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Rosa cuchillo (Óscar Colchado) y “Huaico” (Daniel Alarcón): tensiones en el discurso del

cuerpo como locus discursivo y político

Alberto Valdivia-Baselli
The Graduate Center, CUNY

1. Campo literario: estética y política del cuerpo

Nos interesa analizar la dinámica del cuerpo en el campo cultural-social peruano después de la

violencia interna peruana cuyos discursos en pugna han requerido de formas que evidencien las

reacciones políticas e ideológicas de diferentes esferas de poder e identidad en la sociedad

peruana, y reorganice las interacciones de lo político y de lo estético, y de la política de lo

estético (Rancière 1998) en esa dinámica.

La sociedad peruana, en su complejidad heterogénea (Cornejo Polar 2003) y su modernidad

traumática poscolonial (Mignolo 2005) ha sido caldo de cultivo para interacciones racistas,

clasistas y de fracturas sociales profundas frente a las cuales el Estado republicano no ha sabido

proyectar políticas de intervención en la reconfiguración simbólica y legal del cuerpo (como

cuerpo físico, como cuerpo social), y la sociedad civil ha desarrollado dinámicas de violencia

pasiva y de profundas crisis de identidad que produjeron violencia activa a lo largo de su

historia: Esta vez analizaremos brevemente el caso de la sistemática barbarie nacida en 1980 con

Sendero Luminoso y el posterior terrorismo de Estado contrasubversivo.

Grandes corrientes ideológicas se hicieron visibles a lo largo de las pugnas políticas de las

décadas del terror a través de reconfiguraciones de lo sensible en dispositivos estéticos-políticos


nacidos de diversos ámbitos del arte (del cine al teatro, de las performances callejeras [cómicos

ambulantes (Vich 2001)] hasta la música popular), pero en la literatura se produjo un escenario

en pugna de visibilización requerida por agendas incluidas en el prestigio del ámbito letrado y en

sus proyecciones puntuales y poderosas de ideologización de la escuela (Cox 2004).

La propuesta letrada criolla (limeña), la andina (desoída por el poder hegemónico) y la senderista

(con toda la problematización que esta rígida taxonomía encierra) hicieron uso de la letra

narrativa y poética para cuestionarse, reafirmarse, problematizarse, distribuirse: visibilizarse, y

articular el cuerpo social según sus agendas. Las diferentes interpretaciones de lo real pugnaron

por constituir la hermenéutica más válida para visibilizar el régimen de lo sensible y la barbarie

real y simbólica (Valdivia Baselli 2006, 2002 y 2007) intervinieron con sus ideologemas

externos a interpretar lo real en pugna por la capitalización simbólica mayor en el campo cultural

de lo sensible.

Todos los espacios de interpretación, de construcción de lo simbólico en la interpretación-

intervención del contexto de violencia política, buscaban reconfigurar la estructura de la verdad

y la disposición de sus constituyentes, estableciendo un claro enemigo público. Mientras la

ideología criolla (desde diarios hegemónicos; canales de televisión capitalizados,hasta autores

publicados en las mayores editoriales nacionales, o trasnacionales) pugnaba por construir una

ideología del resentimiento social (andino) para proyectar ese ideologema al terror de Sendero

Luminoso (la justificación de su lucha). Por otro lado, desde un componente étnico vinculado al

mundo andino o a la otredad mestiza peruana, la ideología andina se concentraba en proyectar el

terror de Sendero Luminoso en la ausencia del Estado criollo del mundo andino y la

supervivencia de estos entre dos fuegos: el Ejército del Estado y los subversivos terroristas. Dos

sistemas ideológicos, cargados de proyectos de nación contradictorios, que, pese a su


equivalencia estética (literaria) y política (búsqueda de un orden alterno al presente), proyectaban

estructuras simbólicas contrarias frente a la dicotomía orden/subversión ante el Estado,

reclamaban contra la presencia de Sendero Luminoso, pero distribuían al Estado en espacios

diferentes del cuerpo social y de los cuerpos de los ciudadanos (acribillados, bombardeados,

secuestrados, violados, marcados).

Durante esta confrontación ideológica y simbólica, además de física, terriblemente corporal, las

heridas sociales y políticas se hicieron traumáticas y, al momento del cataclismo de los dos

proyectos-nación expresados en las políticas estéticas del campo (la derrota militar de Sendero

Luminoso por parte del Estado, desde 1992 hasta 1997; y la caída del Estado fujimorista), se

produce un requerimiento del campo cultural, necesario desde el ámbito social, construido desde

el dispositivo reconciliación a través de la reconstitución del cuerpo: Se construye, por lo tanto,

un discurso de memoria y recuperación del pasado para reactualizarlo teniendo al cuerpo de las

víctimas desideologizadas como locus presente de la memoria. Es el cuerpo de las víctimas el

que habla de la memoria del terror, es el cuerpo de los familiares de las víctimas (víctimas

también) y el cuerpo de los asesinados en fotografías los lugares de la memoria, del discurso

sólido de la memoria; es el cuerpo colectivo de estos cuerpos los productores de su propia

epistemología de poder.

Los cuerpos de este debate de campo y de representación no saben pero no son ignorantes, como

señala Nancy. Construidos en representaciones, desideologizados en museos de la memoria y en

muestras de la Comisión de la verdad, capitalizados en signos de la nueva era de la

neutralización de la guerra y de las ideologías de debate al interior de la guerra, los cuerpos se

abren como lugares a la significación de su propia producción de significados. Su razón está ni

antes ni después de la razón subjetiva de los poderes de la guerra sino paralela a ella; están en el
espacio del no sentido, pero son sentido de sí: los cuerpos dialogan y en esta dinámica corporal

de representación de la guerra y de sus ideologías “Huayco” de Daniel Alarcón y Rosa Cuchillo

de Óscar Colchado evidencian esta pugna de centramiento y descentramiento del cuerpo (social,

físico, simbólico, cultural) y del sujeto y la producción de conocimiento de lo real, en

contraposición ante una verdad única.

2. Huayco y los cuerpos de lo social

El cuento “Flood” (“Huayco”, originalmente escrito en inglés) del libro Guerra a la luz de las

velas (2006) de Daniel Alarcón está dividido en dos dimensiones narrativas que se superponen,

pero, al mismo tiempo, se desarrollan paralelamente sin diegéticamente disociarse. Por un lado,

el huaico (deslizamiento de lodo en localidades pobres, acantonadas en las laderas de los cerros

que rodean una ciudad innominada [Lima, sin explicitarlo]) divide súbitamente dos

asentamientos humanos con diferente nivel de poder civil, enfrentados, en medio de la necesidad

y la catástrofe económica que significa la destrucción de los precarios enseres y casas de los

pobladores. Esta cuerpo social dividido se significa también en la sumisión de los pobladores del

asentamiento Siglo XX (símbolo de modernidad) frente a la actitud rebelde frente al sistema del

asentamiento de enfrente que tienen como héroe social al hermano de un poblador del

asentamiento que, siendo militar, luchó contra el terrorismo pero que, actualmente, está preso por

delitos comunes (contradicción en el castigo del sistema estatal-social). El cuento termina

reproduciendo la masacre de los penales (cuando en 1986 el Estado, luego del motín de Sendero

Luminoso en los penales de Lima, los bombardea, produciendo el primer y más grande genocidio

en manos del Estado, registrado en el Perú. El recorte estético construye una delimitación

específica de la subjetividad de lo que se categoriza como pueblo, como cuerpo sistémico


atravesado por una barrera ideológica, política y social. Lo signa como cuerpo pobre que debe

tomar partido frente a la guerra política: el huayco es la violencia y hay que enfrentarse ante el

enemigo (el Estado o SL). Esta administración de la dinámica se produce como a la articulación

de la violencia, marcada en el cuerpo social y en el físico: los asentamientos se pelean

físicamente como única manera de determinar justicia o resolver la lógica de la violencia en sí

que ha permeado todos los estamentos de la sociedad civil peruana. Los terroristas de SL son

simbólicamente los “chivos expiatiorios” de la producción de la violencia en el discurso oficial,

pero, como verificamos en el cuento, la violencia es omnipresente (en el acto, en el discurso

marginalizador de la policía, en la corrupción de la misma, en la administración de los penales,

en la heroicidad del personaje militar encarcelado, en la edificación de su subjetividad que lo

había hecho arma obsesiva de la violencia militar contrasubversiva). La articulación estética del

cuento propone, por lo tanto, una subjetividad de la violencia, una ideología de la misma que, sin

embargo, no es administrada por el terrorismo sino por el Estado en un grado mayor. La

violencia civil es consecuencia de la violencia política, es lo visibilizado/pensado en el cuento, y

viceversa. Las acciones del Estado frente a la administración de la violencia no son justificables

(gracias al efecto estético-político del genocidio del Estado en las cárceles) y aquello es lo que

debe ser estética-políticamente pensado, es lo que debe estar en el horizonte del debate

ideológico y de la praxis política del mismo. Este textos nos muestra formas particulares en las

que la distribución de lo sensible de Rancière se materializa para dialogar, modificar, replantear

y verificar formas particulares en las que el cuerpo social puede ser tanto receptor de sufrimiento

en un horizonte de dinámicas casi biológicas (especular entre el cuerpo social y el cuerpo que

muere a manos del estado en los penales, o a manos de la sociedad civil insertada en la lógica de

la violencia) y, al mismo tiempo expresión simbólica del cuerpo social, forzado, por el estado a
participar de la violencia contrasubersiva, politizándolo e ideologizándolo dentro del discurso

oficial. No hay escapatoria para el cuerpo y para el organismo social: violentarse o ser

violentados es lo mismo; se ha neutralizado la ideología y la política: son estos solo escalones del

mismo horizonte que sirve al discurso de la violencia del otro, quien debe ser vigilado y

castigado (terrorista o sociedad civil): ingresado en la cárcel, asesinado en la cárcel.

3. El cuerpo como locus discursivo: el viaje al Janaq Pacha

Por otro lado, la novela Rosa Cuchillo de Óscar Colchado Lucio, está basada en la travesía

política y discursiva de dos cuerpos, uno en búsqueda del otro. Nos interesa, en este punto, el

discurso del/desde el cuerpo construido en esta búsqueda discursiva/física a través de la novela.

Partimos, por lo tanto, de la tensión producida en el cuerpo como locus de enunciación simbólica

y de producción de significados, en la travesía del cuerpo de Rosa Wanka por el mundo de los

muertos andino hacia el Janaq Pacha (el mundo de los dioses) en búsqueda de su hijo muerto

por el estado. En este punto el cuerpo de Rosa está problematizado por la muerte. En el mundo

de posmuerte andino el cuerpo es y no es necesario, el cuerpo es y no es el buscado. Símbolo y

ansiedad subjetiva.

Rosa necesita de su cuerpo para cruzar por el mundo de los muertos, requerido por el ejercicio de

la búsqueda; sin embargo, en el discurso que construye a Rosa no hay referencias claras al

cuerpo en ultratumba sino al cuerpo contextual y al cuerpo de los otros espíritus con los que se

encuentra. Nancy nos provee de una episteme para dialogar con los cuerpos muertos de

Colchado, tensando el concepto de cuerpo muerto en cuerpo-lugar discursivo. Las tumbas, las

“masas extendidas” de los cuerpos muertos, aquellos que van y vienen y que están

epistemológicamente en los lugares del cuerpo muerto, no son el cuerpo sino los discursos del
cuerpo. El cuerpo no tiene final discursivo, pero no es discurso de nadie. El cuerpo proyecta su

forma especial de conocimiento en sí mismo incluso en la muerte.

Este paradigma ontológico, sin embargo, es retado por el cuerpo de Rosa Wanka al ser discurso

más que cuerpo entre cuerpos físicos muertos e interactuante de un ámbito físico de cuerpos. La

episteme en la que se encuentra dinámicamente el discurso-cuerpo de Rosa y los cuerpos-materia

del contexto posterrenal cuestiona la gravidez simbólica del cuerpo en el contexto de la guerra en

que está inscrito: La guerra usa cuerpos en un ámbito de cuerpos pero el lugar del cuerpo

muerto, final del cuerpo en la guerra, no es cuerpo expulsado del conflicto de cuerpos sino que es

discurso corporal que supera la lógica de la guerra y produce conocimiento. El cuerpo muerto

que recorre la vida post mortem de Rosa es un cuerpo discursivo, el discurso del discurso del

cuerpo, que Nancy asume como invisibilizador del cuerpo (2008) pero perpetuador de su deseo,

pero que para Colchado es un cuerpo liberado de la gravidez que produce la guerra de cuerpos en

el cuerpo. La guerra de cuerpos que lo social ha construido en el Perú de los 80.

La estructura de la novela se construye interrelacionando las historias de los dos cuerpos que se

buscan discursivamente (intercaladamente) y en proyección inversamente proporcional. La

diégesis irrumpe in media res con el viaje de Rosa hacia el Janaq Pacha; más adelante, la

linealidad de esta narración se rompe por el flashback a Liborio, su hijo, el mismo que está

siendo buscado por el cuerpo muerto de Rosa en el postmundo. Liborio, incluido en las filas de

Sendero Luminoso como “camarada Túpac”, nos contará de sus tensiones ideológicas ante la

narrativa inicial de SL frente a los indígenas-mestizos como él (una revolución andina) y la real

revolución maoísta que se desarrolla frente a sus ojos. Nos narrará, asimismo, su muerte a manos

del Estado, la victoria de la soberanía sobre su cuerpo (Foucault 2000); su historia pasada será

espéculo tensional del mundo de las problemáticas de la modernidad occidental (revolución


marxista-maoísta ante el orden social capitalista tardío) y el aparente orden deseado andino (con

reminiscencias ideológicas de Taki Onqoy e Inkarrí). Ambos cuerpos, el de Rosa y el de Liborio,

funcionan, ante ambas máquinas de guerra (Deleuze y Guattari 1987): el estado organizado y el

altamente jerarquizado sistema senderista, pese a su accionar de guerrilla. Son dispositivos

corporales siempre en desplazamiento. Ambos cuerpos son botines de guerra en escape,

atravesados por el horizonte instalado de violencia absoluta; el de Rosa, botín de una guerra

metafórica entre dioses y hombres por la posesión sexual de su cuerpo (una guerra entre su

agencia subjetiva, o la agencia de su cuerpo, y el poder de los poderosos); Liborio, botín de una

guerra entre el poder de la soberanía, estable lógica de poder del estado, frente a una máquina

inusual de guerra cuya ideología no subsume nunca completamente el cuerpo de Liborio: Como

en “Huayco” de Alarcón, ni el Estado como la violencia institucional lo ofrece a la soberanía en

holocausto por expresar esa tensión ideológica y corporal: por escapar de la guerra ideológica

y de la guerra violenta y ser solo cuerpo.

Rosa Wanka (Cuchillo), por su parte, había sido, como cuerpo, también botín de guerra. El

espacio de violencia en que la guerra construye al cuerpo de Liborio, fue genealógicamente

propuesto también en el cuerpo de Rosa, en la violación que los dioses andinos perpetran en su

cuerpo como premonición de la violencia por venir, por el huayco de Alarcón que, desde el

Estado y SL, en la instalación de un cooptamiento absoluto violencia absoluta, arrastrará a

cuerpos y, con ellos al cuerpo social, a insertarse activamente en el territorio de la guerra en

donde el cuerpo es el signo mayor de nuestra significación y subjetividad administrada por el

poder de la violencia, por el del deseo de poder, y en el que la única forma de escape es el

exceso de corporizarse al extremo y ad infinitum: ser cuerpos significantes, vaciados,


inhumanos, neutralizados, pero con memoria y ejercicio político y ético desde-por-y-para-el

cuerpo restante.

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