos que las razones, exclaman que la supresión de una “per-
sona en potencia” es un asesinato; ni siquiera reparan en que están utilizando u-
na fórmula que niega realidad actual al sujeto sobre el que predican la reproba-
ción. Estos sentimientos, que merecen respeto por su sinceridad, son instrumen-
tados ideológicamente por los antiabonístas. A veces el desplazamiento se evi-
dencia consciente y entonces no puede ocultarse la manipulación. Tal es lo que
acontece con el documental televisivo “El grito silencioso”, un trucaje efectis-
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Los teólogos católicos más progresistas suelen hablar del efecto “ruptura del
dique”. Lo he visto utilizado respecto del aborto o de la eutanasia. Se da a en-
tender con ello que, legalizado esto o aquello, ya nada contendrá las aguas . . .
de la inmoralidad. Si se autorizara la eutanasia, dice un teólogo de la Universi-
dad Pontificia Comillas, lo más probable es que a continuación se empezaría a
justificar la eliminación de todo enfermo terminal, luego de los ancianos impro-
ductivos, más adelante de los recien nacidos malformados... Evoco a un teólo-
go preconciliar“ no a un miembro argentino de Tradición, Familia y Propiedad
que nos anuncian’a directamente el imperio de Sodoma y Gomorra a la media
hora exacta de aprobada la despenalización. Aquel sabe ver, por lo tanto, la in-
fluencia de una sociedad cada vez más atomizada, despersonalizada e insolida-
ria. No obstante, no puede evitar la propensión a juzgar que toda moral se sos-
tiene sobre principios religiosos, sin los cuales o con cuyo debilitamiento la mo-
ral de conciencia se desploma o como mínimo se desnorta. Pero lo más sinto-
mático del pensamiento religioso, aun en sus variantes más inteligentes, es la di-
ficultad que encuentra para percibir la ruptura histórico-social del dique. Esta
no se ha producido en las formas jurídicas que acompañan, siempre tardíamen-
te, las modificaciones de las costumbres, sino en la dimensión trastrocante de
una de esas modificaciones. Me refiero a los medios anticonceptivos masiviza-
dos.
La materialización generalizada de la anticoncepción ha trastrocado el uni-
verso imaginario y axiológico de Occidente. Esta es la verdadera quiebra del di-
que. Como sucede en este tipo de represas cuando se agrietan o desmoronan, la
inundación no ha sido, ni puede ser, inmediata. Los efectos en la subjetividad
social que ha acarreado y seguirá acarreando el uso difundido de los medios an-
ticonceptivos es inmensurable y de largo plazo. Su solo enunciado, si capta la
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teológico. Los juegos eróticos no interesan a la persona; se trata, pues, como di-
jimos, de la persona teológica desexuada. No ha cambiado nada: el erotismo si-
gue siendo inmoral, es pecado.
Hemos llegado al punto esencial, inconciliable para la moral dogmática de
la Iglesia Católica Romana. La Iglesia vacía la índole humano-social del “amor
conyugal”, que es el deseo sexual. Lo ha negado siempre y además lo ha demo-
nizado; los nuevos discursos no consiguen liberarla de este círculo teológico de
la persona desexuada. No se quiere aceptar el deseo como atributo específico del
hombre, pues es precisamente el erotismo lo irreductiblemente humano, más
que la procreación. El deseo sexual es una construcción humano-social, fuera
de cuyo ámbito cultural (símbolos, aprendizajes, fantasías, técnicas, dones mu-
tuos) es impensable e indefinible. El orgasmo es la consumación de la plenitud
erótica; no subsume al erotismo, pero es en el orgasmo donde se nos revela la
naturaleza y completud del erotismo. La Iglesia Católica Romana se empecina
en reglar un “amor conyugal” sin erotismo ni orgasmo. ¿No sería ya atinado que
desactivara teológicamente la sexualidad y dejara su regulación a cargo de los
seres humanos?
La encrucijada de lo humano
Entre los sacudones del destape español, Josep Vincent Marqués titulaba su
incisiva reflexión sobre la sexualidad ¿Qué hace e! poder en tu cama?. Podrí-
a remedársela a la inversa: ¿Qué hace la anticoncepción en la Iglesia? En es-
ta como en aquella los términos de las preguntas son inconciliables. Se lo lla-
me “procreación consciente” como Knaus o “planificación familiar” como Bi-
llings, lo cierto es que se trata de la decisión de no concebir. Es anticoncepción,
y los métodos Ogina-Knaus y Billings son anticonceptivos. No hay casuística
que disimule esto. Si la Iglesia Católica Romana acepta la anticoncepción só-
lo puede hacerlo a costa de modificar su dogmática sexual. Enuncie o disimu-
le las modificaciones, poco importa, la dogmática está siendo desacatada y u-
na nueva moral sexual se abre camino entre los propios católicos. Es el enten-
dimiento de que la relación sexual no está sujeta a una moral específica, como
lo pretende la Iglesia, sino que se inscribe en la moral de las relaciones huma-
no-sociales. La sexual es, moralmente considerada, una relación más entre a-
quellas que constituyen lo humano en sociedad. Esta concepción de lo moral
en lo sexual no es extraña incluso a algunos sectores católicos progresistas: “El
paradigma para las relaciones debe ser el mismo que el paradigma para todas las
otras relaciones; el de la justicia. Que ambas partes se respeten mutuamente, que
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NOTAS
l) Kate Millet, Política sexual, México, Aguilar, 1975, p. 224: del apartado que dedica ala Unión
Soviética, pp. 224-235, tomo el resto de los datos.
2) Concha Cifn'án, Carmen Martínez Ten, Isabel Serrano. La cuestión del aborto, Barcelona, I-
caria, 1986, p. 47.
150 MARZO 1991
3) Dr. Carlos Burgo, Sur, l2 de agosto de 1990.
4) Selig Neubardt y Harold Schulman, Técnicas de aborto, Buenos Aires, Editorial Médica Pa-
namericana, 1976, p. 20.
5) Dr. C. Burgo, op. cit.
6) K. Millet, op. cit., p. 230 y n. 42.
7) Cfr. Selig Neubardt, “La experiencia japonesa", en S.N. y H. Schulman, op. cit., pp. 137-150.
8) C. Cifrián y otras, op. cit., p. 53.
9) Jane Hurst, La historia de las ideas sobre el aborto en la Iglesia, Washington, Catholica for
a Free Choice, s/f., p. 30; el entrecomillado interior pertenece a John McKensie, The Roman
Catholic Church, 1971.
10) Reportaje a la teóloga norteamericana Frances Kissling, en Yo aborto. Tu’ abortas. Todos ca-
llamos. Montevideo, Ediciones Codidiano Mujer. 1989, pp. 49-50 y 53.
ll) Juan Carlos Scannone, S.J., Evangelización, cultura y teología, Buenos Ailres, Guadalupe,
1990, p. 28-29 (apartado “Rechazo de la modemidad y actitud conservadora"); el subrayado
es del autor.
12) Daniel Fainstein, “El aborto terapéutico está permitido", Nueva Sión, N9 726, 30 de julio de
1990. El autor es decano de estudios del Seminario Rabínico Latinoamericano.
13) Rabino León Klenicki. Perspectivas teológicas judías sobre el aborto, Buenos Aires, Olam Se-
guros, 1980, p. 1; cit. por D. Fainstein, op. cit.
14) Otra vez más habría que señalar hasta qué punto enrarece el debate sobre el aborto la existen-
cia de una iglesia “conservadora yantimodema", que baja línea desde “un sistema de princi-
pios doctrinales ahistóricos". Desde una teología renovadora la controversia se situaría en un
marco pluralista. Si la fe aparece como "mediación" entre la cultura y la historia y la trascen-
dencia ética consiste —en primer lugar- en la irreductible alteridad, indisponible imprevisi-
bilidad e intangible dignidad de la libertad del otro y del sí-mismo en cuanto otro para los o-
tros en el seno del nosotros" (Juan Carlos Scannone. S. 1., Nuevo punto de partida en [afila-
sofía latinoamericana, Buenos Aires, Guadalupel 1990, p. 189), se hace factible presumir que
la discusión no ocultaría los puntos irreconciliables pero se haría inteligible, tolerante y segu-
ramente provechosa para todos.
15) Cfr., p. ej. los interesantes trabajos de varios autores en La eutanasia y el derecho a morir con
dignidad, Madrid, Ediciones Paulinas, Universidad Pontificia Comillas, 1984. La sola lectu-
ra aun superficial de estos textos resalta el atraso intelectual de la iglesia argentina y el simplis-
mo retrógrado de sus posiciones.
16) Escapa a los intereses de este trabajo la consideración crítica del carácter cientificista, eficien-
tista y productivi sta de dicha “racionalidad”, que reivindica el pensamiento liberal y compar-
te en mucho el marxista.
17) Silvio Botero Giraldo. Amor y sexualidad hoy, Bogotá (Colombia), Ediciones Paulinas, 1988,
p. 50.
18) Ibídem, p. 44.
19) Recojo el término de un investigador católico: “... la religión de la Edad Media, ciertamente ad-
mirable, pero estropeada por un cierto terrorismo concentrado en la noción de culpa. /.../ La a-
pologética de esc tiempo suponía, menos que en el siglo XVII, pero de todas maneras con con-
tinuidad e intensidad, que era necesario apelar a la culpabilidad y al temor para obtener la con-
versión de los espíritus y el retorno de las almas" (Georges Hourdin, Francisco, Clara y los
otros. Laicos que revolucionar: a la Iglesia. Buenos Aires, Guadalupe, 1987, pp. 223 y 151).
20 Cfr. Francoise Dolto, Sexualidad femenina, Libido, erotismo, frigidez, Buenos Aires, Paidós,
1983.
CUADERNOS DEL SUR 12 151
21) Dos cuestiones respecto del psicoanálisis no pueden ser desplegadas aquí pero resulta conve-
niente enunciarlas. La primera atañe al ambivalente papel histórico-cultural del psicoanálisis
como, por un lado, formidable removedor de cristalizaciones y prejuicios sobre el sexo y, por
el otro , como continuador, a través de una "traducción" a un nuevo lenguaje científico, de cier-
tas concepciones patriarcales-conservadoras. Lo último se refiere en particular a las teorizacio-
nes freudianas sobre la psicología femenina, de las que la hipótesis de la “envidia del pene" ha
resultado más severamente cuestionada. Esta discusión tiene su historia y continúa abierta. La
segunda cuestión concierne en particular a sociedades como la argentina, de amplia acogida a
la clínica psicoanal ítica y que, al contrario de la anterior, no cuenta todavía con desarrollos su-
ficientes. ¿En qué medida la psicoterapia psiconalítica generalizada no ha infundido, o mejor
re-infundido, culpabilizaciones en el aborto, la homosexualidad y otras situaciones problemá-
ticas? A la falta de investigaciones empíricas debe añadirse la autooensura corporativa de nues-
tra comunidad profesional. celosa siempre de reverdecer su élan ph -E asista al par que depo-
sita en la psiquiatría todo conservadorismo.
22) Pablo VI, encíclica “Humanae Viltae" (n. 9); cit. por S. Botero Giraldo, 0p. cit., p. 51.
23) Ibídem, pp. 55, 65 y 79: la segunda transcripción no es texto del autor sino de “El cuidado de
las personas homosexuales", declaración de la Sagrada Congregación para la Doctrina de la Fe,
del lQ de octubre de 1986.
24) Ibr'dem, p. 38.
25) Teóloga F. Kissling, reportaje ciL, p. 50.
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r REVISTA DE POUTlCA. ECONGMIA, CULÏURA v comumcncrou
oc-r, ¡nom PHODUCIDA POR ESÏUDIANTES. GRADUADOS Y DOCENTES DE LA UNIVERSIDAD DE BUENOS mnEs
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