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Cuadernos del Sur

Número 12. Marzo de 1991


CUADERNOS DEL SUR 12 125

ABORTO
La penúltima batalla dela moral dogmática*

Carlos Alberto Brocato

La despenalización, aun parcial, del aborto ha suscitado profundos y apasio-


nados debates en todas las sociedades nacionales en que se la consiguió o inten-
tó. Más aún su legalización. Es una cuestión por demás involucrante, ante la cual
nadie se ha mostrado indiferente o desinteresado. Tampoco se ha podido desim-
plicarla de la problemática en que se inscribe, la de la sociedad patriarcal, las
concepciones sobre la familia, los discursos de la sexualidad, la opresión de la
mujer, temas que inevitablemente han sido arrastrados al centro de la polémi-
ca. Hay una lógica social en este doble vínculo, que concierne a lo imaginario
y a lo ideológico, a lo que los sujetos sociales vivencian y a lo que los discur-
sos dominantes y los cuestionadores patrocinan. Tales debates han sido, en su-
ma, ricos y removedores y, sea cual fuere el estatuto legal que ha surgido de e-
llos, han resultado provechosos para esas sociedades. Las hacen madurar, las
tornan adultas.
En la Argentina, hoy, se observa algo diferente, o más bien contrapuesto. El
debate se asordina o se inhibe. La pluralidad de posiciones es burlada y predo-
mina ostensiblemente la conservadora-oscurantísta. Los esfuerzos por desi-
mplicar el aborto de la problemática conexa son permanentes, adquieren el ca-
rácter de un mandato del establishment y en la escena pública masiva obtienen
’ El texto que publicamos forma parte de un libro que se publicará próximamente.
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por lo general su objetivo. Además, los antiabortistas se revisten de defensores


de los derechos humanos, de la vida, con lo que logran un efecto sorprenden-
te pues en la mayor parte de ellos es conocido que tal defensa no se extiende de
hecho más allá del feto. Han dado pruebas repetidas de no reaccionar ante la vul-
neración de los nacidos como lo hacen ahora ante los por nacer.
Este trabajo intenta, sin ocultar la involucración de su autor —como la de
todos los que opinamos sobre el aborto- restaurar las implicaciones y víncu-
los tan celosamente ocultados.

Breve panorama histórico-legal

Anticoncepción y aborto constituyen una pareja temática inescindible y és-


ta no puede a la vez pensarse sino vinculada a las restantes cuestiones de la se-
xualidad. La primera experiencia contemporánea importante se registró en la
Revolución Rusa: se legalizaron la anticoncepción y el aborto, el matrimonio
libre y el divorcio. Se derogó el concepto de ilegitimidad de los hijos; el inces-
to, el adulterio y la homosexualidad se suprimieron del código penal. En diciem-
bre de 1917 y en octubre de 1918 se dictaron decretos por los que se proclama-
ba el derecho absoluto de la mujer a regular su propia vida económica, social
y sexual, “así como a elegir su domicilio y avecindamiento, y a conservar su
apellido“. El 20 de noviembre de 1920 se legalizaron los abortos llevados a ca-
bo en centros hospitalarios; en 1927 se reconoció el matrimonio por cohabita-
ción. La tentativa de combinar esta base legal con medidas económicas que per-
mitieran asegurar su desarrollo social (guarderías, colectivización de las faenas
domésticas, permisos por maternidad, igualdad para las mujeres en las oportu-
nidades de trabajo, etcétera) no prosperó, primero por razones económicas y
después por involución ideológica. El congreso de 1932, fundándolo en razo-
nes predominantemente demográficas, condenó el aborto; en 1936, el segundo
plan quinquenal proscribió la interrupción de los primeros embarazos; en 1944
el aborto fue repenalizado. La nueva ley de divorcio de 1936 castigaba “la con-
fusión del apasionamiento con el amor” e imponía multas. Se derogó el matri-
monio por cohabitación. En 1934 se decretó el encarcelamiento de los homo-
sexuales, con penas de tres a ocho años; se restituía así el antiguo precepto za-
rista. Se reintrodujo el concepto de nacimiento ilegítimo. Por ley de 1935 los pa-
dres se hicieron de nuevo responsables de la educación y conducta de sus hijos.
En lugar de los camaradas y amantes revolucionarios, se erigieron en figuras ar-
quetipicas la madre y el soldado hcroicos; las ideas de Engels sobre el amor se-
xual individual fueron calificadas de “burguesas” e “irresponsables”; se procla-
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mó que “el Estado no puede vivir sin la familia”, se oficializó la teoria Zalkind-
Makarenko de que la sexualidad subsuae energías al esfuerzo socialista y, por
consiguiente, se infundió en los jóvenes la práctica de la abstinencia: “Debéis,
pues, renunciar a muchos placeres que podrían suponer trabas —dice en una a-
locución de la época el comisario de Salud- para vuestros estudios y vuestra
futura participación en la reconstrucción del Estado”. Muerto Stalin en 1953 e
iniciado el “deshielo”, en 1955 se volvió a instituir el derecho al aborto. Una cla-
sificación actual de los paises según que el aborto a) esté prohibido; b) esté des-
penalizado parcialmente; c) exista mayor liberalización, incluye a la Unión So-
viética en el tercer caso.2.
Si bien se venia trabajando científicamente desde 1920, es en 1959 cuando
se difunde en Estados Unidos el primer anticonceptivo oral. Se abre así el ciclo
dc transformaciones que conduce a la legalización del aborto y fuera del cual
éste no puede ser comprendido por entero. Si bien la “pildora” es el gran remo-
vedor, sus efectos colaterales perjudiciales, hoy considerablemente disminui-
dos, dieron argumentos a los que se oponian a toda regulación anticonceptiva.
Esto explica que el dispositivo intrauteríno (DIU), de implementación masiva
posterior, haya sido para algunos, por su relativa mayor inocuidad, el método
más atravesado de mitos y controversias: “Es que precisamente el DIU es el mé-
todo que auténticamente produjo Una revolución sexual: le dio una libertad y u-
na independencia a la mujer de las que hasta el momento no había gozado. No
casualmente su aparición provocó una hecatombe en la Iglesia, que sistemáti-
camente se ha encargado de atacarlo”.3 A los diez años de generalizado el uso
de la anticoncepción hormonal, surge la primera ley que legaliza el aborto: la
de 1970 en Nueva York. Es notable que siendo una legislación pionera, su re-
dacción incluya una concepción amplia y libertaria del “consentimiento apro-
piado”. Vale la pena transcribirla: “1) Toda mujer adulta, menor emancipada (la
que se gana el sustento y/o no vive en el hogar paterno) o mujer de por lo me-
nos 17 años de edad, cualquiera que sea su grado de emancipación o estado ci-
vil, puede firmar el consentimiento para abortar. No se requiere el consenti-
miento del cónyuge. 2) Se requerirá consentimiento de los progenitores para ha-
cer abortar en otras menores de 17 años, pero no si, en la opinión del médico de
cabecera, el procurar el consentimiento de los padres haría peligrar la salud fí-
sica o mental de la paciente. 3) En todos los casos de aborto en menores sin el
consentimiento de los padres, se solicitará consulta psiquiátrica para que cons-
te que correria peligro la salud física o mental de la paciente”.“.
Esta amplia autonomía que se le concede a la mujer para decidir su aborto
es similar a la que rige actualmente en Cuba. Es importante consignar que en
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ambos casos la permisividad parece haberse acompañado de una utilización


peculiar del aborto en algunos sectores, por lo cual éste, de último recurso an-
te el embarazo ocasionado por falla del anticonceptivo, se transforma de hecho
en un método de anticoncepción. Este despla7amiento no tiene una explicación
unívoca. Algunos observadores afirman que en Cuba incide, en el marco de la
liberalización sexual, un cierto imaginario erótico popular en el que está fuer-
temente anclada la resistencia al uso de los instrumentos anticonceptivos por-
que reducen o estorban el placer. Esto hablaría, en todo caso, de una particu-
larización cultural de un principio universal de la liberación sexual, puesto que
para esta última la elección de un método anticonceptivo, salvo contraindica-
ciones médicas, “debe acentuar —como lo señala el ginecólogo argentino ya
mencionado- la búsqueda de una sexualidad libre, donde el placer pueda ins-
talarse con la menor traba posible". Para Millett, la explicación de ese uso, que
registra tanto en la URSS de los años 30 como en los Estados Unidos de los 70,
se corresponde con los mecanismos de culpa. En la URSS, “constituía, de he-
cho, un resultado del sentimiento de culpa sexual que impedía a las mujeres be-
neficiarse de los métodos anticonceptivos disponibles”; y agrega en una nota
al pie: “Cabe observar el mismo fenómeno en la Norteamérica de nuestros dí-
as, donde las estudiantes y otras jóvenes descuidan la utilización de métodos
anticonceptivos, impulsadas por un deseo inconsciente de quedar embaraza-
das, como ‘castigo’ por su ‘culpa’ reprimida”.6
Es interesante una tercera explicación, que concierne a un uso nacional del
aborto y por consiguiente a una cultura singular. La expone con detalle el doc-
tor Neubardt en el libro citado. En octubre de 1970 realizó un viaje de tres se-
manas por el Japón para interiorizarse de las técnicas de aborto allí empleadas
e intercambiar experiencias. Lo primero que llama la atención es el dato de que
el aborto voluntario está legalizado en ese país desde 1945. Lo segundo es lo
que ya sugerí: el aborto está generalizado como anticoncepción. Pero la razón
de ese hábito se encuentra aquí en el establishment médico, no en las mujeres.
Los médicos japoneses, y con ellos el gobierno, rechazan la anticoncepción o-
ral por razones, a juicio del doctor Neubardt, discutibles, pero compartidas en
todos los servicios hospitalarios. Algunos métodos mecánicos son conocidos
pero no están difundidos, y sólo el preservativo es usado, pero al parecer con
bastantes reticencias. Se sostiene que el aborto con utilización de laminarias es
el medio más saludable para la mujer de resolver la concepción no deseada. Las
laminarias son algas marinas comprimidas en cilindros de cinco centímetros de
largo y distintos diámetros, envasadas en bolsas de plástico esterilizadas. Una
vez introducidas y en contacto con las secreciones, ensanchan cinco veces su
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diámetro seco; con una lenta expansión no sólo dilatan el cuello sin dolor, sino
que también estimulan las contracciones uterinas. “Después de su empleo gene-
ralizado a través de más de veinticinco años no se mmorean siquiera complica-
ciones graves por el empleo de ellas para iniciar el proceso de aborto”. Aneste-
sicos, antibióticos y técnicas quirúrgicas complementarias son universales, sal-
vo algunas de estas últimas que el medio médico japonés ha desarrollado. Los
embarazos tempranos, de ocho a diez semanas, interrumpidos con este procedi-
miento de dilatación y curetaje (o legiado, o, vulgarrnente, raspado) inician u-
na intervención a la mañana y al anochecer la mujer se retira a su casa7. Indepen-
dientemente de la necesaria aactualización de estos datos, lo que importa es lo
que nos muestran como ideología médica distinta y como imaginario social di-
ferente. No aparece aquí rastro alguno de culpa judeo-cristiana. El conocimien-
to de estas variantes es lo que amplía nuestra comprensión de la problemática del
aborto, y esto es lo que se nos escamotea en la Argentina.
Ahora bien, de la prohibición absoluta del aborto a la permisividad absolu-
ta tenemos, pues, franjas jurídicas discemibles. Una de ellas considera que no e-
xiste ninguna obligación respecto del feto mientras éste dependa exclusivamen-
te de la madre; durante los tres primeros meses las mujeres tienen derecho a a-
bortar sin necesidad de invocar ninguna justificación. Otra establece una regu-
lación jurídica de las causas socioeconómicas que autorizan el aborto y que de-
ben verificarse en el procedimiento de autorización. Una tercera sólo despena-
liza el aborto bajo circunstancias estrictas; hace lugar al denominado aborto te-
rapéutico, al eugenésico, al ético. Es la franja jurídica que corresponde ala Ar-
gentina. La que ofrece mayores complicaciones de implementación es la segun-
da, pues da lugar a que el aborto se demore o se entorpezca por la resistencia i-
deológica de jueces, médicos y funcionarios a los que la ley les adjudica una in-
tervención mayor o menor en el procedimiento de autorización. Es una solución
intermedia, que se debate entre concepciones abortistas y antiabortistas domi-
nantes en la sociedad de que se trate. En el caso, por ejemplo, de España, cons-
tituye en ese sentido un paso adelante pero cubierto de dificultades. Es interesan-
te, por lo tanto, para completar este breve panorama, conocer este tipo de texto,
que concede y obstruye al mismo tiempo, y que nosotros conocimos en la dis-
cusión del divorcio.
En 1985 se refonnó por ley el artículo 417 del Código Penal español y comen-
zó a regir este texto: “No será punible el abono practicado por un médico, o ba-
jo su dirección, en centro o establecimiento sanitario, público o privado, acredi-
tado y con consentimiento expreso de la mujer embarazada, cuando ocurra al-
guna de las circunstancias siguientes: 1) que sea necesario para evitar un grave
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peligro para la vida o la salud física o psíquica de la embarazada y así conste en
un dictamen médico con anterioridad a la intervención por un médico de la es-
pecialidad correspondiente, distinto de aquel por quien o bajo cuya dirección se
practique el aborto. En caso de urgencia por riesgo vital para la gestante, podrá
prescindirse del dictamen y el consentimiento expreso. 2) Que el embarazo se-
a consecuencia de un hecho consecutivo de delito de violación del articulo 429,
siempre que el aborto se practique dentro de las doce primeras semanas de ges-
tación y que el mencionado hecho hubiese sido denunciado. 3) Que se presuma
que el feto habrá de nacer con graves taras físicas o psíquicas, siempre que el
aborto se practique dentro de las veintidós primeras semanas de gestación y que
el dictamen, expresado con anterioridad a la práctica del abono, sea emitido por
los especialistas del centro o establecimiento sanitario, público o privado, acre-
ditado al efecto, y distintos de aquel por quien o bajo cuya jurisdicción se prac-
tique el aborto“.
Las circunstancias 2a y 3a nos son conocidas; el avance estriba obviamen-
te en la 1‘. Tenemos, pues, el “grave peligro... a la salud psíquica de la emba-
razada”; ésta es la puerta que se abre. Se necesitan dos requisitos que no depen-
den de la embarazada: un médico que firme el dictamen y otro que practique el
aborto; éstas son las puertas que pueden cerrarse. Han surgido en España pro-
fesionales que se declaran “objetores de conciencia” y se niegan a realizar abor-
tos; si son jefes, presionan a los subordinados que no tienen impedimentos; o-
tros exigen análisis y radiografías innecesarios para demorar la intervención se-
manas y hasta meses, por lo que las embarazadas deben trasladarse a otros hos-
pitales, incluso ciudades. Nosotros conocemos en Buenos Aires estas dificul-
tades, o similares, en los escasos cuatro hospitales en donde se instalaron a par-
tir de 1986 los llamados Servicios de Procreación Responsable; los jefes de e-
llos, o los que los suceden, determinan a su arbitrio qué tipo de información se
sumistrará y qué anticonceptivos serán o no serán instrumentados. Hace poco,
un flamante dictador de guardapolvo decretó la excomunión del DIU en su ser-
vicio y la consiguiente prohibición a sus ginecólogos de que lo coloquen a pa-
ciente alguna. Por eso, en España respecto del aborto y en la Argentina respec-
to de la anticoncepción, se hacen esfuerzos por ampliar la legislación y corre-
gir las ambigüedades con redacciones más taxativas. En este sentido, de los dos
proyectos presentados en setiembre de 1990 sobre métodos anticonceptivos y
regulación familiar, el de los senadores Gass-Malharro de Torres es tan vago e
impreciso que se toma inocuo, mientras que el de los diputados Cafiero-Abda-
la-Alvarez-Caviglia contiene enumeraciones y explicitaciones que, de aprobar-
se, impedirían las manipulaciones hospitalarias o las reducirían considerable-
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mente. Por ejemplo, el texto del articulo 79: “Los métodos anticonceptivos que
los profesionales médicos podrán prescribir serán los siguientes: a) De absti-
nencia periódica, b) Hormonales, c) De barrera: óvulos, cremas esperrnicidas,
diafragma, dispositivos intrauterinos y condón”.
Es importante señalar, por último, que en España no prosperó el recurso de
anticonstitucionalídad que en 1983 paralizó durante dos años el proyecto de ley
de aborto, ni, en 1982, fueron condenadas las once mujeres juzgadas por abor-
to en la Audiciencia Provincial de Bilbao, porque se admitió que la constitución
española no reconoce la protección jurídica de la “vida en formación” y la de-
riva a la madre que la porta. Resulta fácil comprender, por lo tanto, cuál hubie-
ra sido el alcance de la reforma constitucional bonaerense plebiscitada en 1990
que incluía esa tutela “desde la concepción”.
Las fluctuaciones históricas de la moral teológica

La otra cuestión que requiere una información previa, antes de ir al fondo,


es la de la impresión general que se tiene en la actualidad de la posición de la
Iglesia Católica Romana. Conviene una breve aclaración sobre esto.
Dos aspectos primordiales conforman esa impresión: el de que siempre la
Iglesia sostuvo la misma posición respecto del aborto; el de que esta posición
está sustentada en la defensa del derecho a la vida. Esta impresión generaliza-
da ha sido con formada por la propia Iglesia; en la Argentina, es transmitida por
los medios masivos y consentida, por convicción u omisión, por la dirigencia
politico-social. Lo primero es falso y lo segundo es inexacto.
Un tercer aspecto envuelve a los dos mencionados y dota a la impresión del
efecto persuasivo mayor: la doctrina sobre el aborto tendría un carácter infali-
ble. Es cierto que cualquier pronunciamiento pontificio, sea cual fuere el tema,
se acompaña siempre de cierto aire de infalibilidad y así es leído por el creyen-
te común y los no creyentes. No nos referimos a esto sino a una cuestión más
rigurosa: la Iglesia no puede formular una declaración infalible sobre el abor-
to porque, precisamente, es falso el primer aspecto que señalamos. La historia
de las ideas sobre el aborto en la Iglesia muestra fluctuaciones y contradiccio-
nes. “Solamente una doctrina que ‘siempre se ha enseñado en la Iglesia Cató-
lica Romana como artículo de fe’ está sujeta a la enseñanza infalible ex cathe-
dra”, señala Jane Hurst en su erudito resumen sobre el tema’. Estas diferencias
teológicas no han sido resueltas por las nuevas declaraciones pontiñcias. Con-
viene simplemente enumerarlas porque ponen de relieve la falsedad del carác-
ter inmutable que se pretende para la actual doctrina católica sobre el aborto.
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La primera cuestión en controversia es la de la “hominización” vale decir,
el momento en que un embrión se conviene en ser humano, en persona, vale de-
cir, el momento de la infusión del alma. San Agustín (354-430) decía que, “se-
gún la ley, el acto del aborto no se considera homicidio, porque aún no se pue-
de decir que haya un alma viva en un cuerpo que carece de sensación ya que to-
davia no se ha formado la came y no está dotada de sentidos”. En efecto, has-
ta el año 1869, la mayoría de los teólogos enseñaban que el feto no era un ser
humano con un alma humana hasta al menos 40 días después de la concepción,
y a veces más tarde. Algunos teólogos sostenían que, en el caso de feto-mujer,
el ser humano formado aparecía en el doble de tiempo que para el feto-varón.
Esta curiosa diferencia, que sobrevivió muchos siglos, refleja el carácter infe-
rior y pecaminoso que siempre se le ha atribuido a la mujer. A esta concepción
se la denominó hominización retardada, en oposición a la hominización inme-
diata que se instaura oficialmente en 1869 con Pío IX. En rigor, éste pasa por
alto el problema de la hominización y, en Apostolica Sedis (1869), castiga con
la excomunión el aborto en cualquier momento del embarazo. Este es el pun-
to de inflexión en la historia de las doctrinas católicas sobre el aborto. La Igle-
sia presta aquí el primer apoyo explicito a la teoría de la hominización inmedia-
ta. En 1917, el nuevo Código de Ley Canónica proporciona el apoyo implíci-
to: prescribe la excomunión tanto para la madre como para todos aquellos, doc-
tores y enfermeras, que participan de un aborto. Es indispensable indicar que el
código de 1917 es la primera edición de ley canónica desde los tiempos de la
compilación de Gracián, en 1 140. En esta compilación, que la Iglesia aceptó co-
mo autoridad interna y fue usada como manual de instrucciones de sacerdotes
durante ocho siglos, el canon pertinente sostiene que “el aborto es homicidio só-
lo cuando el feto ya se ha formado”
La segunda cuestión en controversia es la del “hilomorfismo”, estrechamen-
te relacionada con la anterior. Se trata de una idea desarrollada por Santo To-
más de Aquino (1212-1292), en base a un concepto aristotélico, que define al
ser humano como una unidad de dos elementos: la materia que representa la po-
tencia del cuerpo y la forma que representa el principio realizador del alma. San-
to Tomás aceptó la idea aristotélica de que al feto se le infunde en primer lugar
un alma vegetativa, después un alma animal y al fin, cuando el cuerpo ya se ha
desarrollado, un alma racional. Esta última es la que “forma” al ser humano. Por
lo tanto, la teoria hilomorfista implica, para muchos teólogos, la hominización
retardada; la hominización inmediata la contradice y además reintroduce la con-
cepción dualista (separa cuerpo y alma), inaceptable por anticristiana. No se le
puede infundir el alma, arguyen, a un embrión que por tal no ha alcanzado el e-
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lemental desarrollo como cuerpo humano. La discusión se complejiza más aún,
pero para el objeto de información previa que nos propusimos es suficiente. En
este plano, está claro que las fluctuaciones aluden al conocimiento biológico,
indispensable para imaginar las diferentes etapas en el desarrollo del feto. Es
importante tener en cuenta esta relación religión-biología, porque los cambios
que todos advertimos en la visión eclesial en el siglo XX tienen mucho que ver
con el acelerado desarrollo de la biología y la genética en este tiempo.
Seré más breve con el segundo aspecto, que concierne a la defensa de la vida
y que califique .de inexacto. En efecto, la condena del aborto estuvo siempre
vinculada desde los primeros tiempos al sexo, no a la vida. En la compilación
de Gracián, por ejemplo, si bien el aborto no es homicidio antes de que el ser
humano esté formado, sí se lo condena si se lleva a cabo “para satisfacer la
lujuria y con odio premeditado”, y del mismo modo la anticoncepción. Se
podrían citar otros textos en los que el aborto era condenado porque se lo usaba
“para ocultar la fomicación y el adulterio”. Se ha producido en el siglo XX un
desplazamiento-doctrinario hacia el “derecho a la vida”, que intenta desvincular
formalmente el aborto de la sexualidad, aunque no lo logra. Cualquiera que
examine encíclicas o declaraciones percibirá que las razones predominantes se
fundan en la visión que la Iglesia tiene del sexo. Si ponemos entre paréntesis las
abstracciones teológicas, que en buena parte encubren los procesos culturales
seculares que las condicionan, no resulta difícil entrever la relación que existe
entre este desplazamiento doctrinario y las vicisitudes de las prácticas sexuales
en el período. Ha caducado en la sociedad contemporánea, aun para la mayor
parte de los creyentes, la reprobación de la fomicación (relaciones sexuales
fuera del matrimonio) y del adulterio (fidelidad genital monogámica). Carece
de sentido, por consiguiente, seguir condenando el aborto en razón de esos
“pecados”.
Es ilustrativa, en este sentido, la opinión de la teóloga Frances Kissling:
“Cuando se analiza esa historia se puede ver que las objeciones sobre el aborto
han sido y son fundamentalmente objeciones hacia la práctica sexual. La
Iglesia, desde los primeros días, ha creído que el sexo para el placer es
inaceptable. El propósito del hombre es adorar a Dios. Los primeros cristianos
creían que el regreso de Cristo ocurriría muy pronto; por lo tanto podrían
permitirse pensar que ei sexo era algo malo porque no iban a estar sobre la tierra
por mucho tiempo. En tanto pasó el tiempo y la segunda venida de Cristo no
sucedió, la Iglesia necesitó hacer algo acerca del sexo; por lo tanto desarrolló
una teología de la maldad vencida por la procreación. Las relaciones sexuales
entre un esposo y una esposa no debían ser por placer. Creemos entonces que
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la objeción del aborto no está basada en la vida del feto sino en las posiciones
con respecto a la sexualidad, la anticoncepción y el contacto sexual; el propósito
del sexo debe ser la procreación. [...] En el principio que rige la posición de la
Iglesia Católica Romana hoy en día y en sus objeciones al aborto subyace la
condena a la mujer que ejerce su sexualidad fuera de los límites consagrados de
la procreación, el matrimonio y la familia. Ninguna mujer puede escapar a la
maldición divina que condenó a Eva a parir sus hijos con dolor como castigo por
el pecado original, y aquella que se atreva a intentar evitar el castigo divino
deberá pagarlo con la excomunión o la muerte”.‘°
Dos grandes procesos que conciernen a la cultura, por lo tanto, condicionan
los cambios y los énfasis en las posiciones de la Iglesia Católica Romana. Por
un lado, las modificaciones en las costumbres sexuales; por el otro, las
transformaciones científicas en el ámbito de la genética y de la psicologia. La
interrelación de ambos procesos ha ido alterando notablemente en las últimas
décadas el imaginario socia], la subjetividad colectiva: alteración de hábitos, de
valores, de ideas, de convicciones morales. Durante siglos la fisiología de la
reproducción fue prácticamente desconocida, lo que la inducia a las conjeturas
del misterio y ala sumisión a designios que escapaban al hombre. Hoy éste la
conoce y con los anticonceptivos la controla. La sexualidad se le ha hecho
también inteligible en la conceptualización del erotismo; se ha afirmado en el
hombre su discernimiento de la procreación. A todo esto, a partir de la segunda
posguerra se incuba lo que se conoce como la irrupción social del deseo, que
estalla en los sesenta con la “revolución sexual”. Parece suficiente para
comprender los giros de la Iglesia, y acaso demasiado.

Argentina: el debate reprimido

La discusión sobre el aborto conlleva un desplazamiento de la discusión


sobre la anticoncepción, a la que oculta y/o elude. El verdadero choque
ideológico lo produjo la anticoncepción. ¿Por qué el desplazamiento? Por tres
razones principales: a) porque las evidencias empíricas de las últimas décadas
muestran que el pensamiento oscurantista ha perdido ya la batalla contra la
anticoncepción; b) porque las razones pragmáticas (control de población/
recursos) son demasiado poderosas para los Estados como para renunciar a la
anticoncepción planificada como forma de regular la tasa de nacimientos; c)
porque esta doble situación desactiva filosóficamente el choque ideológico que
significa la anticoncepción y, en cambio, el aborto lo potencia simbólicamente
y como situación límite lo exacerba en el imaginario social. Un debate sobre la
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anticoncepción es hoy comprensible masivamente; un debate sobre el aborto se


enrarece conceptualmente y permite que actúen con toda su fuerza inhibiton'a
los tabúes y las culpas. Por ello, el medio más eficaz de disminuir la sobrecarga
simbólico-tabuizada de que el pensamiento conservador reviste el aborto es
remitirse a la anticoncepción, llevar la discusión al plano de la anticoncepción.
Sin embargo, es posible, y necesario, razonar sobre el aborto en el plano
filosófico-moral,deque con obstinación ideologizadayfantasmasculpabilizantes
se lo desaloja para situarlo en el ámbito religioso-axiomático. El gran
recubrimiento es aquí también metafórico: la palabra vida, según los
antiabortistas, es capaz de resumirlo todo. Se la invoca y, de inmediato, baja la
luz sobre nosotros: nos damos cuenta de dónde está la verdad y en qué consiste
lo justo... El oscmantismo necesita de los enunciados alusivos, aconceptuales,
oscuros. La palabra vida, en su inmensa resonancia emocional-moral, cierra
toda discusión racional, clausura el debate. Este es el propósito de su utilización:
apabullar, no razonar.
¿De qué “vida” se trata? Una pierna amputada es vida. La palabra “vida” no
resuelve nada, ni a favor ni en contra del aborto. Porque tampoco el feto es una
pierna; es algo irreductible a la mujer que lo contiene. De loque se trata, más
precisamente, es de la palabra “persona”; vale decir, se trata de una cuestión
filosófica: bajo qué argumentos reconocemos esa condición. Lo que discutimos.
es si el feto es persona, y ningún antiabortista serio deja de plantear la cuestión
a partir de este nivel conceptual. La palabra “vida” queda para las consignas de
televisión. Debemos, pues, enfrentarnos con el problema siguiente: ¿desde
cuándo y por qué consideramos el atributo de “persona”?
Es posible argumentar que, desde un punto de vista biologista, el feto
adquiere el carácter de “persona” cuando desarrolla el sistema nervioso central“
o la corteza cerebral. Hay otras tesis similares. A veces se la complementa con
un ingrediente psicológico-filosófico: la presunta capacidad de sentir dolor.
Presunción incierta, pues el concepto de “dolor” no puede confundirse con el
de “reflejo” ni reducirse a una reacción fisiológica verificable, datos que no
alcanzan para fundar la dimensión precisamente psicológico-filosófica que se
sugiere. Este criterio biologista carece por sí mismo de universalidad, pues no
son considerados otros aspectos que, para otros pensamientos, deberían tomarse
en cuenta.
Es posible argumentar que, desde el punto de vista católico, la persona se
constituye desde el momento de la concepción. Existen interpretaciones
teológicas católicas que disienten, como ya lo expuse, pero no me parece
necesario tenerlas en cuenta en esta enumeración, pues influyen escasamente en
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la catolicidad argentina. Es cierto que la visión católica que predomina entre


nosotros es la “conservadora y antimodema”, para utilizar el lenguaje de un
teólogo católico, vale decir, una “posición que tiende a pensar la relación entre
fe y cultura concibiendo a la fe más bien como un sistema de ‘principios’
doctrinales ahistóricos que se aplican unívocamente a la diversidad de los
momentos históricos y de los espacios culturales, sin tener en cuenta ni el
análisis de cada sociedad ni su historia”;“ pero ésta es nuestra realidad
histórico-cultural y aquélla es la visión religioso-institucional dominante. Los
defensores, por tanto, de la posición antiabortista católica sostienen que Dios
infunde el alma en el instante de la concepción y que, por consiguiente, desde
alli debe considerarse la existencia de la persona. Se instalan, como se ve, en el
espacio inexpugnable de las creencias religiosas, fuera de una inteligibilidad y
aprehensibilidad filosófico-morales modernas. Parece innecesario señalar que
este criterio religioso carece también de universalidad, pues depende para su
aceptación de que se compartan o no, esas creencias. Erigir éstas en valor moral
tiene sentido, por lo tanto, para los que comulguen con esa religión.
Es posible argumentar que, desde el punto de vista judio, “la infusión del
aima es un proceso que se da al nacer la criatura”; el feto es otro órgano del
cuerpo “hasta que emerge la cabeza: desde ese momento se trata de dos vidas
en igualdad de condiciones y la madre ya no tiene prioridad sobre el hijom. Para
la teología rabínica, por lo tanto, que difiere de las variantes cristianas, el aborto
adquiere otra valoración. Dice al respecto el rabino Klenicki: “La tradición
rabinica considera el aborto como un crimen no capital, una seria ofensa al
compromiso de la revelación, un hecho moralmente erróneo, pero no un
homicidio culpable de castigo legal”.13
Respecto de la no universalidad de este criterio y de su posibilidad de ser to-
mado como valor moral, reiteramos lo que ya dijimos sobre el criterio religio-
so anterior.
Es posible argumentar que, desde un punto de vista fisiológico-pragmático,
el feto es persona cuando es capaz de sobrevivir fuera del seno materno o tie-
ne ya importantes posibilidades de supervivencia. Es la tesis denominada de la
“viabilida ” del feto, de implementación legal en particular en Estados Unidos,
que admite, por ende, el aborto hasta la 28’ semana del embarazo. Este criterio,
que se sustenta en estadísticas de panos tempranos, goza de evidencia empíri-
ca universal pero carece de vigencia de la misma índole pues prescinde del pa-
rámetro religioso, biologista y otros.
Es posible argumentar, por último ——y éste es el criterio que aqui adopta-
CUADERNOS DEL SUR 12 137

mos-—, que, desde el punto de vista de la filosofía social, la persona es tal cuan-
do se constituye en sujeto humano-social, vale decir, capaz de establecer por sí
relaciones histórico-sociales. Un niño recién nacido, abandonado en un zaguán
o convenientemente atendido en una sala de partos, es ya, y sólo a partir de a-
hí, un sujeto humano-social: existe en una red de relaciones con otros seres de
una manera autónoma y a la vez heterónoma. Su condición humana no habla de
ninguna “naturaleza” inmutable ni metafísica sino de su condición de ser entre
otros seres, de ser en sociedad. Antes de ser histórica y socialmente, no es. Su
heteronomía es esa condición necesaria de relación con los otros, sin la cual la
persona se reduce a individuo y con la cual funda su autonomía trascendente,
su capacidad de dar a los otros y recibir de ellos. Esta concepción moral-social
se opone a la del individualismo liberal por razones que se desprenden fácilmen-
te“. El criterio de persona que formulamos se sustenta en la convicción laica de
la existencia histórico-social (ni meramente biológica ni dogmáticamente divi-
na) de la sociedad humana. El hombre solo, o reducido a su condición biológi-
ca presocial, no existe como entidad humano-social. Es en su relación fáCtico-
simbólica con otros hombres que puede instaurar valores, erigir ideales, dar sen-
tido a la ética. Este criterio, que nace en los griegos y se consolida en el largo
ciclo de secularización de la modernidad, rechaza explícitamente el punto de
vista religioso y no puede, por lo tanto, reclamar universalidad.
Mientras permanezca en el seno femenino, carece de sostén racional atri-
buirle al feto índole de persona, pues el feto no sólo no puede establecer por sí
relación histórico-social alguna, sino que, en el nivel primario fisiológico, su su-
pervivencia depende de la de la mujer. Es difícil comprender cómo un apéndi-
ce de otra persona pueda ser él al mismo tiempo persona. Para sortear esta di-
ficultad que resalta por sí misma, se acude al recurso casuístico de denominar
al feto “proyecto de persona” o “persona en potencia” o “persona por nacer”. El
corrimiento tiene el objeto de recargar simbólicamente al feto con los atributos
de la persona y hacer de él así un disparador de culpas e inhibiciones: crimen
de un inocente, asesinato de los que no pueden hablar, homicidio mostruoso...
Muchas personas, demostrando que no son conscientes de que ponen en juego
más los sentimientos que las razones, exclaman que la supresión de una “per-
sona en potencia” es un asesinato; ni siquiera reparan en que están utilizando u-
na fórmula que niega realidad actual al sujeto sobre el que predican la reproba-
ción. Estos sentimientos, que merecen respeto por su sinceridad, son instrumen-
tados ideológicamente por los antiabonístas. A veces el desplazamiento se evi-
dencia consciente y entonces no puede ocultarse la manipulación. Tal es lo que
acontece con el documental televisivo “El grito silencioso”, un trucaje efectis-
138 MARZO 1991

ta repleto de falsedades y golpes bajos. Además de mostrar fetos de mayor tiem-


po del que se informa, de afirmar que a las doce semanas el feto siente dolor, de
que aumenta los latidos ante el “peligro de muerte”, de que abre la boca y de que
la abre para ¡gritar!, afirmaciones todas científicamente falsas, la banda sono-
ra magnifica aún más la falsedad de los datos: un sonido de cascanueces irrum-
pe cuando se extrae la cabeza del feto. El lenguaje del doctor Nathalson refuer-
za la constante manipulación: dice “niño” por feto, al útero lo denomina dramá-
ticamente “santuario” y ante un movimiento reflejo del feto el estilo alcanza el-
paroxismo: habla de la “frenética actividad de rechazo”. No sólo el feto es ho-
minizado y animizado; también parece manifestarse moralmente contra el abor-
to. El doctor Bernard Nathanson alcanzó fama en Nueva York como reputado
médico abortista. Es probable que con este penoso documental haya expiado la
culpa; pero no era necesario que la repaniera tan generosamente.
Muchas veces el corrimiento de que hablamos es el típico ergotismo (abu-
so de la argumentación silogística) de los razonamientos fonnalistas, al que la
teología muestra una irrefrenable propensión. Julián Marías, por ejemplo, em-
pieza por afirmar la “irreductibilidad” del feto, en seguida deduce el “absolu-
to tercero”, a continuación pasa a la “persona viviente” y sin solución de con-
tinuidad apostrofa contralos que no respetan la “vida”. Aristóteles se asombra-
ría, y con él Santo Tomás, de este mágico pasaje de la potencia al acto. Con me-
nos gracia que el publicitado profesor de filosofía, nuestro diputado democris-
tiano Eduardo A. González presentó en 1989 un proyecto por el que se oponí-
a a todo aborto bajo la fórmula de “persona por nacer”. Debe de haber leído, es
presumible, al charlista católico español. En sus considerandos repite aquí y a-
llá lo de “persona por nacer”, incluye “vida naciente”, no se priva del latinajo
“nasciturus” y, sin que nos demos cuenta de por qué y cómo, reclama que de-
saparezca del Código Penal “la autorización para matar”, esto es, el artículo 86.
Invoca a la vez la “igualdad ante la ley” del artículo 16 de la Constitución. Cuál
es la igualdad entre una persona por nacer y una nacida y de qué forma se pue-
de matar a una persona que todavía no ha nacido, son cuestiones que este tipo
de antiabortistas resuelven con el conmovedor ergotismo que hemos ejempli-
ficado. A veces éste, en manos de la lógica abogadil, no pasa de ser una inge-
nua tautología jurídica, como la de un pretencioso articulista de La Nación. Pri-
mero puntualiza la norma civil que tutela los derechos patrimoniales del hijo por
nacer, se distrae un rato por consideraciones prescindibles y sorpresivamente
nos zampa un silogismo jurídico: “Una vez que el Estado, por medio de sus le-
yes, reconoce que un niño por nacer tiene derechos sobre bienes, es arbitrario
e injusto negarle el más valioso de los derechos que es la vida misma”. El fe-
CUADERNOS DEL SUR 12 139

to hereda; ergo, es persona. El articulista es master en leyes por la Universidad


de Nueva York; se trata de un razonador con prestigio. El ex juez González Mo-
reno se ahorró estas sutilezas lógicas y semánticas cuando resolvió en junio de
1989 que la autorización para practicar un aborto constituiría “una decisión, a-
demás de arbitraria, delictiva, por cuanto estaría mandando matar a un ser hu-
mano inocente, sin juicio previo...”. He aquí una fórmula que combina al abo-
gado puntilloso con el ex médico abortista.
Cuando en la sede del debate sólo comparecen los antiabortistas y, como su-
cede en nuestra sociedad, los abortistas son prolijamente evitados, estos dispa-
ros simbólicos obtienen su propósito tabuizante sobre el ciudadano común.
Tampoco me parece sustentable cierto razonamiento abortista que aparece con
frecuencia y que consiste en señalar que si la persona existiera desde la concep-
ción la Iglesia Católica Romana debería bautizar e inhumar criStianamente los
fetos que a diario se tiran a la basura en los hospitales, cosa que obviamente no
hace ni reclama que el Estado tome en cuenta. He visto el razonamiento esgri-
mido incluso por católicos progresistas. Los hechos hospitalarios mencionados
pueden ser exhibidos como denuncia de la hipocresía de la Iglesia, y en efec-
to poseen esa validez condenatoria, pero carecen de consistencia demostrativa
para fundar criterios sobre la persona o refutarlos. Son también empleos de e-
fectos de resonancia emocional-moral, y aunque se simpatice con su signo de-
bemos ser cautelosos en su utilización porque enrarecen el debate tanto como
los otros. La Iglesia no debe ser tabuizada por el pensamiento social, al modo
de los debates ateístas finiseculares; debe ser cuestionada en sus pretensiones
hegemónicas sobre la sociedad civil. De ningún modo estas consideraciones in-
tentan auspiciar un criterio que desconozca lo no racional como componente
de la persona y de lo histórico-social; como lo conocemos y lo reconocemos, re-
chazamos la primacía compulsiva de cualquiera de los criterios sobre la perso-
na, incluido desde luego el nuestro.
Observemos ahora, en otro orden, que el criterio de “viabilidad del feto” que
hemos incluido en la sintética tipología no parece mostrar de hecho diferencias
inconciliables con el criterio filosófico-social que defendemos. A la inversa, di-
ría que no veo inconveniente en que ese criterio pragmático pueda ser conside-
rado como una implementación aceptable de los criterios abortistas que actual-
mente se discuten y se norman. De derecho, sólo añadiría dos principios que,
me parece, debieran tenerse presentes en el espíritu, no sé sien la letra, de to-
da codificación legalizadora del aborto (salvo en los casos excepcionales de
violación, malformación del feto, etcétera). Uno concierne a la responsabilidad
ante sí y ante la sociedad que define a toda persona y que es dable exigirle, por
140 MARZO 1991

ende, jurídicamente: la decisión'de interrumpir el embarazo no deseado, en u-


na sociedad ya sin constricciones ni coacciones a esa decisión, debe ejercerse
en tiempos responsables. El otro, que se corresponde con el anterior, atañe al
servicio estatal que, en una codificación moderna (esto es, que no sólo lo des-
penalice sino que lo legalice), debe hacerse cargo de la intervención médica,
que, obviamente, solventará la comunidad: no es admisible que una persona a-
place la decisión de la interrupción fuera de un lapso en que las secuencias psi-
co-sociales, los esfuerzos profesionales y los costos económicos se incremen-
ten considerablemente. En cuanto alos tiempos médicos convenientes, se tra-
ta de una cuestión técnica que no es sustancial para la índole de estas reflexio-
nes.
En definitiva, sea cual fuere el punto de vista que adoptemos sobre la per-
sona, está claro que todos y cada uno de ellos se corresponden con creencias-
convicciones; ninguno de ellos puede reclamar preeminencia ni ofrecer “de-
mostración científica” concluyente que lo erija sobre los otros. La penalización
actual del aborto en la Argentina, como lo fue en los países en que ha sido des-
penalizado, pone de manifiesto el privilegio estatal de que goza uno de los cri-
terios, que desconoce a los otros y se impone sobre ellos. El aborto no puede ser
substraído de su dimensión de acto de conciencia, y debe estar normado sobre
la base del reconocimiento de la pluralidad de conciencia que existe en la socie-
dad. La valoración del aborto se decide en el plano de las creencias y pertene-
ce al mismo orden de las que conciernen al matrimonio, la sexualidad, la pro-
creación. El que crea que el feto es persona deberá ser resguardado en su impres-
criptible derecho a que nadie lo fuerce o lo induzca a interrumpir el embarazo;
el que considere que el feto no lo es debe ser resguardado en su imprescriptible
derecho a que nadie lo fuerce o lo induzca a concebir lo que no desea concebir.
Imponer un acatamiento generalizado de un valor/creencia, decretar su uni-
versalización forzada, es arbitrario en su ilogicidad y totalitario en sus efectos
de sometimiento sobre los que no lo comparten. Algo similar ha ocurrido con
el divorcio, que, según una creencia religiosa (la del mandato divino de la in-
disolubilidad del matrimonio), es considerado moralmente incorrecto; por ello,
se razonaba, su autorización legal-civil desatará una ola de inmoralidad. Ni el
divorcio era inmoral para las personas que no compartían esa creencia religio-
sa ni, como la experiencia histórico-social lo ha mostrado en la Argentina y en
todos los países en que se codificó, su legalización corrompió a la comunidad
humana que lo adoptó. De hecho, comenzó a practicar legalmente lo que ya mu-
cho antes se había convertido en una costumbre. Al contrario de los augurios
apocalípticos, la legalización del divorcio mejoró la moralidad media al supri-
CUADERNOS DEL SUR 12 141

mir la doblez como comportamiento interpersonal y dignificó colectivamente


la condición ambigua en que se encontraban sumergidos los “separados”. El
mismo efecto moralizante producirá la legalización del aborto.
Introducir en un texto constitucional, como se lo pretendió en el artículo 9°
de la reforma bonaerense, la creencia de que la vida “de todos los habitantes”
comienza “desde la concepción” entraña una violencia medieval y totalitaria.
Por ella, “todos los habitantes” son obligados a creer en Dios y en que éste in-
sufla el alma en el acto de la fecundación. Se inaugura así un Estado teocráti-
co.
La concepción no depende ya de Dios sino del hombre

Los teólogos católicos más progresistas suelen hablar del efecto “ruptura del
dique”. Lo he visto utilizado respecto del aborto o de la eutanasia. Se da a en-
tender con ello que, legalizado esto o aquello, ya nada contendrá las aguas . . .
de la inmoralidad. Si se autorizara la eutanasia, dice un teólogo de la Universi-
dad Pontificia Comillas, lo más probable es que a continuación se empezaría a
justificar la eliminación de todo enfermo terminal, luego de los ancianos impro-
ductivos, más adelante de los recien nacidos malformados... Evoco a un teólo-
go preconciliar“ no a un miembro argentino de Tradición, Familia y Propiedad
que nos anuncian’a directamente el imperio de Sodoma y Gomorra a la media
hora exacta de aprobada la despenalización. Aquel sabe ver, por lo tanto, la in-
fluencia de una sociedad cada vez más atomizada, despersonalizada e insolida-
ria. No obstante, no puede evitar la propensión a juzgar que toda moral se sos-
tiene sobre principios religiosos, sin los cuales o con cuyo debilitamiento la mo-
ral de conciencia se desploma o como mínimo se desnorta. Pero lo más sinto-
mático del pensamiento religioso, aun en sus variantes más inteligentes, es la di-
ficultad que encuentra para percibir la ruptura histórico-social del dique. Esta
no se ha producido en las formas jurídicas que acompañan, siempre tardíamen-
te, las modificaciones de las costumbres, sino en la dimensión trastrocante de
una de esas modificaciones. Me refiero a los medios anticonceptivos masiviza-
dos.
La materialización generalizada de la anticoncepción ha trastrocado el uni-
verso imaginario y axiológico de Occidente. Esta es la verdadera quiebra del di-
que. Como sucede en este tipo de represas cuando se agrietan o desmoronan, la
inundación no ha sido, ni puede ser, inmediata. Los efectos en la subjetividad
social que ha acarreado y seguirá acarreando el uso difundido de los medios an-
ticonceptivos es inmensurable y de largo plazo. Su solo enunciado, si capta la
142 MARZO 1991

profundidad del trastrocamiento, es suficiente para acercarse ala comprensión


de su dimensión: por primera vez en la historia de la humanidad ésta tiene con-
ciencia colectivamente de que la procreación no depende de la voluntad de
Dios sino que puede ser decidida por el hombre. Es comprensible que el pen-
samiento religioso, consciente o inconscientemente, tienda a OCultar el verda-
dero dique que se ha fisurado y desplace la mirada hacia otro que se encuentra
río abajo, el aborto. Pero éste ya está cubierto por el exceso de aguas que pro-
vienen de la ruptura del anterior y no podrá sostener por mucho más tiempo su
pared de contención. Este es el desplazamiento de que hablé antes, que trata de
velar el verdadero choque ideológico: la profundisima quiebra del imaginario
religioso que han ocasionado los anticonceptivos.
El divorcio, el aborto, la patria potestad compartida, la igualdad adulterina
y por consiguiente la despenalización del adulterio (¿para que conservar la fi-
gura punitiva si condena al varón y a la hembra por igual?), el impulso irrepre-
sable de la reivindicación de la mujer, la irrupción pública del erotismo tanto
tiempo tabuizado, la industrialización de la desnudez femenina impregnándo-
lo todo en la etapa mass-mediática, la familia reducida por la voluntad de los
procreadores antes sumisamente compelidos, la expansión del reconocimien-
to fáctico del placer, todo, todo lo que ha cambiado notablemente la moral so-
cial a partir de la segunda posguerra tiene que ver con el descubrimiento cien-
tífico de los anticonceptivos y su implementación técnica en medios factibles
de ser usados masivamente. Ninguna campaña propagandistica del más lúcido
agnosticismo pudo obtener resultados semejantes, ni podn'a haberlos obtenido,
sobre la religiosidad popular.
No hubiera habido ruptura de dique sin el descubrimiento científico y la apli-
cación técnica que lo generalizó. Es la democratización del instrumento anti-
conceptivo lo que ha sacudido el dique de contención que la Iglesia construyó
tabú sobre tabú, prohibición sobre prohibición, culpa sobre culpa. El poder de
Dios no es hoy disputado sólo por las elites ilustradas, como al inicio de la mo-
dernidad; masas sociales enteras han asumido ahora el poder de decidir cuán-
do procrearán. Que no sean capaces deconceptualizar este despojo del “plan de
Dios”, no significa que semejante apoderamiento no esté operando en el ima-
ginario social. La Iglesia es consciente de las dos cosas. Lo cual no quiere de-
cir que la institución de almas ni los laicos ni los agnósticos ni nadie perciba-
mos con exactitud el alcance subversivo del disturbio que los preservativos de
distinta índole han instalado entre nosotros.
Esta relación que señalo entre las prácticas sociales y el imaginario colec-
tivo es del mismo orden que la que se produjo cuando las masas campesinas se
CUADERNOS DEL SUR 12 143

trasladaron con la industrialización a los recintos urbanos. “Ellos se incorporan


alas industrias —registraba un testimonio sacerdotal del siglo pasado— y allí
se hacen ateos”. La industria representaba la seguridad y el mundo rural, por 'el
contrario, la inseguridad; en éste se dependía de la lluvia, fenómeno incontro-
lable por el hombre y que a la vez lo empequeñecía frente a la inmensidad del
cielo. En la ciudad, no se necesitaba rezar para que lloviera; para comer, bas-
taba con ir todos los días a la fábrica. En este sentido, la creciente generaliza-
ción de la decisión de orientar la procreación, e incluso renunciar a ella, puede
verse hoy como la culminación del largo ciclo de la racionalidad moderna.“5 En
ella se inscribe, y en las próximas décadas se hará más nítida esa inscripción, la
re-racionaliz'ación de la religión que se está cumpliendo; está en proceso un re-
situamiento psicológico de ella en los creyentes y en los teólogos. La fe religio-
sa se va asumiendo cada vez más como dimensión de lo imaginario histórico-
social, como “mediación” que opera en la historia y la cultura de los pueblos,
a la par que abandona gradualmente la pretensión patrístico-escolástica de las
pruebas de verdad. La “religión verdadera” o incluso “científica” va siendo sus-
tituida por visiones en las que se intersectan dispositivos de inocultable raíz an-
tropológica. Juan Pablo II, cuando a tres siglos y medio de la'abjuración obli-
gada de Galileo lo reivindica, pone de manifiesto estas intersecciones al atribuir
la intransigencia de 1633, a “una lectura de la Biblia culturalmente influida”.
Solo los recalcitrantes pre-conciliares, y entre ellos la jerarquía eclesiástica ar-
gentina, se resisten a todo aire nuevo.
¿Qué queda del designio del Creador si la procreación, el acto más próximo
a la creación, se ve cada vez más sujetada en estas décadas ala decisión del hom-
bre, a la voluntad del ser humano-social que proyecta a su arbitrio la concepción
del hijo e incluso asume la decisión de desproyectarlo cuando el embarazo for-
tuito irrumpe indeseado? Es la práctica abortiva generalizada en todos los nive-
les sociales e inclusive en sectores creyentes, es la instauración del aborto co-
mo costumbre en las sociedades de posguerra lo que lo ha moralizado, pese a
la resistencia eclesiástica y de la jurisdicidad que en la Argentina se le subor-
dina. Así ha sucedido, por otra parte, con todas las remociones colectivas de
conceptos morales (virginidad femenina, relaciones prematn'moniales, fideli-
dad genital...), que primero se alteran en las prácticas sociales pertinentes. En
este sentido, la inevitable, aunque demorable entre nosotros, legalización del a-
borto no puede verse sino como consecuencia de la anticoncepción hecha há-
bito masivizado.
Por eso el pensamiento oscurantista en la Argentina clama contra la posibi-
lidad de despenalizar el aborto, pero más efectivo y permanente es su esfuerzo
144 MARZO 1991

por impedir toda forma de planificación familiar, educación anticonceptiva, in-


formación sobre la cópula. (Hace a la inversa de todo abortismo responsable,
que reclama el incremento de la educación anticonceptiva para reducir al mini-
mo los abortos). Consiguió que se las prohibiera por decretos de López Rega en
1974 y de la dictadura pasada en 1977, y ha logrado hasta hoy que el decreto de
1986 que las autoriza no se haya materializado en implementaciones estatales
ni menos aún se incorporara institucionalmente al sistema de salud pública. Se
entiende este celo vigilante. ¿Cómo puede convercerse a la gente de que es con-
denable desproyectar la concepción indeseada si se hace costumbre en la socie-
dad la no proyección? ¿Cómo condenar el aborto si se admite la decisión de la
pareja de no proyectar hijos o proyeCtarlos cuando se les antoje a ellos, no a la
decisión divina?
No es el aborto el que degrada el “proyecto” de hijo; es el anticonceptivo el
que desacraliza al feto.

El aborto penalizado castiga el placer

¿Quién se atreve hoy a condenar moralmente al matrimonio que decide no


tener más hijos o no tener ninguno? ¿Quién reprobaria hoy públicamente a la pa-
reja que reivindica la cópuia para el placer y no para la procreación? Pero, en-
tonces, si se puede renegar del mandato divino de la procreación, ¿en dónde se
cumple éste urbi et orbi?. El ecumenismo del mandato se ha disuelto; se preten-
de, no obstante y encubiertamente, que se verifique a expensas de los usos fa-
llidos del anticonceptivo. El embarazo fortuito, chambón, recupera algo de sa-
cralidad si un poder superior a los participes los condena a éstos a continuar la
concepción. Si no los puede subordinar la Iglesia, al menos que los someta la
ley penal. Es la sacralidad demonológica, negativa, se dirá: es cierto, pero el ri-
tual conservará al go de lo perdido. Es como si se dijera al infractor: tú te has al-
zado contra Dios valiéndote del uso técnico del anticonceptivo; si éste falla, en-
contrarás el castigo que pretendiste burlar, tendrás que hacerte cargo de las
“consecuencias”. ¿El hijo es una consecuencia, un rebote contingente, o es un
deseo-proyecto? El hijo se proyecta pero a veces se apechuga, susurra el diáco-
no leguleyo. ¿Se necesita más para desnudar la penalización del aborto como re-
vancha religiosa frente a los que se atrevieron a realizar la cópula-placer?
La liberación sexual que rompe las compuertas a partir de la década de los
60 ha inducido en la Iglesia Católica Romana una dialéctica comprensible: ha-
cia afuera endurece sus dogmas morales para sofrenar en lo posible una libe-
ración que ralea su feligresía y disminuye cada vez más, celibato de por medio,
CUADERNOS DEL SUR 12 145

las vocaciones sacerdotales; hacia adentro ablanda su moralidad dogmática


(juzga con más benevolencia los pecados sexuales confesados, morigera en las
homilías la otrora machacona culpabilización de los pecadores, elastiza hasta
límites ayer impensables las condiciones de admisibilidad de los seminaristas)
para conservar hasta donde pueda una población adepta que la misa muestra ca-
da vez más disgregada. Es el sexo, su antiguo enemigo, el que le disputa el rei-
no de este mundo. El anticonceptivo instituye el reconocimiento de que la có-
pula puede ser realizada por placer. El sexo-placer instaura sus fueros junto al
sexo-procreación y lo desaloja de su pedestal jerárquico.
La Iglesia va a la rastra de las transformaciones psicológicas y morales que
se verifican en la sexualidad. No puede oponerse indefinidamente a esas modi-
ficaciones y las resiste hasta que comprueba que el proceso de secularización
se introduce en su propia feligresia. Este ha sido y continúa siendo el problema
de fondo en la relación de la Iglesia con la sociedad civil: cómo asegura la con-
tinuidad de su poder sobre ella, vale decir, cómo se resiste ala secularización,
que lo debilita. En el momento de que hablamos, que se repite cíclicamente en
duración desigual según qué transformaciones estén en juego, los creyentes ex-
perimentan un malestar insobrellevable entre sus deseos humano-sociales y las
convicciones religiosas que los reprimen. La Iglesia, entonces, no tiene más re-
medio que abrir una de las compuertas y tratar de controlar el caudaloso empu-
je, sin poder evitar desbordes y pérdidas. ¿Cómo controla o intenta controlar las
intrusiones secularizantes? Resemantiza la sujeción religiosa, dispone de otro
modo la vieja articulación teológica, negocia con la feligresía un contrato más
flexible. Este mecanismo se ha vuelto a poner de manifiesto con el placer sexual.
La Iglesia se ha visto obligada, dadas las transformaciones en las visiones y há-
bitos sexuales de las últimas décadas, a reconocer lo que denomina el “amor‘
conyugal”. El padre Botero Giraldo admite, con ilustrativa sinceridad, el alivio
que proporciona la compuerta: “Muchas esposas, sobre todo, podrán respirar
tranquilas como quien se libera de una pesada angustia, sabiendo que la relación
sexual no es única y exclusivamente en orden a los hijos, sabiendo que hoy se
abre para ellas un cauce legitimo, antes no bien explicitado”.17 Dejemos a un
lado el indulgente eufemismo con que el autor reduce la degradación culpabi-
lizante que la Iglesia infligió al sexo a una cuestión de mayor o menor explici-
tud; vayamos al núcleo del dispositivo. Apenas se ha entreabierto la compuer-
ta, el alivio se contrae con la reaparición de los viejos axiomas. Es, dicho en tér-
minos futbolísticos, patear la pelota hacia adelante. mecanismo inevitable pa-
ra la Iglesia Católica Romana, a diferencia de la judía y de muchas protestan-
tes, mienuas mantenga su obsesiva pretensión de regular la sexualidad de los
146 MARZO 1991

humanos. El “amor conyugal”, pues, vuelve a cerrarse: si bien se lo admite aho-


ra como diferente de la procreación, se lo define como inseparable de ésta. Se
trata de la conservación dogmática de un digesto teológico que ya vastos sec-
tores de fieles han escindido, separado. El mantenimiento de él hace ambiguo
y culposo el vínculo de aquéllos con la Iglesia y termina por segregarlos. Del
mismo modo, es difícil para todos ellos aceptar hoy que la relación sexual só-
lo pueda consumarse en la sede “conyugal”. Han vivenciado la caducidad del
“no fomicar”
Una tras otra las realidades secularizadas son resublimadas en el intento de
sofrenar su extensión y consolidación. Se pretende ocultar, o redefinir ocultan-
do, lo que las nuevas costumbres sociales patentizan como desacralización y a
la vez afirmación de lo humano-social. ¿Cuántos admiten hoy que la relación
sexual supone un compromiso “para siempre” de los partícipes? ¿Cuántos cre-
en hoy que reconocer la posible transitoriedad del encuentro de los cuerpos su-
pone una “inmoralidad”? El sacerdote mencionado, en ese texto de “orientacio-
nes prácticas” aggiornadas, se esfuerza por convencerlos: “Salta a la vista que
el amor sexual conlleva dos requisitos que no son fruto de una ley, sino exigen-
cias intrínsecas del amor, si éste es auténtico. Primera: Ser expresión de amor
de uno para con una. Segunda: Ser expresión de amor para siempre”.18 Salta a
la vista, conlleva, exigencias intrínsecas, si es auténtico... Es inútil sobrecargar
el texto de trucos silogísticos: la experiencia sexual del creyente le evidencia la
relatividad de los axiomas teológicos. Se podrá inhibir o demorar esa experien-
cia, y, consumada, culpabilizarla; pero cada vez serán menos eficaces las admo-
niciones y los fieles más indiferentes, o resguardados, a la culpa infundida. Ya
no estamos en la Edad Media con su terrorismo religioso.19
La compuertaentreabierta se muestra, pues, insuficente: las aguas desbor-
dan por encima del dique y éste exhibe grietas profundas por las que también se
escurren. Se tratará de soldarlas definiendo con insistencia la relación sexual co-
mo “comunicación”, para velar el concepto de “placer” o mediatizarlo. Cual-
quier psicología laica establece hoy que una relación sexual sin intercambio a-
fectivo-simbólico entre los partícipes, sin lenguaje incluso, se constriñe a me-
ra genitalización. Un texto fecundo como el de la psicoanalista Dolto, que fue
católica militante a la vez, ilumina mil veces más que estos ergotismos teológi-
cos el problema de la “comunicación” en el encuentro de los cuerpos.20 E ilus-
tra la posibilidad de pensar una ética del encuentro sexual, sus dones recíprocos
y sus “casos de conciencia” sin necesidad de que intervenga la teología moral.
En verdad, la aparición del término “comunicación” en la nomenclatura cató-
lica debe entenderse como concesión, inconfesada y podría decirse inevitable,
CUADERNOS DEL SUR 12 147

a la influencia contemporánea del psicoanálisis.21


No resuelve mucho el término, y menos aún cuando no se ceja en ligarlo a
la indisolubilidad y .la fidelidad de los cónyuges y se refinna su inseparabilidad
de la procreación; en suma, la sujeción al mandato divino. Esta es la cuestión
central a la que la Iglesia-Católica no renuncia y parece difícil que quiera renun-
ciar. “Gozar el amor conyugal con el debido respeto a las leyes del proceso ge-
nerativo significa reconocer que llos cónyuges/ no son árbitros de la fuente de
la vida sino colaboradores del plan de Dios creador”.22 La sujeción de la sexua-
lidad humana al “plan (o designio) divino” es una idea recurrente; “la realiza-
ción del varón y la mujer fue ya programada por Dios en un contexto de ‘alian-
za’ “; “elegir una actividad sexual con persona del mismo sexo equivale a eli-
minar el rico simbolismo y el significado del plan de Dios en relación con la ac-
tividad sexual”; “los dos descubren que realizan juntos el plan de Dios”.23 Vol-
vemos circularmente al punto clave: la Iglesia no desiste de su pretensión de re-
gular la sexualidad humana y mantiene el axioma —no puede sino mantener-
lo para que tenga sentido su pretensión- de que Dios regula nuestra sexuali-
dad, de cuyo “plan” ella ejerce el magisterio. A esta altura del desarrollo cien-
tífico, de la infonnación masivizada y de los cambios en las costumbres, resul-
ta inadmisible la regulación de la vida sexual por designio divino. No sólo el i-
maginario social rechaza esa subordinación, sino que aun el imaginario religio-
so, la propia religiosidad popular, la desatiende y la esquiva.
El “amor conyugal” como relación sexual es, en definitiva, un sucedáneo te-
ológico que cumple una función ambigua: acepta nominalmente la existencia
del placer pero lo deserotiza. ¿De qué relación sexual y de qué placer se trata en-
tonces? No hay cabalmente tales: es la utilización de tecnicismos psicológicos,
de amplia circulación, pero que recubren el vaciamiento del significado con que
circulan. Un placer sexual al que se le sustrae el erotismo se corresponde con
una persona teológica desexuada. La palabra “orgasmo”, clave de toda inteli-
gibilidad actual del “placer sexual”, no aparece por ningún lado. Ausencia y ne-
gación son explícitas: “Los juegos eróticos son un sinsentido. Los juegos sexua-
les con personas del mismo sexo o del sexo contrario no tienen sentido. Ponen
en peligro la madurez personal. No son una señal verdadera de amor personal.
Muchos de estos juegos eróticos, con mayor o menor conciencia de ellos, ado-
lecen de sentido personal: son anónimos. No interesa la persona del otro: inte-
resa su sexo. No interesa el otro como persona sino como objeto de placer”?
He aquí una relación sexual, un “amor conyugal”, despojado de “objeto de pla-
cer”. Mejor dicho, que debe ser despojada del objeto de placer por imperativo
148 MARZO 1991

teológico. Los juegos eróticos no interesan a la persona; se trata, pues, como di-
jimos, de la persona teológica desexuada. No ha cambiado nada: el erotismo si-
gue siendo inmoral, es pecado.
Hemos llegado al punto esencial, inconciliable para la moral dogmática de
la Iglesia Católica Romana. La Iglesia vacía la índole humano-social del “amor
conyugal”, que es el deseo sexual. Lo ha negado siempre y además lo ha demo-
nizado; los nuevos discursos no consiguen liberarla de este círculo teológico de
la persona desexuada. No se quiere aceptar el deseo como atributo específico del
hombre, pues es precisamente el erotismo lo irreductiblemente humano, más
que la procreación. El deseo sexual es una construcción humano-social, fuera
de cuyo ámbito cultural (símbolos, aprendizajes, fantasías, técnicas, dones mu-
tuos) es impensable e indefinible. El orgasmo es la consumación de la plenitud
erótica; no subsume al erotismo, pero es en el orgasmo donde se nos revela la
naturaleza y completud del erotismo. La Iglesia Católica Romana se empecina
en reglar un “amor conyugal” sin erotismo ni orgasmo. ¿No sería ya atinado que
desactivara teológicamente la sexualidad y dejara su regulación a cargo de los
seres humanos?

La encrucijada de lo humano

Entre los sacudones del destape español, Josep Vincent Marqués titulaba su
incisiva reflexión sobre la sexualidad ¿Qué hace e! poder en tu cama?. Podrí-
a remedársela a la inversa: ¿Qué hace la anticoncepción en la Iglesia? En es-
ta como en aquella los términos de las preguntas son inconciliables. Se lo lla-
me “procreación consciente” como Knaus o “planificación familiar” como Bi-
llings, lo cierto es que se trata de la decisión de no concebir. Es anticoncepción,
y los métodos Ogina-Knaus y Billings son anticonceptivos. No hay casuística
que disimule esto. Si la Iglesia Católica Romana acepta la anticoncepción só-
lo puede hacerlo a costa de modificar su dogmática sexual. Enuncie o disimu-
le las modificaciones, poco importa, la dogmática está siendo desacatada y u-
na nueva moral sexual se abre camino entre los propios católicos. Es el enten-
dimiento de que la relación sexual no está sujeta a una moral específica, como
lo pretende la Iglesia, sino que se inscribe en la moral de las relaciones huma-
no-sociales. La sexual es, moralmente considerada, una relación más entre a-
quellas que constituyen lo humano en sociedad. Esta concepción de lo moral
en lo sexual no es extraña incluso a algunos sectores católicos progresistas: “El
paradigma para las relaciones debe ser el mismo que el paradigma para todas las
otras relaciones; el de la justicia. Que ambas partes se respeten mutuamente, que
CUADERNOS DEL SUR 12 149

tengan el suficiente interés por el bienestar de la pareja así como de sí mismos,


que se responsabilícen por el futuro de la vida”.”
La Iglesia Católica Romana está en una encrucijada. Conmovida por los im-
pulsos de la destabuización sexual que dura desde los sesenta, se ve en los o-
chenta erosionada por la competencia de las sectas electrónicas. En éstas la se-
xualidad no es excluida ni ensombrecida, los cuerpos son ritrnados y contagian
alegría y los pastores dan muestra de que copulan con todas las parejas. En me-
dio de este cruce intrincado, la Iglesia Católica argentina da batalla por el aca-
tamiento coletivo a su omnipotencia espiritual. Dificilísima situación que ha-
ce entendible, sin necesidad de tener en cuenta otros factores, cierto grado de
exasperación.
Después del divorcio, se sabía que de algún modo sobrevendn'a el aborto.
Ni el integrismo feudotardío del nuevo gobierno pudo impedirlo. Por eso la ca-
suística oscurantista no puede aceptar siquiera el aborto de la violada. Con un
rictus severísimo la condena a ser madre de una concepción repugnante y de un
fruto que porta el odio y el agravio. Las bellas conciencias se consideran con de-
recho de sobra, en nombre de una creencia que dimana del Todopoderoso, pa-
ra desentenderse del profundo disturbio psicológico-moral de una violada y So-
meterla de por vida a la sevicia de amar por decreto divino a un hijo cuyo pa-
dre le introdujo el semen fecundante mientras la destruía como persona. En
nombre de la persona teológica, se desreconoce y abate a la persona humana.
Esta es la inhumanidad a que conduce una omnipotencia dogmática que de-
sea preservar su poder de sujeción más que salvaguardar conductas morales. Só-
lo faltaba para completar el cuadro un toque de picaresca criolla: una diputada
conservadora ha presentado un proyecto sobre la violación. (Hipócrita institu-
cional, por mucho menos abortaría con discreción, en una clínica confiable).
Propone que la violada-madre sea beneficiada por el Estado con una pensión
graciable. La condenamos a una vida perturbada, pero le pagamos cinco kilos
de fideos por semana y, anexa, una sesión de psicoterapia.
Esta increíble muestra de torpeza moral-intelectual constituye un síntoma
de las condiciones bajo las cuales el debate argentino sobre el aborto es intimi-
dado y a la vez bastardeado.

NOTAS

l) Kate Millet, Política sexual, México, Aguilar, 1975, p. 224: del apartado que dedica ala Unión
Soviética, pp. 224-235, tomo el resto de los datos.
2) Concha Cifn'án, Carmen Martínez Ten, Isabel Serrano. La cuestión del aborto, Barcelona, I-
caria, 1986, p. 47.
150 MARZO 1991
3) Dr. Carlos Burgo, Sur, l2 de agosto de 1990.
4) Selig Neubardt y Harold Schulman, Técnicas de aborto, Buenos Aires, Editorial Médica Pa-
namericana, 1976, p. 20.
5) Dr. C. Burgo, op. cit.
6) K. Millet, op. cit., p. 230 y n. 42.
7) Cfr. Selig Neubardt, “La experiencia japonesa", en S.N. y H. Schulman, op. cit., pp. 137-150.
8) C. Cifrián y otras, op. cit., p. 53.
9) Jane Hurst, La historia de las ideas sobre el aborto en la Iglesia, Washington, Catholica for
a Free Choice, s/f., p. 30; el entrecomillado interior pertenece a John McKensie, The Roman
Catholic Church, 1971.
10) Reportaje a la teóloga norteamericana Frances Kissling, en Yo aborto. Tu’ abortas. Todos ca-
llamos. Montevideo, Ediciones Codidiano Mujer. 1989, pp. 49-50 y 53.
ll) Juan Carlos Scannone, S.J., Evangelización, cultura y teología, Buenos Ailres, Guadalupe,
1990, p. 28-29 (apartado “Rechazo de la modemidad y actitud conservadora"); el subrayado
es del autor.
12) Daniel Fainstein, “El aborto terapéutico está permitido", Nueva Sión, N9 726, 30 de julio de
1990. El autor es decano de estudios del Seminario Rabínico Latinoamericano.
13) Rabino León Klenicki. Perspectivas teológicas judías sobre el aborto, Buenos Aires, Olam Se-
guros, 1980, p. 1; cit. por D. Fainstein, op. cit.
14) Otra vez más habría que señalar hasta qué punto enrarece el debate sobre el aborto la existen-
cia de una iglesia “conservadora yantimodema", que baja línea desde “un sistema de princi-
pios doctrinales ahistóricos". Desde una teología renovadora la controversia se situaría en un
marco pluralista. Si la fe aparece como "mediación" entre la cultura y la historia y la trascen-
dencia ética consiste —en primer lugar- en la irreductible alteridad, indisponible imprevisi-
bilidad e intangible dignidad de la libertad del otro y del sí-mismo en cuanto otro para los o-
tros en el seno del nosotros" (Juan Carlos Scannone. S. 1., Nuevo punto de partida en [afila-
sofía latinoamericana, Buenos Aires, Guadalupel 1990, p. 189), se hace factible presumir que
la discusión no ocultaría los puntos irreconciliables pero se haría inteligible, tolerante y segu-
ramente provechosa para todos.
15) Cfr., p. ej. los interesantes trabajos de varios autores en La eutanasia y el derecho a morir con
dignidad, Madrid, Ediciones Paulinas, Universidad Pontificia Comillas, 1984. La sola lectu-
ra aun superficial de estos textos resalta el atraso intelectual de la iglesia argentina y el simplis-
mo retrógrado de sus posiciones.
16) Escapa a los intereses de este trabajo la consideración crítica del carácter cientificista, eficien-
tista y productivi sta de dicha “racionalidad”, que reivindica el pensamiento liberal y compar-
te en mucho el marxista.
17) Silvio Botero Giraldo. Amor y sexualidad hoy, Bogotá (Colombia), Ediciones Paulinas, 1988,
p. 50.
18) Ibídem, p. 44.
19) Recojo el término de un investigador católico: “... la religión de la Edad Media, ciertamente ad-
mirable, pero estropeada por un cierto terrorismo concentrado en la noción de culpa. /.../ La a-
pologética de esc tiempo suponía, menos que en el siglo XVII, pero de todas maneras con con-
tinuidad e intensidad, que era necesario apelar a la culpabilidad y al temor para obtener la con-
versión de los espíritus y el retorno de las almas" (Georges Hourdin, Francisco, Clara y los
otros. Laicos que revolucionar: a la Iglesia. Buenos Aires, Guadalupe, 1987, pp. 223 y 151).
20 Cfr. Francoise Dolto, Sexualidad femenina, Libido, erotismo, frigidez, Buenos Aires, Paidós,
1983.
CUADERNOS DEL SUR 12 151
21) Dos cuestiones respecto del psicoanálisis no pueden ser desplegadas aquí pero resulta conve-
niente enunciarlas. La primera atañe al ambivalente papel histórico-cultural del psicoanálisis
como, por un lado, formidable removedor de cristalizaciones y prejuicios sobre el sexo y, por
el otro , como continuador, a través de una "traducción" a un nuevo lenguaje científico, de cier-
tas concepciones patriarcales-conservadoras. Lo último se refiere en particular a las teorizacio-
nes freudianas sobre la psicología femenina, de las que la hipótesis de la “envidia del pene" ha
resultado más severamente cuestionada. Esta discusión tiene su historia y continúa abierta. La
segunda cuestión concierne en particular a sociedades como la argentina, de amplia acogida a
la clínica psicoanal ítica y que, al contrario de la anterior, no cuenta todavía con desarrollos su-
ficientes. ¿En qué medida la psicoterapia psiconalítica generalizada no ha infundido, o mejor
re-infundido, culpabilizaciones en el aborto, la homosexualidad y otras situaciones problemá-
ticas? A la falta de investigaciones empíricas debe añadirse la autooensura corporativa de nues-
tra comunidad profesional. celosa siempre de reverdecer su élan ph -E asista al par que depo-
sita en la psiquiatría todo conservadorismo.
22) Pablo VI, encíclica “Humanae Viltae" (n. 9); cit. por S. Botero Giraldo, 0p. cit., p. 51.
23) Ibídem, pp. 55, 65 y 79: la segunda transcripción no es texto del autor sino de “El cuidado de
las personas homosexuales", declaración de la Sagrada Congregación para la Doctrina de la Fe,
del lQ de octubre de 1986.
24) Ibr'dem, p. 38.
25) Teóloga F. Kissling, reportaje ciL, p. 50.

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1990
r REVISTA DE POUTlCA. ECONGMIA, CULÏURA v comumcncrou
oc-r, ¡nom PHODUCIDA POR ESÏUDIANTES. GRADUADOS Y DOCENTES DE LA UNIVERSIDAD DE BUENOS mnEs
AUSPICIADA POR LA SECREIARIA DE CULTURA DEL CECSO

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