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Mi ni stra d e Ed u caci ó n
Entre montes, por áspero camino, Estaba un Ratoncillo aprisionado A una Culebra que, de frío yerta, Un maldito Gorrión así decía
Tropezando con una y otra peña, En las garras de un León; el desdichado En el suelo yacía medio muerta A una Liebre que una Águila oprimía:
Iba un Viejo cargado con su leña, En la tal ratonera no fue preso Un labrador cogió; mas fue tan bueno, «No eres tú tan ligera,
Maldiciendo su mísero destino. Por ladrón de tocino ni de queso, Que incautamente la abrigó en su seno. Que si el perro te sigue en la carrera,
Al fin cayó, y viéndose de suerte Sino porque con otros molestaba Apenas revivió, cuando la ingrata Lo acarician y alaban como al cabo
Que apenas levantarse ya podía, Al León, que en su retiro descansaba. A su gran bienhechor traidora mata. Acerque sus narices a tu rabo?
Llamaba con colérica porfía Pide perdón, llorando su insolencia; Pues empieza a correr, ¿qué te detiene?»
Una, dos y tres veces a la Muerte. Al oír implorar la real clemencia, De este modo la insulta, cuando viene
Armada de guadaña, en esqueleto, Responde el Rey en majestuoso tono, El diestro Gavilán y la arrebata.
La Parca se le ofrece en aquel punto; No dijera más Tito: «Te perdono.» El preso chilla, el prendedor lo mata;
Pero el Viejo, temiendo ser difunto, Poco después cazando el León tropieza Y la Liebre exclamó: «Bien merecido.
Lleno más de terror que de respeto, En una red oculta en la maleza; ¿Quién te mandó insultar al afligido,
Trémulo la decía y balbuciente: Quiere salir, mas queda prisionero, Y a más, a más meterte a consejero,
«Yo ... señora... os llamé desesperado; Atronando la selva ruge fiero. No sabiendo mirar por ti primero?»
Pero...» «Acaba; ¿qué quieres, El libre ratoncillo, que lo siente,
12 desdichado?» Corriendo llega, roe diligente 13
«Que me cargues la leña solamente.» Los nudos de la red de tal manera,
Que al fin rompió los grillos de la fiera.
Tenga paciencia quien se cree infelice;
Que aun en la situación más lamentable Conviene al poderoso
Es la vida del hombre siempre amable: Para los infelices ser piadoso;
El Viejo de la leña nos lo dice. Tal vez se puede ver necesitado
Del auxilio de aquel más desdichado.
la cierva y la viña el asno y el perro
Un Burro cojo vio que le seguía Con su estuche molar desenvainado Bebiendo un Perro en el Nilo, Recoge un Pescador su red tendida,
Un Lobo cazador, y no pudiendo El nuevo profesor llega al doliente; Al mismo tiempo corría. Y saca un pececillo. «Por tu vida,
Huir de su enemigo, le decía: «Amigo Mas éste le dispara de contado «Bebe quieto», le decía Exclamó el inocente prisionero,
Lobo, yo me estoy muriendo; Una coz que le deja sin un diente. Un taimado Cocodrilo. Dame la libertad: sólo la quiero,
Me acaban por instantes los dolores Escapa el cojo, pero el triste herido Díjole el Perro prudente: Mira que no te engaño,
De este maldito pie de que cojeo; Llorando se quedó su desventura. «Dañoso es beber y andar; Porque ahora soy ruín; dentro de un año
Si yo no me valiese de herradores, «¡Ay infeliz de mí! bien merecido Pero ¿es sano el aguardar Sin duda lograrás el gran consuelo
No me vería así como me veo. El pago tengo de mi gran locura. A que me claves el diente?» De pescarme más grande que mi abuelo.
Y pues fallezco, sé caritativo; Yo siempre me llevé el mejor bocado ¡Qué! ¿te burlas? ¿te ríes de mi llanto?
Sácame con los dientes este clavo, En mi oficio de Lobo carnicero; ¡Oh qué docto Perro viejo! Sólo por otro tanto
Muera yo sin dolor tan excesivo, Pues si puedo vivir tan regalado, Yo venero su sentir A un hermanito mío
Y cómeme después de cabo a rabo.» A qué meterme ahora a curandero?» En esto de no seguir Un Señor pescador lo tiró al río.»
«¡Oh! dijo el cazador con ironía, Del enemigo el consejo. «¿Por otro tanto al río? ¡qué manía!
Contando con la presa ya en la mano, Hablemos en razón: no tiene juicio Replicó el pescador: ¿pues no sabía
No solamente sé la anatomía, Quien deja el propio por ajeno oficio. Que el refrán castellano
20 Sino que soy perfecto cirujano. Dice: ¡Más vale pájaro en la mano...! 21
El caso es para mí una patarata, A sartén te condeno; que mi panza
La operación no más que de un No se llena jamás con la esperanza.»
momento;
Alargue bien la pata,
Y no se me acobarde, buen Jumento.»
el león vencido
por el hombre
el asno sesudo
el cazador y la perdiz
22 Cierto Burro pacía ¿Servir aquí o allí no es todo uno? 23
En la fresca y hermosa pradería ¿Me pondrán dos albardas? No, ninguno. Una Perdiz en celo reclamada
Con tanta paz como si aquella tierra Pues nada pierdo, nada me acobarda; Vino a ser en la red aprisionada.
No fuese entonces teatro de la guerra. Siempre seré un esclavo con albarda.» Al Cazador la mísera decía:
Su dueño, que con miedo lo guardaba, No estuvo más en sí ni más entero «Si me das libertad, en este día
De centinela en la ribera estaba. Que el buen Pollino Amiclas el Barquero, Te he de proporcionar un gran consuelo.
Divisa al enemigo en la llanura, Cuando en su humilde choza le despierta Por ese campo extenderé mi vuelo;
Baja, y al buen Borrico le conjura César, con sus soldados a la puerta, Juntaré a mis amigas en bandadas,
Que huya precipitado. Para que a la Calabria los guiase. Que guiaré a tus redes, engañadas,
El Asno, muy sesudo y reposado, ¿Se podría encontrar quien no temblase Y tendrás, sin costarte dos ochavos,
Empieza a andar a paso perezoso. Entre los poderosos Doce perdices como doce pavos.»
Impaciente su dueño y temeroso De insultos militares horrorosos «¡Engañar y vender a tus amigas!
Con el marcial ruido De la guerra enemiga? ¿Y así crees que me obligas?
De bélicas trompetas al oído, No hay sino la pobreza que consiga Respondió el Cazador; pues no, señora;
Le exhorta con fervor a la carrera. Esta gran exención: de aquí le viene. Muere, y paga la pena de traidora.»
«¡Yo correr! dijo el Asno, bueno fuera;
Que llegue en hora buena Marte fiero; Nada teme perder quien nada tiene. La Perdiz fue bien muerta; no es dudable.
Me rindo, y él me lleva prisionero. La traición, aun soñada, es detestable.
la alforja la hacha y el mango el búho y el hombre
En una Alforja al hombro Un hombre que en el bosque se miraba Vivía en un granero retirado
Llevo los vicios: Con una Hacha sin Mango, suplicaba Un reverendo Búho, dedicado
Los ajenos delante, A los árboles diesen la madera A sus meditaciones,
Detrás los míos. Que más sólida fuera Sin olvidar la caza de ratones.
Esto hacen todos; Para hacerle uno fuerte y muy durable. Se dejaba ver poco, mas con arte:
Así ven los ajenos, Al punto la arboleda innumerable Al Gran Turco imitaba en esta parte.
Mas no los propios. Le cedió el acebuche; y él, contento, El dueño del granero
Perfeccionando luego su instrumento, Por azar advirtió que en un madero
De rama en rama va cortando a gusto El pájaro nocturno
Del alto roble el brazo más robusto. Con gravedad estaba taciturno.
Ya los árboles todos recorría, El Hombre le miraba y se reía;
Y mientras los mejores elegía, «¡Qué carita de pascua! le decía;
Dijo la triste encina al fresno: «Amigo: ¿Puede haber más ridículo visaje?
Infeliz del que ayuda a su enemigo» Vaya, que eres un raro personaje.
¿Por qué no has de vivir alegremente
Con la pájara gente,
Seguir desde la aurora
A la turba canora
De jilgueros, calandrias, ruiseñores,
Por valles, fuentes, árboles y flores?»
«Piensas a lo vulgar, eres un necio,
Dijo el solemne Búho con desprecio;
Mira, mira, ignorante, El Hombre dijo así; ten entendido
A la sabiduría en mi semblante: Que las aves, muy lejos de admirarte,
Mi aspecto, mi silencio, mi retiro, Te siguen y rodean por burlarte.
Aun yo mismo lo admiro. De ignorante orgulloso te motejan,
Si rara vez me digno, como sabes, Como yo a aquellos hombres que se alejan
De visitar la luz, todas las aves Del trato de las gentes,
Me siguen y rodean: desde luego Y con extravagancias diferentes
Mi mérito conocen, no lo niego.» Han llegado a doctores en la ciencia
«¡Ah tonto presumido!, De ser sabios no más que en la apariencia.»
De esta suerte de locos
Hay hombres como búhos, y no pocos.
la codorniz el león, el lobo
y la zorra
Presa en estrecho lazo Pues que perdí la vida.
La Codorniz sencilla, ¿Por qué desgracia tanta? Trémulo y achacoso En mi viaje traté gentes de ciencia
Daba quejas al aire, ¿Por qué tanta desdicha? A fuerza de años un León estaba; Sobre vuestra dolencia.
Ya tarde arrepentida. ¡Por un grano de trigo! Hizo venir los médicos, ansioso Convienen pues los grandes profesores
«¡Ay de mí miserable ¡Oh cara golosina!»» De ver si alguno de ellos le curaba. En que no tenéis vicio en los humores,
Infeliz avecilla, De todas las especies y regiones Y que sólo los años han dejado
Que antes cantaba libre, El apetito ciego Profesores llegaban a millones. El calor natural algo apagado;
Y ya lloro cautiva! ¡A cuántos precipita, Todos conocen incurable el daño; Pero éste se recobra y vivifica
Perdí mi nido amado, Que por lograr un nada, Ninguno al Rey propone el desengaño; Sin fastidio, sin drogas de botica,
Perdí en él mis delicias, Un todo sacrifican! Cada cual sus remedios le procura, Con un remedio simple, liso y llano,
Al fin perdilo todo, Como si la vejez tuviese cura. Que vuestra majestad tiene en la mano.
Un Lobo cortesano A un Lobo vivo arránquenle el pellejo,
Con tono adulador y fin torcido Y mandad que os le apliquen al instante,
Dijo a su Soberano: Y por más que estéis débil, flaco y viejo,
«He notado, Señor, que no ha asistido Os sentiréis robusto y rozagante,
La Zorra como médico al congreso, Con apetito tal, que sin esfuerzo 27
Y pudiera esperarse buen suceso El mismo Lobo os servirá de almuerzo.»
De su dictamen en tan grave asunto.» Convino el Rey, y entre el furor y el hierro
Quiso su Majestad que luego al punto Murió el infeliz Lobo como un perro.
Por la posta viniese;
Llega, sube a palacio, y como viese Así viven y mueren cada día
Al Lobo, su enemigo, ya instruida En su guerra interior los palaciegos
De que él era autor de su venida, Que con la emulación rabiosa ciegos
Que ella excusaba cautelosamente, Al degüello se tiran a porfía.
Inclinándose al Rey profundamente, Tomen esta lección muy oportuna:
Dijo: «Quizá, Señor, no habrá faltado Lleguen a la privanza enhorabuena,
Quien haya mi tardanza acriminado; Mas labren su fortuna
Mas será porque ignora Sin cimentarla en la desgracia ajena.
Que vengo de cumplir un voto ahora,
Que por vuestra salud tenía hecho;
Y para más provecho,
el cerdo, el carnero y la cabra el muchacho y la fortuna el camello y la pulga
28 Poco antes de morir el corderillo El carretero al gruñidor le dice: A la orilla de un pozo, Al que ostenta valimiento 29
Lame alegre la mano y el cuchillo «¿No miras al Carnero y a la Cabra, Sobre la fresca yerba, Cuando su poder es tal,
Que han de ser de su muerte el Que vienen sin hablar una palabra?» Un incauto Mancebo Que ni influye en bien ni en mal,
instrumento, «¡Ay, señor, le responde, ya lo veo! Dormía a pierna suelta. Le quiero contar un cuento.
Y es feliz hasta el último momento. Son tontos y no piensan. Gritóle la Fortuna: En una larga jornada
Así, cuando es el mal inevitable, Yo preveo nuestra muerte cercana. «Insensato, despierta; Un Camello muy cargado
Es quien menos prevé más envidiable. A los dos por la leche y por la lana ¿No ves que ahogarte puedes, Exclamó, ya fatigado:
Bien oportunamente mi memoria Quizá no matarán tan prontamente; A poco que te muevas? «¡Oh qué carga tan pesada!»
Me presenta al Lechón de cierta historia. Pero a mí, que soy bueno solamente Por ti y otros canallas Doña Pulga, que montada
Al mercado llevaba un carretero Para pasto del hombre... no lo dudo: A veces me motejan, Iba sobre él, al instante
Un Marrano, una Cabra y un Carnero. Mañana comerán de mi menudo. Los unos de inconstante, Se apea, y dice arrogante:
Con perdón, el Cochino Adiós, pocilga; adiós, gamella mía.» Y los otros de adversa. «Del peso te libro yo.»
Clamaba sin cesar en el camino: Sutilmente su muerte preveía. El Camello respondió:
«¡Ésta sí que es miseria! Mas ¿qué lograba el pensador Marrano? Reveses de Fortuna «Gracias, señor elefante.»
Perdido soy, me llevan a la feria.» Nada, sino sentirla de antemano. Llamáis a las miserias;
Así gritaba; mas ¡con qué gruñidos! ¿Por qué, si son reveses
No dio en su esclavitud tales gemidos El dolor ni los ayes es seguro De la conducta necia?»
Hécuba la infelice. Que no remediarán el mal futuro.
la lechera
9 789585 419063
Este libro reúne algunas de las mejores fábulas escritas en español. Se trata de
pequeños cuentos en los que hablan y actúan los animales, y que llevan a conclusiones
morales. Estas de Samaniego, escritas para niños, tienen una musicalidad, una gracia,
una sal y una dulzura insuperables. En ellas los animales hablan con tanto juicio, que
sus palabras se convierten en consejos maravillosos. Como pensamos que todos los
niños tienen derecho a tener buenos libros, y que en todos los hogares colombianos
debe haber una biblioteca que reúna los tesoros de la literatura infantil, entregamos
este libro, el número 21 de la serie Leer es mi cuento.