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“Lecturas de Arendt”

II Jornadas Internacionales Hannah Arendt Universidad Nacional de


Córdoba 10, 11, 12 de noviembre de 2010

Arendt lee a Kafka: el paria y los derechos humanos

Graciela Brunet
Facultad de Humanidades y Artes (U.N.R.)
Facultad de Ciencias Jurídicas y Sociales (U.N.L.)
gbrunet@fcjs.unl.edu.ar
gracielabrunet@express.com.ar

La brillante lectura de Kafka realizada por Arendt, no sólo resulta interesante


desde el punto de vista del análisis literario, también le permitió dar continuidad a dos
cuestiones filosóficas conexas que la preocuparon desde sus primeras obras: los
derechos humanos y la asimilación de los judíos. Es conocida su definición de los
derechos humanos como “derecho a tener derechos”1 si bien ha sido criticada su
posición respecto a la imposibilidad de ejercerlos desde el exterior de la ciudadanía. 2
En cuanto a la asimilación: Arendt ironiza sobre aquellos judíos que, viviendo en países
donde era posible alguna forma de emancipación –adquisición de derechos civiles y
políticos-, se lo tomaron demasiado en serio y pretendieron ser “en su condición de
judíos, seres humanos”3. Así se habría dado un malentendido: aquellos a quiénes se
negaban todos sus derechos e incluso el contacto con el resto de la población, se
liberaron como individuos y como seres humanos, acercándose al pueblo mediante su
imaginación y su espíritu (lo que explicaría, según Arendt, la genialidad de los literatos
y artistas judíos). Pero el pueblo judío, paria por excelencia, no sólo produjo individuos
parias sino también advenedizos.
La figura del paria (en contraposición con el parvenu o advenedizo), ya
delineada por Arendt a partir de sus lecturas de los diarios de Rahel Varnhagen 4, es

1
H. Arendt: Orígenes del totalitarismo, Madrid, Alianza, Cap. 9 y 12.
2
Cfr. Jacques Rancière: “Who is the Subject of the Rights of Man?”, en South Atlantic Quarterly 103.2/3 
(2004) pp. 297­310.
3
Cfr. H. Arendt: La tradición oculta, Barcelona, Paidós, 2004, p. 50.
4
Rahel Varnhagen. The Life of a Jewish Woman, New York, Harcourt Brace and Co., 1974. Hay una
edición inglesa de 1958 y otra, alemana, de 1959. La obra fue comenzada en Alemania en 1933,
abandonada a causa de la emigración, retomada y finalizada en EEUU en 1957. Si bien los conceptos de
paria y advenedizo se encuentran en los dos capítulos agregados en EEUU, ellos se articulan con el resto
de la obra y se infieren de ella. Traducción castellana: Rahel Varnhagen. Vida de una mujer judía,
Barcelona, Lumen, 2000.

1
pensada nuevamente en el ensayo “La tradición oculta”5. En éste desfilan varias
versiones del paria: en Heine el Schlemil, en Bernard Lazare el paria consciente, en Ch.
Chaplin el sospechoso. A ellos se agrega -con Kafka- el “hombre de buena voluntad”.
Dos son las obras de Kafka analizadas por Arendt en este caso: el relato “Descripción de
una lucha”6 y la novela El castillo. Asimismo, en su notable ensayo “Franz Kafka”7,
Arendt comenta varias de sus obras, aunque se centraliza en las novelas El proceso y El
castillo.
Los personajes de Kafka son seres sin identidad: se ignora su nacionalidad,
procedencia social, oficio o empleo, incluso sus gustos o aficiones. Generalmente viven
en habitaciones igualmente anónimas y no parecen tener familia ni amigos. Si bien estos
personajes son abstractos, sin ninguna marca identificatoria étnica ni cultural, Arendt
considera que sólo pueden ser judíos, no por sus atributos, pues no los tienen –salvo el
hecho de reflexionar continuamente-, sino debido a la situación en que se encuentran. A
diferencia de los héroes de Heine o de Chaplin, los personajes de Kafka son agresivos y
carecen de la gracia (comicidad) e inocencia que caracterizan a aquéllos.
Según Arendt, a los judíos que querían asimilarse a la sociedad se les
presentaban dos caminos: o bien pertenecer sólo en apariencia al pueblo y recibir en
realidad la protección gubernamental; o pertenecer realmente al pueblo, renunciando a
la protección del gobierno. Esta es la posición que elige Josef K., protagonista de El
Castillo.8 Dicha opción es lo que convierte a este personaje en “hombre de buena
voluntad”, que se toma en serio la asimilación y reclama sus derechos como ser
humano: trabajo, familia, ciudadanía. El Sr. K. no quiere dádivas del Castillo, sino los
derechos que le corresponden legítimamente. No obstante, los campesinos y habitantes
del pueblo no lo comprenden ni lo reconocen como uno de ellos. Y ven con asombro
que K desprecie las oportunidades de participar en el poder del Castillo. El agrimensor
K ha llegado al pueblo por un error burocrático: aparentemente desde el Castillo se ha
pedido un agrimensor, cosa que luego se desmiente. Ante la energía desplegada por K
para reclamar su derecho a trabajar y habitar en la aldea, los lugareños tratan de sacarlo
de su “ignorancia”: intentan trasmitirle su experiencia del mundo, convencerlo de que
5
Obra dedicada por Arendt a Karl Jaspers en 1947, integró los Sechs Essays publicados en Alemania en
1948. Traducción castellana: La tradición oculta, Barcelona, Paidós, 2004 (trad.de Nora Carbó y Vicente
Gómez Ibañez)
6
Relato póstumo, si bien una parte de él fue publicada en vida en Kafka, en un periódico. Puede leerse
una traducción de F. Zanuthig Núñez en: Kafka, F.: Relatos completos, Tomo III, Página 12 – Losada,
Buenos Aires, 2005.
7
Incluido en La tradición oculta, edición citada.
8
Cfr. El Castillo, Cap. 2, p. 31-31, Ed. Librodot.

2
está en un error y que su pretensión es vana. Para los aldeanos no hay derechos ni
injusticias; ellos ven al mundo como un orden impuesto desde el Castillo y que no
merece discutirse. Las arbitrariedades de quienes los gobiernan (los señores del Castillo)
las entienden como un “destino”. K es absolutamente “extraño” a ellos justamente por
su insistencia en reclamar sus derechos, por no someterse a la necesidad.
Las novelas de Kafka no son -según Arendt- ni realistas, ni proféticas, ni
surrealistas. Tampoco intentan moralizar ni buscan la identificación del lector con sus
personajes, como lo hacía la novela psicológica del siglo XIX. Con su absoluto
despojamiento estilístico Kafka se concentra en las estructuras ocultas del mundo “pues
lo que al él le interesa no es la realidad, sino la verdad”. 9 Despreocupado del aspecto
fenoménico de la sociedad, construye “modelos” del mundo real.
Según Arendt, en El Castillo la situación es presentada por Kafka como un
experimento: un solo hombre, (K), aislado e indistinguible de los demás hombres (se
decía que para asimilarse los judíos debían renunciar a sus grupos o camarillas), lucha
para que le sean reconocidos sus derechos. Vale decir “lo que todos los seres humanos
tienen de manera natural”10. Pero el agrimensor pronto se dará cuenta de que “los
derechos humanos, la normalidad, todo lo que consideraba tan obvio para los demás, no
existe en absoluto”.11 En su análisis de El Castillo Arendt hace más nítida su posición
sobre los derechos humanos, que en sus loci clásicos12, que puede ser malinterpretada
como una negación de la legitimidad de aquéllos. Lo que Arendt hace aquí, una vez
más, es marcar su distancia con el iusnaturalismo: los derechos no son “naturales” para
ella (su expresión: “Lo que todos los seres humanos tienen de manera natural” es
claramente irónica). Pues no nacemos iguales, sino que nos hacemos iguales a través de
la acción.13 La igualdad tiene que ser construida (por eso dice “los derechos humanos, la
normalidad....no existe en absoluto”). Pero esa construcción de la igualdad, así como el
ejercicio de la libertad, constituyen exigencias tanto políticas como éticas.
La reflexión sobre la condición del paria que busca su asimilación le ha
permitido, entonces, a Arendt retomar la discusión comenzada en el 2do. Volumen de
Orígenes (Cap. 9) en torno a los derechos humanos como “derecho a tener derechos” y

9
H. Arendt: “Franz Kafka”, en La tradición oculta, ed. cit. , p. 101.
10
Cfr. La tradición oculta, p. 69.
11
Ibídem, p. 70.
12
Orígenes del totalitarismo, Cap. 12 y 9; en éste especialmente el parágrafo “Las perplejidades de los
derechos del hombre”. Sobre la revolución, Cap. 2 y 4, especialmente.
13
Orígenes..., Cap. 9, p. 436.

3
su dependencia del Estado-nación y -por lo tanto- su inaplicabilidad para aquellos que
habían perdido su nacionalidad (El señor K. no tiene pertenencia a ningún grupo).
Según Arendt, había dos “salidas salvadoras” –en realidad falsas- que en el siglo
XIX estaban a disposición de los parias: aislarse de la buena sociedad, integrándose en
una bohemia de parias, o bien refugiarse en la contemplación estética de la naturaleza y
del arte. “Los héroes de Kafka se enfrentan a la sociedad con una agresión consciente y
deliberada”.14 Por eso desprecian ese consuelo convencional ofrecido a quiénes no se les
reconoce derecho alguno. A Josef K. se le echa en cara constantemente estar de más, su
superfluidad15. Este concepto aparece en la fenomenología del totalitarismo realizada en
Orígenes del totalitarismo; el volver superfluos a los seres humanos, es, junto con la
supresión de su espontaneidad, la marca característica de lo que allí se denomina “mal
radical”, si bien este concepto va a ser desestimado luego por Arendt y reemplazado por
el de banalidad del mal. (En El Castillo, la actitud de los aldeanos ante las
arbitrariedades que padecen, su naturalización –banalización- de la injusticia que es
aceptada como destino).
En la obra sobre Rahel Varnhagen el concepto de paria tiene su contrapartida: el
advenedizo (parvenu). Éste, un paria que ha ascendido socialmente, al considerar que
sólo se debe a sí mismo sus logros, no puede estar agradecido a nadie ni compadecerse
de aquél que no ha llegado a ascender. De ahí que se considere a sí mismo como un
ejemplo a seguir. El que permanece como paria, en cambio, es capaz de agradecimiento
y compasión, y puede trascender lo particular, lo que resulta imposible para el
advenedizo. La figura del parvenu, que Arendt descubre en los diarios de Rahel, no se
encuentra en los textos de Kafka, cuyos personajes son únicamente parias. Arendt
advierte que la idea de asimilación contiene una contradicción, ya que supone que el
sujeto que se integra a una sociedad que es injusta (antisemita), en ese acto acepta la
injusticia. Por eso, el “hombre de buena voluntad”, no aspira a ascender sino sólo a que
se le reconozcan sus derechos.
Conclusión
El problema de los derechos humanos, tal como fue presentado en Orígenes del
Totalitarismo parecía llevar a un callejón sin salida: la imposibilidad de ejercer y
defender sus derechos para quien se encuentre fuera del marco del Estado-nación. (Esto
que Arendt muestra en la circunstancia epocal de los apátridas de su tiempo, vuelve a

14
Ibídem, p. 67.
15
Cfr. El Castillo, Cap. 4, donde la posadera dice a K que como forastero, es superfluo. (p. 63)

4
ponerlo en evidencia Agamben respecto de los inmigrantes ilegales de hoy; aunque para
este autor ya no se trataría de una cuestión coyuntural sino constitutiva de la
organización política de Occidente) Pero Arendt no rechaza el concepto de derechos
humanos, sólo advierte sobre los riesgos de su dependencia respecto de la condición de
ciudadano. En “La tradición oculta” el análisis del personaje del agrimensor muestra
que la lucha por los derechos tiene sentido, si bien sobrepasa a las fuerzas de un hombre
aislado. La existencia de K no es presentada como absurda; tampoco es heroica. Según
Arendt el camino indicado por Kafka no es el del paria ni el del parvenu, tampoco es
utópico si bien conduce a aleccionar al mundo (pero no a cambiarlo) acerca de la
necesidad de hacer realidad los derechos del ser humano.
A partir de lo escrito en el parágrafo “Las perplejidades de los derechos del
hombre” (Capítulo IX, Vol. II de Orígenes del Totalitarismo) Arendt parecía deslizarse
hacia el más absoluto escepticismo respecto a la posibilidad de fundamentar y hacer
respetar los derechos humanos. A diferencia de El Proceso, la novela El Castillo parece
concluir de una manera más esperanzadora. La vergüenza que sobrevivirá al
protagonista de El Proceso16 no reaparece en la otra novela: si bien el agrimensor muere
de muerte natural, agotado, sin haber conseguido nada, su paso por la aldea produce
alguna transformación en los lugareños, que así se lo reconocen. De esta manera Arendt
encuentra en la narración literaria una salida al problema de los derechos humanos que
no encontró en su lectura de la historia.
A través de su interpretación de El Castillo, Arendt puede reafirmar la confianza
en la legitimidad de los derechos humanos y de los esfuerzos para lograr su vigencia. Ya
que la determinación del agrimensor por exigir lo que le corresponde y su lucha contra
la resignación de los aldeanos representa la negación de todo determinismo (así sea el
del “progreso”17) y la afirmación de la libertad humana, la espontaneidad que salva a la
obra humana de su ruina “natural”.
Arendt concluye “La tradición oculta” diciendo:

En efecto, este propósito mínimo, hacer realidad los derechos del ser humano, es,
precisamente por su sencilla elementalidad, el más grande y difícil que puede hacerse el
ser humano. Sólo dentro de un pueblo puede un ser humano vivir como ser humano

16
“...era como si la vergüenza debiera sobrevivirle”, son las palabras finales de El Proceso, Cfr. p. 196 de
la edición castellana de Losada.
17
Respecto de la referencia al progreso, la lectura citada por Arendt son las célebres “Tesis sobre la
historia” de su amigo Benjamin. Cfr. “Franz Kafka”, p. 98 de La tradición oculta.

5
entre humanos (si no quiere morir de “agotamiento”). Y sólo en comunidad con otros
pueblos puede un pueblo ayudar a constituir en esta tierra habitada por todos nosotros
un mundo humano creado y controlado por todos nosotros en común. 18

Bibliografía
ARENDT, H.: Orígenes del totalitarismo, Madrid, Alianza, 1981
ARENDT, H.: Sobre la revolución, Madrid, Alianza, 1988.
ARENDT, H: Rahel Varnhagen. Vida de una mujer judía, Barcelona, Lumen,
2000.
ARENDT, H.: La tradición oculta, Barcelona, Paidós, 2004.
KAFKA, F.: El castillo, Ed. Librodot.
KAFKA, F.: El proceso, Buenos Aires, Losada.
KAFKA, F.: Relatos completos, Buenos Aires, Página 12-Losada, 2005.

18
Cfr. “La tradición oculta”, p. 74.

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