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La política de los

grandes números
Historia de la razón
estadística

Alain Desrosières
traducción de mónica silvia nasi
Introducción.
Apoyarse en las cosas

El desempleo, la inflación, el crecimiento, la pobreza, la fecundidad: es-


tos objetos y sus medidas estadísticas constituyen puntos de apoyo para
describir situaciones económicas, denunciar injusticias sociales, justifi-
car acciones políticas. Están inscritos en usos rutinarios que contribuyen
a fundamentar la realidad del paisaje descrito y aportan un lenguaje es-
table y ampliamente aceptado para expresar el debate. Pero este uso im-
plica una paradoja. En cuanto referencias, esos objetos deben ser consi-
derados indiscutibles, por encima de lo cuestionable. En ese caso ¿cómo
pensar un debate que se refiere precisamente a dichos objetos? ¿Cómo
discutir lo indiscutible? Estas preguntas surgen a menudo en contextos
de denuncia. ¿Mienten las estadísticas? ¿Cuál es la cifra real de desem-
pleados? ¿Cuál es la verdadera tasa de fecundidad? Aun siendo referen-
cias del debate, esas medidas son también objetos de debates.
Estas controversias se pueden clasificar en dos categorías, según se
refieran sólo a la medida o al objeto mismo. En el primer caso, la rea-
lidad de la cosa a medir es independiente del proceso de medición; ésta
no se pone en tela de juicio. La discusión se refiere a la manera de
medir operaciones estadísticas en términos de «fiabilidad», según
modelos ofrecidos por las ciencias físicas o la industria. En el segundo
caso, por el contrario, la existencia y la definición del objeto son per-
cibidas como convenciones que pueden ser discutidas. La tensión entre
estos dos puntos de vista, considerando los objetos a describir ya sea
como cosas reales o como el producto de un trabajo convencional, está
inscrita desde hace mucho en la historia de las ciencias humanas, de sus
usos sociales y de los debates al respecto. Este libro analiza las relacio-
nes entre estas dos interpretaciones: es difícil pensar al mismo tiempo que
los objetos medidos existen realmente y que se trata tan sólo de una
convención.
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«Hay que tratar los hechos sociales como cosas.» Al formular así, en
1894, su regla del método sociológico, Durkheim inscribe las ciencias
sociales en una perspectiva de objetivación, característica de las ciencias
de la naturaleza. Pero esta fórmula es ambigua. Puede leerse de dos
maneras: como una afirmación de realidad o como un presupuesto
metodológico, «los hechos sociales son cosas», o «hay que tratar los
hechos sociales como si fueran cosas». En la segunda lectura, las palabras
importantes son tratar y como si. Implican una actitud instrumentalista,
que deja entre paréntesis la cuestión de la realidad de dichas cosas. Lo
esencial entonces es el tratamiento y las convenciones sobre él, para
hacer «como si».
Estas dificultades son análogas a las encontradas, en el curso de la
historia, por los inventores de los lenguajes estadísticos que nos permi-
ten precisamente constituir los hechos sociales en cosas. Hoy en día,
estos lenguajes se apoyan en conceptos sintéticos muy formalizados:
media, desviación-tipo, probabilidad, clase de equivalencia, correla-
ción, regresión, muestra, renta nacional, estimación, test, residuo,
máximo de verosimilitud, ecuaciones simultáneas. El estudiante, el
investigador o el que utiliza datos estadísticos recibe conceptos com-
pactos, encapsulados en formulaciones concisas y económicas, mientras
que estas herramientas son el producto de una gestación histórica reple-
ta de dudas, retraducciones, conflictos de interpretación. Para manejar-
las, el aprendiz debe plantearse y resolver en poco tiempo cuestiones
discutidas durante décadas o siglos. Reabrir estos debates no responde
a una curiosidad erudita, añadida como un suplemento vivificante a la
adquisición de técnicas formalizadas, sino que ofrece un camino y una
ayuda al proceso de comprensión y aprendizaje. Los obstáculos encon-
trados por los innovadores de antaño para transformar los hechos socia-
les en cosas son semejantes a los que aún hoy encuentra el estudiante, o
que hacen difícil pensar al mismo tiempo las dos interpretaciones, rea-
lista y no realista, de la regla durkheimiana. La historia nos hace com-
prender cómo los hechos sociales se han transformado en cosas y, por
ende, el modo de esta transformación para cada usuario de las técnicas
estadísticas.
Éstas técnicas están destinadas a sostener argumentos científicos y
políticos. La historia de su gestación permite esbozar, relatando contro-
versias y debates antiguos, un espacio de articulación entre los lengua-
jes técnicos y sus usos en el debate social. La razón estadística sólo puede
ser reintegrada en una cultura científica reflexiva si se vuelve a esas tra-
ducciones y debates, recorriendo otra vez caminos inciertos y momen-
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tos de innovación que siempre son nuevos puntos de unión entre esque-
mas antiguos.
Las herramientas estadísticas permiten descubrir o crear entes en los
cuales es posible apoyarse para describir el mundo y actuar sobre él. De
estos objetos puede decirse a la vez que son reales y que fueron cons-
truidos, ya que son tomados de otros ensamblados y circulan como
tales, separados de su génesis, lo que después de todo es el destino de
muchos productos. Acudiremos a la historia y a la sociología de la esta-
dística para seguir de cerca la manera en que estos objetos son hechos y
deshechos, y se insertan en retóricas realistas o no, con fines de conoci-
miento y acción. Según los casos, se califica la perspectiva antirrealista
(o simplemente no realista) como nominalista, escéptica, relativista,
instrumentalista o constructivista. Las actitudes posibles en relación
con las construcciones científicas —en particular estadísticas— son
múltiples. A menudo son diferentes en la teoría y en la práctica. Ello
sugiere que, en lugar de instalarnos en una para cuestionar las otras,
resulta más fecundo estudiar la manera en que cada una de ellas se ins-
cribe de modo coherente en una configuración general, en una red de
informes. La cuestión de la realidad está ligada a la solidez de esa red, a
su capacidad de resistir a las críticas. Cuanto más extensa y densa, tanto
más real. La ciencia es una inmensa red, inmensamente real. La estadís-
tica y el cálculo de probabilidades ocupan un lugar esencial entre las
herramientas de invención, construcción y prueba de los hechos cientí-
ficos, tanto en las ciencias de la naturaleza como en las ciencias sociales.
El abordar con igual seriedad las actitudes realista y no realista en rela-
ción con las técnicas estadísticas permite describir situaciones más
variadas o, en todo caso, contar historias más inesperadas de lo que per-
mitiría una forma de relatar que privilegiara uno u otro de estos pun-
tos de vista.

Una perspectiva antropológica de las ciencias

Tomando como objeto de estudio prácticas que conectan de modo muy


particular la ciencia y la acción, no mostraremos lo que esta interacción
debería ser, sino lo que fue histórica y socialmente. Para ello hay que
reconstituir espacios de debates, modos de decir y de hacer alternativos
o concurrentes, seguir los deslizamientos y las reinterpretaciones de
objetos cuyo contexto cambia. Pero justamente porque este campo de
estudio es un lugar de interacción entre los mundos del conocimiento y
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del poder, de la descripción y de la decisión, del «hay» y del «debe


haber», ocurre que ya tiene, previamente a la investigación, una rela-
ción particular con la historia. Ésta puede ser convocada para arraigar
una tradición, enriquecer el relato fundacional de una comunidad y afir-
mar su identidad. Pero puede serlo también con fines polémicos, en
momentos o situaciones de conflicto o de crisis, para denunciar tal o
cual aspecto oculto. Estos dos modos de recurrir a la historia pueden
tacharse de unilaterales o parciales, pues están orientados o forjados por
sus intenciones, en este caso, de afirmación de identidad o de denuncia.
Sin embargo, no es posible pretender, en lugar de estos modos de hacer,
una exhaustividad en los relatos, ya que éstos siempre son más nume-
rosos y variados que los que uno pueda imaginar.
Podemos, en cambio, reconstruir los espacios de discusión, las líne-
as de tensión a lo largo de las cuales se sitúan y se entremezclan los dis-
tintos puntos de vista. Esto implica que cada uno de ellos sea restitui-
do en un vocabulario semejante al de los actores, aunque permitiendo
objetivar dicho vocabulario, es decir, haciéndolo visible. Por ejemplo, al
mencionar el uso de la historia por parte de una comunidad que insiste
en recordar su tradición, podríamos haber hablado de «autocelebra-
ción» o de «discurso apologético». Hemos preferido hablar de «afirma-
ción de identidad» pues ese es el sentido que los actores otorgan a ese
uso de la historia. Éste, así como el uso polémico, constituye un mate-
rial para la reconstitución antropológica deseada. Ya no se trata de la
verdad del relato, sino de su ubicación en una multiplicidad de relatos.
Existe el riesgo de quedar sumergidos en la abundancia de esta mul-
tiplicidad. El relato que sigue no está construido de manera lineal,
como el de las luces de la ciencia que triunfan sobre las tinieblas: en este
último modo de actuar, la descripción del pasado se presenta como una
opción entre lo que ya existía y lo que no existía todavía, o como una
investigación sobre los precursores. Sin seleccionar una dirección uní-
voca del progreso que ordena y califica las construcciones sucesivas,
sugeriremos, como preámbulo al relato, algunas líneas de tensión que
estructuran de una u otra manera los debates hallados. Estas oposicio-
nes fluctúan a través del tiempo. A menudo son retraducciones o meta-
morfosis unas de otras: descripción y decisión, probabilidades objetivas
y subjetivas, frecuentismo y epistemismo, realismo y nominalismo,
error de medición y dispersión de la naturaleza. Pero una comprensión
completa de estos temas mencionados como introducción no resulta
indispensable para la lectura de los capítulos que siguen. Buscamos
aquí atar los lazos entre elementos narrativos aparentemente inconexos,
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dirigiéndonos a lectores cuyas culturas son también diversas. Esta
diversidad, que dificulta la tarea, está ligada al lugar que ocupa la cul-
tura estadística en la cultura científica y, a través de ésta, en la cultura
general. Forma parte del objeto a estudiar.
Durante mucho tiempo se ha estudiado la historia y la sociología de
las ciencias según dos perspectivas muy diferentes, si no opuestas, lla-
madas «internalista» y «externalista». Según la primera, esta historia es
la del conocimiento mismo, la de los instrumentos y los resultados, la
de los teoremas y sus demostraciones. La realizan sobre todo los espe-
cialistas de las disciplinas mismas (físicos, matemáticos). La segunda,
por el contrario, es la de las condiciones sociales que hicieron posible u
obstaculizaron la marcha de la primera: los laboratorios, las institucio-
nes, la financiación, las carreras de los científicos, las relaciones con la
industria o los poderes públicos. En la mayoría de los casos, es obra de
historiadores o sociólogos. Las relaciones entre historia «interna» e his-
toria «externa» fueron objeto de muchos debates y ellas mismas tienen
una historia compleja (Pollak, 1985). En las décadas de 1950 y 1960 se
preconizaba la separación de las tareas. Merton, por ejemplo, estudiaba
las reglas normales de funcionamiento de una comunidad científica efi-
caz: profesionalización, institucionalización y autonomía de la investi-
gación, rivalidad entre investigadores, transparencia de los resultados,
juicios cruzados por parte de los colegas.
A partir de la década de 1970, este reparto de las tareas fue cuestio-
nada por ciertos trabajos británicos (Bloor, 1982) y luego franceses
(Callon, 1989; Latour, 1989). Su «programa fuerte» centra la atención
en la ciencia «en formación», a través del conjunto de sus operaciones
prácticas en el interior mismo del laboratorio. Estas operaciones se des-
criben en términos de inscripción y estabilización de objetos, de esta-
blecimiento de conexiones y redes de alianzas cada vez más amplias y
sólidas entre los objetos y los seres humanos. Desde esta perspectiva,
desaparece la distinción entre objetos técnicos y sociales que subyace a
la separación entre historias interna y externa, y la sociología estudia al
mismo tiempo el conjunto de estos objetos y redes. Esta línea de inves-
tigación ha podido resultar chocante para algunos, en particular en el
medio científico mismo, pues una de sus características consiste en
poner entre paréntesis la cuestión de la verdad. En la ciencia en agraz (o
ciencia «en caliente»), la verdad aún es un desafío, un objeto de deba-
te, y sólo poco a poco, cuando la ciencia «se enfría», ciertos resultados
se encapsulan y se transforman en «hechos probados», mientras que
otros desaparecen.
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Este programa suscitó malentendidos porque, ubicando la cuestión


de la verdad en cuanto tal fuera de su campo —para favorecer el aná-
lisis de los mecanismos sociales de lucha a fin de transformar ciertos
resultados en hechos probados— parece negar la posibilidad misma de
una verdad y favorecer un relativismo en el que todo quedaría reduci-
do a opinión o a relaciones de fuerza. Pero su orientación es más sutil
y, así como la consigna de Durkheim «hay que tratar los hechos socia-
les como cosas» no debe ser tomada sólo como una afirmación de rea-
lidad sino también como un principio de método, puede igualmente
seguirse esta línea de investigación para mostrar otras cosas. En el
campo de la estadística y de las probabilidades, que siempre ha mez-
clado los problemas del Estado y de la decisión con los del conoci-
miento y la explicación, el desafío de un programa que supere la sepa-
ración entre historias interna y externa se impone aun más que en la
física teórica o en las matemáticas.1
1
El prefecto y el geómetra

¿Qué tienen en común la estadística, conjunto de rutinas administrativas


necesarias para describir un Estado y su población, el cálculo de probabili-
dades, manera sutil de orientar las opciones en caso de incertidumbre,
imaginada hacia 1660 por Huygens y Pascal, y las estimaciones de cons-
tantes físicas y astronómicas a partir de observaciones empíricas incone-
xas, efectuadas hacia 1750? No será hasta entrado el siglo xix, por una
serie de retraducciones de las herramientas y de las problemáticas, cuan-
do estas diversas traducciones se cruzarán y luego se combinarán, a tra-
vés de los intercambios recíprocos entre las técnicas de gestión adminis-
trativa, las ciencias humanas —llamadas entonces «ciencias morales»—
y las ciencias de la naturaleza.
La necesidad de conocer la nación para administrarla lleva, a partir
de lenguajes muy diferentes de la aritmética política inglesa y de la Sta-
tistik alemana a organizar oficinas de estadísticas oficiales. Por otra par-
te, la reflexión sobre la justicia y la racionalidad de los comportamien-
tos humanos se despliega a través de las nociones de expectativa y
probabilidad. Finalmente, el esfuerzo para formular leyes de la natura-
leza que den cuenta de registros empíricos fluctuantes conlleva un tra-
bajo cada vez más preciso sobre las ideas de «término medio» (le milieu
qu’il faut prendre), media (o valor central) y método de los mínimos cua-
drados. Los dos primeros capítulos tratarán estas tres tradiciones que, a
pesar de su aparente heterogeneidad, tienen por igual la finalidad de
confeccionar formas sobre las cuales los hombres puedan ponerse de
acuerdo, objetos susceptibles de un saber común. Pero las oficinas de es-
tadística oficial ignoran durante mucho tiempo las investigaciones so-
bre las probabilidades o la teoría de los errores. Las primeras las aborda-
remos en el presente capítulo, mientras que las segundas se tratan en el
capítulo 2.
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Al insistir en la introducción en la idea de construcción del mundo


social, no hemos querido sugerir que las descripciones que la estadística
ofrece tan sólo sean artefactos. Al contrario, las descripciones sólo son
válidas en la medida en que los objetos que exhiben son consistentes.
Pero esta consistencia no se da de antemano; ha sido creada. La encues-
ta busca el análisis de lo que hace que las cosas se mantengan, de suerte
que éstas constituyan representaciones compartidas a las que puedan re-
ferirse acciones dotadas de sentido común. La estadística moderna es un
componente importante de ese lenguaje necesario para el decir y hacer
de las sociedades y es particularmente célebre por su factualidad, objeti-
vidad y capacidad para suministrar referencias y puntos de apoyo.
¿Cómo se constituyó esa reputación tan particular que caracteriza a
la estadística de entre los modos de conocimiento? La fiabilidad provie-
ne de una interacción original, forjada por la historia, entre dos formas
de autoridad por otro lado claramente diferenciadas: la de la ciencia y la
del Estado. En los siglos xvii y xviii se constituye un marco para pensar
a la vez los motivos para creer, base de las decisiones que comprometen el
futuro, y los grados de certeza del conocimiento científico merced a la te-
oría de los errores. La autoridad de la «filosofía natural» (la ciencia de
entonces) se fue separando poco a poco de la autoridad de la religión y
del príncipe: la división entre la constitución de las cosas y la de los
hombres es cada vez más pronunciada, pues la primera declara abierta-
mente su autonomía (Latour, 1991).
Pero, simultáneamente, los modos de ejercicio de la autoridad del
príncipe evolucionan y ello de forma distinta según los países, según las
maneras en que cambian las relaciones entre el Estado y la sociedad. Es
así como se constituyen saberes específicos, útiles a la vez para el prínci-
pe y su administración y producto de sus actividades. Por otra parte, a
medida que adquiere autonomía una sociedad civil diferenciada del Es-
tado (con formas y ritmos distintos según los países) y se constituyen es-
pacios públicos, cobran forma otros saberes específicos de esta sociedad
sobre sí misma. Todas estas construcciones surgidas (esencial pero no
exclusivamente) del trabajo del Estado constituyen la segunda fuente
del crédito original de la estadística moderna, al menos en su sentido
bastante unificado durante el siglo xix: como espacio cognitivo de equi-
valencia, construido con fines prácticos, para describir las sociedades
humanas, administrarlas o transformarlas.
Pero estos mismos saberes tienen orígenes y formas diferentes según
los Estados y la manera en que éstos están construidos y articulados con
la sociedad. Mencionaremos aquí el caso de Alemania, que legó la pala-
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bra estadística y una tradición de descripción global de los Estados, y el
de Inglaterra que mediante su aritmética política transmitió recuentos de
registros religiosos y administrativos y técnicas de cálculo que permiten
analizarlos y extrapolarlos. Finalmente, en Francia, la centralización y la
unificación, primero bajo la monarquía absoluta y luego con la Revolu-
ción y el Imperio, aportaron un marco político para concebir y estable-
cer en 1800 un modelo de oficina de «estadística general» (aunque cier-
tos países como Suecia a partir de 1756 ya le habían precedido) y, en
general, una forma original de «ciencias del Estado» con sus equipos de
ingenieros provenientes de las grandes escuelas y no de la universidad.
La oposición entre la estadística descriptiva alemana y la aritmética polí-
tica inglesa constituye un tema clásico de las obras que tratan sobre la
historia de la estadística o de la demografía. Algunos insisten sobre todo
en el fracaso y naufragio de la primera a comienzos del siglo xix y en el
hecho de que sea la segunda la que, heredando solamente en ese mo-
mento el nombre de su rival («estadística»), se convierta en el verdadero
antepasado de los métodos actuales (Westergaard, 1932; Hecht, 1977;
Dupaquier, 1985). Otros, por el contrario, ven en el modo de actuar de
la estadística alemana un anuncio interesante de algunas cuestiones de
la sociología moderna (Lazarsfeld, 1970) o un esfuerzo significativo para
pensar y describir la diversidad territorial de un Estado nacional (J. C.
Perrot, 1977; Bourguet, 1988). Aquí trataremos más bien de reconsti-
tuir los ensamblados en los que se desarrollaron estos métodos de des-
cripción (cuyos lenguajes y objetos son completamente diferentes), y
que no fueron confrontados entre sí hasta después de 1800.
Por cierto, desde el punto de vista de la historia de la acumulación de
las técnicas estadísticas, la aritmética política al estilo inglés nos ha le-
gado algunas herramientas: el examen de los registros parroquiales de
bautismos, matrimonios y defunciones (Graunt, en 1662), la construc-
ción de las tablas de mortalidad y el cálculo de la esperanza de vida
(Huygens, en 1669), la estimación de una población a partir de una
muestra con el cálculo de un margen de error probable (Laplace, en 1785).
En cambio, la estadística alemana, marco formal de descripción global
del poderío de los Estados, al no primar los métodos cuantitativos, no
transmitió nada semejante. Resulta, pues, natural que una historia con-
cebida como la de la génesis de las técnicas insista en la aritmética polí-
tica y trate la tradición alemana como una construcción literaria anti-
cuada y carente de interés.
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La estadística alemana: la identificación de los Estados

Sin embargo, desde una perspectiva que pretende explicitar la ubica-


ción relativa y la significación cultural del modo de pensar estadístico
entre las diferentes maneras de representar el mundo social, el polo
constituido por esta «estadística» alemana (que, no obstante, tiene
poco en común con la estadística actual) resulta significativo. Expresa
una ambición sintética de visión de conjunto de una comunidad hu-
mana (Estado, región, más tarde, ciudad o profesión) considerada como
un todo, dotada de una potencia singular, y que sólo puede describirse
mediante la articulación de numerosos rasgos: clima, recursos natura-
les, organización económica, población, derecho, costumbres, sistema
político. Este punto de vista holístico de la comunidad descrita tiene
un inconveniente importante para una mente analítica preocupada por
vincular directamente su herramienta con una cuestión claramente
identificada: el número de los rasgos pertinentes a la descripción es po-
tencialmente ilimitado y resulta difícil elegir uno en detrimento de
otro. Por el contrario, la aritmética política, que centra su atención en
un pequeño número de estimaciones que tiene usos directos, puede sin
dificultades reivindicar legitimidad y reconocimiento social. Así, por
ejemplo, las tablas de mortalidad sirven para establecer las rentas vita-
licias o las primas del seguro de vida. Las estimaciones sobre la pobla-
ción según las provincias son indispensables para la recaudación de im-
puestos o la leva de soldados.
Pero la estadística alemana responde a otras preocupaciones. Ésta
propone al príncipe o al funcionario responsable un marco de organiza-
ción de los saberes multiformes disponibles sobre un Estado, es decir,
una nomenclatura dotada de una lógica de inspiración aristotélica. Esta
forma fue codificada, hacia 1660, por Conring (1606-1681). Luego, a lo
largo del siglo xviii, fue transmitida por la Universidad de Göttingen y
su «escuela de estadística», especialmente por Achenwall (1719-1772),
conocido como el creador de la palabra «estadística» y, más adelante,
por su sucesor en la cátedra de estadística, Schlözer (1735-1809). Este
último, autor de un Tratado de estadística traducido por Donnant al fran-
cés en 1804 (lo que dará a conocer este modo de pensamiento alemán en
la Francia de comienzos del siglo xix) fue el primero de esta corriente en
recomendar el uso de cifras precisas en lugar de indicaciones expresadas
en términos literarios, aunque sin usarlas mucho él mismo (Hecht,
1977). Una fórmula de Schlözer resulta ilustrativa del giro más bien es-
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tructuralista y sincrónico de la estadística alemana: «La estadística es
historia inmóvil, la historia es estadística en marcha».
Conring concibe su estadística como una manera de clasificar cono-
cimientos heteróclitos. Según Lazarsfeld (1970), «busca un sistema que
haría que los hechos fueran más fáciles de retener, más fáciles de ense-
ñar, más fáciles de utilizar por los hombres de gobierno». Memorizar,
enseñar, poner en la práctica para gobernar; no estamos lejos de la ob-
jetivación, del esfuerzo por exteriorizar cosas, por consignarlas en libros
para poder reutilizarlas uno mismo o transmitirlas a otros. Este aspec-
to organizador y taxonómico es tan característico de la estadística mo-
derna como lo es su aspecto calculador, abierto por la aritmética políti-
ca. Pero el marco clasificador, organizado desde el punto de vista del
Estado activo, es muy general. Sigue el orden de las cuatro causas de la
lógica de Aristóteles, a su vez sistemáticamente subdivididas (Hoock,
1977). La causa material describe el territorio y la población. La causa
formal abarca el derecho, la constitución, las leyes y las costumbres. La
causa final se refiere a los objetivos de la actividad del Estado: incre-
mentar la población, asegurar la defensa, modernizar la agricultura,
desarrollar el comercio. Finalmente, la causa eficiente presenta los me-
dios de los que dispone el Estado: personal administrativo y político,
aparato judicial, estado mayor, élites (Bourguet, 1988). La distinción
aristotélica entre fuerzas materiales, modo de unión y organización
efectiva está resumida en la máxima latina de Schlözer: vires unitae
agunt (la unión hace la fuerza). Esta fórmula recuerda el vínculo entre
la construcción de equivalencias necesaria para la adición como opera-
ción aritmética y la coalición, en cuanto reunión de fuerzas inconexas
que se funda en una fuerza superior. En los dos casos intervienen pro-
cesos de representación: elemento típico o representativo en la clase de
equivalencia, existencia de portavoz, de representantes, en el caso de las
fuerzas unidas (Latour, 1984).
Lazarsfeld (1970) relaciona este sistema descriptivo con la situación
de Alemania en la segunda mitad del siglo xvii, tras la guerra de los
Treinta Años. El Imperio se encuentra entonces disgregado en casi tres-
cientos micro-Estados, pobres y en pugna entre sí. Las cuestiones sobre
definición o redefinición de los derechos y deberes mutuos son esencia-
les. Cualquier litigio sobre problemas de territorio, matrimonio, suce-
sión, debe resolverse recurriendo a los precedentes y a la exégesis de los
archivos. Esta situación confiere autoridad y prestigio a aquéllos que
prefieren catalogar sistemáticamente en lugar de construir cosas nuevas,
lo que contribuye a prolongar tradiciones escolásticas que ya han perdi-
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do influencia en otras partes. La debilidad y necesidad de autodefinición


de esos micro-Estados es lo que conduce a ese marco de pensamiento,
una suerte de centón cognitivo, que se destruirá a sí mismo cuando en
el siglo xix emerjan Estados poderosos (en particular, Prusia), y éstos
instauren burocracias lo suficientemente complejas como para adminis-
trar «oficinas de estadística» comparables a la oficina francesa creada en
1800 (Hoock, 1977).
Antes de desaparecer, esta tradición suscita a comienzos del siglo xix
una controversia significativa. Algunos proponen utilizar el marco for-
mal detallado de la estadística descriptiva para presentar comparaciones
entre los Estados, construyendo tablas cruzadas en las que los países fi-
guran en líneas y los diferentes elementos (literarios) de la descripción
en columnas, a fin de abarcar con una sola mirada la diversidad de estos
Estados según los diversos puntos de vista. La posibilidad de aprovechar
las dos dimensiones de la página del libro para cruzar y clasificar obje-
tos, que permite así mirarlos simultáneamente, distingue radicalmente
lo escrito de lo oral, la razón gráfica de la razón discursiva (Goody,
1979). Pero esta conquista del espacio bidimensional de la tabla cruza-
da no deja de presentar inconvenientes, pues obliga a construir espacios
de comparación, referentes comunes, criterios, y se expone a la crítica
muy general de reducir los objetos descritos, de hacerles perder su sin-
gularidad. Ahora bien, es ésta la clase de objeciones que suscita el mé-
todo de las tablas cruzadas, en particular porque esta presentación lleva
a incluir, en las líneas de la tabla, números directamente susceptibles de
ser comparados mientras que, inicialmente, las informaciones que debí-
an ser clasificadas eran literarias. Así pues, es la forma tabular misma la
que incita a investigar y comparar números. Es ella la que, literalmen-
te, crea el espacio de equivalencia que anuncia la estadística cuantitati-
va.
Sin embargo, el tener que seleccionar ciertos rasgos para efectuar
comparaciones —entre países o personas—, puede suscitar una crítica
de tipo holístico, ya que un país preciso o una persona en concreto no
puede verse reducido a rasgos seleccionados justamente para permitir la
comparación. Esta forma de crítica del método de equivalencia tiene un
alto grado de generalidad, y uno de los hilos conductores de este traba-
jo consiste en seguir de cerca las modalidades recurrentes de este tipo de
debate y los puntos comunes entre los protagonistas que defienden una
u otra posición. El ejemplo de la controversia en torno de los «hacedo-
res de tablas» surgidos de esta escuela estadística resulta significativo.
Los partidarios de las tablas adoptan una posición a vista de pájaro, que
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permite ver al mismo tiempo y en la misma cuadrícula los diferentes pa-
íses. Sus adversarios establecen una distinción entre la estadística «sutil
y distinguida» y la «vulgar». Según ellos, esta última:

« ... degradó el gran arte hasta reducirlo a una estúpida tarea ... Esos po-
bres imbéciles difunden la idea insensata de que se puede comprender el
poderío de un Estado conociendo tan sólo su superficie, su población, su
renta nacional, y el número de animales que pacen en los campos.» «Las
maquinaciones a las que se dedican esos estadísticos-políticos criminales
en sus esfuerzos por expresar todo por medio de cifras ... son desprecia-
bles y ridículas más allá de toda expresión.» (Citas tomadas por Lazars-
feld, 1970, del Göttingen gelehrte Anzeiger, ca. 1807, extraídas a su vez de
John, 1884)

Posteriormente, se podrá encontrar la misma controversia en las po-


siciones adoptadas por la «escuela histórica» de los economistas alema-
nes del siglo xix, en oposición a las diversas formas de universalismo
abstracto, económico (de los ingleses) o político (de los franceses). Tam-
bién será característica de los debates suscitados por el uso del «método
numérico» en medicina (hacia 1835), de la estadística en psicología o a
propósito de la «docimología» (ciencia de los exámenes). En cada caso,
se apela a una forma de singularidad (histórica, nacional, individual)
que remite a maneras de describir, es decir, de construir totalidades di-
ferentes a las de la estadística. Así, las tablas construidas y criticadas en
el seno de la escuela de Göttingen pueden leerse en columna, es decir,
comparando una «variable» (la idea aparece entonces) respecto de los di-
versos países, pero también en línea, describiendo un país en todos sus
aspectos y buscando lo que hace su unidad y especificidad. Cada una de
estas dos maneras de leer tiene su coherencia. La segunda no es más
«singular» que la primera, pero implica otra forma de sumar los regis-
tros elementales.
Con todo, la lectura de las tablas en columna, al comparar así los pa-
íses, implica poder adoptar, en relación con el Estado, una exterioridad
y una distancia poco inscritas en la posición de los estadísticos alemanes,
quienes razonan desde el punto de vista del poderío y de la actividad de
ese mismo Estado. Identificándose con él, no están preparados para pen-
sar una sociedad civil diferenciada del Estado ni para adoptar la posición
a vista de pájaro necesaria para la construcción y lectura de las tablas.
Esto es precisamente lo que los distingue de los aritméticos políticos in-
gleses. En la Inglaterra de finales del siglo xvii se instala una relación
nueva entre el Estado monárquico y las diversas clases sociales, que per-
38 | La política de los grandes números

mite a estas últimas ejercer sus actividades de modo relativamente au-


tónomo en relación con el monarca, pues las dos cámaras del Parlamen-
to aseguran la representación de estos grupos: aristocracia y burguesía.
En Alemania, por el contrario, estas distinciones no intervendrán sino
mucho más tarde y de otra forma.

La aritmética política inglesa: el nacimiento de la especialidad

En el contexto de la Inglaterra de la década de 1660 —en el que el Es-


tado se convierte en una parte de la sociedad y no su totalidad, como en
Alemania— nace un conjunto de técnicas de registro y de cálculo de-
signado con el nombre de aritmética política. Inspirado por los trabajos
de Graunt (1620-1674) sobre las actas de defunción, estos métodos son
sistematizados y teorizados por Petty (1623-1687) y luego por Deve-
nant (1656-1714). Desde el punto de vista de nuestra investigación so-
bre la génesis de los procedimientos materiales de objetivación, éstos
implican tres momentos importantes: el asiento en registros escritos, su
examen y evaluación según una cuadrícula fijada de antemano, su inter-
pretación en términos de «números, pesos y medidas».
La inscripción en registros que conservan la huella de los bautismos,
matrimonios y entierros, está vinculada con el propósito de fijar la iden-
tidad de las personas con fines jurídicos o administrativos. Es el acto que
funda todo trabajo estadístico (en el sentido moderno), y que supone
unidades definidas, identificadas y estables. De este modo, la escritura
tiene por función estabilizar y probar (como un documento notarial) la
existencia y permanencia de una persona y de sus vínculos de parentes-
co con su padre, madre, cónyuge e hijos. Así como las evaluaciones de
probabilidad están vinculadas con el propósito de fijar y atestiguar (es
decir, objetivar) razones para creer y grados de certeza, las inscripciones
en registros parroquiales pretenden fijar y atestiguar los individuos y
sus lazos familiares:

Resulta absolutamente verosímil que la aparición y la generalización de


los registros se ubiquen en la época en que —y que fueran causadas por
el hecho de que— en el derecho de finales de la Edad Media, la prueba
escrita tendió a prevalecer sobre la prueba oral, pues la antigua máxima
jurídica «los testigos superan a las letras» se vio suplantada por la nueva
«las letras superan a los testigos». (Mols, 1954; citado por Dupaquier,
1985)
El perfecto y el geómetra | 39
Estos registros se convierten en obligatorios mediante decretos reales
casi al mismo tiempo en Inglaterra (1538) y en Francia (edicto de Vi-
llers-Cotterêts, 1539). Más tarde, se hicieron públicas otras listas. Por
ejemplo, durante las epidemias, se anuncian los entierros. A partir de
listados de este tipo, Graunt y Petty construyen su aritmética política
calculando, por medio de hipótesis sucesivas sobre las estructuras de las
familias y las casas, las poblaciones totales o el número de «hogares» en
diversas ciudades. Se esfuerzan por introducir métodos que han dado re-
sultado en otros lugares. Es así como Petty explica:

... el método que empleo para este fin no es aún muy habitual pues, en
lugar de usar sólo términos en comparativo y en superlativo, y argu-
mentos puramente racionales, he adoptado el método (como espécimen
de la aritmética política que he proyectado durante largo tiempo), que
consiste en expresarse en términos de números, pesos y medidas ...
(Petty, 1690; citado por Hecht, 1977)

Estos cálculos se presentan como métodos prácticos para resolver


problemas concretos. Graunt habla de «aritmética de tendero». Dave-
nant menciona «el arte de razonar por medio de cifras sobre objetos re-
lativos al gobierno». La diferencia con los estadísticos alemanes es clara:
no son universitarios teóricos que edifican una descripción global y ló-
gica del Estado en general, sino gente de diversos orígenes que ha forja-
do saberes prácticos en sus actividades que propone al «gobierno».
Graunt fue comerciante; Petty fue, sucesivamente, médico, matemáti-
co, parlamentario, funcionario y hombre de negocios; Davenant, funcio-
nario y parlamentario tory (Schumpeter, 1983). Se esboza así un nuevo
papel social: el experto competente que propone técnicas a los gober-
nantes, intentando convencerles de que, para cumplir sus propósitos,
deben recurrir a él. Los aritméticos políticos ingleses ofrecen un lengua-
je articulado con precisión, mientras que los estadísticos alemanes,
identificándose con el Estado, proponen un lenguaje general abarcador.
Una de las razones por las cuales los aritméticos políticos ingleses de-
ben recurrir a métodos indirectos y cálculos oblicuos para lograr sus fi-
nes, está vinculada con la concepción liberal del Estado y con las limita-
ciones de las prerrogativas de éste, que le impiden organizar grandes
encuestas directas, como lo han hecho ya ciertos países del continente,
especialmente Francia. De este modo, en 1753, un proyecto de censo de
la población será duramente denunciado por el partido whig como
«conducente a la ruina completa de las últimas libertades del pueblo in-
40 | La política de los grandes números

glés». También por esta razón, la sistematización de una descripción


cuantificada (que aún no se denomina estadística) se estanca en Inglate-
rra en la segunda mitad del siglo xviii, mientras que Suecia realiza un
censo en 1749. En Holanda, el cálculo de probabilidades se aplica a la
duración de la vida humana (Huygens, en 1669), a la estimación del
precio de compra de una renta por medio de una tabla de mortalidad
(De Witt, en 1671), a la evaluación de la población a partir del número
de nacimientos anuales y de la esperanza de vida en el momento del na-
cimiento (Kersseboom, en 1738). En 1672, se realiza un recuento en
Amsterdam (Dupaquier, 1985).
Entre las técnicas legadas por la aritmética política del siglo xviii, la
más célebre (y la más controvertida en el siglo siguiente) es la del multi-
plicador de población. El problema estriba en evaluar la población total de
un país teniendo en cuenta que no se puede realizar un censo pero que,
no obstante, los registros parroquiales aportan en todas partes el núme-
ro de nacimientos anuales. El método consiste en censar la población de
algunas localidades, calcular la relación entre dicha población y el nú-
mero de nacimientos anuales en esas mismas localidades, suponer que
esta relación es más o menos la misma en todas partes y estimar la po-
blación total multiplicando el número general de nacimientos por ese
número, que en la mayoría de los casos está comprendido entre 25 y 30.
Este cálculo, ampliamente utilizado en la Europa del siglo xviii, fue
perfeccionado por Laplace en 1785. A partir de hipótesis sobre la distri-
bución de las probabilidades del multiplicador, se deduce un error pro-
bable respecto de la población estimada (Bru, 1988).
Esta técnica, antepasado de los sondeos aleatorios, fue duramente
atacada en el siglo xix y, hasta comienzos del siglo xx, se obvia en favor
de los censos exhaustivos: la crítica principal se refería a la hipótesis de
uniformidad del multiplicador en todo el territorio. La idea de que el
reino pueda constituir una sola urna probabilística, dotada de una rela-
ción constante entre población y nacimientos, resulta problemática. La
construcción del territorio nacional como un único espacio de equiva-
lencia va a ser el gran tema planteado en Francia, especialmente a partir
de 1789, y será uno de los principales desafíos de la gran «encuesta de
los prefectos» de 1800, que pretende evaluar las disparidades entre los
departamentos, para intentar atenuarlas y acercarse a la República, una
e indivisible, soñada por la Revolución.
El perfecto y el geómetra | 41

La estadística francesa del Antiguo Régimen:


intendentes y eruditos

La Francia de la monarquía absoluta no ha dejado, en materia de esta-


dística, una tradición intelectual estereotipada por estar inscrita en tra-
tados específicos asumidos luego por la cultura académica, como en el
caso de Conring, Achenwall y Schlözer en Alemania, o de Graunt, Petty
y Davenant en Inglaterra. Pero transmite a los períodos siguientes, y es-
pecialmente a la Revolución y al Imperio, una tradición administrativa
muy fuerte de memorias y encuestas que casi culminan, en la década de
1780, con en el establecimiento de una institución específica de esta-
dística (se logrará en 1800) y una efervescencia erudita y científica, exte-
rior al Estado propiamente dicho, de descripciones empíricas y sistemas
para organizarlas. En efecto, poniendo en práctica diversas exigencias
contenidas en las dos tradiciones, alemana e inglesa (descripción global
y lógica taxonómica en un caso, cuantificación y matematización en el
otro), prepara el camino de las síntesis que ocurrirá más tarde.
Para describir esta abundancia, seguiremos los pasos de la construc-
ción de un Estado centralizado y fuerte, y las diversas maneras de des-
cribir el Estado y la sociedad asociadas a dicha construcción, tanto con
anterioridad a 1789 como entre 1789 y 1815 (Bourguet, 1988). En el
caso del poder real, las descripciones del país están destinadas a educar
al príncipe y las encuestas administrativas vinculadas a la gestión im-
plican ya análisis cuantitativos. Fuera del Estado, viajeros, médicos, eru-
ditos locales, científicos, filósofos realizan investigaciones que aún no
están codificadas según unas disciplinas precisas. Luego, después del pe-
ríodo revolucionario, las experiencias estadísticas contrastadas del Con-
sulado y del Imperio muestran cómo la palabra «estadística» ha cam-
biado en Francia su sentido alemán del siglo xviii, por su sentido
moderno de sistema de descripción cuantificado.
La particularidad de Francia respecto de Alemania e Inglaterra estri-
ba en que, desde aproximadamente 1660, el poder real es fuerte y está
dotado de una administración muy centralizada, aun cuando subsisten
disparidades provinciales de derecho y de costumbres que serán denun-
ciadas y abolidas en 1789. Tocqueville (1856) mostró que la tradición
jacobina unificadora tenía ya fuertes raíces en la monarquía absoluta, y
que la Revolución y el Imperio prosiguieron y ampliaron rasgos que ya
estaban muy presentes en el Antiguo Régimen. De este modo, el papel
y el comportamiento de los intendentes anuncian los de los prefectos de
42 | La política de los grandes números

los siglos xix y xx. Ahora bien, desde Richelieu en 1630 hasta Colbert
en 1663 y, luego, regularmente, los intendentes se encargan de hacer
llegar al rey descripciones de sus provincias según modalidades cada vez
más codificadas. Este sistema de encuestas se remonta a la tradición me-
dieval del «espejo del príncipe», destinado a instruir a éste y a pre-
sentarle el reflejo de su grandeza, es decir, de su reino como extensión
metafórica de su propio cuerpo. Ese sistema va a desdoblarse paulatina-
mente, por una parte, en una tabla descriptiva y general reservada al rey
y, por otra, en un conjunto de conocimientos particulares, cuantificados
y periódicos, destinados a los administradores.
En lo que se refiere al rey, se trata de una presentación metódica, se-
gún un espíritu y un contenido bastante semejantes a los de la estadís-
tica descriptiva alemana, de lo que constituye su poderío, medido según
el monto del impuesto y el funcionamiento de las instituciones, desde
una perspectiva estática y jurídica. Así se definen el marco y los límites
de su acción. Se describe un orden inmutable; queda registrada la diver-
sidad de las costumbres, pero no se pretende modificarlas. El análisis se
realiza desde el punto de vista del rey y de su poder y no se refiere de-
masiado al estado de la sociedad, a su economía o a un recuento preciso
de sus habitantes. Un arquetipo de esta clase de descripción viene dado
por la serie de las memorias de los intendentes, redactadas entre 1697 y
1700, para servir de instrucción al duque de Borgoña, heredero del tro-
no, según un programa inspirado por Fénelon.
Muy distintas son las informaciones reunidas desde finales del siglo
xvii, por y para las oficinas de la administración, con fines más inme-
diatos y prácticos que pedagógicos. Vinculadas con el desarrollo de la
monarquía administrativa y sus servicios, estas encuestas están menos
localizadas, y son más especializadas y cuantitativas. Se refieren al re-
cuento de las poblaciones, al inventario de subsistencias, a los precios. A
menudo tienen objetivos fiscales. Vauban redacta en 1686, para refor-
mar la talla, un «Método general y fácil para hacer el recuento del pue-
blo» que luego reelabora en su diezmo real. En 1694, se propone incluso,
para fundar la primera capitación, un censo completo de la población. La
urgencia creada por situaciones de hambruna, epidemia o guerra es el
origen de encuestas parciales sobre la población y las subsistencias en
1693 y en 1720 (coincidiendo con la peste en Marsella). Más tarde, se
empiezan a elaborar paulatinamente estadísticas especializadas y regula-
res, fuera de los casos de urgencia o de reformas fiscales. Las principales
son: las relaciones anuales de nacimientos, matrimonios y defunciones, orde-
nadas por el abad Terray en 1772 (punto de partida de las estadísticas
El perfecto y el geómetra | 43
del movimiento de la población, provenientes del registro civil), el re-
gistro de los precios de los productos agrícolas e industriales que, enviados
cada semana a París, permiten elaborar una «tabla general del reino» y,
por último, de 1775 a 1786, una relación elaborada por Montyon de las
condenas criminales, antepasado de la estadística moral de Quetelet.
Se establecen así prácticas contables y estadísticas regulares relativas
a ámbitos precisos de carácter nacional y sin el rodeo de las descripcio-
nes locales, que pretenden describir en particular las evoluciones en el
tiempo y están construidas a partir de registros vinculados con la ges-
tión permanente de los servicios del Estado. Todos estos rasgos hacen de
ellas una construcción diferente de las descripciones literarias de Con-
ring o Fénelon y anuncian las prácticas de las oficinas de estadística del
siglo xix. Pero subsiste una diferencia esencial: estas descripciones, ya
sean destinadas al rey o a su administración, son secretas y están vincu-
ladas a la prerrogativa real. No tienen como objetivo ilustrar a una so-
ciedad civil diferenciada del Estado y una opinión pública autónoma,
que se expresan cada vez más a partir de la década de 1750, y que pro-
ducen por sí mismas formas de conocimiento separados de los del go-
bierno.
Fuera de éste, se desarrolla una tradición privada de descripción so-
cial. Relatos de viajes, análisis geográficos referidos a localidades, com-
pilaciones sobre el suelo, las costumbres, la economía, corren a cargo de
eruditos locales, científicos, médicos, juristas, movidos por la nueva fi-
losofía del siglo de las Luces, agrupados en sociedades, en clubes refor-
mistas, que discuten y dan forma a los temas que prevalecerán en 1789.
Entre ellos, el grupo de los médicos resulta muy significativo, pues su
influencia se prolongará entrado el siglo xix en el movimiento de los hi-
gienistas (Lécuyer, 1977), con ideas semejantes. Estos médicos desarro-
llan teorías aeristas y climáticas inspiradas en Galeno e Hipócrates, según
las cuales las enfermedades pueden ser interpretadas según el medio ge-
ográfico. Ello les lleva a organizar encuestas locales detalladas que rela-
cionan las patologías con diversas características naturales, económicas y
sociales de esos lugares. Así, en 1776, Vicq d’Azyr, secretario general de
la Société royale de médecine, lanza una encuesta dirigida a todos los
médicos de Francia para confeccionar:

... un plano topográfico y médico de Francia en el cual el temperamen-


to, la constitución y las enfermedades de los habitantes de cada provin-
cia o cantón se relacionarán con la naturaleza y la explotación del suelo.
(Citado por Bourguet, 1988, p. 39)
44 | La política de los grandes números

El secreto que envuelve a los resultados de las encuestas de la admi-


nistración tiene por efecto estimular entre los eruditos los trabajos de es-
timación fundados en informaciones parciales, a partir de muestras y
mediante rodeos de cálculo, como el del multiplicador, según métodos
semejantes a los de la aritmética inglesa. Pero el recurso a estos artificios
de «algebrista» motivados por la ausencia de datos empíricos, no tiene
las mismas causas en los dos países. En Inglaterra esta carencia es signo
de la orientación liberal del poder, mientras que en Francia proviene del
secreto del absolutismo real que guarda las informaciones para sí; que-
dan confrontadas así dos maneras de hacer el Estado.
Paralelamente al poder estatal se desarrolla la idea optimista de que
una racionalidad fundada a la vez en las matemáticas y en las observa-
ciones empíricas posibilitará la objetividad, y, por ende, la transparencia
de las descripciones y las decisiones. El primer aspecto, el descriptivo,
está representado en los trabajos de Laplace sobre la teoría de los errores
de observación en física o sobre el multiplicador de población. El se-
gundo, el decisional, aparece en las investigaciones de Condorcet, que
apuntan a un álgebra del hombre en sociedad, una matemática social
que exprese en términos probabilísticos las decisiones de los jurados en
materia criminal o de las asambleas representativas.
Estas formalizaciones pueden referirse a problemas particulares de
estimación o de decisión, aportando soluciones precisas. Pero también
pueden tener una ambición más global, semejante en esto a la estadísti-
ca alemana, pero con otras herramientas. Es el caso de los fisiócratas que
denuncian «la tentación demasiado fácil del cálculo». Sin embargo, a
diferencia de los estadísticos tradicionales alemanes mencionados con
anterioridad, éstos critican menos el uso mismo del cálculo que la elec-
ción de las magnitudes calculadas y el hecho de que éstas no se articulen
en una construcción global, en su opinión, pertinente. Es así como Du-
pont de Nemours, en una «Carta sobre la necesidad de relacionar los
cálculos de subsistencia con los de la población» (1766), ironiza sobre:
... todos los escritores que, en sus gabinetes, se esfuerzan por adicionar
los registros de nacimientos o de muertes y por hacer multiplicaciones
arbitrarias para contar los hombres ... que imaginan que, por medio de
sus cálculos aislados de los de las riquezas, pueden estimar el poderío y
la prosperidad de la nación y que, con esta convicción, dejan de centrar
su interés y sus cuidados laboriosos en el conocimiento del estado de los
avances y los trabajos de la tierra, del de los productos que ésta brinda y,
sobre todo, del estado del producto neto. (Dupont de Nemours; citado
por Bourguet, 1988, p. 42)
El perfecto y el geómetra | 45
Con Quesnay aparece la idea de una construcción de conjunto que no
es sólo un sistema lógico formal como entre los alemanes de Göttingen,
sino un marco descriptivo que articula las variadas evaluaciones en un
«tableau économique» (Schumpeter, 1983). Esta ambición, absoluta-
mente comparable a la que mostrarán los expertos contables nacionales
a partir de la década de 1940, reúne la exigencia de totalidad, de ex-
haustividad, al menos virtual, de los sistemas surgidos de la escolástica
de los alemanes y la de medida de los aritméticos. Ahora bien, medir una
cosa supone también comprobar su consistencia, dotándola de una exte-
rioridad, de una independencia respecto de su inventor o de su observa-
dor (según el punto de vista, relativista o realista). Convertida así en
consistente —objetiva— mediante una medición, una cosa puede ser
incluida en una máquina, es decir, un sistema de cosas que se sostienen
entre ellas independientemente de su constructor. Aquí, la máquina es
un modelo que simula la sociedad, no sólo gracias a una nomenclatura,
sino también por medio de medidas. La discusión sobre el realismo del
objeto adquiere aquí una nueva dimensión, la del realismo de la máqui-
na, es decir, del modelo. La idea de modelo posee connotaciones diver-
sas: descriptiva (esquema simplificado), causal (encadenamiento de ex-
plicaciones), normativa (figura a imitar), probabilística (sistema
hipotético de distribuciones de variables aleatorias). Varias de ellas se
encuentran ya en la construcción de Quesnay que pretende ser a la vez
descriptiva (delimitación de los agentes económicos y medida de sus in-
tercambios), explicativa (papel de la agricultura) y prescriptiva (elimi-
nación de los obstáculos al comercio y a la industria). Nace así la idea del
modelo empírico, pero las herramientas para comprobar su solidez no se
construyen hasta más de un siglo después.
A través de sus modalidades estatales o privadas, las maneras de des-
cribir y de calcular realizadas en Francia bajo el Antiguo Régimen ocu-
pan un gran número de posiciones en el espacio que los contemporáne-
os comienzan a percibir, entre los dos polos de las tradiciones alemana e
inglesa. Así, en los trabajos de los fisiócratas se encuentra la ambición
sistemática de la primera y el interés por la objetivación de la segunda.
Pero el hecho fundamental de este período que marca el fin de la mo-
narquía es que persiste la disyuntiva entre las encuestas hechas por la ad-
ministración real y reservadas a su uso, y las investigaciones realizadas
fuera del Estado y marcadas por el espíritu nuevo del siglo de las Luces,
para el cual la circulación y la publicidad de los conocimientos son con-
diciones esenciales para el progreso de la sociedad. La asimilación más o
menos fácil de esta exigencia en el Estado de nuevo cuño, instaurado tras
46 | La política de los grandes números

1789, es, pues, un desafío decisivo que tras numerosos titubeos condu-
ce a redefinir la palabra estadística y a dotarla de otro contenido, inclu-
so si esta definición sigue siendo objeto de debate a lo largo de todo el
siglo xix (Armatte, 1991).

Revolución e Imperio: la «adunación» de Francia

El período que va de 1789 a 1815 resulta decisivo para la formación de


las herramientas políticas, cognitivas y administrativas que dotan de
originalidad a la descripción estadística del mundo social entre otros
modos de descripción y a la estadística francesa en relación con las de
otros países. En Francia, las concepciones opuestas mencionadas con an-
terioridad se enfrentan, a veces con dureza, en el curso de períodos cla-
ramente contrastados en los que se suceden los sobresaltos de la urgen-
cia, las grandes ambiciones descriptivas y, por último, las series casi
transformadas en rutina (Woolf, 1981). De 1789 a 1795, se elaboran
censos y encuestas particulares que no obtienen resultado porque se re-
alizan en situaciones de urgencia, escasez o guerra, y sin la infraestruc-
tura administrativa adecuada. Más tarde, de 1795 a 1806, se organizan
encuestas globales sobre los nuevos departamentos, con características
comparables a las de la estadística alemana. Por último, de 1806 a 1815,
se realizan estadísticas cuantitativas regulares, en particular agrícolas e
industriales.
Durante el cuarto de siglo que discurre de la Revolución al Imperio,
la empresa de construir equivalencias fue particularmente espectacular.
Es incluso uno de esos momentos de la historia del mundo en los que
esta construcción ha sido deseada, pensada y puesta en la práctica de for-
ma tan sistemática, en un tiempo tan corto y abarcando numerosas cues-
tiones: el sistema métrico decimal y la unificación de pesos y medidas
(los mismos en todas partes y articulados lógicamente entre ellos en tor-
no al metro), la generalización de la lengua francesa y la reducción de los
dialectos (a través del ejército y la escuela), la universalización de los de-
rechos humanos («los hombres nacen y permanecen libres e iguales»), la
abolición de los privilegios nobiliarios y de los gremios, el código civil
(inspirado en un derecho natural del hombre en general, y ya no vincula-
do a una sociedad particular), la división administrativa del territorio de
la nación (homogeneizado por la abolición de los derechos particulares
en ciertas provincias) en departamentos organizados de forma idéntica y
dimensiones comparables. No obstante, fracasa alguna de estas tentati-
El perfecto y el geómetra | 47
vas para transformar los marcos de referencia del mundo natural y social,
como, por ejemplo, el calendario revolucionario, acaso porque, a dife-
rencia de las demás reformas, no introducía una codificación del tiempo
más universal, racional y económica que el anterior. En este caso, el cos-
te de la inversión necesaria para cambiar el calendario cristiano, forma
ya sólidamente unificada desde hacía siglos por el papado, no se com-
pensaba por una economía ulterior significativa, como fue el caso res-
pecto de las otras reformas que se impusieron: resulta aquí visible la do-
ble dimensión, cognitiva y económica, de las atribuciones de forma.
Todas estas construcciones metrológicas, jurídicas y taxonómicas tie-
nen por efecto convertir en teóricamente independientes, en relación
con las circunstancias singulares y locales, las medidas físicas, los juicios
o las codificaciones, haciéndolos idénticamente repetibles, transporta-
bles, generalizables. Estas construcciones pretenden tanto asegurar la
justicia de las relaciones entre los hombres como garantizar la exactitud
de los contrastes entre las cosas. La universalidad y la transparencia del
sistema de pesos y medidas permite así evitar los engaños en los inter-
cambios mercantiles, mientras que las codificaciones administrativas y
jurídicas son indispensables para dotar de consistencia objetiva a cosas
que, sin ellas, no podrían contarse: los matrimonios, crímenes, suici-
dios, y más tarde las empresas, accidentes de trabajo, desempleados.
Esta tarea de homogeneización y codificación de un gran número de
aspectos de la vida humana tiene como manifestación más visible la uni-
ficación del territorio nacional, ya que muchas de las cosas y de las reglas
entonces redefinidas y convertidas en más generales estaban anterior-
mente especificadas a nivel local o provincial. A este trabajo complejo,
costoso, y a menudo doloroso, Siéyès, uno de sus actores principales, le
da el nombre de «adunación», unificación voluntaria de los sistemas de
referencia. Uno de los momentos fuertes de la adunación es la división
en departamentos, efectuada en algunos meses por la Asamblea consti-
tuyente, a finales de 1789 (Ozouf-Marignier, 1986). Su principio con-
siste en dividir (departir) un todo ya unificado, la nación, y no en reunir
entidades (provincias), que existen anteriormente con rasgos singulares.
Ésta es la razón por la cual la compartimentalización se realiza según
criterios generales, definidos por la Asamblea y no según contingencias
locales. (Un proyecto extremo fue el de crear una estructura en red se-
gún cuadrados definidos por los meridianos y los paralelos terrestres.)
Entre estos criterios, las superficies de los departamentos deben ser
del mismo orden de magnitud, las prefecturas deben estar ubicadas de
suerte que sea posible llegar a ellas en un día desde cualquier punto del
48 | La política de los grandes números

departamento, y las subprefecturas de modo que se pueda ir y venir


también en un día. Los nombres de los departamentos se fabrican a par-
tir de nombres de ríos o de montañas, evitando los de las antiguas pro-
vincias. A veces los diputados, ante la presión de emisarios enviados por
sus regiones, intentan influir en ciertas opciones, pero ello resulta con-
trario al principio fundamental según el cual ellos son colectivamente
los electos de toda la nación y no los delegados de su provincia. Esta re-
gla nacional les lleva pues a resistirse a esas solicitudes, y es esto lo que
posibilita el trabajo en un plazo tan breve. El principio general es el de
la tabla rasa de una sociedad caracterizada anteriormente por sus privi-
legios, su régimen tributario diferente según las provincias, sus supers-
ticiones locales. Los departamentos (en 1789), luego los prefectos (insti-
tuidos en 1800), deben ser los instrumentos de esta adunación
—construcción político-cognitiva de un espacio de medida común a es-
cala de la nación única e indivisible—. Ahora bien, esta construcción
viene impulsada por una monumental encuesta estadística cuya respon-
sabilidad incumbe precisamente a los nuevos prefectos.
Entre 1789 y 1800, Francia conoce un período en el que se entre-
mezclan las ambiciones de refundar la sociedad sobre bases nuevas y si-
tuaciones de crisis extrema, económica, política y militar. Las primeras
suscitan una fuerte demanda para describir la sociedad en todos sus as-
pectos con el fin de transformarla, lo que da pie a numerosos proyectos
de censos y encuestas detalladas, en particular para dotar de contenido
al nuevo marco de los departamentos. Pero las urgencias de las crisis
provocan una sucesión incoherente de solicitud de informaciones por
parte del centro, mal atendidas y controladas y, generalmente, sin res-
puesta (Gille, 1964).
El 18 brumario (9 de noviembre de 1799) conduce a la instalación de
un poder fuerte y autoritario, que va a traducir las potencialidades y los
ambiciosos proyectos anteriores de instituciones eficaces: código civil,
universidades, institutos de enseñanza secundaria, administración pre-
fectoral, oficina de estadística, censos. Pero, en lo que respecta a la esta-
dística, se suceden dos momentos muy diferentes cuya oposición es sig-
nificativa: la encuesta según el modo alemán y, luego, las estadísticas
limitadas y directamente útiles. Las diferentes maneras de describir y de
dar forma al mundo social, que hasta no hace mucho se habían debatido
en los círculos de filósofos y fuera de la administración real, pueden ser
movilizadas en lo sucesivo por los que, especialmente en el ministerio
del Interior, debían a la vez responder a las urgencias y sentar las bases
de un modelo global de descripción de la sociedad francesa. Ese fue el
El perfecto y el geómetra | 49
caso de François de Neufchâteau, ministro entre 1797 y 1799, quien en-
vía regularmente circulares a las municipalidades y a los departamentos
solicitando informes de todo tipo.
Se reúnen así, a instancias de la nueva administración, todos esos tra-
bajos de eruditos locales, sociedades científicas, médicos y filántropos
quienes, anteriormente, habían surgido en todos los puntos del reino
aunque sin ninguna coordinación. El apetito por saber de los grupos so-
ciales que condujeron la Revolución entre 1789 y 1795 es pues solicita-
do ahora para que se ponga al servicio del Estado, y es a estos grupos a
quienes se dirige François de Neufchâteau, y Chaptal a partir de 1800.
Un aspecto importante de esta nueva manera de hacer la estadística con-
siste en que, a diferencia de lo que se hacía en la administración del An-
tiguo Régimen, su destino es la publicación. El primero en hacerlo es
Sébastien Bottin, quien publica en 1799 un Anuario político y económico
del Bajo Rin, antes de lanzar una empresa de almanaques, comprada lue-
go por Didot, editando los denominados «bottins» (Marietti, 194 7). De
Neufchâteau los proclama «la primera obra verdaderamente estadística
de esta naturaleza que tenemos en Francia», y predice: «Tengo la espe-
ranza de ver su nombre unido a este tipo de obra, y de que un día se diga
el Bottin de un departamento para designar un anuario estadístico ins-
tructivo y completo, como se dice un Baremo para expresar cuentas
ajustadas».1
La unificación de la nación conlleva una vasta difusión de los conoci-
mientos sobre los territorios que la componen, sobre las nuevas técnicas
productivas, agrícolas e industriales, sobre los mercados posibles. En ese
momento, la estadística pasa del manuscrito encerrado en los archivos
de la administración al impreso destinado, en principio, al gran públi-
co. Este deslizamiento está vinculado con el hecho de que el Estado re-
publicano, transformado en la cosa de todos, representa a la sociedad com-
pleta, a través de la representación electoral pero también mediante las
estadísticas, que se vuelven el «espejo de la nación», y ya no simple-
mente el «espejo del príncipe». Esta ambición de ofrecer a la sociedad
un reflejo de sí misma, a través de una red de encuestas encomendadas a
los prefectos, constituye la primera orientación de la nueva «oficina de
estadística de la República», creada en 1800 por el ministro del Inte-
rior, Lucien Bonaparte, pronto sustituido por Chaptal.
De Ferrière y Peuchet, los dos principales responsables de esta ofici-
na hasta 1805 y de cultura más bien literaria, se sienten atraídos por la
estadística al estilo alemán (el tratado de Schlözer fue traducido por
Donnant) y se muestran reticentes respecto del «álgebra» de los aritmé-
50 | La política de los grandes números

ticos políticos ingleses. Sin embargo, en el propio seno de la oficina, son


rebatidos por Duvillard, matemático, especialista en las tablas de mor-
talidad y en su uso para calcular las rentas vitalicias. Dos culturas, dos
modos de conocimiento, dos catálogos de exigencia se enfrentan sin
comprenderse, en un momento en el que las «ciencias humanas» no es-
tán aún estructuradas en disciplinas académicas claramente diferencia-
das y en el que los lenguajes nuevos se encuentran en competencia di-
recta.

Peuchet y Duvillard: escribir o calcular

Mientras que Peuchet presenta la escritura como forma que permite la


narración y la memorización, y denuncia el carácter reductor de las ta-
blas, que son comparables a esqueletos sin sustancia, Duvillard reivin-
dica la precisión de las cifras, verificables de diversos modos y cuyas le-
yes pueden representarse por medio de ecuaciones. Resulta interesante
leer discursos tan característicos como éstos evitando la pregunta
«¿quién tenía razón?», y centrándose, por el contrario, en su coherencia
interna, buscando con qué fuerzas sociales y políticas tratan de vincu-
larse, a quién tratan de decir: «Miren cómo me necesitan», y qué argu-
mentos aducen para ello.
En 1805 Peuchet publica una obra cuyo título completo expresa su
propósito: Estadística elemental de Francia, que contiene los principios de esta
ciencia y la aplicación de éstos al análisis de la riqueza, de las fuerzas y del po-
derío del Imperio francés, para uso de las personas que se dedican al estudio de la
administración. A su nombre le sigue una lista de sociedades de agricul-
tura y de comercio, así como de instancias políticas y administrativas a
las que pertenece. La palabra «administración» tiene para él un sentido
general de gestión de los negocios, públicos o comerciales. Se dirige a
ese grupo de notables, del que él mismo forma parte, y les propone un
discurso descriptivo global, fácil de leer y de memorizar, sobre «la ri-
queza, las fuerzas y el poderío del Imperio». En un prólogo «sobre la
manera de escribir la estadística», insiste en las cualidades de escritura
que convienen:

... al espíritu francés siempre impaciente por conocer la finalidad de un


trabajo, y que no puede tolerar la aridez de las tablas, por más exactas
que sean ... Las consideraciones generales, las aplicaciones útiles, las de-
finiciones claras, todo lo que induce a la meditación merced al incentivo
El perfecto y el geómetra | 51
del discurso y la elocución, todo esto está contenido necesariamente en
el modo de instrucción francesa. (Peuchet, 1805)

Peuchet parece rechazar decididamente la estadística alemana, cul-


pable de «acumular, estrangulándolos, una multitud de conocimientos
positivos o de razonamiento, en un marco que no es en absoluto el suyo
... en nomenclaturas casi sin ninguna aplicación» y los cálculos de los
«algebristas» y «geómetras», pero consagra lo esencial de sus ataques a
estos últimos:

Si hemos condenado el método que desnaturaliza la estadística con la


confusión o la mezcla de conocimientos ajenos a su enseñanza o inútiles
para ella, creemos con mayor razón que se debe rechazar aquél que por
sus fórmulas enigmáticas, cálculos algebraicos o figuras de geometría,
quisiera presentar o analizar lo que es mucho más simple decir natural-
mente y sin oscuridades ... Hacemos estas acotaciones tanto más oportu-
namente cuanto que hay personas, además, instruidas, que han creído de
buena fe haber contribuido a los progresos de la economía política y
dado solidez a las máximas de ésta, erizándola de cálculos algebraicos
cuya aplicación al objeto de esta ciencia de por sí complicada es incom-
prensible, y que debemos evitar confundir por un exceso de dificultades
y abstracciones metafísicas ... (Peuchet, 1805)

Podría suponerse que el propio Peuchet está poco familiarizado con


los métodos de los aritméticos y mal predispuesto al respecto. Pero lo
importante es que propone a su público, al que conoce bien, un discur-
so legible y memorizable, en el cual las partes se mantienen, porque si-
guen un hilo narrativo, sostenido por un proyecto unificador: analizar el
«poderío del Imperio», describiendo sucesivamente el territorio, la po-
blación, la agricultura, la industria, el comercio, la navegación, el pre-
supuesto del Estado y el ejército. Además, esto no le impide utilizar de-
talladamente los trabajos de los «algebristas», a los que por otra parte
denuncia, pero que ha estudiado atentamente, mencionando, por ejem-
plo, una «estimación del consumo total, según el consumo evaluado de
cada individuo», y comparando tres métodos de cálculo típicos de los al-
gebristas. Sus palabras vehementes contra estos últimos pueden leerse
como una manera de dar respuesta a su público y a sus supuestas reti-
cencias en relación con las «tablas áridas». Desempeña por consiguien-
te un papel de intermediario, de traductor (Callon, 1989) entre las for-
malizaciones de los aritméticos y las preguntas que se plantean los
«administradores». Pero el hecho de denunciar tan duramente a los pri-
52 | La política de los grandes números

meros resulta torpe sin duda, y le impide establecer una alianza con
ellos; a fin de cuentas, su grupo resultará más bien el perdedor, pues De
Ferrière abandona la oficina de estadística en enero de 1806.
Duvillard, quien le reemplaza entonces por poco tiempo, tiene una
estrategia muy distinta. Matemático de formación, había sido empleado
de la oficina de control general y en el Tesoro con anterioridad a 1789.
Había construido las tablas de mortalidad (utilizadas por las compañías
de seguros hasta 1880) y se había convertido en un especialista de su uso
en los problemas de liquidación de las rentas vitalicias, cálculo de las
jubilaciones y amortización de la deuda pública. En 1791, le nombran
director de una oficina de aritmética política creada por la Asamblea cons-
tituyente a instancias de Condorcet y Lavoisier. Durante toda la Revo-
lución y el Consulado, multiplica las ocasiones para demostrar que sus
técnicas son indispensables para resolver muchos problemas del Tesoro
Público. En 1805, el secretario general del ministerio del Interior, De
Gérando, le nombra subjefe de la oficina de estadística, con la misión de
evaluar el trabajo realizado por De Ferrière y sus subordinados. Se es-
candaliza entonces por lo que le parece una falta total de rigor en la fa-
bricación de las tablas, especialmente a partir de las respuestas incom-
pletas e incoherentes de la encuesta de los prefectos iniciada en 1800. El
13 de enero de 1806, expresa su indignación en una Memoria sobre el tra-
bajo de la oficina de estadística. De Ferrière se marcha, pero Duvillard no
logra reemplazarlo. En abril de 1806, se nombra a un administrador
prudente y realista, Coquebert de Montbret. En noviembre, Duvillard
redacta una Memoria para el restablecimiento del puesto de geómetra calcula-
dor, donde describe su carrera y los servicios prestados, y expresa el de-
seo de que su competencia sea institucionalizada mediante la creación
de una oficina especial dirigida por él mismo. En ambas memorias, con-
cluye presentándose como «padre de familia y sin fortuna», y solicita
que se le reconozca su talento (Reinhart, 1965; J. C. Perrot, 1977).
En su memoria de enero, Duvillard expone con precisión lo que se-
gún él debería hacer una oficina de estadística. Primero, observa que na-
die piensa en comprobar la consistencia de los objetos, confrontándolos
unos con otros:
Parece ser que nadie en esta oficina ha sospechado que los hechos pudie-
ran verificarse unos mediante los otros. Sin embargo, todos guardan re-
laciones esenciales y necesarias entre sí. Las mismas causas que modifi-
can a unos, provocan también diferencias en los otros. Después de
considerar atentamente sus relaciones, a menudo puede representarse su
relación y su ley por medio de ecuaciones. (Duvillard, 1806)
El perfecto y el geómetra | 53
Luego describe concretamente la inversión considerable que implica,
en una administración aún poco habituada a esta rutina, la construcción
de equivalencias que en principio no existen —los numerosos intercam-
bios con los prefectos, los cuidados que requiere el trabajo mecánico de
la oficina:

... La principal función del director de esta oficina debería haber sido la
de examinar atentamente los informes que envían los prefectos, discutir,
comparar, verificar los hechos, comunicar a los prefectos las observacio-
nes realizadas, invitarles a observar nuevamente y a buscar las causas que
pudieron dar lugar a resultados que parecen absurdos o extraordinarios.
Ahora bien, no sólo no se ha cumplido esta función, sino que la forma de
los informes en la que se solicitaron los hechos estaba viciada, y las nu-
merosas faltas de omisión, de adición que se han cometido en las tablas
incompletas e impresas del estado de las manufacturas, de la población,
de su movimiento, y que las vuelven inútiles, demuestran que el traba-
jo mecánico de la oficina tampoco ha sido cuidado lo suficiente. (Duvi-
llard, 1806)

Luego constata que los prefectos sólo pueden responder rigurosa-


mente si la administración «lleva un registro», es decir, si preexiste una
forma de anotación y de codificación, cuyo prototipo es el registro civil.
En caso contrario, el estadístico deberá proceder de un modo indirecto,
por razonamiento y cálculo (éste es el tipo de álgebra que Peuchet había de-
nunciado, aunque se había servido de ella):

Sólo puede esperarse de los prefectos el conocimiento exacto de los he-


chos cuyo registro llevan las administraciones públicas y los particulares.
Hay una multitud de otros hechos importantes que siempre será difícil
conocer completamente mediante la observación. A saber: la duración de
los matrimonios, de la viudez, el inventario de la riqueza mobiliaria, de
los productos de la industria, de las materias primas y elaboradas, el co-
nocimiento de su destino final. Pero, a menudo, con los datos necesarios,
lo que no puede ser contado o medido inmediatamente, el razonamien-
to y el cálculo pueden descubrirlo por la combinación metódica de los
hechos. Las ciencias físico-matemáticas ofrecen muchos ejemplos de ello
... (Duvillard, 1806)

Por último, Duvillard responde punto por punto a Peuchet, quien


criticaba las «tablas áridas», subrayando que esta forma «facilita los co-
tejos y el examen», e ironiza sobre los hombres que brillan con el «bar-
niz seductor de su estilo elegante»:
54 | La política de los grandes números

Los hechos aislados, de los que únicamente se puede tener un conoci-


miento superficial, los que exigen un desarrollo, sólo pueden ofrecerse
en las memorias; pero los que se pueden presentar en masa, detallada-
mente, y con cuya exactitud se puede contar, deben exponerse en tablas.
Esta forma que pone los hechos en evidencia, facilita los cotejos, el co-
nocimiento de las relaciones y el examen, pero para ello sería necesario
llevar registros, así como yo lo he hecho respecto de la población, y es lo
que aún no se ha realizado ...
... En un país en el que se vive de conocimientos superficiales y en el que
se está más preocupado por las formas que por el fondo de las cosas (por-
que el saber conduce pocas veces a la fortuna), no faltan hombres que
tienen el barniz seductor de un estilo elegante. Pero la experiencia prue-
ba que no basta saber hacer planos, resúmenes, bosquejos de estadística
para hacerla correctamente ... Por más inteligencia que tenga una perso-
na, es imposible que improvise una ciencia que exige estudios prelimi-
nares y la dedicación de casi toda una vida: cuando se considera la ex-
tensión de los conocimientos en economía, en aritmética política, en
matemática trascendente, en estadística, la sagacidad, el talento, el ge-
nio junto con la capacidad de orden y perseverancia que habría que po-
seer para ocupar ese puesto, parece que desde el punto de vista de la uti-
lidad y de la dificultad, ella no aventajaría demasiado a los hombres más
distinguidos por sus escritos. (Duvillard, 1806)
Estos dos hombres son, pues, más complejos de lo que sugieren las
imágenes estereotipadas que ofrecen de sí mismos. Peuchet emplea los
resultados de los algebristas cuando le son útiles. Duvillard sabe escri-
bir y su estilo no carece de mordacidad y de humor, como lo muestra la
manera en que subraya «por sus escritos» en una frase que hace abierta-
mente alusión a Peuchet. Cuando uno reprocha al otro sus «tablas ári-
das» y sus «cálculos herméticos», y a cambio recibe burlas por el «bar-
niz seductor de su estilo elegante», puede leerse de forma más general
—más allá de una oposición clásica entre culturas literaria y científica—
dos maneras recurrentes en los estadísticos de tratar de demostrar que
son necesarios. En un caso, se pretende hacer pasar un mensaje simple y
memorizable, producir cosas inmediatamente utilizables sobre las cuales
podrán apoyarse construcciones de otra naturaleza retórica, por ejemplo,
política o administrativa: las palabras de Peuchet sobre «la riqueza, las
fuerzas y el poderío del Imperio» son de este orden. Pero en el otro caso,
se insiste sobre el tecnicismo y el profesionalismo que implican la pro-
ducción y la interpretación de resultados que no son gratuitos ni trans-
parentes. Con el paso del tiempo, se perfeccionará la articulación de es-
tos dos discursos, y su confrontación resultará menos brutal que en la
El perfecto y el geómetra | 55
oposición entre Peuchet y Duvillard. Sin embargo, esta tensión funda-
mental está inscrita en la posición misma de las oficinas de estadística
administrativa, cuyo crédito se funda a la vez en la visibilidad y el tec-
nicismo. La manera en que, según las épocas y los países, esta doble exi-
gencia se contrapone y se transforma, es un hilo conductor de la historia
de estas oficinas.
En el caso de la oficina de la estadística napoleónica de 1806, como
los dos protagonistas han defendido su punto de vista de manera dema-
siado radical, ninguno de los dos prevalece. Será un alto funcionario
atento a las necesidades directas de la administración, Coquebert de
Montbret, quien asumirá la dirección. La urgencia viene entonces dada
por las consecuencias económicas del bloqueo continental contra Ingla-
terra, y todos los esfuerzos se consagran al establecimiento de series de
producción, agrícola e industrial. Luego, acaso porque no pudo respon-
der dentro de los muy breves plazos exigidos a una solicitud de Napole-
ón de informes detallados sobre el conjunto del aparato productivo, la
oficina de estadística se suprime en 1812 (Woolf, 1981). De este perío-
do subsisten, por una parte, las «memorias de los prefectos», respuestas
a la encuesta de Chaptal de 1800, cuya publicación fue suspendida en
1806 y, por otra, una tentativa de construcción de series de estadísticas
económicas también interrumpidas (Gille, 1964).

La estadística de los prefectos: pensar la diversidad

Hasta 1806, la oficina de estadística reúne y publica las memorias de-


partamentales redactadas por los prefectos a partir del cuestionario de
Chaptal; otras serán publicadas más tarde por editores privados hasta
1830. Durante mucho tiempo, los historiadores las consideraron como
documentos heteróclitos, incompletos y, sobre todo, inservibles como
fuente de datos cifrados. Esto es cierto desde la perspectiva de la histo-
ria económica y social cuantitativa desarrollada, entre las décadas de
1930 y 1960, a partir de los trabajos de Simiand y Labrousse. Para estos
historiadores, la construcción de series estadísticas consistentes, por
ejemplo, en listas de precios o en producciones agrícolas, entraña el
cumplimiento de rigurosas condiciones previas: modalidades de regis-
tro constantes en el tiempo y el espacio, identidad de los objetos regis-
trados. El trabajo de crítica de las fuentes consiste precisamente en veri-
ficar estas condiciones o, más bien, en suponer que los objetos y las
circunstancias de sus registros son lo suficientemente equivalentes como
56 | La política de los grandes números

para que su reducción a una misma clase sea pertinente, previo debate
sobre la relación entre equivalencia suficiente y pertinencia. Esta cues-
tión resulta de fundamental importancia si se construye una larga serie
referida a las profesiones o a los sectores económicos. También lo es si se
reúnen datos concernientes a las regiones de un Estado y si las condicio-
nes de registro no han sido bien codificadas: ésta es precisamente la crí-
tica que Duvillard hace a sus predecesores, aunque observando que los
prefectos sólo pueden «conocer exactamente los hechos de los que las
administraciones llevan registro».
Pero el interés que presentan las memorias de los prefectos cambia si
se elige como objeto de investigación histórica la empresa de adunación en
sí misma, observando que ésta constituye uno de los aspectos más im-
portantes de la Revolución Francesa y cuyas consecuencias han sido las
más duraderas, cualquiera que sea la opinión que se tiene de dicho pro-
yecto. Desde esta perspectiva, la encuesta de Chaptal se presenta como
un enorme esfuerzo para describir la diversidad de Francia en 1800, y
para medir la amplitud de la tarea exigida por esta «adunación». La ob-
servación realizada por los prefectos en su región no sólo ofrece una in-
formación valiosa sobre estos departamentos sino también y, especial-
mente, sobre la manera en que los actores de esta empresa la ven, sobre
la forma en que perciben la diversidad de Francia y los posibles obstá-
culos a esta empresa política y cognitiva. Por esta razón, estos docu-
mentos ofrecen al historiador un material único; el libro de Marie-Noë-
lle Bourguet está precisamente consagrado a su análisis (1988).
La encuesta puede leerse de varias maneras. En un primer nivel: ¿cuál
es la situación de Francia en 1801? Como un relato de viaje, presenta un
gran número de informaciones cuyo interés es más etnológico que esta-
dístico en un sentido moderno. Pero también, en un segundo nivel:
¿cómo se observa? ¿Cómo se seleccionan los rasgos supuestamente perti-
nentes? Finalmente, en un tercer nivel, ¿qué obstáculos se perciben al
proyecto político de transformación y de unificación del territorio? Las
resistencias a las que se enfrenta este proyecto evidencian aspectos de la
sociedad que, anteriormente, no tenían ninguna razón de ser explicita-
dos. Si se deben nombrar y describir cosas es porque se desea actuar so-
bre ellas. En concreto, el paso de una Francia prerrevolucionaria a la
Francia tras la revolución implica cambiar no sólo el territorio, sino
también las palabras y las herramientas para describirlo: un aspecto sor-
prendente de las memorias redactadas por los prefectos es el choque de
cuadrículas de análisis rivales, que surgen y se entreveran bajo su pluma.
Mencionaremos dos casos en los que esta confusión taxonómica es ejem-
El perfecto y el geómetra | 57
plar. ¿Cómo pensar la acotación y el orden entre los grupos sociales?
¿Cómo apreciar la homogeneidad o la heterogeneidad interna de cada
uno de ellos?
Para describir los grupos sociales existen tres cuadrículas muy dife-
rentes. La primera es un legado de la Francia del pasado que se conside-
ra completamente suprimida en 1789: la nobleza, el clero, el tercer es-
tado. La sociedad según diferentes órdenes ha desaparecido, siendo
reemplazada por una sociedad igualitaria en la que «los hombres nacen
libres e iguales ante la ley». La nueva cuadrícula oficial se basa en la pro-
piedad y el origen de los ingresos. La venta de los bienes nacionales y el re-
parto de la tierra entre numerosos nuevos propietarios dieron a este gru-
po una gran importancia, y la distinción entre los «propietarios de
bienes inmuebles» y todos los demás constituye el criterio esencial de la
cuadrícula propuesta por la circular del 19 germinal del año ix (9 de
abril de 1801), en la cual Chaptal envía a los prefectos el cuestionario
que deberán responder. Tienen que indicar el número de:

1. propietarios de bienes inmuebles


2. personas que viven únicamente del producto de sus bienes in-
muebles
3. personas que viven únicamente de un ingreso en dinero
4. personas empleadas o remuneradas por el Estado
5. personas que viven de su trabajo, ya sea mecánico o industrial
6. braceros o peones
7. mendigos.

Esta segunda cuadrícula, publicada de este modo en una circular ad-


ministrativa, da consistencia a los grupos según un criterio ya clara-
mente objetivado: el del origen de los ingresos. Coloca a la cabeza a los
propietarios, luego a los rentistas y a los funcionarios. Por el contrario,
el asalariado en el sentido moderno todavía no se percibe como grupo
diferenciado ya que la rúbrica 5 agrupa a obreros y maestros (según el
vocabulario de las corporaciones). Incluso la futura clase obrera aparece
todavía menos, ya que los obreros de oficio están en la rúbrica 5 y los brace-
ros en la 6.2
Sin embargo, a través de los comentarios que realizan los prefectos a
propósito de las diferencias sociales entre las poblaciones de sus depar-
tamentos, resulta que esta cuadrícula presenta un defecto fundamental
para ellos: no distingue a las personas instruidas, es decir, más bien urba-
nas y cultas —que tienen en común hábitos y preocupaciones que las
58 | La política de los grandes números

distinguen con bastante claridad— del pueblo. Esta tercera cuadrícula


aparece pues en las descripciones de los hábitos, pero resulta difícil ob-
jetivarla y sus fronteras siempre se presentan borrosas. Se menciona la
contradicción entre las dos cuadrículas. Algunos propietarios (especial-
mente en el campo) son poco «civilizados» (y, a veces, bastante pobres);
por el contrario, las «personas de talento» (profesores, médicos) a me-
nudo no son propietarios.
A esta distinción entre las personas instruidas y el pueblo le corres-
ponde una fluctuación significativa en el análisis de la heterogeneidad
interna de los dos grupos: ¿cuál de estos grandes conjuntos es el más ho-
mogéneo? O más bien: ¿cómo apreciar esta homogeneidad? La ambigüe-
dad de las respuestas que se dan a esta pregunta refleja la multiplicidad
de las maneras de establecer una equivalencia. En algunos casos las élites
instruidas se presentan como iguales en todas partes; es inútil describir-
las en detalle pues sus costumbres civilizadas se han uniformizado debi-
do a las mismas exigencias, el mismo trabajo de civilización de las costum-
bres (Elias, 1973). En contraposición a esas élites, las maneras de vivir del
pueblo se fragmentan en una multitud de costumbres locales, caracteri-
zadas por dialectos, vestimentas, fiestas, rituales, muy diferentes no sólo
de una región a otra, sino incluso de una parroquia a otra. Sin embargo,
en otros casos los prefectos leen esa realidad de un modo opuesto: sólo las
personas cultas pueden tener una individualidad diferenciada y modos de
vida personales, mientras que la gente del pueblo queda definida por los
grupos, en una gran masa, y todos son semejantes.
No obstante, estas lecturas resultan menos contradictorias si se ob-
serva, volviendo al vocabulario de Dumont (1983), que en los dos casos
se describe al pueblo según una cuadrícula holística, a partir de su co-
munidad de pertenencia. Las élites, por el contrario, son descritas según
una cuadrícula individualista, que abstrae los individuos de su grupo,
haciéndolos teóricamente iguales: es entonces el individuo de la decla-
ración de los Derechos Humanos, y de la sociedad moderna urbana. En
esta visión individualista, los hombres son todos diferentes porque son
libres y semejantes porque son iguales ante la ley. Esta oposición entre las
lecturas holísticas e individualistas constituye un esquema clásico de la
sociología, por ejemplo, en la distinción de Tönnies entre comunidad y
sociedad. Es interesante desde una perspectiva de la historia de la objeti-
vación estadística, pues le corresponden dos líneas de utilización y de in-
terpretación de las estadísticas sociales. La primera va de Quetelet y
Durkheim hasta un sector de la macrosociología moderna. Se refiere a
grupos pensados como totalidades dotadas de rasgos colectivos que la
El perfecto y el geómetra | 59
estadística describe a través de las medias. La segunda, consagrada a la
descripción de las distribuciones de rasgos individuales, va de Galton y
Pearson a otras corrientes contemporáneas, y rehusa acordar al grupo un
estatuto diferenciado de la reunión de los individuos que lo componen.
Los prefectos, en sus respuestas a la encuesta, dudan constantemente
entre diferentes métodos de recolección de los saberes (examen de archi-
vos, cuestionarios escritos, observaciones directas). La circular les impo-
ne tanto respuestas cuantitativas (población, profesiones, precios, equi-
pamientos, producciones), como descripciones literarias (religiones,
costumbres, hábitos). Ellos mismos vacilan entre cuadrículas de análisis
diversas. Por todos estos aspectos, la encuesta desalienta al historiador o
al estadístico preocupado por tener datos fiables. Pero hay que ser cons-
ciente de que la producción de estos últimos exige que el país descrito
ya esté bien «adunado», y dotado de códigos de registro y de circulación
de los hechos elementales bien estandarizados. El interés a posteriori de
una encuesta de esta naturaleza estriba precisamente en mostrar las co-
sas en agraz, antes de que se endurezcan, y, no obstante, siempre incom-
pletas. Un índice de la evolución posterior es que, paulatinamente y a lo
largo de los siglos xix y xx, el aspecto territorial verá disminuir su im-
portancia en la estadística nacional, que se basará en totalizaciones dis-
tintas a las de los departamentos. El prefecto mismo ya no será el que
explora su departamento por cuenta de una autoridad central en parte
aún virtual, sino el que pone en práctica medidas administrativas, for-
muladas por una autoridad ya bien establecida, y esclarecidas por las me-
didas estadísticas que esta unificación del territorio ha posibilitado.

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